sexta-feira, 23 de setembro de 2011

Lamarca, 40 años de su muerte.


San Pablo, Brasil, 30 de julio de 1979


Nace un mito

“—Viejo, sabés que quise ser soldado, pero te juro que me cambio de ejército si el nuestro se pasa al lado de los explotadores—, le dice el capitán brasileño Carlos Lamarca a su padre, en 1956, al volver de una misión al Canal de Suez. —Y de este modo simple, en sus charlas familiares y con algunos camaradas de armas, nació el Lamarca rebelde, cuya trayectoria para algunos fue demoníaca, para muchos heroica, y que acabó trágicamente en el interior de Bahía bajo las balas de los militares— me cuenta Carlitos Fressie, que años después tendría un fin parecido, emboscado y muerto por tropas de la dictadura militar argentina.
—Lamarca hablaba poco, no iba jamás al casino de oficiales ni comentaba sus opiniones políticas. Como campeón de tiro, y por ser un militar íntegro, era apreciado por todos sus superiores y subalternos. Era un soldado tan intachable que incluso, unos pocos días antes de su forzada deserción, su superior le mandó que instruyera a las empleadas del banco Bradesco a usar las armas — dice Carlitos Fressie. —Sí, yo vi la revista “Manchete” con las fotos a todo color en las que el capitán les muestra a las graciosas bancarias cómo protegerse de los asaltos organizados por los grupos armados, que eran cada vez más frecuentes por aquéllos días— concluye Victoriano, y los ojitos azules se le achican en una sonrisa, irónicos.

—Pero lo que por fin terminó en la deserción, convirtiéndolo en un mito de la guerrilla, ya tenía su historia previa. Como muchos militares brasileños, desde 1962 Lamarca leía la prensa clandestina del “Partidão”, el PCB, y estudiaba el marximo, seriamente persuadido de su opción por la vía armada. Y tanto lo había madurado que habló con Maria, su mujer, y la envió con los chicos fuera de Brasil para prevenirlos de las revanchas que seguramente ocurrirían— sigue Carlitos Fressie.

—La Navidad de 1968 fue la última que los Lamarca pasarían todos juntos, en familia. Unos días después, María y sus hijos viajaron hacia Cuba. El ex sargento Onofre Pinto, comandante de la VPR, lo había convencido de que existían todas las condiciones políticas y sociales, para empezar a instalar el foco rural, para lo cuál necesitaban organizar de inmediato el robo al arsenal— sigue Juancito. —Pero al salir con las armas del cuartel, Lamarca descubrió con tristeza que el territorio y las condiciones para el foco aún no estaban listas, y que la VPR en realidad estaba siendo destruída de a poco, acribillada por las balas de la represión— Carlitos aparta el mate y la pava, guarda los apuntes y se levanta.

—Hacia esa misma época, Iara también se pasó a la clandestinidad; aprendió a tirar con armas cortas y largas, hizo relevamientos de terreno y levantó datos para varias acciones armadas de propaganda revolucionaria, y también se sofocó en las largas horas de tedio que le representaban el encierro forzado de las reuniones y las esperas de la vida clandestina— agrega Juancito.

—Iara no estaba de acuerdo para nada con la acción de Quitaúna, y pensaba que era una locura mayúscula largarse a la lucha armada sin tener la más mínima infraestructura; ¿en dónde esconderse después de la operación, y cómo guardar un camión lleno de armas, por ejemplo, con las que además, no alcanzaba ni siquiera para empezar el foco? Y tenía razón porque el pequeño arsenal les había significado, como saldo inmediato, la caída de varios locales que antes habían sido bastante seguros; y en tal situación, la VPR incluso fue obligada a entregarle por un tiempo todas las armas y algunos recursos económicos a la ALN de Carlos Marighella— dice Carlitos Fressie.

—Y así, perseguido a muerte por la dictadura y sin poder abrir de inmediato el foco en el campo que se había propuesto, Lamarca tuvo que esconderse, no haciendo otra cosa que ejercitarse y estudiar, una rutina más parecida a la de un preso que a la de un jefe revolucionario. Pero en esta época tan adversa la conoció a Iara— hace cara de picardía, carraspea y se levanta a calentar la pava del mate, mi abuelo Victoriano.

