sexta-feira, 20 de novembro de 2020

Século XIX. O liberalismo na Espanha.

 Ao longo do curso El Espejo Enterrado tenho insistido muito em dizer que a decadência da Espanha começou logo depois da morte dos Reis Católicos Isabel e Fernando e culminou em 1898, com a derrota ante os EUA e as perdas de Cuba, Puerto Rico e Filipinas.

Mas acho que deixei sem detalhar melhor o reinado de Isabel II, que foi uma tentativa mais séria, mesmo que contraditória, de tirar a Espanha do atraso e levá-la ao capitalismo moderno em crescimento no resto da Europa e nos Estados Unidos. JV.


Los inicios del liberalismo español

Fueron muchos los ilustrados que no secundaron la campaña reaccionaria desplegada con motivo de la Guerra de la Convención (o Guerra del Rosellón, también llamada Guerra de los Pirineos), fue un conflicto entre la monarquía de Carlos IV de España y la Primera República Francesa entre 1793 y 1795 (durante la Convención Nacional francesa), dentro del conflicto que enfrentó a Francia con la Primera Coalición contrarrevolucionaria. Hubo incluso un sector al que los sucesos revolucionarios franceses los llevaron a superar los postulados moderados de la Ilustración, y al nacimiento de un movimiento claramente liberal. Juan Pablo Forner, escritor ilustrado español, en una carta le contaba a un amigo de Sevilla el ambiente que se vivía en Madrid:

                "En el café no se oye más que batallas, revolución, Convención, representación nacional, libertad, igualdad; hasta las putas te preguntan por Robespierre y Barrére, y es preciso llevar una buena dosis de patrañas gacetales para complacer a la moza que se corteja".

En los años 90 del siglo XVIII también hubo una importante agitación liberal con el crecimiento de pasquines sediciosos, ostentación de símbolos revolucionarios, circulación de panfletos subversivos, impulsada desde Bayona por los ilustrados españoles exiliados que apoyaban los principios de la Revolución Francesa. El más destacado de este grupo era José Marchena, editor de la Gaceta de la Libertad y de la Igualdad, escrita en español y en francés, cuya finalidad era "preparar los espíritus españoles para la libertad". José Marchena fue redactor de la proclama A la Nación española, publicada en Bayona en 1792 con 5.000 ejemplares, en la que pedía la supresión de la Inquisición, el restablecimiento de las Cortes estamentales o la limitación de los privilegios del clero —un programa bastante moderado, ya que Marchena era cercano a los girondinos franceses—. Con Marchena  estaban Miguel Rubín de Celis, José Manuel Hevia y Vicente María Santibáñez, tal vez el más radical, cercano a los jacobinos, que defendía la formación de Cortes que representaran a la "nación".

En el interior de España también hubo agitación liberal, cuya acción de más impacto fue la "conspiración de San Blas", descubierta el 3 de febrero de 1795, día de San Blas. El líder era el ilustrado mallorquín Juan Picornell, preocupado hasta entonces solo en la pedagogía y la educación pública, y los conspiradores querían dar un golpe de estado apoyado por las clases populares madrileñas para "salvar a la Patria de la entera ruina que la amenaza". Si golpe triunfase, formarían una Junta de gobierno provisional representando al pueblo, que iba a elaborar una Constitución y llamar a elecciones. No estava claro si los conjurados querían una Monarquía constitucional o la República, aunque sí sabían que la divisa del nuevo régimen sería libertad, igualdad y abundancia. Picornell y otros tres  fueron condenados a la horca, pero la pena fue conmutada por cadena perpetua en la prisión de La Guaira en Venezuela, pero escaparon de allí en junio de 1797, colaborando desde entonces con los criollos en la independencia de las colonias españolas de América. 

El liberalismo contaba con algunos pensadores austracistas e ilustrados que antes de la Revolución Francesa defendían el parlamentarismo británico frente a las Monarquías absolutas europeas y que habían asimilado los postulados de la revolución norteamericana que dio nacimiento a los Estados Unidos. Juan Amor de Soria, del "austracismo persistente", José Agustín de la Rentería, Valentín de Foronda y León de Arroyal, son los fundadores de, liberalismo español. Así se expresaba León de Arroyal:

            "El poder absoluto del rey no hay quien pueda templarle, y no siempre nos podemos prometer que sean de una absoluta sabiduría muchas veces los efectos de su abuso [...] nuestro mal será incurable en tanto que subsistan las barreras que en el día tienen el Rey como separado de su reino; pues mientras no oiga al vasallo que lo necesita, es tanto como si estuviese en el Japón o California.

