quinta-feira, 31 de janeiro de 2013

Un paseo en jardinera





Al  final de la cosecha  de uvas, luego  que  se  vendían las  mejores, quedaban las de  menor  calidad. Teníamos  que  juntarlas  y  entregar  todo al alambique para la producción de aguardiente, el Esquiú o el Isis.
  
Con  mis pocos  años, todavía niño y junto con otros  hermanos y amigos, teníamos  esa tarea de cortar los racimos, llenar los cajones y subirlos a  la  jardinera  para  su transporte. Sucias las manos y con la miel de la uva en  toda la ropa.

Era una de esas tardes cálidas en la que algunos  pocos  veraneantes  salían  de paseo. Para  mi  asombro, una  señora desconocida y su hija, más o menos  de  nuestra  edad,  nos  miraba  desde  la  calle.  Me  pidieron  un  poco  de uvas  y,  por  la  conversación, supe  que  eran  de Santa  Fe. Luego  la señora me  dijo  si  podía hacerla  dar  un  paseo  en  la jardinera a su  hija, que ella  esperaría.

Así, con  esa  pasajera de  ciudad y de otras costumbres a bordo, iniciamos  el  paseo  por   los   callejones  de La Falda. No  recuerdo los  temas  de   conversación; posiblemente  hubo  muchos  silencios  y,  luego  del chirriar  de  los  ejes  y  los  pozos  del  camino , regresamos  a  donde  nos  esperaba  su  madre. 
En recompensa, y con la ternura de su bella inocencia, la niña me dio un  colorado  beso. 

