domingo, 23 de agosto de 2020

Accidente y venganza.

 

Foto


El accidente y la venganza. 

Es inusual que el teléfono suene en casa a las tres de la mañana, pero como soy el Jefe de Ingeniería y Controles del Gran Consorcio, pensé que podría ser urgente. Y lo fue, como también fue muy sorprendente:

- ¡Ricardo, soy yo, Jorge, vení aquí a ayudarme, por favor, es urgente. Hubo un desastre aquí! -, era mi enemigo número uno, la persona que más odiaba, y justo él me estaba pidiendo ayuda.

- ¡Llegá pronto, por favor, los bomberos no atienden mis llamadas, ni la policía. Vení, te lo ruego! - dijo el tipito ridículo, el traidor que me había robado el amor de mi vida y que había huído con ella a Mozambique hacía tan solo cuatro años.

- ¡No te demores, Ricardo, el agua ya casi me llega a los hombros! - insistió el Judas, el payaso que había regresado de África con un absurdo acento lisboeta que no sé de dónde lo sacó: "Vieste de automóvel?", me preguntó un día, a las pocas semanas de regresar y encima en un cargo subordinado al mío en el Consorcio. "No, vine en una carabela", le respondí, con poco humor y mucho despecho.

Pero bueno, volviendo a la llamada y al accidente terrible que había ocurrido minutos antes: como vivo cerca del lugar de la obra donde había sido el derrumbe, en la Rua Amaro Cavalheiro, detrás del Sesc Pinheiros, en cinco minutos ya estaba en la calle, caminando, con mi cuerda de rescate de 12 metros que siempre llevo en el auto.

 - ¡Por favor, sacame de acá! -, dijo cuando le iluminé la cara con la linterna que, por las dudas, nunca me saco del cinturón.

- ¡No te demores, Ricardo, mirá el agua ya está llegándome al cuello! - gritó Jorge, mientras yo paseaba la luz desde el agua barrosa hasta el cogote del traidor, y desde sus ojos de miedo hasta los muros derribados por la catástrofe. Y nada de escuchar las sirenas ni de los bomberos ni de la policía.

 - ¡Por favor, te lo ruego, Ricardo!-, gritó el traidor.

 -¿Viniste en autobús o en carabela, desde Mozambique?-, le pregunté, sintiendo la sangre que ya me pulsaba en las sienes.

 - ¿Hace frío allí, amante mozambiqueño de mentiritas?

 - ¡Te lo ruego, Ricardo, soltá la cuerda, por favor! – me gritó con odio el Judas, todo empapado, aterrorizado y desesperado.

 - Sí, sí, claro- le respondí. Y se la tiré. Arrojé los 12 metros de la cuerda, completos, y lamenté el pequeño incidente con un "caramba, que lástima, voy a buscar otra cuerda y ya vuelvo".

Pero no creo que me haya escuchado.

El agua ya le había llegado a los ojos, que, abiertos de par en par, clamaban clemencia. Llegué a casa y comencé a escuchar las primeras sirenas y avisos en mi radio transmisor: accidente en la Línea 4, urgente, ¡todos listos y a sus puestos!”.

 

Fin

 

JV. Viernes 12 de enero de 2007.


quinta-feira, 20 de agosto de 2020

La piecita del sur.

 

La piecita del sur

Los golpes en la pared fueron casi imperceptibles al principio. Era más o menos las dos de la mañana, calcula Rodrigo, porque había entrado a la cama a la medianoche y se durmió profundamente después de hojear el libro de Amado Nervo que la tía Gringa guardaba hacía décadas, desde su adolescencia. "El día que me quieras tendrá más luz que junio; la noche que me quieras será de plenilunio, con notas de Beethoven vibrando en cada rayo sus inefables cosas, y habrá juntas más rosas que en todo el mes de mayo". Rodrigo no le dio importancia a los ruídos, y se durmió.

Era un domingo de fin de agosto de 1975 y Rodrigo trataba de descansar. Se había acostado en la piecita "del sur", - como le decían sus abuelos, la última a la derecha de quién mira de frente a la Cuesta del Portezuelo-, que era la más fría, y también la más aislada del resto de la vieja casona.

Una hora después, cuando los golpes en la pared se hicieron más fuertes y Rodrigo se despertó asustado, lo primero que le vino a la mente fue la vieja historia de los abuelos, que al principio del casamiento dormían en esa piecita, y una noche se despertaron, también por causa de ruidos; ruidos de cadenas que se arrastraban, contaba el abuelo; y cuando prendieron el farol, se estremecieron con el susto, porque el piso estaba manchado de sangre, con pisadas marcadas alrededor de la cama y saliendo por la puerta, que seguía trabada, sin que nadie la hubiera abierto. Nunca pudieron explicarlo, porque al abrir la puerta las pisadas sangrientas habían desaparecido del lado de afuera, como si quién las produjo se hubiera elevado por los aires, o hubiera desaparecido dentro de las paredes de la piecita.

Pero enseguida volvieron los golpes, cada vez más fuertes, y un escalofrío le corrió a Rodrigo por el espinazo.