—Poco después de pasarse a la clandestinidad con las armas del cuartel, Lamarca tuvo su primera acción, un temerario asalto simultáneo a dos bancos: el Itaú y el Mercantil. Él tenía que cubrir a los militantes que saldrían con el dinero. El capitán estaba parado en la esquina, tenso, a unos 25 metros, cuando vio que un policía alzaba el arma y le apuntaba a un cumpa; y Lamarca le disparó, certero— dice Victoriano —derribándolo con el impacto. Lamarca corrió hacia el centro de la calle, con la metralleta en alto, paró el tránsito disparando ráfagas al aire hasta que todos pudieron subirse al auto que los sacó del lugar— agrega Juancito. —Llegó al escondrijo deprimido, abrumado por la desgracia de la ejecución impensada, sin alternativa, que además era su primera muerte— se emociona Juancito. —Fue una tragedia, incluso en la revolución siempre hay que tratar de preservar la vida— concuerda Fuenzalida, cierra el “Primera Plana” que trae la nota del “Jornal do Brasil” de Rio de Janeiro, y se levanta.

—Luego del cruento asalto, la prensa le atribuyó todas las acciones de autoría de la guerrilla que ocurrían, y de pronto la foto de Lamarca empezó a tapar las paredes de las comisarías y las oficinas públicas— comenta Victoriano, apoyado en el marco de la ventana que da al Paseo Sobremonte, y se va poniendo el sombrero y la chalina, agarra el bastón y le da la mano a Eufemia para ayudarla a levantarse. —Se decidió entonces que, por seguridad, el capitán debería hacerse una cirugía plástica con alguno de los médicos simpatizantes de la guerrilla”.


Caminhando e cantando, e seguindo a canção/ Somos todos iguais, braços dados ou não

Nas escolas, nas ruas, campos, construções/ Caminhando e cantado, e seguindo a canção...

Vem, vamos embora que esperar não é saber/ Quem sabe faz a hora não espera acontecer...

Pelos campos há fome em grandes plantações/ Pelas ruas marchando, indecisos cordões

Ainda fazem da flor seu mais forte refrão/ E acreditam nas flores, vencendo o canhão...

Vem, vamos embora que esperar não é saber/ Quem sabe faz a hora não espera acontecer...

Pra não dizer que não falei das flores (Geraldo Vandré*)


En el Valle de Ribeira, estado de São Paulo

“—El terror de los primeros tiempos de la dictadura brasileña, distinto de lo que ocurriría doce años después en la Argentina de Videla, se apoyaba en una trabajada arquitectura legal; y es que la llamada doctrina de la seguridad nacional se pulía en los actos institucionales y en cada una de las leyes del gobierno del país tropical. Los militares y sus aliados civiles suprimieron el hábeas corpus e instalaron la tortura y la pena de muerte, y prácticamente decretaron el estado de sitio. Amparada por esta cobertura, la represión se lanzó a la caza de lo que los militares llamaban el enemigo interno— dice Juancito, cierra el ejemplar de “Cristianismo y Revolución” y lo guarda en el bolsillo del saco.

—En 1969, con la financiación dadivosa de los grandes patrones brasileños y de las multinacionales Ford y General Motors, armaron la Oban, Operación Bandeirantes, en la que trabajaban las inteligencias conjuntas de las tres armas y el DOPS, la feroz policía política, coordinando razzias, capturas seguidas de terribles interrogatorios con torturas y ejecuciones de los enemigos del régimen— agrega Fressie.

