Gregorio XIII, errores, falacias y mentiras



El famoso –sin motivo- 12 de octubre de 1582

¿Y si yo les contara que el día 12 de octubre de 1582 no pasó absolutamente nada en Europa? Pensarán que se trata de otra historia desvelada, típica de las fantasías de Javier Villanueva. Seguro que me responderían que algo ocurría, tal vez sin trascendencia, pero, nada-nada, imposible!.

Pero no, realmente no pasó nada aquél lejano día del Siglo XVI, en que los americanos –los del sur, los primeros a producir noticias, por lo menos- deberíamos estar festejando un nuevo aniversario de nuestro “descubrimiento”, por el simplísimo hecho de que el 12 de octubre de 1582 nunca existió. Y ni siquiera el 5, ni el 6, y así hasta el 14 de octubre del mismo 1582. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús murió el jueves 4 de octubre y fue enterrada al día siguiente, el viernes 15 de octubre. De alguna manera, Santa Teresa lo pronosticó en sus versos: “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero”.

La respuesta al enigma, -para quién no lo sabe desde chiquito, o no lo leyó en mis Crónicas de Cervantes y Shakespeare- está en el libro de Peter Villanueva “Errores, falacias y mentiras,” editado por Ediciones del Prado, en el que dice que, “en el año de 46 a. de C. Julio César terminó con el calendario lunar e instituyó el uso del calendario Juliano, un calendario solar que establecía la duración del año en 365,25 días, y contenía meses de 30 y 31 días, excepto febrero que tenía 28 días y 29 en los años bisiestos. Pero el astrónomo encargado de calcular la duración del año se pasó 11 minutos y 14 segundos. En aquel momento, el error no tuvo ninguna importancia, pero a mediados del siglo XVI el calendario llevaba 10 días de adelanto a las estaciones. En 1582 el papa Gregorio XIII ordenó revisar el calendario, que pasó a ser conocido como gregoriano, y ese año se suprimieron los días comprendidos entre el 5 y el 15 de octubre”.

Uno de los grandes errores con origen en ese embrollo gregoriano, es lo que sabemos como una verdad a medias: que Cervantes y Shakespeare murieron exactamente el mismo día. No es más que una media mentira. Cervantes murió, el 23 de abril de 1616, según el calendario gregoriano, vigente ya en España. Shakespeare también falleció, es cierto, el 23 de abril, pero del calendario juliano (que es el 3 de mayo en el gregoriano), que en ésa época era el que regía todavía en Inglaterra. Es decir, diez días más tarde.

El calendario gregoriano hace sus cuentas a partir del nacimiento de Cristo. Pero este calendario también muestra otra polémica o discrepancia. En 527, Dionisio el Exiguo calculó que el nacimiento de Cristo había ocurrido el 25 de diciembre de 754, después de la fundación de Roma pero, como se sabe hoy, se equivocó por cuatro años. Sus cálculos, sin embargo, fueron aceptados a pesar de que se sabía que estaban equivocados, por lo menos en cuatro años en relación a la fecha exacta del nacimiento de Cristo. En el siglo VII, el papa Bonifacio IV definió lo que se llama la Era Cristiana, que es un concepto adoptado en todo el mundo cristiano. Carlomagno usó este calendario oficialmente, y España empezó a utilizarlo en sus documentos hasta el siglo XIV. De esta forma se divide la historia en dos periodos: AC y DC, antes y después de Cristo, nacido en el año uno.

Digamos además, que no existió un año cero, ya que el año comienza a las 12 de la noche del fin del año anterior, y termina a las 12 de la noche del fin de año del año 1. Pero este año no puede contarse como 1 sino tan sólo al final, es decir, sólo puede registrarse como el año 1 de la Era Cristiana en el momento en que este se cumple. Ocurre lo mismo que con la edad de una persona. Por otra parte, cuando empieza la cuenta de la Era Cristiana, no había aún el concepto matemático del cero. Curioso, ¿no?

Fuente:
"Errores, falacias y mentiras", Ver en Librería Española e Hispanoamericana: www.libreriaespanola.com.br  

Editorial: Ediciones del Prado, por Peter Villanueva Hering..
Inventario de falsedades y de conocimentos errados, tenidos comúnmente por ciertos a lo largo de la historia y aquí debidamente refutados.

La obra se sustenta en dos campos, sobre los cuales Peter Villanueva ha ejercido un notable talento recopilatorio y su incisiva facilidad para separar el grano de la paja: uno, el de las mentiras dichas y errores cometidos por diversos personajes de todas las épocas, aunque principalmente de la historia más reciente; el otro, el de las falsedades que circulan como conocimiento común, y que, por mucho que sirvan para sostener teorías de todos conocidas, no son conocimiento.

En estas páginas aparecen, con asombrosa frecuencia, el ánimo embaucador, el ingenio, la insensata estupidez, la superstición, la fantasía, la ingenuidad o el interés, repartidos a veces por igual entre los responsables del error o la mentira y sus audiencias, y aunque nos cueste admitirlo, extendidos en considerables cantidades hasta hoy, con una inquietante pertinacia que pregona que nunca nos abandonarán. Al fin y al cabo, errores, mentiras y falancias son consustanciales al ser humano y a la sociedad. Como apunta el autor en el prólogo, así se ha escrito la historia. La que él nos desvela, refutando o explicando los porqués del error o la mentira, es desde luego otra historia, no por menos estelar y brillante, menos veraz.