segunda-feira, 28 de setembro de 2020

Las palabras saben mucho

 


Las palabras saben mucho

Publicada el 27/09/2020 


Cuando la Unión de Estados Norteamericanos fue apoderándose de territorios hispanos, convirtió en costumbre la consigna de celebrar entierros de libros en español. Se abrían fosas en los patios de las escuelas y se arrojaba en ellas las palabras impresas de un idioma con siglos de historia en aldeas, ciudades y regiones. Se identificaba un solo idioma, el inglés, con una identidad fundacional que se concebía a sí misma como una habitación cada vez más grande, pero también más cerrada.

Pese a que ya hay más de 50 millones de hablantes nativos de español en los EE.UU, el presidente Donald Trump no dudó en poner de nuevo en marcha la consigna de English only para levantar un muro racista contra la inmigración hispana y su descendencia. Evitar que el español sea oficial en los Estados hispanos, avergonzar a los niños que hablan español en los colegios y convertir a nuestro idioma en una lengua de pobres (sin prestigio cultural, científico y tecnológico) fue un programa político de actuación. No se equivoca Trump al considerar los idiomas como un valor decisivo en la configuración de una identidad. Lo peligroso, y es uno de los peligros más acuciantes en el mundo de hoy, es apostar por una identidad cerrada, una cultura que considera la diversidad como amenaza y que vigila al otro como un ser que no merece respeto.

Por eso tiene tanto valor simbólico que el Consejo de Europa y la Unión Europea celebren todos los años el día de las lenguas. A este orgullo cívico se reserva el 26 de septiembre en nuestro calendario. Se reconoce así que, en un espacio habitado por 800 millones de personas, se hablan más de 200 lenguas. Aunque hay lenguas oficiales y regionales, mayoritarias o minoritarias, originales de las naciones europeas o propias de familias migrantes, no conviene hacer distingos éticos entre ellas. Si las lenguas tienen derechos es, antes que nada, porque tienen derechos las personas que las hablan. Las palabras saben mucho de derechos humanos.

Somos seres sociales, nacemos en una lengua compartida y en ella aprendemos a reconocernos como individuos. El respeto a las lenguas maternas supone la consideración de un vínculo entre el yo y la realidad en el que hemos aprendido a decir "tengo frío", "madre", "tápame", "¿qué me pasa?", "te quiero". Pensar que una Unión necesita homologar las palabras y borrar las lenguas maternas no sólo es una agresión a la riqueza cultural de la diversidad, sino un modo de construir sociedades basadas en la injusticia, el dogmatismo y la violencia.

Incluir el respeto a las lenguas en el contrato social responde a un ejercicio democrático que condensa un alto valor simbólico para el presente y el futuro de la Unión Europea. Desde luego resulta necesario no perder la conciencia crítica, denunciar injusticias, exigir más, evitar tratos inhumanos en las fronteras y promover decisiones estatales de políticas y amparos que hagan de la Unión algo más que un juego de mercados. Pero si miramos al mundo, si vemos los que ocurre en EE.UU., China, Brasil, Rusia y otras partes del planeta, conviene no sólo que nos exijamos más, sino también que valoremos lo que hoy tenemos, lo que somos y lo que podemos ser.

El virus ha demostrado la fragilidad de unas sociedades que necesitan consolidar los espacios públicos para defenderse. Necesitamos devolverle a los Estados su autoridad cívica. Sentir nostalgia por las viejas naciones con sus fronteras cerradas es una invitación al naufragio en una dinámica que empuja a la internacionalización y a la búsqueda de soluciones ecológicas y humanas planetarias. La Unión Europea es una hoja de ruta con heridas, pero es la mejor ruta que existe en un panorama internacional que alienta el autoritarismo dictatorial o las degradaciones democráticas. El respeto y la convivencia entre las lenguas maternas supone un buen símbolo contra la barbarie.

En España hay significativos territorios bilingües en diverso grado. Ojalá sepamos apreciar la riqueza humana y cultural que esa realidad supone. Ojalá los territorios bilingües comprendan la suerte que tienen. Ojalá no pierdan nunca esa suerte por culpa de los fundamentalistas inclinados a enterrar idiomas en las fosas del olvido.

sábado, 19 de setembro de 2020

La hipermnesia, serendipity , literatura y diccionarios.

 



La hipermnesia, serendipity, literatura y diccionarios.

La enfermedad del Gringo Giorgio, había empezado muy acelerada, pero no avanzó demasiado. Aunque sí se le había detectado algo nuevo, la hipermnesia, era evidente que no empeoraba sino que, al contrario, parecía incluso mejorar.

La hipermnesia, según le informaron los médicos a su hija Roberta, luego de verificar que la memoria más remota, la de los años 60 y 70 se le había reactivado notablemente, es una patología extraña: el sujeto que la padece recuerda con detalles hechos de su biografía principalmente, y se asocia en general a personas obsesivas. Por lo que se sabe, es un fenómeno poco frecuente, con pocos casos registrados y estudiados. El exceso de memoria tiene sus beneficios pero también trae sus problemas, porque genera más curiosidad propia, y la del entorno, creando una morbidez lógica, que incluye prejuicios, que despierta entre los amigos y conocidos de quién la padece. Pero este no era un problema para Giorgi, que desde hacía casi un año vivía en su mundo aparte.

Dicen que repetir una acción o una atividad o actitud muchas veces por día, o ser fanáticos por el orden o por la prolijidad, por ejemplo, tal vez pueda ser algo beneficioso para nuestra vida, a diferencia de lo que algunos creen. Si cuando éramos chicos nos retaban por algo, muchos de nosotros queríamos hacerlo de nuevo, quizás porque nos gustaba el desafío. Y algo parecido ocurre en el caso de algunos síntomas obsesivos. Es necesario recuperar la capacidad de cada uno de disfrutar de estos pequeños o grandes trastornos.

— Mire Ud. Una cierta obsesividad, señorita Roberta, en dosis homeopáticas y, claro, cuando no alcanza niveles patológicos que pueden exigir un tratamiento psiquiátrico, también tiene sus pequeñas ventajas- le aclara el Dr. Digiovanni a la hija del Gringo. — Por ejemplo, tal vez nos acordemos de esas canciones o lecturas que nos repetían, hasta el hartazgo, siempre la misma historia, ¿no? Y se las pedíamos a nuestros padres o a los abuelos que nos las leyeran una y otra vez, siempre el mismo cuento antes de dormir, o el mismo disco de historitas.