Autor: Luis  Unzaga

sábado, 26 de janeiro de 2013

Las arrugas del tiempo y los otros dos





Javier salió del departamentito de un único ambiente en la Avenida Ipiranga 81, caminó unos 350 metros hasta la flamante estación de metro de la Plaza de la República. Estaba bastante adelantado para la primera clase e iba despacio; hizo la combinación con la línea azul en Praça da Sé, y se bajó en Vila Mariana.
Todavía faltaban unos cuarenta minutos para entrar al aula y decidió parar un rato y tomar un "pingado de café com leite" y un pan con manteca "na chapa". 
Se sentó en un banco alto al lado del mostrador, miró para atrás por el espejo y entonces lo vio. 
Era Israel Vilhas, igual, solo que treinta años mayor: envejecido, canoso y flaco, casi descarnado. A su lado, sentados los dos en una mesita del fondo oscuro del bar, un hombre que le pareció familiar: no más de un metro y setenta, pelo negro, unos 78 kilos, calvicie incipiente, tal vez 62 o 63 años, y bastante parecido a su padre. Esto lo intrigó casi tanto como verlo, así de golpe, al viejo Vilhas, tan envejecido que parecía un hombre de 90 años.
Tomó el café con leche despacio, se levantó y llevó el platito con el pan con manteca; y giró sin prisa, para ir directo a la mesita del fondo, donde estaban Israel Vilhas y el otro hombre, que tanto le recordaba a su padre. 
Ellos no lo vieron de inmediato, pero Javier se sorprendió de nuevo, al notar que en realidad estaba en un escenario completamente diferente: mesitas de bar, sí, pero al fondo de un gran teatro, con las paredes llenas de libros, gente vestida de un modo más informal todavía, si se la comparaba con sus jóvenes amigos brasileños en aquel año de 1980. 
 No, definitivamente el escenario del bar no solo no era el del "boteco" de la esquina de Domingos de Moraes con la Lins de Vasconcelos, ni siquiera era un escenario tropical y paulistano; era una librería porteña.
- Sí jovencito, estamos en Buenos Aires, en 2014 y apuesto que Ud. se llama Javier, llegó hace muy poco a Brasil, da clases de inglés, y tiene un problema serio, antiguo, con este hombre que me acompaña, don Israel Vilhas- le largó de pronto, en un castellano cargado por el acento cordobés, el acompañante del viejo, acertándole en todo y dejándolo boquiabierto y casi mudo del susto.
- ¿Quién es Ud? ¿Acaso somos parientes?- se defendió Javier, intrigado y algo temeroso.
- Si le digo, Javier, que su última residencia acá en Buenos Aires, en 1979, quedaba en Lomas del Mirador, ¿va a creerme que lo conozco casi tan bien como Ud. mismo se conoce?- insistía el hombre, y Vilhas los miraba a ambos con los ojos perdidos en un horizonte lejano, típica mirada de un viejo que sabe que la eternidad -o la nada- lo aguarda muy cerca, quizá a la vuelta de la próxima esquina.
- Digame, ¿somos de la misma familia?- tanteaba Javier, mientras buscaba en la memoria la imagen de este hombre tan familiar, tan semejante a su propio padre.
- Te cuento, Javier, y dejáme que te tutee, que al final yo soy vos dentro de 33 años- le larga el desconocido y a Javier, jovencito de menos de treinta años, 70 kilos escasos, pelo y bigote negro, le cuesta reconocerse en este hombre gris, pesado y todavía con algunos rulos, pero casi calvo. Y se sienta para no caerse.
- Y vos, ¿qué hacés acá, Israel?- lo fulmina al viejo Vilhas con la mirada, cargada de un desprecio juvenil que mete miedo, el Javier de 1980.
- Vine a despedirme de mi hermano; murió hace un par de años, y yo nunca me había atrevido a volver a la Argentina-confiesa el viejo, y la voz le sale desde el fondo de un cansancio casi secular, y Javier -el joven- se ríe pensando en los que lo llamaban "testigo del siglo"...¡já, já!...pero si todos somos testigos de este siglo XX que parece que no se termina más.
-  Pero se terminó Javier; y ya hace 14 años que empezó el siglo XXI, el de la falsa paz, el de la democracia limitada, el de la izquierda derrotada pero que se instala en el poder y gobierna con los antiguos métodos, y hasta con algunos de sus viejos enemigos mortales- le informa el viejo Javier al Javier joven, que lo mira estupefacto.
- Son las arrugas del tiempo, Javier- le dice Israel Vilhas - no solo la piel de los viejos se llena de arrugas, también las líneas del tiempo se pliegan con el pasar de los años-.
- Si, y a veces ocurren superposiciones, como esta que ves ahora: vos y yo, la misma persona, con 33 años de distancia, una al frente de la otra- refuerza el Javier viejo la teoría que el joven ya había oído alguna vez en conversaciones con Juancito y sus historias con Pedro Milesi y el general Líster.
- Tengo que dar una clase dentro de diez minutos en Vila Mariana, ¿dónde estoy?- dice el joven Javier y se levanta para retirarse.
-Muy lejos amigo, en Buenos Aires, ya te dije. Pero no te preocupes, no creo que pierdas esa clase; cuando vuelvas a 1980 todo seguirá igual, ya vas a ver. Vamos, quiero mostrarte una cosa- y el viejo Vilhas se levanta de la mesa con dificultad, apoyado por un bastón de palo nudoso, pero ni el Javier envejecido ni el joven hacen el menor esfuerzo por ayudarlo a caminar. Algunos vecinos de mesa los miran con un cierto espanto: ¿cómo puede ser que un hombre de casi 90 años no reciba apoyo del joven, por lo menos? Y un señor se levanta y se ofrece para acompañarlo hasta la salida.
Javier joven y el viejo Javier aprovechan para adelantarse, salen a la vereda de la avenida Santa Fe y se alejan un par de metros de El Ateneo. Pero el paso lento de Israel Vilhas, y una mirada suplicante, pidiéndoles ayuda, lo hace volverse al Javier sesentón, que se acuerda de algo que leyó en los escritos de su amiga Alicita, que decía que no hay nada que se compare a confiar como sólo se confía en un compañero, o compañera, al que además se respeta; y se acuerda el Javier viejo que con un compañero, más que con un amigo o amiga, se comparten objetivos que trascienden lo individual. 
- ¿Lo habrá entendido alguna vez el viejo Israel Vilhas?  como decía Alicia, ¿sabría lo que era abrazar, disfrutar, recorrer o recibir un cuerpo joven y sano al que, sin embargo, mañana podía arrebatar la cárcel o la muerte? ¿Se acordará el viejo aquello que sabíamos hace 35 o 40 años, que cada encuentro podría ser el último y que después podría venir la separación, tal vez para siempre? ¿Sentiría él que, como decía la amiga Stolkiner, en cada encuentro de camaradas, amigos revolucionarios o de la misma pareja, tratábamos de suspender el tiempo y olvidarnos de lo inmediato, porque era una jugada deslumbrante, con una intensidad máxima?
Javier joven y su otro yo envejecido lo miraron al viejo, y la rabia del joven se desvaneció en pena; se disolvió el odio y el desprecio a la traición, como al Javier maduro se le había vuelto difuso el horror inicial, 38 años atrás, ante la fuga, la huída cobarde y planeada, el desamor desencontrado del viejo Vilhas con tantos compañeros que lo querían y respetaban "con una intensidad máxima", inocente, tan típica de la entrega revolucionaria.
El viejo Israel Vilhas sube al taxi con una lentitud que representa años, décadas enteras de soledad, y tal vez de arrepentimiento. Entra y cierra la puerta del coche con una paciencia y resignación que son las que siguen a las tantas separaciones de siempre y para siempre, repetidas una y mil veces. 
Hace un gesto triste al pasar, que se parece con un saludo, un chau esperanzado de quién quiere volver a ver a un viejo camarada, y le pide perdón con la mirada; o quién sabe sea un adiós conformado, un empezar a perderse en las brumas de un pasado que ya no le pertenece, porque la traición a los compañeros, la deslealtad y la decepción no se pagan, no se compran ni se venden. Se pueden entender, pero no se perdonan.
- No Javier- le dice el viejo a su joven otro yo, que sigue mudo, de cara ensombrecida, las cejas y labios apretados por el rencor. - No, ya no se acuerda el viejo Israel Vilhas de aquellas jugadas deslumbrantes, de una intensidad máxima, de las que habla Alicita, porque a la camaradería él la debe haber entendido como a la amistad de los viejos políticos burgueses, meros compinches, llenos de intereses y conveniencias. ¿Beneficios o réditos?...eso era lo único en lo que no se podía pensar cuando hablábamos de amor, de sexo, o de camaradería. Era prohibido, porque éramos como los combatientes de la Compañía de Jesús, o los santos franciscanos, o los monjes del Tíbet. Por eso vos seguís siendo un puro Javiercito, a los 30 años; y yo, con más del doble de tu edad, el mismo yo, ya no soy inmaculado como antes- dice el Javier envejecido y se le nubla la vista, se apoya en la pared en la esquina de Santa Fe y Aráoz, a una cuadra y media del conventillo en el que nacieron y vivieron, Javier el joven hace 30 años, y el viejo Javier hace 63.
Y la bruma fría del barrio chic porteño se ilumina; y desaparece la neblina y florecen los flamboyans y los ipês, y el ruido y los olores tropicales del barrio de Vila Mariana, en São Paulo, lo deslumbran al joven Javier, que mira en el reloj de pulso, y ve que el tiempo corre, que faltan sólo seis minutos para empezar las clases de inglés de su segundo grupo en el CCAA, que no puede atrasarse, y que la vida continúa, y la revolución sigue, como el viejo topo, por otros caminos, más sinuosos, pero siempre con un objetivo fijo en el horizonte.

