sábado, 10 de dezembro de 2022

El origen de la chamarrita y del chamamé

 

                                                            



El origen de la chamarrita y del chamamé

Por José Luis Picciuolo Valls

http://historiadelatinoamerica.com/el-origen-de-la-chamarrita-entrerriana/

La chamarrita es un estilo musical y danza originarios de las islas Azores, que llega a Brasil a fines del siglo XVII cuando la corona portuguesa puebla con inmigrantes de esas islas las incipientes aldeas de las costas de Rio Grande do Sul. A través de rutas comerciales controladas por la nación charrúa la chamarrita llega a la provincia de Entre Ríos pasando por la Banda Oriental y mezclándose con el fondo cultural charrúa, africano y de gauchos cimarrones. Por su parte el chamamé surge en el seno de la sociedad guaraní de las misiones de Corrientes y Rio Grande do Sul, fruto de la fusión entre el barroco jesuita y el ñe’é mboé purahey, la tradición musical guaranítica de carácter religioso.

Esta entrada es la primera de una serie donde intento analizar el origen de la chamarrita entrerriana en contrapunto con el chamamé correntino pues creo que ese contraste nos permitirá enriquecer la visión de dos procesos históricos y dos tipos de sociedades emparentadas pero distintas.

Desde mediados del siglo pasado y merced a investigaciones del académico Fernando Assunção y los musicólogos Lauro Ayestarán y Carlos Vega, entre otros, se sabe que la chamarrita es un ritmo folklórico de las Islas Azores, pertenecientes a Portugal, existen registros que demuestran su exitencia desde fines del siglo XVII. Desde esta época se practicaba como canción y danza por los nativos de esas islas que aún la siguen ejecutando. Evidentemente no se trata de la misma chamarrita practicada en nuestros días en América pero los autores encontraron puntos en común tanto en la coreografía como en los temas poéticos que demuestran que  la Americana se deriva de la Azoreña.

Los azorianos poblaron las primeras ciudades coloniales portuguesas en lo que es hoy el sur del Brasil. Primero en la isla de Santa Catalina en el siglo XVII y luego ya en territorio riograndense en Porto Alegre, Santo Amaro, Taquarí y otras localidades más al sur en el siglo XVIII. Se ha conjeturado que la chamarrita podría haber llegado a Entre Ríos durante la guerra del Paraguay, cuando los ejércitos brasileros, argentinos y uruguayos compartieron las campañas y los campamentos (ver  http://todochamarritas.unlugar.com/historia/origenchamarrita.htm ) pero ello ocurrió en 1864 y para esa época los azoreños practicantes de la chamarrita ya venían mezclándose con charrúas y africanos desde 150 años antes y en la misma zona, obviamente  en contacto con la sociedad local. Y teniendo en cuenta la movilidad que había entre portugueses viajando desde la costa atlántica hasta la Colonia del Sacramento, de charrúas entrerrianos comerciando en la costa del Brasil, de Guenoas uruguayos cazando en la Selva del Montiel o de guaraníes correntinos transportando la producción industrial de las misiones al puerto de Buenos Aires por poner solo algunos ejemplos,  es lógico pensar que las danzas y ritmos musicales circularan junto a las personas desde fines del siglo XVII y que no haya que esperar a mediados del XIX para que se difundieran por a región.

Por tanto, cualquier pregunta sobre las condiciones en que se originó la chamarrita o el chamamé implica conocer como era la sociedad entrerriana y correntina en el momento en que aparecen estos estilos musicales en los registros históricos y no un siglo y medio después. Por eso nosotros vamos a intentar reconstruir el contexto histórico desde que desembarcó la chamarrita original azoreña a fines del siglo XVII y las rutas por las que llegó a Entre Ríos durante el siglo XVIII.

Muchos estudios sobre temas históricos analizan nuestra historia desde el siglo XIX en lugar de remontarse a siglos anteriores a veces basándose en la creencia poco fundamentada de que los valores de nuestra nacionalidad se forjaron con la independencia, cuando en realidad hay un continuo cultural de cientos de años, tal como es el caso sobre el origen de estos ritmos musicales y las pautas culturales asociadas a los mismos. Objetivamente pues, conviene repasar las condiciones sociales históricas desde que tenemos registros fiables de ambos. En el caso de la chamarrita esto nos sitúa a fines del siglo XVII, más precisamente cuando los azorianos comienzan a expandirse en lo que actualmente es el territorio de Río Grande do Sul.

Los azorianos fueron evidentemente un factor muy importante en la conformación de la primitiva sociedad colonial portuguesa en el sur de Brasil y es natural que la chamarrita azoriana forme parte de la tradición musical de la costa del Brasil, pero dado que el territorio de la actual provincia de Entre Ríos no fue colonizada por ellos ¿Cómo llegó hasta aquí? Y sobre todo, ¿Cómo llego a convertirse en símbolo identitario de la cultura entrerriana y no de Corrientes que geográficamente está mucho más próxima al punto de desembarco de la chamarrita original?

En su excelente y pionero trabajo sobre el origen de la chamarrita Fernando Assunçao describe la expansión de los primeros azorianos practicantes de este ritmo desde su introducción en Santa Catalina, hoy Florianópolis en 1675,  mostrándonos luego su presencia en la Colonia del Sacramento, en 1715 y posteriormente ya “agauchados” en Yaguarón en la frontera lindante con Uruguay hacia el año 1801. Este autor, no pudiendo explicar su presencia en Entre Ríos y sur de Corrientes dice: “Queda por establecer aún, (como) muchos azorianos, con las dificultades tremendas de los primeros tiempos, en las tierras incultas de Rio Grande, se desplazaron hacia el sur y el oeste, hacia el territorio del Uruguay y de Entre Ríos y el extremo sur de Corrientes”.

Tengamos en cuenta que Assunção realizó las investigaciones a las que nos referimos en los años 60 del siglo pasado y que su análisis estaba influenciado por el concepto de “área cultural” mediante el cual los investigadores sociales de esa época buscaban establecer patrones de difusión geográfica e histórica de “bienes culturales” a partir de ciertos marcadores idealizados. Así se podían establecer por ejemplo el “área cultural de la quena” o el “área de difusión de la Zamba” etc. En este caso nuestro autor, rastreó los orígenes de la chamarrita en un primer punto de “origen” -la isla de Santa Catarina- y siguió el rastro a través del tiempo situándolo en localidades cada vez más adentro del continente…hasta perderlo en el norte del Uruguay.

 

Por eso el concepto “azoriano” como tipo cultural portador de la chamarrita, es utilizado por este autor como un operador abstracto que se movería a través de un período de 150 años y en un área geográfica inmensa como si permaneciera invariable en el tiempo y el espacio. Describe así a los actores como “azorianos agauchados” en el siglo XIX. el problema es que los azorianos no actuaban solos ni se mantenían aislados de influencias, sino que estaban inmersos en una sociedad multi-étnica y compleja en el seno de la cual los “bienes culturales” se transforman y cambian incluso de portadores.

En mi opinión no es que se pierda el rastro a mediados del siglo XIX al norte del Uruguay sino que probablemente para esa época ya fuera inútil seguir asociando la chamarrita solo a los azorianos, dado que llevaban ya mas de 150 años conviviendo y mezclándose con otros portugueses, charrúas, guaraníes, españoles y africanos.

