terça-feira, 17 de novembro de 2020

Margarita y el Ekeko.

 



Margarita y el Ekeko.

– Buenos días, señora. Vengo de parte de doña Inés Herrera. Soy Margarita Gutiérrez, y me recomendaron para trabajar de muchacha.

– Ah, sí, buen día, pase, por favor.

Y así empezó la vida de Margarita en la calle Bedoya 868, Alta Córdoba, donde trabajó más de 29 años, hasta que ocurrió algo que podría llamarse extraño, pero que luego fue definiéndose como simplemente maravilloso, o fantástico.

La máquina de escribir de don Víctor era medio antigua; una Underwood a la que de vez en cuando le fallaban las teclas, y el Negro tuvo la idea de regalarle una eléctrica semi nueva. Una máquina de escribir fantástica, con una agilidad de cambio de renglón asombrosa, que se debía a un poderoso resorte que hacía que el rodillo donde se prendía y giraba el papel mientras iba siendo escrito, fuera rápidamente de la izquierda a la derecha, dejando el margen izquierdo de la hoja listo para empezar una nueva línea.

Esa era la gran ventaja de la Olivetti eléctrica sobre las antiguas máquinas de dactilografía mecánicas, pero fue la desgracia del Ekeko de la familia. Para quién no lo sabe, el Ekeko es una especie de estatua, un muñeco según otros, que es el símbolo de la prosperidad, tiene origen antiguo y posee comprobados poderes. Según cuenta la tradición, es muy celoso, y si llega a caer en manos de una mujer, ya no se separa más de ella. Se viste con el atuendo típico de la región -un sombrero, un chullo, bufanda y poncho –, y siempre va cargado con todo tipo de cachivaches en miniaturas: casas, billetes de dólar, electrodomésticos, televisores, autos y alimentos.

La cosa es que esta estatuita estaba siempre ubicada a la derecha de la máquina de escribir de don Víctor, y cuando la vieja Underwood mecánica fue cambiada por la flamante Olivetti eléctrica, nadie se acordó de separarla un poco más hacia la derecha, ni de contarle a Margarita sobre las particularidades del carro con el rodillo fuerte y veloz que bastaba tocar el botón de cambio de renglón y daba una especie de patada, justamente para el lado derecho.

Bueno, pasó lo que tenía que pasar: al limpiar la máquina, Margarita toco sin querer la tecla que accionaba el rodillo y el Ekeko de yeso fue golpeado con una fuerza tal que quedó reducido a escombros, con centenas de pedacitos de no más de un centímetro cada uno desparramados por todo el escritorio. Fue entonces que Margarita, sin dejar de sonreir ni un solo instante -era muy simpática y pintoresca con sus lindos ojos negros aindiados y su boca rojísima- le dijo a doña Tina, la dueña de casa, que no se preocupase, que ella misma iría a llevarse todas las partecitas del Ekeko y arreglarlo muy pronto.

Nadie le creyó, pensaron que se trataba de meras buenas intenciones de Margarita, y le dijeron que no tenía importancia, que al final no era más que un muñeco. Pero pasadas tres semanas, hete aqui que Margarita llega a la casa de doña Tina con un lindo paquetito y al abrirlo sale, sonriente y con sus brazos bien abiertos, el Ekeko que todos daban por muerto y enterrado. Cómo había hecho para juntar todas las partes, reconocer cuál pedazo se debería pegar con cuál otro, era un mistério que nunca fue resuelto en la casa de la calle Bedoya.

Pero lo realmente fantástico ocurrió casi enseguida, con diferencia de apenas otras cuatro o cinco semanas: primero, Margarita llegó un día y contó que tendría que marcharse de inmediato a su pueblo natal, Villazón, Bolivia, del otro lado de la frontera argentina del cuál había salido muy jovencita. La familia la necesitaba con urgencia y debería marcharse dentro de unos pocos días.