Y cuando se habla de obsesiones y de mentes brillantes, algunos médicos psiquiatras recuerdan que el Manual de Diagnósticos y Estadísticas de los Trastornos Mentales (DSM), que detalla las enfermedades de la mente, tal vez debería agregar el item “compulsión por libros”, o también “obsesión por lectura”. Y además, muchos sugieren que se debería dar como ejemplo a William Chester Minor, un nativo del antiguo Ceilán, hoy Sri Lanka. La misma patria que inspiró al surgimento de la palabra serendipia, que no está en los diccionarios de la lengua española y que viene del inglés “serendipity”, usada por primera vez por Horace Walpole hace unos 250 años, cuando se refería al cuento de hadas persa “Los tres príncipes de Serendip”, quienes vivían haciendo descubrimientos, siempre accidentales y sagaces, de cosas que no buscaban.

Chester Minor, nacido en el actual Sri Lanka en 1834 era un oficial-cirujano estadounidense del ejército vencedor – el yanqui- en la Guerra de Secesión, que terminó internado en un manicomio en Washington. Minor era un ejemplo de serendipia, solo que ni siquiera era conciente de sus descubrimientos, accidentales y sagaces, de cosas que nunca buscaba. Viciado en alcohol y en burdeles, contrajo toda una fobia por mujeres, sobre todo por prostitutas, y por enfermedades venereas.

Después de un año y medio internado, Minor se mudó de los EEUU para Lambeth, uno de los barrios más miserables y peligrosos de Londres, en 1871. Pero aun no estaba curado por completo, y después de matar a un irlandés en un episodio de profunda confusión mental, fue encerrado de nuevo en el manicomio-prisión judiciario para enfermos mentales peligrosos de la ciudad de Broadmoor, en Crowhotne, cerca de Oxford, donde viviría el resto de su vida.

Ya en esta institución psiquiátrica, gracias a su relativa riqueza personal, y actuando como si fuera un invitado en vez de un preso peligroso, Minor fue comprando ciertos beneficios y hasta adquirió el derecho a tener dos celdas para él solo, en las que acumulaba toneladas de libros, muchos de ellos regalados por ricas e ingenuas admiradoras a las que seducía por vía postal. Hablaba varios idiomas gracias a sus experiencias de misionero de la Iglesia Cristiana Congregacionalista en el sudeste asiático; de chico aprendió singalés, y con catorce años, estudiando medicina en la Universidad de Yale, ya dominaba el tamil, el birmano y varios dialectos hindi.

Minor, que leía obsesivamente todo tipo de libros o revistas, un día supo - a través de su correspondencia con los libreros de Londres que le facilitaban nuevos volúmenes-, que el Oxford English Dictionary buscaba voluntarios para ayudar con citas y ejemplos para un nuevo diccionario. Esa empresa era una buena vía de escape para su mente enferma, y de los supuestos acosos a los que los guardias lo sometían, tal vez todo un mero producto de su imaginación.

El equipo editor del Oxford English Dictionary, el más importante diccionario de la lengua inglesa, recibió de Minor, un hombre que no tenía medidas, más de diez mil citas por correo durante muchos años de trabajo y de obsesiva erudición, ofreciéndole todo tipo de evidencias históricas y etimológicas de las acepciones de innúmeros términos, a la vez que resolvía toda clase de dudas lexicográficas.

En el Oxford English Dictionary veían a Minor como a un sabio, por lo que en 1891 lo invitaron a participar en la cena de los redactores del diccionario, pero Minor no se presentó, claro. Curioso por la ausencia de su mejor colaborador, el editor que coordinaba la obra, James Murray, decidió viajar hasta Crowthorne, y acabó descubriendo que Minor estaba internado de por vida en una cárcel-manicomio. Minor murió en marzo de 1920, siete años antes que el Oxford English Dictionary de doce tomos y 400 mil definiciones estuviera terminado.

Como conclusión diríamos, como el escritor y político italiano Carlo Dossi, que los locos pueden mostrar a los cuerdos los caminos que más tarde van a seguir los sabios.

 

— El Gringo Giorgio Grión estaba más o menos así, más loco que sabio, pero cada día más lúcido, más obsesionado por leer y escribir- contaba un amigo que lo visitó en Milán en 2015. Cuarenta años después de los hechos que cambiaron su vida en la juventud, Giorgio vivía una nueva etapa.

 

— El Gringo, mientras tanto, se fue encerrando en una burbuja de paz, lecturas, estudio y una rutina obsesiva de escritura- dice el amigo que lo volvió a ver y se quedó impresionado con su situación mental. Empezó a editar y publicar sus textos - memorias de otros, a veces las suyas propias, historia y literatura fantástica, ficción histórica y hasta un poco de psicología- en un blog e incluso pasó a divulgarlos por facebook y twitter. Tanto hizo que al final una editorial de España lo llamó y le pidió una selección de cuentos y dos romances o novelas cortas. Su único contacto con el mundo real, sin embargo, era su hija Roberta, y una o dos veces por año, la mayor, Natalia, que viajaba de Argentina a Italia y se quedaba con él un par de semanas cada vez, de modo que su hermana pudiera salir y divertirse un poco.

En sus largas charlas con Natalia, la hija que solo conoció cuando ya era una mujer adulta, - y que no sabía nada de su vida en Italia, así como él ignoraba su existencia e incluso el embarazo de su madre, su primera compañera, Julia- Giorgio fue enterándose de todo, de a poco. Y en medio de sus confusiones mentales fue escribiendo historias cariñosas para el bebé que no conoció y ni siquiera supo de su nacimiento porque estaba preso; y oyó los cuentitos para dormir que Julia le contaba al bebé, y que él recreaba con nuevas palabras, confundiéndose a veces entre Julia, la madre, y Natalia, la hija. Es que veía las fotos anaranjadas y descoloridas de los años 70 y 80 y algo le venía de a poco a la memoria: las reuniones en la Villa Las Antenas, el Negro Villafañe, las salidas al Parque Japonés o al zoológico en algunos domingos libres de reuniones o tareas, la Recoleta y los bosques de Palermo, leyendo a Cortázar y Arlt, paseando con Julia, agarraditos de las manos, haciendo “empanaditas” con los dedos, como contaba Vargas Llosa en el libro prohibido por los militares, La Tía Julia, o corriendo como chicos enamorados que eran.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados, y pensaba en el amor maduro de los tiempos del cólera de García Márquez, y se imaginaba de la mano de una Julia levemente envejecida, hermosa en su madurez como había sido linda en la juventud, no la Julia de 23, 24 años, y sí otra, de 57, 58 años. Y pensaba en los años perdidos, y en el amor que les había faltado.

