domingo, 4 de dezembro de 2022

Las dos rubias de ojos celestes y el Tehuelche gringo.

 


 Las dos rubias de ojos celestes y el Tehuelche gringo.

Se levantó despacito y del catre se fue derecho a prepararse el mate. En el corto camino de la cama al fogón, Bryan no sacó ni un instante los ojos del mar. Un mar cuadradito, gris y revuelto que la Bahía de San Julián le dejaba observar desde su choza Tehuelche. Tampoco dejó de pensar, mientras miraba el mar, en ella. ¿O serían ellas? 

En sus largos noventa y dos años nunca lo supo con seguridad. A Dionisia la recordaba bien; no era solo él, el inglés Bryan Hooks, el único enamorado de la rubia hermosa y de ojos azules; del color del mar tropical, sí, o tal vez más claros, quizás como los suyos, celestes. Y mientras preparaba el mate, tarareaba una musiquita que, pensaba él, algún día alguien escribiría:

Era rubia y sus ojos celestes

Reflejaban la gloria del día

Y cantaba como una calandria

Era flor de la vieja parroquia.

La pulpera de Santa Lucía.

¿Quién fue el gaucho que no la quería?

Los soldados de cuatro cuarteles

Suspiraban en la pulpería.

Se le confundían a Bryan los recuerdos de Dionisia con los de Molly, otra gloriosa dueña de hermosos ojos azules. Era el año de 1874 y el viejo inglés, refugiado en la Patagonia, amigo y protegido de los nativos tehuelches, rememoraba su lejana juventud, cuando en 1807 participó de la aventura de las tropas que desembarcaron en Montevideo y Buenos Aires y lanzaron las fracasadas invasiones inglesas al Río de la Plata, todavía Entonces, –y por muy poco tiempo- bajo el control del decadente imperio español.

Es que la alianza entre la Francia de Napoleón y España amenazaba los intereses de Inglaterra, que a esa altura ya era una gran potencia mundial. La invasión del entonces Virreinato del Plata aparecía entonces como una opción estratégica para los británicos, pero era una maniobra muy arriesgada. En caso de éxito, podría nacer una importante alianza con los habitantes del Plata; en caso de fracaso, la liga franco-española se reforzaría aun más.

Fracasaron en la primera tentativa, en 1806, pero insistieron un año después. Los ingleses, afectados por el bloqueo impuesto por Napoleón van a insistir en el control del Río de la Plata, al mando del teniente general John Whitelocke. Junto a la flota de guerra envían también barcos mercantes con el fin de comerciar con los criollos.

Bryan vive ahora, en 1874 y cuando ya se avecina la gran guerra que el ejército argentino va a lanzar contra los pueblos nativos, en las tolderías del cacique Namuncurá. A inicios del siglo XIX, el inglés, un jovencito de veinticinco años, formaba parte del 71º batallón escocés de infantaría en la aventura inglesa de la invasión a Buenos Aires, y tuvo que enfrentar la valiente Reconquista de los criollos que fundaron la nación que luego sería Argentina. Bryan cae prisionero de los patriotas en esa ocasión y, nunca se supo si huyó o fue desterrado, pero termina su larga vida entre los tehuelches y mapuches de la Pampa y la Patagonia.

Mientras toma el mate y pierde su mirada azul en las aguas grises de la bahía de San Julián, recuerda aquel 28 de octubre en el que las tropas invasoras se presentan en las costas de Montevideo, y avanzan hacia Maldonado, que queda rápidamente en manos inglesas al derrotar una pequeña partida del ejército español.

Pero el gobernador de Montevideo, lanza una proclama a los habitantes de la ciudad llamándolos “a morir antes que rendirse”. Las tropas inglesas sitian la ciudad. En Buenos Aires una junta de guerra le critica al virrey español Sobremonte su pasividad y lo destituyen. Santiago de Liniers, que había cruzado a Colonia se enfrenta a los ingleses, pero es derrotado y regresa a Buenos Aires.

Los ingleses tratan de ganar adeptos pero notan la feroz hostilidad de la población para aceptar la bandera inglesa. Entonces deciden atacar Buenos Aires. El 28 de junio de 1807 llegan a Ensenada y eluden a Liniers cruzando por Pago Chico; la entrada en la ciudad es inminente. El alcalde Martín de Álzaga convoca a la gente en la Plaza Mayor y se niega a capitular. La resistencia del pueblo en las calles se alivia con la llegada de Liniers y los mil hombres a su mando.

El 5 de julio Bryan está entre los ingleses que tratan de entrar en la ciudad y reciben desde las azoteas todo tipo de proyectiles con armas caseras, piedras, agua hirviendo y cargas de fusil. El objetivo de los invasores es llegar a la Plaza Mayor y desde allí tomar toda la ciudad. Al llegar a Santo Domingo reciben el ataque de los patricios y los ingleses no pueden resistir. El 7 de julio Whitelocke acepta la rendición, y Bryan parte, junto con las tropas derrotadas hacia el exilio em el interior de Buenos Aires y sur de Córdoba. Según se lee en los siguientes capítulos de las Sesiones del Cabildo de Buenos Aires:

“17 de Agosto se personó a la Sala de Sesiones el Indio pampa Felipe con D. Manuel Martín de la Calleja; y expuso aquel por intérprete, que venía a nombre de 16 caciques de los Pampas y Cheguelches a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que este Ilustre Cabildo echara mano de ellos contra los Colorados, cuyo nombre dió a los ingleses. Que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y porque veían los apuros en que estarian. Que también franquearían gente para conducir a los Ingleses tierra adentro, si se necesitaba. Que tendrían mucho gusto en que se les ocupase contra unos hombres tan malos como los Colorados".

Era 1807 y, prisioneiro de las tropas españolas y criollas, sigue pensando el joven Bryan en los ojos claros, color de cielo, de Molly, de la cual se decía que era una prostituta encargada de divertir a los marineros de la fragata Encounter. Pero Bryan, que era un mero e ingênuo tambor de infantería, no lo creía, y pensaba que se trataba, como en tantos otros casos, de una rebelde aprisionada por el autoritarismo inglés, al que tan bien conocían los escoceses. Y por eso se había propuesto rescatarla.

Pero si se confunden las ideas y los recuerdos en la cabeza del anciano, es porque entre las décadas de 1820 y 1840, cerca de la parroquia de Santa Lucía había conocido, -en un local en donde se reunían carreros, cuarteadores, copleros, arrieros de paso a las Minas Gerais, y otros habitantes de aquellas zonas a medio camino entre la cercana pampa y la ciudad- a la hija del dueño de la pulpería, una joven llamada Dionisia Miranda, conocida como “la rubia de la zona del saladero”. Y a la que un siglo más tarde, cuando de Bryan no quedaba ni los huesos ni el recuerdo, pasaron a cantar como “la pulpera de Santa Lucía”.

Continuará. 

Javier Villanueva. Gualeguaychú, Entre Ríos, enero de 2038.


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