sábado, 27 de agosto de 2016

La carta en que Bernardo O'Higgins reconoce la Independencia de la Nación Mapuche

La carta en que Bernardo O'Higgins reconoce la Independencia de la Nación Mapuche

La carta en que Bernardo O'Higgins reconoce la Independencia de la Nación Mapuche

Texto e imagen de El Mostrador, Chile.

Antes de educarse en Lima o Inglaterra, Bernardo O’Higgins Riquelme estudió en el Colegio de Naturales de Chillán, actual Colegio San Buenaventura. A este colegio, construido por los jesuitas en 1697, pero regido por los franciscanos desde 1786, asistían obligatoriamente los hijos de los caciques mapuche de la zona (Chillán, Los Ángeles, Concepción).
Los colegios naturales eran conventos y los niños permanecían internados. O’Higgins tuvo de compañeros de curso a los hijos de los lonkos, con quienes estudió, durmió, comió, jugó y aprendió la lengua mapuche y seguramente las historias de los héroes de sus amigos, como el joven cacique Lautaro.
Esta faceta poco conocida de la vida de O’Higgins habría sido determinante para que, siendo ya Director Supremo del Estado de Chile, enviara a los lonkos y caciques del sur la siguiente carta, fechada en marzo de 1819, que vale la pena revisar cuando este miércoles se conmemora un nuevo aniversario de su natalicio, registrado en Chillán el 20 de agosto de 1778:

