segunda-feira, 29 de dezembro de 2014

El Viaje y otros Relatos Setentistas. La Pintada.

 

Alberto Hernández lanzó su primer libro, El Viaje y otros Relatos Setentistas.

El compañero Alberto  nació en Córdoba en 1951. Vivió en Mar del Plata y en 1969 volvió a la Capital provincial para estudiar la carrera de ingeniería en la Universidad Nacional de Córdoba.
El “Cordobazo” lo llevó a la militancia política, fue miembro de las organizaciones revolucionarias Espartaco y luego de Orientación Socialista, ligándose a los gremios combativos de entonces. Tuvo un breve paso por el periodismo en el desaparecido diario Tiempo de Córdoba, para luego ingresar a la Municipalidad de Córdoba.
Con el advenimiento de la democracia se dedicó a tiempo completo a la militancia política y sindical. Fue dirigente nacional y provincial y varias veces candidato por el Partido Intransigente. Alternó la política con su cargo de Secretario Gremial del SUOEM en la primavera democrática. En el 2003 fue electo concejal de la Ciudad de Córdoba y en el 2011, precandidato a intendente.
Desde hace una década publica en Utopicón, blog que incluye crónicas, ficción, humor, poemas, denuncias, artículos varios y buena parte de los relatos que integran este libro. Ha publicado artículos políticos sobre distintos aspectos en La Mañana de Córdoba, Hoy día Córdoba y La Voz del Interior.

En El viaje y otros Relatos Setentistas, el lector encontrará un pantallazo más que jugoso de una época de la que poco se sabe, ocurrida en Argentina casi 40 años atrás. Y cuando décimos “poco se sabe”, no nos referimos a falta de información, sino a un exceso de contenidos, a veces difusos o poco ciertos. Hacia fines de los años 60 y durante más de una déccada y media, los golpes militares poní­an en juego una serie de valores (y disvalores) que florecían en las fuerzas de jóvenes -y algunos no tanto- militantes revolucionarios. Mucho se sabe de una parte de la historia, pero siempre es bueno escuchar otras campanas. Este libro plasma, con mucho humor y de manera amena, ese costado poco conocido. El del militante, el del resistente, el de quienes lucharon por un paí­s más justo. 
Les adelanto hoy uno de los muchos cuentos, tan sabrosos, de su libro.



LA PINTADA

Septiembre de 1974 fue un mes de terror en Argentina. Las Tres-A, Alianza Anticomunista Argentina —que en Córdoba se llamaba Comando Libertadores de América, y que desde hacía un tiempo venía intensificando sus acciones en contra de los militantes populares—, ese mes terminó con la vida del Cuqui Curutchet, Julio Troxler y Silvio Frondizi.

La noche de Córdoba era prisionera de los Ford Falcon verdes que patrullaban las calles semidesiertas con su despreciable y tenebrosa carga.
Decidimos condenar esas muertes ocurridas en poco más de dos semanas y elegimos la pared del Correo Central que da sobre la Avenida General Paz para hacer una gran pintada.

Por mis dotes para el dibujo y mi buena letra, me tocó, junto al Negro, estudiante de arquitectura y por ende también buen letrista, empuñar los aerosoles.
Tomamos todas las precauciones porque era una acción peligrosa. Llegamos por separado al lugar, todos enfundados en gruesas camperas para cubrirnos del frío de esa noche de un invierno que todavía no se iba.

Tato se apostó en la esquina mirando en dirección contraria al tránsito que circulaba por la Avenida Colón para ver si aparecían los verdes. Al verlos debía hacer una seña al Boliviano, que estaba en una parada de ómnibus frente a la pintada —en ese entonces, la vieja Calle Ancha era de doble mano— para que este nos avisara que debíamos largar todo y hacernos humo.
En la esquina contraria, lo mismo: otro compañero atento a la aparición de alguna presencia peligrosa.

Empezamos a pintar cuidadosamente la gran pared, tratando de hacerlo lo más aceleradamente posible, pero cuidando la estética que era importante a la hora de llamar la atención de los millares de transeúntes que pasarían al día siguiente por esa céntrica vereda. No era una tarea sencilla ya que la rugosidad de la piedra nos obligaba a repasar los trazos y los abrigos que llevábamos nos dificultaban los movimientos.

Cada tanto mirábamos al Boliviano para ver si había novedades; este seguía con atención lo que hacíamos y aprobaba con el pulgar de la mano derecha levantado. Sobre este compañero me detendré un instante.

