quarta-feira, 29 de junho de 2022

El semáforo

 


El semáforo

-Te quiero y siempre voy a quererte- le decía, hablándole por el celular que había apoyado en la rodilla derecha mientras manejaba.
- Me dejaste, pero no guardo resentimiento, te juro. Así es la vida. Voy a pensar siempre en vos- y se secaba las lágrimas con el dorso de la mano, mientras hacía los cambios rápidos en cada esquina.
- No voy a olvidarte, hasta el fin de mis días- insistía, aunque ya no había nadie del otro lado de la línea, mientras hacía la curva suave antes de llegar a la avenida.
- Hasta el fin de mis días, acordate- y aceleraba un poco, tratando de no perder la luz amarilla.
- Te quiero, no te lo olvides; te querré siempre- y la luz amarilla del semáforo daba lugar a un blanco enceguecedor, en el mismo momento en que el paragolpe del colectivo 60 se acercaba rápido a la puerta izquierda del Citroën.
- Nunca, jamás vamos a separarnos- y la luz blanca se volvía negra, oscura, solitaria, y varios transeúntes se juntaban al chofer del colectivo, que lloraba desesperado y pedía que alguien llamase con urgencia una ambulancia de rescate.

JV. Agosto de 2054

La gran epopeya Mapuche y Tehuelche. Segundo tercio del Siglo XVI

 



               La gran epopeya Mapuche y Tehuelche

Segundo tercio del Siglo XVI

La Gran Confederación de Pueblos Libres,  liderada por las naciones Mapuche, Tehuelche, Selk'nam, Puelches, Diaguitas, Tainos y Chibchas, tomó España para terminar con la conquista y el colonialismo.

Pero al volver al enorme territorio que ya entonces se conocía como América, los líderes de la gran rebelión detonada por los Araucanos chilenos se dieron cuenta que la lucha no había terminado.

Al contrario, en sus tierras nativas el gran combate estaba recién iniciándose.

Alberto Hernández, cronista de la gran epopeya de los pueblos autóctonos, se lanza a una nueva aventura libertadora. Primero en suelo mexicano y enseguida en lo que en una época fue la base del gran Imperio Inca, desde Perú, el Alto Perú, Tucumán y Catamarca.

Mientras preparan los víveres y acondicionan los caballos y armas en las naves que habían cruzado el Atlántico en dirección a Europa, Alberto Hernández, en sus funciones de cronista de la cruzada libertadora, planea con Lautaro y Caupolicán los pasos del regreso. En ese momento se aproxima un hombre, alto y delgado. Y Alberto lo reconoce de inmediato: es, como él mismo, un Crononauta, o lo que se llama un viajero del tiempo.


Alberto Hernández y Julito el Cortés llegan a Cuba 
y parten hacia Tenochtitlán

Mesoamérica, abril de 1519

Julito es alto, muy alto: 1,95m. Y esto, en una época en que la mayoría de los hombres blancos, o por lo menos los españoles, no pasa de 1,65 a 1,70m, es algo muy fuera de lo normal.

Julito parece un monstruo, o un dios. La mayoría de los españoles y genoveses lo consideran un gentleman, por eso le dicen “El Cortés” desde que se enganchó en su primer viaje, -antes de conocer a Lautaro, Caupolicán y Hernández- como marinero en Cádiz. Los nativos, más altos y fornidos que los marinos europeos, también lo tratan con respeto. Sus ojos grandes y tan separados uno del otro; la barba, de un color miel, y su cara de niño, asustan a los indios.

Algunos piensan que es un brujo. Además, se la pasa el tiempo entero hablando de una tal Maga, una mujer que lo sedujo y lo abandonó sin ninguna pena. Dicen los pocos que lo conocen que fue en Paris, una de las ciudad más antiguas de Europa; cuentan que Julio y la Maga se habían perdido, aparentemente de un modo definitivo y fatal. Fatal para Julio, que pensaba que ella lo había dejado, cuando en realidad tan solo se hubieran desencontrado un par de veces y nunca más se volvieran a ver.

Julito la buscó durante veintiún días y ventidós noches; porque fue en la nochebuena de 1518 que se perdieron, y ya en enero del 19 Julio embarcó por primera vez rumbo a Cuba.
Desilusionado y triste, casi al borde de la depresión, Julito el Cortés, se alistó en la expedición que - mal lo sabría él después - en la primavera europea llegaría al reino fabuloso de Tenochtitlán.

Julito es muy alto y su mirada bovina, enmarcada por una barba castaña, lo hace parecer una figura heroica ante los ojos de los mexicas y toltecas. Indias e indios lo persiguen de día y de noche. Mujeres cercanas al séquito de la que después sería conocida como la Malinche, no lo dejan en paz. Le tienen miedo, lo respetan a Julito.