Por suerte hoy sabemos mucho más sobre cómo era la sociedad colonial portuguesa donde desembarcó la chamarrita original y las sociedades indígenas a las que se transmitió. Gracias a los aportes de la antropología que nos ha dado una visión de los pueblos originarios mucho más ecuánime se ha enriquecido el escenario histórico y se explican mejor muchas situaciones que antes quedaban simplemente olvidadas. Agreguemos que nuevas investigaciones están haciendo una relectura de las fuentes historiográficas de la época gracias a lo cual tenemos más y mejor información que hace medio siglo. (Sobre todo recomiendo Experiências nacionais, temas transversais: subsídios para uma história comparada da América Latina. Flavio M. Heinz. – São Leopoldo: Oikos, 2009 RS Brasil.)

Gracias a ello hoy sabemos que no se trata de ver como los azorianos fueron “propagando” la chamarrita sino de conocer en que sociedad interactuaron y como de esa interacción surgio la chamarrita actual en Entre Rios. La clave es comprender que si bien los azorianos desembarcan la chamarrita a fines del siglo XVII se integran rápidamente a un tipo de sociedad donde fue reelaborada en los siguientes 300 años, por personas de diversos orígenes étnicos que conformaron la sociedad donde se desarrolló. Este punto de vista  implica hablar de charrúas, guaraníes, españoles, portugueses y africanos es decir el tipo cultural de la época.

Por ello cuando Assunção nos habla por ejemplo del chamarritero uruguayo Teodoro Bustamante que en la localidad de Aiguá cantaba chamarritas en la segunda mitad del siglo XIX  más que en reminiscencias azoreñas debemos pensar en un tipo humano donde se mezclen los componentes culturales antedichos. Al igual que el jazz o el candombe que tuvieron orígenes africanos pero que se forjaron durante la época colonial en América, la chamarrita americana es en realidad un a reelaboración local. Y por lo tanto si bien es posible reconocer elementos que se mantienen del original nos encontramos frente  una creación nueva, por ello es que precisamente se puede comparar la chamarrita azoreña y la americana.

En resumen debemos tener en cuenta que la chamarrita americana si bien traída por los azoreños no es la misma que la practicada en las Islas Azores dado que al ser la nueva sociedad colonial portuguesa una mezcla de diversas culturas se vio influenciada por otros ritmos, incluso en palabras del mismo Fernando Assunção, “la coreografía de la chimarrita, en Río Grande del Sur, varió,  (…) particularmente por influencia de los bailes enlazados, vals, polca, mazurca, chotis (…) así como en el cambio de su tiempo musical, en el cual influyen, además, las formas populares características de los medios folk afroamericanos”.

Nuestro objetivo es precisamente describir esa sociedad por ello en las próximas entradas no nos centraremos en aspectos musicológicos los que ya han sido bastante bien expuestos por diversos autores sino más bien en  el contexto social  e histórico en el cual  la chamarrita azoreña arraigada en territorio riograndense llega a las tierras de Entre Rios.

En la próxima entrada La sociedad entrerriana del siglo XVII

…en 1632 el dirigente charrúa Yasú,  que residía e la localidad de La Baixada, hoy ciudad de Paraná y bajo cuyo gobierno estaba el sur de Entre Ríos,  firmó un tratado con el gobernador Hernandarias, para permitir el paso de españoles al interior de la provincia, aunque no pudieron…

 …mientras tanto en los territorios del chamamé -la mayor parte de Corrientes y Misiones- los dirigentes políticos guaraníes aliados con la orden jesuita gestionaban de forma independiente  las ciudades guaraníes misioneras donde se mezclaba el barroco cristiano y las danzas en busca del Yvy Marae’ÿ, la Tierra-Sin-Mal…

 …por ello estos dirigentes charrúas entrerrianos sabían hablar castellano y portugués y eran considerados reputados contrabandistas por el poder colonial …


JV. Entre Ríos, marzo de 2049.


segunda-feira, 5 de dezembro de 2022

La leyenda de Molly Malone y las tristes historias de la Pulpera de Santa Lucía y el Huinca de ojos azules

 



La leyenda de Molly Malone y las tristes historias de la Pulpera de Santa Lucía y el Huinca de ojos azules

 

Y se le mezclan feo las ideas a don Bryan, el huinca bueno de ojos azules como el cielo que los Tehuelches respetan y quieren como a un abuelo sabio y comprensivo.

Es que a los Pampas de aquellos años de 1874 no les hace gracia ni oír hablar de los “castellanos”. Ellos no saben o no quieren ni saber si hubo independencia o no; si los huincas se mataron en sus guerras civiles o si terminaron arreglándose y negociando entre ellos y repartiéndose el poder.

Lo que ellos saben es que, sean españoles, chilenos o argentinos, los huincas siempre codiciaron sus tierras y robaron sus mujeres y niños para llevarlos a trabajar como esclavos. Justo a ellos, hombres libres, dueños de un enorme territorio. 

Justo a ellos, hermanos del ñandú, el zorro, el cóndor y el guanaco. Pero a este huinca sí, a él lo respetan y lo quieren. Lo ayudan, como ayudaron unos años antes a los otros rubios, huincas de ojos verdes y azules, los galeses, un grupo de 150 mujeres y hombres que viajaron casi 13000 kilómetros para establecerse en un asentamiento galés remoto. Habían llegado en pleno invierno de 1865, sin encontrar ni un metro de la tierra verde y prospera que les prometieron los eternos mercaderes de ilusiones y de vidas.

Y sueña Bryan, tirado en su catrecito de troncos y ramas, cuidado por dos jóvenes Tehuelches: Raiquén, una linda jovencita que heredó el nombre de una abuela Mapuche, y Cangapol, bravo guerrerito, bisnieto de uno de los muchos grandes jefes del glorioso pasado patagónico.

Sueña Bryan Hook, el huinca de ojos celestes, que camina por un país no tan distante de su Escocia, al que los ingleses lo mandaron a invadir un par de veces; sueña que se encuentra con una estatua de una prostituta famosa en el centro de Dublín, Irlanda. Se imagina oyendo canciones que cuentan que era una pescadora hermosa, que repartía comida a los necesitados durante el día y a la noche entretenía, también sin ningún prejuicio y grátis, a los muchos marineros que la querían.

Y se acuerda Bryan, lo recuerda muy bien: Molly Malone no era irlandesa sino escocesa, como él, y cuando la conoció en la fragata Encounter quiso rescatarla de los malditos ingleses brutos que se aprovechaban de su ingenuidad, y ensuciaban su belleza.

Era 1806. Y la alianza entre Francia y España amenazaba los intereses de Inglaterra en sus deseos de dominio del Río de la Prata, en un afán por dominar ambas orillas, tomando Montevideo y Buenos Aires.

Pero le saltan los recuerdos a don Bryan. Como liebres patagónicas, dice Cangapol bajito, y Raiquén se ríe a carcajadas. 

           -Era a principios del siglo XIX en Gales- les cuenta Bryan a los chicos que lo cuidan en su choza- y los hablantes de galés, eran perseguidos por su idioma y su cultura. 

Los chicos se miran, entienden poco y nada del tema de los galeses, otros rubios y paliduchos a los que sus tíos y abuelos tanto ayudan. Pero sí comprenden de lo que es ser despreciado por su lengua, su cultura y su apariencia. Y lo saben porque a cada tanto llegan los gringos a las playas y los tratan peor que se trata a un guanaco.