—Acorralados, los grupos armados se empantanaban en polémicas sin fin sobre táctica y estrategia, y se perdían en el dilema de replegarse para salvar algo de lo mucho que habían perdido, o contraatacar. Los militantes sabían que les esperaba la certeza de la derrota y la muerte, pero no querían dejar la lucha. Por otro lado, cada encuentro de la izquierda generaba una nueva fracción, que se uniría por un tiempo a la escisión de otro grupo hasta que –como en la fisión del átomo– una nueva fractura política o ideológica volviera a expulsar a otras nuevas partes, cada vez más débiles y más desencontradas, cada día menores, más frágiles y vulnerables al castigo feroz del régimen, y más impotentes para cumplir un mínimo de los objetivos revolucionarios que se habían propuesto— gesticula y se exalta Juancito.

—Lamarca, que no participó en el congreso de la nueva VPR, seguía con su meta de crear un foco rural. Nombró a Iara como su representante, salió del encierro clandestino en São Paulo, y se fue al Valle de Ribeira, al sur del estado, a armar un centro de formación de sus cuadros político-militares— completa Carlitos. —A inicios del 70, Iara entró al campo militar de entrenamiento que Lamarca comandaba con mano de hierro: prácticas intensas, lectura de textos y balance de las acciones en largas noches a la intemperie, descansando en un círculo de hamacas paraguayas y comidos por los mosquitos, que los dejaban a todos con fiebre. La comida de arroz y porotos era cocida al alba, cuando el humo del fogón podía mezclarse con la bruma y no delatarlos— agrega Carlitos Fressie.

—Iara, con los pies lesionados por las durezas de la marcha, tropezaba y se caía a cada rato. Lamarca no marchaba a su lado pero la cuidaba desde lejos— comenta Juancito. —Es que, aunque nunca se quejaba y batallaba por estar a la altura de su compañero, Iara sentía el rechazo del grupo, que la culpaba de atrasar las marchas con sus demoras, debilidades y errores, arruinando así todo el trabajo. Después de días de enormes angustias, Iara halló un momento para contarle a Lamarca sobre sus recientes náuseas y mareos, y uno de los guerrilleros, que era estudiante de medicina, le diagnosticó el embarazo— dice Fressie. —Iara salió enseguida del campamento, con lo que su experiencia guerrillera rural había durado menos de dos meses—.

—Por su parte, el alto comando de la Oban que reunía la represión, hacía el análisis preciso de las sucesivas caídas, hasta saber exactamente la ubicación de la base de Ribeira; el ejército mandó entonces una tropa de 1.500 soldados para aniquilar el foco guerrillero— agrega Juancito. —Ante tal cuadro de situación, Lamarca desarmó el campo y dejó tan sólo nueve hombres en el valle—completa Carlos Fressie, que no comenta nada, pero compara los datos del foco brasileño con los de la Compañía del Monte del ERP, creada en el norte argentino cuatro o cinco años más tarde.

—Después de penosos 45 días de marcha, cruzando valles, vadeando ríos y atravesando pantanos, debajo de bombardeos constantes y del asedio de la metralla de los helicópteros, Lamarca y sus hombres lograron por fin romper el cerco. Al enfrentar una patrulla, capturaron un camión militar y lograron tomar incluso algunos prisioneros— dice el Indio.

—Con los uniformes de los soldados, la guerilla pudo burlar todos los controles del ejército que los había cercado— agrega Carlitos Fressie. Otra leyenda era servida en bandeja a la izquierda, reforzándole a Lamarca las tesis del foquismo: —“Un puñado de hombres mal armados y hambrientos, pero firmemente resueltos a darle combate a la dictadura asesina, contragolpea y retrocede, escapándosele entre las garras a un ejército reaccionario, armado para la guerra pero sin moral ni razón”— me duermo, y sueño que le lee Robi Santucho a Henríquez, jefe del MIR chileno, lo que acaba de ver en el informe que le llegó por medio de un emisario desde São Paulo.

—“La guerrilla es completamente viable”, declaró Lamarca en un reportaje clandestino, después de las acciones de Ribeira—cuenta Juancito, sin ocultar su simpatía por Lamarca. —Pero la dura realidad ponía en tela de juicio la tesis. El “milagro económico” de la dictadura, y la embriaguez por el triunfo del seleccionado verde-amarillo en la Copa de 1970 bajaron a cero el impacto de la represión sobre el ciudadano común— lee Fuenzalida en el “O Cruzeiro”. —Las campañas oficiales amenazaban e intimidaban, pero al hombre del pueblo le inyectaban un triunfalismo nacionalista; el slogan “Brasil, conte comigo” y “Brasil, ame-o ou deixe-o”, hallaban eco en la clase media y en grandes sectores populares— analiza Fressie, y el Chacho Rubio está completamente de acuerdo.

