sábado, 27 de junho de 2020

Juan M. Fangio, campeón de Fórmula 1, secuestrado por el Movimiento 26 de Julio.

Revista Bohemia

Juan Fangio, campeón de F.1, 

secuestrado por el  

Movimiento 26 de Julio de Cuba.

Dicen que el argentino Juan Manuel Fangio, uno de los automovilistas más famosos de la historia de la Fórmula Uno, vivió un secuestro en Cuba que le pudo haber salvado la vida. Era el domingo, 23 de febrero de 1958, y el quíntuple campeón del mundo de Fórmula Uno había sido invitado a participar en el 2º Gran Premio de Cuba por el gobierno de facto del dictador Fulgencio Batista.
Fidel Castro — el líder del Movimiento 26 de julio, la guerrilla legendaria que se había establecido en las montañas selváticas de la Sierra Maestra— ya aparecía en toda la prensa internacional como un factor de inestabilidad revolucionaria en la isla, que para aquella época era un enclave turístico y comercial en las manos de la mafia ítalo-estadounidense.
El mundo ya había puesto sus ojos en Cuba cuando, tan solo un día antes de la carrera programada, un comando del 26 de julio asaltó el Banco Nacional de Cuba y, en vez de expropiar dinero para las acciones revolucionarias, incendió una pila de cheques.
La lucha de los jóvenes barbudos castristas en contra de la miseria, la represión y la intervención estadounidense, que había convertido a Cuba en un antro de corrupción, prostitución y drogas, tenía cada vez más eco entre los cubanos y resonaba por el mundo.
La carrera de coches, que iría a ocurrir en el Malecón de La Habana, contaba con los mejores pilotos del planeta, era la maniobra que Batista, presionado por su creciente impopularidad, para cambiar la atención de la población y la mirada internacional. Pero también era una oportunidad perfecta para que el 26 de Julio y Fidel Castro pudieran denunciar la  tiranía de Fulgencio Batista.
Pero los planes del gobierno fueron contrariados aquel domingo 23 de febrero de 1958 por un jovencito delgado y alto que usaba al nombre de combate de El Chueco— Disculpe, Juan, va a tener que acompañarme, le dijo El Chueco al piloto argentin,o en pleno lobby del Hotel Lincoln de La Habana, donde Fangio estaba hablando con sus mecánicos.
El joven, Manuel Uziel, apuntaba con su arma al argentino, que con aparente calma lo siguió y subió a un auto con el guerrillero.
Finalmente, al día siguiente, lunes, la carrera se hizo, aunque sin Fangio. Pero ocurre que hubo un accidente y murieron seis personas; otras 40 resultaron heridas.
— Me hicieron un favor—, dijo Fangio después del secuestro.

Un hotel de 90 años

Sesenta y dos años después, el hotel Lincoln, reparado para celebrar sus 90 años de fundación, muestra en las paredes del salón principal pinturas de varios artistas cubanos dedicadas al argentino, y algunas fotografías de la época que relatan el secuestro. En una de ellas aparece Fangio durmiendo enrollado entre varias sabanas.

Vueltas por el Vedado

Después que los secuestradores del comando dirigido por Oscar Lucero, salieron con Fangio en tres coches, se dirigieron a la casa #160 en la calle 22 del distinguido barrio de El Vedado, que había sido alquilada por los guerrilleros para la primera noche, pero por fin solo se quedaron media hora en él, pues decidieron a último momento cambiar de lugar para garantizar una mejor protección de la operación. Y se fueron a otra casa, todavía existente hoy, que tiene un pasillo lateral que no se ve a simple vista desde afuera, y que da a la calle de atrás de la residencia. Eligieron esa casa para poder escapar rápido por esa salida oculta en caso de ser descubiertos.
Pero tampoco se sintieron seguros en esa segunda casa, y fueron, en los mismos vehículos, y por increible que pueda parecer, con las ventanillas abiertas, paseando al mejor piloto del mundo secuestrado, a otra casa, la tercera en una misma noche, en el sector del Nuevo Vedado.
Según cuenta el periodista argentino Santiago Senén González, "en el traslado no le vendaron los ojos (a Fangio), por lo que pudo ver hasta el número de la casa". "En el nuevo destino había mucha gente que festejaba el éxito de la acción armada; algunos pedían autógrafos al campeón que, sin nada que temer, se atrevió a comentar que no había cenado", escribió Senén. Y entonces le dieron de cenar papas fritas con huevos.
En esa tercera casa, la del número 42 de la calle Norte en Nuevo Vedado, una de las zonas más elegantes de la ciudad, existe una plaquita que dice: "En esta casa fue escondido Juan Manuel Fangio, campeón argentino de automovilismo".
En la residencia donde durmió Fangio, hoy se venden bolsas de hielo. Pertenece a Yamilé del Vallín, de 56 años. El ya fallecido padre de Yamilé, don Jesús del Vallín, fue miembro del Movimiento 26 de julio y si bien no actuó de modo directo en el secuestro del piloto argentino, más tarde militó junto con Faustino Pérez —uno de los líderes de la operación— en la lucha clandestina contra Batista.
Hasta la casa del tío del Che Guevara
Santiago Senén González cuenta que después de la carrera, y ya con su objetivo cumplido, los guerrilleros no sabían cómo liberar a Fangio, uno de los momentos más arriesgados de ese tipo de operaciones, sin que corrieran riesgos. "El temor provenía de la posibilidad de que la gente de Batista matara al corredor para culpar y así desprestigiar a Fidel Castro", cuenta el periodista argentino.
Por fin se decidieron a contactar al embajador argentino, que casualmente era el tío de Ernesto Che Guevara, don Raúl Guevara Lynch.
A eso de las 11 de la noche los guerrilleros fueron hasta la residencia de Mario Zaballe, el agregado militar de la embajada argentina,  donde el Movimiento 26 de julio y Raúl Guevara Lynch habían acordado la entrega, en el edificio #20 de la calle 12 del Vedado, piso 11º A, donde hoy se encuentran dos torres de veinte pisos de una de las residencias estudiantiles de La Habana, aunque el departamento en el la guerrilla entregó a Fangio todavía pertenece a unas familias particulares.
Francisco Fuentes, que vive hasta hoy en ese mismo local, recuerda que todos los días 24 de febrero de cada año, Arnold Rodríguez, el hombre que entregó a Fangio a la embajada, venía a su casa y se tomaban un té en la ventana, conversando sobre el hecho. 
Cuenta la historia que el guerrillero Arnold Rodríguez y Juan Manuel Fangio terminaron siendo grandes amigos después del secuestro, y que el piloto volvió a visitar la isla varias veces después del triunfo de la Revolución Cubana. Contaba Arnold Rodríguez que, cuando llegó Fangio con los guerrilleros, los diplomáticos argentinos se quedaron muy tensos, pero Juan Manuel Fangio les dijo: "Estos son mis amables secuestradores, mis amigos secuestradores".