Recuerda Bryan, pero no se lo dice a los chicos, haber leído en uno de los últimos diarios ingleses que le cayó en manos cerca de 1847, que un informe del parlamento sobre la educación galesa, conocido como The Treachery Of The Blue Books, empeoró todo con sus comentarios despectivos sobre el idioma galés. Mostrando desprecio por los hablantes de la lengua y proponiendo castigos como el Welsh Not -galés no-, escrito en un pedazo de madera que los niños que lo hablaban en la escuela debían colgabar en sus cuellos, provocó oleadas de migración de Gales a los EEUU. Un ministro que se había mudado a Ohio, Michael D. Jones, sabía lo difícil que era para el idioma galés prosperar en su patria. 

La Utopía remota de un asentamiento propio, lejos del idioma inglés y de la opresión de la monarquia británica se volvió su obsesión. Por otro lado, un editor de Caernarfon, Lewis Jones, sintió lo mismo. En 1862, viajó a Chubut en la Patagonia, junto con el liberal galés Sir Love Parry-Jones, cuya propiedad, Madryn, daría nombre al puerto en el que desembarcarían más tardelos colonos. Un ministro argentino les ofreció tierras, aunque la región ya estaba ocupada por los Tehuelche y Mapuche desde siempre. Pocos años después, el General Roca lo resolveria fácil, llevando tropas del flamante ejército argentino para sacar a los incómodos nativos de sus territórios y encima enviarlos al norte como trabajadores esclavos.

Pero aunque Bryan era muy amigo de los Tehuelches que a su vez ayudaban a los recién llegados del País de Gales, prefería no tener mucho contacto con aquellos otros huincas porque, la verdad era que el anciano se consideraba un Pampa, hombre de la tierra en la que había pasado tantísimos años.


Continuará. JV. Chubut, Patagonia argentina. 23 de marzo de 2039


domingo, 4 de dezembro de 2022

Las dos rubias de ojos celestes y el Tehuelche gringo.

 


 Las dos rubias de ojos celestes y el Tehuelche gringo.

Se levantó despacito y del catre se fue derecho a prepararse el mate. En el corto camino de la cama al fogón, Bryan no sacó ni un instante los ojos del mar. Un mar cuadradito, gris y revuelto que la Bahía de San Julián le dejaba observar desde su choza Tehuelche. Tampoco dejó de pensar, mientras miraba el mar, en ella. ¿O serían ellas? 

En sus largos noventa y dos años nunca lo supo con seguridad. A Dionisia la recordaba bien; no era solo él, el inglés Bryan Hooks, el único enamorado de la rubia hermosa y de ojos azules; del color del mar tropical, sí, o tal vez más claros, quizás como los suyos, celestes. Y mientras preparaba el mate, tarareaba una musiquita que, pensaba él, algún día alguien escribiría:

Era rubia y sus ojos celestes

Reflejaban la gloria del día

Y cantaba como una calandria

Era flor de la vieja parroquia.

La pulpera de Santa Lucía.

¿Quién fue el gaucho que no la quería?

Los soldados de cuatro cuarteles

Suspiraban en la pulpería.

Se le confundían a Bryan los recuerdos de Dionisia con los de Molly, otra gloriosa dueña de hermosos ojos azules. Era el año de 1874 y el viejo inglés, refugiado en la Patagonia, amigo y protegido de los nativos tehuelches, rememoraba su lejana juventud, cuando en 1807 participó de la aventura de las tropas que desembarcaron en Montevideo y Buenos Aires y lanzaron las fracasadas invasiones inglesas al Río de la Plata, todavía Entonces, –y por muy poco tiempo- bajo el control del decadente imperio español.

Es que la alianza entre la Francia de Napoleón y España amenazaba los intereses de Inglaterra, que a esa altura ya era una gran potencia mundial. La invasión del entonces Virreinato del Plata aparecía entonces como una opción estratégica para los británicos, pero era una maniobra muy arriesgada. En caso de éxito, podría nacer una importante alianza con los habitantes del Plata; en caso de fracaso, la liga franco-española se reforzaría aun más.

Fracasaron en la primera tentativa, en 1806, pero insistieron un año después. Los ingleses, afectados por el bloqueo impuesto por Napoleón van a insistir en el control del Río de la Plata, al mando del teniente general John Whitelocke. Junto a la flota de guerra envían también barcos mercantes con el fin de comerciar con los criollos.

Bryan vive ahora, en 1874 y cuando ya se avecina la gran guerra que el ejército argentino va a lanzar contra los pueblos nativos, en las tolderías del cacique Namuncurá. A inicios del siglo XIX, el inglés, un jovencito de veinticinco años, formaba parte del 71º batallón escocés de infantaría en la aventura inglesa de la invasión a Buenos Aires, y tuvo que enfrentar la valiente Reconquista de los criollos que fundaron la nación que luego sería Argentina. Bryan cae prisionero de los patriotas en esa ocasión y, nunca se supo si huyó o fue desterrado, pero termina su larga vida entre los tehuelches y mapuches de la Pampa y la Patagonia.

Mientras toma el mate y pierde su mirada azul en las aguas grises de la bahía de San Julián, recuerda aquel 28 de octubre en el que las tropas invasoras se presentan en las costas de Montevideo, y avanzan hacia Maldonado, que queda rápidamente en manos inglesas al derrotar una pequeña partida del ejército español.

Pero el gobernador de Montevideo, lanza una proclama a los habitantes de la ciudad llamándolos “a morir antes que rendirse”. Las tropas inglesas sitian la ciudad. En Buenos Aires una junta de guerra le critica al virrey español Sobremonte su pasividad y lo destituyen. Santiago de Liniers, que había cruzado a Colonia se enfrenta a los ingleses, pero es derrotado y regresa a Buenos Aires.

Los ingleses tratan de ganar adeptos pero notan la feroz hostilidad de la población para aceptar la bandera inglesa. Entonces deciden atacar Buenos Aires. El 28 de junio de 1807 llegan a Ensenada y eluden a Liniers cruzando por Pago Chico; la entrada en la ciudad es inminente. El alcalde Martín de Álzaga convoca a la gente en la Plaza Mayor y se niega a capitular. La resistencia del pueblo en las calles se alivia con la llegada de Liniers y los mil hombres a su mando.

El 5 de julio Bryan está entre los ingleses que tratan de entrar en la ciudad y reciben desde las azoteas todo tipo de proyectiles con armas caseras, piedras, agua hirviendo y cargas de fusil. El objetivo de los invasores es llegar a la Plaza Mayor y desde allí tomar toda la ciudad. Al llegar a Santo Domingo reciben el ataque de los patricios y los ingleses no pueden resistir. El 7 de julio Whitelocke acepta la rendición, y Bryan parte, junto con las tropas derrotadas hacia el exilio em el interior de Buenos Aires y sur de Córdoba. Según se lee en los siguientes capítulos de las Sesiones del Cabildo de Buenos Aires:

“17 de Agosto se personó a la Sala de Sesiones el Indio pampa Felipe con D. Manuel Martín de la Calleja; y expuso aquel por intérprete, que venía a nombre de 16 caciques de los Pampas y Cheguelches a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que este Ilustre Cabildo echara mano de ellos contra los Colorados, cuyo nombre dió a los ingleses. Que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y porque veían los apuros en que estarian. Que también franquearían gente para conducir a los Ingleses tierra adentro, si se necesitaba. Que tendrían mucho gusto en que se les ocupase contra unos hombres tan malos como los Colorados".

