quinta-feira, 29 de maio de 2014

29 de mayo de 1969. Córdoba insurgente.



Cumpliéndose 45 años de uno de los hechos históricos de mayor importancia en la vida social y política de nuestra América, reproduzco el texto de los compañeros Ángel Stival y Juan Iturburu, publicado en la Revista Los 70. Es importante que los jóvenes argentinos y latinoamericanos conozcan los detalles y el contexto histórico de esta gesta obrera y popular, que representó un giro en los procesos de la revolución y la democracia en nuestros países.
JV. São Paulo. 29 de mayo de 2014.

Ver más en: http://www.los70.org.ar/n03/cordoba.htm


Córdoba insurgente

Los hechos y los protagonistas en una crónica sobre el 29 de mayo de 1969, las discusiones y los acuerdos en medio de la histórica protesta. Testimonios de Víctor Grinscpun (matemático, ex estudiante del IMAF)

En el anochecer del jueves 29 de mayo de 1969, la ciudad de Córdoba estaba envuelta por un humo de distintos tonos de gris, según el material que ardía en las hogueras y barricadas. Desde colchones viejos hasta automóviles fueron a parar a la la furia del fuego antidictatorial, indiscutible consigna de unidad del Cordobazo a partir de la cual después se discutiría casi todo acerca de los contenidos del estallido.
A la media tarde de ese día, el fuego comenzaba a atenuarse cuando la IV Brigada de Infantería, al mando del general Jorge Raúl Carcagno, avanzaba lentamente por la Avenida Colón para "recuperar" la ciudad tomada.
La tarea no fue fácil porque, en la periferia de los escenarios principales de la batalla, persistían focos de resistencia que duraron hasta el día siguiente, cuando en los centros de poder recién lograban recomponerse para solicitar un escarmiento.
Así, la Bolsa de Comercio de Córdoba hizo sentir su voz indignada reclamando "severas sanciones para los autores de la depredación y el pillaje".
El gobierno nacional, que encabezaba Juan Carlos Onganía, no varió su tozuda filosofía represiva y creó, mediante un fulminante decreto, el Consejo Especial de Guerra que juzgaría sumariamente a quienes "atentaron contra el orden y la seguridad públicas".
Para el comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Sánchez Lahoz, quien había comandado el operativo de represión desde su despacho, los sucesos eran causados por "la intervención de células comunistas, internas e internacionales".
Del otro lado de las barricadas, en la noche del 29 quedaban algunos pocos obreros fabriles, sector que fue la columna vertebral de la impresionante y arrasadora manifestación de fuerza del pueblo cordobés.
Espontáneo u organizado, oportunista o revolucionario, el Cordobazo plantó una estaca mortal en el corazón del régimen y, al tiempo que mostró la fuerza de los trabajadores en pie de lucha, dejó expuestos sus límites para acceder al poder político.
Pero, en la oscuridad de la noche del 29, comenzaron a brillar las ideas que presidirían el debate político en la década siguiente.

LAS CARTAS SOBRE LA MESA

La torpe política del gobierno de Onganía había empujado la unidad en la acción de sectores gremiales que políticamente, tenían muy poco en común.
Por sobre la CGT de los Argentinos --antecedente decisivo del Cordobazo, aunque en ese momento fuera más una referencia ideológica que un instrumento concreto de lucha--, legalistas (vandoristas), ortodoxos (peronistas de derecha) e independientes (comunistas, radicales e izquierda independiente), coincidieron en lanzar el paro activo del 29 de mayo.
El lucifuercista Agustín Tosco y el mecánico Elpidio Torres fueron las mayores figuras del Cordobazo, pero en su elaboración y concreción también estuvo el importante gremio de los choferes (UTA) que encabezaba Atilio López, además de Miguel Angel Correa (maderero), Héctor Castro (ATE), Jorge Canelles (UOCRA), Carlos Borelli (petroleros), quienes tuvieron activa participación en las luchas previas que prepararon el clima de la rebelión.

En rigor, puede decirse que la gestación de este gran movimiento duró casi tres años, ya que comenzó con las luchas estudiantiles del 66, cuyo resplandor persistió hasta 1969 y que dejó un movimiento estudiantil activo, fuertemente influido por las movilizaciones de la CGTA y por sus propias reivindicaciones.
La conciencia antidictatorial del estudiantado universitario no estaba en duda. Más aún, en su interior fluía un proceso de incesantes rupturas políticas y reagrupamientos, reflejo de profundas tendencias de cambio que latían en la sociedad.
Los obreros de la industria automotriz, por su parte, en especial los de la planta de Ika Renault, en Santa Isabel, se habían templado en la lucha por sus propias reivindicaciones, contra el llamado sábado inglés y las quitas zonales.
Los choferes de la UTA también venían de duros enfrentamientos con las empresas de transporte urbano de pasajeros, que recién comenzaban a constituirse tras el desmantelamiento un tanto desprolijo de la Corporación Argentina del Transporte Automotor (CATA).
Toda la población, en fin, de una Córdoba libertaria, portadora de una rebeldía legendaria y que ahora atravesaba un momento especial de su historia, no soportaba el opresivo clima impuesto por la dictadura.

A LAS PIÑAS EN EL CÓRDOBA SPORT

"Ciudad en convulsión: Hoy sin transporte y mañana paro total", titulaba el vespertino Córdoba su edición del 15 de mayo de 1969. A 14 días del Cordobazo, no podía pintarse mejor el clima existente en la ciudad.
Detrás de todo, estaban Smata y Uta. El gremio de los choferes de transporte urbano intensificaba las medidas de fuerza para reclamar la antigüedad y la estabilidad para los trabajadores de la anterior empresa, la CATA, que habían pasado a las firmas ganadoras de la licitación hecha por la Municipalidad.

Por ese motivo, la UTA lanzó un paro para el 5 de mayo que se cumplió en un clima de violencia, con varios atentados a los ómnibus que circulaban manejados por sus dueños.
El 12 de mayo, el gobierno nacional dio a conocer la ley 18204 que establecía un régimen de descanso desde el sábado a las 13 hasta el domingo a las 24 (sábado inglés).
La reacción no se hizo esperar: las dos CGT lanzaron un paro para el viernes 16 de mayo, que se convierte en paro de 48 horas, esta vez sí masivo y contundente, de los choferes que peleaban por el reconocimiento de su antigüedad.

El miércoles 14, el Smata convocó a una asamblea de afiliados en el mítico Córdoba Sport Club, una suerte de Luna Park cordobés en el que se realizaban festivales de boxeo y se disputaban los partidos de básquetbol más importantes (incluso los de las Olimpíadas Universitarias, por lo que era un lugar familiar para los estudiantes).
Pese a la prohibición policial, los obreros abandonaron sus puestos de trabajo, subieron a sus ómnibus y se encaminaron hacia el centro, donde arribaron como un aluvión.
A las 15.30 había más de 2.500 en el local de la calle Alvear, cerca de la Avenida Olmos. Afuera, en las calles adyacentes, se concentraban rápidamente los patrulleros y los carros de asalto de la infantería policial. 

Con Elpidio Torres (secretario general del Smata Córdoba) y Dirk Kloosterman (secretario nacional del gremio) como oradores, la asamblea aprobó por aclamación el paro de 48 horas, en medio de un tenso clima que se convirtó en silencio absoluto cuando Torres pidió que se obviara la lectura de los considerandos porque en cualquier momento entraba la policía.
El pedido, formulado por el propio Torres, de que los asambleístas se retiraran ordenadamente, fue infructuoso. Los obreros enfrentaron a la policía en Lima y Alvear (esquina opuesta a la de la avenida Olmos) y la batalla ocupó el centro de la ciudad, extendiéndose por las calles Catamarca, Maipú, 25 de Mayo y San Martín. El duelo de piedras y palos contra gases lacrimógenos y balas, que los estudiantes cordobeses conocían muy bien, repetía las batallas de 1966.
Precisamente, el 19 de mayo el gobierno cerró la Universidad "por el actual clima de agitación". Los estudiantes, que habían lanzado las "jornadas de agitación y lucha", intentaron una marcha que fue prohibida por la policía. En la iglesia del Pilar se realizó una misa para recordar la muerte de Santiago Pampillón y nuevamente se enfrentaron policías y estudiantes.
Simultáneamente, los alumnos de la Universidad Católica aparecieron en escena a través de un paro solidario con sus colegas estatales.