Antes, en los comienzos de la primavera cubana, Hernán Cortés había zarpado desde Cuba con 11 navíos. A bordo estaban los 508 soldados y sus 16 caballos. Uno de los soldados era Julito. Julio, el Cortés - así llamado por su elegante y fino trato, pero sobre todo por sus “erres” afrancesadas- apenas conseguía ponerse la pechera de cuero, corta y rígida, ajustada por un ancho cinturón que él atravesaba por el pecho a modo de bandolera.

Las 20 esclavas que acompañaban a la que luego sería la Malinche aún no habían sido llevadas de regalo al conquistador de México;  y mientras Hernan Cortés no elegía a la que más tarde sería su mujer y le daría a América su primer mestizo, Julito el Cortés ahogaba sus penas por la pérdida de la Maga en los brazos de Cuaticlue, una morena linda y dulce que lo entretenía con amor y pasión, extasiada siempre con la barba de aquel gigante y su cara de niño travieso y malvado.

Y cuando Cuaticlue se iba al río a bañarse, o salía a juntar sus aguacates para Malinche, Julito el Cortés se olvidaba de la Maga, y naufragaba feliz entre los senos morenos de Itzá, la hermana menor del sacerdote Tenoch. La joven azteca era tataranieta de aquel otro Tenoch, el que en 1325 había acompañado al Mago Colibrí – Huitzilopochtli - el feroz dios de la guerra que condujo a los Aztecas desde los desiertos de Arizona  y Chihuahua hasta el centro de Méjico; fue allí que Tenoch, el tatarabuelo de la pequena Itzá, había visto el águila devorando a una serpiente sobre un nopal, en una de las tantas islas de un gran lago.

–Allí fundaron las Aztecas nuestra capital, Tenochtitlán, sobre las islas y pantanos del lago – le cuenta orgullosa Itzá, y se lo confirma Cuaticlue, cuando la pequeña se va, y  Julito no tiene ni un minuto para acordarse de sus morriñas por la Maga, porque en seguida la linda morena lo ahoga entre sus piernas, y el triángulo oscuro del amor le ciega todas las nostalgias y el dolor del abandono.

–Los Toltecas nos despreciaban – le cuenta Cuaticlue cuando recupera el ritmo de la respiración y se tapa, pudorosa, con la piel de jaguar en la que había estado recostada antes.
–Nos llamaban “el último pueblo en llegar”; o sino, “todos los persiguieron”, o “nadie queria recibirlos”, y otros cien nombres despectivos que servían para echarnos en cara a los aztecas lo que más nos ofendía: que carecíamos de un rostro – dice Itzá que le había contado su hermano Tenoch, y Julito lo anota todo en una especie de libretita que armó con varios cueros finos, atados con tiento, y en el que él escribe con una carbonilla que prepara quemando ramitas.

Segundo tercio del Siglo XVI

En su segundo viaje a América, ahora acompañando a Alberto Hernández en sus tareas de cronista, Julito escribe: Y la cara que no tenían, esa ausencia de rostro, fue el contraste más notable con la cultura tolteca, el pueblo de Quetzalcóatl, el dios que había desaparecido en una bruma de misterios”, escribe Julio el Cortés, y agrega que los toltecas se consideraban a si mismos grandes artistas, y por eso desdeñaban tanto a los advenidizos.
“El arte y la moralidad de los toltecas les dio de préstamo, a los aztecas, el rostro que les faltaba”. Y recuerda ahora Julio que ya lo había detallado en su libreta tosca, muchos años atrás, mientras Coaticlue, la linda morena que había heredado su nombre de la diosa de la tierra, madre de la Luna y las Estrellas, se desnuda lentamente, y refriega sus muslos suaves y sus nalgas redondas en las piernas largas y flacas de Julito, el Cortés. Y Julito larga su libreta y se olvida de una vez por todas de la Maga, de su abandono inexplicable, de su dolor amargo y latiente.

Otra vez en Mesoamérica, abril de 1519

El mismo día en que Hernán Cortés - el que de a poco se va perfilando como el gran conquistador - recibe el tributo de las 20 esclavas que le envía Moctezuma, el emperador miedoso, Julito sale de su campamento e empieza a sumirse otra vez en la más profunda depresión.

Primero perdí a la Maga, piensa. Ahora me quitan a Coaticlue y a Itzá...¿Qué más puedo perder? Piensa y fuma, mezclando las hojas del tabaco, esa planta perfumada que no hay en España y que abunda en América, con las semillas del cacau, que los nativos llaman chocolatl.