            "La suprema autoridad está repartida en multitud de consejos, juntas y tribunales, que todos obran sin noticia unos de otros; y así lo que uno manda, otro la desmanda, y todo en nombre del rey, por lo cual, decía un amigo mío que la potestad regia estaba descuartizada como los ajusticiados. Yo comparo nuestra monarquía, en el estado presente, a una casa vieja sostenida a fuerza de remiendos, que los mismos materiales que pretende componer un lado, derriban el otro, y sólo se puede enmendar echándola a tierra y reedificándola de nuevo".


El liberalismo lucha contra el antiguo régimen.

España, 1833 a 1868:

El reinado de Isabel II es el período de la historia contemporánea de España entre la muerte de Fernando VII en 1833 y el triunfo de la Revolución de 1868, que obligó a la reina a marcharse al exilio. 

Su reinado está dividido en dos grandes épocas: la minoría de edad (1833-1843) durante la que fueron regentes, primero, su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y, después, el general Baldomero Espartero. El reinado efectivo empieza con la declaración de las Cortes en 1843 de su mayoría de edad adelantada con solo trece años. A lo largo de su reinado ocurrió la configuración del Estado liberal en España.

Al morir Fernando VII en septiembre de 1833, su esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias asumió la regencia con apoyo de los liberales, en nombre de su hija, la futura reina, Isabel II. El conflicto con su cuñado, Carlos María Isidro de Borbón, que aspiraba al trono,  produjo la Primera Guerra Carlista.

El reinado de Isabel II fue un intento modernizador contenido por las tensiones internas de los liberales, la presión que ejercían los partidarios del absolutismo, los militares, el fracaso ante los problemas económicos y la decadencia de la Unión Liberal que permitió vivir el Sexenio Democrático. También pesó en su reinado la personalidad de la reina Isabel, sin dotes para gobernar y presionada por la Corte, por su propia madre, y por los generales Narváez, Espartero y O'Donnell, lo que impidió que se consolidase el paso del Antiguo Régimen al Estado Liberal, por lo que España llegó al último tercio del siglo XIX en condiciones muy desfavorables respecto a otras potencias europeas.

Durante el reinado de Isabel II se establece el Estado Liberal en España, en parte por un contexto internacional favorable después de la ruptura del orden impuesto por la Restauración absolutista (a la caída de Napoleón) con las oleadas revolucionarias de 1830 y 1848, que llevan al triunfo del liberalismo en Europa. Sin embargo, el nuevo Estado fracasa por la exclusión de la mayor parte de la población de la vida política, el fracaso de la Revolución Industrial y el fortalecimiento de las tendencias democráticas, lo que explica el intento democratizador del Sexenio Revolucionario de 1868 a 1874.

El siglo XIX en España debe verse como un período de transición entre el Antiguo Régimen y el mundo capitalista y liberal en el que vivimos hoy en día. Las principales características del Antiguo Régimen llamado a desaparecer durante el siglo XIX son tres:

­* En lo político predomina la Monarquía Absoluta: el Rey es la única fuente del poder y del derecho. Aunque el monarca concentre todo el poder, normalmente delega el ejercicio del mismo en otros organismos o personas.

­ * En lo social, la división entre nobles, clérigos y pueblo, separados no en función de su riqueza y propiedad de los medios de producción (como en la sociedad de clases), sino por el goce de diferentes derechos, que los nobles adquieren por nacimiento. Los privilegiados, nobles y clero, pagaban menos impuestos, y podían juzgar a los que vivían en sus señoríos y ser juzgados por tribunales propios

­ * La economía giraba en torno a la agricultura, sin regirse por el libre juego de las fuerzas del mercado, como en el capitalismo. Las tierras de nobles y clérigos no se podían comprar ni vender, ya que ambos estamentos estaban protegidos contra los riesgos de una mala gestión económica por dos privilegios particulares: el de mayorazgo -propio de la nobleza- y el de "manos muertas" -propio del clero-. El clero además se apropiaba de un 10% de las cosechas por medio del "diezmo". También la nobleza cobraba algunos impuestos. El comercio por lo general estaba sometido a severas restricciones y al pago de tarifas e impuestos muy elevados por las aduanas interiores.