Era 1807 y, prisioneiro de las tropas españolas y criollas, sigue pensando el joven Bryan en los ojos claros, color de cielo, de Molly, de la cual se decía que era una prostituta encargada de divertir a los marineros de la fragata Encounter. Pero Bryan, que era un mero e ingênuo tambor de infantería, no lo creía, y pensaba que se trataba, como en tantos otros casos, de una rebelde aprisionada por el autoritarismo inglés, al que tan bien conocían los escoceses. Y por eso se había propuesto rescatarla.

Pero si se confunden las ideas y los recuerdos en la cabeza del anciano, es porque entre las décadas de 1820 y 1840, cerca de la parroquia de Santa Lucía había conocido, -en un local en donde se reunían carreros, cuarteadores, copleros, arrieros de paso a las Minas Gerais, y otros habitantes de aquellas zonas a medio camino entre la cercana pampa y la ciudad- a la hija del dueño de la pulpería, una joven llamada Dionisia Miranda, conocida como “la rubia de la zona del saladero”. Y a la que un siglo más tarde, cuando de Bryan no quedaba ni los huesos ni el recuerdo, pasaron a cantar como “la pulpera de Santa Lucía”.

Continuará. 

Javier Villanueva. Gualeguaychú, Entre Ríos, enero de 2038.


sábado, 3 de dezembro de 2022

As tristes histórias da pulpera, da escocesa e o Tehuelche loiro

 




As tristes histórias da pulpera, da escocesa e o Tehuelche loiro


Levantou-se devagar e do catre foi direto preparar o chimarrão. Na curta caminhada da cama até o fogão, Bryan não tirava os olhos do mar. Um mar quadrado, cinzento e agitado que a Baía de San Julián o autorizava a observar de sua cabana Tehuelche.

E também não parava de pensar, enquanto olhava para o mar, nela, sempre ela. Ou seriam elas? Em seus longos noventa e dois anos de vida, ele nunca soubera ao certo se eram duas ou apenas uma.

Ele se lembrava bem de Dionísia; e não era só ele, o escocês Bryan Hooks, o único apaixonado pela bela loira de olhos azuis; uma cor de mar tropical, sim, ou talvez com matizes mais claros, quem sabe como os seus, celestes. E enquanto preparava o mate,  cantarolava uma musiquinha que, pensou, um dia alguém escreveria:

Era rubia y sus ojos celestes

Reflejaban la gloria del día

Y cantaba como una calandria

La pulpera de Santa Lucía

As memórias de Bryan sobre Dionisia se confundiam com as de Molly, outra gloriosa dona de lindos olhos azuis. Corria agora o ano de 1874 e o velho escocês, refugiado na Patagônia, amigo e protegido dos nativos Tehuelches, recordava sua juventude distante, quando em 1807 participou da aventura das tropas que desembarcaram em Montevidéu e Buenos Aires e lançaram as malsucedidas invasões inglesas do Rio da Prata, ainda então, -e por um tempo muito curto- sob o controle do decadente Império Espanhol.

É que a aliança entre a França de Napoleão e a Espanha ameaçava os interesses da Inglaterra, que já era uma grande potência mundial.

A invasão do então Vice-Reino do Prata aparecia como uma opção estratégica para os britânicos, mas também era uma escolha muito arriscada. Em caso de sucesso, poderia nascer uma importante aliança com os habitantes do Prata; em caso de fracasso, a liga franco-espanhola se tornaria ainda mais forte.

Falharam na primeira tentativa, em 1806, mas persistiram e voltaram um ano depois. Os ingleses, afetados pelo bloqueio imposto por Napoleão, insistiram no controle do Rio da Prata, sob o comando do Tenente General John Whitelocke. Junto com a frota de guerra, também enviaram navios mercadores para negociar com os criollos, os descendentes americanos dos conquistadores espanhóis.

Bryan vive agora, em 1874 -e quando a grande guerra que o exército argentino vai lançar contra os povos nativos já está em curso-, nas tolderías ou barracas nativas do cacique Namuncurá. No início do século XIX, o inglês, sendo um jovem de 25 anos, integrou o 71º Batalhão de Infantaria Escocês na aventura inglesa da invasão de Buenos Aires, e teve que enfrentar a corajosa reconquista dos criollos que fundariam a nação que mais tarde seria Argentina. Bryan é feito prisioneiro pelos patriotas naquela ocasião e, embora nunca se soube se ele tinha fugido ou se fora banido para o interior, sabe-se que termina sua longa vida entre os Tehuelches e Mapuches dos mal chamados “desertos” dos Pampas e da Patagônia.

Enquanto bebe o chimarrão e perde seu olhar azul nas águas cinzentas da baía de San Julián, recorda aquele longínquo 28 de outubro em que as tropas invasoras apareceram nas costas de Montevidéu e avançaram em direção a Maldonado, que rapidamente caiu nas mãos dos ingleses após derrotar um pequeno grupo do exército espanhol.

Mas o governador de Montevidéu emite naquela ocasião uma proclama aos habitantes da cidade chamando-os a "morrer em vez de se render" às tropas inglesas. Os invasores, então, cruzam o largo rio marrom e cercam a cidade de Buenos Aires. Antes disso, uma junta de guerra processa o vice-rei espanhol Sobremonte pela sua passividade, e o demite. Santiago de Liniers, que passou ao Uruguai em direção a Colônia, enfrenta os ingleses, mas é derrotado e deve voltar para Buenos Aires.

Os ingleses tentam ganhar seguidores e adeptos, mas percebem a feroz hostilidade da população a aceitar a bandeira inglesa. Então decidem atacar Buenos Aires. Em 28 de junho de 1807, chegam a Ensenada e conseguem eludir e escapar das tropas de Liniers. Fazem a travessia pelo Pago Chico e a entrada dos britânicos na cidade é iminente.

O prefeito Martín de Álzaga convoca o povo à Plaza Mayor e recusa-se a capitular. A resistência do povo nas ruas é amenizada com a chegada de Liniers e os mil homens sob seu comando. Em 5 de julho, Bryan está entre os ingleses que tentam entrar na cidade e recebem dos telhados todos os tipos de projéteis com armas caseiras: pedras, água fervente e cargas de fuzil. O objetivo dos invasores é chegar à Plaza Mayor e de lá tomar toda a cidade. Chegando em Santo Domingo recebem o ataque do Exército dos Patrícios e os ingleses não conseguem resistir. Em 7 de julho, Whitelocke aceita a rendição e o jovem Bryan parte, junto com as tropas derrotadas, para o exílio no interior de Buenos Aires e sul de Córdoba. Conforme lido nos capítulos seguintes das Sessões da Câmara Municipal de Buenos Aires:

“Dia 17 de agosto, o índio Pampa Felipe se apresentou na Sala de Sessões com D. Manuel Martín de la Calleja; e expôs aquele por um intérprete, que veio em nome de 16 caciques dos Pampas e Cheguelches para fazer presente que eles estavam prontos para liberar pessoas, cavalos e qualquer ajuda, dependendo do seu critério para que este Ilustre Cabildo pudesse usar contra os Colorados, cujo nome eles davam aos ingleses. Que faziam aquela oferta ingênua como um presente para os cristãos, e porque eles viram em que problemas sérios eles estariam. Que eles também franqueariam as pessoas para dirigir até o interior inglês, se necessário, e que eles gostariam de que sejam usados ​​contra homens tão maus quanto os Colorados.”