Pepe, tal su nombre de guerra, había venido de su Santa Cruz de la Sierra natal a estudiar arquitectura a Córdoba, luego de obtener su título secundario en el exclusivo y tradicional Colegio Nacional Florida, donde había hecho las primeras armas como dirigente estudiantil. Era un fogoso y convencido revolucionario, con muy buena formación teórica y una oratoria ampulosa y convincente.

Muy buen tipo, solidario hasta el desprendimiento personal. Era de baja estatura, piel bronceada, cabello negro corto, pómulos salientes, nariz aguileña y ojos oblicuos, típico de la raza Aymara. Una mirada brillante y movediza y una sonrisa permanente se destacaban en su cara redonda. Tenía conocimientos de defensa personal —que trataba de transmitirnos con poco éxito— adquiridos por las necesidades de la lucha de clases en el país del altiplano. Con frecuencia hacía mención, en relatos épicos y emocionados, sobre la combatividad y el valor de los mineros que bajaban en masa hacia la ciudad con sus cascos y cartuchos de dinamita en sus manos.

Con el golpe de 1976, regresó a su país, donde prosiguió la actividad militante en el Frente Revolucionario de Izquierda y como diputado. Fue asesinado en 1986 por sus investigaciones sobre el narcotráfico. Tal era este pequeño gran hombre que estaba en esta ocasión cumpliendo la tarea de campana.

Le dimos los últimos toques a la pintada, nos retiramos unos pasos para ver con satisfacción que había quedado muy bien y, deshaciéndonos de los aerosoles nos dispersamos rápida y tranquilamente por caminos distintos.
Habiendo pasado por el retén, nos reunimos en un lugar alejado de allí para comernos unas pizzas, acompañadas con un áspero vinito tinto de la casa, para celebrar el éxito de la tarea.

El último en llegar fue Tato, que sorprendentemente nervioso increpó a Pepe:

—Ya no sabía cómo hacerte señas para avisarte que venían por Colón los Falcon verdes hasta el moño de fachos y fierros; después que pasó el primero y no nos vieron me tranquilicé un poco; pero después pasó otro y otro más como a los veinte minutos. Y vos ni me mirabas... tuvimos suerte, pero si hubiéramos cumplido con las consignas, tendríamos que haber levantado todo y pirarnos.

Quedamos todos mudos y un frío nos corrió por el espinazo. El Boliviano con su voz redonda y su habitual modo retórico, sólo atinó a decir:

—¡Es que los compañeros estaban haciendo una obra de arte digna de ser admirada!

Lo miramos atónitos, mientras él seguía gesticulando como si hablara a un auditorio poblado de trabajadores, hasta que no pudimos hacer otra cosa que soltar la carcajada que terminó de
relajarnos.

Esa vez el azar estuvo de nuestro lado.


Alberto Hernández. Córdoba, septiembre de 2014.

Recusando cumprimentos indesejados



Trinta e cinco anos depois que a menina Rachel Clemens aparecera numa foto famosa, de braços cruzados enquanto o ex-presidente Figueiredo tentava cumprimentá-la com um aperto de mão, a escena se repetiu em 2014. 
E foi na mesma cidade de BH, capital do estado de Minas Gerais. 

Em 1979, o fotógrafo Guinaldo Nicolaevsky captou a primeira cena que menciono, durante uma cerimônia no Palácio da Liberdade, em Belo Horizonte. A menina de cinco anos virou um símbolo do disgosto popular com o regime militar que aplastou o Brasil de 1964 a 1985, depois de ser fotografada rejeitando o cumprimento do então presidente João Figueiredo, aquele que gostava mais do cheiro de cavalo que de cheiro de povo.





Durante a campanha eleitoral para a presidência de 2015,  o músico Fábio Martins, morador de um dos conjuntos de favelas da Serra, na zona sul de BH, deixou o Aécio Neves de mão abanando e recusou o aperto oferecido pelo senador-candidato de um modo tão cheio de graça quanto o da menina Rachel, acontecido 35 antes. Depois ele disse que não foi intencional. 
Foi "despretencioso", disse, acrescentando que preferia votar no Psol, "por falta de opção".


Morador se nega a cumprimentar o candidato Aecio Neves em visita ao Aglomerado da Serra em Belo Horizonte MG
Foto de Douglas Magno/ O Tempo/ Folhapress.    


Em seu blog pessoal, a então menina Rachel Clemens, que desprezou o Figueiredo em 1979, conta que não cumprimentou o general-presidente porque não queria fazer algo ao qual se sentia obrigada, já que todas as pessoas que estavam ao se redor insistiram muito para que ela o cumprimentasse.