Tanto uno como la otra no podrían haber tenido otra vida, una vida exclusiva para el amor. No, no habían nacido para nada distinto que pensar en la revolución, la lucha social en primer lugar, y no apenas en el otro, o para soñar con el otro, o para esperar las cartas con tanta ansiedad como las que contestaban los apasionados del amor en los tiempos del cólera. Pero, como los amantes de la novela, ambos – Giorgio y sus fantasías seniles con aquella Julia con la que convivió por tan poco tempo, 30 o 40 años atrás- se iban dejando traicionar por los recuerdos, hablándose con sus ilusiones sin quererlo, queriéndose con sus sueños sin decírselo. Y recordaba que lo más absurdo de la situación de ambos era que nunca habían sido tan felices como en aquellos años de luchas y de infortunio. Porque en realidad fueron los tiempos de sus grandes victorias sobre la hostilidad de un medio que no se resignaba a admitir a los jóvenes como ellos, que eran distintos, novedosos, e inocentes transgresores del orden tradicional, - occidental y cristiano, decían entonces-. Y pensaba que García Márquez escribiera que el problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno; pero en su caso y en el de Julia, no, ese se recontruía a cada hora de pasión revolucionaria.

Ruta 66-, pensaba en voz alta Giorgio. — El modelo para desarmar ya se desmontó hace 40 años- decía, y Roberta no le entendía. Y casi en el estribo de salida de sus 65 abriles repetia:

—Soy como el Inca Garcilazo, nací entre el 22 y el 25 de abril, pero ya no me acuerdo, no me acuerdo, hija- repetía-, y Roberta se lo contaba a Natalia, que suponía que se refería a su edad.

— Y con la conciencia en paz por tantos otoños, felices o tristes- proclamaba el viejo Gringo Giorgio, — parece que llegó la hora de hacer un primer balance, como diría tu abuelo, "un balance preliminar"- le decía a Roberta, y ella pensaba que tal vez su padre no sufriera de Alzheimer, y sí de una demencia senil intermitente.

— Como la Ruta 66, que cruza un enorme país de este a oeste. Como en 62 Modelo para armar, los cronopios entran al libro imaginado por el personaje Morelli en el capítulo 62 de Rayuela, en que todo es “como una inquietación, una falta de sosiego, un desarreglo continuo”- muraba bajito Giorgio, y su hija se desvelaba tratando de entender cuáles serían los códigos secretos del labirinto y los espejos de la mente del viejo.

— 66 abriles y sus hojas secas, amarillas, anaranjadas y ocres en una Córdoba alegre, o en un Buenos Aires triste. 66 abriles y sus 42 días 18, de felicidades plenas- repetía el Gringo, y eso sí lo entendía Roberta, porque Natalia le había contado que su madre, Julia, había nacido un día 18 de abril, y ella calculaba que se habían conocido, eso mismo, unos 42 años atrás.

 

J.V. 19 de septiembre de 2020.

San Fernando del Valle de Catamarca.


segunda-feira, 7 de setembro de 2020

El desafío de Juancito y las 19 o 20 plazas de La Plata

 



El desafío de Juancito y las 19 o 20 plazas de La Plata

Nos pasamos unas tres semanas buscando un buen lugar, y otras cuatro eligiendo a los participantes del torneo. Lo primero fue fácil: algunos querían un estadio de fútbol o una cancha de tenis. Al final venció lo más sensato, que era elegir una de las muchas Plazas San Martín de Argentina, Uruguay o Chile. Los motivos eran obvios, pues como sugirió Juancito, necesitamos por lo menos ocho esquinas o vértices, en las puntas de dos grandes rectas, una de norte a sur, otra de esta a oeste, y dos diagonales desde el NO-SE al SO-NE.

Primero elegimos - Juancito y yo- la Plaza San Martín de Lima, Perú. Pero los otros se opusieron; dijeron que porque somos editores y libreros habíamos propuesto la que queda más cerca del jirón de las librerías. Además, argumentaron, tiene una fuente en el medio y no hay diagonales. Bueno, al final se impuso la súper manzana de La Plata con sus 19 plazas alrededor de la Plaza Moreno. Diagonales es lo que no faltan en la capital bonaerense.

Tomamos como vertical N-S la línea que va de Plaza Alsina hasta Parque Castelli, y como horizontal O-E a Parque Alberti y Plaza Matheu. Las dos diagonales fueron Plaza Belgrano y Parque Saavedra para la NO-SE,  y Parque Vucetich y Plaza San Martín (ahora sí, una plaza del Libertador), para la SO-NE.

Lo segundo, que era elegir a los que irían al torneo, no fue nada fácil. Las comunicaciones para hallarlos mezclaban el viejo e-mail, o correo electrónico, con el más moderno whatsapp, y algunas cuantas sesiones espiritistas y de candomblé afrobrasileño.

Los elegidos, después de largas y penosas conversaciones, bien negociadas por Juancito - al final la idea loca era suya-, fueron ocho y no veinte, como sugerían algunos alucinados, diciendo que al final son veinte las plazas y parques en esa región de La Plata. Se convencieron al llegar al séptimo invitado en la cuarta semana de arduas negociaciones, y ver que si conseguíamos el octavo participante ya iba a ser mucho.

Bien, los elegidos (digamos que fueron ellos los que nos escogieron a nosotros) fueron Federico García Lorca, - que después de siete tentativas vía espiritismo, al final lo contactamos por medio de un anarquista adepto al candomble en Salvador, Brasil-, se ubicaría al extremo norte; Pablo Neruda, - fácil de hallarlo por medio de los contactos espiritistas de Jorge Amado, en Ilhéus-, se colocaría en la punta sur. Mario Vargas Llosa iría al SO de la diagonal que termina con Julio Cortázar al NE.

Al NO innovaríamos: un revolucionario que murió joven, como la mayoría de ellos, Camilo Cienfuegos, y en el extremo opuesto, al SE, otro militante de las causas populares, el anarquista Buenaventura Durruti.

Al llegar a la recta N-S, que nuestra tradición cartesiana ve siempre como la más importante, tanto que en la mayoría de las capitales del mundo siempre aparece un "eje norte-sur"-, tuvimos un intercambio de ideas con Juancito - que por ser el dueño de la idea llevaba las de ganar-: él argumentaba, con bastante buen tino que "...en el sentido de la primera diagonal, por esa larga línea, que abarca más de 20 siglos, debe ir el barquito de Homero, con Ulises a bordo, al encuentro de un irlandés recalcitrante: James Joyce. Este recibe la nave y se dispone a reparar y renovar, a su manera, lo que será el nuevo barco, cuyo incierto viaje desconoce el propio autor. Manos a la obra, construye, con la ayuda de nuevos personajes, lo que será el itinerario de nuevas páginas, para nuevos lectores. Joyce aprovechó magníficamente el legado y recreó, artísticamente, aquel precioso libro inicial".