Corria o ano de 1807 e, prisioneiro das tropas espanholas e criollas, ainda pensa o jovem Bryan nos olhos claros de cor de céu de Molly, de quem se dizia que era uma prostituta encarregada de entreter os marinheiros da fragata Encounter. Mas Bryan, que era um mero tambor de infantaria ingênuo, não acreditava e pensava que a linda loira de olhos azuis era, como em tantos outros casos, uma mulher rebelde, aprisionada pelo autoritarismo inglês, que tão bem conheciam os escoceses. E então ele começou a planejar todo tipo de loucuras mirabolantes para resgatá-la.

Mas, se as ideias e memórias se confundem agora na cabeça do velho, é porque entre as décadas de 1820 e 1840, perto da freguesia de Santa Lúcia conhecera, -em um lugar onde se reuniam os carroceiros, carreadores, copleros, tropeiros de passagem às Minas Gerais, e outros habitantes dessas áreas a meio caminho entre os pampas próximos e a cidade- a filha do dono da loja de ramos gerais –a Pulpería-. Era uma jovem chamada Dionisia Miranda, conhecida como "a loira do saladero", e à qual um século depois, quando nem os ossos nem a memória de Bryan permaneceram, passaram a cantar como “la pulpera de Santa Lucía”.

 

Continuará. JV. Salsipuedes, Uruguay, janeiro de 2032.


quarta-feira, 19 de outubro de 2022

Cras, cras, decía el cuervo. Hodie, le repondía el Santo

   


                  El santo y sus circunstancias

Cras, cras, decía el cuervo. 

Hodie, le repondía el Santo, de quién nadie sabía nada, ni de dónde venía, y tan solo se conocía que había sido legionario entre los armenios, como parte de las defensas romanas contra los bárbaros asiáticos.

Rápido, Expedito, lo llamaban. Y por esas cosas de la vida que nos muestran que para cada necesidad surge una solución, - así como para cada solución aparece un nuevo problema- el jefe legionaro de pronto se convirtió en santo milagrero. 
El santo de los pedidos y misiones imposibles, lo llamaban.

Cras, seguía diciendo el cuervo algunos siglos más tarde, pero su latín ya había pasado de moda, y los que pedían soluciones difíciles empezaron a traducirlo por mañana.
Del mismo modo, la respuesta romana, Hodle, ya se había transformado en hoy, y los hablantes de los nuevos romances pedían milagros cada vez más rápidos, veloces, expeditos
Aunque algunos agregaban disculpas estrafalarias al estilo de "yo y mis circunstancias", con lo cuál no hacían más que justificar sus cobardías con una autopiedad de adolescentes. 
Y, encima, en seguida corrían al santo a pedirle causas justas y urgentes, a veces imposibles dentro de las tales cicunstancias alegadas.
Pero, después de todo, realmente queremos aquello que deseamos? 
O, dicho de otro modo, el sujeto u objeto que deseamos como causa desesperada¿es realmente aquello que queremos?
Lo que, visto por el reverso, nos remite al viejo dilema:  ¿hijos? mejor no tenerlos, pero, si no los tenemos,  ¿cómo los sabremos?
Aunque, como bien responde a sí mismo el poeta Vinicius, las noches de insomnio, como las canas prematuras, son el precio, -del mismo modo que tan bien lo decía Lacan-, de desear lo que tal vez no querramos tanto. 
¿O sí? Y si Expedito no nos ayuda, ¿cómo lo sabremos?

JV. Chumbicha, mayo de 2059


terça-feira, 4 de outubro de 2022

El puma y el changuito

 


El puma y el changuito

 

Estaba en esa misma posición hacía más de media hora: las cuatro garras aprisionando con fuerza la parte más alta del tronco, un temblor recurrente en los poderosos músculos del lomo, los ojos feroces mirando hacia abajo, y unas fauces que inspiraban terror al más valiente.

En la base del algarrobo y auyando y mostrando los colmillos hacia arriba, tres perros cimarrones. Bestias salvajes dispuestas a arrancar pedazos del puma acorralado, que tenía un porte y un peso equivalente a por lo menos dos de ellos.

Largos minutos de espera en el impasse de preparación para el ataque final: los perros no podían subir al árbol, y el puma no parecía dispuesto a bajar, pero en algún momento iría a dormirse, y tal vez perdiera el equilíbrio.

De pronto, tres rugidos graves y cortos hicieron retroceder a los cimarrones; y fue en ese par de segundos que el puma giró y se colocó de cabeza para abajo y por atrás del tronco, de tal modo de correr casi por el aire los cinco metros hacia el suelo y dar el primer zarpazo en la garganta del cimarrón que se le cruzó en su descenso; al segundo lo lanzó a más de tres metros del algarrobo, y el tercero no se quedó para ver como terminaba la lucha.

 

El Chango, sintiéndose seguro con su escopeta de dos caños y encaramado, también él, como lo había estado el puma, a más de tres metros del suelo en un quebracho colorado todavía en crecimiento, vio que el felino se le acercaba.

Manso, lento y con más cara de gato que de fiera, el puma se detuvo al pie del quebracho y se refregó con lujuria los bigotes, las orejas y el lomo, hasta que se echó en el suelo, totalmente olvidado de la pelea reciente y del peligro de los perros cimarrones.

Sin saber qué hacer, pero ya sin miedo y, al contrario, con una mezcla de admiración y de ternura por el puma, el joven labrador –en realidad, un changuito de menos de diesiséis años-  empezó a bajar, pero los nervios lo hicieron patinar un palmo hacia abajo y perder una de las ushutas

El puma, otra vez igual a un gato, corrió a agarrar el calzado y comenzó a dar saltos a cuatro patas, levantándose a un metro del suelo, con el lomo arqueado. 

Daba golpes cortos, precisos, con una pata y la otra, alternando la izquierda con la derecha, y las traseras con las garras delanteras.

Y a cada salto, saltaba también la ushuta del Chango, lo que volvía a electrizar los músculos poderosos del felino en su juego de sustos y adrenalina.

 

Mas calmo, el Chango se ajustó la carabina al cuerpo, colgándosela en la espalda a bandolera. La había usado cinco minutos antes de que el puma bajara del tronco y contraatacase el asedio de los perros cimarrones. Había abatido uno de ellos y ahuyentado otro. Solo habían quedado los tres que el felino atacara poco más tarde con gran éxito.

La intención del Chango no era tirar contra el puma. Simpatizaba con él y pensaba que el sentimiento era recíproco.

Fue bajando del árbol, muy despacito, aprovechando que la fiera se había echado, hermosamente, con su brillo de oro marrón en la piel, respirando pesadamente por las fauces, después del cansancio de la lucha contra los cimarrones y del juego posterior con el calzado perdido por el Chango.


El felino le había dado las espaldas al muchacho, pero apena este llegó al suelo y apoyó un pié en el terreno arenoso, se dio vuelta, girando la cabeza lentamente. Y el Chango notó entonces la misma mirada que había lanzado poco antes hacia los cimarrones, que segundos más tarde sufrirían su ataque relámpago y letal.