Duas situações diferentes, uma em finais de uma ditadura assassina em retirada, que privou o país de liberdades e de direitos dos mais elementares durante 21 anos.

A outra, uma atitude em democracia, de livre arbítrio, de quem decide não apoiar um dos candidatos e, quem sabe, optar ou não por uma outra proposta política.

Dois momentos da história do Brasil, um sem liberdades, o outro em pleno gozo de todos os direitos do cidadão.

J.V. São Paulo, 29 de dezembro de 2014.

domingo, 28 de dezembro de 2014

Marcianita, blanca o negra.



"Marcianita, blanca o negra,
espigada, pequeña, gordita, delgada serás mi amor,
La distancia nos acerca 
y en el año 70 felices seremos los dos".

Así decía la letra de Billy Cafaro. Era el comienzo de los años 60, y a mí, que siempre me había molestado saber que el año 2.000 me encontraría con una edad nada redonda -49 años-, la referencia a 1970 me parecía más tangible y concreta. 
Mi hermana y yo, un poco como el Felipe y la Mafalda que llegarían a nuestras vidas algunos años después, nos imaginábamos unas calles llenas de platos voladores, mujeres y hombres con cascos espaciales -que para nosotros no eran nada diferentes de las grandes latas de las Galletitas Terrabusi, o Canale, con un hermoso vidrio redondo para mirar la superficie de Marte, venus o la Luna.

No nos imaginábamos para nada que los 70 vendrían con otras cargas de ilusiones, luchas, convicciones -y de decepciones- mucho más terráqueas que la musiquita de Billy Cafaro.
Tal vez por no haber nacido en 1950 -el Año del Libertador General San Martín- y sí apenas un año después, la marca del 2.000 me parecía absurdamente utópica, ni siquiera lejana. Fantasiosa, inalcanzable, eso sí. Además, para cumplir apenas 49 años!, un número quebrado y sin gracia.
Y así llegamos al 2015. Quién diría en 1976 que llegaríamos siquiera a 1977, 78, 79, u 80. 
Pero llegamos, estamos acá, y ¡que venga el toro!

J.V. São Paulo, 28 de diciembre de 2014

"Ignorada marcianita,
aseguran los hombres de ciencia que en 10 años más
tu y yo 
estaremos tan cerquita
que podremos pasear por el cielo y hablarnos de amor.
Yo que tanto te he soñado 
voy a ser el primer pasajero que viaje hasta donde estás.
En la tierra no he logrado
que lo ya conquistado se quede conmigo no más.
Quiero una chica de Marte que sea sincera,
que no se pinte, ni fume, ni sepa siquiera lo que es rock and roll" 

https://www.youtube.com/watch?v=uvJYKM0v6ok 

domingo, 14 de dezembro de 2014

Edson Costa, um revolucionário num rio que não é de esquecimento



Elson Costa nasceu em 26 de agosto de 1913, na cidade de Prata, estado de Minas Gerais. Era filho de João Soares da Costa e Maria Novais Costa, e casou com Aglaé de Souza Costa. Foi preso, sequestrado e desaparecido em 1975, em São Paulo. Era o responsável pela propaganda e agitação do PCB. Na manhã de 15 de janeiro de 1975, Elson foi preso no bar ao lado de sua casa, onde havia ido tomar café. 
Alguns vizinhos tentaram protestar contra a prisão efetuada por seis homens, pois, para eles, quem estava sendo detido era apenas um aposentado, o Manoel de Souza Gomes que vivia na Rua Timbiras,199, no bairro de Santo Amaro, em São Paulo. Mais um preso político torturado, morto e com o seu corpo sequestrado e desaparecido. Mais um crime da ditadura cívico-militar que arrasou o praís entre 1964 e 1985. (JV)

História
Por JOSÉ MIGUEL WISNIK *

O rio em que vivo não é o do esquecimento. Meu nome, e agora quem diz é meu afilhado, é Elson Costa. 

