Durmiendo poco, poquísimo...



Me había despertado unas cuatro veces durante la noche fría y húmeda. A la madrugada, -y a pesar de las tres gotitas del tranquilizante para dormir mejor y aliviarme los cosquilleos en la mano y el adormecimiento del brazo- me levanté de nuevo para ir al baño.

Lo del hormigueo es por el tunel carpiano; es fácil de resolver: un cortecito de medio centímetro y listo; el cirujano libera los nervios y chau adormecimientos. Pero éso de ir al baño tantas veces es por culpa de una glandulita, ridículamente chiquita, que crece con las testosteronas de uno, justo cuando uno se va poniendo más viejo, y bueno, entonces se te hace más difícil pichar, ¿no?

Pero la cosa es que fui al baño en la oscuridad y me senté en el inodoro a pensar. No sé por qué, se me dio por acordarme del cuento del taxista y la rubia. Ésa que tiene un infarto en el taxi, justo cuando una hormigonera lo choca al auto y empieza a derramarle el cemento con piedras y todo encima del capot. Te imaginás qué peso, ¿no?

Cuando volví a la cama...no lo podía creer. Ahí estaba yo, tapado hasta el pecho, la boca torcida y los ojos bien abiertos, pálido y raro...¡aterrador! 

Me estremecí de miedo, pero no perdí la calma. Me di cuenta que debía haberme muerto durante la noche, un poco antes de levantarme para ir al baño, seguramente. Me toqué -o mejor dicho, toqué al tipo que estaba en mi lugar, y que se me parecía, pero que evidentemente estaba muerto.


Me senté en el borde de la cama y llamé a la casa de la dra. Ana. Ahora sí, iba a tener que cambiarme la receta; ya me había ocurrido lo mismo dos veces antes, ¡y así no hay nervios que aguanten!

Javier Villanueva, São Paulo, 22 de abril de 2011.