LA FÓRMULA DEL PARO ACTIVO DE 36 HORAS

Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López tenían, cada cual, una de las llaves para abrir las puertas del Cordobazo. Las diferencias políticas, sobre todo entre Tosco y Torres, eran muchas, pero las bases empujaban mientras el gobierno, con una ceguera política que pasaría a la historia, le cerraba caminos a Augusto Timoteo Vandor, quien, por otro lado, apostaba ahora a golpear la dictadura y negociar en mejor posición.
El guiño del dirigente metalúrgico fue suficiente para decidir a Torres; Tosco tragó saliva y el contacto fue una célebre cena en que se unieron las fuerzas de ambos gremios. El documento, redactado en el ámbito del sindicato mecánico, fue llevado por Tosco a la CGT de los Argentinos, que funcionaba en el local tradicional de la Avenida Vélez Sársfield (hoy es sede de una dependencia del Banco Social de Córdoba), en tanto que Elpidio lo presentó en la CGT vandorista, cerca de la Maternidad Provincial.

El paro activo de 36 horas que se aprobó entonces marcó una nueva modalidad de lucha que se pondría a prueba en las calles cordobesas.
El plan consistió en mantener el funcionamiento del transporte urbano de pasajeros para llevar a los obreros a su lugar de trabajo, cumplir normalmente las tareas hasta media mañana, abandonar las fábricas a partir de esa hora y encolumnarse para marchar hacia el centro y, finalmente, realizar un acto de protesta frente al local de la CGT de los Argentinos.
El clima en las fábricas del entorno industrial cordobés era de una enorme efervescencia. Los obreros, por lo menos quienes estaban al frente de la movilización, sabían que chocarían con la represión policial. Pero estaban organizados, los animaba el odio antictatorial y habían acumulado confianza en su propia fuerza.

El 29 de mayo, desde Materfer, Fiat Concord, Grandes Motores Diesel y Perkins, por la Ruta 9; desde Perdriel e Ilasa, en las cercanías del aeropuerto de Pajas Blancas; desde la central de Lima y Maipú de la Empresa Provincial de Electricidad de Córdoba (EPEC), pero, fundamentalmente, desde Santa Isabel, por el camino a Alta Gracia, las columnas obreras, sólidas, compactas, cargadas de fuerza y rebeldía, harían trizas los sucesivos cordones policiales que esperaban armas en mano.
En su avance hacia el centro, la marcha arrastraba a los trabajadores de centenares de fábricas pequeñas y talleres que encontraba a su paso.

El arquetipo de las batallas que, ese día, se libraron en distintos sectores, fue la que protagonizaron, cerca del mediodía, 5.000 obreros mecánicos frente al Hogar Pablo Pizzurno, en la Avenida Vélez Sársfield. Los esperaba alli el primer escollo policial, salvado con cuanto elemento contundente pudiera ser arrojado. La columna de obreros se partió en dos: una parte se desplazó hacia el centro por la Ciudad Universitaria, arrastrando a los estudiantes que en ese momento estaban en el comedor univeristario, y la otra ingresó a los barrios Güemes y Observatorio, donde los manifestantes se sorprendieron por la solidaridad de un barrio poblado por estudiantes y trabajadores que se atrincheraron de inmediato para resistir.
A las 12,30, entretanto, una batalla campal hacía retroceder a la policia en las inmediaciones de la plaza Vélez Sarsfield y, muy cerca de allí, en Bulevard San Juan y Arturo M. Bas, caía la primera víctima fatal, Máximo Mena.

La reacción fue inmediata y en cadena. Con furia, los manifestantes se adueñaron de la ciudad, levantando verdaderos muros de contención (barricadas) contra la policía, que debió replegarse a sus cuarteles dejando la ciudad en manos de los trabajadores, quienes recibían el apoyo de los vecinos.
Hitos de esa lucha fueron la toma del Círculo de Suboficiales del Ejército, en San Luis y La Cañada, los incendios de la firma estadounidense Xerox y de Citroen, en la avenida Colón, de las oficinas de la Dirección General de Rentas, en Mariano Moreno y Caseros, de la Aduana, en Chacabuco al 400.

La llegada del Ejército, junto con las sombras de la noche, el allanamiento a la CGTA, la detención de dirigentes y su juzgamiento y condena por los Consejos de Guerra (Canelles, 10 años de cárcel; Tosco, 8 años; Elpidio Torres, 7) fueron la respuesta de una dictadura que acusaba al comunismo internacional como responsable de semejante pueblada.

"Vengo a cortar la cabeza de la víbora comunista", dijo el gobernador Uriburu, reemplazante de Caballero. Poco después, una jornada similar al Cordobazo, que el ingenio popular llamó el Viborazo, terminaría de convencer a las clases dominantes de que, si querían conservar el poder sin tamaños sobresaltos, debían buscar un camino distinto al que habían ensayado con el golpe de 1966.

Angel Stival y Juan Iturburu


sábado, 24 de maio de 2014

La Maga y Julito entre los negros revolucionarios del Haití de 1804.



La Maga y Julito entre los negros revolucionarios del Haití de 1804.

Esta es la crónica rápida de algunos viajes involuntarios realizados por la Maga y su amigo y amante, Julio, a través de las arrugas del tiempo-espacio.

Para recordar, vea la 1ª parte:
Julito, el Cortés, llega a Cuba y parte hacia Tenochtitlán.

Mesoamérica, abril de 1519.

Julito es alto, muy alto: 1,95m. Y esto, en una época en que la mayoría de los hombres blancos, o por lo menos los españoles, no pasa de 1,65 a 1,70m, es algo fuera de lo normal.

Julito parece un monstruo, o un dios. La mayoría de los españoles y genoveses lo consideran un gentleman, por eso le dicen “el cortés” desde que se enganchó como marinero en Cádiz. Los nativos, más altos y fornidos que los marinos europeos, también lo tratan con respeto. Sus ojos grandes y tan separados uno del otro; la barba, de un color miel, y su cara de niño, asustan a los indios.

Algunos piensan que es un brujo. Además, se la pasa el tiempo entero hablando de una Maga, una mujer que lo sedujo y lo dejó. Dicen los pocos que lo conocen que fue en Paris que Julio y la Maga se habían perdido, aparentemente de un modo definitivo y fatal. Fatal para Julio, que pensaba que ella lo había abandonado, cuando en realidad tan solo se hubieran desencontrado un par de veces y nunca más se volvieran a ver.

Julito la buscó durante veintiún días y ventidós noches; porque fue en la nochebuena de 1518 que se perdieron, y ya en enero del 19 Julio embarcó rumbo a Cuba.
Desilusionado y triste, casi al borde de la depresión, Julito el Cortés, se alistó en la expedición que - mal lo sabría él después - en la primavera europea llegaría al reino fabuloso de Tenochtitlán.

Julito es muy alto y su mirada bovina, enmarcada por una barba castaña, lo hace parecer una figura heroica ante los ojos de los mexicas y toltecas. Indias e indios lo persiguen de día y de noche. Mujeres cercanas al séquito de la que después sería conocida como la Malinche, no lo dejan en paz. Le tienen miedo, lo respetan a Julito.

Antes, en los comienzos de la primavera cubana, Hernán Cortés había zarpado desde Cuba con 11 navíos. A bordo estaban los 508 soldados y sus 16 caballos. Uno de los soldados era Julito. Julio, el Cortés -así llamado por su elegante y fino trato, pero sobre todo por sus “erres” afrancesadas- apenas conseguía ponerse la pechera de cuero, corta y rígida, ajustada por un ancho cinturón que él atravesaba por el pecho a modo de bandolera.

Las 20 esclavas que acompañaban a la que luego sería la Malinche aún no habían sido llevadas de regalo al conquistador de México;  y mientras Hernan Cortés no elegía a la que más tarde sería su mujer y le daría a América su primer mestizo,  Julito el Cortés ahogaba sus penas por la pérdida de la Maga en los brazos de Cuaticlue, una morena linda y dulce que lo entretenía, extasiada siempre con la barba de aquel gigante y su cara de niño malvado.