"Cuando llegue a mi casa
besaré a nuestros hijos
¡y he de amarte tanto!
que nos envidiarán los muertos
que murieron de amor
porque amando vivieron"
                                                     
El Amor y los Amores

J. Villanueva, São Paulo, 16 de abril de 2012.

Referencias:
Luis Rubio Iribarren:
y
Alicia Stolkiner:  

quarta-feira, 23 de janeiro de 2013

Las Chacras y la Siringa de los Marchetti

ford t modell



Los chicos se amontonaban dentro de la Siringa, unos manejando con destreza el volante, otros tocando sistemáticamente la bocina estridente del viejo Ford T.
Yo, siguiendo la conducta esperada del mayor de los primos varones, no me tomaba el trabajo de sumarme al jolgorio; al contrario, me paseaba displicente, fingiendo apenas un sutil aprecio por la joyita automovilística de los Marchetti, observando con verdadero interés científico la latita roja de extracto de tomate que reemplazaba a la tapa del radiador, justo en la cumbre del fabuloso capot del forcito a bigotes.
-Tía Gringa, los chicos van a gastar toda la “gatería” de la Siringa. ¡Digalés que dejen de tocar la corneta!- le rogaba cada diez minutos Danielito a nuestra tía preferida. La segunda madre de los más de veinte changuitos y chinitillas que llenábamos de bullicio las tardes domingueras de Las Chacras. Tanta bulla que Don Victoriano, abuelo universal, se escondía al fondo de la quinta, más allá de los cañizales, haciendo de cuenta que examinaba concienzudamente las pasas de higo encima de las chapas, de modo de hacer que la algarabía le pesara menos.
Y el domingo se iba terminando, esperando pasar el ómnibus de la línea 7, antes de la oración, para devolver a la ciudad la tremenda cantidad de tíos, tías, cuñados y primos de todas las edades.
Era tamaña confusión que a Raúl Sánchez se lo olvidaron un día, y tuvieron que volver en el colectivo de las 8 de la noche a buscarlo. Y a Carlitos -hermano de Danielito y nieto de Don Emilio Marchetti, el fabuloso dueño de la fantástica Siringa- un día le pusieron un espejo en frente a la carita y le preguntaron: ¿quién es? Y estaba tan sucio de tanto jugar, que Carlitos no se reconoció a sí mismo: es Adrián, dijo, confundiéndose con el otro hermano, nietito rubio de Don Emilio. Don Emilio Marchetti, tano de pura ley, amigo de corazón de Victoriano Unzaga.
¿Por dónde andarán hoy todos esos changuitos y chinitillas, todos abuelos y abuelas. ¿Y Doña Liduvina y sus palomitas de sobras de empanada? Las largas mesas domingueras en que Doña Eufemia comandaba una tropilla de tías, hijas y cuñadas, consuegras y entenadas, que competían en ver cuál de ellas iría a agradar más a los sobrinos y sobrinas con sus delicias culinarias. ¿En qué cielos de montañas azules estarán Victoriano y Marchetti, conversa que te conversa, riéndose bajito de cuentos que los chicos nunca pudimos oír. ¿Y el tío Carlos? Por cuáles paraisos de tango y folclore se paseará hoy? 

FIN
Javier Villanueva. São Paulo, 23 de enero de 2013. 


segunda-feira, 21 de janeiro de 2013

La independencia americana y la lucha de Cádiz. 3ª parte.





3ª parte.

A Napoleón, el emperador que a principios del siglo XIX marchaba triunfante sobre media Europa, le hubiera gustado tomar al mismo tiempo las ciudades de Cádiz, al sur de España, y Moscú, en el otro extremo del continente.
En Cádiz, probablemente la cuidad  más antigua de Europa, se desarrolló el asedio más prolongado de toda la guerra española de independencia, y también el más extenso de todas las campañas napoleónicas.
Un sitio que sería el  más  largo de toda la historia contemporánea hasta que ocurrió el de los alemanes a mando de Hitler, cercando Leningrado durante la 2ª Guerra Mundial.
El acoso a Cádiz es un hecho militar insólito, porque al principio se trató de un verdadero asedio, que se fue convirtiendo de a poco en un bloqueo, como el de los EEUU a la Cuba moderna, en el que los sitiados terminaron moviéndose con mucha más libertad  de acción que los propios sitiadores.

Saavedra, miembro de Consejo de Regencia, que era uno de los principales responsables de la defensa de Cádiz -después de haber sido el artífice de la victoria de Bailén contra Napoleón, como presidente de la Junta Suprema de Sevilla- consideraba el bloqueo una “especie de sitio”, que pronto se les presentó a los franceses como una meta prácticamente imposible de ser lograda.

La lucha antinapoleónica de los españoles.

De hecho, el gran asedio de Cádiz le impuso nuevas condiciones a toda la guerra de independencia española contra la ocupación francesa durante el tiempo de su duración, que va desde febrero de 1810 hasta agosto de 1812. Y como ya sabemos, anticipa el ambiente en que el liberalismo peninsular le abrirá las puertas a las dos corrientes emancipadoras en América: la liberal y unitarista por un lado, y la regionalista y federal por el otro.
Y con toda seguridad que, de haber ocurrido la toma de la isla de León por parte de las tropas de Napoleón, la guerra hubiera tenido un desenlace diferente, y además, también habría cambiado radicalmente el destino de España como una nación consolidada y unitaria.
Al contrario, el éxito rotundo de la defensa ante el asedio napoleónico hizo que la guerra fuera dirigida justamente desde Cádiz, al mismo tiempo que desde allí se comandara la reforma política liberal que inició el desmonte de lo que se llamó el Antiguo Régimen en España. La constitución de Cádiz de 1812 es hija de esta experiencia revolucionaria para su época.