—La situación empeoraba y algunos comaradas ensayaron sacarlo a Lamarca del país— cuenta Carlitos —y llevárselo a Cuba. Pero él se negó rotundamente, diciendo que el exilio es el camposanto de la ideología, y que ni se soñaba en el exterior, esperando una amnistía que lo dejara volver— coincide Juan con el brasileño, y se acuerda que mientras estaba preso, poco después del golpe, le contaron que Santucho también planeaba irse a Cuba, pero se quedó unos días para reunirse con su organización y con los Montos, y allí fue que el ejército lo encontró y lo mató. —La caída de un compañero lo obligó a Lamarca a salir con urgencia del lugar en el que se escondía. Desamparado, deambuló sin rumbo durante toda la noche hasta que reconoció, por acaso, la casa en la que se refugiaba Iara. Este hecho mostraba la extrema debilidad del grupo— dice Juancito.

—¿Cómo podía ser que el jefe de la VPR que canjeaba embajadores por combatientes presos, el más buscado de Brasil, pasara la noche en la calle?— le pregunta Carlitos al Pelado Rafa, siempre preocupados con la seguridad de sus cumpas, y acordándose de la larga noche que había pasado Javier, paseándose en ómnibus por media Buenos Aires, de norte a sur, ida y vuelta, sin un lugar seguro dónde dormir, cuando pensaron que los milicos lo habían secuestrado a Israel Vilhas.

—Iara también resolvió permanecer en Brasil con Lamarca, aunque más no fuera para encarar juntos la muerte. En marzo de 1971 los dos se retiraron de la VPR y se incorporaron al MR-8. Querían volver al campo, a tratar de rehacer el foco rural— le brillan los ojos de emoción, se exalta y levanta la voz, Juancito. —En junio, Lamarca se instaló en Buriti Cristalino, un lugar perdido del sertão bahiano, y Iara viajó hacia Salvador.”

El cerco final y las muertes simultáneas del héroe, el amante, y del demonio.

“—Solange Lourenço Gomes casi los mata del susto a los pocos y pacatos agentes de policía, cuando irrumpió de golpe en una comisaría de Salvador, Bahia, a los gritos de “¡soy una subversiva!”— cuenta Fuenzalida. —Lloraba, temblando de miedo, con los nervios destrozados y la mirada perdida. Balbuceaba e insistía en autoincriminarse y los policías, más que perplejos, la interrogaron hasta ver con euforia que la mujer no les mentía. Solange formaba parte de la conducción del MR-8 de Salvador y habló hasta por los codos— dice Fressie. —En pocas horas la represión tuvo un organigrama completo y preciso de la fuerza guerrillera en Bahia. Ella también delató al marido y presenció su interrogatorio y los crueles tormentos a que lo sometieron durante horas seguidas— completa Carlitos.

—Ese mismo agosto, los militantes Zé Carlos y César Benjamin del MR-8, se encontraron en un local del centro de Salvador. Zé iba y venía desde la zona rural de Buriti Cristalino, con las cartas de Lamarca. Por su parte, César era responsable de ubicar a Iara en un lugar seguro y de entregarle el correo— dice Fuenzalida. —Emboscados en medio de la calle, Zé Carlos fue preso; César logró escaparse y romper el cerco pero huyó largando en el auto algo que resultó valiosísimo para la Operación Bandeirantes: las cartas de Lamarca, redactadas en la forma de un detallado diario personal— cierra la “Primera Plana” y se levanta, pensativo, Carlitos Fressie.