"El Supremo Director del Estado a nuestros hermanos los habitantes de la frontera del Sud.
Chile acaba de arrojar de su territorio a sus enemigos después de nueve años de una guerra obstinada y sangrienta. Sus fuerzas marítimas y terrestres, sus recursos y el orden regular que sigue la causa americana en todo el continente, forman un magnífico cuadro, en que mira afianzada su Independencia.
Las valientes tribus de Arauco, y demás indígenas de la parte meridional, prodigaron su sangre por más de tres centurias defendiendo su libertad contra el mismo enemigo que hoy es nuestro. ¿Quién no creería que estos pueblos fuesen nuestros aliados en la lid a que nos obligó el enemigo común? Sin embargo, siendo idénticos nuestros derechos, disgustados por ciertos accidentes inevitables en guerra de revolución, se dejaron seducir de los jefes españoles. Esos guerreros, émulos de los antiguos espartanos en su entusiasmo por la independencia, combatieron encarnizadamente contra nuestras armas, unidos al ejército real, sin más fruto que el de retardar algo nuestras empresas y ver correr arroyos de sangre de los descendientes de Caupolicán, Tucapel, Colocolo, Galvarino, Lautaro y demás héroes, que con proezas brillantes inmortalizaron su fama.
¿Cuál habría sido el fruto de esta alianza en el caso de sojuzgar los españoles a Chile? Seguramente el de la pronta esclavitud de sus aliados. Los españoles jamás olvidaron el interés que tenían en extenderse hasta los confines del territorio austral. Sus preciosas producciones, su incomparable ferocidad, y su situación local, han excitado siempre su ambición y codicia. Con este objeto han mantenido continua guerra contra sus habitantes, suspendiéndola sólo cuando han visto que no hay fuerza capaz de sujetar a unos pueblos que han jurado ser libres a costa de todo sacrificio. Pero no han desistido de sus designios, pues en los tiempos que suspendieron las armas fomentaron la guerra intestina, para que destruyéndose mutuamente los naturales, les quedase franco el paso a sus proyectos. Entre tanto el comercio no era sino un criminal monopolio; la perfidia, el fraude, el robo y en fin todos los vicios daban impulso a sus relaciones políticas y comerciales.
Pueblos del Sud, decidme si en esto hay alguna exageración; y si por el contrario apenas os presento un lisonjero bosquejo de la conducta española, convendreis precisamente en que dominando España a Chile, se hubiera extendido sobres vuestros países como una plaga desoladora, concluyendo con imponeros su yugo de fierro que acaso jamás podríais sacudir.
En el discurso de la guerra pensé muchas veces hablaros sobre esto, y me detuve porque conocí que estabais muy prevenidos a cerrar los oídos a la voz de la verdad. 
Ahora que no hay un motivo de consideración hacia vosotros, ni menos a los españoles, creo me escucharéis persuadidos de que solo me mueve el objeto santo de vuestro bien particular y del común del hemisferio chileno.
Nosotros hemos jurado y comprado con nuestra sangre esa Independencia, que habéis sabido conservar al mismo precio. Siendo idéntica nuestra causa, no conocemos en la tierra otro enemigo de ella que el español. 
No hay ni puede haber una razón que nos haga enemigos, cuando sobre estos principios incontestables de mutua conveniencia política, descendemos todos de unos mismos Padres, habitamos bajo de un clima; y las producciones de nuestro territorio, nuestros hábitos y nuestras necesidades respectivas no invitan a vivir en la más inalterable buena armonía y fraternidad.
El sistema liberal nos obliga a corregir los antiguos abusos del Gobierno español, cuya conducta antipolítica diseminó entre vosotros la desconfianza. Todo motivo de queja desaparecerá si restablecemos los vínculos de la amistad y unión a que nos convida la naturaleza. Yo os ofrezco como Supremo magistrado del pueblo chileno que de acuerdo con vosotros se formarán los pactos de nuestra alianza, de modo que sean indisolubles nuestra amistad y relaciones sociales
Las base sólidas de la buen fe deben cimentarlas, y su exacta observancia producirá la felicidad y seguridad de todos nuestros pueblos. Se impondrá penas severas a los infractores, que se ejecutarán a vista de la parte ofendida, para que el ejemplo reprima a los díscolos.
Nuestras Escuelas estarán abiertas para los jóvenes vuestros que voluntariamente quieran venir a educarse en ellas, siendo de cuenta de nuestro Erario todo costo. De este modo se propagarán la civilización y luces que hacen a los hombres sociales, francos y virtuosos, conociendo el enlace que hay entre los derechos del individuo y los de la sociedad; y que para conservarlos en su territorio es preciso respetar los de los pueblos circunvecinos. De este conocimiento nacerá la confianza para que nuestros comerciantes entren a vuestro territorio sin temor de extorsión alguna, y que vosotros hagáis lo mismo en el nuestro, bajo la salvaguardia del derecho de gentes que observaremos religiosamente.
Me lleno de complacencia al considerar hago estas proposiciones a unos hombres que aman su independencia como el mejor don del Cielo; que poseen un talento capaz de discernir las benéficas intenciones del pueblo chileno; y que aceptándolas, desmentirán el errado concepto de los europeos sobre su trato y costumbres,
Araucanos, cunchos, huilliches y todas las tribus indígenas australes: ya no os habla un Presidente que siendo sólo un siervo del rey de España afectaba sobre vosotros una superioridad ilimitada; os habla el jefe de un pueblo libre y soberano, que reconoce vuestra independencia, y está a punto a ratificar este reconocimiento por un acto público y solemne, firmando al mismo tiempo la gran Carta de nuestra alianza para presentarla al mundo como el muro inexpugnable de la libertad de nuestros Estados. 
Contestadme por el conducto del Gobernador Intendente de Concepción a quien he encargado trate este interesante negocio, y me avise de nuestra disposición para dar principio a las negociaciones. Entre tanto aceptad la consideración y afecto sincero con que desea ser vuestro verdadero amigo.
Bernardo O’Higgins R.
SANTIAGO, Sábado 13 de Marzo de 1819".
 (Fuentes: Educar Chile y Mapuexpres)

domingo, 21 de agosto de 2016

Kati Horna, fotógrafa anarquista que vio con ojos de mujer la Guerra Civil española. El amor imposible de Robert Capa.

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Kati Horna, fotógrafa anarquista.
Registró con ojos de mujer la Guerra Civil española 
y fue el amor imposible de Robert Capa.

Era el 2° año de la Guerra Civil Española. La fotógrafa anarquista Kati Horna llega a España. Luego de pasar un tiempo a inicios del año de 1937 en Monte Aragón, y estar el mes de julio en Játiva y Silla -en la Comunidad Valenciana- Kati Horna va hacia Vélez-Rubio, un pueblito ubicado en Almería. Allí se encontró con el médico y también alcalde del pueblo, Salvador Martínez Laroca, que impulsó la Casa de la Maternidad,  instalada de emergencia en un viejo convento de modo de refugiar y proteger a las madres y a los niños evacuados de la capital cercada por los facciosos franquistas, Madrid.