JV. La Habana, agosto de 2020.


Ressuscita-me.

Resultado de imagen para indios habitantes de la patagonia ...


Ressuscita-me
Os dois primeiros impactos foram no ombro e no antebraço esquerdos. Foram de raspão e não sentiu muita dor. O braço direito segurava bem a metralhadora e descarregou um pente inteiro contra as sombras, apoiado numa árvore grossa.
O terceiro impacto foi no peito. Mas nem ouviu o barulho do tiro porque ficou surdo de repente. As luzes de dois holofotes se acenderam, deixando esse pedaço da floresta de um branco leitoso que não permitiam sentir a dor, nem pensar em mais nada.
Se deixou deslizar pra baixo e por atrás do tronco, e aí começou a viagem:
- Isso mesmo foi o que escrevi amanhã de manhã, repetia. Foi isso, sim, porque já tinha pensado nisso várias vezes o ano que vem. E se lembrava de Johnny, o personagem de Cortázar em "O Perseguidor", aquele que tocava o sax: -Já toquei isso amanhã, repetia Johnny, que dizia ter descoberto algo que ele -Juancito, agora no meio do tiroteio-, já sabia bem antes que Cortázar, que o tempo é elástico e tem rugas; o tempo tem uma quarta dimensão com dobras, e às vezes o passado se junta numa curva com o futuro, e então se produzem alterações que podem ser fatais.
E enquanto Juan caia e as luzes se aproximavam mais dele, e já ouvia as botas quebrando galhos secos a menos de cem metros, viu a tia Gringa cevando um mate doce e don Samuel oferecendo-lhe pão caseiro, e por fim chegaram as botas e sentiu o frio gelado da ponta de uma pistola apertando-lhe a témpora, e um estouro que esparramou suas ideias e lembranças pela floresta fria, e seus sonhos se espalharam entre as árvores, sua imaginação semeou as folhas amareladas e os cogumelos, seus melhores desejos de paz e amor viraram pó de estrelas que cobriram a relva entre as plantas, e suas fantasias lhe trouxeram de volta a Roberta, seu amor inconcluso, seu sonho recorrente.
Foram embora as fardas e as botas, mas antes soou uma voz marcial mandando cavar uma fossa e largar o corpo aí mesmo, que não se merece mais nada esse vermelho de merda.
Mas os pensamentos se rejuntavam aos pouco; as ideias refloresciam entre as árvores; a fantasia tomava corpo em meio aos pássaros selvagens
E lembrou direitinho de suas aulas de botânica e zoologia no Colégio Dean Funes, e do professor Rodríguez, que contava que, mesmo num território pequeno, o menor da Argentina, a província de Tucumán com menos de 1% da superfície do país, habitam nela mais de 50% da avifauna nacional, numa rica gama de ambientes, que vão das paisagens secas chaqueñas até a selva húmeda subtropical e da planície até alturas superiores aos 5000 metros.
Lembrou Juancito de cada aula, das suas notas nas provas, e do nome de cada pássaro que agora recolhia suas fantasias, e de cada bichinho que pegava seus pensamentos, seus ideiais e convicções mais profundas. E voavam as aves yungueñas, a paloma nuca branca, os guacamayos, o chiripepe da Yunga, o loro alisero, o picaflor de testa azul, o pijui alaranjado, e o mirlo das águas.
Alguns mamíferos das Yungas tucumanas corriam, levando cada um uma bandeira vermelha, voava alto o morcego hocicudo, o esquilo vermelho "nuecero", o agutí avermelhado, o cuis serrano e o huemul do norte. E numa manifestação barulhenta se juntavam às mulheres e homens do povo, aos índios e mestiços, aos netos e bisnetos de negros escravizados na cana de açúcar, aos netos e bisnetos dos Mapuches e Tehuelches roubados dos seus pais mortos na Patagônia, na chamada Conquista do "Deserto" e levados para cortar cana em Tucumán.
E dentre esses espíritos de carne e osso, apareceu seu bisavô José Jaime, filho de Mapuches e neto de Tehuelches, homem macho e educado, forte e gentil, capaz de quebrar o queixo de um atrevido que tentou se fazer de engraçadinho com a professora da escola de Piedra Blanca.
Apareceu o velho índio e lhe deu a mão, levantou o corpo sujo e ensanguentado de Juan e o limpou com toda a paciência. E Juancito, que também pensava e sonhava em português, em espanhol e em russo, começou a cantarolar baixinho, sem pressa: 

"Ressuscita-me
Ainda que mais não seja
Por que sou poeta
E ansiava o futuro
Ressuscita-me
Lutando contra as misérias
Do cotidiano
Ressuscita-me por isso
Ressuscita-me
Quero acabar de viver o que me cabe
Minha vida
Para que não mais existam
Amores servis
Ressuscita-me
Para que ninguém mais tenha
De sacrificar-se
Por uma casa, um buraco
Ressuscita-me
Para que a partir de hoje
A partir de hoje
A família se transforme
E o pai seja pelo menos o universo
E a mãe seja no mínimo a Terra
A Terra, a Terra"

J.V. San Miguel de Tucumán, agosto de 2024.
Minha humilde homenagem ao primo Jorgito Bustos e a tantos companheiros, certos ou equivocados, caídos em combate na luta revolucionária. E aos milhares de Tehuelches, Pampas, Mapuches e Ranqueles, que tiveram suas terras roubadas pelo exército argentino, seus chefes mortos, e seus filhos sequestrados e escravizados em 1879.

quinta-feira, 25 de junho de 2020

Mar del Plata, la Perla del Atlántico, 1959-1963.