—Iara, aterrada con la noticia, se fue a vivir con un matrimonio de militantes. Pero la casa ya estaba siendo vigilada porque, aunque los servicios de inteligencia todavía ignoraban su presencia en la ciudad, los nombres de la pareja habían sido delatados entre muchos otros por Solange— agrega Juancito.

—En la madrugada del 20 de agosto, el tableteo luctuoso y ensordecedor de la metralla y el olor acre de las bombas lacrimógenas despertaron a los asustados habitantes de Pituba, uno de los barrios ricos de Salvador. El coronel Carvalho dirigía el operativo de cerco y asalto a la vivienda. “¡Uds, los del 201, entréguense!” gritó, con el megáfono en una mano y el fusil FAL en la otra— se pone los anteojos de ver de cerca, tose, abre la revista “Panorama” y lee, Victoriano.

—Los policías detuvieron a dos militantes que vivían con Iara y entraron al departamentito, que ya estaba vacío. Es que, llegando hasta los fondos, Iara había logrado saltar, arrastrándose hasta alcanzar una casa vecina. Acurrucada en la pieza de servicio, con un revólver 38 sobre las piernas, Iara esperaba su destino fatal— cuenta mi abuelo. —Después de armada la ratonera en el 201, la policía dejó salir a los vecinos. Y fue entonces cuando a un chico se le ocurrió pedirles permiso a los milicos para subir a traer unos cuadernos que se había olvidado. Cuando entró a su dormitorio vio a una joven que le rogaba desesperada que hiciera silencio— dice mi abuelo.

—Asustado, el muchachito retrocedió, y cerró la puerta con llave por el lado de afuera. Lo último que escuchó al salir fue el inútil forcejeo de la mujer tratando de abrir la puerta que acababa de convertirse en su tumba— deja la revista “O Cruzeiro”, dobla la “Primera Plana”, la guarda en el bolsillo del gamulán y se prepara para salir, cansado, deprimido y abrumado por los malos presentimientos, Carlitos Fressie.

—Lo que pasó después, aún hoy es bastante dudoso. El parte oficial dice que Iara, acorralada, se pegó un tiro en el pecho, y que la cargaron con vida en el camión de un vecino de Pituba. Pero lo que sí es confirmado es que murió camino al hospital— dice mi abuelo.

—Mientras, con el valioso diario del capitán en manos, y las indagaciones detalladas que iban arrancándole a Zé Carlos, los militares fueron mapeando la zona y cerrándole el cerco a los pocos y miserables remanentes de la guerrilla de Lamarca. Destrozado por la tortura, Zé Carlos los oyó disponer el operativo; querían cazarlo al capitán antes del 25 de agosto, que en Brasil es el Día del Soldado, y poder exhibir su cadaver en el Regimiento de Quitaúna, el mismo del asalto— me mira muy serio, prende un fósforo para encender el chala y completa, Victoriano.

—En la madrugada del día 28, unos cuarenta hombres con metralletas y otras armas largas convirtieron el pueblito de Buriti Cristalino en un infierno de sangre, fuego y horror: torturaron a los campesinos, les dispararon a sus pobres y flacos animales, y destruyeron sus viviendas— se indigna y se exalta Juancito.

—Impávido, Olderico Barreto oyó la orden que le daban los milicos de salir del caserío. Disparó tres tiros inútiles con su arma corta, de tal modo que los estampidos pudieran advertirlos a su hermano Zequinha y a Lamarca, que estaban en el campamento. Y así fue que el jefe guerrillero logró escaparse y huir caminando durante una noche entera, guiado por el baqueano Zequinha— completa Fressie, que volvió al sanatorio con un paquete de media lunas y chipacas.

—Diez días de penosas marchas y llegaron a la casa del primo de Zequinha que, ardiloso, se propuso esconderlos, y en seguida salió corriendo a delatarlos y a ganarse la recompensa ofrecida al que entregara a los peligrosos guerrilleros. Una chica, que oyó la denuncia, les dio el aviso de alarma a Lamarca y a su compañero, que otra vez caminaron días y noches hasta desembocar en la aridez de la caatinga— cuenta Carlitos Fressie, y agrega que en el desierto abierto y sol a plomo, de suelo espinoso y raso, Lamarca ya estaba agotado por completo, y que no podía sostenerse más en pie.