La capital resistía bravamente a los ataques de los sublevados que, desde el primer momento de la guerra, habían intentado tomar la ciudad. Madrid ya se era el símbolo vivo de la resistencia antifascista y había sufrido y vencido batallas cruentas, como la peor de todas, la de Brunete, en julio de 1937, que mató 25 mil hombres.

Horna llegó a Vélez-Rubio cuando los nacionales ya habían empezado a bombardear las ciudades cántabras que se mantenían al lado de la república. Este pueblito de Andalucía estaba más segura, lejos del frente de Madrid.

La primera fotografía de Horna en Vélez-Rubio, que aparece en la tapa de la revista Umbral de 1937, fue reencuadrada de tal modo que la mujer y el niño ocupen el espacio entero de la portada y las figuras de fondo queden borrosas o sean eliminadas. El reencuadre tiene una intención evidente, que es llamar la atención hacia la madre y su hijo, mientras que, al lado de la foto escribe: “El instinto de la vida, más fuerte que la muerte y la destrucción, palpita en esta escena, complemento del reportaje “La maternidad bajo el signo de la Revolución” que se publica en la doble página central” (Umbral número 12).

Mirándola con atención, es difícil hallar en la foto algo que se relacione con la mujer combatiente de la fuerte propaganda anarquista y de la izquierda. 

Mary Nash observaba que en el imaginario de el guerra resaltaba “un universo decididamente masculino”,  incluso hasta en la representación de la maternidad, y decía que las madres se preocupaban mucho más por los hijos varones que por sus hijas hembras, puesto que éstas no irían a la guerra; las hijas, mientras tanto, eran casi invisibles aun en la representación de la maternidad. Los hijos, al contrario, “constituían la principal preocupación y eran la finalidad primordial dentro de la simbolización de la maternidad dedicada al esfuerzo bélico”

El universo fotográfico de Kati Horna está poblado, en cambio, de mujeres y de niñas. Lo confirma la foto que siguen a la anterior y que muestra los mismos referentes:

"Mire, las gestantes son evacuadas con todos sus hijos. ¿Cómo podíamos pensar en dejar a los hijos sin madre. ¿Somos hombres nuevos o no? ¿Tenemos o no conceptos nuevos de las cosas? Con este procedimiento matamos dos pájaro de un tiro. Reducimos la resistencia de las embarazadas a abandonar su hogar y sacamos a los niños de Madrid, que también es preciso. Así se explica la presencia de esta muchachada en Vélez-Rubio. Acompañan a sus madres los hijos hasta de catorce años. El régimen del establecimiento se desenvuelve a base de células familiares con la independencia que las condiciones del edificio permiten".

Cuando Kati Horna llegó a España en 1937, en pleno inicio de la guerra civil, llevaba el encargo del Ministerio de Propaganda Exterior de hacer un reportaje para la CNT-FAI. Kati ya era una militante anarquista. Se había formado en Budapest con las vanguardias de la pre-guerra -József Pécsi y Lászlo Molí-Nagy-, y conocido el exilio en Berlín con la Bauhaus, Bertold Brecht y la Agencia Dephot, en la que trabaja con Robert Capa. Más tarde en París realiza sus primeros reportajes profesionales que la llevan a adquirir un punto de vista artístico muy próximo al surrealismo y a afianzarse en una militancia política anarquista.

Al contrario de sus compañeros de oficio, como Capa, Taro, Centellés, Cartier-Bresson, etc. su objetivo no es publicar en los grandes periódicos y revistas de moda; ella se integra a círculos más pequeños de distribución, con una difusión menor pero más afines a su ética personal. Kati se considera una “obrera de la fotografía” y su aspiración no es la prensa internacional ni enriquecerse con su obra, u ocupar las primeras planas. 

Kati Horna no quiere una cobertura chocante de la crueldad de la guerra ni se acerca a la muerte de un modo directo. Evita convertir a la muerte en un espectáculo dantesco, y elige otro tipo de imagen, en el cual la violencia y la muerte son presentadas de un modo indirecto. Su fotografía es muy diferentes a las de sus compañeros: ante las fotos de batallas, la sangre, los cuerpos destrozados o los rostros heridos, Horna se abre a la reflexión: ¿cuál es el sentido de esta guerra cruel?
Casi no fotografía sufrimientos; sólo en unas pocas ocasiones muestra bombardeos; y apenas en una única fotografía suya hay muertos. El dolor de la muerte en el frente, sin embargo, no se omite; tan solo queda desplazado por las desgracias que El conflicto produce en la vida diaria de las poblaciones civiles.

