San Pablo, Brasil, 13 de septiembre de 1979
“––Argentina
empezó su formidable expansión con la
“Campaña al Desierto” de 1879 de Julio Roca, que los indios prefieren
llamar “conquista” de la Patagonia , y que la
historia oficial ve como “la última guerra por la ocupación definitiva del
territorio nacional”–– cuenta Victoriano.
––Hasta entonces se trataba de frenar a los furiosos malones que desolaban la pampa con
recursos ingenuos, como cavar un foso de más de 600 kilómetros. Mientras el
país se ataba cada vez más al Imperio Británico, su flamante ejército y marina
seguían el molde rígido del modelo militar
prusiano–– carraspea, le da el
mate a Victoriano y sigue, académico, doctoral, Anibal Fuentes. ––La elite,
mezcla única de expatriados españoles e italianos de cultura afrancesada,
imaginaba a Argentina, tal vez sin darse cuenta de lo que eso significaba, como
la nueva Europa de las Américas–– alarga
su perorata Anibal. ––Además, Sarmiento había llenado el país de escuelas que eran ejemplares para su época,
con maestras venidas desde la mismísima Inglaterra, como en la escuela Normal de Catamarca–– agrega el doctor, y le da el mate a doña
Eufemia. ––Después de más de ciento treinta años -con nuevas políticas y
sucesión de próceres, héroes y bandidos- los partidos en el poder también han cambiado,
variando sus diferentes discursos. Esto fue gradual en las raras primaveras
democráticas, o abrupto, por vía de golpes militares; incluso en los pocos años
de agitación casi revolucionaria, como en la primera mitad de los 70. Pero los
sujetos anónimos, la masa de inmigrantes por ejemplo, un mero instrumento de la
ocupación territorial después de la invasión al Desierto, no ha podido formarse
aún una identidad nacional y que le sea
propia. Los nietos del inmigrante de
ayer, hoy quieren irse; sueñan con volver a emigrar, pero ahora hacia Europa,
la vieja seductora de siempre. El bisnieto del antiguo inmigrante busca la
doble ciudadanía, se desespera por el pasaporte de sus abuelos, que ya no es un
papel ocre en el que cien años atrás se veía una cara triste, con la mirada de
un ser casi sin esperanzas, que venía a América a rescatarse y tratar de encontrarse
como ser humano. No, lo que desean ardientemente ahora los nietos de aquél
anacrónico desesperado de otro siglo, cuando Europa entera pasaba por hambrunas
feroces y se debatía entre la paz y la guerra, es el salvoconduto de la Unión Europea –– completa Anibal.”
cinco
23 de abril de 2006, seis
menos veinte de la tarde.
El avión de la Varig carretea unos
trescientos metros, pero se para de golpe antes de llegar a la cabecera de la
pista y baja la potencia de los motores, gira y se vuelve lento, exasperante,
hacia el aeropuerto. Supongo que debe haber algún desperfecto serio, pero nadie
informa nada y yo tampoco me preocupo demasiado, aunque pierdo el sueño que
normalmente me ataca en los despegues del avión; y vuelvo al “Laprida” de 200 hojas con los manuscritos
de mi viejo:
San Pablo, Brasil, 19 de septiembre de 1979
“––El
mundo entero cambió, y aquella Argentina de los hombres del liberalismo de los años 80 es un sueño que
se deshace, hundiéndose de a poco–– dice
Fuenzalida cuando le parece que el doctor Anibal Fuentes hace un descanso en su
discurso sociológico. ––Y la desilusión y el fracaso del pobre, o del
hombre de clase media, brasileño o argentino, se repiten en centenas de lugares
en todo el mundo. Pero, por otro lado, cuando un inmigrante negocia sus
productos de contrabando en cualquier callecita de Europa, listo para huir de
la policía, queda claro que, muy pronto, ese viejo continente va a ser tan
mestizo como lo son hoy América o Asia–– agrega.
––Y por racionalismo o mera culpabilidad, habrá acabado en Europa la
odiosa pretensión de hegemonía egoísta que sacude en ciclos de terror al resto
del mundo desde el medioevo.–– lo mira de reojo a Anibal, nota que
Victoriano hace una mueca imperceptible de cansancio o de fastidio y se calla,
Cacho Fuenzalida. ––Perder la memoria
de la inmigración nos hace olvidar que mitad de nuestros bisabuelos llegaron al
país, engatuzados con las falsas promesas de tierra y libertad, radiantes actores
de una monumental fuga en masa, nunca vista antes, de la población europea
pobre hacia América–– insiste Anibal
Fuentes. ––Aquí pedían con urgencia una mano de obra barata, y nuestros antepasados, plantadores
o artesanos pobres, sobraban en el centro y en el sur europeos, que seguían muy lentos
en sus industrias. Huían de países asolados por la estupidez de las eternas
guerras. Sus patrias, casi sin salidas pacíficas y duraderas, les abrían la cabeza para un ideal de
aventuras, que traía el dolor del exilio, la emigración y la nostalgia–– dice Anibal, cuyos padres llegaron de
Barcelona un mes antes que las tropas fascistas de Franco tomasen la ciudad y fusilasen
al abuelo, militante del anarcocomunismo sindical.”