                                                                                  



Mar del Plata, la Perla del Atlántico, 1959-1963.

           "El socialismo democrático, el socialismo de verdad, la obra de Bonzini, Lombardo  continuará.                  
           Por Lombardo, por Lombardo, marplatense votará".

Los acordes del jingle llegaban por la radio de la Estanciera del trabajo de papá, y Graciela y yo la repetíamos mientras él nos llevaba de la escuela al Barrio La Perla.
Habíamos llegado a Mar del Plata a fines del 58, después de un corto período en San Martín, Gran Buenos Aires.
Nos instalamos en un hermoso chalet de piedra y ladrillos, en una esquina de la calle XX de Septiembre, en el número 101, haciendo cruz con el monumental Hogar Unzué, donde poco después nos prepararíamos para la primera comunión.

La Hermana Ethel nos guiaba espiritualmente, lo que debe haber sido toda una ardua tarea evangelizadora, y no solo catequizadora ya que, yo por lo menos, seguía con la cabeza más en el Cisco Kid, el Llanero Solitario, RinTinTín, y siempre tomado el partido de los indios, y de mi nuevo ídolo, Patoruzú, el cacique de media Patagonia.
El barrio La Perla viene con los recuerdos inseparables de Mónica y Carlos Chavez, amigos y hermanos de nuestra primera infancia. Graciela ya había tenido una amiguita, mayor que nosotros, Raquel, de la que mi mamá se inspiró al llegar la otra hermana, una decada después, ya en Córdoba. Pero yo, no, yo era huraño y sin ningún amigo hasta llegar a Mar del Plata y conocer a los Chaves, y a Perlita, claro.
Mónica y Carlos, hijos de dos hermosos padres -él español con seguridad, de ella no me acuerdo-, eran trabajadores y llenos de humor. De los dos tipos de humor, digamos, ya que mientras la mamá era más alegre y divertida, el papá era más serio y a veces malhumorado. Pero bueno, yo era nieto de don Victoriano Unzaga, que solo se reía y conversaba durante horas conmigo, así que no me iba a andar preocupando mucho con esas cuestiones de humor.
Graciela jugaba con Mónica -todos los días, las 24 horas y a veces un poco más-, mientras Carlos y yo nos dedicábamos a la exploración de las terrazas de las casas vecinas que en la larga temporada de otoño e invierno estaban vacías y sin ningún tipo de protección contra los intrusos como nosotros, que saltábamos de los terrenos baldíos a los patios, subíamos a los techos y nos quedábamos horas conversando de quién sabe qué, debajo de los tanques de agua de las casas sin ocupantes.
Muchas veces el grupo femenino y el masculino se juntaba, en una época en que el bullying no era políticamente incorrecto y nuestra amiga Perla, - hija de un gordito simpático y rubicundo, plomero de profesión, del cuál ella había heredado las mejillas rojizas y los rulos en cantidades- era nuestra víctima preferida para las bromas más o menos pesadas.
La más famosa, inolvidable, fue la que planeamos durante días seguidos con Carlos, y que culminó con un pulpo en la cabeza de la pobre Perla, y por la que nos merecimos una bronca completa y retos en secuencia, primero de don Chaves, después de doña Chaves, más tarde de mi papá (en este caso, acompañada de un par de tirones de orejas y coscorrones, a mí, claro), y mi mamá, además de la bronca culminante del papá de Perla.
Santo remedio: nunca más cometimos el pecado del bullying, aunque el aquellas épocas primitivas poco y nada se supiera del tema. La pedagogía de la época lo resolvía todo bien rápido y, además, definitivamente.

La otra gran anécdota foi el día en que, después de horas de alegre tertulia y edificantes lecturas del Billiken y el Patoruzito, Carlos Chaves decidió invitarnos a Graciela y a mí a cenar esa misma noche en su casa, a pocos metros de la nuestra.
Nos bañamos y perfumamos, nos peinamos y vestimos la mejor ropa de fiesta y salimos, ante la mirada todavía desconfiada de mi mamá: - Están seguros que los invitaron y que los padres saben?.
Bueno, y nos fuimos nomás: era una época en la que los chicos de 9 y 7 años podían salir tranquilos y caminar al anochecer, sobre todo si iban cerca y a la casa de amigos.

Ocurre que, apenas pusimos pie en el jardín de la casa de los Chaves y empezamos a subir las escaleras que llevaban al hall, vimos por las amplias ventanas las siluetas de don Chaves y de Carlitos, uno -el mayor- dándole sistemáticas palmadas en el trasero al menor.
El tiempo pasó lento, pero Carlitos salió a la puerta y, con una lágrima todavía colgada de un ojo, nos mira y nos dice:
- Esteeeee, (era costumbre de mi amigo Carlos empezar casi todas sus frases con "esteeee", aparte de pedir permiso y dar las gracias cada diez minutos), bueno, chicos, vamos a dejar la cena para otro día? Mi papá está un poco nervioso hoy!. Pobre Carlitos, la cola le debía estar ardiendo todavía, pero tuvo la entereza suficiente para explicarnos con toda calma los motivos del cancelamiento irremediable.

Mónica era la dueña de la carita más ingenua y dulce de la que me acuerdo en toda mi vida. Mi papá solía decirle "Mónica, la santa", porque realmente su mirada era de estampita. Y de vez en cuando, para recordarles a ambas niñas que tenían que portarse siempre bien (conmigo ya estaba resignado), les decía que "una manzanita podrida contagia a las otras" y se reía con su risa ancha y contagiosa.
Años felices los de La Perla, Mónica, Carlos, los Chaves y la Perlita.
El Hogar Unzué quedó poco después para atrás, cuando a mi papá lo mandaron a un departamento en la calle Tucumán, esquina con San Martín, en pleno centro, y allá nos fuimos, a oler el perfume de los Havanna.
Luego llegó Alfredo, y nuestra historia siguió tejiéndose, entre helados Laponia y cafés y chocolates Águila.
Años dorados, los años 60.