Aunque Capa y algunos otros se llevaron la fama, ella fue sin dudas la fotógrafa más comprometida con la causa del pueblo trabajador español que enfrentó con valentía al golpe militar de Franco.
Kati Horna nunca se colgó medallas de valentía o de temeridad durante la guerra civil: retrató a las mujeres, hombres, niños y viejos que más la sufrían; fotografió la vida cotidiana por detrás de los frentes de combate, dura y brutal, tal como lo era.

Antes de España, en Hungría

Kati Horna, una fotógrafa nacida en Hungría como Kati Deutsch, hija de una familia de banqueros pero incómoda con sus comodidades y privilegios prefirió luchar, y a los 19 años fue a Berlín a conocer al escritor antifascista Bertolt Brecht, cuyo alerta de los peligros del creciente nazismo la llevaron  a muchas manifestaciones y protestas callejeras. Después volvió a Budapest, y siguió los consejos recibido de László Moholi-Nagy, profesor de la Bauhaus al que también había frecuentado en Alemania. Aprendió las bases de la fotografía y fue a trabajar como ayudante de József Pécsi. 

En 1932, ante el avance amenazador del nazismo en Hungría, huyó a París, donde trabajó con fotografía en algunas películas e hizo sus primeros reportajes para Agence Photo, presentando unas series sobre los mercados callejeros y cafés en las que capturó lo que ella llamaba "el insólito cotidiano", valorando los objetos tanto como a las personas que fotografiaba, y empleando un fino sentido del humor.
En las historietas que firmó a cuatro manos con el dibujante surrealista alemán Wolfgang Burger humanizaba las frutas y verduras de las ferias callejeras para hacerlas protagonistas de divertidas historias de amor o de inteligentes parábolas que retrataban la aguda lucha política en curso en la Alemania pre-nazi. 

Cada vez más comprometida con el ideal anarquista, en 1937, Katia viaja a España por encargo de la Confederación Nacional del Trabajo, la poderosa central sindical ácrata, para fotografiar la situación de los pueblos colectivizados de Aragón.

En julio entró como redactora en la revista Umbral: Semanario de la Nueva Era, una de las publicaciones mejor diseñadas y más atentas a la nueva fotografía de aquel momento histórico de lãs clases trabajadoras y de La humanidad.
También trabajó para las publicaciones anarquistas Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y Mujeres Libres

Horna documentó la guerra hasta la evacuación de Teruel; ella se definía a sí misma como "una obrera del arte", fotografiando cualidad humana que pone a las personas por arriba de las circunstancias que le tocan sufrir. 

Continuará

Javier Villanueva. Córdoba, 21 de agosto de 1999.


quinta-feira, 18 de agosto de 2016

Los túneles de Chronos y las arrugas del tiempo en México




Los túneles de Chronos y las arrugas del tiempo en México

Un túnel en América Central, que parece que guarda los restos mortales de los gobernadores de la antigua ciudad mexicana de Teotihuacán, empieza a ser explorado, después de unos 1.800 años de haber sido clausurado por sus habitantes para proteger sus secretos en su interior.
El túnel se encuentra debajo del Templo de la Serpiente Emplumada — la edificación dedicada al Dios de las mujeres Quetzalcóatl—  y fue descubierto de modo casual en 2003 cuando una lluvia torrentosa abrió un hueco a pocos metros del templo, según cuentan los arqueólogos.
Durante las excavaciones aparecieron muros superpuestos de bloques y de miles de ornamentos muy chicos de concha, jade de Guatemala, serpentina, pizarra y obsidiana, que tal vez, hayan sido tirados por los teotihuacanos como ofrendas de despedida en el momento de clausurar definitivamente la entrada.