Al día siguiente, a pesar de sus temores, Rodrigo pasó una noche tranquila. Y ya casi se había olvidado del incidente cuando, cuatro días después, a la hora tíbia y lenta de la siesta, recostado con una revista en la cara, y ya casi dormido, se sobresalta y despierta, con todos los pelos de la nuca erizados porque, aparte de los golpes, puede sentir que alguien se le ha sentado al borde de la cama, siente el peso y el calor de un cuerpo, y cuando se da vuelta, lo único que ve es una sombra rápida que desaparece en la esquina de la pequeña habitación.

Y dos días más tarde, a la hora de dormir, busca el libro de Amado Nervo, que había dejado con llave dentro de su valija, pero ya no está más allí, y va a agarrar la mochila, para ver si no se equivocó y lo dejó en  otro lugar, y otra vez la sombra pasa a su lado, y un viento zonda seco y caliente se levanta de repente, en pleno agosto, y entonces empieza a oír, como viniendo de dentro de la pared, a lo lejos, la voz grave y ronca de un hombre:

¡No!, no disparen! ¡No disparen, cobardes! Ya nos rendimos, ¡no disparen! ¡cobardes! —, y de pronto...silencio; paran los golpes y las voces en la pared. Rodrigo no sale de su espanto, pero se calma, se relaja de a poco, piensa que debe haber sido una pesadilla, la comida fuerte y sustanciosa de la tía Gringa, piensa, respira hondo para relajarse y se duerme.

Rodrigo sueña. El universo pulsa. Sueña Rodrigo que las paredes respiran. El aire se le escapa del cerebro que se convierte de pronto en un prisioneiro de una torre; está emparedado, preso entre muros que a veces se parecen a un cuerpo como el suyo, limitado, frágil e ilusorio. Sueña o se alucina: ve unas emanaciones magnéticas que reflejan la aurora boreal de sus miedos más profundos. Imagina monstruos con uniformes verde-oliva que se valen de bioluminescencias. Los fantasmas de su sueño no quieren tocarse ni tantearse, andan  espasmódicamente, porque no pasan de vanos reflejos en la superficie de una caverna. Y sueña Rodrigo con el hombre de la voz grave que surge de la pared, que le dice que acá es mi refugio, mi celda y mi tumba. Sueña – ¿o delira?- Rodrigo que la realidad clama, haciendo el perfecto contrapunto al ensueño que lo empuja hacia direcciones impredecibles. ¿Qué importa?, dice el hombre de la pared.  Nada importa, —Sí, sí, todo importa, le contesta Rodrigo en sueños. Y se despierta, mojado de transpiración, en pleno mes de agosto y temblando en el frío seco de los Valles Calchaquíes.

Yo estuve en la masacre de Capilla del Rosario, acá cerca. Fuimos asesinados dieciséis guerrilleros- escucha Rodrigo sin poder creerle a sus oídos. La voz gruesa y firme sale bajito, como viniendo de lejos, pero nítidamente de dentro de la pared de la piecita del sur. Es el muro que da al fondo de la casa, para los lados del gallinero. El abuelo de Rodrigo, don Victoriano, lo reforzó con una columna gruesa, de forma piramidal, y es la pared más ancha de toda la casa.

Se sienta en la cama Rodrigo, con las manos se agarra la cabeza, como si quisiera taparse los oídos, pero no, también quiere escuchar. El terror lo hace temblar, y llora despacito al escuchar la voz grave del hombre en la pared. Todos los pelos de la nuca se le levantan y parece que le dicen a Rodrigo que salga corriendo. Pero no, él quiere oír al hombre de la voz firme pero melancólica, gruesa y triste pero decidida, la voz de un valiente, de aquellos que son los más necesarios, los imprescindibles.

— Sí, sí, fue después de la operación fracasada del Ejército Revolucionario del Pueblo, en Catamarca. Queríamos tomar el Regimiento 17º pero nos descubrieron antes.

— Al mediodía de aquel 11 de agosto llegaron 60 soldados y un oficial, apoyados por cuatro aviones- dice la voz grave desde dentro de la pared, y Fernando se estremece de miedo, pero al final, la curiosidad vence al terror. — Resistimos en varios combates, pero finalmente fueron muertos todos los guerrilleros. Según los militares, nuestros combatientes murieron luchando. Pero no, nos defendimos hasta quedarnos sin municiones, y entonces decidimos rendirnos, pero fuimos golpeados por los soldados y enseguida fusilados. Soy el Negrito Antonio del Carmen Fernández—. Rodrigo tiembla como una hoja de papel; claro que conocía bien la historia de los hechos de la Capilla, ocurrida pocos días atrás; sabía que cuando fueron descubiertos, el mando del ERP había ordenado la retirada, y el grueso del grupo principal logró replegarse, aunque quedaron aislados, en distintos grupos, un total de 28 guerrilleros.

— El domingo 11, después una intensa búsqueda, fueron apresados nueve de nuestros guerrilleros. Otros se replegaron hacia Tucumán— retumba la voz del Negrito Antonio del Carmen Fernández desde dentro del muro, pero Rodrigo ya no se asusta tanto, se le pasa el miedo atroz del principio y escucha, y trata de entender.

Los 19 guerrilleros restantes acampamos cerca de la quebrada de los Walter, a 3 km de la Capilla del Rosario, en Piedra Blanca. Cinco compañeros salieron a traer alimentos, vigilar los movimientos de las tropas enemigas y conseguir vehículos para el repliegue, pero todos fuimos apresados. ¡Y fusilados! —. Levanta la voz el Negrito, y Fernando casi se desvanece de miedo, otra vez.