JV. Catamarca, abril de 2024.


domingo, 21 de junho de 2020

"LA CASA DE LOS MIL CUERPOS". CUENTO DE SAMUEL RODRÍGUEZ:






CUENTO DE SAMUEL RODRÍGUEZ: 

«LA CASA DE LOS MIL CUERPOS»

A los desaparecidos de ayer y hoy; su memoria vive en nosotros como una flor imposible.
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer

La persona que amas puede desaparecer
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer.
Charly García
Los dinosaurios
¿Aqué huele el color negro?, preguntó Felisa con interés. Dormían juntos por primera vez en su vida, era también la última; la muerte los observaba desde una bodega cercana. 
El calor infernal del atardecer ya se precipitaba sobre ellos. La habitación era una de las pocas en la ciudad que gozaba de un sistema de ventilación central. La mujer recordaría durante mucho tiempo aquella brisa milagrosa. Este sería su último recuerdo agradable. La luz de la tarde se enredaba amorosamente en el viento fresco que salía del sistema de ventilación mientras el ensueño de ambos se fundía en un abrazo cálido y refrescante al mismo tiempo. Vivían una mini edad de oro, tan efímera como inolvidable. 
El hombre se levantó de la cama. –Tengo que dejarte –le dijo–. David ha muerto, debo buscarlo. Felisa tomó el comentario como un exceso poético, se echó la sábana encima y durmió profundamente al amparo de las dulces oleadas del viento. Afuera el mundo ardía en toda su furia. Horas después salió de la habitación, parecía la última noche del mundo. Una vaga congoja le subía por el cuerpo, el sabor del hombre aún duraba en su boca. La ciudad estaba habitada por un extraño silencio. 
Días antes, el ejército había acribillado a mil ciento cuarenta y tres estudiantes que protestaban contra la dictadura y contra las mineras. La muerte de los estudiantes gravitaba en las calles recién lavadas. Felisa no lo sabía, pero cada paso lo daba sobre el alma acribillada de cientos de jóvenes que aullaban desde sus tumbas y a los que solo unos pocos oídos humanos podían escuchar. El ejército había mandado cubrir las manchas de sangre con mantos color negro que envolvían la totalidad de dos plazas aledañas a Congreso y decenas de comercios o cafés donde comúnmente se reunían los estudiantes. El aire olía a sangre fresca.
Pasaron tres días antes de que a Felisa la atacara una furiosa angustia asesina. “David ha muerto, debo buscarlo”, la frase cobró su verdadero sentido. El hombre no iba a buscar a su amigo en la morgue, o en algún hospital, iba a matarse o hacerse matar para buscar a su amigo en lo hondo de la muerte. Felisa tembló, el día rompió en una lluvia infeliz que parecía un llanto vivo.
Desde aquel día Felisa buscaba lo imposible. La ciudad y su penumbra impuesta le enseñaban los dientes como una perra harta de la carne de sus hijos. Sin noticias del hombre, a quien recién conocía, debía encontrar la manera de saber si había o no descendido a la muerte. Vagó por la ciudad, era pleno mediodía, sin embargo, las miles de telas negras con las que el gobierno de la ciudad cubría las ejecuciones y en ocasiones las anunciaba, dominaban el paisaje. Largas cortinas oscuras eran agitadas por el viento y lamían como una lengua perversa los rostros de la gente que pasaba por las banquetas.
Si uno pudiera hacer perceptibles las palabras, encontraría que algunas de las más cruentas y misteriosas se hacían visibles en aquella ciudad desgraciada. La palabra atroz aparecía en una esquina en la que aún estaban tirados varios dedos, escondidos detrás de una tubería de desagüe, arrancados violentamente debido a la explosión de una granada. La palabra asfixia se deletreaba en cientos de rostros que fueron depositados en la morgue, rostros de jóvenes estudiantes que murieron sofocados mientras eran llevados a una cárcel temporal en un autobús sin ventilación. La palabra malestar se revolvía furiosamente en el vientre de la ciudad, enfermando a todos sus habitantes. La palabra incertidumbre palpitaba en los labios de Felisa. Y sobre todo la populosa palabra muerte habitaba en las calles cubiertas con pesadas telas negras y se rebelaba como una araña lista a infectar al mundo entero. 
Las autoridades tomaron una decisión extrema: ante los continuos escapes de disidentes y rebeldes al amparo de la noche, la ciudad quedaría sellada. Un gran domo de gruesa tela negra cubriría la totalidad del cielo. Las calles serían alumbradas todo el tiempo por luces artificiales, los ciudadanos debían además pasar un reconocimiento de rostro y huellas digitales al entrar y salir de sus casas. Las telas envolvieron la ciudad como un sudario maldito, la oscuridad se hizo dueña de los pensamientos, no había sitio para la luz ni para otras sombras que no fueran las que las luces artificiales proyectaran perversamente sobre las banquetas muertas. Un par de estudiantes intentaron perforar las gruesas telas que servían de domo, se dice que querían ver las estrellas. Los chicos fueron ejecutados y sus cadáveres expuestos en una plaza pública como escarmiento y advertencia.
Nadie sabía cuánto duraría el domo de tela, los ciudadanos intentaron continuar con sus vidas. Había vendimia en la calle, los profesores acudían a clase, los cafés seguían abiertos, los jardines intentaban florecer sin necesidad del sol. Todo se hacía en el más triste de los silencios. La ciudad por fin estaba en orden, quieta, en paz; nada rompía la armonía negra impuesta por el domo de tela. Los pequeños grupos de resistencia fueron rápidamente ubicados y desaparecidos, “pérdidas ocasionales” era el nombre oficial con el cual el gobierno de la ciudad definía los operativos de represión. Solo el corazón de Felisa se revolcaba en una secreta rebeldía.  