Pleno siglo XVI. Un mundo nuevo recién "descubierto": América.
Una nación potencia, flamante imperio colonialista nacido de la lucha sin tregua de casi ocho siglos entre los príncipes cristianos bárbaros recientemente catequizados—  y los ilustrados moros y bereberes, árabes del norte de África que habían osado mezclar sus genes en tierras celtíberas: España.
Altivo león, el trono de Isabel y Fernando, los católicos, arrasan a los "invasores" árabes en 1492, unifican la vieja Iberia bajo la cruz y la espada, explulsan judíos y gitanos — adelantándose en casi cinco siglos a la gran fajina étnica de Hitler y el nazi-fascismo—  y se lanzan a ocupar América.
En la península, el catolicismo es la punta de lanza de la lucha feroz de los papistas del Vaticano para perpetuar la tela de araña del poder político, religioso y militar.
La cruel Inquisisión elimina físicamente a la minoría judaica y estúpidamente destierra a su porción más rica, la de los banqueros y financistas que pronto darán base y soporte, en los Países Bajos, a la nueva clase burguesa de comerciantes y artesanos. Clase que se sublevará, otros 300 años más tarde, para eliminar de raíz el feudalismo de Francia e iniciar la era gloriosa del capitalismo.

El Santo Oficio o Inquisición—  mata judíos, paganos y opositores en general. Y aprovecha para quemar como brujas a miles de mujeres, sembrando las semillas del futuro feminismo. Se preparan para enfrentar lo que será, enseguida, la bisagra histórica entre el feudalismo y la edad moderna, la Reforma, y su reacción papista, la Contra Reforma.
Guerra Santa contra los protestantes –Lutero, Calvino, Henry VII y otras muchas denominaciones evangélicas que arrancan de la Iglesia millares de fieles e imponen las nuevas reglas Morales de la burguesía y el capitalismo nacientes. Hijos espirituales de las iglesias pentecostales de los siglos XIX y XX, y nietos de los pioneiros protestantes, los neo-pentecostales de hoy reafirman la Doctrina de la Prosperidad y dan secuencia –aunque con viejos ropajes mediavales- al liberalismo de pensamiento francés, tan distinto y opuesto al conservadorismo ibérico.

Túneles en Tihuanaco

Del otro lado del mundo, o apenas en la otra orilla del Atlántico, una civilización de 600 años hacia 1492, se prepara para el declinio y la decadencia final. En 1521, arrogantes e incultos, los soldados ibéricos y sus caballos pisotean Tihuanaco,
Y mientras la Inquisición busca todavia com afán, aunque infructuosamente, el único ejemplar sobreviviente del libro Árbol Mirábilis, los Mexicas cierran con diez toneladas de rocas y piedras preciosas las puertas de su tesoro.

 "Todavía no existe ninguna certeza de qué hallaremos ahí dentro, pero de lo que sí estamos seguros es de que el acceso al corredor fue cerrado con alrededor de 2.000 kilos de enormes esculturas y piedras pintadas para resguardar algo verdaderamente importante en su interior"—  escucho que dice el arqueólogo.

Con la clausura del túnel se supone que se destruyó una cancha de juego de pelota que se hallaba a un costado, de la cual quedan apenas unos pocos restos que los arqueólogos están tratando de rescatar.
Durante los trabajos en torno al túnel también se pensó en la hipótesis de que esa entrada va a permitir descubrir los vínculos entre este espacio y otros relacionados con el inframundo y con el simbolismo de los ritos de iniciación e investidura divina; se trata de ritos olvidados desde hace casi 500 años, cuando las tropas de Hernán Cortéz pisotearan la civilización Mexica y Azteca.

 "La carga simbólica de la zona de Teotihucan radica en que fue considerada como el eje en torno al cual gira el universo y por lo mismo la concepción de este espacio subterráneo puede ser sin temor a equivocarnos una escenificación del inframundo"—  insiste en el tema el arqueólogo.

El templo de la Serpiente Emplumada queda en la zona de "La Ciudadela" situada en la zona sur de Teotihucan, y fue bautizada con este nombre por los conquistadores españoles que creyeron que se trataba de un lugar con objetivos militar.

La palavra Teotihuacan viene de náhutl "lugar donde fueron hechos los dioses" o "ciudad de los dioses", nombre que le dieron los Mexicas a lo que fue el mayor centro urbano antiguo de América Central, que alcanzó su máximo apogeo durante el período clásico.