El Chango se asustó, pero no tomó el arma. Al contrario, optó por sacarse la otra ushuta y tirársela al puma, pocos metros hacia adelante, de modo de distraerlo otra vez con el juego.

El gran felino se levantó despacio y se puso a oler con cuidado la segunda ushuta arrojada. Olfateo, refregó los bigotes y giró la cabeza otra vez, despacio de nuevo, y lanzó dos rugidos cortos que hicieron que los pelos de la nuca del Chango se erizaran durante tres o cuatro largos, eternos, segundos de terror.

Pero el puma se levantó de su letargo, lentamente, y así se fue andando en dirección al árbol en el que había estado acorralado poco antes por los cimarrones. O sea, en dirección opuesta, alejándose del Chango.

Más repuesto, agarró la carabina en la mano derecha, giró los talones con cuidado, y se fue yendo, paso a paso, quemándose los pies descalzos en la arena fina tapada de mistoles maduros y resbalosos, pisando con cuidado los charcos de nieve que empezaban a derretirse.

Enseguida escuchó un suave y rápido arrastrar de patas en la arena, y sintió la cabeza del puma acariciándole con lentos movimentos las pantorrillas; bigotes gruesos refregándose en las piernas del pantalón viejo y curtido del Chango.

Y de pronto, las garras poderosas apretándole los hombros y arrastrándolo hacia atrás, tan rápido no le dio tiempo para asustarse, ni siquiera de sentir los cuatro colmillos puntiagudos penetrándole la nuca y el cuello y triturándole las vértebras cervicales.

Su última visión fue el cielo azul claro de Catamarca, y su pensamiento final quedó dividió entre el recuerdo de la belleza cruel del puma marrón dorado y la fría hermosura de Roberta, chinitilla pueblerina que le robaba sus sueños.


JV, Chumbicha, 1991.

“Esperar que la vida te trate bien por ser buena persona, es como esperar que un tigre no te ataque por ser vegetariano”.

Bruce Lee

 


sábado, 20 de agosto de 2022

El aleteo de la mariposa y el adiós de Roberta

 



El aleteo de la mariposa, el caos y el adiós de Roberta

               Un jueves fatal, justo un mes atrás, el 20 de julio, tempranito, a eso de las siete de la mañana, un viento norte se levantó sobre São Paulo, provocando fenómenos fantásticos: tres pájaros que revoloteaban a pocos metros de distancia en mi caminho -entre la estación del metro y las oficinas en las que pasaría mis próximas doce horas de trabajo como intérprete-, de pronto se quedaron como congelados en el aire. Ni se cayeron ni continuaron sus vuelos: simplemente pararon de volar y allí nomás permanecieron, estáticos.

Al mismo tempo, el helicóptero que había terminando de decolar de una de las tantas terrazas de los edificios de la avenida Paulista, todavía con la nariz apuntada hacia el cielo, igual que los pájaros, se quedó detenido en el aire, también él, como si se hubiera congelado.

Cuando empecé a mirar en un giro desesperado de 360º, vi que centenas de hojas que se habían desprendido de los árboles estaban paradas en el aire, ellas también, congeladas.

Poco a poco me fui dando cuenta de que el mundo se estaba parando, pero lo peor es que solo yo parecía darme cuenta de la tragedia. Era un drama solo mío, ¡y de nadie más! Nadie más que yo notaba que el mundo había dejado de girar, y que grandes oleadas de aguas marinas empezaban a cubrir todas las playas orientales del mundo: las imágenes horripilantes estaban en las dos pantallas gigantes a la entrada del edificio de la calle Itapeva, ¡pero solo yo lo veía y me espantaba por el cruel destino de la humanidad!

                        Y como siempre hago, empecé a buscar las causas, o la causa de tanta locura. Sí, una seguidilla de mensajes por whatsapp me había golpeado segundos antes que los fenómenos empezaran a desarrollarse. ¿Tendría algo que ver? No sé; siempre busco motivos, causas, antecedentes, y trato de asociarlos a las consecuencias, aunque a veces el proceso sea o parezca totalmente desconectado de las causas; es lo que me parece más cercano a la teoría de las alas de la mariposa, cuyos aleteos se pueden sentir al otro lado del mundo. Sí, creo firmemente que este concepto, vinculado a la teoría del caos, confirma que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad en São Paulo, o incluso hacer que la tierra pare de girar, o que la ley de la gravedad de los cuerpos quede interrumpida por algunos breves instantes.

Pero, ¿por qué solo yo lo noté? El universo, que es un sistema caótico flexible, es impredecible, ya lo sabemos. Y a su vez, la teoría del caos explica la volubilidad de sistemas como la atmosfera, o las veleidades de las condiciones climatológicas que impiden realizar pronósticos del tiempo fiables más allá de tres o cuatro días. La teoría del caos también es útil para el estudio de los fenómenos sociales, que son difíciles de resolver en la forma lineal de causa y efecto. Pero, otra vez, ¿por qué solo yo me di cuenta de lo que estaba ocurriendo?

Y mientras en las grandes pantallas de la Abbott se alternaban las imágenes de las ponencias del curso que debería interpretar del portugués o el inglés al español, con las de la catástrofe en las costas marítimas de médio planeta, yo pensaba y trataba de juntar teoria com práxis: sí, incluso el cuerpo humano es un sistema caótico, flexible e impredecible. La medicina no puede predecir la evolución del cuerpo de un determinado individuo; pero, sin embargo, el cuerpo humano es resistente a los cambios, mantiene una forma más o menos parecida durante más de 70 años –y, claro, me acorde de mis casi 72- , pese a que ningún átomo de los que hoy forman nuestro cuerpo será el mismo por más de 7 años, y todavía aguanta las enfermedades y condiciones externas.

Pero, comentaba el médico peruano, brillante especialista en enfermedades tropicales, que la explicación de que un sistema tan impredecible como el cuerpo humano sea al mismo tiempo tan estable, es que el sistema siempre es atraído hacia un determinado modelo de conducta; si cambiamos algo en el sistema este vuelve cuanto antes hacia el atractor extraño. Para quién no lo sabe, decía el científico peruano, los atractores extraños son las regiones del espacio hacia las que tienden las fuerzas dinámicas de sistemas que entran en régimen caótico. La conducta del cuerpo es impredecible, sí, pero sabemos hacia dónde va a tender. El caos permite al corazón un abanico de comportamientos que le permiten volver a su ritmo normal después de un cambio brusco. Sí, sí, claro, pero, ¿por qué solo yo noté lo que estaba ocurriendo en el planeta? Y las pantallas gigantes ya daban flashes mostrando que todo se había normalizado: las aguas habían vuelto al mar, los ríos retomaron sus cursos y los pájaros, como los helicópteros de la Paulista y las infinitas hojas de la calle Itapeva, estaban volviendo a bailar según las leyes de la gravedad.

               Miré mi celular y me di cuenta que la explicación estaba ahí: Roberta se había cansado de mí y me había abandonado. Sabía que iba a ocurrir, tarde o temprano. Decía mi abuela Eufemia que la vida es como un barco, en el que a uno de los remos lo mueve el brazo del marinero y al otro lo mueve el azar. En palabras menos simples que las de mi abuelita, veo que este principio es clave para entender los procesos del cambio, y también es útil para desarrollar nuestra adaptación a la incertidumbre y la flexibilidad mental necesaria para sobrevivir a la angustia. La angustia de saber ahora que Roberta no era nada más que un lindo sueño.