Todo esto era mul perjudicial para los intereses de los burgueses comerciantes, que veían muy disminuido su derecho de acumular capital.

­ * En el plano cultural se ensalzaba la tradición y los valores religiosos. Como la naturaleza humana es inmutable, para los conservadores absolutistas, el pasado es el patrón de todas las cosas.

El Antiguo Régimen se definía por el privilegio, el prestigio y el honor pesando más que la posesión de las riquezas y el  dinero.

Frente al Antiguo Régimen, el liberalismo presenta un modelo alternativo y totalmente opuesto:

­ * En lo político, el liberalismo niega que la soberanía nazca de la voluntad divina, sino de los derechos naturales e innatos del hombre: la libertad, la igualdad y la propiedad. La libertad de pensamiento, de expresión y de culto, el derecho a oír los cargos y de alegar ante un juez antes de ir a prisión, la oportunidad de mejora y de movilidad social son derechos del hombre que las leyes deben reconocer. La falta de libertad o el privilegio son situaciones "antinaturales". El mejor modo de garantizar esos derechos y de evitar abusos por parte de los que mandan es el sistema político representativo parlamentario, basado en la división de poderes -ejecutivo, legislativo, judicial-, y que deben aprobar la mayor parte de los gobernados. Las condiciones de ese "contrato" entre individuos se plasma en una "constitución" política, un acuerdo solemne y casi siempre escrito, y que ninguna de las partes -gobernantes y gobernados- pueden alenterar sin el consentimiento del otro. El régimen político resultante de ese pacto puede ser una República o una Monarquía Constitucional, -en la que el Rey está sometido a la voluntad de la nación-. 

En el Antiguo Régimen la fuente del poder venía "de arriba", de Dios o el Rey. En el liberalismo procede "de abajo".

­* En lo social, el liberalismo defiende la "igualdad ante la ley". Las leyes son iguales para todos, nazcan donde nazcan. La sociedad liberal abierta: los individuos pueden ascender o descender en la escala social por méritos o deméritos propios. No como en el Antiguo Régimen, por  pertenecer a un estamento u otro. La sociedad estamental es sustituida por la sociedad de clases, en la que el criterio distintivo es la propiedad de los medios de producción y, aunque no sea exclusivo, también por la posesión de dinero. Tal es el sentido de la llamada "igualdad de oportunidades": en ausencia de privilegios derivados del nacimiento, el Estado no puede poner trabas a ningún individuo para que se enriquezca en el ejercicio de su libertad. La igualdad liberal debe considerarse como igualdad ante la ley y como igualdad de oportunidades, pero no de riquezas. La naturaleza no ha repartido equitativamente la razón y la voluntad entre los hombres, de modo que unos estarán más capacitados que otros para enriquecerse y lograr la ansiada felicidad.

­ En lo económico se proclama el derecho de todos los hombres a ser propietarios y acumular riquezas, sin que el Estado interfiera en los legítimos apetitos individuales. La propiedad es para los liberales un derecho fundamental en tanto que sería el fruto del trabajo con el que se había añadido valor a las cosas naturales. En una sociedad sin privilegios, formada por productores honrados y trabajadores, la propiedad era para Locke un signo de igualdad: en teoría, todos pueden aspirar a ser propietarios. Además, y en oposición al Antiguo Régimen, en la sociedad liberal se glorifica la libertad de comercio y la formación de un único mercado nacional; las trabas a la libre circulación de bienes y servicios entre particulares son un mal absoluto. 

En paralelo con la difusión de las ideas liberales se consolidan el despertar de la economía capitalista y el despegue de la industrialización, que cambiarán por completo los sistemas de producción y asignación de recursos.

­ En el plano intelectual, la Ilustración caracteriza al individuo como principio básico de toda sociedad. Se ensalza la razón como la fuerza con la que puede contar este hombre nuevo, liberado de los prejuicios religiosos y de la cadena del pasado. Ya no se acepta inexorablemente el destino. Para los liberales la virtud y la felicidad es el objetivo último de la existencia humana, el hombre libre es aquel dotado de la fuerza necesaria como para cambiar el curso de la Historia. 

El ritmo de esa transición no es igual ni en todos los sitios, ni en todos los lugares. Se puede hablar de una mezcla de elementos antiguos derivados de un Antiguo Régimen que se resiste a morir, y de otros innovadores y modernos que conducirán al siglo XX.