En menos de una semana, otra vez un nuevo accidente con el Ekeko, que sin que mediara ningún golpe, empujón, viento fuerte ni nada parecido, de pronto se cayó al medio del escritorio, partiéndose en dos. Vean bien el detalle: cuando Margarita lo quebró por primera vez, sin querer, con el movimento abrupto del carro del rodillo, el muñeco se desintegró en centenas de minúsculos pedacitos de yeso. Esta vez, no; puede ser que al rearmarlo, Margarita haya exagerado con la cola o el yeso, vaya a saber qué fue lo que usó; pero el caso es que el Ekeko quedó partido en dos, y doña Tina, para que el Negro y Víctor no se enojasen al ver el lo que había ocurrido, decidió juntar las dos partes y dejar el conjunto, aparentemente en buen estado, encima de la biblioteca.

Y así pasaron otros diez o doce años. Doña Tina y el Negro se fueron de este mundo y Víctor decidió mudarse a una casa menor. Cuando estaba haciendo los paquetes y juntando las cajas para el traslado, nueva caída del Ekeko. Inexplicable caída nuevamente, si bien que Víctor solo se había enterado de la primera, y su madre le había ocultado la segunda, después de la restauración tan bien hecha por Margarita.

Pero allí fue que la sorpresa fue mayúscula, porque cuando Víctor se agachó para levantar el cuerpecito caído del Ekeko, de su interior sale un sobre. No demasiado grande, pero lo suficiente para guardar un papel sellado en Potosí, Bolivia, en el que se lo nombra propietario de una enorme cantidad de hectáreas en el Cerro de Potosí, conocido como Cerro Rico de Potosí. El documento estaba escrito em castellano y en quéchua, y Víctor entendió que se trataba del Sumaj Orck'o o cerro hermoso, más conocido en el pasado como Orck'o Potocchi, que significa "cerro del que brota plata".

O sea que Víctor, gracias a la generosidad sín limites de Margarita Gutiérrez, ahora era el dueño de una montaña de los Andes, en la ciudad de Potosí, la antigua Villa Imperial.

Una semana después, Víctor llegaba a La Paz, y de allí viajaba a Potosí, en busca de Margarita, para agradecerle la donación, pero sobre todo para preguntarle el por qué de tanta bondad. 

Víctor pasó catorce días y sus noches en Potosí, hablando con escribanos en los registros de la propiedad, que le confirmaron la autenticidade del documento. Pero nadie pudo localizar a Margarita. Ni en la policía, ni en las oficinas de registro civil de las personas de la ciudad y de otras -hasta Villasón viajó en su desesperación-, en ninguna parte encontraron rastros de Margarita.

Hizo más de diez llamadas telefónicas a sus hermanos en Córdoba para ver si hallaban a los descendientes de doña Inés Herrera, la señora amiga de doña Tina que había recomendado a Margarita para trabajar en su casa. Nada, ni doña Inés Herrera ni ninguno de sus parientes en la ciudad, ni rastros de Margarita Gutiérrez en Bolivia.

Víctor se durmió profundamente aquella última noche en Villasón, antes de cruzar a la Quiaca y volverse a Córdoba. Había pasado la última hora y media pensativo, triste y lleno de culpas, pero no dejó por ello de saborear su cena boliviana. Pidió pique macho con carne picada muy sazonada, chorizos, papas al bastón, tomate picado y locoto. No faltaba la cebolla, pedacitos de salchicha, pollo, queso y huevo.

Tal vez por la digestión demorada y el soroche o puna, que le había hecho sentirse mareado tantas veces en esos días, tuvo todo tipo de sueños y pesadillas hasta que, en medio de la noche, se abrió la ventana del cuarto de hotel y se le apareció Margarita, que con voz suave le dijo: 

– No me busques más, yo no existo; soy un alma penada que vino a pagar sus culpas y a ayudar a tu família. Nada más. Vete en paz a Potosí y quédate con la estancia en el  Sumaj Orck'o. Es tuya. Adiós.

En el marco de la ventana Víctor encontró a la mañana un nuevo Ekeko. No se separó nunca más de él.


JV, Villasón, Bolivia. 2001

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