Los argumentos de Juan Maldonado eran irrefutables, negociamos y yo me quedé con mi propuesta loca de poner al extremo oeste a Jorge Amado y al este a Avellaneda, sí, aquel del Falso Quijote II, el que le robó el sueño a Cervantes. Bueno, quedará para el próximo torneo. Federico G. Lorca, al norte, opuesto a Neruda, su gran amigo, diametralmente diferente en casi todo, menos en su admiración y cariños mutuos.

El centro del gran perímetro, la Plaza Moreno, señorial y con una fuente y estatua, solo podría se ocupada por un personaje: Jorge Luis Borges, y allí estaba, parado cerca de la piedra fundamental de la ciudad. Interponiéndose entre Mario V. Llosa y Julito Cortázar, contrabalanceando las tendencias revolucionarias del último con las reaccionarias del primero, equilibrándose con su sabiduría de "yo no entiendo nada de política, pero...", y elevándose muchos metros encima de la estatua, con su dimensión de súper héroe de todas las letras castellanas.

Y empieza el juego, que es un desafío.

Arranca M. V. Llosa desde la izquierda y de abajo, y sube, cada vez más a la derecha. Se encuentra con Borgues, y recuerda que lo entrevistó, pero el viejo ciego porteño se sorprende al notar una cierta falta de habilidad del peruano: "me visitó un joven, creo que era un corrector inmobiliario, porque solo se fijaba en las incomodidades de mi casa", dijo.

Desde la Plaza Moreno, Borges lo ve venir y piensa que ya hubo una época mejor, en la que los escritores se admiraban entre si, sin cultivar aquellas envidias en las que se mezclan la admiración con un celo irracional. Sabía Borges que M. V. Llosa, tal vez salvo una única excepción, siempre estuvo entre los que esperan el libro ajeno para seguir con pasión y sin desprecio a otro que no fuera él mismoDe niño Marito leía a Pablo Neruda, al filósofo Jean- Paul Sartre y a Gustave Flaubert; también retrató con amor al autor de Cien años de soledad y quiso a Juan Carlos Onetti. Pero dicen que al que amó de verdad fue al dios Borges por sobre todas las cosas. Sobre todos ellos escribió Llosa libros formidables. Incluso sobre Gabo, de quien fue amigo hasta que se le cortó el afecto, escribió Historia de un deicidio. Pero no había escrito un libro que pintara sus intercambios con el autor de El Aleph, el argentino prolífico y sintético que deslumbró a Vargas Llosa en los tiempos en que parecía una gran contradicción quererlo a la vez que se quería a Sartre.

Y mientras sube de la izquierda hacia la derecha, piensa Marito V. Llosa que, sí, de veras que logró hacer un buen espacio en su último libro, - justamente al que llamó Medio siglo con Borges para narrar todas las rupturas políticas-, que Marito conoce muy bien por su lado, sus tentativas y fracasos-, y que aún así, piensa que en Borges son debidas a su pura ingenuidad y al desprecio al nacionalismo y a que vivió la actualidad, la política sobre todo, como un odioso fantasma, con un gran desprecio por las cosas de lo cotidiano y aquellas más concretas, las que no tuvieran siglos de buena historia y varias condecoraciones en el pecho. Siempre adepto a recordar sus raíces afianzadas en héroes militares y en prosapias de nobles guerreros anglosajones. Borges cultivaba acciones y actitudes como la del día en que se fue a dar una charla en inglés, justo a la hora de un partido del Mundial, entre Argentina e Italia.

Y pasa Marito al lado de Borges y traga saliva porque sabe que ahora viene lo peor, el otro fantasma de su vida, porque mientras más sube hacia la derecha del tablero, ahí nomás viene bajando Julio Cortázar, cada vez más a la izquierda, él y su fascinación por las revoluciones cubanas y nicaragüense, olvidándose de las heridas del peronismo y abrazando causas cada vez más populares. Julito, el de la Maga, un espectro cada vez más en el camino opuesto al de Marito Vargas Llosa, el que ni más se considera latinoamericano y larga su peruanismo ofendido por la derrota ante la ultraderecha, y lo cambia todo por una ciudadanía española.

Y el fantasma de Julito va llegando; ya no va atrás de la Maga, sino con una nube negra en la cabeza, que son los recuerdos de las palabras de M. V. Llosa en Córdoba, en el Congreso de la Lengua: "¿Es la mejor obra de Cortázar? Yo creo que no", dijo Marito en Córdoba y deja la sala llena de profesores del idioma, la mayoría sus admiradores, cubierta de un silencio inesperado. El flamante Premio Nobel duda que Rayuela y el mismísimo Cortázar tengan un lugar de brillo en el futuro. "Estoy seguro de que Cortázar será siempre leído, que tendrá siempre admiradores, devotos y discípulos literarios, pero que probablemente el más duradero, el Cortázar eterno, si es que hay eternidad en el mundo de la literatura –algo que es muy discutible–, será probablemente el de los cuentos". Marito lo había conocido bastante bien, según él mismo cuenta, en París en aquel momento en que Rayuela tenía la fuerza de una religión. "Es una novela rara, entre las novelas, porque no expresa lo peor de la experiencia humana sino lo mejor que hay en el ser humano. La gente que vive en esas novelas, algunas son ingenuas, pero todas son desamparadas, no acaban de entender y por eso han creado su propio mundo, un mundo hecho de juego y un mundo que expresaba a Julio Cortázar".

¿Por qué habría dicho eso Vargas Llosa? se preguntaba Cortázar. Pero, por otro lado, también recordaba haberlo oído decir - los fantasmas andan siempre por todas partes-, siempre hablando de Rayuela, que "Es una novela de una gran libertad, que es la misma libertad que Cortázar manifestaba en su manera de vivir. Esta novela llegó a gente que no tenía relación con la literatura, porque les tocó un centro nervioso de la personalidad".

Pero, y otra vez pero, ¿por qué después de elogiar "El perseguidor", la historia del  Johnny Carter que Cortázar armó para homenajear a Charlie Parker, dice Vargas Llosa que "Es uno de los cuentos más extraordinarios y no solo en lengua española". En cambio insistió en decir que "Rayuela, a medida que pasen los años, se hará cada vez más pequeña, "en gran parte por las imitaciones de la experiencia revolucionaria que significó esta novela"? ¿Qué significa esa nueva ironía?¿Envidia?¿Celos?

Tal vez fue por eso que al llegar al centro del enorme cuadrado, donde todavía seguía sentado el fantasma de Borges, en la Plaza Moreno, Cortázar ni se detuvo a saludar a Llosa y ni siquiera lo miró. Le dio un leve apretón de manos a Borges, tan leve y rápido como puede llegar a ser un saludo entre fantasmas, y se puso a Pensar en García Lorca y en Neruda, que en algunos instantes se encontrarían allí mismo, el primero llegando desde el norte, de la Plaza Belgrano hacia el Parque Saavedra, y el segundo, desde el sur hacia arriba. El español y el chileno, buscándose en la eternidad, como La Maga y Cortázar se buscaban entre las calles de París, escondidos entre los libros viejos de las librerías del Barrio Latino.