Tomava café da manhã num bar no bairro de Santo Amaro, em São Paulo, quando fui abordado por um grupo de homens silenciosos. Não tive maior dificuldade para saber o que representavam, embora não adivinhasse a extensão do que fariam. Meus conhecidos em volta, frequentadores do bar, como eu, estranharam a cena, mas não acenei para eles. Sem maior estardalhaço, dado que sou um homem desarmado, fui levado a entrar no carro. Eles me queriam num lugar não muito distante, mas fora da cidade, num sítio em Itapevi.
Não é a primeira vez que sou conduzido para lugares apartados do mundo comum. Ao longo da vida já fui interpelado em xadrezes e xilindrós, delegacias e quartéis, onde me demorei tempos, às vezes anos. Eles querem saber coisas de mim, e de outros através de mim, e usam instrumentos de pressão. Conheci os métodos, as práticas e os estilos de interrogatório forçado em diferentes momentos do país, e em segredo me orgulho de suportá-los. Eles apertam, e eu aguento. Depois saio e continuo meu trabalho. Mas nunca tinha sido trazido para essa espécie de hotel-fazenda voltado a uma dimensão mais intestina dos interrogatórios.
Faço parte do Partido Comunista Brasileiro desde que me entendo por adulto. E de uma família numerosa do Triângulo Mineiro, cuja mãe gerou 24 filhos. Gosto da Humanidade. Minha irmã caçula nunca esquecerá a noite em que me converti ao socialismo, durante o diálogo febril com um companheiro, numa sala de casa, que ela entreouviu sobressaltada, percebendo, mesmo sem entender, que ali a minha vida tomava um rumo grandemente inesperado. Casei-me com Aglaé, doce e decidida companheira, que não saberá agora onde estou. Não tive filhos, e luto para que o legado humano não seja o da miséria.
Isso tudo que me acompanha como a luz, a nuvem e a sombra benigna que já entranhou a alma, não é o que eles querem saber. Aqui, onde acabamos de chegar, cavou-se um poço sangrento e mais obscuro, sobre o qual eles desejarão que paire a sombra eterna. Sabemos que dentro em pouco começarão os trabalhos. Trabalho que eles já tiveram com os que escolheram a luta armada contra a sua grande máquina. Vencidos estes na força desigual, agora é a vez dos que buscam mudanças sem derramamento de sangue, ameaçando a ditadura com qualquer coisa que abra nela rachaduras democráticas, como nós. Estamos em 1975. Com meus companheiros de direção do partido, estamos sendo varridos pela operação que chamam de Radar.
Mas poderia ser chamada também de Operação Extermínio, que é o que começa a intuir a minha carne. Nas tratativas da tortura, batalha sem vencedor, não há muita negociação. Sei, com sobriedade, que me acostumei a fazer do meu corpo o tira-teima da minha crença: ninguém se aproveitará dele para me voltar contra mim mesmo e contra os meus. Mas, e também meu corpo é quem percebe, esses homens não querem mais se submeter a antigos limites: insuflados pelas conquistas da treva, levados por um delírio de grandeza e de pequenez, lançam-se a desventrar o Bojador, a dobrar o Cabo das Tormentas Alheias e a circunavegar a Morte.
Um sargento do DOI-Codi, Marival Chaves, estará, daqui a anos, em melhores condições do que eu para descrever o que se passa: segundo relatará, fui interrogado durante 20 dias e submetido a “todo tipo de tortura e barbaridade”, meu corpo foi queimado vivo, banharam-no em álcool e tocaram fogo, recebendo ainda, depois disso, o benefício de uma injeção para matar cavalos de 500 quilos. Os corpos de todos os que se submeteram a tratamento semelhante na famigerada Casa de Itapevi, com requintadas variações a cada caso, relatadas pelo sargento, foram atados a pedaços de concreto e jogados no Rio Avaré.
As instituições envolvidas na história, incluídas no relatório da Comissão Nacional da Verdade, que arrolará nomes de responsáveis, se negarão tanto a reconhecer os fatos como a esclarecê-los, abrindo seus arquivos. Mas então, pergunto, onde estarei eu, e os outros desaparecidos que são eu, como eu? Não quererão os agentes da tortura e da morte, modestos, reconhecer seus feitos heroicos? Acreditarão por acaso que é infeliz o país que precisa de heróis? Ou se sentirão humilhados, com suas ralas duas centenas de desaparecidos, perante os militares argentinos, que foram a julgamento por suas dezenas de milhares?
Não sei o que eu mesmo pensaria do então para mim impensável, o futuro fim da União Soviética. Como parte de um partido dividido entre prestistas e antiprestistas, infiltrado por agentes inimigos e contaminado pelo clima de suspeita, eu estarei talvez no último estágio de uma nave descolada da base. Mas a tragédia da vida não valerá nada diante da doçura só de uns olhos, como os de Aglaé, que pronunciará ainda, com integridade, a palavra povo, para meu sobrinho e minha sobrinha, a quem entregará minhas fotos e se permitirá morrer, um dia depois disso e de meu aniversário de 100 anos, em 2013.
O rio em que vivo não é o do esquecimento. Meu nome, e agora quem diz é meu afilhado, é Elson Costa.
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