Y cuando Cuaticlue se iba al río a bañarse, o salía a juntar sus aguacates para Malinche, Julito el Cortés se olvidaba de la Maga, y naufragaba feliz entre los senos morenos de Itzá, la hermana menor del sacerdote Tenoch. La joven azteca era tataranieta de aquel otro Tenoch, el que en 1325 había acompañado al Mago Colibrí – Huitzilopochtli - el feroz dios de la guerra que condujo a los Aztecas desde los desiertos de Arizona  y Chihuahua hasta el centro de Méjico; fue allí que Tenoch, el tatarabuelo de la pequena Itzá, había visto el águila devorando a una serpiente sobre un nopal, en una de las tantas islas de un gran lago.

–Allí fundaron las Aztecas nuestra capital, Tenochtitlán, sobre las islas y pantanos del lago – le cuenta orgullosa Itzá, y se lo confirma Cuaticlue, cuando la pequeña se va, y  Julito no tiene ni un minuto para acordarse de sus morriñas por la Maga, porque en seguida la linda morena lo ahoga entre sus piernas, y el triángulo oscuro del amor le ciega todas las nostalgias y el dolor del abandono.

–Los Toltecas nos despreciaban – le cuenta Cuaticlue cuando recupera el ritmo de la respiración y se tapa, pudorosa, con la piel de jaguar en la que había estado recostada antes.
–Nos llamaban “el último pueblo en llegar”; o sino, “todos los persiguieron”, o “nadie queria recibirlos”, y otros cien nombres despectivos que servían para echarnos en cara a los aztecas lo que más nos ofendía: que carecíamos de un rostro – dice Itzá que le había contado su hermano Tenoch, y Julito lo anota todo en una especie de libretita que armó con varios cueros finos, atados con tiento, y en el que él escribe con una carbonilla que prepara quemando ramitas.

“Y la cara que no tenían, esa ausencia de rostro, fue el contraste más notable con la cultura tolteca, el pueblo de Quetzalcóatl, el dios que había desaparecido en una bruma de misterios”, escribe Julio el Cortés, y agrega que los toltecas se consideraban a si mismos grandes artistas, y por eso desdeñaban tanto a los advenidizos.
“El arte y la moralidad de los toltecas les dio de préstamo, a los aztecas, el rostro que les faltaba”, escribe Julio en su libreta tosca, mientras Coaticlue, la linda morena que había heredado su nombre de la diosa de la tierra, madre de la Luna y las Estrellas, se desnuda lentamente, y refriega sus muslos suaves y sus nalgas redondas en las piernas largas y flacas de Julito, el Cortés. Y Julito larga su libreta y se olvida de una vez por todas de la Maga, de su abandono inexplicable, de su dolor amargo y latiente.

El mismo día en que Hernán Cortés - el que de a poco se va perfilando como el gran conquistador - recibe el tributo de las 20 esclavas que le envía Moctezuma, el emperador miedoso, Julito sale de su campamento e empieza a sumirse otra vez en la más profunda depresión.

Primero perdí a la Maga, piensa. Ahora me quitan a Coaticlue y a Itzá...¿Qué más puedo perder? Piensa y fuma, mezclando las hojas del tabaco, esa planta perfumada que no hay en España y que abunda en América, con las semillas del cacau, que los nativos llaman chocolatl.

Pero, ¿quién es ese Hernán Cortez al que vengo acompañando e estos últimos meses, se pregunta Julio?

¿Quién es ese hombre?

Los aztecas creían que vendría un gran dios por el mar. Esperaban a Quetzalcóatl, el dios que había desaparecido, pero que volvería un dia, siempre envuelto en una bruma de misterios; y cuando los españoles llegaron, con sus carabelas que parecían grandes casas flotantes, con sus caballos y sus armas que escupían rayos de fuego, ellos pensaron que eran dioses. Por lo tanto, al principio Moctezuma, el emperador azteca - asustado y refugiado apenas en sus superticiones y creencias religiosas - le ofreció varios regalos a Hernán Cortés, pensando que así iría a calmar al dios Quetzalcóatl.

Era común en la civilización de los aztecas el sacrificio humano para celebrar a sus dioses, y aunque nos parezca bárbaro hoy, esta actitud era común en la época, y mucha gente estaba feliz con los sacrificios.

Pero entonces, los aztecas se dieron cuenta de los intereses reales de los españoles y Moctezuma juró ante sus dioses no dejar a los invasores con vida. Era demasiado tarde. Se produjo entonces una larga batalla que duró días y noches, y Julito el Cortés presenció la muerte de muchos de sus compañeros españoles y de centenas de nativos mexicas y toltecas.

Barcelona, junio de 1936.

Santa es la primera película del cine sonoro de México con un sonido perfectamente sincrónico a la imagen. Pero dicen que la primera fue "El Águila y el Nopal", de 1929, del director Miguel Contreras Torres; y la Maga, indecisa entre los dos films mexicanos en cartelera, finalmente elige el más antiguo, y es allí, en el cine anarcosindicalista que los obreros llamaban su pequeño Hollywood proletario, que la Maga reencontró a Julito, y otra vez en circunstancias increibles.

2ª parte: Julio y la Maga escapan de Barcelona.
 Barcelona, junio de 1936.

"Santa" es la primera película del cine sonoro de México con un sonido perfectamente sincrónico a la imagen. Pero dicen que la primera fue "El Águila y el Nopal", de 1929, del director Miguel Contreras Torres. Y la Maga, indecisa entre los dos films mexicanos en cartelera, finalmente elige el más antiguo, y es allí, en el cine anarco-sindicalista que los obreros llamaban el pequeño Hollywood proletario, que la Maga se reencuentra con Julito, y otra vez en circunstancias increibles.
Porque es en la pantalla en que se proyectaba "El Águila y el Nopal" donde aparece en una escena muy rápida Julio, el que en México era llamado "el cortés", y la Maga se emociona al verlo, tan alto, tan garboso con su desgarbado uniforme de conquistador español, su chaqueta corta de cuero, su cinto en bandolera, y una espada que no sabía bien cómo manejar entre los grandes árboles de las selvas centroamericanas.
Pero fue sólo una escena rápida y la Maga tuvo que volver unas seis o siete veces más a la sala del biógrafo anarcosindicalista del pequeño Hollywood proletario, para poder certificarse que era él, sí, su Julio, el que tantas veces había encontrado y desencontrado en las callecitas de Buenos Aires y en las alamedas de París.

Al mes siguiente, el 19 de julio de 1939, había amanecido agitado en Barcelona y la Maga se despertó entre el ruido ensordecedor de las sirenas que llamaban al pueblo a las armas.
Durante todo el día 18, y el 17, e incluso el 16, supo la Maga que los trabajadores se lo habían pasado montando guardia cerca de los cuarteles y los diversos centros oficiales. Hasta las cuatro de la madrugada del 19 se quedaron los militantes socialistas, anarquistas y del POUM en los sindicatos, en la Generalidad y en todos los centros y ayuntamientos de los pueblos de Cataluña.
A la Maga le llegaban noticias, por los diarios obreros y por la radio; confusas y ansiosas noticias desde toda España: que en Zaragoza se había sublevado Cabanellas, que en Sevilla Queipo de Llano y en las Canarias el general Franco. Y que se esperaba el golpe en Barcelona para esa misma noche.
Supo la Maga que Abad de Santillán, García Oliver, Ascaso, Durruti y Assens -estos dos últimos en nombre del Comité Regional y de la Federación Local- habían ido a la Gobernación y a la Generalidad, exigiéndole al presidente Companys la entrega de armas a los obreros, para la defensa de la capital y en las barriadas.

