quarta-feira, 2 de janeiro de 2013

El hábito no hace al monje.



La década del 30 no se había terminado y doña Tina y el Franciscanito ya hacían de las suyas por los caminos místicos de las Chacras, en Catamarca; los pocos automovilistas que se atrevían a desafiar al Supay o a los duendes siesteros, pasaban como bólidos, a velocidades alucinantes de 25 o 30 kilómetros por hora, asustando a las gallinas de doña Eufemia y espantando las vacas chúcaras que, más de treinta años después, el hijo del Franciscanito, alias Pistola, iría a enfrentar con valentía.
Y cuentan los más viejos, aquellos que conocieron a don Gabino, que un día uno de esos forcitos se paró enfrente a la casa de los Unzaga, y se bajaron dos mujeres y un hombre; porteños, parecían; y después de algunos minutos de confusa deliberación, y ante la duda feroz -¿se trataba de un franciscanito o de una franciscanita?- decidieron resolver el intríngulis del modo más directo: levantándole el hábito al franciscano en cuestión.
Dicen los más antiguos que fue exactamente en esa ocasión que le quedó a don Luis -el tal Franciscano- su segundo y definitivo sobrenombre: el Pistola. Y nunca más volvieron los foráneos a pasar por los caminos de San Antonio.

JV. São Paulo, enero de 2013.

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