“Ejercicio
Plástico” Mural de David A. Siqueiros en la casa de
Salvadora y Natalio Botana.
Esta pieza artistica -como en un paralelo irónico y poco sutil con la vida de Salvadora Medina Onrubia- tiene
una historia en la que se mezclan el arte, el amor, la traición, el dinero y claro, el poder. Todo empezó en 1933, cuando el mejicano Siqueiros llegó a
Buenos Aires con su mujer, la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum, y se relacionó con Salvadora y Natalio Botana.
Siqueiros,
ardiente militante del comunismo estalinista mejicano, es conocido, junto con
Diego Rivera y José Clemente Orozco, como uno de los fundadores de la escuela
muralista de Méjico, que proclamó un arte público dedicado a temas
revolucionarios y a las cuestiones sociales con el objetivo de inspirar a las
clases obreras y populares.
En Buenos Aires,
la pareja se encontró con Natalio Botana, fundador del diario “Critica”, casado con Salvadora Medina Onrubia, anarquista,
poetisa y autora teatral. Fue Botana quien le pidió al artista mejicano que
pintase un mural en el sótano de su casa-quinta en las afueras de Buenos Aires (Los Granados, Don Torcuato),
en una época en que el mejicano todavía no había alcanzado su
reconocimiento internacional.
El artista
plástico aceptó la oferta y pidió que Botana contratara otros tres jóvenes
pintores para ayudarlo a encarar la empresa. Los elegidos fueron Antonio Berni,
Lino Spilimbergo y Juan Carlos Castagnino -los que luego serían autores de los
murales de la galería Pacifico y que luego iniciarían el movimiento muralista
argentino. El equipo se completó con el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro.
El trabajo se
realizó en solo tres meses y es el único en el que Siqueiros le gambeteó a los
temas políticos y sociales. El mural pintó a su mujer, la poetisa Blanca, con
una técnica bastante moderna para su época. Aunque llegó a la Argentina para
dictar tres conferencias sobre la creación artística en los tiempos de la
revolución mejicana, Siqueiros terminó pintando el mural para satisfacer las
veleidades de Botana, considerado por muchos apenas como un magnate excéntrico
de las comunicaciones porteñas. La obra, ignorada por el contratista del
proyecto, más tarde fue tratada de ser borrada con ácido y tapada con cal por
encargo de la esposa del siguiente propietario de la casa, a la que le
avergonzaba la supuesta vulgaridad de los diversos desnudos femeninos.
Los artistas
reemplazaron el pincel por el aerógrafo y el dibujo por la fotografia;
cambiaron el óleo por las resinas sintéticas, y el banco del pintor y su punto de vista más o menos académico
por diversos movimientos arbitrarios que se repetían desde diversos ángulos todo
el tiempo. También experimentaron por primera vez las pinturas sintéticas -piroxilina
y silicato- aplicadas con pistolas de aire comprimido, que volvieron al mural uma
obra casi indestructible e imborrable.
Como la intención de Siqueiros era simular una caja de cristal hundida en el agua y a la vista de figuras voluptuosas de aves acuáticas, los pintores usaron diapositivas que proyectaron oblicuamente contra el muro. A medida que las imágenes se curvaban contra las paredes del sótano, las figuras de mujeres desnudas se iban deformando y los contornos se extraían de estas imágenes. Siqueiros había decidido crear una “visión algo etílica”, como la de estar situado “en el centro de una burbuja transparente en el fondo del mar’’. Esto se tradujo en la serie de formas femeninas desnudas que se desdibujan y se fusionan a lo largo y ancho de las paredes, techos y pisos. La musa era Blanca Luz Brum, mujer del muralista, que posó desnuda dentro de un cubo transparente mientras la fotografiaban.