El aliento infernal del domo de tela caía sobre el espíritu de la gente, nadie hablaba más de lo necesario. Felisa no dejaba de pensar en el hombre, recordaba la frescura de aquella tarde y sus células explotaban de impotencia. Sabía que debía buscarle en lo profundo de la muerte, ahí donde se revolcaban las voces adoloridas de miles de jóvenes asesinados con el grito de la libertad atorado en la garganta. La mujer entendió que su vida no podría continuar a menos que lo encontrara; luego podría pensar en la libertad, o en la justicia, o en la eterna noche del domo, o en la música asesina que brotaba de las bocinas públicas anunciando las horas del día. Entendió también que no había infiernos a donde descender; extrañamente, los ciudadanos mismos habían elegido este infierno. Tuvo miedo, tuvo amor, tuvo muerte, tuvo coraje; sus ojos se encendieron, parecían lo único vivo, el único punto luminoso a donde la sombra del domo no podía penetrar. 
“La casa de los mil cuerpos” fue establecida luego de la ejecución y muerte pública de los dos estudiantes que intentaron perforar el domo de tela. El gobierno de la ciudad notó que cada día aparecían flores, veladoras, leyendas literarias, poemas, osos de peluche, corazones de papel y todo tipo de muestras públicas de cariño ante los cuerpos de los jóvenes. Cuando los retiraron y los restos fueron enviados al cementerio, los corazones de papel, osos de peluche, poemas, leyendas literarias, veladoras y flores seguían apareciendo en las tumbas. El gobierno dedujo que si no convenían los vivos menos convenían los mártires, así que instituyó un plan para no matar ni dejar vivos a los rebeldes y así fue cómo nació La casa de los mil cuerpos. Era una larga y húmeda bodega mal iluminada allá por el rumbo de Banfield en donde el eco de todas las enfermedades del mundo resonaba en cada grito o susurro. Mediante experimentos, científicos oficiales idearon una inyección que mantenía a los rebeldes capturados en un estado de tránsito en el cual ni morían del todo, ni vivían. Los cuerpos se apiñaban en grandes pasillos como si fuese una extraña biblioteca viva. Los etiquetaban en la frente con las iniciales y la fecha de captura y ahí quedaban, confiscados para siempre, muertos vivos, o vivos muertos o moribundos eternos. La casa de los mil cuerpos ni siquiera estaba vigilada, nadie se atrevía a entrar. 
Aquella bodega era de los únicos sitios donde el calor se replegaba, era un frío distinto el que ahí se sentía. Felisa no pudo evitar recordar el viento fresco y luminoso de aquella tarde en el hotel. Este frío era, sin embargo, un frío de muerte. Recorrió las galerías tímidamente, un aroma a fatalidad envenenaba el espacio. Breves rumores adoloridos surcaban el instante, eran murmullos casi imperceptibles que se filtraban entre los dientes de los vivos muertos;  eran sonidos indefinibles, breves abismos insondables que surgían de lo profundo de aquellos quienes no tuvieron cómo resistir a la desgracia. La mujer caminaba en silencio, abrumada por la aparición del horror. Buscaba al hombre; caminó durante horas tanteando con las manos esas caras congeladas en la eternidad de la nada. Las galerías se multiplicaban hasta el infinito, los estantes se elevaban hasta el techo del lugar conteniendo eso que en otro tiempo había sido la vida de miles de jóvenes ahora atrapados en una muerte discontinua que nunca más les abandonaría. A Felisa le faltó el aire, tanto que se detuvo a reposar en una lejana galería llena de mujeres desnudas. Apreció sus rostros, acarició sus cabezas, notó que una de ellas se aferraba a un pedazo de papel. Tomó el papel, decía un nombre: “Marcos Andrés Rojas”. Felisa colocó cuidadosamente el papel entre las manos de la mujer y lloró con ella la derrota de ambas. El amor sucumbía ante el terror del tiempo. Intervalos de llanto y espasmos enfermos vaciaban su espíritu maltrecho, no había nada más que muerte en vida, cada cuerpo era una cárcel eterna que no dejaba morir ni vivir a los jóvenes, cada cuerpo era un instante incierto, una ola de amor contenida en esos frascos estúpidos que ven pasar el mundo desde su quietud insana.
Felisa cayó de rodillas, no estaba vencida, era algo más: estaba desposeída. A su alrededor, los murmullos incomprensibles de los vivos muertos sonaban como una frágil poesía mortecina que parecía ser todo lo que la vida podía pelearle a la muerte en aquel tiempo infecto. Recogió los papeles que algunos de los moribundos tenían en la mano; la mayoría eran nombres, nombres propios que parecían tatuajes en el cuerpo indómito del tiempo que atraparían silenciosamente el dolor de una vida arrebatada por un rencor inaudito. Los leyó en silencio: Ana, Marcelo, Pedro, Ismael, Tony. Había otros con frases cortas y penetrantes: “Te espero en la muerte”, decía uno, “mátame”, decía otro, “no te perdono”, decía uno más. Felisa no entendía en que momento fueron escritos, pero estaban ahí, cerrándose en un puño a veces de ira, a veces de cruel esperanza desahuciada. De pronto se sintió una usurpadora, no tenía derecho de arrebatarles su único vínculo con la vida. No recordaba a cuál mano pertenecía cada papel. Lloró de angustia; fue colocando los papeles al azar, resignada a que la desgracia de unos era la desgracia de todos, entendiendo también que el amor de uno, era el amor de todos.
Estaba agotada, durmió largas horas con el aliento de la muerte respirando sobre ella. Lo que debía ser el alba ya se anunciaba fuera del domo. Despertó sin ánimo, recorrió por última vez en el día las galerías en busca del hombre. Caminó durante horas, al atardecer abandonó la bodega subyugada por todos lados. Volvió a su casa, la oscuridad y el silencio de la noche sin fin se sentían hondamente por las calles. El color negro reinaba incontestablemente. 
Regresaría a La casa de los mil cuerpos al día siguiente y así durante nueve años más, hasta que una mano perdida entre los cuerpos y una brisa que nunca supo de dónde venía le harían recordar la mano del hombre. Solo hasta entonces dejaría de buscarlo.