—Unos caipiras los vieron avanzar, casi arrastrándose, como dos fantasmas; cuentan que Zequinha cargaba sobre la espalda al derrotado jefe, flaco y barbudo; Lamarca le ordenaba que lo dejara y tratara de salvarse, pero Zeca se negaba, contestando que el buen amigo en la vida, también lo es en la muerte— dice, emocionado, levantando la voz y llenándoseles los ojos de compasión, Juan.

—El 17 de setiembre Lamarca y Zeca lograron llegar a un pueblito sin nombre en el mapa del sertão; y alguien sospechó de inmediato de los dos hombres exhaustos, tirados debajo un árbol— dice Victoriano.

Siento que me sube la fiebre y sueño otra vez. Sueño o deliro en portugués: —Lamarca soube da morte da Iara dias depois. Parece que perdeu toda a vontade de seguir na luta. Ya había caminado en una fuga penosa de casi 300 kilómetros por el sertão bahiano, al lado del compañero José Barreto, “Zequinha”. El 17 de septiembre lo halló una patrulla capitaneada por el mayor Nilton Cerqueira—  lee Gabriel.

—Y en un minuto se puso en marcha la consabida cadena de chismes y denuncias en la que cada vecino va agregando lo suyo, buscando su pedazo de fama instantánea, y de protagonismo en la delación fatal y la entrega del milico que se había vuelto guerrillero, del demonio que ya estaba volviéndose un héroe legendario— agrega en voz baja y triste, se va a calentar la pava, y se seca la humedad de los ojos, Juan.
—“¡Capitán, ya están acá!” gritó Zequinha sin rabia ni miedo, cuando vio la patrulla. Lamarca quiso levantarse y agarrar el 38 largo. Pero la metralla lo abatió sin piedad. Tres tiros en el pecho lo remataron, y un último, a quemarropa, en el corazón. Zequinha corrió, los insultó, se defendió sin armas, tirándoles piedras, puteándolos a los milicos y a sus putas madres, y por fin murió acribillado, gritando un debil y sentido: “¡Abajo la dictadura, carajo!”— dice por fin Juancito, en voz alta, y ya casi en lágrimas.

La fiebre no baja, y entre sueños escucho más voces en portugués; es mi mujer otra vez, contándole a los chicos: —O capitão da guerrilha estava triste e doente. Foi achado dormindo debaixo de uma árvore. Zequinha quiso reaccionar y murió en la tentativa. Lamarca quedó en el piso— dice. —El mayor y Lamarca tuveron un diálogo rápido. Cerqueira le preguntó el nombre: “Capitão Carlos Lamarca!”, se identificó. Enseguida le preguntó dónde estaban su mujer e hijos: “En Cuba”, contestó. Y la última pregunta: “Você sabe que é um traidor da pátria e do exército brasileiro?”— cuenta Hernando. Y agrega: —Lamarca no respondió, según Cerqueira. Pero de acuerdo con un militar que vio de cerca lo ocurrido, Lamarca levantó los hombros, en un gesto de decir “¿qué me importa?”, y se alzó dándole la espalda a la patrulla. Morreu fuzilado no chão, aos 33 anos pelas balas atiradas pelo major Cerqueira— escucho que lee mi hijo Gabriel, siempre hablando en portugués.
—Llevaron sus cadáveres hasta el pueblo de Brotas de Macaúbas, arrastrándolos por las calles miserables durante horas; y por fin los expusieron de modo macabro, en el medio de una canchita de fútbol. La chusma soldadesca se divertía pateándolos, linchándolos después de muertos, y a cada tanto se detenían, borrachos, para disparar al aire y volver con más rabia y más ganas al juego siniestro— termina Carlitos y se levanta para irse, sin poder esconder su malestar por lo premonitorio del texto”.

Leia mais em: "Crônicas de Utopias e de Amores, de Demônios e Heróis da Pátria) JV. 2006.

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