Para gran sorpresa de los invasores galos, la cuidad española que más contacto tuvo históricamente con Francia, por sus tradiciones y relaciones comerciales, así como por la frecuente presencia militar del país del norte, adoptó de un modo muy claro, desde el principio, una postura completamente antifrancesa e independientista, en particular y sobre todo, entre los sectores más populares.
Parece un chiste, o una anécdota mentirosa, pero no fue por acaso que, antes de empezar la guerra, se llamó a la reunión de Bayona, y el gaditano que fue designado para ser el representante de la ciudad, se disculpó por faltar ante aquellas Cortes, alegando “sufrir de hemorroides”.
El comando de los franceses durante el asedio –que fue dirigido por los mariscales Soult y Víctor– planeó diversos ataques contra las líneas  de la defensa. Al principio creyeron que un ataque arrojado con la potencia feroz que era famosa en el ejército napoleónico, sería imparable. Pero ni Napoleón, ni su hermano delegado en la península, José Bonaparte, el “Pepe Botella” -que visitó el sitio, conciente de que la de Cádiz podría ser, y de hecho lo fue, la última batalla de la guerra-, ni los generales franceses se imaginaron en ningún momento que se chocarían con una resistencia en que, desde el inicio, quedó muy claro lo inexpugnable de la fortaleza.

Poco después, el propio rey invasor –“Pepe Botella” en persona, acompañado por todos sus mariscales y el general Chaussegros, el comandante en jefe de Ios ingenieros, y el general de división Alexandre Antonie Hureau, comandante en jefe de la artillería, que más tarde moriría en el sitio- sería el primero en darse cuenta cabal de las enormes dificultades de sus propósitos. Habiendo fallado varias tentativas de entrar en negociaciones con los sitiados, se vio claro que era necesario decidirse por un asedio más permanente y estable, lo que representaba preparativos más grandes y mucho mejor pensados.

Fue así que, durante meses, un poderoso ejército invasor quedó inmovilizado en frente a las  defensas infranqueables, e incluso separado por completo de otras operaciones en las que hubiera podido servir como una pieza clave. Además, quedó expuesto al hostigamiento de las guerrillas populares, que desde ese momento se hicieron más  numerosas y activas que nunca.
Los objetivos de las tropas francesas se volvieron imposibles, y para los invasores napoleónicos fue como morir en la playa después de un naufragio, porque nunca los ejércitos del Gran Corso habían estado tan cerca y a la vez tan lejos de apoderarse  no sólo de una plaza fundamental, que al final les resultó inalcanzable, sino del objetivo central: el de tomar el gobierno de toda la península ibérica.

La gran batalla para tomar la isla de León. 

Resulta casi una paradoja llamarle apenas “batalla” al asedio más largo  de toda la campaña napoleónica. Es que en ninguna batalla de la guerra de independencia española, ni en ningún acoso a cualquier otra fortaleza se desafió tanto la osadía de Napoleón y su despliegue de propaganda.
La acción psicológica propagandística de los sitiados de Cádiz superó de lejos a la de los franceses. Fue una “batalla de papel” fantástica, extendida a los cuatro puntos cardinales ibéricos durante todo el sitio de las tropas francesas.
Pero sea como sea, el asedio francés a Cádiz fue una de las acciones más importantes de  la guerra en la península. Y ninguna otra tuvo consecuencias tan importantes. 
Los franceses habían elegido la capital portuguesa -Lisboa, abandonada por la familia imperial de los Braganza- como el centro desde el cual empezar la conquista. Desde el otro bando, el de la independencia española, la ciudad escogida a partir de 1810 para la reconquista fue Cádiz que, con la ayuda naval británica, se volvió la base de operaciones más importante de la ofensiva aliada en toda la península. Canning, uno de los más famosos ministros del imperialismo británico, lo dijo muy claro: “Cádiz was essentially important”.

El rotundo fracaso napoleónico en el asedio a Cádiz fue el hecho central de la guerra de la independencia, por su insólita duración de dos años y medio, que hizo imposible las pretensiones de un reinado de José “Pepe Botella” Bonaparte en España, y por su alto significado militar y político.
“Pepe Bottella” había sido el rey de Sicilia hasta 1808, cuando su hermano, el emperador Bonaparte, le encargó la tarea de gobernar la España invadida por los ejércitos de la “grande armée”, después de hacer abdicar a los borbones Carlos IV y Fernando VII en su favor. 
El pobrecito “Pepe Botella” no podría imaginarse que la ciudad más excéntrica de la península –en el sentido de ser la más alejada de los centros del poder español- iría a ser el centro de la dirección político-militar de la guerra.
Fue así que, después de innumeras derrotas, el gobierno patriota español logró su objetivo de seguir luchando desde Cádiz hasta el final. De haber ocurrido la caída de Cádiz en poder de las tropas del emperador Bonaparte, la guerra contra los invasores napoleónicos hubiera llegado a su fin. No hubiera podido continuar por falta de un comando obstinado –como lo fue el de Cádiz- en luchar a toda costa hasta el fin, atrás de su objetivo de independencia.

Para entender mejor las futuras batallas por la emancipación de las colonias españolas de ultramar –Hispanoamérica- es necesario que pensemos que la palabra independencia  representaba  por aquel entonces un objetivo e ideales completamente nuevos en la península, que cautivaron los sentimientos ibéricos desde el comienzo de la guerra.

Continuará.
Javier Villanueva. São Paulo, 21 de enero de 2013. 

domingo, 20 de janeiro de 2013

La independencia americana y la lucha de Cádiz. 2ª parte.


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La independencia americana 
y la lucha de Cádiz.
2ª parte.

Cuando Pedro, el bisabuelo de don Victoriano Unzaga tomó el barco a vapor que lo llevaría desde Bilbao hacia Alejandría, en Egipto, con una larga escala de tres días en Cádiz –allá por el fin de año de 1809- no se imaginaba que pronto estaría implicado en uno de los procesos políticos más ricos de la España moderna y de la patria futura de su bisnieto, Victoriano, en la joven América.

Las primeras noticias que Pedro Unzaga tuvo, siendo muy jovencito, sobre la existencia del movimiento revolucionario en las entonces colonias españolas en América, lo dejaron pensando durante meses. Pedro viajaba a Egipto con la intención de comprar ganado a un precio mucho más bajo que el lograría en el país vasco, y en una de las visitas a los posibles vendedores, conoció al revolucionario Francisco Miranda.