¿Y qué puedo hacer yo? ¿Por qué me contás todo esto, que yo ya sé, si medio país ya lo sabe?

— Quiero que le avises al Capitán Santiago. Que le cuentes lo que nos pasó. Que le digas que los militares los van a buscar a los montes de Tucumán, y que se viene un golpe, el peor de todos los que conocimos.

 

Cuatro días después, Fernando separó su escasa ropa en una mochila vieja y una hora más tarde estaba en la estación de colectivos de Catamarca. El viaje a San Miguel de Tucumán fue lento y lleno de cortes de ruta por el ejército y la policía federal. Pero no lo molestaron y llegó al anochecer al pueblo de Los Dulces, y en menos de media hora subía con dificultad los senderos que el Negrito le había explicado que debería seguir para encontralo al Capitán Santiago.

Los dos primeros impactos fueron en el hombro y antebrazo izquierdos. Fueron un poco más que raspones y no sintió mucho dolor. Con el brazo derecho se sostuvo entre las sombras, escondido atrás de un árbol grueso.

El tercer tiro fue en el pecho. Pero ni siquiera escuchó el disparo porque de repente se quedó sordo. Se encendieron las luces de dos reflectores, dejando esa parte del bosque de un blanco lechoso que no le permitía sentir el dolor ni pensar en otra cosa.

Se dejó deslizar hacia abajo y por detrás del tronco, y fue entonces que empezó el viaje:

— Eso es lo que escribí mañana por la mañana, pensaba Rodrigo. Sí, eso fue así mismo, porque ya lo había pensado varias veces el próximo año. Y se acordó de Johnny, el personaje de Cortázar en "El Perseguidor", el que tocaba el saxo: — Ya toqué eso mañana, repetía Johnny, y decía que había descubierto algo que él -Rodrigo, ahora en medio del tiroteo en la selva tucumana-, ya sabía. Mucho antes que Cortázar, ya sabía Rodrigo que el tiempo es elástico y arrugado; el tiempo tiene una cuarta dimensión con pliegues, y a veces el pasado se une en una curva con el futuro, y así es que ocurren cambios que pueden ser fatales.

Y mientras Rodrigo caía y las luces se acercaban a él, y ya podía escuchar las botas rompiendo las ramas secas a menos de cien metros de distancia, vio a la tía Gringa dando de comer a las gallinas y después la vio cebando un mate dulce, y ofreciéndole pan casero, y finalmente llegaron las botas y sintió el escalofrío de la punta de una pistola apretando su sien, y un estallido que desparramó sus ideas y recuerdos por el bosque frío, y sus sueños se esparcieron entre los árboles, su imaginación sembró las hojas amarillas y los hongos, y sus mejores deseos de paz y amor se convirtieron en polvo de estrellas que cubrían la hierba, y sus fantasías lo devolvieron a Roberta, su amor inconcluso, su sueño recurrente.

Los uniformes y las botas se fueron, pero antes de eso hubo una voz marcial que mandó cavar un hoyo y ordenó dejar el cuerpo ahí mismo, que nada más que eso se merece ese rojo de mierda.

Fin

Hugo Irurzún el Capitán Santiago— al que Rodrigo nunca pudo encontrar, y que había comandado el frustrado ataque en Catamarca, continuó la lucha contra el ejército en los montes tucumanos. En julio de 1979, después de luchar en las filas del Sandinismo contra la ditadura de Somoza, entra a Managua cuando el FSLN toma el poder en Nicaragua. En 1980 dirige el ataque en Paraguay que acaba con Somoza. Enseguida es detenido y desaparece.

 

J.V. Piedra Blanca de Fray Mamerto Esquiú. Agosto de 1993


domingo, 16 de agosto de 2020

Don Lorival y yo

 

A imagem pode conter: comida


Viviendo y aprendiendo

Don Lorival y yo somos bastante diferentes el uno del otro. Solo estamos de acuerdo en una cosa: el Energúmeno que nos gobierna es un sinvergüenza, un demonio con forma de gente, ignorante y malicioso. Pero aun así, o quizás desde este acuerdo básico y fundamental, nos llevamos bien.

Levanté, eso sí, algunos detalles y anécdotas que lo pintan bien, además de marcar nuestras pequenas diferencias:

* Pan con margarina: él pasa una fina lámina en una única rebanada. Yo, en cambio, añado unos treinta gramos a cada una de las dos porciones del desayuno.

* Él se come media papaya separando con todo cuidado cada una de las semillas. Yo, por mi parte, me como una papaya entera con semillas y todo.

* A la falta de papaya, banana: él se come solamente una, muy cortadita, quitando con cuidado cada extremo. Yo, al contrario, como todo y todavía me hago un té con las cáscaras.

* Galletas para el desayuno: él se come una o dos; yo, de siete a ocho.

 Y además, veamos algunas características que lo identifican a sus 91 años con cuerpecito de 60 y cabeza, ilusiones y perspectivas de 30:

* Don Lorival piensa que todo joven -entre 56 y 70 años- es una especie de Google que lo sabe todo, y solo necesita hacer las preguntas que las respuestas ya van llegando pronto y listas.

