terça-feira, 24 de novembro de 2020

Sueños artísticos extrañamente conectados

 


Sueños artísticos extrañamente conectados

Soñé la noche entera. Me cansé de hablar de pintura, de dibujos, pinceles y espátulas, de oleos y trementina. Hablamos de arte y de literatura, de Kandinsky y de Roberto Arlt, de Klimt y Horacio Quiroga. Y soñé que te tocaba distraídamente el ombligo mientras pensábamos en colores y formas, luces y sombras, matices y degradés, que íbamos dibujando graciosamente en el aire con los dedos.
 
Hablábamos de geometría, preguntándonos si las líneas rectas serían más sensuales que las curvas, o si las curvas lograrían ser más racionales que los ángulos rectos o los agudos. 
Soñé que me convencías que no era ni lo uno ni lo otro, sino lo contrario de todo eso: que las diagonales, cuando son muy coloridas, o las curvas suaves y contrastantes - me decías en el sueño -, pueden ser más insinuantes que cerebrales, y a la vez, más racionales que sugestivas. 

¿Pintura acrílica u oleo? ¿Acuarelas o aguafuertes?, te preguntaba. Nada, nada, cualquier técnica o material, apenas círculos suaves alrededor de tu ombligo, te contestaba yo mismo, buscando la centralización de la racionalidad y jugando con una radiación suave de la sensualidad de colores, formas y texturas. 

También hablamos en sueños - imágenes oníricas extrañamente conectadas -, de los vientos calientes y húmedos que vienen del Infierno Verde y nos reímos al acordarnos de Quinquela Martín, cuando decía que  “La Boca es un invento mío”, y solo nos pusimos un poco más serios con Ernesto Sábato, escritor y también pintor, cuando recordamos que solía decir que, de verdad, "no hay desnudez más auténtica y terrible que la expresión artística".

Y soñamos juntos que veíamos a Hermann Hesse, conocido por su novela El lobo estepario, y que empezó a pintar después del trauma que vivió en la 1ª Guerra Mundial y con el fin de su matrimonio.  Autodidacta, pintó bellos paisajes de ricos colores y sombras tenues.  

Soñábamos que hablábamos también largamente con el autor de Marinero en tierra, Rafael Alberti, otro poeta que le dio a la pintura tanta importancia como a las letras en su enorme creatividad. Miramos cada uno de sus cuadros y entonces entrecruzamos pensamientos irónicos, y nos reímos tanto al comentar que Alberti pintaba parecido a Joan Miró, que nos despertamos, asustados con nuestras propias carcajadas. 

Entonces nos fuimos, despiertos y avergonzados, cada uno hacia su propia casa, sin atrevernos a levantar la vista, de puro miedo que teníamos de confirmar todo lo que habíamos soñado.

JV. Catamarca, agosto de 1999.

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