Desde mi cama de enfermo, sin
poder intervenir en la charla, pero sin perderme palabra de lo que se habla, me
desvío por un lado más humano y cómico del tema, recordando que después de la caída
de la República ,
miles de españoles cruzaron los Pirineos hacia el sur de Francia, esperando
solidariedad del gobierno socialista de León Blum, que por fin los encerraría
en campos de refugiados. Y así fue que a los españoles en Francia, a medida que
salían del confinamiento y se ponían a trabajar, con cariño o con desprecio, los
conocieron como “espangouin”. ––Sí, así es–– dice Anibal–– les decían “pingouin
espagnol”, porque la mayoría, al llegar a París, trabajaban de mozos y camareros
en restaurantes, de frac, en blanco y negro, como los pingüinos–– y se extiende otra vez, entusiasta en su
floreo enciclopédico, nuestro docto Dr. Anibal Fuentes.
Siento
que me vuelve de a poco la fiebre, y me acuerdo que Anibal decía que, al final
de la guerra de España, como muchos combatientes obreros jugados por la República , Juanjo, un
hermano de su abuelo, había entrado al PCE. El tío abuelo del doctor sintió en la
propia carne la ferocidad de Franco para exterminar a los vencidos. Fue preso en
los campos de trabajo forzado en el norte de África. Se fugó, refugiándose en
Argelia, donde trabajó como oficial metalúrgico. Aprovechó un indulto y volvió a España en
1957; en Madrid entró en la fábrica Perkins. Como otros muchos luchadores de
las Comisiones Obreras, Juanjo Fuentes fue juzgado por el Tribunal de Orden
Público franquista y enviado a prisión. Saldría de la cárcel diez días después
de la muerte de Franco, pero todavía lo detuvieron una vez más, en diciembre
1975. Y la enfermera entra con los
remedios mientras Victoriano sale despacio, y yo siento que me adormezco y
sueño.
23 de abril de 2006, seis y diez de la tarde.
Bajamos del avión y
volvemos a las salas de espera; nadie explica nada y sigo leyendo. Aunque no
entiendo bien hacia adónde apuntan las anotaciones del viejo en el “Laprida”, sí coincido con sus conceptos.
Y es que la inmigración que él describe, de millones de miserables europeos
entre el siglo XIX y el XX, fue precedida aquí por un racismo despiadado que
idealizaba todo lo que era del viejo mundo, mientras postergaba y ultrajaba a nuestros
criollos y mestizos. El Martín Fierro
denuncia esa política que prepara la aniquilación del indio y la marginación
del gaucho, acciones que irían a inaugurar esa nueva realidad social.
Casi me duermo con el
cuaderno en las manos, hasta que los parlantes anuncian por fin, después de dos
horas de espera en el zaguán de Guarulhos, que el vuelo de la Varig São Paulo-Porto
Alegre-BsAs va a salir dentro de 45 minutos; vuelvo al manuscrito:
“––La América mestiza se
fue forjando desde Méjico hacia el sur, como el más asombroso efecto del nuevo
mundo: los millones que hoy hablan portugués y castellano, sintetizan centenas
de culturas, nativas o importadas, que fueron proscritas y doblegadas por la
fuerza de la espada y de la cruz. Todos fueron sometidos: como luego lo serían
los indios acá, también lo eran los propios colonizadores allá en Europa, ya
que en su mayoría venían del sur miserable de España–– dice Fuenzalida, ––y muchos de esos conquistadores rudos eran
árabes o judíos, cristianizados a los porrazos. Marginados, los cristianos
nuevos, judíos en realidad, lograron pasar a través de Portugal y llegar hasta
aquí, escondiendo su calidad de conversos. Y más relegados eran los negros
traídos en cadenas, o los chinos llevados a Chile y al Perú, cuando se les
acabaron los esclavos negros. Por fin, también fueron sometidos y degradados
los italianos, vascos, gallegos y catalanes inmigrantes, todos expulsados de
Europa, porque sobraban en la producción, que allá en sus patrias no tenía
donde más aprovecharlos–– remarca mi
primo Raúl, le devuelve el mate a Eufemia, y termina su largo comentario. ––Argentina
y toda America Latina son el fruto mestizo de una cultura de sometidos, y
olvidarlo es negar nuestra esencia––
chupa el último trago del chala, exhala el humo azul y dice, muy bajo,
Victoriano.”
23 de abril de 2006, siete y
veinticinco de la tarde.
Otra vez el avión
carretea por la pista pero esta vez despega sin más demoras; a pesar del
problema que no fue informado, salimos sin otros imprevistos; el comandante
informa que en pocos minutos llegaremos a la altura de crucero, los 10 mil
metros, y van a servir el almuerzo; salgo de la modorra y voy al baño a mojarme
la cara; ni bien entro, empieza una cierta turbulencia y me vuelvo al asiento.
Retomo la lectura del “Laprida”, que
cada vez parece más un conjunto de apuntes sin una línea clara de pensamiento. Sigo la lectura:
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