Cuando Julito la vio por fin, después de varias visitas de la Maga al cine, y sentándose siempre en la misma butaca, fue que se produjo aquel fenómeno. Sí, aquel fenómeno extraño al que siempre se refiere Juancito: una arruga en el tiempo; o una ventana, porque él usa indistintamente los dos términos. Una arruga, o una ventana, en el espacio-tiempo, por la cuál Julito, -que estaba"dentro" de la película mexicana, y representando en la ficción un hecho real ocurrido 420 años antes- saltó de la pantalla, matando de susto a los pocos espectadores que habían preferido la película a los hechos que se desarrollaban en las calles. Julito reconoció a la Maga, salió del celuloide, la tomó de la mano y se la llevó corriendo hacia afuera del biógrafo anarco-sindicalista.
Ya en la calle, las ropas extemporáneas de Julito -un soldado de la conquista española del siglo XVI no llamaban en nada la atención de los trabajadores, preocupados en exigirles armas al gobierno catalán. Se las negaron hasta el último momento y los primeros combates tuvieron que sostenerse dando el pecho desnudo a los fusiles y a los cañones.

Ya empieza la lucha, y sólo nos han dado un centenar de pistolas- le dice un militante del POUM a la Maga, que lo mira a Julito que no suelta su vieja espada de utilería y su pistolón de un solo tiro, pero también de utilería.

-El pueblo tuvo que armarse, conquistando las armas a las tropas sublevadas- le comenta a Julito un miliciano anarquista, que parece que recibió hace poco un viejo máuser, y lo sostiene con orgullo.

Las descargas de fusilería en el fragor de los combates retumba de un lado al otro de Barcelona. En las afueras, el pueblo está también en l armas. Los trabajadores acuden desde todos los pueblos, concentrándose en las plazas fuertes. En Figueras y Gerona el pueblo rodea los cuarteles e impide la salida de las fuerzas alzadas contra la República. Lérida y Tarragona no llegan a sublevarse, pues el movimiento sedicioso, al no triunfar en Barcelona en las primeras horas, se sintió ya derrotado en el resto de Cataluña.

-Vamos a sumarnos a la gente del POUM- le sugiere la Maga a Julio. Y caminan de manos dadas hasta la sede del partido.

3ª parte. La guerra civil estalla en Barcelona.

Y así empezaron los nuevos encuentros y desencuentros de la Maga y Julito, algo que a veces hacía que sus vidas se hundieran en el infierno de las frustraciones más grandes, mientras que en otras ocasiones se divertían, y Julio le decía a su compañera: las callecitas de Bracelona tienen un, qué se yo...no?, y se reían a carcajadas. Y todos los miraban en sus paseos por la Rambla, mientras se reponían de sus recorridos, frustrantes a veces, por todos los frentes y retaguardias de la guerra civil de aquella Cataluña de huelgas y sacristías oscuras, que a ellos les parecían como unas fotos instantáneas privilegiadas de una sociedad en crisis a un punto de estallar y volar por los aires.
Por otro lado, sus idas y vueltas por el frente de Aragón en 1936 nos prepara y alerta para hechos cruciales posteriores, como la ofensiva sobre Huesca o el desarme del POUM.

Uniformados con ropas de milicianos, salen agarrados de la mano por las callecitas de Barcelona, y van a escuchar los discursos del POUM en los mitines del partido; oyen con atención y comentan en voz baja las palabras de Andreu Nin, de Wilebaldo Solano y de Andrade. Van a conversar con algunos camaradas anarquistas y del POUM, o se encuentran en el Price, o en otros teatros de Barcelona, para desfilar con las milicias por las calles de la ciudad a la salida de los mitines; o se detienen un rato para comerse unos aperitivos y beberse una limonada en el bar automático de la Rambla Canaletes.
Eran semanas y meses muy felices para la Maga, solamente oscurecidos por un cierto malestar de Julio. Un disgusto que le arruinaba algunos momentos al día, en los que se  sentía carcomido por no haber conseguido todavía un par de armas y municiones que les permitieran quedarse en un cuartel y salir a luchar en el frente. A pesar de ello, Julito y la Maga siempre reiniciaban cada mañana su peregrinaje tenaz por los cuarteles de Barcelona y sus alrededores para tratar de lograr una plaza de combatiente para cada uno. 

-Salímos de Vic, en tren, el jueves a las primeras horas de la mañana. Estuvimos en el cuartel del POUM de la calle Tarragona- le cuenta la Maga a Julito, porque el día anterior se habían separado para ver si así, yendo cada uno por su lado, lograban una vacante más rápido.  

Les mostramos nuestro carnet del partido al oficial de guardia, y casi nos echa a patadas por causa de la edad de Juanillo, que no cumplió los 16 todavía- agrega Pedro, el primo de la Maga que llegó desde Buenos Aires hace diez dias y los acompaña en su búsqueda de una arma y un lugar para luchar contra los sublevados.
-Bueno, Pedrín, es que en los otros cuarteles y después de diversos periplos, luego de oír nuestras intenciones, siempre nos mandaban primero a limpiar los establos y las cuadras- dice Julito.  

-Sí, e incluso era peor que ahora, porque una vez que los jefes se ponían en contacto con la estación de Vic, nos acompañaban hasta el tren y nos dejaban bajo la vigilancia de la policía ferroviaria hasta que llegábamos otra vez a la estación de Barcelona- agrega la Maga.

-Es verdad. Anduvimos por todos los cuarteles. En ninguno nos aceptaron y terminamos del mismo modo, siempre: vigilados y conducidos al tren de la Plaça Catalunya. No nos valió sombrearle un bigote a Juanillo, ni explicarles a los jefes que él es huérfano de una pareja de obreros combatientes y que desea vengarlos a sus padres- cuenta, bastante malhumorado Julito.

Mientras tanto, la Maga divaga, se mete por el espejo de los recuerdos y pasea por los laberinto de la memoria; se acuerda de cuando todavía se buscaban y se perdían con Julio por las callecitas cercanas a los jardines de Luxemburgo, en París, y se encontraban y se volvían a perder de nuevo entre las mesas de las librerías del Barrio Latino, en los bares Boul'Mich y Old Navy, o el Quai de Jemmapes.

Pero fue exactamente en una droguería de la estación Saint-Lazare, también en París, que Julito se encontró por primera vez, de cara con la Maga. Ella se acuerda que no hablaron mucho, apenas lo suficiente para que Julio quedase completamente encantado, y la siguiera más tarde, desde el muelle de Conti hasta las puertas del cementerio de Montparnasse.

Y vuelve la Maga de su ensueño porque, mientras ella divaga, sigue la guerra en todos los frentes. Tanto, que la Maga colgó un mapa enorme en la pared del bar de Rambla Canaletes, y cada día, después de leer el periódico “La Batalla”, órgano central del POUM, y compararlo con las noticias de los comunistas prosoviéticos y de los anarquistas, Julito pincha banderitas rojas y azules; con las primeras representa las milícias obreras y populares y las segundaspara marca a los militares sublevados; y la Maga y Julito, tomados de la mano, observan con unas caras serísimas el curso de las operaciones bélicas entre los defensores de la legalidad de la república y los sediciosos profascistas.

Pero, no sé si Uds. me siguen en el relato o si ya se perdieron. Todo esto que les cuento –lo de Julito en Tenochtitlan y luego en Barcelona- es una larga historia de vida, una vida de desencuentros tristes y de felices reencuentros entre la Maga y Julito. La Maga me dice que hace un buen rato que a Juanillo, al que ella llama “Juancito” se le puso en la cabeza que el tiempo -el de las horas y los años- es como una colcha enorme, una especie de frazada gigantesca, que a veces hace unas curvas bruscas y acentuadas y cambia de dirección, y otras baja o sube tan rápidamente que algunas de sus partes se tocan entre si.

-Y cuando a Juan se le mete una idea entre ceja y ceja, bueno, ya sabés cómo es él, te repite la idea unas mil veces, hasta que te convence, o te harta- hace una mueca coqueta la Maga y le pasa la mano por el pelo a Julito, que la mira aburrido, con su mirada bovina perdida en el mate.
Bueno, en mi caso fueron las dos cosas: Juancito me convenció, pero también me hartó. Así que voy a tratar de contarte la historia lo más objetivamente posible, empieza a contarme la Maga.

-Juancito dice que estudió mucho lo de las arrugas del tiempo; que son pliegues -según él y sus estudios, porque yo no me he puesto a verificarlo, claro, coincide Julito con la Maga- en los que  se diferencian dos tipos de Tiempos.

