El aleteo de la mariposa, el caos y el adiós de Roberta
Un
jueves fatal, justo un mes atrás, el 20 de julio, tempranito, a eso de las siete
de la mañana, un viento norte se levantó sobre São Paulo, provocando fenómenos
fantásticos: tres pájaros que revoloteaban a pocos metros de distancia en mi
caminho -entre la estación del metro y las oficinas en las que pasaría mis
próximas doce horas de trabajo como intérprete-, de pronto se quedaron como
congelados en el aire. Ni se cayeron ni continuaron sus vuelos: simplemente pararon
de volar y allí nomás permanecieron, estáticos.
Al mismo tempo, el helicóptero que había terminando de
decolar de una de las tantas terrazas de los edificios de la avenida Paulista,
todavía con la nariz apuntada hacia el cielo, igual que los pájaros, se quedó
detenido en el aire, también él, como si se hubiera congelado.
Cuando empecé a mirar en un giro desesperado de 360º, vi que
centenas de hojas que se habían desprendido de los árboles estaban paradas en
el aire, ellas también, congeladas.
Poco a poco me fui dando cuenta de que el mundo se estaba
parando, pero lo peor es que solo yo parecía darme cuenta de la tragedia. Era un
drama solo mío, ¡y de nadie más! Nadie más que yo notaba que el mundo había
dejado de girar, y que grandes oleadas de aguas marinas empezaban a cubrir
todas las playas orientales del mundo: las imágenes horripilantes estaban en las
dos pantallas gigantes a la entrada del edificio de la calle Itapeva, ¡pero
solo yo lo veía y me espantaba por el cruel destino de la humanidad!
Y como siempre hago, empecé a buscar las causas, o la causa de tanta
locura. Sí, una seguidilla de mensajes por whatsapp
me había golpeado segundos antes que los fenómenos empezaran a desarrollarse. ¿Tendría
algo que ver? No sé; siempre busco motivos, causas, antecedentes, y trato de
asociarlos a las consecuencias, aunque a veces el proceso sea o parezca
totalmente desconectado de las causas; es lo que me parece más cercano a la teoría de las alas de la mariposa, cuyos
aleteos se pueden sentir al otro lado del mundo. Sí, creo firmemente que este
concepto, vinculado a la teoría del caos,
confirma que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad
en São Paulo, o incluso hacer que la tierra pare de girar, o que la ley de la
gravedad de los cuerpos quede interrumpida por algunos breves instantes.
Pero, ¿por qué solo yo lo noté? El universo, que es un
sistema caótico flexible, es impredecible, ya lo sabemos. Y a su vez, la teoría
del caos explica la volubilidad de sistemas como la atmosfera, o las veleidades
de las condiciones climatológicas que impiden realizar pronósticos del tiempo
fiables más allá de tres o cuatro días. La teoría del caos también es útil para
el estudio de los fenómenos sociales, que son difíciles de resolver en la forma
lineal de causa y efecto. Pero, otra vez, ¿por qué solo yo me di cuenta de lo
que estaba ocurriendo?
Y mientras en las grandes pantallas de la Abbott se
alternaban las imágenes de las ponencias del curso que debería interpretar del
portugués o el inglés al español, con las de la catástrofe en las costas
marítimas de médio planeta, yo pensaba y trataba de juntar teoria com práxis:
sí, incluso el cuerpo humano es un sistema caótico, flexible e impredecible. La
medicina no puede predecir la evolución del cuerpo de un determinado individuo;
pero, sin embargo, el cuerpo humano es resistente a los cambios, mantiene una
forma más o menos parecida durante más de 70 años –y, claro, me acorde de mis
casi 72- , pese a que ningún átomo de los que hoy forman nuestro cuerpo será el
mismo por más de 7 años, y todavía aguanta las enfermedades y condiciones
externas.
Pero, comentaba el médico peruano, brillante especialista en
enfermedades tropicales, que la explicación de que un sistema tan impredecible
como el cuerpo humano sea al mismo tiempo tan estable, es que el sistema
siempre es atraído hacia un determinado modelo de conducta; si cambiamos algo
en el sistema este vuelve cuanto antes hacia el atractor extraño. Para quién no lo sabe, decía el científico
peruano, los atractores extraños son
las regiones del espacio hacia las que tienden las fuerzas dinámicas de
sistemas que entran en régimen caótico. La conducta del cuerpo es impredecible,
sí, pero sabemos hacia dónde va a tender. El caos permite al corazón un abanico
de comportamientos que le permiten volver a su ritmo normal después de un
cambio brusco. Sí, sí, claro, pero, ¿por qué solo yo noté lo que estaba
ocurriendo en el planeta? Y las pantallas gigantes ya daban flashes mostrando
que todo se había normalizado: las aguas habían vuelto al mar, los ríos
retomaron sus cursos y los pájaros, como los helicópteros de la Paulista y las
infinitas hojas de la calle Itapeva, estaban volviendo a bailar según las leyes
de la gravedad.
Miré mi
celular y me di cuenta que la explicación estaba ahí: Roberta se había cansado
de mí y me había abandonado. Sabía que iba a ocurrir, tarde o temprano. Decía
mi abuela Eufemia que la vida es como un barco, en el que a uno de los remos lo
mueve el brazo del marinero y al otro lo mueve el azar. En palabras menos
simples que las de mi abuelita, veo que este principio es clave para entender
los procesos del cambio, y también es útil para desarrollar nuestra adaptación
a la incertidumbre y la flexibilidad mental necesaria para sobrevivir a la
angustia. La angustia de saber ahora que Roberta no era nada más que un lindo
sueño.
JV. Chumbicha. Agosto de 2039