Neruda llegaba al centro del cuadrilátero con sus con 29 años y con un cargo de mayor categoría para instalarse en la embajada de Chile en Buenos Aires; era agosto de 1933, pero para los fantasmas no hay tiempo ni espacio. El fervor cultural en los cafés y librerías de la capital argentina embrujaban al joven poeta y diplomático chileno; mientras que, llegando por el océano Atlántico, otro joven poeta venido de España no traía en sus maletas demasiadas expectativas en el país elegido para estrenar en América su obra Bodas de sangre. Federico García Lorca tenía tan solo 35 años cuando pisaba por primera vez Buenos Aires, y de pronto, sin saber cómo, estaba en este juego, el desafío que Juancito había inventado, caminando por las regias plazas de La Plata. 

"Todas las luces de la inteligencia lo vestían de una manera tan espléndida que brillaba como una piedra preciosa. Su cara gruesa y morena no tenía nada afeminado, su seducción era natural e intelectual", escribió de inmediato Pablo Neruda cuando al fin lo cruzó, fantasmagórico pero entusiasmado, casi sin tiempo de saludar a Borges, que seguía imperturbable, apoyado en su bastón y la mirada indefinida de los ciegos. No vio a Cortázar tampoco, que a pocos metros los observaba a los tres. Pablo Neruda pensó su frase con las primeras impresiones sobre García Lorca, las escibió rápido en un block de papel y las guardó en su sobretodo negro. Esas pocas palabras solo se irían a conocer en 2017, en un texto inédito hasta entonces, de quien fue uno de sus entrañables amigos. Una amistad tan intensa como lo fue de breve, de solo tres años, cortada brutalmente con el asesinato de García Lorca, en Granada, en 1936. 

Al llegar a la mitad del camino y encontrarse los dos fantasmas, el autor que dos años antes escriibiera el poema "Versos en el nacimiento de Malva Marina", en homenaje a la hija de Neruda y Maruca Hagenaar, ya no estaba más. Había sido fusilado por los fascistas en Granada. Al estallar la Guerra Civil, por su conciencia política y su amor al poeta gitano, Neruda apoyó a la República Española y escribió su "Oda a Federico García Lorca". Dolor y rabia, dureza de la guerra que Neruda lloró en "España en el corazón", de 1937. 

"Está el público suficientemente desprovisto de prejuicios para admitir la homosexualidad de Federico sin menoscabar su prestigio?" le preguntaba Neruda a su editor, poco antes de morir en septiembre de 1973, días después del golpe del asesino Pinochet. Seis meses más tarde, al publicar Confieso que he vivido, el editor acepta las dudas del autor y recorta los trechos en que Neruda habla de los sentimientos del poeta y de Rafael Rapín, el último amor del autor de "Romancero gitano". Al encontrarse en la Plaza Moreno, y después de un breve saludo de cabezas de cada uno, el chileno y el español, a Cortázar y a Borges, se miran, se abrazan, con la demora y el afecto con el pueden abrazarse dos fantasmas inmortales, y desaparecen, cabizbajos por las callecitas de La Plata. 

"Desde mi más tierna edad, lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento no sólo de nuestra familia sino también de nuestros vecinos. Por intuición, yo ya era un rebelde. Creo que entonces se decidió mi destino", decía en voz baja, - o pensaba- el anarquista expropiador, amigo de tantos latinoamericanos y terror de los fascistas de Franco, Buenaventura Durruti, mientras caminaba desde la Plaza Matheu rumbo al NO, sin saber que en el camino se encontraría con otro revolucionario, mucho más joven, con más éxito en su lucha, el cubano Camilo Cienfuegos. 

Mientras camina, con toda la parcimonia con que un heroico fantasma anarquista puede moverse después de más de 80 años de su muerte, recuerda aquel día triste para tantos españoles, cuando a la una de la tarde del 19 de noviembre de 1936 y en plena Batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid, poco menos de dos horas después de un reportaje callejero para el noticiario del Partido Comunista soviético, lo hieren de muerte con una bala de dudosa procedencia en el pecho

Y mientras baja hacia el SE desde la Plaza Alberti, Cienfuegos recuerda cuando sale de Camagüey después de arrestar por orden de Fidel Castro al jefe militar de la provincia, Huber Matos, quien el 19 de octubre de 1959, se había distanciado del proceso revolucionario enviando por segunda vez su carta de renuncia a Fidel Castro por la declaración del carácter socialista de la revolución cubana. El 28 de octubre Cienfuegos murió en un accidente de aviación por causa del mal tiempo cuando volvía de Camagüey a La Habana, y toda Cuba se movilizó en su búsqueda durante varios días. 

Muertes polémicas las de ambos, la de Durrutia en 1936, y la de Cienfuegos, veintitrés años después. Y se acuerda Marito V. Llosa, el único que vivió para contarla, como diría G. Márquez, de la película argentina "La historia oficial", cuando en una de las primeras escenas la profesora de historia, protagonista principal, se encuentra en el cambio de turno con el profesor de literatura, y este le dice: "la historia y la literatura siempre se encuentran, ¿no?"​

Bordeando el Canal Este, por la avenida Génova van ahora siete fantasmas y un viejo con apariencia de joven. Los mortales solo lo ven a Marito V. Llosa, pero cuenta Juancito que iban los cuatro rumbo al Puerto de La Plata. Antes era distinto, cuando podía estar una tarde entera viendo pasar un tren cargado de banano: ciento cuarenta vagones cargados de frutas, pasando sin parar, hasta cuando pasaba, ya entrada la noche, el último vagón con un hombre colgando una lámpara verde”, repite en voz baja, imitando la mirada ciega de Borges y el acento andaluz de Federico G. Lorca. "Ciento cuarenta vagones, la desmesura: lo que era una imagen retórica en los relatos anteriores, se convierte en característica de la realidad ficticia. Las dos épocas de Macondo, el apogeo y la de cadencia, están claramente diferenciadas aquí", se acuerda Marito que escribió en su tesis doctoral impecable sobre "Un día después del sábado", y que después publicó en 1971 con el nombre de "García Márquez: historia de un deicidio".