Pero Blanca no
sólo fue la musa del mural: su figura le agrega a la obra un halo de leyenda y de
misticismo pues, mientras Siqueiros pintaba el cuerpo desnudo de su mujer en el
sótano, Blanca se convertía en amante del patrón, Botana. El trabajo es
entonces, y al mismo tiempo, también una imagen del final del romance del
mejicano con la poetisa uruguaya, y el comienzo de la larga agonía de
Salvadora, la mujer de Natalio Botana.
Pero volvamos otra
vez al principio: David Alfaro Siqueiros ya andaba metido en problemas
políticos cuando llegó a la Argentina. Sus desencuentros con la revolución mejicana
lo llevaron a la cárcel en 1924, y luego al exilio en Uruguay en 1929, en el que
conoció a Blanca Luz Brum.
En 1932, una galería
de moda de Los Ángeles le había ofrecido pintar el mural “La América Tropical’’ en una
de las fachadas del Plaza Art Center del Olvera Street’s Italian Hall. Pero la obra,
con todos la estética revolucionaria
siqueirista en ebullición, no aguantó la polémica* de su inauguración y
Siqueiros tuvo que salir de apuro aceptando la invitación de la escritora argentina
Victoria Ocampo para dar unas conferencias en la “Sociedad de Amigos del Arte”
de Buenos Aires. Más tarde, Siqueiros no pudo con su genio
revolucionário y apoyó una huelga; fue expulsado del país, y Blanca se quedó en
Argentina con Botana.
Con la muerte
del empresario en 1941, y antes de la venta total del diario “Crítica”, la casa-quinta fue liquidada,
y la mujer del nuevo dueño –nada menos que Álvaro Alsogaray- quiso
destruir con ácido la obra, considerándola pornográfica. Como el ácido no funcionó,
terminó mandando cubrir la pared con cal.
En 1989 la
casa-quinta fue comprada por Héctor Mendizábal, que decidió recuperar el mural
y luego separarlo en varias piezas como un rompecabezas, con la intención de poder
mostrarlo al mundo. Finalmente, la desastrada operación de
rescate lo mutiló en siete pedazos, que fue guardado en cinco containers, para
convertirlo en una muestra itinerante. Entonces, el proyecto terminó -para
alegría de los honorarios de los abogados- en un pleito absurdo que dejó al
mural en un limbo de indefiniciones por un largo tiempo.
Es que la obra
de ingeniería exigió un proceso sofisticado, que además, se chocó al final con
un embrollo judicial, y las piezas terminaron almacenadas en cajas durante 17
años hasta que, en 2003, Kirchner decidió que el trabajo era de gran interés
artístico nacional, y el senado argentino aprobó la expropiación.
Para resumirlo,
digamos que el nuevo propietario –Álvaro Alsogaray y su pudorosa esposa- se
cansan de la casa-quinta y se la venden a un grupo de inversionistas que
saben que la existencia del mural de Siqueiros puede rendirle millones. Los
jóvenes contratan a una empresa mexicana para las restauraciones y a un grupo
de ingenieros para rescatar el mural. Luego de quince meses removiendo la cal
que lo cubría, cavaron el sótano, rebajaron la espesura de la pared de sesenta para tan solo dos centímetros . Y cortaron el mural en siete partes para empezar
la muestra itinerante. Los nuevos propietarios de la casa-quinta –que en
realidad solo se interesaban por el mural de Siqueiros, fueron incluso hasta la
isla Robinson Crusoe, frente a Valparaiso en Chile, en el archipiélago Juan
Fernández, a encontrarse con la familia de Blanca Luz Brum. Es que cuando la
poetisa uruguaya rompió con el mejicano y se decepcionó de la aventura con
Botana, se fue a la isla de las peripecias de Robinson Crusoe y abrió una
posada. Beche Brum, la hija de la uruguaya, les vendió a los jóvenes
emprendedores todas las cartas, dibujos, esbozos y papeles de Siqueiros referentes
a la obra del mural y otros recuerdos de los que Blanca jamás se había separado
después de su aventura porteña.
