domingo, 23 de agosto de 2020

Accidente y venganza.

 

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El accidente y la venganza. 

Es inusual que el teléfono suene en casa a las tres de la mañana, pero como soy el Jefe de Ingeniería y Controles del Gran Consorcio, pensé que podría ser urgente. Y lo fue, como también fue muy sorprendente:

- ¡Ricardo, soy yo, Jorge, vení aquí a ayudarme, por favor, es urgente. Hubo un desastre aquí! -, era mi enemigo número uno, la persona que más odiaba, y justo él me estaba pidiendo ayuda.

- ¡Llegá pronto, por favor, los bomberos no atienden mis llamadas, ni la policía. Vení, te lo ruego! - dijo el tipito ridículo, el traidor que me había robado el amor de mi vida y que había huído con ella a Mozambique hacía tan solo cuatro años.

- ¡No te demores, Ricardo, el agua ya casi me llega a los hombros! - insistió el Judas, el payaso que había regresado de África con un absurdo acento lisboeta que no sé de dónde lo sacó: "Vieste de automóvel?", me preguntó un día, a las pocas semanas de regresar y encima en un cargo subordinado al mío en el Consorcio. "No, vine en una carabela", le respondí, con poco humor y mucho despecho.

Pero bueno, volviendo a la llamada y al accidente terrible que había ocurrido minutos antes: como vivo cerca del lugar de la obra donde había sido el derrumbe, en la Rua Amaro Cavalheiro, detrás del Sesc Pinheiros, en cinco minutos ya estaba en la calle, caminando, con mi cuerda de rescate de 12 metros que siempre llevo en el auto.

 - ¡Por favor, sacame de acá! -, dijo cuando le iluminé la cara con la linterna que, por las dudas, nunca me saco del cinturón.

- ¡No te demores, Ricardo, mirá el agua ya está llegándome al cuello! - gritó Jorge, mientras yo paseaba la luz desde el agua barrosa hasta el cogote del traidor, y desde sus ojos de miedo hasta los muros derribados por la catástrofe. Y nada de escuchar las sirenas ni de los bomberos ni de la policía.

 - ¡Por favor, te lo ruego, Ricardo!-, gritó el traidor.

 -¿Viniste en autobús o en carabela, desde Mozambique?-, le pregunté, sintiendo la sangre que ya me pulsaba en las sienes.

 - ¿Hace frío allí, amante mozambiqueño de mentiritas?

 - ¡Te lo ruego, Ricardo, soltá la cuerda, por favor! – me gritó con odio el Judas, todo empapado, aterrorizado y desesperado.

 - Sí, sí, claro- le respondí. Y se la tiré. Arrojé los 12 metros de la cuerda, completos, y lamenté el pequeño incidente con un "caramba, que lástima, voy a buscar otra cuerda y ya vuelvo".

Pero no creo que me haya escuchado.

El agua ya le había llegado a los ojos, que, abiertos de par en par, clamaban clemencia. Llegué a casa y comencé a escuchar las primeras sirenas y avisos en mi radio transmisor: accidente en la Línea 4, urgente, ¡todos listos y a sus puestos!”.

 

Fin

 

JV. Viernes 12 de enero de 2007.


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