Hoy es una zona arqueológica ubicada en el valle del mismo nombre, que forma parte de la Cuenca de México y a unos 50 km de la capital mexicana. Allí están monumentos como "La calzada de los muertos", "Los grandes basamentos", la "Pirámide del Sol", la "Pirámide de la Luna", "La Ciudadela", y el "Palacio de los Jaguares", entre otros.
Los indios hopi, del estado norteamericano de Arizona, que dicen proceder de un continente desaparecido en lo que hoy es el Océano Pacífico, recuerdan que sus antepasados fueron instruídos y ayudados por unos seres que se movían en unos grandes escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas.
También sabemos que muchas leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de túneles y redes de comunicación, e incluso de ciudades subterráneas.
Existe una literatura y suficientes investigadores que sostienen la hipótesis de que debajo de la superficie del planeta habitan seres inteligentes desconocidos por nosotros.
Pero si de Tenochtitlán nos trasladamos a la península del Yucatán, hallaremos en su extremo norte, oculta en la espesura de la selva, una ciudad descubierta en 1941 que se extiende sobre un área de 48 km², y que guarda en el silencio del olvido más de 400 edificios que en alguna época conocieron esplendor.
Fue hallada por un grupo de muchachos que, jugando cerca de una laguna en la que se bañaban, se toparon con un muro de piedras talladas, oculto por la vegetación.

Continuará

Javier Villanueva. Catamarca, agosto de 2011Descrição: https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gif

Os Aónikenk -ou Tehuelches- e Fernão de Magalhães



Foto do último cacique Tehuelche.

Os Aónikenk -ou Tehuelches- e Fernão de Magalhães

No mês de agosto de 1519, o navegador português Fernão de Magalhães, trabalhando ao serviço da coroa espanhola, começou um fato histórico sem antecedentes -ao menos provados até hoje-: a primeira viagem ao redor do mundo.
Esta façanha possibilitou a descoberta de novas rotas de navegação marítima aos espanhóis e portugueses -seguidos quase que de imediato por ingleses, holandeses e franceses-, e a chegada ao depois chamado Estreito de Magalhães. 

O português comandava cinco navios e 237 homens. Antônio Pigafetta, que sobreviveu à longa viagem foi o cronista desta aventura, fabulosa e inédita para aquela época.
A viagem terminou em 1522 com apenas um navio e sem o comandante, uma vez que Fernão de Magalhães fora tragicamente morto por nativos em território das Filipinas.

Nesta viagem, Fernão de Magalhães e sua tripulação atracaram por muitos dias no litoral do extremo sul da atual Argentina, nas regiões conhecidas atualmente como Patagônia e Terra do Fogo.

O próprio nome Patagônia vêm na descoberta por parte dos europeus dos nativos desta terra, índios Tehuelches -ou Aónikenk- e Mapuches. 

O relato do cronista Antonio Pigafetta é muito interessante:

"Dia 19 de Maio de 1520. Porto de San Julián 

"Distanciando-nos destas ilhas para continuar nossa rota ao 49 graus e 30 min de latitude meridional, onde encontramos um porto. E como o inverno se aproximava, julgamos ser aconselhável passar ali aquela má estação.

Um Gigante

"Passaram dois meses sem que víssemos nenhum habitante do país. Um dia, quando menos esperávamos, um homem de figura gigantesca se apresentou ante nós. Estava sobre a areia, quase nu, e cantava e dançava ao mesmo tempo, jogando poeira sobre a cabeça. 
O Capitão enviou à terra um dos nossos marinheiros, com ordem de fazer os mesmos gestos em sinal de paz e amizade, o que foi muito bem compreendido pelo gigante, que se deixou conduzir a uma pequena ilha, onde o capitão havia descido. Eu me encontrava ali com muitos outros. Deu mostras de grande estranheza ao ver-nos e levantando o dedo queria dizer que acreditava que nós havíamos descido do céu."

Sua figura 

"Este homem era tão grande que nossas cabeças chegavam apenas até à cintura. De porte formoso, seu rosto era largo e pintado de vermelho. Exceto pelos olhos, que eram rodeados por um círculo amarelo e dois traços em forma de coração nas bochechas. Seus cabelos , escassos, pareciam branqueados por algum pó."

Seu traje 

"Seu vestido, ou melhor dito, seu manto, era feito de peles muito bem costuradas, de um animal que abunda no país."