Los dos hombres se encontraron en la isla de León, un poco antes que el patriota lo conociera al joven Bolívar, en esa época con veintiséis años, casi la misma edad de Pedro Unzaga, lo que era una diferencia muy marcada de edad y de experiencias, puesto que Miranda ya contaba por entonces unos sesenta, e incluso había liderado un desembarco republicano fallido en Coro, en 1806. La expedición se proponía empezar, a partir de Venezuela, una serie de acciones armadas para promover la independencia de toda la América hispana. Para esta empresa Miranda había llegado a Nueva York en noviembre de  1805, procedente de Londres, entrevistándose con notables personajes norteamericanos como Thomas Jefferson.

Unzaga y los dos americanos empezaron una estrecha amistad que duró casi dos años, hasta que el futuro libertador Bolívar lo llevó a Miranda a Venezuela y Pedro Unzaga volvió a su pueblito cerca de Bilbao, a sus vacas y caballos.
Juntos, los dos americanos fundaron en Caracas la Sociedad Patriótica, y al ser nombrado General en Jefe de los Ejércitos revolucionarios, Miranda le confió a Simón Bolívar el mando de Puerto Cabello, que era un poderoso bastión de las fuerzas republicanas.

Pedro Unzaga nunca se olvidó de esta amistad, corta pero intensa, que le permitió imaginarse cómo eran enormes las posibilidades que se abrían para los vascos en la capitanía de Caracas, en Cuba y en el lejano virreinato del Río de la Plata, el que luego sería las Provincias Unidas del Sud.

-Los hermanos Bartolomé y Antonio Wesler, banqueros alemanes de Carlos V, tuvieron en sus manos la colonización de la capitanía que luego se llamaría Venezuela. Eran los más importantes banqueros de Europa en tiempos de la conquista española de América, y disfrutaban el poder que les daba el  ser los prestamistas de un rey que alcanzó el trono de Alemania con su dinero.
-La capitanía  volvió al poder de España que le repasó la administración a la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas- recuerda Pedro que le había contado Miranda a Bolívar en su presencia, mientras hablaban de política en el retiro conspirativo entre Londres y la isla de León, en Cádiz.

Pero don Pedro Unzaga era agricultor y, aunque leía de todo, nada del tema de las conspiraciones revolucionarias de los americanos  le interesaba demasiado.

En 1809, a los dos días de llegar a Cádiz, a camino de Alejandría, Pedro Unzaga, bisabuelo de Victoriano conoció en un café, a la puerta del pequeño hotel donde se había alojado, a un mercader. Era un anciano de largas barbas blancas; el viejito se apoyaba en un bastón y, haciendo un esfuerzo, le alargó un sobre grueso con matasellos del correo de Caracas.

Pedro entró al hotel y, ya en su habitación, vio que la carta tenía por remitente a Gaspar de Jovellanos, y estaba dirigida a Miranda o a Simón Bolívar. Por qué se la había entregado a él, Pedro Unzaga el viejito, era un misterio que nunca supo resolver.
Gaspar de Jovellanos era conocido en España por ser un hombre ilustrado y un gran patriota, que se había refugiado en la isla de León, en la Bahía de Cádiz, sobre la costa atlántica andaluza, para refugiarse de la persecución desatada contra los españoles que combatían por la independencia durante la última campaña del ejército napoleónico.

Jovellanos se había comunicado con su amigo Francisco Saavedra, el antiguo intendente de Venezuela, para darle instrucciones precisas sobre cómo actuar en el caso de que ocurriera lo que parecía más que previsible en ese momento: la caída de la ciudad de Cádiz en manos de las tropas francesas que la mantenían sitiada.

Y fue por causa de este intercambio epistolar que, sin tener nada que ver con el tema, Pedro se vio implicado en los sucesos de la época. Lógicamente entregó a Miranda, un par de horas después, la carta que debería haber llegado a sus manos por una mera equivocación del viejito barbudo del café.

Y Miranda, al que se agregó Bolívar media hora después, lo invitó a tomar un café y le leyó el contenido de la misteriosa esquela; contenido que Pedro Unzaga nunca reveló a Ignacio, su hijo, ni al segundo Pedro, el padre de Victoriano Unzaga.

Poco se sabía por aquél entonces – entre 1809 y 1812-  sobre aquellos personajes, que eran representantes de los diversos estamentos de la sociedad española y “de ultramar”, ante las Cortes que forjaron Constitución de Cádiz.

Sabemos que eran venidos de distintos puntos de España y de las Américas, y pertenecientes a los varios sectores que se expresaban a través del clero, el comercio, la política y la cultura, pero tenían algo en común. Todos ellos habían sido elegidos por la sociedad española de aquellos días o designados por las autoridades locales de las colonias para tratar de marcar el rumbo de un pueblo sumergido en un contexto histórico extremamente complicado, inmerso en una guerra contra un invasor extranjero en la península, dentro de un llamado “Antiguo Régimen” ya caduco, y ante colonias que empezaban a despertar para el ansia de independencia frente a modelos como los que le llegaban desde la América del Norte y la propia Francia, invasora de la metrópoli que los había sometido durante tres siglos.
Pero antes, veamos el clima de guerra en el que la nueva España que nace, y que concentra sus atenciones en la lejana Cádiz, la ciudad más excéntrica de la península, pero la más cercana a las colonias americanas.


El asedio napoleónico a Cádiz

Fueron largos treinta meses lo que duró el asedio más extenso de todas las campañas de Napoleón, proceso en el cual España se jugó al todo o nada su independencia” escribía Miranda en una de las más de doce cartas que le mandó a Pedro Unzaga durante el año de 1810.