 

JV. Chumbicha. Agosto de 2039


sábado, 30 de julho de 2022

Benxamín, o último maqui galego.

 


Benxamín, o último maqui galego.

Uma história quase verídica

 

Era uma manhã fria de janeiro. Benxamín abriu a portinhola de madeira oculta no chão do galinheiro, e saiu rapidamente do esconderijo. Deslizou cuidadoso entre as plantas secas e geladas e caminhou os vinte metros até a casa.

Mas a surpresa quase o deixou tonto ao ver que, no mesmo local em que se levantara a velha casinha de aldeia de pedra e madeira que abandonara em 1947 quando se juntou à guerrilha dos maquis galegos, existia agora uma grande casa de dois pisos, com barras de ferro e cores vivas, como as que vira nas pinturas de Dalí na França.

Depois de fugir da sua pequena cidade, Benxamín de Jesús passou a maior parte dos anos 1949 e 1950 lutando no 2º Agrupamento do Exército Guerrilheiro Antifranquista da província galega de Ourense. Nascido em 1933, filho do fundador do PCE do povoado, aos doze anos já lidava, como a mãe e o irmão mais velho, com as tarefas de ligação com os guerrilheiros que se agrupavam para atacar o governo de Francisco Franco, após três anos de sangrenta guerra civil, no pequeno município de Sandiás.

Ao voltar para casa, pouco depois de que Carrillo desistisse da luta armada, e dos maquis partirem desapontados com o Partido Comunista rumo aos Pireneus, o menino de sobrenome messiânico cavou um buraco fundo sob o galinheiro da sua casa para guardar armas e mantimentos e se largou ao monte.

A verdade é que Benxamín veio ao mundo em um momento muito ruim: três anos antes do início da Guerra Civil. O pai morreu, e sua mãe e irmão se esconderam depois do fim trágico do conflito e a queda da 2ª República, em 1939.

A família tinha esperado, ao final da 2ª Guerra Mundial, uma invasão dos Aliados contra Franco, mas ao não acontecer nada disso, dedicaram seu tempo ao trabalho e à conspiração clandestina.

Depois que foram desmobilizadas as guerrilhas, Benxamín tinha voltado para casa algumas vezes para se esconder no buraco sob as galinhas de onde só saia à noite para comer. Ele se higienizava um pouco e usava o poço sanitário que chamavam de banheiro. Banhar o corpo todo, por outro lado, nem pensar; um pouco de água rápida no rosto e nas mãos, e novamente a voltar para baixo do galinheiro.


Benxamín de Xesús, a quem nem os céus nem o seu santo nome ajudaram mais do que a sobreviver, era agora o que anos mais tarde se chamaria de "toupeira", pessoas ligadas com a República derrotada, sindicalistas ou políticos, que deviam desaparecer -literalmente- debaixo da terra, ou esconder-se em sótãos, porões ou até em árvores, para não serem presos, torturados e fuzilados pelos franquistas no poder.

Na Espanha era chamado de "toupeira" aquele que, não conseguindo fugir para o exterior, permanecera oculto após a Guerra Civil para escapar da repressão. O nome "toupeira" vem da obra de Manuel Leguineche e Jesús Torbado, publicada em 1977, que conta a história de 24 pessoas que viveram em segredo absoluto, escondidas de todos.

Terminada a ocupação franquista da Espanha, ao longo de três longos e dolorosos anos de guerra civil, muitos dos que haviam apoiado a República e os partidos de esquerda que a defendiam se embrenharam nas montanhas, deixando suas aldeias. Outros se esconderam em suas próprias casas, em estábulos, entre telhados ou cisternas. A maioria deles foi descoberta, mas alguns ficaram escondidos depois que a guerra acabou. E embora não fosse o caso de Benxamín, ele mesmo um guerrilheiro, eram desprezadas pelos maquis por sua passividade perante o regime.

Embora muitos “toupeiras” tenham deixado seus esconderijos em 1969, quando Franco decretou a prescrição de todos os crimes cometidos antes do fim da Guerra Civil, alguns deles permaneceram escondidos por até 38 longos anos.

O caso de Benxamín foi diferente. Enquanto ele alternava sua vida entre as montanhas e seu retorno clandestino ao galinheiro de sua casa, sua mãe havia passado por cem peripécias e conseguiu esticar sua vida até os 97 anos, embora não pudesse cuidar de seu filho mais velho, Bruño, cujo corpo foi encontrado e desenterrado apenas quinze anos depois.

No Natal de 1951, quando Benxamín foi preso e mandado para o cárcere, sua mãe e seu irmão mais velho partiram para Madri disfarçados de lavradores, alheios ao sofrimento do filho mais novo na prisão. Foram acompanhados na estrada por dois outros guerrilheiros, Manuel Rodríguez - homônimo do herói lendário da guerrilha chilena que no século XIX juntou-se a San Martín para derrotar os espanhóis, cruzar a cordilheira dos Andes e seguir o caminho vitorioso para o Peru-, e Juan Luis Sorga.

Mas a Guarda Civil os deteve na cidade de Ávila quando tentavam chegar à França; Rodríguez, preso alguns dias depois, foi condenado à pena de morte por “garrote- vil”; Bruño, irmão mais velho de Benxamín, foi baleado e morto ali mesmo, no local onde foram detidos.

Sua mãe, em vez de fugir, pagou sua militância com treze anos de prisão. Benxamín só soube da morte de seu irmão e da prisão de sua mãe muitos meses depois.

A saga de Benxamín como guerrilheiro maqui foi interrompida em março de 1949 quando, preso junto com vários companheiros em Ourense pela Guarda Civil, já não saiu da prisão de Yeserías, em Madrid até 1961, após passar pelo cárcere em Ourense, A Coruña, Santander e Segovia.

Quando foi solto novamente, de imediato voltou à luta e começou a procurar pela mãe e pelo corpo do seu irmão.

Algumas das ações armadas mais notáveis ​​de Benxamín foram a tentativa, em 1948, de resgatar José Gómez Gayoso, secretário-geral do PCE na Galiza, e Antonio Seoane, chefe do Exército de Guerrilha da Galiza.

Saiu de Ourense e chegou a Ferrol, atravessando a montanha e depois embarcou para A Coruña para entrar imediatamente na prisão atirando com o seu velho Mauser. Fugiu em meio aos tiros, disfarçado com o uniforme que havia tirado de um guarda enquanto tentava sem sucesso libertar seus companheiros de armas e convicções revolucionárias.

 

1961

Voltemos ao momento em que, libertado da prisão, Benxamín regressa para sua casa e, por hábito e porque não tinha mais aonde ir, se esconde debaixo do galinheiro, como tantas vezes fizera antes.

Ele está disposto a continuar a luta, clandestino, e para isso precisa de novos documentos, e de disfarçar-se um pouco, mudando a cor do cabelo, tirando a barba e o bigode e acrescentando óculos que mudem totalmente sua aparência.

 Quando considera que já pode enganar a Guarda Civil, sai em direção da casa a buscar um passaporte em nome de um camarada francês que guardara sob as lajes antes de ir para a montanha. E é então que se assusta ao ver que a casa já não é mais a mesma. Mas a surpresa vai ser maior ao subir ao segundo andar e se encontrar numa cadeira uma velha senhora que ele reconhece como sua mãe.