Animal estranho 

"Este animal tem a cabeça e orelhas de mula, corpo de camelo, patas de cervo e cauda de cavalo e relincha como tal."

Seus costumes

"Usam os cabelos cortados em auréola como os frades. Porém mais longos e presos em volta da cabeça por uma corda de algodão, na qual também colocam as flechas quando vão caçar. Se faz muito frio, prendem estreitamente contra o corpo suas partes naturais."

Sua religião 

"Parece que sua religião se limita à adoração do diabo. Julgam que quando um deles está morrendo, aparecem dez ou doze demônios cantando e dançando ao seu redor. O demônio que provoca maior alvoroço e que é o chefe maior dos diabos é Setebos. Os demônios pequenos são chamados Chelele.
 
Nosso capitão chamou a este povo de Patagões pelo tamanho de suas patas."

JV. 18 de agosto de 2016. Puerto San Julián.

sexta-feira, 12 de agosto de 2016

Así que pasen cinco años


Así que pasen cinco años
Obra de Federico García Lorca de 1931, exactamente 5 años antes de su muerte.

"Así que pasen cinco años" es una obra de teatro en tres actos, Terminada por 
García Lorca el 19 de agosto de 1931, justamente cinco años antes de ser 
asesinado. 
Forma parte junto a El Público y La comedia sin título del llamado "teatro 
imposible" de Lorca, con un lenguaje fuertemente influenciado por el surrealismo.

Los personajes

JOVEN
AMIGO SEGUNDO
MUCHACHA
VIEJO
NOVIA
PAYASO
MECANÓGRAFA
JUGADOR DE RUGBY
MÁSCARA
AMIGO PRIMERO
CRIADA
JUGADOR 1
NIÑO
PADRE
JUGADOR 2
GATO
MANIQUÍ
JUGADOR 3
CRIADO
ARLEQUÍN


1er. Acto 

Biblioteca. El joven está sentado. Viste un pijama azul. El Viejo de chaqué gris, con barba blanca
 
y enormes lentes de oro, también sentado.

JOVEN. No me sorprende.

VIEJO. Perdone...

JOVEN. Siempre me ha pasado igual.

VIEJO. (Inquisitivo y amable.) ¿Verdad?

JOVEN. Sí.

VIEJO. Es que...

JOVEN. Recuerdo que...

VIEJO. (Ríe.) Siempre recuerdo.

JOVEN. Yo...

VIEJO. (Anhelante.) Siga...

JOVEN. Yo guardaba los dulces para comerlos después.

VIEJO. Después, ¿verdad? Saben mejor. Yo también.

JOVEN. Y recuerdo que un día...

VIEJO. (Interrumpiendo con vehemencia.) Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, 

jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría.

JOVEN. (Alegre y tratando de convencerse.) Sí, sí, ¡claro! Tiene usted razón. Es preciso luchar con 

toda idea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes. Muchas veces yo me he 
levantado a medianoche para arrancar las hierbas del jardín. No quiero hierbas en mi casa ni muebles 
rotos.

VIEJO. Eso. Ni muebles rotos porque hay que recordar, pero...

JOVEN. Pero las cosas vivas, ardiendo en su sangre, con todos sus perfiles intactos.

VIEJO. ¡Muy bien! Es decir (Bajando la voz.), hay que recordar, pero recordar antes.

JOVEN. ¿Antes?

VIEJO. (Con sigilo.) Sí, hay que recordar hacia mañana.

JOVEN. (Absorto.) ¡Hacia mañana!

(Un reloj da las seis. La Mecanógrafa cruza la escena, llorando en silencio.)

VIEJO. Las seis.

JOVEN. Sí, las seis y con demasiado calor. (Se levanta.) Hay un cielo de tormenta. Hermoso. Lleno 

de nubes grises...

VIEJO. ¿De manera que usted...? Yo fui gran amigo de esa familia. Sobre todo del 

padre. Se ocupa de astronomía. (Irónico.)Está bien, ¿eh? De astronomía. ¿Y ella?

JOVEN. La he conocido poco. Pero no importa. Yo creo que me quiere.

VIEJO. ¡Seguro!

JOVEN. Se fueron a un largo viaje. Casi me alegré...

VIEJO. ¿Vino el padre de ella?