Pero volvamos otra
vez a Natalio Botana y veamos cómo llegó el empresário de “Crítica” hasta
Siqueiros. Es que el mejicano tenía una más que conocida capacidad de irritar a
cualquier público, y tanto alborotó a la elite porteña con sus planteos
irreverentes –como su exhortación a los artistas argentinos “a sacar la obra de
arte de las sacristías aristocráticas, para llevarla a la calle, para que
despierte y provoque, para liberar a la pintura de la escolástica seca, del
academicismo, y del cerebralismo solitario del artepurismo, para llevarla a la
tremenda realidad social, que nos circunda y ya nos hiere de frente’’- que los
que lo habían contratado para tres conferencias le suspendieron las dos
últimas, y encima, el gobierno conservador del general Justo decidió meterlo en la cárcel.
El dueño de “Crítica”, que se ya había interesado
en la visita de Siqueiros, no perdió tiempo cuando se enteró que el mejicano
andaba en aprietos. Le ofreció pintar el primer mural en un espacio interior del
bar que tenía en el sótano de su casa-quinta, y a cambio le daba vivienda y comida.
Sin opciones, Siqueiros aceptó a contragusto y dijo que el mural era “el fruto
forzoso de nuestra condición de asalariados’’.
Con una historia
como ésta, el mural ya le dio aliento a dos películas: “El Muro de Siqueiros”, de
Héctor Oliveira –el de la Patagonia Rebelde- y el documental “Los Próximos Pasados”,
de Lorena Muñoz. Después de todo, la historia del mural de Siqueiros, creado en el sótano
de Salvadora y Botana -sótano multicolor en el que el empresario y sus amigos
ilustres, como Neruda y García Lorca, entre otros, se juntaban a jugar a las
cartas- tiene un poco de todo: amor, celos, disputas políticas, exilios y pleitos
judiciales. Finalmente el empeño del gobierno resultó exitoso para restaurar la
obra, expuesta ahora en el Museo del Tigre, lo que demandó 600 mil dólares, financiados
por siete u ocho empresas privadas.
Javier
Villanueva, São Paulo, 21 de agosto de 2013.
Ver el artículo en la
revista del diario La Nación del 05/ 07/ 2009, con multimedia para hacer recorrido virtual por
el mural:
* Nota: El foco visual
y simbólico central del mural en el Plaza
Art Center del Olvera Street’s Italian Hall, en Los Ángeles, es un peón indio, que representa la opresión
del imperialismo de los EE.UU. Está crucificado en una cruz doble, coronada por
un águila norteamericana. Una pirámide maya en el fondo, invadida por la
vegetación, muestra campesinos peruanos armados y un agricultor mexicano, que
se sientan en una pared en la esquina superior derecha, dispuestos a
defenderse.
La representación alegórica que pinta Siqueiros
de la lucha contra el imperialismo no era un tema cómodo para ser exhibido en
el centro de Los Ángeles, donde se mueven sus negocios y toda la clase
política. También era un tema incómodo para Christine Sterling, la matrona y promotora
de la sociedad que sustentaba al Olvera Street, posiblemente porque no se
ajustaba a su imagen de Olvera Street como un pueblo mejicano dócil y
tranquilo. Por desgracia para los artistas, la política conservadora norteamericanade
la época triunfó sobre la expresión artística, y en seis meses una sección del
mural visible desde la calle Olvera había sido borrada. En menos de un año, la
obra ya estaba completamente cubierta.
Para agregar algún pequeño datos, recordemos que la casa de Botana, hacia los noventa paso a poder de Gostanian, director de la casa de la moneda, la entidad estatal que hace los billetes argentinos
ResponderExcluir..durante la presidencia de Carlos Menem. Y cuando éste fue detenido por un juicio en su contra, eligió como arresto domiciliario, esa casa!
ResponderExcluirGracias por sus comentarios, Ernesto; no los conocía. Vivo en Brasil hace casi cuatro décadas y todavía no he tenido ocasión de visitar el local y conocer mejor la historia. Agradezco sus comentarios.
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