-Rescatar del olvido la larga batalla que se desarrolló en la isla de León -la localidad que, desde el punto militar era la más importante de toda la península- es una tarea que ayuda a entender mejor el proceso paralelo de la independencia de los peninsulares contra Napoleón y la nuestra, la de los americanos contra España- le decía años más tarde Simón Bolívar a Pedro, tratando de convencerlo a que se sumase a los grupos que se preparaban para enfrentar a los realistas en suelo americano.

Continuará.
Javier Villanueva, São Paulo, 20 de enero de 2013.

O Supay no Bar Riviera. São Paulo, 1979.

Interior do Bar Riviera no ano de 1989. Ele foi fechado por falta de pagamento do aluguel


Missão quase impossível: 
ajustiçar o tirano Videla.


Parte 3


Tomando um “pingado” de café com leite e pão com manteiga no Bar Riviera, e depois de olhar a programação do Cine Belas Artes, o Índio e Juancito conversam sobre o trato que estão a um passo de fechar com o Diabo, e sobre a difícil missão de dar cabo no tirano Videla:

-Olha,meu, acho bem complicado esse plano do Malvado; primeiro, o velho Milesi tem que convencer na pele de um oligarca italiano, e já sabemos que só arranha um pouco do dialeto ligur; ele chegou muito jovem na Argentina. Segundo, eu tenho que arrasar na representação do mercenário argelino; nem sei falar bem o francês, muito menos o árabe! Ok, posso ficar quase mudo, já que milico não fala muito. Mas, e se o Almirante Massera não se interessar pela Cristal?...já sei, é difícil, é um marinheiro velho e putanheiro, e a mulata é linda; mas, e se por um acaso essa noite ele não quiser saber de mulher?- resmungava o Índio Santiago e pensava que Pedro Milesi, agitado do jeito que era, já devia ter saído pra rua bater pernas antes que o Diabo aparecesse de novo com a encheção dos pactos de sangue ou de tinta nankin.

-Pois é, Santiago, e ainda tem a pior parte: e se o Videla não estiver nem ai com o que o Massera decida fazer? E se o tirano número 1 decidisse essa noite não ter ciumes do tirano número 2?- conjecturava Juancito quase sem olhar para o Índio, apenas como se falasse para si mesmo.

O velho Pedro Milesi entrou e largou um “Estadão” em cima da mesinha ensebada do bar, bem na vista dos dois camaradas:

-É mais conservador do que a Folha de SPaulo, La Nación e Clarín juntos, mas pelo menos não faz de conta que é moderno e progressista; leiam- e mostrou com um dedo curto e roliço a notícia na manchete da página três.

Estão vendo? No Brasil nem a vinda do tirano da Argentina impressiona. Os tiranos daqui são mais mansos e mais eficientes. A ditadura anterior, a de Ongania e Levingston durou sete anos na Argentina, e não creio que o assassino Videla dure mais do que isso. Agora os milicos daqui, esses sim, vão chegar aos vinte anos ou mais de ditadura. Olhem a notícia: Videla só ficará uma hora na recepção do consulado. Já passei na rúa Araújo, não tem ninguém cuidando do predinho onde fica a representação argentina, mas mesmo assim não vai ser fácil.

-Velho, você já passou? São oito e dez da manhã! Você não durmiu na pensão que eu deixei paga? Não vai me dizer que saiu de farra por ai!- tentou brincar o Índio e em seguida se deu conta da besteira, parecia o Gordo Lowe falando para o Juancito que não fosse gastar a grana da última expropiação em mulheres. Justo com o Juancito, que é um monge budista! E agora ele, se fazendo de engraçadinho com o velho anarco para quem o amor é livre, sim, mas é um compromisso, uma obra de arte que se constroi de baixo pra cima, como as estátuas, sem traições, sem pulos de cerca. Mas o velho nem deu bola e continuou com o comentário:

-Vamos montar esse plano de uma vez e evitar assim que o besta do Satanás siga querendo mandar em tudo. Afinal sempre fui “sem deus nem patrão”, não é agora que vou ficar obedecendo um chifrudo sobrenatural!- e na mesma hora, claro, o Mandinga se apareceu em pessoa, assim do nada, acotovelado na mesa, vestido de gaúcho, com botas, bombachas, cinto cravejado de moedas e facão cruzado atrás das costas. O velho nem piscou porque o muito malandro já sabia que o Malvado iria se apessoar assim que ele o mencionasse. Era toda uma encenação de propósito e, se bem o Juancito e o Índio deram um respingo e todos os fregueses das mesas vizinhas ficaram calados e apavorados com a súbita aparição, o velho Milesi continuo falando, como se nada:

-Então, só temos uma hora para chegar, aproximar-nos do tirano, oferecer ao almirante Massera o encontro com a Cristal, convencer o Videla de que também há farra para ele, ou pelo menos incentivar a curiosidade sobre o que anda aprontando o Massera e fazé-lo descer até o carro; e ainda o Juancito garantir que, se o Videla não aceitar as orquídeas com a bomba, a Uzi vai resolver o problema rápido e sem mais delongas- usava uma linguagem antiga o velho Milesi; falou tanto e tão rápido que o Diabo nem tentou pará-lo ou interromper a fala para dar novas ordens.

Continuará. JV. São Paulo, dezembro de 2011.

quinta-feira, 10 de janeiro de 2013

Las revoluciones en América y Cádiz 1812.





Después de dos años del bicentenario de 
las emancipaciones hispanoamericanas:
1812, Bicentenário de la Constitución de Cádiz.

Las cortes. Ése era el término que se usaba en la península ibérica para designar a las juntas de representantes en las antiguas monarquías de la edad moderna. En la época que se llamó "el Antiguo régimen", solían ser convocadas por el monarca en circunstancias muy especiales, y casi siempre terminaban expresando fuertes presiones populares que desbordaban a la monarquía.  

Las Cortes Generales y Extraordinarias de las que voy a hablar, ocurrieron entre 1810 y 1813, y se reunieron primero en la isla del León -actualmente llamada San Fernando-  y después en Cádiz, en plena guerra de la independencia española contra las tropas francesas napoleónicas que habían invadido la península y terminado con las instituciones del reino.