quinta-feira, 11 de junho de 2020

Crônica de um Genocidio anunciado em dois atos. A tragédia. 3ª parte. O desenlace.




Crônica de um Genocidio anunciado em dois atos.
A tragédia.
3ª parte. O desenlace.

O capitãozinho se considerava um atleta desde antes de entrar na academia militar, ainda no ginâsio: campeão de cuspe à distância, arrotos depois do almoço e concursos de ventosidades, além dos campeonatos de punheta livre, claro. Quando não levava medalha de ouro era prata, sempre.

Mas algo faltava na sua vida, e mesmo depois de ser expulso da corporação que tanto amava por insubordinação, ainda sonhava com ser um ditador fardado. Até que um dia aconteceu, de tanto chamar com extremo afinco o Satanás para pedir ajuda, que o Mau decidiu aparecer-lhe ao anoitecer, na solidão do seu quarto, bem na hora em que praticava sua sesão de fantasias guerreiras.

–– Eu posso te ajudar a resolver esses problemas todos que você tem, e a alcançar teus objetivos; rápido, muito rápido- trovejou a voz cavernosa, a poucos centímetros atrás do capitão-deputado. Valente, decidido, treinado para as duras batalhas contra as hordas populares e os prisioneiros amarrados, o futuro Pequeno Ditador escondeu bravamente seu pavor. 
Lúcifer nem notou a gota de suor frio que desceu pelo pescoço e humideceu a camisa branca, nem a poça amarelada que se formou no chão quando o capitão-deputado girou o corpo e o encarou com toda a firmeza marcial e o frio olhar de guerreiro que treinava a diário em frente ao espelho.

–– E quem é você? E o que vem me ofrecer assim, do nada? Eu o conheço?- tinha esquecido o capitãozinho-deputado da primeira aparição do Diabo na sua vida. Na realidade sempre pensou que tivesse se tratado de um mal sonho, algo a ser esquecido, um pesadelo indigno e nada mais.

–– Não se faz de macho comigo, que aqui quem manda sou eu, e eu mesmo faço as perguntas- respondeu num rugido feroz o Mau, enquanto que o levantava, mas uma vez, pelo pescoço até a altura do batente da porta do dormitório e lhe deixava a farda toda amassada e a gravata torta, afundando o orgulhoso capitãozinho no mais profundo rancor. Vermelho de vergonha e de ódio, pede o futuro Pequeno Ditador ao Diabo que lhe faça a sua proposta e que, por favor, o ponha outra vez no chão. 

–– Ok, vou te deixar baixar e pensar. Não demore demasiado. Vou te fazer uma oferta que não vai poder recusar. Mas não vai esquecer jamais, aqui quem dá as ordens sou eu- diz o Diablo e põe lentamente no chão o capitãozinho-deputado, que trata de se refazer, envergonhado mas aliviado porque comprova que não há testemunhas. Ninguém o viu, e sua imagen de militar reto, valente e decidido não sofrerá recortes, nem poderá ser manchada a sua honra pelo humilhante incidente.

–– Sou tudo ouvidos- diz com firme voz de mando, recordando a máxima preferida da sua brilhante, contudo curta, carreira militar: “subordinação e valor”...para servir à pàtria.

–– Vou a dar a você poder de mando. Todas as tropas da nação e seus grupos paramilitares, milicianos e parapoliciais. Além do mais, vou te presentear com o medo e a subservência de todos os políticos e caciques corruptos ou a serem corrompidos; bispos e pastores beija-mãos e cardeais genuflexos, gerentes e diretores de grandes empresas nacionais e de respetáveis oligopolios; jornalistas puxa-sacos e apresentadoras de programas do meio-dia; escritores que nunca verão um prêmio Nobel e, é claro,...até o mesmíssimo STF e o congresso, com os seus mafiosos arrogantes e ambiciosos. Todos vão te obedecer e temer- tirou o Demo um cigarro acesso do bolso e deu uma chupada longa e fedida, jogando devagarzinho toda a fumaça na cara do apavorado capitãozinho-deputado.

–– Mas exactamente daqui a quinze anos e uns poucos meses vou voltar para te levar- rugiu o Diablo, cobrindo-o com uma nuvem azulada de enxofre, e o capitão-deputado teve que fazer um enorme esforço para mantener firme os esfíncteres e não sujar de vez as calças da sua amada farda.

–– Aceito. Sim, subordinação e valor, para servir à pàtria- disse com voz firme e marcial o futuro Pequeno Ditador, já quase se imaginando na pele do Genocida que sempre sonhou ser; e sorriu com seu melhor sorriso de saruê, pensando nas glorias do futuro, e esquecendo por um momento dos problemas que seus filhinhos mimados lhe causavam, se concentrando apenas na pátria que dentro de muito pouco iria comandar com mão de ferro. Passou a mão pela testa, afastando a nuvem da incômoda lembrança e se concentrou no que interessava: o poder. Poder total e absoluto.

–– Daqui a quinze anos, e mais sete ou oito meses vou passar para te levar e cobrar tua dívida comigo. Não vai esquecer nunva: você é incoerente, grosso, contraditório e pusilânime; o que na linguagem popular se chama de cagão. Isso, você é um cagão, um inepto, um ignorante e um energúmeno. Mas vai servir direitinho aos meus designios. E lembra também, capitãozinho de meia tigela- largou sem pena o Diablo ao Pequeno Dictador, sem ninhuma ceremonia nem o menor respeito- lembra como é que vou voltar; eu sempre chego pelos esgotos, assim que vai me deixando o caminho livre.

Final

A enfermeira entrou na cela  viu a cama vazia. A porta do banheiro, entreaberta, deixava ver o corpo do ancião, sentado no seu penico, com a cabeça apoiada nos joelhos e a calça do pijama caído até os pés.
Desde o vão da porta a enfermeira viu, atônita, que a pele do ancião ex-ditador estava oescura, quartejada e seca como a de uma mumia. Imaginou em seguida que o velho ditador preso estivesse passando mal. Fue acercándose devagar ao penico e tocou no ombro com cuidado.

O que aconteceu então, nunca mais vai sair da memoria de Flor, a jovem enfermeira do sistema carcelário que recém havia começado a servir na penitenciária conhecida como Cadeia Pública Vidal Pessoa, de Manaus, no Amazonas, onde o ancião cumpria uma condena a prisão perpétua. 
Apenas apoiou a mão direita no ombro do ex-ditador, o corpo todo do prisioneiro se desfez, desintegrando-se em pouco menos de três ou quatro segundos. Uma nuvem de pó, fino como o talco, se levantou em direção à janelinha estreita do banheiro da celda.