* Y también piensa que todo niño - de 6 a 32 años - además del software de Google, también controla el hardware de todo lo que sea un dispositivo electrónico, desde el control remoto de la TV hasta la computadora y el celular.

Bueno, para él la respuesta de Oscar Niemeyer sobre la vejez ("¡Es uma mierrrrdaa!") no es válida, porque don Lorival todavía no sabe lo que es ser viejo.

Ah, sí, y le gusta el pastel de naranja, cuanto más grande, mejor.

 

JV. San Antonio de Piedra Blanca, agosto de 2031


Medo, frio, fome, sono e vontade de fazer xixi.

 

 Pastor Aleman - Aperrados.com


Medo, frio, fome, sono e vontade de fazer xixi.

O cachorro grande olhou para mim com olhos líquidos. E para aqueles que nunca ouviram a expressão, aviso que os escritores (os mais populares, pelo menos) gostamos de usá-la para dizer "olhos ternos, tristes, ou lacrimejantes".

Mas toda a ternura dos olhos e o olhar do cachorro que estava diante de mim, a menos de um metro de distância, eram negados pelo seu conjunto de músculos, patas, garras e presas.

A verdade, confesso, é que não vi as presas em nenhum momento, mas logo as imaginei.

Eu estava suando muito, mesmo que fosse agosto, só pensando no que poderia acontecer comigo se o grande cachorro preto decidisse avançar mais meio metro.

E enquanto isso, continuava dividido entre o susto, a paralisia de origem canina e a vontade louca de chegar até a janela de Roberta.

Sim, porque ela me disse que poderia vê-la naquela noite, depois das duas da manhã, mas é claro, eu não contava com o cachorro.

Contava, isso sim, com a enorme capacidade de Roberta de me surpreender. Tinha me dado três fabulosas noites de amor e depois não me olhou mais na cara. Ainda pediu que eu não mandasse mais nenhuma carta, e anos depois voltou para me procurar para me oferecer uma conversa de madrugada e, ainda por cima, convidando-me a pular de uma janela que ele deixaria entreaberta para que seu tio não me ouvisse entrar. Ela sempre, sempre, me surpreendeu, e foi isso o que mais me prendeu a ela: suas decisões repentinas.

Então, devagarzinho, me mexi pouco mais de um centímetro e o cachorro não tirou os olhos de mim, mas também não rosnou nem nada. Aproveitei a minha audácia para avançar mais quatro ou cinco centímetros de uma vez, e o musculoso cachorro preto continuou igualmente indiferente.

Por fim, sem olhar para ele, me atrevi a dar dois ou três passos em direção à janela. E o cachorro deu um bocejo profundo e entediado, esticou-se o quanto pôde sobre as patas dianteiras e sentou-se para morder uma pulga que o incomodava mais do que eu.

Aproveitei e fui devagar em direção à casa, direto para a janela que me esperava entreaberta.

Mas quando estava a dois metros de minha Meca, vi que as duas folhas estavam firmemente fechadas.

Então, instintivamente, me virei aos poucos e vi que o cachorro grande agora estava bem ali, me mostrando os dentes.

Essa Roberta tem cada uma!

 

 

 


sexta-feira, 14 de agosto de 2020

¿Cervantes y Shakespeare murieron realmente el mismo día?

 


   Miguel de Cervantes – Wikipédia, a enciclopédia livre       William Shakespeare: Un ícono de los escenarios


¿Cervantes y Shakespeare murieron realmente el mismo día?

 

En el año 46 a. de C, Julio César terminó con el calendario lunar e implantó el calendario Juliano, un calendario solar que establecía la duración del año en 365,25 días, y determinaba meses de 30 y 31 días, excepto febrero que tenía 28 días y 29 en los años bisiestos.

Pero el astrónomo encargado de calcular la duración del año se pasó 11 minutos y 14 segundos.


En ese momento, el error no tuvo importancia, pero a mediados del siglo XVI el calendario ya llevaba 10 días de adelanto a las estaciones naturales del año.

Por eso, en 1582 el papa Gregorio XIII ordenó que se revisara el calendario, - que pasó a ser llamado gregoriano-, y ese año se suprimieron los días comprendidos entre el 5 y el 15 de octubre-.


Uno de los grandes errores originados en ese embrollo gregoriano, es lo que hoy sabemos como una verdad a medias: que Cervantes y Shakespeare murieron exactamente el mismo día.


Esto es apenas una media mentira. Cervantes murió el 23 de abril de 1616, según el calendario gregoriano, vigente ya en España. Shakespeare también falleció el 23 de abril, pero del calendario juliano -que corresponde al 3 de mayo en el gregoriano- que en aquella época regía todavía en Inglaterra. O sea, diez días más tarde".

 

(JV).


Onanismo sociolinguístico ou punheta idiomática?

 

A imagem pode conter: 1 pessoa, sentando e área interna


Onanismo sociolinguístico
ou punheta idiomática?


Todo mundo tem o sacrossanto direito de "a-do-rar" uma língua estrangeira, como parte do seu direito a "a-do-rar" uma cultura forânea. 

Seja porque o "guelo" era espanhol, ou porque se amarra numa "Master's voice", a língua estrangeira é sempre um tesão ineludível, uma comichão que não para nem coçando com as duas mãos.


Falar inglês ou espanhol dá prestígio. Mas falar a língua do Master, -His Master's voice- dá ainda mais do que qualquer outro domínio, habilidade ou competência linguística.