¿Y qué van a hacer al puerto los siete fantasmas, a paso de Borges y su bengala, atrás de un hombre vivo, canoso y casi de bronce? Pues nada menos, como bien se imaginaba Juancito, que a ver pasar a un irlandés recalcitrante, James Joyce que se prepara para recibir la nave de Ulises, se dispone a repararla y renovarla a su manera, para convertirla en el nuevo barco, cuyo incierto viaje desconoce el propio autor.

Justamente Joyce, piensa Borges, ¡qué diferente de aquellos autores más les hubieran gustado a Cienfuegos o a Buenaventura Durruti! al contrario que un Mark Twain, o un Jack London proletario y aventurero, Joyce solo estudió y escribió. Era una especie de purasangre académico, con un currículum lineal que de los claustros jesuitas fue a la universidad y de allí a dar clases , y que se mudó de ciudad europea en ciudad europea, y aun así, cuando le preguntaban sobre la Gran Guerra solo comentaba "Ah, sí, he oído decir que hay una guerra por ahí". ¡Qué parecido al Borges que todos amamos y nos gusta criticar por su supuesta falta de contacto con la realidad de su época!

Y se acuerda Marito V. Llosa, otra vez de la película argentina y del profesor de literatura que dice: "la historia y la literatura siempre se encuentran, ¿no?"​


VB. São Paulo, Brasil. Agosto de 2051.




sexta-feira, 4 de setembro de 2020

El correo y los paquetes del Sedex.


Correios lança opção de entrega de encomendas no vizinho - Folha PE

El correo y los paquetes del Sedex. 

De pronto se me ocurrió - cosas de viejo solterón que se me ocurren, de puro aburrido nomás-, escribirle una carta a Roberta. A mi vieja amiga con la que nunca pasó nada más que sueños y fantasías, pero que me hizo renunciar a cualquier tipo de relacionamiento con otra mujer, por más interesantes e inteligentes que hayan sido algunas de las que pasaron por mi vida desde la adolescencia. Nunca me casé, ni tuve una novia en firme, jamás. Le escribí largo y tendido, como decíamos antes, y al final se me ocurrió hacerle llegar la carta junto con un regalo.

Como vivo en São Paulo, me fui a la calle 25 de Março a buscar ofertas, tal vez de no tanta calidad, pero es que así andan mis bolsillos también. En fin, dudé mucho entre un oso enorme, casi del tamaño natural y con un corazón en el pecho, y un libro de Pablo Neruda que encontré a la vuelta, mientras caminaba hasta la Praça da Sé para tomar el metrô hasta mi casa en la Vila Madalena. Le compré Veinte poemas de amor y una canción desesperada, a R$18,00 en una edición antigua, pero bien conservada. Como me seguía pareciendo poco, le agregué Cien años de soledad y, además, El amor en los tiempos del cólera, ambos de G. G. Márquez. Bien, ya sé que el Sebo do Messias paga apenas R$0,50 por libro usado, y por lo tanto sus beneficios son enormes, pero tres clasicos por R$42,50 me pareció muy a la medida de mis miserias actuales.

Al llegar a casa me encuentro en la contestadora automática - ¡sí! es verdad, todavía uso un grabador para guardar mensajes que llegan cuando no estoy, ni sé cómo funciona después de más de treinta años!- con la voz de mi editora que me pide dos notas cortas sobre el caso del asalto millonario a un banco en Colombia, y me recuerda, perspicaz y con un tonito sospechoso, que mañana es mi cumpleaños, y no te vayas a olvidar, ¿eh?

Bueno, en apretada síntesis: revisé debajo del colchón y encontré los últimos tres billetes de R$ 50,00. Decidí volver a la Praça da Sé y gastarme por lo menos un tercio en agradarla a mi empleadora. Pero lo del tonito dulce que dejó en la contestadora me seguía pareciendo intrigante.

Encontré, otra vez en el Sebo do Messias, un libro gordo de márqueting político y otro sobre encuestas, temas que le fascinan a mi jefa. Gasté otros R$ 48,50, lo justo para volverme a casa sin gastar más suelas de zapato.

Le escribí un recado cuidadoso, midiendo cada palabra porque, además de ser mi empleadora, lo era en áreas delicadas, las del idioma y la redacción. Pero además, quería apartar de mis pensamentos la sombra que sobrevolaba todavía; sí, esa del tonito dulzón de su mensaje.

Aproveché para ir una sola vez al correo y gastarme encima otros R$ 37,90 entre los dos Sedex - el de Roberta y el de mi jefa-. Junté cada carta con su respectivo regalo, pegué com cola las etiquetas que imprimí en mi vieja Epson Ecotank, y salí, contento con el paquetón y el paquetito debajo de cada brazo.

 

Pasaron dos días y Marilena, mi jefa, me llama para agradecerme el regalo y la cartita, que así la llamó ella, con un tono un par de grados más dulzón que el del mensaje en la contestadora. Además, agrega, venite esta noche que voy a dar una fiesta íntima, solo para dos personas. - ¿Ah, sí? ¿Yo y quién más, alguien del trabajo?- le contesté, cada vez más preocupado. – No, solo yo- me dijo, usando ya otros dos grados más de preocupante dulzura.

 

No fui a la fiesta íntima ni volví a pedir o a recibir trabajo de Marilena. Y Roberta tampoco me respondió jamás sobre el regalo y la carta. Eso sí, del correo de la Rua Augusta me llamaron para decirme que había ocurrido una falla, responsabilidad de un empleado nuevo y que ya estaban intercambiando los Sedex que habían sido enviados con las direcciones equivocadas. Y que no me preocupase, que no habría más problemas.

 

JV. Tegucigalpa, Enero de 2038.


quarta-feira, 2 de setembro de 2020

EL GRAN MAD. SENCILLAMENTE MAD

 

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EL GRAN MAD.
Sencillamente MAD