A velhinha, sua mãe, parecia adormecida; a cumprimentou com um beijo na testa mas, apesar de seus esforços, não conseguiu arrancar uma única palavra dela. Embora de repente, um som quase vazio escapou da boca da anciã.

Benxamín se agachou para ouvir melhor; ela repetiu algo ininteligível e lentamente fechou os olhos até ficar imóvel e sem palavras.

Benxamín agachou-se e perguntou:

-Você está dormindo, mãe? Sente-se bem?

-Estou dormindo, mas estou morrendo-, a velhinha respondeu em um sussurro fraco.

-O que aconteceu com a senhora, e por que a nossa casa mudou tanto?

-Não me acorde, filho, deixe-me morrer dormindo! - respondeu a mãe.

-Algo dói? - perguntou Benxamín com insistência.

—Não sinto nada, estou dormindo; estou bem, mas vou morrer- respondeu a mulher, enquanto a sua tez fosca, queimada pelo sol e o frio dos invernos do norte da Galiza, ia ficando cada vez mais pálida.

-O que aconteceu com o meu irmão Bruño e Manuel Rodríguez, mãe? - insistiu. - E você, por que acha que vai morrer?

-Estou bem...- e o sussurro, de repente, tornou-se cavernoso, espesso, e fez Benxamín estremecer, dando-lhe arrepios.

-Está acordada, mãe? Ou você dorme? - disse ele, mais recuperado do terror.

-Eu estava dormindo e você me acordou, filho, mas agora estou ... morta- e a voz áspera, oca e estrondosa de sua mãe morta arrepiou os cabelos do pescoço do guerrilheiro.

Antes fracas e inaudíveis, as palavras da velha senhora agora pareciam vir das profundezas de uma caverna no fundo da terra.

E Benxamín, um homem forte e corajoso, sentiu que o pavor provocado por aquela voz o dominava. E desceu as escadas correndo, rumo ao seu esconderijo.

Aquela noite ficou no abrigo escavado sob o galinheiro. A Guarda Civil havia passado pela aldeia dois dias antes e não havia chegado aos campos ao redor dela. Benxamín adormeceu profundamente e só acordou um pouco antes do dia nascer, ouvindo um ruído na cavidade do tubo de respiro lateral que apenas sua mãe sabia que existia.

Era o barulho provocado por uma carta que alguém tinha acabado de colocar no tubo. A abriu e comprovou que era antiga, com pelo menos cinco anos, a julgar pela data em que fora postada na América.

 A carta de Ovexeiro, um velho amigo de seu pai radicado em Havana, falava de uma grande angústia que o oprimia e da urgência de vê-lo. Estava claro que dom Ovexeiro pretendia encontrar algum alívio para seus males na companhia de Benxamín.

Mas foi a maneira como lhe escrevia, o modo suplicante de expor os seus sentimentos, o que fez Benxamín pensar muito seriamente em cruzar o oceano para encontrá-lo, algo que a princípio podia parecer loucura naquelas circunstâncias, pela situação do país e a dele próprio. A atmosfera na Galiza já era irrespirável, com muitas pessoas ameaçadas, e mesmo muitos amigos e conhecidos desaparecidos. E foi então, pensando profundamente sobre isso durante o longo dia em que se manteve escondido no buraco do subsolo, que ele decidiu viajar e atender ao chamado do velho amigo do seu pai. Era uma loucura ou poderia ser uma solução possível para seu isolamento na Espanha?

A memória lembra do passado em partes, pensou Benxamín, deixando alguns tipos de rugas de esquecimento entre as dobras, ou fragmentos de um passado mais doloroso. É algo assim como um estômago que deixa o mais difícil de digerir entre suas dobras. E é o que leva alguns a pensar, erroneamente, que talvez seja melhor esquecer o que não pode mais ser resolvido, o que não pode ser assimilado. Pois bem, Benxamín não quer deixar a história de lado, mas precisa aprender a conviver com seus fatos, e talvez até deixar de lado as atrocidades para viver em paz com ela.

Saiu cedo do esconderijo, às duas da madrugada do dia seguinte, rumo às montanhas que o levariam para a França e dali para a América.

Caminhou cerca de seis quilômetros no escuro e começou a escalar os montes. A pouco de ter se internado no bosque e começar a sentir-se mais seguro, viu umas sombras a menos de cinquenta metros de onde estava.

Os três primeiros impactos foram apenas um arranhão no ombro direito e dois no braço, do mesmo lado. Não sentiu muita dor e, como era canhoto, conseguiu puxar a Lugger que tirara de um falangista e disparar dois tiros, mas ainda estava desorientado, sem saber exatamente para onde direcioná-los. Além disso, tinha pouca munição e precisava poupá-la. Com o braço esquerdo armado, se manteve nas sombras, escondido atrás de uma árvore mais espessa.

O quarto tiro foi no peito. Mas não ouviu o disparo porque ficou surdo de repente. Acenderam-se as luzes de um refletor, deixando aquele trecho de mata com um branco leitoso que o envolvia calmamente, numa sensação de paz que não o deixava sentir a dor, nem o frio da madrugada, nem pensar em outra coisa senão na frustrada viagem à fronteira. E em sua mãe. Sim, ele se lembrou da velha moribunda e se perguntou se ela realmente seria sua mãe.

Benxamín se abaixou e ficou atrás do tronco, e foi então que a jornada real começou para ele:

- Não poderei viajar, amigo, agora no meio do tiroteio me dou conta que não posso deixar minha mãe sozinha. Eu estou voltando para o galinheiro, amigo. Não poderei ir a Cuba-, Benxamín já sabia, ou suspeitava, que o tempo é elástico e enrugado; seu pai havia dito que o tempo tem uma quarta dimensão com dobras, e às vezes o passado se junta em uma curva com o futuro e, portanto, ocorrem mudanças que podem ser fatais. Talvez essa que estava vivendo era uma delas. Quem sabe isso explicasse o porquê da casa moderna que agora havia no lugar da sua velha casinha.

E enquanto Benxamín caía ao chão e as luzes se aproximavam, e já podia ouvir as botas dos falangistas quebrando os galhos secos a menos de cem metros de distância, viu sua mãe alimentando as galinhas, e a imaginou preparando uma omelete de ovo e cebola, e oferecendo-lhe pão caseiro, e por fim chegaram as botas e ele sentiu o frio de uma arma contra sua têmpora esquerda, e sentiu as águas subindo e cobrindo todas as casinhas pobres da sua Galiza alagada, e viu os caminhos inundados, e dezenas de peixinhos coloridos à altura dos seus olhos, fugindo assustados pela explosão que espalhou as ideias generosas de Benxamín, e esquartejou suas memórias mais íntimas por toda a floresta fria, alagada, espalhando seus sonhos entre as árvores, e a sua imaginação fértil semeou folhas e cogumelos amarelados, e seus votos de paz e amor transformaram-se em uma bela poeira estelar que cobriram as ervas, enquanto as suas melhores fantasias o levaram até Ximena, a quem nem teve tempo de declarar seu amor adolescente por ela.

Os uniformes e as botas partiram, mas antes, uma voz marcial mandou cavar um buraco e ordenou deixar o corpo ali mesmo, que nada mais do que isso merece esse vermelho de merda.

FIM

JV. Pontevedra, agosto de 1972.