-Sim, falo guarani; ou então, - Verdade, domino o quechua. Ou talvez - Sou fluente em nahualt, são todas belas excentricidades que não deixam de ter seu charme e dão um certo prestígio, sem dúvida. Mas nada que se compare a poder abraçar o Rato Miguelzinho em plena Disneyworld e resmungar, emocionado, um choroso - I love you so, Mickey! Ou então, olhar para o presidente "americano" e soltar um sonoro - I love you, Trump!-.

Bom, e a que vem finalmente esse longo papo sobre o onanismo sociolinguístico, mais conhecido pela plebe rude como punheta idiomática? 

Confesso que a causa, outra vez, é a minha obsessão com a fala britânica, melosa e afetada do "speaker" da Linha Amarela do metrô paulistano.
Sim, porque, juro que já ouvi um rapaz boliviano rir aos berros e perguntar ao seu colega: - Qué? Su culo vi? quando a moça (também ela, speaker) da Linha Azul anunciava - Next station, Tucuruvi

Claro, para um cidadão recém chegado da Bolívia, ouvir Tucuruvi, mais ainda em meio ao palavreado saxônico, deve ficar mais perto de "tu culo vi" que outra coisa. E ainda com mais razão se a comunicação é feita por meio de vozes altamente adocicadas e sensuais.


Sei que estou ficando velho e resmungão, reconheço, mas o tema da voz meliflua que fala para apenas três ou quatro gringos do norte por semana, enquanto os milhares de peruanos, bolivianos e outros latino-americanos ficam sem entender bulhufas, já está merecendo uma resposta a la Márcia Fernandes: não sei, não tenho uma opinião formada ainda, viu?, mas por enquanto, VTNC!


J.V. San Paolo, 2018.

Serendipia: talvez uma feliz descoberta por acaso.

 Colirios y gotas para los ojos - Todo lo que necesitas saber


Serendipia: talvez uma feliz descoberta por acaso.

Nem cloroquina nem doce de leite na bunda.
Nem vacina de Oxford, chinesa ou russa. 

Drenatan.

Acabei de descobrir a possível cura, e como sempre, sem querer: lembram que um ano atrás, coloquei por engano Novalgina líquida - aquela do potinho barato, verde e branco- no olho da Cristina?
Pois é, não foi maldade, claro, e sim mera confusão. A minha oftalmologista sabe que são coisas que acontecem. 

As gotinhas no olho deveriam ser de Drenatan, solução oftálmica.


Bem, agora eu confundi - a mesma coisa, só que ao contrário- o Drenatan com a Novalgina líquida que precisava para acalmar a dor de cabeça.

Trinta e cinco gotinhas de analgésico no estómago, com um copo d'água na sequência não deve ser ruim para o estômago.
Já as 35 gotinhas da Drenatan, talvez sejam mesmo a descoberta que toda ahumanidade espera.

Serendipity é uma palavra em inglês que significa uma feliz descoberta ao acaso, ou a sorte de encontrar algo precioso onde não estávamos procurando. Em Córdoba diríamos apenas o pouco elegante "de puro ocote".


Y para los amigos argentinos, uruguayos, mejicanos, colombianos y españoles: 

La palabra "serendipia" no está en los diccionarios de nuestra lengua castellana y viene del inglés “serendipity”. Fue usada por primera vez por Horace Walpole hace unos 250 años, cuando se refería al cuento de hadas persa “Los tres príncipes de Serendip”, quienes vivían haciendo descubrimientos, siempre accidentales y sagaces, de cosas que no buscaban.


JV. San Fernando del Valle de Catamarca, agosto de 2020.

quarta-feira, 12 de agosto de 2020

O cactus gigante e o atestado de óbito.

 

Cemiterio da Consolação São Paulo #cemetery #gothic #esculpture ...


 O cacto gigante nas Salinas e o atestado de óbito

Ecce homo

Sim! Eu sei de onde venho!

Insaciável como a chama

Eu queimo, queimo e me consumo.

Luz se torna quando eu toco

e carvão quando abandono:

chama sou, sem dúvida.

Friedrich Nietzsche

 

Pego o meu obituário na mão e já começo a sorrir. A ata de defunção, então, é uma gargalhada só. Tento me segurar, penso em coisas abstratas, como fazia o Marito da Tia Julia e o Escrevinhador tentando abaixar a ereção: "em um triângulo retângulo a soma dos quadrados dos catetos é igual ao quadrado da hipotenusa". 

Mas não consigo: explode a risada e meio cemitério acorda. Peço desculpas e volto às abstrações: "O amor é a força mais abstrata, mas também a mais potente que há no mundo". "Nosso amor se supera, é constante e é de pedra", etc. 

Besteiras, vou apertar o nariz com o polegar e o indicador e pensar nas minhas lembranças; afinal, tenho algum futuro? Não, então, vamos curtir o passado. Tenho, perdão, tinha até ontem, 109 anos. Morri de múltipla falência dos órgãos, mas ainda dei banana pra todo mundo. Meu atestado de óbito foi assinado em 3 de março de 2060, e o último relatório médico, que eu levei para casa, a pé, depois de dois dias de ir e vir do Hospital das Clínicas dizia: “saúde excelente, sem problemas cardiorrespiratórios nem renais ou de qualquer outro tipo”. O envelopão com os trocentos exames ainda está aí, ao lado da ata de defunção e do obituário que me presentearam netos e bisnetos -os filhos já se foram faz tempo-.