Gaspar de Jovellanos, un hombre ilustrado y gran patriota, se había refugiado en la isla de León - una de las tantas que forman la Bahía de Cádiz, en la costa atlántica andaluza- en la última campaña exitosa del que ya empezaba a mostrarse como decadente ejército napoleónico.
Jovellanos le escribió en febrero de 1810 una carta a su amigo Francisco Saavedra, el antiguo intendente de Venezuela. Con una angustia creciente Jovellanos -que moriría aquel mismo año de pulmonía, en Asturias, huyendo de las tropas invasoras- le dio instrucciones para actuar en el caso de que la muy previsible caída de la ciudad de Cádiz en manos de las tropas francesas finalmente ocurriera:

“Las Américas serán el primer cuidado de la Regencia -dice la carta de Jovellanos-. Si la patria perece, Ud. no puede ni debe permanecer en España. Sea usted con sus dignos compañeros el salvador de la patria; sean si no, los salvadores de América”.

La llamada a la resistencia extrema que expresa la carta, o el hecho de lo que en verdad ocurrió -porque Cádiz, contra toda previsión, no cayó jamás en manos de las tropas napoleónicas- no puede impedirnos analizar las proposiciones de Jovellanos. Lo que le pedía con gran angustia a Saavedra era una solución “a la portuguesa” para España. O sea, el traslado de la soberanía real a América: trasladar la nación española, pero sin la familia real, como lo habían hecho los portugueses en 1808.
Los Braganza no habían sido como los Borbones, que en las personas de Carlos IV y Fernando VII disfrutaban de la hospitalidad del “monstruo corso” –Napoleón- e incluso festejaban sus éxitos militares y políticos.
La dinastía lusitana había cruzado el Atlántico bajo la protección británica y se había asentado en Río de Janeiro a la espera de tiempos más favorables, que según ellos y los ingleses, llegarían pronto.


PROVINCIAS sí,
COLONIAS no.

La falta de una figura real le arrancó a Hispanoamérica –que los liberales de Cádiz llamaban “la España americana”, en contraposición a la europea- la posibilidad de una autoridad indiscutible. Sin rey y sin esa autoridad, entre el 2 de mayo madrileño –el que pintó Goya en memoria de la resistencia popular a Napoleón- y el 19 de abril de 1810, cuando se desató en Caracas el proceso de creación de las juntas autonomistas, existió una convivencia forzada de tres tipos de autoridades.
Había virreyes y capitanes generales nombrados en la época de gobierno de Godoy, una época que fue nefasta para Hispanoamérica por su deslealtad a los criollos, y por la corrupción y el abandono general.

Pero también las diversas juntas peninsulares, y más tarde la Junta Central de Cádiz, habían hecho sus propios nombramientos y enviado pedidos de ayuda y sus gritos de socorro a los americanos, que fueron atendidos en algunos casos con patriotismo. En 1809, los ingresos de la economía peninsular eran en un 69% de origen americano y en 1810, del 62%. Tampoco la monarquía bonapartista de José 1º dejó de intentar ejercer su influencia en América y se valió de algunos criollos, como el mexicano José María de Lanz o el neogranadino Francisco Antonio Zea.

Se puede decir que lo que se llama en España la “guerra de independencia” engloba dos conflictos distintos. Hay una guerra imperial hasta abril de 1810 de ambas Españas -la europea por un lado, e Hispanoamérica por el otro, a la que los españoles llamaban “la americana”- contra los invasores franceses napoleónicos. Otra guerra, diferente ocurre hasta 1814, con diversas alternativas militares, políticas y constitucionales a cada lado del Atlántico. La importancia decisiva que los españoles veían en “el componente americano” de lo que entendían como una “nación española única” era obvio a los ojos de los contemporáneos y explica mejor la propia Constitución de Cádiz, ahora, a dos siglos después de su proclamación.

Continuará.
JV. São Paulo, 10 de enero de 2013.

segunda-feira, 7 de janeiro de 2013

Mempo e seu Voltar a Ler, comentado em AbeHache




GIARDINELLI,
Mempo. Voltar a ler: propostas
para ser uma nação de leitores.

Víctor Barrionuevo (Tradutor) São Paulo:
Companhia Editora Nacional, 2010
Por Flavia Krauss*
*Professora de Língua Espanhola e Estágio Supervisionado em Língua Espanhola e Literaturas Espanhola e Hispano-Americana na Universidade do Estado de Mato Grosso, campus de Tangará da Serra e doutoranda do Programa de Língua Espanhola e Literaturas Espanhola e Hispano-Americana da Universidade de São Paulo.

Publicado em abehache, revista da Associação Brasileira de Hispanistas. Ano 2 - nº 3 - 2º semestre 2012. 
http://www.hispanistas.org.br/abh/images/stories/revista/Abehache_n3/abehache3%20_18_12.pdf