Juana Gallegos
Diario La República

Vía Adrián Ilave

Marco Aurelio era ya un cuarentón cuando le exigía a Rosa, la ama de llaves de la casa, comprar dos potes de mermelada a la semana. Aseguraba “el doctor” –así lo llamaba Rosa, aunque su jefe no ostentase ningún título doctoral– que el rico dulce tenía propiedades beneficiosas para el cerebro y la memoria. Tenía que ser de la marca Susy. Le encantaba su color bermellón y su textura durita. Pero cuando dejó de venderse, tuvo que reemplazarla por otra que no satisfacía del todo su goloso paladar. Así es que Rosa, presta a sus caprichos, tenía que cocinar a fuego lento cada pote nuevo hasta encontrar el punto dulce que le gustara a MAD, abreviatura de las iniciales de Marco Aurelio Denegri, que en inglés quiere decir loco.
Rosa Torres (64) cuenta esta escena íntima de la vida de MAD en el recibidor de la que fue su casa, ubicada en un parque de Santa Beatriz, a pocas cuadras de la caótica avenida 28 de julio. Frente a ella está la butaca de caoba donde él se sentaba cruzado de piernas a pasar horas leyendo. Rosa la mira. Hace siete meses que su jefe murió, pero ella sigue viniendo de lunes a viernes, como lo hizo por treinta y cinco años, que es el tiempo que trabajó para él, que lo acompañó, pues MAD nunca se casó ni tuvo hijos.
Viene a limpiarle el polvo a la casa, a continuar ordenando alfabéticamente los libros de su biblioteca, a decirle buenos días. Llega a las diez de la mañana, ya no a las seis, como antes, hora en que, en sus épocas más productivas, encontraba a MAD ya despierto, desayunado y leyendo. “Se levantaba a las tres a estudiar, se leía tres libros al día”, dice Rosa, a la que, por cierto, nadie le paga por venir.
Podríamos decir que esta mujer es la persona que más tiempo pasó con MAD. El autodenominado polígrafo autodidacto (¡no autodidacta!); el hombre que sabía de todo sin necesidad de Google (no tenía internet en casa); el que llegó a hablar seis idiomas sin haber ido a un instituto; el que tenía un programa en la tele en el que, a veces, los únicos protagonistas eran él y sus palabras; el que solía decir verdades tan crueles como “uno puede soportar a otro ser humano tres horas seguidas como máximo”. Si esto fuera cierto, Rosa ha sido el ser humano que más lo ha soportado.
“Cuando hablábamos de la muerte, yo le decía: si yo me muero primero quiero que me cremen y guarden mis cenizas en esta casa en una urnita que diga 'aquí yace su servidora fiel”, cuenta Rosa, que, recelosa como es con las cosas de MAD, ha accedido a abrirnos la puerta de esta casa únicamente porque él lo quiso en vida, pues fue columnista de este semanario.
La casa está tal cual. Los mastodónticos reproductores de sonido antiguos siguen allí, dominando la sala, el comedor, los pasadizos, luciendo sus compulsivamente ordenados cables de conexión. MAD era un audiófilo, que no es lo mismo que melómano: era amante del sonido fiel de la música.
“Un parlante para cada instrumento, ¿escuchas, Rosa? Allí está el cajón y allá la voz de Eva Ayllón”, dice Rosa que le insistía el doctor cuando se sentaban a escuchar música. Tenía gustos diversos: música criolla, rock en inglés y español, instrumental, clásica, latin jazz. Su colección de vinilos y discos compactos es pequeña pero rica, hay de todo: Raúl García Zárate, Jorge Cafrune, Frank Sinatra, Óscar Avilés.
La biblioteca, un área de la casa hasta hace poco restringida, se convierte hoy en un espacio liberado. Rosa nos deja entrar. No hay sitio para más libros, los anaqueles repletos ocupan casi toda la habitación, del suelo al techo, dejando un reducido lugar para el escritorio. Hay hileras completas de libros sobre los temas más frecuentes de MAD: la mujer, el amor, la gallística, la homosexualidad, el sexo... manuales, ensayos, investigaciones sobre la sexualidad humana en inglés, español, alemán.
MAD fue el primer hombre que habló en televisión sobre el condón. Era 1963, eran sus primeras entrevistas. Toda la familia, la mamá Leonor y las tías, esperaban emocionadas la aparición y las palabras de Marquito, el hijo único, el abogado egresado de la universidad San Marcos. Su abuelo había sido vocal de la Corte Suprema, su tío, asesor de un presidente, él no podía ser menos.
Y ¡zas!, Marquito aparece hablando del condón y debuta como sexólogo, oficio escandaloso para una ciudad tan mojigata como Lima y una familia tan conservadora como los Denegri Santagadea.
Por 45 años, el tiempo que MAD ha salido en televisión –su último programa fue ‘La función de la palabra’ de TV Perú–, habló sin eufemismos de la masturbación, la eyaculación precoz, el goce extramarital, el punto G, el orgasmo, el sexo anal. Hizo pedagogía sexual para todo tipo de público y en señal abierta.
¿De dónde obtenía MAD tanta cancha en el asunto sexual si se la pasaba leyendo? Del jirón Huatica, un antiguo barrio de burdeles donde hasta el año 56 se desempolvaba medio Lima, decía MAD en un programa alusivo, y a donde iba con amigos a medirles el rendimiento sexual.
“Marquito venía de una familia conservadora, la sexología era para él una salida a la opresión, esto le generó un desencuentro con sus padres, en especial con la madre, que se fue distanciando de él, y la señora Rosa llenó ese vacío”, interviene el huaracino Carlos López (70), amigo de la infancia de MAD, quien estuvo escuchando atentamente las anécdotas que fue liberando Rosa. Ahora, ella nos lleva al comedor, donde nos espera una mesa llena de libros.
“Aquí le leíamos al doctor cuando ya no veía con un ojito por las cataratas”, comenta. Eran cuatro en total las mujeres que atendían las demandas del doctor. Dos eran digitadoras que trascribían en la computadora sus manuscritos, que eran abundantes. MAD escribía sus libros a mano.
Rosa atesora los manuscritos de su jefe. MAD ha dejado cuadernos con anotaciones diversas. En uno de ellos se lee una lista enumerada y minuciosa de las veces que fue mencionado en algún periódico o un programa de la tele: F. Vivas habla de MAD / 18 de julio del 2002; Maritza Espinoza habla de MAD / 6 de marzo del 2003. El lóbrego mamífero que parecía ser estaba al tanto del reconocimiento público; MAD sabía que era una celebridad.
Rosa no permite que veamos un cuaderno más, parece que le entra un remordimiento. “Esto lo hago por ti, para que te mantengan vivo”, dice justificándose ante su jefe ausente.
Como decía Carlos, el amigo de MAD, Rosa fue para el doctor una madre, una que le cosía camisas hechas de la tela con la que visten a los bebés, que le buscaba invitados para su programa, que daba consejos a sus enamoradas para que la relación prospere, la intermediaria de las llamadas telefónicas de sus amigos y la que le compraba sus mermeladas de fresa.
Y fue ella quien lo convirtió al catolicismo. Como sabemos, MAD era ateo, pero los días que estuvo internado en el hospital, cuando se le complicó la hernia inguinal que lo postró en cama, el dolor era tal que Rosa llevó unas monjas para que le rezaran.
Le preguntaron si era católico y, qué habrá sido, pero respondió sí lo soy. Ya ves doctor, Dios te va recibir allá, le dije, y me agarró la mano: gracias, Rosa, eres una buena mujer.
MAD murió días después.
¿Qué pasará con su casa? Rosa no lo sabe. No dejó testamento, ni herederos. Podría convertirse en un museo. Por lo pronto, Andrea, la digitadora, sigue tipeando los manuscritos de reflexiones que dejó MAD. Rosa no deja que muera esta casa.