Menos de um quilo de pequenos escombros –segundo a perícia policial e médica- sobrou em torno do penico. Esse era o triste fim del tiranozinho que tentou inaugurar uma dictadura que durante dois años, de 2019 a 2021, aterrorizou o povo brasileiro, permitindo que mais de 75 mil pessoas morressem sem a mínima assistência e solidariedade ou mera empatia da sua parte.

O Pequeno Ditador, o Grande Genocida, que nunca havia sentido a mínima empatia pelo seu povo, mesmo morrendo de a milhares, como numa guerra, no ápice da sua soberba decidiu um dia de agosto de 2020 viajar aos EUA visitar seu grande ídolo, Trump, antes que fosse derrotado nas urnas pelos democratas. 
Depois de uma espera de quase uma hora e quinze, sem café nem água numa salinha secundária da Casa Branca, e assim que lançou seu tradicional "I love you, Trump" para o mandatário norte-americano, dois oficias da Interpol lhe deram voz de prisão. O Juiz Baltazar Garzón, espanhol estabelecido na Argentina, tinha conseguido que o Tribunal Internacional de Haia o julgasse por crimes de lesa humanidade.
O julgamento foi rápido e definitivo, e a condena clara e unánime: cadeia perpétua no estado que mais tinha sofrido pelo descaso do Pequeno Ditador, a Amazônia.

Quinze anos depois, o Diabo cobrou sua dívida. E foi justiça.

JV. San fernando del Valle de Catamarca. Agosto de 2020.


quarta-feira, 10 de junho de 2020

Crônicas de un genocídio anunciado. 2ª Parte. A tragédia.

None

Crônicas de un genocídio anunciado.
2ª Parte. A tragédia.

O Pequeno Ditador.

Era quase meia noite e o deputado dobrou e guardou com carinho a última peça da farda que vestia e desvestia todo dia, apenas para tirar algumas fotos no espelho e emocionar-se pensando nas glórias que não viveu, nas unhas que não arrancou, na perseguição a Lamarca que não realizou.
Estava nesses devaneios quando de repente sentiu o bafo quente na nuca e se estremeceu de terror. Na mesma hora, uma força sobrehumana o levantou pelo pescoço e o fez girar, como se não pesasse nem dois quilos, mesmo sendo um homem de quase 60 anos, idade em que a leveza da juventude já foi embora.

O Sete Peles -era ele o ser aterrorizador que o encarava com olhos de fogo e o fazia urinar-se nas calças- o manteve no ar durante longos sessenta segundos, apenas para dizer a sua vítima que a alma dela lhe pertencia para sempre e deveria obedecê-lo cegamente, sem recusas nem demoras.

A vítima do Sem Sombra, um capitãozinho reformado por indisciplina e tentativa de atentados terroristas em sua juventude, sonhava com ser um Grande Ditador. E tinha convocado o Senhor das Trevas para cumprir seu desejo. O Sete Peles -Satanás, ou Tinhoso para outros- tinha cumprido com o desejo, mas o pacto era claro e inquestionável:

–– Você não passará de um tiranozinho, e será conhecido como O Pequeno Ditador, ou então, O Genocida, embora uma denominação pareça chocar-se com a outra, mas no seu caso não: você é incoerente, contraditório, pusilânime; o que na linguagem popular se chama de cagão. Isso, você é um cagão, um inepto e um energúmeno. Mas vai servir direitinho aos meus designios.

O monstro de grandes chifres e olhos vermelhos faiscantes, talvez iria obrigar o capitãozinho-deputado a cozinhar cadáveres. Era o que o pusilânime mais temia.
O Diabo, segundo tinha-lhe contado Ulstra, o grande torturador, que nesse aspecto e só nesse coincidia com o filósofo francês Voltaire, não passava de uma simples superstição, e o matador de crianças e mulheres acrescentava que segundo o pai da psicanálise, Sigmund Freud, Satã não era outra coisa para além dos impulsos negativos longamente reprimidos. Mas, repetia sempre Ulstra nas suas delicadas aulas de tortura, não se deve confiar em Freud, que não passava de um marxista gramsciniano e luxemburguista.

–– Lembro clarisssimo daquel encontro: não posso esquecer como os galos e os pássaros cantavam, como enlouquecidos, e revoavam nas casas dos vizinhos, como cacarejavam as galinhas, e latiam os cachorros, e o repicar dos sins da capela - conta o capitão-deputado para seus três filhos, quase chorando.

–– Calma, pai, não chora, você é emotivo demais- dizem os três, quase ao uníssono.

––  Fiquei assustado, reconheço, mas gostei da proposta, meninos. além do que, o tal do Demo era um cara elegante, respeitável, gente de bem e fino trato, até notei que vestia uma jquetinha militar verde oliva, uma graça de pessoa.– limpa o nariz e enxuga as lágrimas o capitão-deputado e suspira. –– Até falei para ele sobre o meu projeto de matar 30 mil. O Capeta gostou.

Continuará

JV. Catamarca. Agosto de 2022




Crônica de um Genocidio anunciado em dois atos. Ato I°. A comédia:

Enanos en la Corte de los Austrias? Más que simples divertimentos ...



