quinta-feira, 10 de janeiro de 2013

Las revoluciones en América y Cádiz 1812.





Después de dos años del bicentenario de 
las emancipaciones hispanoamericanas:
1812, Bicentenário de la Constitución de Cádiz.

Las cortes. Ése era el término que se usaba en la península ibérica para designar a las juntas de representantes en las antiguas monarquías de la edad moderna. En la época que se llamó "el Antiguo régimen", solían ser convocadas por el monarca en circunstancias muy especiales, y casi siempre terminaban expresando fuertes presiones populares que desbordaban a la monarquía.  

Las Cortes Generales y Extraordinarias de las que voy a hablar, ocurrieron entre 1810 y 1813, y se reunieron primero en la isla del León -actualmente llamada San Fernando-  y después en Cádiz, en plena guerra de la independencia española contra las tropas francesas napoleónicas que habían invadido la península y terminado con las instituciones del reino.

Gaspar de Jovellanos, un hombre ilustrado y gran patriota, se había refugiado en la isla de León - una de las tantas que forman la Bahía de Cádiz, en la costa atlántica andaluza- en la última campaña exitosa del que ya empezaba a mostrarse como decadente ejército napoleónico.
Jovellanos le escribió en febrero de 1810 una carta a su amigo Francisco Saavedra, el antiguo intendente de Venezuela. Con una angustia creciente Jovellanos -que moriría aquel mismo año de pulmonía, en Asturias, huyendo de las tropas invasoras- le dio instrucciones para actuar en el caso de que la muy previsible caída de la ciudad de Cádiz en manos de las tropas francesas finalmente ocurriera:

“Las Américas serán el primer cuidado de la Regencia -dice la carta de Jovellanos-. Si la patria perece, Ud. no puede ni debe permanecer en España. Sea usted con sus dignos compañeros el salvador de la patria; sean si no, los salvadores de América”.

La llamada a la resistencia extrema que expresa la carta, o el hecho de lo que en verdad ocurrió -porque Cádiz, contra toda previsión, no cayó jamás en manos de las tropas napoleónicas- no puede impedirnos analizar las proposiciones de Jovellanos. Lo que le pedía con gran angustia a Saavedra era una solución “a la portuguesa” para España. O sea, el traslado de la soberanía real a América: trasladar la nación española, pero sin la familia real, como lo habían hecho los portugueses en 1808.
Los Braganza no habían sido como los Borbones, que en las personas de Carlos IV y Fernando VII disfrutaban de la hospitalidad del “monstruo corso” –Napoleón- e incluso festejaban sus éxitos militares y políticos.
La dinastía lusitana había cruzado el Atlántico bajo la protección británica y se había asentado en Río de Janeiro a la espera de tiempos más favorables, que según ellos y los ingleses, llegarían pronto.


PROVINCIAS sí,
COLONIAS no.

La falta de una figura real le arrancó a Hispanoamérica –que los liberales de Cádiz llamaban “la España americana”, en contraposición a la europea- la posibilidad de una autoridad indiscutible. Sin rey y sin esa autoridad, entre el 2 de mayo madrileño –el que pintó Goya en memoria de la resistencia popular a Napoleón- y el 19 de abril de 1810, cuando se desató en Caracas el proceso de creación de las juntas autonomistas, existió una convivencia forzada de tres tipos de autoridades.
Había virreyes y capitanes generales nombrados en la época de gobierno de Godoy, una época que fue nefasta para Hispanoamérica por su deslealtad a los criollos, y por la corrupción y el abandono general.

Pero también las diversas juntas peninsulares, y más tarde la Junta Central de Cádiz, habían hecho sus propios nombramientos y enviado pedidos de ayuda y sus gritos de socorro a los americanos, que fueron atendidos en algunos casos con patriotismo. En 1809, los ingresos de la economía peninsular eran en un 69% de origen americano y en 1810, del 62%. Tampoco la monarquía bonapartista de José 1º dejó de intentar ejercer su influencia en América y se valió de algunos criollos, como el mexicano José María de Lanz o el neogranadino Francisco Antonio Zea.

Se puede decir que lo que se llama en España la “guerra de independencia” engloba dos conflictos distintos. Hay una guerra imperial hasta abril de 1810 de ambas Españas -la europea por un lado, e Hispanoamérica por el otro, a la que los españoles llamaban “la americana”- contra los invasores franceses napoleónicos. Otra guerra, diferente ocurre hasta 1814, con diversas alternativas militares, políticas y constitucionales a cada lado del Atlántico. La importancia decisiva que los españoles veían en “el componente americano” de lo que entendían como una “nación española única” era obvio a los ojos de los contemporáneos y explica mejor la propia Constitución de Cádiz, ahora, a dos siglos después de su proclamación.

Continuará.
JV. São Paulo, 10 de enero de 2013.

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