Juana Gallegos
Diario La República

El Juancito y el tiempo.

 

Selvas Natatorios, G-196 | Selvas, Piscinas, Casas bellas


El Juancito y el tiempo.

Basado en hechos reales, pero no tanto.

 

Entré en la casa quinta de Tortuguitas y al primero que me encontré fue al Juancito de Córdoba. Compañero del Ministerio de Obras Pública y de la militancia en el sindicato, el SEP, Juancito estaba empezando a informarse mejor sobre lo que éramos y lo que hacíamos, - pero ya sobre la marcha y siendo uno de los nuestros-, y de practicar lo que todos practicábamos o sea, conspirar, estudiar, organizarnos y luchar del mejor modo posible, dentro de las limitaciones de nuestra juventud e inexperiencia, y con todas las precariedades del momento.

La semana que iríamos a pasar en la quinta ya había empezado hacía dos o tres días para Juancito, que por ser más nuevo en la organización, necesitaba de alguna aclimatación previa a la reunión ampliada de dirección nacional con la que iría a culminar el seminario. No se trataba de nada académico y sí de una especie de entrenamiento en todas las artes de la conspiración revolucionaria, que debería tener como base un análisis de la situación nacional - en épocas convulsionadísimas como las de mediados a finales de 1975-, y una definición de lo que llamábamos táctica, estrategia y programa revolucionarios. Teníamos una gran desventaja en relación a los otros agrupamientos sindicales, barriales y estudiantiles que se habían convertido en pequeños y medios partidos. Y es que, a diferencia de la mayoría de ellos, no creíamos que la situación política explosiva fuera la antesala de un momento revolucionario, y por lo tanto, tampoco nos considerábamos un partido, ni siquiera um embrión del partido que se necesitaba para una revolución. No había situación revolucionaria, de asalto al poder, y sí, nada más y nada menos que un momento prerrevolucionario de aguda crisis.

- Cómo andás Juancito?- le largué, después del abrazo y el apretón de manos.

 - Aquí ando, en esta vida quirquinchezca- me contestó; y ahí nomás adquirí para siempre ese adjetivo y sus variantes substantivas. Quirquinchezco, calidad de quirquincho, mulita, peludo, tatú carreta, armadillo. Y en la boca de Juancito, quirquinchezco significaba encierro, días y más días seguidos, como si estuviera bajo tierra, escondido y disimulando para no ser cazados.

- Pero bueno, ¿aprendiste algunas cosas nuevas, Juancito? Contame, loco-.

- Y sí, aprendí bastante,  tanto que me parece que me voy a tener que enyesar la cabeza para que no se me escape nada de lo que aprendí. El viejo Ismael sabe mucho, ¿no? pero parece medio chanta, también.

 

Y mientras Juancito me habla y cuenta sus peripecias, yo empiezo a girar alrededor de él, a verlo de todos los ángulos, y por cada veinte o treinta palabras que él me dice, yo le doy una vuelta alrededor; y cuando yo le contesto otras cincuenta o sesenta palabras - siempre fui de hablar más que los otros- doy otro giro a la vuelta de Juancito; y así nos vamos caminando hacia fuera de la casa, y en la pileta del jardín juegan como dos chicos grandes Diego y el Gordo Chupete, y se tiran agua con las mangueras; hasta que a Diego no se le ocurre nada mejor que echarle un balde con agua en la cabeza al otro, pero no se da cuenta que el balde tiene cloro, y los dos saltan de dolor para dentro de la pileta, y salen con los ojos rojos; y al final van a parar dos días dentro de una pieza sin nada de luces, con colirios cada media hora; y encima van "sancionados" -o sea, de castigo- sin derecho a voto hasta el final del seminario; y todo esto demora menos de cinco minutos para ocurrir, y yo acá me tardo unos quince, veinte minutos para relatarlo; y eso que no entré en los detalles, ¿no? como por ejemplo, el vestido floreado de Irene, y el color azul brillante de la malla de Diego, y el shorcito rojo del Gordo Chupete, todo mojado de cloro; y ni hablé siquiera del Rafita, corriendo a los gritos, desnudo y gritando: "Yo soy Rafa, mi papá no se llama Rafa, él se llama...!" y todos atrás de él, para taparle la boca para que no cuente que el Rafa en realidad es el Pelado, o Polo, o Eduardo...; y el reto histórico del viejo Ismael Viñas a Diego y el Chupete, por chiquilines irresponsables, justo él, que enseguida después del golpe iría a fugarse con miles de dólares que guardábamos para las familias de los compañeros despedidos de tantas fábricas, los clandestinos; y algunos dicen que fueron 150 mil que se afanó, y yo mismo pienso que sí, que era eso mismo, pero otros que no, que eran solo 50 mil; pero todo esto pasó en menos de diez minutos desde que llegué, y Juancito contándome de sus días quirquinchezcos en la quinta hasta el accidente del cloro en la pileta y el sermón del viejo, y Rafita corriendo y casi botoneando el nombre del compañero más buscado por el ejército desde el Plan Conintes. Es que como decía el Johnny de "El perseguidor" de Cortázar, no hay un tiempo único, hay dos, y el mío es como el de Johnny, más corto que el de los relojes. Porque vea Ud. doctor, mire cuánto tiempo me tardo ahora para escribir todo esto, ¿unos veinte minutos? pero si no pasó más de cinco en la vida real; ¿se da cuenta Ud? y encima, desde que me trajeron acá no tengo más que papel y birome para escribir, y la mano se me cansa, el clonazepán y la respiridona me dejan los músculos del brazo más flojos y lentos, y mi tiempo de escribir se multiplica. El otro día, doctor, estaba mirándome al espejo, no sé, unos quince o veinte minutos...yo y pensabe en eso del tiempo, los minutos y las horas, ¿no? Y empecé a mirarme dentro del ojo, y fui yendo para adentro, cada vez más, y ¿sabe qué vi? Vi mis neuronas, ¡Síi! Mis células nerviosas, las miré fijo y las vi apagándose, como estrellitas viejas, y vi sus bracitos nerviosos separándose, perdiendo sus sinapsis, agitaban sus manitos y lloraban algunas de ellas doctor, porque se alejaban unas de las otras. ¿Y sabe Ud. por qué ocurría eso? porque me pongo muy nervioso con eso del tempo, doctor; es el estrés, que le dicen ahora. Ya sé doctor, ya me quedo más calmo, sí, me voy a dormir, no hace falta que llame a los enfermeros, no, no necesita darme el Gardenal, ya me voy a dormir.

 

J.V. Juqueri, São Paulo. Agosto de 2029.