Crônica de um Genocidio anunciado em dois atos.
Ato I°. A comédia:
Dom Pedro III
Era um homenzinho quase insignificante: baixa estatura e cabeça desproporcionada, alongada para trás, como o pica-pau do desenho animado.
Velho e ainda por cima antiquado, feio e sem graça, Dom Pedro III havia chegado ao ápice da glória, o máximo poder da nação; e tudo isso era graças, sem dúvida nenhuma, à beleza recatada e caseira da esposa.
Sim, porque até alguns tempos atrás, sua Regente o tinha deixado de lado, esquecido no escanteio e sem brilho nenhum na vida pública.
Enojada com as mãozinhas dançantes do futuro Rei, a Regente cismava em fazer dele um adorno sem utilidade nenhuma.
Adorno, ele? Debochava a Regente. Mas se ele não adorna nem o seu próprio quarto!
Todo mundo sabia, de fato, que a era a bela e jovem esposa quem alegrava os tristes aposentos do palácio, enquanto o futuro Rei gastava longas horas de tédio escrevinhando poesias que ninguém lia e discursos que poucos ouviriam.
Mas chegou a hora e o regenteado vingou-se da regente; não havia à época um Rasputim à altura na corte tupiniquim, e foi mesmo do presidente da Câmara dos Comuns que o futuro Rei se valeu para afastar de vez a incômoda bruxa Regente.
Rápidos festejos foram organizados, e descomunais festas populares, encabeçadas por grandiosos palmípedes amarelos, mulheres seminuas e parlamentares eufóricos e sem dúvida pitorescos, exigiram pela saída da Regente a rápida tomada do poder pelo Rei Dom Pedro III.
A Regente afastou-se, e a vida do país mudou rapidamente para melhor. A indústria floresceu, embora o Barão de Mauá de estimação do Rei, bisneto de um tal de Elke Maravilha Batista tivesse caído em desgraça.
Mas El Rei repetia sempre que podia a frase que para ele melhor representava a ordem e o progresso: "O melhor programa econômico de governo é não atrapalhar aqueles que produzem, investem, poupam, empregam, trabalham e consomem”.
É verdade que a popularidade do Rei Dom Pedro III não aumentava, e pelo contrário, caia dos 5 aos 3% tão vertiginosamente quanto a rapidez do elegante jogo de mãos e dedos do nobre governante.
Mas El Rei não estava nem aí com a popularidade que, como bem define a palavra, nada mais é do que coisa de povo, de populacho, fedido como os cavalos e apenas digno de piedade. Glórias maiores esperavam pelo Rei no futuro, talvez a própria Academia de Letras, quiçá um brilhante prêmio internacional de literatura em gratidão aos seus poemas, ou até um posto vitalício no Senado da Nação.
E tudo correu relativamente bem até que um dia Dom Pedro III teve a infeliz ideia de convocar os meios de comunicação de massa e dizer, entre graciosos e elegantes movimentos das pequeninas mãos: “Tem fome e não tem pão? que comam brioches!”. Toda a imprensa reagiu revoltada; os pobres da cidade e do campo saíram como ratos famintos e tomaram as ruas; esfarrapados robespierres ocuparam as praças públicas e exigiram a cabeça do El Rei.
Sua Majestade não teve outra opção a não ser abdicar e passar o trono e a coroa à simpática e caseira esposa, que em seguida, num inesperado desplante feminista, chamou a antiga Regente e ambas, felizes e maternais, recolocaram o Grande Patropi nos eixos dos quais nunca deveria ter saído.

Javier Villanueva. Catamarca. Março de 2014

terça-feira, 2 de junho de 2020

Cuando el fascismo avanza y algunos no se dan cuenta.

Nenhuma descrição de foto disponível.

Cuando el fascismo avanza y algunos no se dan cuenta,
y otros no lo quieren ver.

“La primera noche,
ellos se acercan
y toman una flor de nuestro jardín.
No decimos nada.
La segunda noche
ya no se esconden,
pisan las flores,
matan a nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día,
el más frágil de ellos,
entra solo a nuestra casa,
nos roba la luna,
y conociendo nuestro miedo,
nos arranca la voz de la garganta.
Y porque no dijimos nada,
ya no podemos decir nada”.


Este texto circula por las redes sociales y por el google con el nombre de "Libertad de Expresión", supuestamente de Vladimir Maiakovski, el conocido poeta ruso soviético (1893-1930)
Pero, como dice Elizabeth Lorenzotti y lo confirma José Luis Regojo, venezolano catedrátigo e investigador:
"La poesía, guste o no, es, como todo en la vida, política. Eso debieron pensar tanto Alves da Costa, Maiakovski, Brecht o Niemöller cuando se vieron envueltos en la turbulencia del poema o poemas que vamos a comentar a continuación.
El tiempo ha hecho que un poema que se viene repitiendo a lo largo de los años tenga diversos títulos, autores y versiones. Investigas y cada vez la autoría se complica más, pero lo que aquí nos interesa es el mensaje que nos transmite el poema. Después, la elección de su autor y título es del lector.
Empezamos por el que parece que es el original del poema polémico, un fragmento a su vez del poema “No caminho com Maiakovski”, de Eduardo Alves da Costa, (Niterói, Rio de Janeiro, 6 de marzo de 1936):
El texto, atribuido al ruso y comunista Maiakovski, es el que -según algunos, habría sido reescrito más tarde por Bertolt Brecht y según otros, reinterpretado por un pastor luterano alemán después de la guerra- inspiró outro escrito, el de más abajo:

"Primero se llevaron a los comunistas,
pero a mi no me importó porque yo no lo era;
enseguida se llevaron a unos obreros,
pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era;
después detuvieron a los sindicalistas,
pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista;
luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso,
tampoco me importo.
Ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde".

Bertolt Brecht, poeta y dramaturgo alemán (1898-1956)

Como dije antes, otros le atribuyen este último texto al pastor alemán Martin Niemöller, que en 1966 ganhó el Premio Lenin de Paz. En la década de 1980, el pastor fue conocido por un antiguo sermón que él profiriera, poco después de terminados los horrores de la 2ª guerra mundial, y que se consideró una adaptación del poema de Vladimir Maiakovski, "Libertad de expresión" o "Cuando los nazis vinieron atrás de los comunistas" aquí presentados al inicio. Veamos un poco más:
Tal vez, como en el caso de otros, atribuidos a autores como J.L.Borges o a G.G. Márquez, el texto famoso en cuestión sea nada más, y como tantos, apenas mal atribuido; es lo que llamamos un texto apócrifo; en este caso, perteneciente supuestamente a una creación de Bertolt Brecht, cuando en realidad su autor parece haber sido Martin Niemoeller, pastor luterano alemán. La cita auténtica, originalmente parte de un sermón en la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern, Alemania, dice así:

"Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté, porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar."

Martín Niemöller (1892 -1984)

Otra de las citas del pastor Martin Niemöller es también muy conocida:
"El amor al prójimo no conoce límites ideológicos ni confesionales"
Algo que bien puede servir a nuestras épocas de odios homofóbicos, ideológicos y políticos.


Javier Villanueva, São Paulo, 10 de febrero de 2014.