-Uno de ellos es Kronos, el Tiempo de la oportunidad. Me contaba una y mil veces, hasta convencerme, que en la mitología griega se pensaba, desde siempre, que el cielo y la tierra estaban íntimamente unidos- insiste la Maga, se interrumpe y se levanta para cebar mate.

-Mirá vos qué erotismo el de los griegos; ellos pensaban que el falo del cielo estaba siempre metido en la tierra y no dejaba que nada saliera de su vientre terrenal. Eran dos modos de entender el Tiempo y su eternidad, y sus dos dioses de lo eterno:  Kronos, el del eterno nacer y perecer; y Aión: el del eterno estar y volver- en otras palabras, según Juan, lo que hay de vida entre el nacer y el morir, meditaba la Maga.

-O entre la nada y nada. ¿Entendés? Kronos es la duración. El espacio de tiempo que hay entre la vida y la muerte. Mientras que Aión es el tiempo pleno de la vida, pero sin muerte- me cuenta Julito que le repetía Juan en sus largas horas de insomnio, en las que tampoco lo dejaba dormir, porque se metía en su pieza, lo zamarreaba hasta despertarlo y se sentaba a contarle sus teorías locas.

-Kronos es el presente, con su pasado y su futuro, como cuando uno no se acuerda de algo, o decide que hay algo que mejor lo hago mañana; o cuando se compara lo antiguo y pasado de moda con algo reciente y deseado - ¿me entendés Javi?, me decía la Maga, entusiasmándose con la teoría de Juancito.

-Sí, y Aión entonces es el pasado y el futuro, como dos momentos independientes del presente- me dice la Maga que cada vez se animaba más a seguir las teorías y a compartir el entusiasmo de Juancito, que cuando se aparta momentáneamente de la política siempre se mete con la ciencia, el esoterismo o la filosofía.
-Eso mismo Javi: Kronos es el tiempo del  movimiento, de la creación y el trabajo; es el dios de lo que Aristóteles llamaba las acciones imperfectas- cuenta la Maga que Juancito levantaba la voz, gesticulaba, la tomaba por los hombros y la zamarreaba para convencerla de sus teorías.

-Es el Tiempo de los objetivos fútiles, tontos, como adelgazar, por ejemplo; u otros más nobles, como construir una casa. ¿Me seguís, no? son ese tipo de acciones que parecen inservibles cuando uno alcanza la meta que se había propuesto. Cuando uno llega, se muere el movimiento que en realidad no valía tanto por sí mismo- dice la Maga que le contaba Juancito.

-Lo de las arrugas del tiempo es así, mirá- Le decía Juancito a la Maga, y Julio me lo contaba años después, en Buenos Aires. -Cuando ocurren grandes crisis, revoluciones o situaciones de conflictos sociales muy fuertes, es como si el Tiempo se acelerase y parase bruscamente, produciendo “arrugas” o incluso rupturas, como ocurre en un asfalto blando en el que los camiones de muchas toneladas hacen movimientos bruscos de arrancadas y de frenadas-

-Bueno, para hacértela corta: tres meses atrás, en Plaça Catalunya ocurrió una de esas rupturas: la superficie del Tiempo se rompió, y se abrió una ventana que nos comunicó con otra época; el Tiempo eterno, infinito, se juntó con un momento único, una oportunidad de las que no se repiten- y parece que fue por ahi que entró Julito a la pantalla del cine en el que pasaban "El Águila y el Nopal”. Y así fue que, de la antigua Tenochtitlán, em el México de 1519, Julio fue proyectado para la Barcelona revolucionaria del año 1936.

Durante toda su estancia en España, Julito y la Maga alternaron tres temporadas en el frente de Aragón con otras cuatro, descansando o recuperándose de heridas en la retaguardia de Barcelona, donde vivieron los Sucesos de Mayo en el año 1937, en los que se enfrentaron anarquistas y comunistas.

En las milícias del POUM lo conocimos a Orwell y ya presentimos entonces ese tono amargo, desencantado y pesimista que más tarde llenó las páginas de su “Homenaje a Cataluña” que publicó en 1938- me cuenta la Maga, y Julio se calla, porque prefiere no opinar sobre el tema.

-Como a los soldados rasos les permiten incorporarse a otras unidades, después de la disolución de las milícias del POUM por los estalinistas, Julito y la Maga van a parar a la 26ª división, la que era la antigua columna Durruti, y regresan al frente de Farlete, en Zaragoza. Es entonces cuando son capturados en un ataque fascista.


4ª parte: los túneles de Barcelona y el de la Mantiqueira, en Brasil.

El Barrio Gótico, que en catalán lleva el nombre oficial de Barri Gòtic, es uno de los cuatro sectores que forman la Ciutat Vella de Barcelona. Es el núcleo más antiguo de la ciudad y su centro histórico. El cardus y el decumanus romanos son los principales ejes históricos de urbanización del barrio en su parte más alta, la del antiguo Monte Táber, donde está la plaza San Jaime.

Montgat tuvo el primer túnel ferroviario de Cataluña y de toda España cuando, en 1848 se puso en funcionamiento la línea del tren de Barcelona a Mataró. España se debatía por aquel entonces entre la depresión nacional por la pérdida reciente de sus colonias americanas –solo le habían sobrado Puerto Rico y Cuba-, y la lucha intestina entre los liberales, nacionalistas y progresistas republicanos por un lado, y los monarquistas que añoraban las perdidas glorias del império, por el otro.

Pero, mientras España miraba hacia el pasado, Cataluña avanzaba dentro del capitalismo más moderno: el metro de Barcelona, por ejemplo, era formado a inicios del siglo XX por dos empresas privadas. Al estallar la Guerra Civil, no había una red, sino dos líneas autónomas y desconectadas físicamente entre si; los transbordos sin tener que salir a la calle recién fueron posibles con la municipalización ocurrida en los años de 1950.

-El metro de Barcelona era formado por dos líneas que sumaban 11,8 Km y 20 estaciones- me cuenta Julito, detallista y estudioso de los mapas.
-Las compañías eran el Gran Metropolitano, que iba desde  Lesseps a Liceo-Correo, y el Ferrocarril Transversal, de Santa Eulalia a Marina. Además de estas dos compañías, el Ferrocarril de Sarriá funcionaba como metro entre Plaça de Catalunya y Sarriá- le agrega la Maga mientras Le pasa el mate y abre el mapa de la guerra que han empezado los militares sediciosos contra la república española.

Cuentan la Maga y Julio que todo funcionó más o menos normalmente en los transportes de Barcelona en los primeros tiempos de guerra, pero en septiembre de 1937 la falta de material y de repuestos empezó a afectar los servicios.

-En los talleres de las empresas, además de los arreglos de mantenimiento de los trenes, empezó la fabricación de armas y municiones para las tropas populares y republicanas. Sin embargo, los túneles tuvieron un papel más importante durante la guerra. El Transversal, por tener el mismo ancho que los ferrocarriles, permitía el paso de los convoyes que cruzaban la ciudad cargados de tropas y armamentos- dice Julito y señala el recorrido del subterrâneo em 1936.

Después del fracaso del alzamiento en Barcelona, la ciudad quedó en manos de las milicias obreras, que habían conseguido armas en los arsenales militares y disponían de una fuerza de hombres y mujeres armados muy superior a las fuerzas de seguridad con las que podría contar el Gobierno Central y la Generalidad.  De este modo, aunque las tropas leales habían derrotado a los sublevados, en realidad era el movimiento obrero el que había tomado el control total de la ciudad, reemplazando a la autoridad y a los poderes del estado.

-La noche del 20 de julio los dirigentes anarquistas García Oliver, Abad de Santillán y Buenaventura Durruti se encontraron con Companys para tratar de la nueva situación. ¿Acaso Companys podría haber llamado a los cuerpos de seguridad y obligar a los obreros a devolver los fusiles y municiones que se habían incautado? – le pregunta Julito a la Maga, que ya se sabe de memoria la respuesta:

No, no era posible; estaban en un momento peligrosísimo, y el presidente catalán decidió audazmente ofrecerles a los anarquistas una propuesta insólita: la de tomar el poder o colaborar con el estado y su gobierno republicano de frente democrático. Los líderes anarquistas, no sintiéndose lo suficientemente fuertes, optaron por la alternativa de la colaboración, a pesar de que toda la experiencia histórica del movimiento liberario les decía todo lo contrario –y así se demostraría en los meses siguientes, le agrega la Maga a Julito. –Porque ese estado debilitado y sus gobiernos frentistas pesarían muy poco como poder real. De esa reunión saldría la creación del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña al dia siguiente– y ese fue el verdadero gobierno de Barcelona durante muchos meses; y aquel fue el comienzo de la Revolución Española, dicen, repiten se completan, hablando casi al unísono, atropellándose con las palabras, entusiasmados y embriagados de fervor revolucionario y de un amor que nunca les había durado, la Maga y Julio.