Mas, como diria meu avô, sou meio azarado -la yeta puta, que ele denominava em espanhol-, e em seguida lembro de quarenta anos atrás, quando por causa de um desgosto, uma crise emocional, digamos, entrei em coma leve. Foram 149 dias, bem no meio da pandemia e de uma suposta quarentena fajuta que nem os governantes fizeram cumprir e ainda menos a maioria da população quis cumprir. A pandemia durou três anos no Brasil, dois nos Estados Unidos e apenas quinze meses no resto do mundo. Bom, mas já pulei de galho e perdi o fio da meada.

Ah, sim. Contava que sou azarado porque a única lembrança que me veio à mente foi a dos cinco meses deitado numa cama, ouvindo todos falarem, contando verdades, mentiras e fofocas, e eu duro como uma pedra, amarrado na cama como um salame, e sem poder me expressar nem demonstrar o mais mínimo sentimento, movimento e, muito menos, pensamento.

O mundo lá fora se debatia entre cuidar das vidas -a morte, que não é outra coisa que o último segundo dessa famosa vida, já superava os mil por dia, como se toda noite caíssem três aviões transcontinentais-, ou retomar a economia. Mas, que caralho é a economia? O trabalho? O capital? O comércio? O agro? O que é, afinal, o mercado, que em 109 anos não entendi?

Bom, mas também não é esse meu objetivo nestas breves memórias. Não vou fazer como Brás Cubas, contando quem veio e quem não veio para meu funeral, mas sim, sem dúvida, vou relatar os melhores momentos da minha vida:

 

A viagem numa kombi, de São Paulo até Tinogasta, Catamarca.

Mortos não sonham, já sei. É o que dizem, pelo menos. Defuntos não tem fantasias nem menos ainda alucinações; perfeito. Mas juro que isto que vou contar agora eu vivi - ou melhor, “vivi”, assim entre aspas - nessas últimas horas, desde que sai do Hospital e vim parar aqui, desse outro lado da Avenida Dr. Arnaldo, neste simpático e tão bem ornamentado cemitério da Consolação.

Bem, voltando ao relato, lembro que entrei na minha kombi azul clarinha um final de tarde quente de 1972. Era sábado e estava a 60 km ao norte de Dean Funes, quase nas portas das Salinas Grandes.

Tentei dar partida uma, duas vezes e nada. Na terceira tentativa, a bateria arriou de vez. Chamar um mecânico a essa hora, no meio da estrada? Como? Sem um orelhão por perto? Uma hora depois já estava cochilando, resignado, quando passou um Gordini e pedi carona. Era vermelho e branco. Um luxo, lembro bem. Que ano é o carro, amigo? perguntei. 

– É modelo 1958- respondeu com orgulho o motorista.

Mas, lindo e tudo, o carrinho furou um pneu um par de horas depois, e na escuridão da noite era impossível trocá-lo. Sentamo-nos à beira da estrada, sem asfalto ainda, e preparamos uma fogueira.

– Sou escritor- me disse o dono do Gordini. – Quer que conte um conto? perguntou meu carona. Claro, topei na hora:

– Minha amiga Penélope, começou a história, – aquela que esperava sem grandes expectativas, mas sempre com a esperança secreta de um dia voltar a dormir com o marido- me disse um dia, bem cedinho de manhã, ao chegar ao escritório:

– Olha só o que sonhei ontem: na minha casa havia vinte galinhas que se deliciavam comendo o trigo macerado em água; e eu, por minha vez, me divertia, feliz, olhando para elas; mais eis que, de repente, do alto do Aconquija, - aqui pertinho, em Catamarca, aponta o escritor-, desceu um condor e, rompendo o pescoço de cada uma das minhas lindas aves, matou todas elas, sem dor-. E corre uma lágrima lenta pelo rosto de Penélope, a paciente esposa.

– E eu, no meu sonho, contava Penélope, chorei e gritei, lamentando a sorte das minhas galinhas– mas acrescenta minha amiga que o condor voltou, pousou na calha do telhado, olhou fixo nos seus olhos e disse, com a voz mais doce e grave que ela tivesse ouvido antes, para não desanimar, para seguir tendo esperanças.

– Anima-te, muchacha formosa- disse Penélope que falou o condor, devolvendo-lhe aos poucos a calma- porque isto que estás vendo não é exatamente um sonho, mas sim uma profecia, uma visão autêntica e verdadeira do que vai acontecer.

As galinhas, me contava Penélope que lhe disse o condor do Aconquija, eram os seus pretendentes. E ainda acrescentou a ave enorme e majestosa: 

– E eu, que vim aqui na forma do grande predador dos Andes, sou teu esposo, que voltou e vai dar a cada um desses intrusos a morte que eles se merecem-, sempre segundo o relato da minha amiga Penélope.

Sim. Acontecem coisas incríveis na região de Las Chacras, em Catamarca- comenta o escritor, dono do lindo Gordini que me dera a carona salvadora. Acende um cigarro de chala nas brasas da fogueira e acrescenta:

– Mas este relato, que a primeira vista parece um espelho da Odisseia, na realidade não é um conto, nem uma fantasia. Fiquei sabendo mais tarde que aconteceu mesmo com a minha amiga Penélope, e hoje está entre os mais fantásticos acontecimentos que os habitantes do vale encantado de Fray Mamerto Esquiú já testemunhamos. Vivendo e aprendendo.