"Este é um livro que materializa um grande desejo de desestabilizar o caráter elitizante que reveste a leitura ainda hoje em nossa sociedade. É uma obra que, ao divulgar os resultados de uma prática, primeiramente desenvolvida em experiências pessoais, vai se estendendo aos poucos e tentando estabelecer (muito mais por conhecimento de uma causa concreta que por ginásticas conceituais) uma teoria sobre a formação de leitores: todas as conclusões às quais se chega neste livro partem de uma experiência palpável e não de malabarismos filosóficos.
Giardinelli se deixa entrever através de sua escritura em uma posição muito próxima à figura do intelectual orgânico desenhada por Gramsci, já que não fala desde uma casta separada do restante da sociedade, mas, sim, desde seu interior, entrelaçando-se às suas vicissitudes e assumindo seu papel como o resultado da interpenetração entre conhecimento científico, filosofia e ação política. Voltar a ler... é um livro que, consciente das condições de produção de seu tempo (tanto no âmbito econômico quanto no terreno do simbólico e do cultural), alinhava estrutura e superestrutura na construção de propostas para nos tornarmos uma nação de leitores. Usamos aqui uma primeira pessoa do plural (nos tornarmos uma nação de leitores) por acreditarmos que, ainda que o livro tenha sido escrito na Argentina, suas constatações e propostas descrevem com precisão e se ajustam com poesia a nossos Brasis.
Vivendo em Resistência (no Chaco argentino), o autor sabe que a leitura é uma forma imprescindível de resistência e consegue contagiar aos que estão à sua volta em prol da causa por ele defendida: “na fundação que presido (...) temos um voluntariado ativo de mais de 3 mil ‘avós contadoras de contos’, que todas as semanas visitam escolas em mais de setenta cidades do país, levando leituras a dezenas de milhares de crianças. Uma tarefa que, sustentada há já dez anos, vem dando frutos notáveis” (p. 10).
Sabendo que o conhecimento acadêmico não é o suficiente para mudarmos a relação de nossa sociedade com a leitura, a obra não se propõe somente a uma análise cognitiva ou sociológica dos motivos pelos quais não se é uma nação de leitores. Este é um livro de um autor que se coloca muito mais como uma figura que consegue mobilizar e movimentar os que estão ao seu redor, do
que como um teórico tradicional a serviço do status quo, conforme ele mesmo afirma já na introdução (p.15): “As reflexões contidas neste livro são resultado de mais de vinte anos de trabalho e da consciência da importância e necessidade de uma política de leitura que a Argentina – como tantos outros países – necessita”. Entretanto, é de suma importância destacarmos que esse engajamento não escorrega em nenhum momento na prática irreflexiva, já que, o livro aqui em pauta trata justamente de uma reelaboração teórica de tudo o que o autor vem desenvolvendo nestas últimas duas décadas, oferecendo força
à interpretação de que estas são palavras que se propõem a interferir na realidade circundante. Inclusive, no prólogo à versão brasileira, o autor nos aponta o caráter hegemônico alcançado por suas propostas: alguns dos planos de ação elencados na obra em questão já são adotados como políticas de Estado em seu país.
Ao fazer um resgate histórico sobre a importância da leitura, em um percurso diacrônico, localiza em Cervantes, ainda no princípio da modernidade, o
movimento fundador da percepção do poder da leitura, já que foi o pioneiro a exortar que “ler abre os olhos” (p. 22). Desde então, a leitura seria uma prática,
senão intrínseca, ao menos desejável na constituição de subjetividades e, posteriormente, no conceito de nação, categoria que reverbera no próprio título
da obra aqui resenhada. Nesta linha de raciocínio, acaba por argumentar que a
própria construção da tão mentada democracia dependeria de uma política de leitura séria e persistente (p. 154).
Em um tom que se assemelha ao da conversa (o que nos faz estabelecer
certo paralelismo com sua defesa da leitura em voz alta como uma das principais práticas de estímulo à leitura), defende uma política leitora que seja levada a cabo por diferentes agentes (mães, pais, bibliotecárias, professores e voluntários), mas sem sua desescolarização: “a leitura deve voltar ao terreno do curricular, com tempo e espaço específicos e pautados dentro do horário escolar” (p.95), já que a entrada de diversos objetos de ensino nesse âmbito acabou, como bem sabemos, por obliterar o papel da leitura na escolarização das novas gerações. Para reescolarizar a leitura, deveríamos também “conseguir que as estratégias sejam sustentáveis com o passar do tempo” (p. 223). Para tanto, observa “são necessárias decisão, constância e paciência” (id.). Por ser a leitura, conforme também se evidencia neste livro, um tema de tamanha importância em nossa sociedade, acreditamos que estas letras giardinellianas, cheias de paixão e mobilização, sejam de conhecimento indispensável, sobretudo em tempos de indecisão, inconstância e, como diz Coracini em A Celebração do Outro (Campinas: Mercado de Letras, 2007), de crise do desejo.
Ao percorremos as 228 páginas desta obra com tradução de Víctor Barrionuevo, somos interpelados pelo convite não explicitamente formulado (pois não é verdade que o mais importante se diz entre uma linha e outra?), mas sugerido na totalidade da obra: o de nos tornarmos operários para a constante construção de uma espécie de paraíso terrenal pensado como uma biblioteca (não era assim que Borges o idealizava?), mas com a convicção certeira de que, se não for para todos, não será para ninguém".


* Publicado na Revista da Associação Brasileira de Hispanistas. Ano 2 - nº 3 - 2º semestre 2012

quarta-feira, 2 de janeiro de 2013

El hábito no hace al monje.



La década del 30 no se había terminado y doña Tina y el Franciscanito ya hacían de las suyas por los caminos místicos de las Chacras, en Catamarca; los pocos automovilistas que se atrevían a desafiar al Supay o a los duendes siesteros, pasaban como bólidos, a velocidades alucinantes de 25 o 30 kilómetros por hora, asustando a las gallinas de doña Eufemia y espantando las vacas chúcaras que, más de treinta años después, el hijo del Franciscanito, alias Pistola, iría a enfrentar con valentía.
Y cuentan los más viejos, aquellos que conocieron a don Gabino, que un día uno de esos forcitos se paró enfrente a la casa de los Unzaga, y se bajaron dos mujeres y un hombre; porteños, parecían; y después de algunos minutos de confusa deliberación, y ante la duda feroz -¿se trataba de un franciscanito o de una franciscanita?- decidieron resolver el intríngulis del modo más directo: levantándole el hábito al franciscano en cuestión.
Dicen los más antiguos que fue exactamente en esa ocasión que le quedó a don Luis -el tal Franciscano- su segundo y definitivo sobrenombre: el Pistola. Y nunca más volvieron los foráneos a pasar por los caminos de San Antonio.

JV. São Paulo, enero de 2013.