El Ferrocarril de Sarriá prestaba un servicio de metro entre la Plaça de Catalunya y Sarriá. En 1929, para mejorar la circulación durante la Exposición Internacional, el trazado de superficie se reemplazó por uno nuevo, por medio de un túnel entre las estaciones de Plaça Catalunya y Muntaner– cuenta Julito. –La obra resolvía el efecto de barrera de esa línea, que había quedado encajonada por el crecimiento urbano de Barcelona–.

Durante la guerra, se construyó un tercer carril que llegaba hasta la estación de Gracia para permitir el paso de los trenes que ya tenían el ancho de trocha ibérico que procedían del Ferrocarril Transversal. Para conectar ambas líneas se perforó un ramal por debajo la calle Pelayo que no llegó a ponerse en funcionamiento porque no contaba con un gálibo suficiente, –Si, los arcos de hierro de los túneles no tenían la altura necesaria– aclara la Maga, para permitir el paso de los trenes. El objetivo más urgente de ese momento era dejar circular los convoyes con explosivos y todo el material bélico de las tropas republicanas hasta los túneles que estaban construidos, pero todavia no tenían vías, de la parte alta de la calle Balmes, en la línea de la Avenida del Tibidabo. Por fin, la solución encontrada fue la de abrir una salida del túnel a la altura de la estación de Putxet para crear un depósito de armas y de material bélico.

Y fue en una de esas curvas del túnel de Barcelona que Julito y la Maga se escaparon, después de huir del frente de Farlete, en Zaragoza, donde habían sido capturados durante un ataque fascista.

Apenas diez minutos después de entrar al túnel, lo encontraron al teniente coronel José Vargas da Silva, perdido en una de las salidas de emergencia del tren que atraviesa la sierra de la Mantiqueira, entre Minas Gerais y São Paulo, en Brasil. La Maga enseguida entendió lo que pasaba: habían caído otra vez en una de las tantas “arrugas del tiempo”, esos pliegues en el espacio-tiempo por donde se mezclan las épocas diferentes en momentos de crisis. Julito y la Maga habían ido para trás en el tiempo, y estaban en 1932, em plena crisis en Brasil, y en medio de la guerra civil en la entonces provincia de São Paulo.

-De los pocos recuerdos que la cabeza de un hombre de mi edad -101 años completos- podría salvar intacto, están los que pasé luchando en el túnel de la Serra da Mantiqueira durante la Revolución Constitucionalista de 1932– cuenta José Vargas, que todavía se distrae con sus recuerdos en las largas noches de insomnio. Y se da cuenta Julito que la Maga está equivocada: es otra crisis, otra época...el año 2003 tal vez, y el anciano con el que hablan es una alma perdida, sobreviviente en los laberintos del tiempo.

Dicen que fue una de las batallas más decisivas entre São Paulo y Minas Gerais; me dolía mucho ese enfrentamientos de armas entre hermanos, pero en ese momento para mí , un joven de unos veinte años , no me veía fuera de ese mundo de conflictos– les cuenta el anciano, y se le humedecen los ojos cansados.

La Serra da Mantiqueira– les dice José Vargas a la Maga y Julito– fue todo un baluarte, un  reducto de magia, una fortaleza legendaria por la posición estratégica que tiene el ferrocarril en la red ferroviaria del sur de la provincia de Minas. Por mis recuerdos del tiempo que pasé allí en mi juventud, y por el fragor de los combates todavía ocupa las grandes horas de insomnio de la madrugada.


5ª parte. Final:

La Maga y Julito entre los negros revolucionarios de Haití.