Pero, ¿quién es ese Hernán Cortez al que vengo acompañando e estos últimos meses, se pregunta Julio?


¿Quién es ese hombre?

Los aztecas creían que vendría un gran dios por el mar. Esperaban a Quetzalcóatl, el dios que había desaparecido, pero que volvería un dia, siempre envuelto en una bruma de misterios; y cuando los españoles llegaron, con sus carabelas que parecían grandes casas flotantes, con sus caballos y sus armas que escupían rayos de fuego, ellos pensaron que eran dioses. Por lo tanto, al principio Moctezuma, el emperador azteca - asustado y refugiado apenas en sus superticiones y creencias religiosas - le ofreció varios regalos a Hernán Cortés, pensando que así iría a calmar al dios Quetzalcóatl.

Era común en la civilización de los aztecas el sacrificio humano para celebrar a sus dioses, y aunque nos parezca bárbaro hoy, esta actitud era común en la época, y mucha gente estaba feliz con los sacrificios.

Pero entonces, los aztecas se dieron cuenta de los intereses reales de los españoles y Moctezuma juró ante sus dioses no dejar a los invasores con vida. Era demasiado tarde. Se produjo entonces una larga batalla que duró días y noches, y Julito el Cortés presenció la muerte de muchos de sus compañeros españoles y de centenas de nativos mexicas y toltecas.

Barcelona, junio de 1936.

Santa es la primera película del cine sonoro de México con un sonido perfectamente sincrónico a la imagen. Pero dicen que la primera fue "El Águila y el Nopal", de 1929, del director Miguel Contreras Torres; y la Maga, indecisa entre los dos films mexicanos en cartelera, finalmente elige el más antiguo, y es allí, en el cine anarcosindicalista que los obreros llamaban su pequeño Hollywood proletario, que la Maga reencontró a Julito, y otra vez en circunstancias increibles. Esta vez Julio estaba acompañado por Alberto Hernández, el cronista de Lautaro y Caupolicán, otro Crononauta.

Continuará.
Javier Villanueva, São Paulo, 31 de enero de 2014.

domingo, 12 de junho de 2022

O Sol azul e outros devaneios

 



O Sol azul e outros devaneios

Dizem os filósofos que "eu" é cada um de nós e as nossas circunstâncias. E os poetas acrescentam: "eu e a minha imaginação e desejos". Dirão os revolucionários: "eu e a Utopia".
Um escrivinhador, como eu, talvez diga: "eu e as minhas circunstâncias, desejos, sonhos noturnos e diurnos e a Utopia revolucionária".
Pensava em tudo isso uma noite, mas o sono me pegou e dormi com a ideia dando voltas no meu subconsciente.

Acordei tarde na manhã seguinte, e assim que abri os olhos levei o primeiro susto: um Sol azul, nítido e brilhante, lançava raios poderosos que atravessavam a espessura das árvores em frente da sacada do meu quarto.
Não gostei, mesmo; achei que se tratava de um mal sonho e voltei a dormir. Pouco depois abri um olho aos poucos. Não sei se já contei, mas uma das minhas manias de velho é essa: acordar com um olho só, fazê-lo girar 180 graus, à direita e à esquerda, e fechá-lo. Em seguida repito a tudo com o outro olho. 
Ah! Sim, e começo sempre com o esquerdo.

E dessa vez, depois de toda a longa operação que leva pelo menos de três a cinco minutos, tive a agradável surpresa de ver que o sol estava menos azul, de um celeste pálido, digamos, apenas diferenciado do céu chapado e sem nuvens pela circunferência roxa e avermelhada que formava uma auréola ao seu redor.
Inconformado com a nova visão, que ao início me pareceu, é claro, menos assustadora que a primeira, fechei outra vez os olhos -os dois, dessa vez-, convencido de tratar-se, definitivamente, de um pesadelo.
Meia hora depois -calculo, porque quando durmo perco a noção das horas- um barulho forte de água batendo nas beiradas da minha sacada me acordou de vez.

Agora havia um mar, ou rio, ou lagoa, não sei dizer, no mesmo lugar onde mais cedo (e desde sempre) eu tinha quatro metros de altura entre meu jardim e as árvores do muro que limitam a rua.
E as águas batíam com força, mais agora, em que um iate de grande altura quase encosta na minha cama, e um elevador de vidro na lateral da nave deixa ver uma bela dama descendo com uma taça de champanhe numa das suas mãos cobertas de finíssimas luvas.