España no es la excepción: la del Antiguo Régimen, como el resto de la sociedades europeas, se caracterizaba por el privilegio. Aun así, la de 1800 no era una sociedad "fosilizada" de nobles y campesinos. Varios factores habían debilitado la sociedad tradicional a lo largo del siglo XVIII. La difusión de las ideas ilustradas, a pesar de la censura y del control de la Iglesia sobre las lecturas de los españoles a través de la Inquisición, propugnaban un nuevo tipo de propiedad libre, en la que el interés individual fuera el motor de la producción.

No eran menores los cambios en lo económico y social: entre otros, el aumento de la población española, que pasa de 7,5 millones en 1717 a 10,5 en 1797. El aumento del comercio, sobre todo con América, la expansión agrícola o el aumento de precios de la 2º mitad del siglo XVIII, que en conjunto proporcionaron mayores rentas y beneficios a los sectores más dinámicos y al desarrollo de una burocracia al servicio de la Monarquía. 

Estos cambios eran "bombas de tiempo" que necesariamente iban a desvirtuar el orden tradicional absolutista, y así ocurrió: bajo la capa aparentemente inmóvil del Antiguo Régimen nacieron nuevas elites enriquecidas, que no gozaban de los privilegios que la nobleza y el clero. Estos nuevos ricos burgueses pagaban más impuestos que los privilegiados y no podían invertir su capital comercial en la compra de tierras, impedidos de tener la propiedad de la tierra y de bienes inmobiliarios en general, pués las mejores propiedades pertenecían a la nobleza y al clero, que permanecían fuera del mercado por privilegios especiales de mayorazgos o "tierras muertas". Según algunos cálculos, 2/3 partes de las tierras de cultivo española estaban en esta situación, sin ser compradas ni vendidas. Hacia 1760, en España como en Europa, la inversión rentable de capital comercial era muy difícil. La crisis ocurría porque las estructuras tradicionales ya no podían contener e integrar lo que la propia evolución económica, social e ideológica había creado. 

En el caso español, además, a finales del siglo XVIII la Monarquía absoluta se embarcó en empresas militares muy costosas, y superiores al nivel de ingresos, creando un problema de falta de liquidez que en poco tiempo acabaría con ella. 

Como si esto fuera poco, las dificultades en el comercio con América, ya muy evidentes en 1800, redujeron los ingresos fiscales de la Monarquía en casi un 15%. En este contexto se fue gestando la convergencia de intereses de las burguesías mercantiles y agrarias con los grandes propietarios, algunos de ellos nobles. Todos ellos, entusiasmados con las ideas ilustradas (muy conocidas en España a pesar de la Inquisición), pedían la eliminación de trabas jurídicas que pesaban sobre la propiedad, una reforma institucional que estructurase un mercado nacional, y una política fiscal y económica que beneficiara a los propietarios. 

La caída del Antiguo Régimen será fruto del crecimiento económico e intelectual que venía mostrando la sociedad española, y no de su estancamiento. Si la sociedad y la economía de un país son más dinámicas que sus estructuras políticas, es muy probable que haya una revolución. Sólo faltaba encontrar el momento, y ese momento llegó a comienzos del XIX: la conjunción entre la crisis financiera de la Monarquía, arruinada como se dicho tras muchos y fracasadas aventuras militares, las dificultades del comercio con las colonias americanas, las malas cosechas, y la ruina de la Monarquía que culminó con la invasión napoleónica de 1808, facilitó el primer triunfo de las ideas liberales: tanto el rey Carlos IV como su heredero Fernando VII renunciaron a sus derechos sobre el trono español forzados por Napoleón, pero estas renuncias no fueron aceptadas por la mayoría de los españoles, que las consideraron ilegales. Los liberales se hicieron fuertes en Cádiz, ciudad que jamás pudieron conquistar los invasores franceses. Y los rebeldes no eran solo burgueses o comerciantes ricos, sino también funcionarios, clérigos, intelectuales, en los que había prendido con fuerza el ideal ilustrado. 

De todos ellos nació la Pepa, Constitución liberal de Cádiz en 1812. 

¡Viva la Pepa! es el grito con el que desde el 19 de marzo de 1812 (fiesta de San José) proclamaban los liberales españoles su adhesión a la Constitución de Cádiz, promulgada ese día, por lo que es denominada popularmente la Pepa, porque a los llamados José se les dice Pepe.

Nenhum comentário:

Postar um comentário