Los haitianos -según le habían contado a Julito y a la Maga- hicieron hace casi 200 años un pacto con el diablo para obtener su libertad. Solo que el Mandinga no se les presentó oliendo a humos de azufre, sino a un delicioso perfume parisino.
Estando todavía medio perdido en los vericuetos del túnel de la Mantiqueira, entre Minas Gerais y la provincia rebelde de São Paulo, y en plena guerra del año 1932, se entera Julio Cortázar que los esclavos haitanos habían empenzado a sacarse de encima el control colonial de los franceses en 1791, cuando se rebelaron y, luego de durísimos y amargos años de combates, por fin pudieron declararse libres. Sus antiguos amos franceses, sin embargo -les cuenta el teniente coronel José Vargas da Silva a la Maga y a Julito- se negaron a aceptar la independencia de su colonia americana de Haití.
La isla, al final de cuentas, había sido uno de los productores de azúcar más lucrativos, demasiado rentable para perderla sin resistencias, así que las autoridades de París le propusieron a Haití que eligiera entre compensar a los antiguos dueños de los esclavos por la propiedad perdida –o sea, ellos mismos- o aguantarse las iras del poderoso império bonapartista. La ingenua nación de los ex esclavos fue obligada a financiar el pago de esas deudas a sus antiguos amos con prestamos que incluían intereses de usura de los bancos franceses. Y esto llegó a tal punto que, todavía en 1940, el 80% del presupuesto de los gobiernos haitianos se iba en pagar los servicios de esta deuda secular.
Y la Maga recuerda que, en el larguísimo debate que ocurrió un par de siglos después en los Estados Unidos sobre el pago de indemnizaciones por los daños causados por la esclavitud, los que se oponían rotundamente a la idea insistían en afirmar que no hubo nunca precedentes para una propuesta semejante. Pero sí, sí los hubo. Solo que lo que se pagó en realidad, fueron indemnizaciones en un sentido contrario. Y es que, terminada la Guerra de 1812 entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, el gobierno de Londres les devolvió a los agricultores del sur norteamericano más de un millón de dólares por el hecho haber incentivado a sus esclavos negros a huir durante la guerra de independencia. Dentro del mismo Reino Unido, el gobierno británico también tuvo que pagarle una fortuna a los antiguos dueños de esclavos britânicos -incluyendo entre ellos a los antepasados del que, luego de más de doscientos años, sería el primer ministro David Cameron- de tal modo de compensarlos por la abolición de la esclavitud.
Dicen -y la Maga se acuerda de haberlo leído mucho más tarde en su pensión geriátrica de Buenos Aires, cuando ya era una ancianita- que el investigador Adam Hochschild calculó en su obra de 2005, "Bury the Chains", algo así como “una cifra equivalente al 40% del prespuesto nacional de aquel entonces, y a unos 2,2 mil millones de dólares de hoy”.
—Los ciudadanos liberales que defienden el pago de indemnizaciones a los descendientes de los antiguos esclavos —y no a sus ex dueños, claro—  le comenta la Maga a Julito- calculan una cifra enorme representando la deuda en base a todos los efectos negativos de la esclavitud. Quieren rectificar los sueldos que no les fueron pagados durante el largo período de esclavitud, y poder compensar todas las injusticias y daños que ocurrieron incluso luego de la abolición formal.
—Los antiguos liberales abolicionistas que ahora quieren una política compensatória más amplia— le insiste la Maga a Julito —incluyen la servidumbre por las deudas  y también por la exclusión de los benefícios que la política del New Deal les ofreció, muchas décadas después de todos estos hechos, a los trabajadores blancos norteamericanos— agrega. 
—Según estiman los que son a favor de esas compensaciones, hay documentos que muestran por ejemplo que los esclavos trabajaron 222.506.050 horas de labores forzadas entre los años de 1619 y 1865, cuando se terminó la esclavitud— sigue comentando la Maga. —Al hacer los cálculos detallados, agregándole los intereses bancarios debidos y la correción del cambio a la moneda actual, aparece una cifra de varios miles de millones de dólares—.
—No hay que olvidarse, querida— le contesta Julito a la Maga, —que la esclavitud era vista hasta hace muy poco tiempo, como un eficaz complemento de cualquier emprendimiento de la colonización. En la capitulación que firmó el primer adelantado del Río de la Plata, Don Pedro de Mendoza, el 21 de mayo de 1534, por ejemplo, se le ofrece una licencia, según la Real Cédula del 19 de julio, para que el pudiera llevarse, totalmente libre de impuestos al territorio de su gobernación, unos 200 esclavos negros, hombres y mujeres que traería de España, Portugal, Guinea y de Cabo Verde, sin más condición que la de negociarlos en alguna de las otras provincias del reino.
—Pero el pago de un reembolso hoy, después de terminada la emancipación de los antiguos esclavos negros, tal vez ya es un problema menor. El mundo moderno, casi se puede decir, le debe a los esclavos su misma existencia— dice Julito, mientras le abre camino a la Maga por entre los túneles laterales del tren de la Mantiqueira, apresurándose para salir de allí antes de las llegada de las tropas mineras.
Una de las bifurcaciones en que se subdivide el túnel secundario que eligieron en su fuga, se transforma abruptamente en un camino escalonado, cada vez más ancho y húmedo hasta que, de las piedras de la calzada, empieza a brotar cada vez más agua, y el fino curso de un arroyo alegre que se ensancha a cada metro, los obliga a pararse.
El ambiente tropical de la frontera de Minas y São Paulo, tan cercano a las sierras del sur de Rio de Janeiro, se transforma de pronto en un paisaje atestado de negras y negros agricultores, vestidos de Blanco y descalzos, hablando un criollo diferente del portugués al que se habían acostumbrado a oír en la Mantiqueira, que más parecía un francés anasalado, la lengua típica de las Antillas. Los campos que veían ahora eran una gran excepción en el cuadro general de poca presencia humana en la Latinoamérica de aquella época, porque los campos que veían ahora ya estaban densamente poblados y explotados. Esas planícies eran una muestra clara de los nuevos sistemas intensivos de producción de azúcar, tabaco y café que se extendían en Cuba, Jamaica, Santo Domingo y las otras islas menores. La Maga y Julio sabían que esos campos de las Antillas, donde se estableció el primer contacto entre América y Europa, eran las grandes fábricas biológicas de un desplazamiento humano continuo, que iba a ir dejando para atrás una tierra seriamente dañada en su fertilidad, y firmemente conectadas a todo el sistema comercial europeo. Haití, por ejemplo, perdió casi toda su cobertura vegetal y es el país americano con más degradación del suelo. Haití solo conserva el 1% de su cobertura vegetal, y a lo que se atribuye el masivo éxodo histórico de los haitianos rumbo a Estados Unidos es la desertización o degradación del suelo por fenómenos climáticos y por actividades humanas inadecuadas.
La caña de azúcar ya había cambiado de raíz todo el sistema social y ecológico de las Antillas y de los otros lugares en que los colonos europeos la cultivaron, en especial Brasil. Pero tanto impactó en América como en la otra orilla del Atlántico, empezando por la destrucción de las sociedades del Golfo de Guinea por causa de la trata de esclavos, y pasando por la fabulosa inyección de capitales en Cataluña y Galicia provenientes de la aristocracia cañera cubana.
En Cuba, la apisonadora de caña masacró toda la isla del oeste al este, hasta que los bosques naturales quedaron reducidos a unas pocas selvas nativas en lugares escarpados, como la más tarde famosa Sierra Maestra. Igual que en Brasil, donde el avance irresistible de las plantaciones de café fue responsable por la destrucción del bosque atlántico en el sur del país.
El cambio que pudo haber en los bosques ecuatoriales húmedos, especialmente en la Amazonia, es un enigma. Hoy en día se pone en duda la visión tradicional de una inmensa extensión de selva intocada, habitada desde milenios por algunas bandas de cazadores. Parece que la colonización causó un enorme impacto sin necesitar usar sus excavadoras, llevando a la zona una población bastante densa y una actividad agrícola intensa para adentro de un bosque vacío y milenario que conocemos hoy.
Y de pronto, después de haber pasado a través de otra grieta entre las arrugas del tiempo-espacio, se encuentran la Maga y Julio con sus nuevos compañeros de ruta, ahora negros haitianos emancipados del yugo francés, poco después del año de 1803.
—Siguiendo con el tema de los esclavos en la que luego se llamaría la Argentina— el Negro Lavoiser le cuenta a Julito —recordemos que la población negra en Argentina, procedente de la trata de esclavos africanos durante los siglos de la dominación española en el Virreinato del Río de la Plata, tiene un papel importante en la historia argentina.
Julio, como argentino radicado en Francia, bien que sabía sobre el tema, que no era muy comentado en su país por aquella época. —Los negros esclavizados llegaron a ser más de la mitad de la población de algunas de las futuras provincias argentinas en los siglos XVIII y XIX, lo que tuvo un impacto grande sobre la cultura nacional, aunque la presencia de la población africana y mestiza disminuyó mucho— comenta el Negro Jean Lavoiser, —sobre todo por causa de las guerras internas y especialmente la del Paraguay y las campañas de conquista de la Patagonia, a lo largo del siglo XIX.
—Dos años después de haber sido fundado el puerto de Buenos Aires, en 1538, el navegante genovés León Pancado que se dirigía a la ciudad de Lima en la nao "Santa María" a vender mercadería por cuenta de dos comerciantes con sesenta hombres, un año después que Mendoza partiera para España, debió llegar de arribada forzosa a la ciudad porteña, por lo que los oficiales reales lo acusaron de introducir dos esclavos sin licencia. Para resolver el conflicto, Pancado le entregó los dos esclavos negros a los oficiales que los recibieron, muy conformes. Dos días después, el 10 de enero de 1539, el tesorero Garcí Venegas, el contador Felipe de Cáceres y el capitán Alonso Cabrera, pusieron en subasta pública a los dos esclavos durante nueve días, habiendo cada tres días un pregón en el que se ofrecía "que quien quisiese comprar e poner un precio los dichos esclavos e pagar aquí en este Puerto dentro de un año cumplido o en España, que se habían de rematar dentro de los dichos nueve dias”. Tal vez esta fue la primera venta de esclavos ocurrida en Buenos Aires— les cuenta el negro Jean Lavoiser a la Maga y Julito.
Despoblada la ciudad alzada por Mendoza, Juan de Garay funda la ciudad de la Trinidad en el puerto Nuestra Señora Santa María de Buen Ayre en 1580, cuando España ya había creado en el área del Caribe otros centros. Los establecimientos caribeños parecían tener mayores posibilidades de riquezas, diferentes del puerto bonaerense, a pesar de que su ubicación lo convertía en la entrada natural al enorme territorio que se extendía hasta Chile y el Alto Perú, haciendo pensar que el puerto de Buenos Ayres era la conexión directa y más económica con Europa y África.
—Cinco años después de la fundación de Garay, el obispo del Tucumán, Don fray Francisco de Victoria, asociado al comerciante portugués Lope Vásques Pestanha, organiza una expedición al Brasil en busca de mercaderías y esclavos— les cuenta el haitiano. —Después de vencer grandes dificultades, consigue traer 60 esclavos y los lleva al norte. Parece que también trató de tomar contacto directo con los traficantes de la costa de Guinea, pero fracasó en estas iniciativas, que dicen que pagó con centenas de colas y crines de yeguas cimarronas.
—Pero la noticia de la introducción de los esclavos que creían necesarios para impulsar las actividades agrarias e industriales, despertó muchas alegrías entre los tratantes de cautivos negros— agrega Jean, —por lo que presentaron reiterados pedidos a las autoridades para que les franqueasen el puerto de Buenos Aires para el ingreso de la esclavatura. Con la excusa de darles un trato mejor a los indios, el gobernador del Tucumán Juan Ramírez de Velasco propone la introducción por el puerto en 1596, de mil esclavos de Guinea para trabajar en los ingenios de metales, pagando un alto valor por la licencia.
—Y en 1601 los chilenos también empiezan a pedir la importación de esclavos por el puerto de Buenos Aires para las minas del rey o para repartirlos entre los vecinos que necesitaban mano de obra. Más tarde lograron la tan ansiada conexión con África y también aumentó el intercambio con Brasil— sigue contándoles el haitiano. —Y esto ocurrió gracias a la unión de España y Portugal en tiempos de Felipe II, restituyendo la entrada por el puerto de Buenos Aires de hierro y de esclavos, que fueron directamente hacia los mercados del Alto Perú, en especial Potosí, asustándolos a los limeños con la inesperada competencia. En consecuencia, hubo un reclamo ante la Corte, que en 1594, cerró el puerto de Buenos Aires a los esclavos y a cualquier mercadería procedentes de Brasil, Angola, Guinea u otra región dependiente de Portugal, con la prohibición expresa de que de ninguna manera se debían de permitir entrar esclavos por allí.
—Pero pasó el tiempo y, a mediados del siglo XIX— le contesta Julito, que se había mantenido callado hasta entonces —empezó la ola de inmigración en Argentina, fomentada por los constituyentes del año de 1853, que querían un crecimiento de la población en Argentina, y que de preferencia fuera blanca.
—Argentina fue el segundo país del mundo a recibir la mayor cantidad de inmigrantes, más de 6,6 millones, solo por debajo de la cifra de los Estados Unidos que llegó a los 27 millones, y arriba de los números de Canadá, Brasil y Australia— comenta la Maga, ella misma hija de inmigrantes. —Esa enorme masa de inmigrantes, parte del más grande de los movimientos de seres humanos en varios siglos, sostendría la vieja teoría de la "invisibilización" de los afroargentinos, que en realidad sabemos que murieron en gran parte en los campos de batallas, por enfermedades producto de la miseria, y por la cruza familiar con los nuevos inmigrantes europeos.
—La principal causa de la gran disminución de la población afroargentina fue la alta tasa de mortalidad entre sus comunidades— agrega la Maga —pero hoy ya sabemos que esa aparente desaparición no era nada más que el resultado de una representación historiográfica, una especie de voluntarismo ideológico, digamos, que daba a los negros por exterminados; algo diferente de una verdad histórica, lo que sí se reconoce desde hace más tiempo en Uruguay.
—A inicios del siglo XX llegaron nuevos inmigrantes africanos provenientes de la costa de Cabo Verde, que no eran esclavos ni venían expulsados por las guerras coloniales o tribales— retoma la palabra el haitiano. —Eran espcialistas marineros y pescadores que llegaban al país próspero del Río de la Plata en un número superior a los 10 mil caboverdianos y sus descendientes.
—Esos marineros expertos— les dice el haitiano Jean Lavosier, y la Maga y Julio empiezan a entender el motivo de la larga historia sobre la esclavitud que les había contado, —recuperaron una salida original para su estado de miseria posterior a la abolición. Era una idea antigua, casi una tradición, un mito, pero era eficaz: volver libres a la madre África navegando, tal y como cuando los habían traido esclavos.
A inicios del siglo XIX los Estados Unidos pensaron varios planes para crear una colonia en África para establecer allí a los esclavos afroamericanos liberados. Entre 1821 y 1847, combinando compras de esclavos y acciones más audaces de conquista, las sociedades abolicionistas estadounidenses crearon la colonia de Liberia, que en 1847 se proclamó como nación independiente.
Ya desde los años de la revolución norteamericana, a fines del siglo XVIII, existían muchos blancos estadounidenses que no aceptaban la idea de que los negros afroamericanos libertados pudieran vivir en lo que ellos consideraban su sociedad de individuos libres. O bien porque los creían física y mentalmente inferiores a los blancos, o sino porque pensaban que el racismo y la radicalización de los conflictos sociales eran obstáculos demasiado grandes e insuperables para una integración armoniosa de las distintas etnias. La solución que les parecia más aceptable -a aquellos blancos menos honestamente preocupados, igual que a quienes se proponían la abolición inmediata de la esclavitud en todo el país- era trasladar a los negros liberados a una nueva nación. Ese fue el caso de Liberia, fomentada por los EEUU, y también el de Sierra Leona, impulsada por el Reino Unido.
Pero había otros negros libres, como Raphael José de Oliveira, un ex esclavo brasileño que contrató al corrector de barcos George Duck, porque quería llevar un grupo de africanos hasta las playas del continente negro. Querían llegar a la Costa de Mina, de donde habían salido algunos de ellos, los más viejos, y los padres y abuelos de otros, los más jóvenes.
Ese mismo era el plan del haitiano Jean Lavoiser, y para eso, sin que la Maga y Julito Cortázar lo supieran todavía, es que los había ayudado a atravesar las paredes del túnel de la Mantiqueira y cruzar el espejo de las arrugas del tiempo.