E eu aqui, na paz do cemitério da Consolação, ainda me lembro que a viagem de ida e volta para Tinogasta foi tranquila, sem grandes novidades. Mas ao chegar a San Antonio e passar em seguida por Piedra Blanca, e novamente em Fray Mamerto Esquiú, os eventos fantásticos voltaram a acontecer.

Lembro bem que as curvas da estradinha de Piedra Blanca para a capital provincial retiveram essa manhã a névoa da noite anterior. Eu tinha me despedido da vovó Rosa – na realidade minha bisavó- e saído da casa dos Jaime um pouco antes das oito da manhã. Dirigia a Kombi azul, já em boas condições, com muito cuidado, pois um cavalo ou um moleque de bicicleta sempre poderia aparecer de repente.

E assim mesmo, de repente, tive que pisar nos freios para não bater com um sulky que estava parado, a uns cinco metros de distância, com o homem que o conduzia e o cavalo, ambos imóveis, olhando para algum lugar indefinido nas encostas da Cuesta del Portezuelo.

Sou um cara tranquilo e mais bem valente, mas fiquei com medo e gritei para o homem se mexer, avisando que não conseguia passar. Mas o homem nem piscou, e tanto o animal quanto o ele estavam tão duros e imóveis quanto eu tinha notado antes de chegar à curva. Saí com a kombi pela calçada e me apertei contra as cercas dos "ovos de galo", até poder passar ao lado da charrete imóvel.

Na curva seguinte, a cerca de vinte metros de distância, um dos caminhões dos Jaime estava atravessado quase de um lado a outro da pista. Outra vez buzinei e de novo tive a surpresa de ver que Júlio Jaime, meu primo, ainda estava muito quieto, segurando com força o volante. Saí para ver o que estava acontecendo, mas ali mesmo notei que outros dois carros, a menos de cem metros da curva, também estavam parados, estáticos, com seus motoristas imóveis e silenciosos.

Cheguei até a caminhonete de Julio, subi no estribo e fiquei paralisado ao ver que o primo ainda olhava para o horizonte, o queixo levemente erguido para o retrovisor, mas duro, mudo e sem fôlego. Toquei, pensando em uma síncope, uma parada cardíaca, um derrame repentino. Mas não, Julio estava morno, normal, nem quente de febre, nem frio de morto. Ele parecia apenas um homem adormecido, só que no meio da estrada, com a caminhonete cruzada de ponta a ponta no asfalto, impedindo totalmente o trânsito.

Virei-me rapidamente para o sulky e o homem ainda estava do mesmo jeito! Corri para o cavalo e até o condutor do veículo: os dois estavam rígidos como Júlio Jaime. A cabeça do cavalo estava ligeiramente voltada para trás, mas os olhos eram duas bolas brilhantes e duras, o focinho sem fôlego e o corpo quente, como se tanto o cavalo quanto o cocheiro da charrete tivessem acabado de morrer sem cair, sem perder o seu fulgor vital, nem as cores, assim como Julio, como se estivessem simplesmente adormecidos, mas de olhos abertos.

Dei marcha ré, e voltei o caminho até achar outra saída. Acelerei e cheguei em vinte minutos até San Fernando de Catamarca. Desesperado, driblei com a kombi todos os corpos sem movimento, congelados, que pareciam ter querido cruzar a rua San Martín em algum momento. Desviei de dois carros e um ônibus que ficaram largados e não parei até chegar na Plaza San Martín.

Mais o que vi foi mais do mesmo panorama desolador. Não pensei duas vezes e entrei no primeiro posto de gasolina; enchi o tanque, e ainda peguei duas latas de vinte litros cada uma com combustível extra - não houve movimento algum para impedir que o fizesse, e não havia ninguém a quem pagar -, antes de iniciar uma corrida louca para ou sul, em direção a Córdoba ou até Buenos Aires se fosse necessário, ou para qualquer lugar onde encontrasse um ser humano que falasse comigo e pudesse me contar o que havia acontecido.

Mais uma vez nas Salinas Grandes, e ao longo do caminho, não havia cruzado com ninguém, exceto um carro parado, também com três pessoas duras e mudas dentro.

Ao chegar ao cruzamento da Chumbicha, um condor em posição de levantar voo, mas como grudado no asfalto, bloqueou minha passagem e tive que descer do acostamento. Ao lado do condor, uma mala aberta no meio da estrada chamou minha atenção. Saí da kombi, enxuguei a transpiração e limpei a poeira da estrada. Com o sol já atingindo seu zênite, calculei que o calor seria de cerca de 45 graus Celsius, pelo menos.

Debaixo de um arbusto espinhoso, quase sem sombras sob o raio do sol selvagem do meio-dia, um velho de barbas compridas e uma bengala retorcida olhou para mim. Ele não estava duro e não parecia adormecido, mas não consegui arrancar uma única palavra dele. Dentro da mala, um tubo de alumínio atraiu minha curiosidade. Abri, junto com duas notas de cem dólares de um verde desbotado, um pedaço de papelão, fiquei mais curioso e pensativo. Em letras vermelhas, uma longa frase:

          “Chegará o dia em que vocês falsos profetas, seus falsos moedas e seus ditos mentirosos que hoje enchem os ouvidos de todos, calarão; um dia em que todos se tornem mudos, fiquem parados, petrificados, sonhando com girassóis, com campos amarelos e laranjas, onde a ganância dos poderosos não os afetem".