- Gostaria de subir e me acompanhar?- me convida a diva.
- Sim, bom, eu...é claro- balbucio, e rapidamente coloco uma calça em cima das minhas cuecas de seda -luxo que me permito desde temprana idade- e subo pelo elevador.
Mas, assim que me acomodo plácidamente numa das luxuosas espreguiçadeiras da borda, dois guarda-costas da diva se colocam, um à minha destra e o outro, literalmente sinistro, à minha esquerda. 
A diva -que cada vez me lembra mais da Mortícia Addams- vai mudando aos poucos seu jeito sedutor e ficando a cada minuto mais autoritária, até que por fim me diz:

- Rapazinho, agora você é o meu refém; considere-se oficialmente sequestrado.
Bom, já sabia eu que havia coisas estranhas por aí. Finalmente, quando a esmola é grande, até o santo desconfia. Era demasiada sorte minha ser acordado e convidado por uma diva, assim, do nada, enquanto durmo, ou logo depois de acordar, sem sequer escovar os dentes e com meus cabelos ralos parecendo o Pica-pau dos desenhos animados.

- E tem mais: essa moça aí vai por as condições para a sua liberdade e eventual volta para casa. Ok?

Uma jovem mulher, simpática, mas visivelmente convencida da sua  beleza exterior, de uns 28, 29 anos no máximo, se aproxima de mim e me lança, insinuante:

- Você só sai daqui se aceitar fazer uma doação para inseminação artificial.
- Ops- digo eu, enquanto espero chegar alguma ideia ao meu cerebrinho amortecido ainda pela rara combinação do sono e o medo. Penso, medito, deixo meu cérebro em branco por dez, quinze segundos, e finalmente reajo:

-Moça, mas não é meio ridículo que você, uma jovem tão nova, venha pedir -exigir, digamos- uma inseminação artificial justo a mim? Eu estou na idade de ser bisavô, fia.- desconverso, enquanto penso numa solução mais drástica.

Olho para o lado oposto ao de minha casa e desvio o olhar dos guarda-costas da diva. Bastou um segundo de descuido dos dois para eu me atirar num mergulho perfeito e, em menos de seis braçadas chegar até minha sacada. Assobiaram as balas das Beretta 45 bem perto das minhas costas, mas entrei no meu quarto e desci as escadas sem um rascunho, mas assustadíssimo. 
Nunca mais vou comer feijoada depois da meia noite, pensei. 
Tomei um Alka Seltzer, fechei as portas da varanda e voltei para minha cama.

JV. San Antonio de Fray Mamerto Esquiú. Catamarca. Julio de 1981.

quarta-feira, 1 de junho de 2022

O nariz da Esfinge de Gizé e outros azares

 


O nariz da Esfinge de Gizé e outros azares

Quando você quebra o nariz jogando uma pelada aos 13 anos -em 1964, para ser preciso-, e volta a quebrar aos 71 -exatamente um 1º de junho de 2020-, pode-se dizer que é um cara afortunado. 

Quebrar o nariz apenas duas vezes em longos 58 anos é quase um fato para ser celebrado e você ser cumprimentado. Pensa bem: viver em cidades perigosas, cheias de buracos nas calçadas, carros, motos e caminhões prevalecendo sobre os coitados dos pedestres, polícia brava de gatilho fácil, e machucar-se apenas duas vezes em 58 anos é um grande sucesso!

Pensem na Esfige de Gizé: só quebrar o nariz duas vezes numa longa vida driblando ditadores e sequestradores afins de torturar você e te fazer desaparecer significa que você é um triunfador, um felizardo, vitorioso e digno de louvor.

Agora bem, visto por outro ângulo, se você considera que, apenas onze dias antes da segunda fratura do septo, você já tinha passado uma hora, entre 2:00 e 3:00 da madrugada, no dia de maior frio na cidade, com a bunda de fora, fazendo uma ressonância magnética num polegar lesionado, bom, aí você passa a ser um azarado do cacete, um Jettatore, um cara que segundo as antigas crenças napolitanas e sicilianas padece o mal de olho e precisa de uma bênção urgente.

- Mas, Pepito, você é um revolucionário comunista, e mesmo assim vai no Terreiro de Umbanda, evocar o Orixá e lavar esse seu azar?-    

 - Pois é, rapaz. Você lembra do Jorge Amado? Sabe o que ele falava quando lhe perguntavam a mesma coisa?: “Rapaz, sou comunista, mas isso do ateísmo não funciona bem assim na Bahia, viu? Sou supersticioso e acredito em milagres. A vida é feita de acontecimentos comuns e de milagres”. Entendeu?

 

J.V. Chumbicha, Catamarca, maio de 2066.