Continuará

Javier Villanueva, São Paulo 23 de mayo de 2014.

NOTAS  y créditos:
Del día 6 al 13 de abril de 2005 se realizó una "Prueba Piloto de Afrodescendientes", simultáneamente en los barrios de Monserrat, en Buenos Aires, y en Santa Rosa de Lima, en Santa Fe. La Prueba confirmó que el 3% de la población de ambas provincias tiene conciencia de que sus antepasados provenían del África negra. Lo que respalda el estudio del Centro de Genética de Filosofía y Letras de la UBA, que calculó en un 4,3 % el porcentaje de habitantes de Buenos Aires y de su área metropolitana que tienen marcadores genéticos africanos.
De acuerdo a los datos del último Censo Nacional de 2010, la población afrodescendiente argentina era de 149.493 personas (0,4% del total). De este total unos 137.583 eran afroargentinos (el 92%), y los otros 11.960 (8%) provenientes de otros países, en su mayoría norteamericanos, uruguayos y peruanos.
Pero en Catamarca, según la obra “El mestizaje en Catamarca” de Mirta Azurmendi de Blanco,  el precio de los esclavos  variaba según su edad, sexo, condiciones físicas y capacidades laborales. Las mujeres tenían precios más altos que el de los varones por la ventaja de la procreación.
Las actividades que desarrollaban los negros eran de peones, jornaleros, artesanos, agricultores, arrieros y albañiles; las mujeres  se dedicaban  a la servidumbre doméstica, sobre todo a la atención y crianza de los niños, cocina, costura, repostería y bordado.
El esclavo era un bien que era adquirido por los principales terratenientes y por algunos comerciantes adinerados que surgen en Catamarca hacia finales del siglo XVIII. En el censo de 1771, de Baltazar de Castro, el general Luis José Díaz aparece como propietario de 102 esclavos que trabajaban en sus estancias.
“Entre l740 y l810 fueron introducidos en el Río de la Plata unos 45.000 africanos. A los que hay que agregar -y no eran pocos- los entrados por contrabando y los de los navíos legales cuyos datos se ignoran. La mayor parte de estos cargamentos quedaron ahora en Buenos Aires, Montevideo y zonas vecinas, creciendo considerablemente la población negra de Buenos Aires en los comienzos del siglo XIX; precisamente cuando esta población ya descendía considerablemente en la zona del noroeste. Este proceso de declinación se observa además en las ciudades de Cuyo y Córdoba, el cual continuará acentuándose en las décadas siguientes”...(...)...El resumen del Censo General de l778, publicado por el P. Antonio Larrouy refe-rido al Obispado del Tucumán, parece ser un claro ejemplo de esta situación. Aquí los negros, mulatos, pardos, y zambos representaban el 44.5% del Noroeste (la población indígena el 36.5 y los blancos el 19%). Suman unos 38.085 sobre una población de 85.528 habitantes. Son mayoría en varias de estas ciudades, con un índice aproximado al 64% en Tucumán, 54% en Santiago, 52% en Catamarca y el 46% en Salta. Esta última tiene la proporción más alta de esclavos y Tucumán la de negros libres. En censos posteriores esta población desciende en representación a un 17% en l789 y al l6% en l795. Esta declinación presenta marcados contrastes entre las ciudades: descenso significativo en Salta, Santiago del Estero y Tucumán. Cierta estabilidad en los porcentajes en la ciudad de Catamarca y un aumento de los mismos en la ciudad de La Rioja.” (AFRICANOS EN LA ARGENTINA. UNA REFLEXIÓN DESPREVENIDA. Florencia Guzmán, página 5 y 6)