Uma voz quase inaudível saiu nesse instantaneamente da boca do velho de bengala e barbas compridas. Abaixei-me para ouvi-lo melhor e o velho repetiu algo que não compreendi; e ele fechou lentamente os olhos até ficar imóvel e mudo, assim como a multidão de manequins que vira pela cidade e os campos. Dobrei meu corpo sobre o dele e perguntei:

– Você está dormindo ou se sentindo mal? -

– Eu estou dormindo, mas também estou morrendo- respondeu o velho com um sussurro quase inaudível.

– O que aconteceu com todas aquelas pessoas duras e mudas? E você se sente bem? - insisti.

– Estou dormindo, não me acorde, deixe-me morrer assim! - O velho respondeu, largando o cajado comprido e nodoso, que me lembrou o cajado de Abraão que eu havia visto em uma Bíblia ilustrada.

– Você sente alguma dor? -, continuei insistindo.

– Não sinto nada, estou dormindo e me sinto bem, não há dor.

- Mas estou morrendo-, respondeu o velho, cada vez mais pálido, apesar de sua tez fosca queimada pelo sol de Chumbicha e pelo frio do inverno nas Salinas.

– Responda senhor, sabe o que aconteceu com todos? O que houve com você? Por que você estava bem até agora mesmo e agora está morrendo? -.

– Estou bem-, e a voz do velho passou de um sussurro inaudível para um som cavernoso, espesso e estrondoso que me fez estremecer e me deu arrepios por todo o corpo.

– Você está acordado ou dormindo? - disse a ele, recuperando-me do terror.

– Eu estava dormindo, você me acordou, mas agora estou ... morto-, e a voz, cada vez mais áspera e forte, oca, retumbante do velho, fazia arrepiar todos os cabelos da minha nuca.

A voz do velho, que antes era fraca e inaudível, agora parecia vir de longe, como de uma caverna no fundo da terra. Sempre me considerei um homem forte e corajoso, mas não pude reprimir um quase desmaio causado pelo medo que essa voz do além-túmulo me causou.

Aterrorizado, deixei o velho agachado e sai correndo, mas logo depois me arrependi; voltei e o estiquei na grama esparsa e salgada. O corpo do velho ainda estava quente e sem a crescente rigidez do cadáver que já era.

Um carro passou nesse momento a mais de 180 por hora, e demorei um pouco para perceber que aquele era o único sinal de vida ativa, além do velho e de mim, é claro, que eu havia notado nas últimas cinco horas.

Até parecia lembrar, antes de voltar para a kombi e ir para o sul, em direção a Córdoba ou Buenos Aires, que pintado no porta-malas do carro que passava se via um girassol amarelo. É a última coisa que lembro antes de desmaiar.

 

Tudo isso aconteceu há cerca de oitenta e oito ou noventa anos atrás, mas me pergunto se não foi um sonho recente. Um retalho das minhas memórias que passou pela cabeça nas últimas dez ou doze horas desde que morri. Ou não será, talvez, um vislumbre da minha última consciência, algo perfeitamente explicável fisicamente? Não estarei um pouco vivo ainda? Não estará minha mente, ou meu cérebro, trabalhando ainda, em algum pequeno lugar escondido que os médicos não viram quando assinaram o atestado de óbito?

Sou testemunha de como a ciência avançou, é claro, para o bem e para o mal durante os anos da minha longa vida. Mas, terá resolvido o mistério da morte? Saberá o cientista o que acontece nos últimos minutos de uma vida?

Mas escuto um barulho da multidão chegando ao cemitério. Vêm sozinhos e sem os seus mortos. Estou totalmente morto? Será que não existe ainda uma projeção da minha consciência que abra uma fenda nas veredas da morte? Será que não tenho direito à ressurreição?

 FIM

P.S.

Entre as muitas variedades das Salinas catamarqueñas, e entre todos os cactos do planeta, nenhum fica maior do que o cacto-elefante. Conhecido no México como ‘cardón gigante’, essa espécie cresce até uns 20 metros e uma única planta pode pesar até 25 toneladas, com seus troncos grossos e muitos galhos. Apesar do seu tamanho, o cacto-elefante é muito sensível ao frio, especialmente às geadas, uma característica que limita o território onde ele é encontrado. A região onde ele mais cresce, além do sul de Catamarca, é a península mexicana da Baixa Califórnia, onde suas flores que abrem à noite e atraem uma espécie de morcego polinizador. Seus efeitos narcotizantes também são notáveis.

 

 

Homem! Presta atenção!

O que a meia-noite profunda diz?

"Dormi, dormi -

De um sono profundo, acordei: -

O mundo é profundo

E o pensamento ainda mais profundo do que o dia

Profunda é a sua dor -,

alegria - mais profunda ainda do que o sofrimento.

A dor diz: passe!

Mas toda alegria quer eternidade,

- Ele quer uma eternidade profunda, profunda!".

Friedrich Nietzsche