JOVEN. ¡Nunca! Por ahora no puede ser... Por causas que no son de explicar, yo no me casaré 

con ella... hasta que pasen cinco años.

VIEJO. ¡Muy bien! (Con alegría.)

JOVEN. (Serio.) ¿Por qué dice muy bien?

VIEJO. Pues porque... ¿Es bonito esto? (Señalando la habitación.)

JOVEN. No.

VIEJO. ¿No le angustia la hora de la partida, los acontecimientos, lo que ha de llegar ahora mismo?..
.
JOVEN. Sí, sí. No me hable de eso.

VIEJO. ¿Qué pasa en la calle?

JOVEN. Ruido, ruido siempre, polvo, calor, malos olores. Me molesta que las cosas de la calle 

entren en mi casa. (Un gemido largo se oye. Pausa.) Juan, cierra la ventana.

(Un Criado sutil que anda sobre las puntas de los pies cierra el ventanal.)

VIEJO. Ella... es jovencita.

JOVEN. Muy jovencita. ¡Quince años!

VIEJO. No me gusta esa manera de expresar. Quince años que ha vivido ella, que son ella misma. 

Pero, ¿por qué no decir tiene quince nieves, quince aires, quince crepúsculos? ¿No se atreve usted 
a huir?, ¿a volar?, ¿a ensanchar su amor por todo el cielo?

JOVEN. (Se sienta y se cubre la cara con las ruanos.) ¡La quiero demasiado!

VIEJO. (De pie y con energía.) O bien decir: tiene quince rosas, quince alas, quince granitos de arena. 

¿No se atreve usted a concentrar, a hacer hiriente y pequeñito su amor dentro del pecho?

JOVEN. Usted quiere apartarme de ella. Pero ya conozco su procedimiento. Basta observar un rato 

sobre la palma de la mano un insecto vivo, o mirar al mar una tarde poniendo atención en la forma 
de cada ola para que el rostro o la llaga que llevamos en el pecho se deshaga en burbujas. Pero es que 
yo estoy enamorado y quiero estar enamorado, tan enamorado como ella lo está de mí, y por eso puedo 
aguardar cinco años, en espera de poder liarme de noche, con todo el mundo a oscuras, sus trenzas 
de luz alrededor de mi cuello.

VIEJO. Me permito recordarle que su novia... no tiene trenzas.

JOVEN. (Irritado.) Ya lo sé. Se las cortó sin mi permiso, naturalmente, y esto... (Con angustia.) 

me cambia su imagen.(Enérgico.) Ya sé que no tiene trenzas. (Casi furioso.) ¿Por qué me lo ha 
recordado usted? (Con tristeza.) Pero en estos cinco años las volverá a tener.

VIEJO. (Entusiasmado.) Y más hermosas que nunca. Serán unas trenzas...

JOVEN. Son, son. (Con alegría.)

VIEJO. Son unas trenzas con cuyo perfume se puede vivir sin necesidad de pan ni de agua.

JOVEN. (Se levanta.) ¡Pienso tanto!

VIEJO. ¡Sueña tanto!

JOVEN. ¿Cómo?

VIEJO. Piensa tanto que...

JOVEN. Que estoy en carne viva. Todo hacia dentro una quemadura.

VIEJO. (Alargándole un vaso.) Beba.

JOVEN. ¡Gracias! Si me pongo a pensar en la muchachita, en mi niña...

VIEJO. Diga usted mi novia. ¡Atrévase!

JOVEN. No.

VIEJO. ¿Pero por qué?

JOVEN. Novia... ya lo sabe usted; si digo novia la veo sin querer amortajada en un cielo sujeto 

por enormes trenzas de nieve. No, no es mi novia (Hace un gesto corno si alejara la imagen que 
quiere captarlo.), es mi niña, mi muchachita.

VIEJO. Siga, siga.

JOVEN. ¡Pues si yo me pongo a pensar en ella!, la dibujo, la hago moverse blanca y viva; pero 

de pronto, ¿quién le cambia la nariz o le rompe los dientes o la convierte en otra llena 
de andrajos que va por mi pensamiento, monstruosa, como si estuviera mirándose en un espejo 
de feria?

VIEJO. ¿Quién? ¡Parece mentira que usted diga «quién»! Todavía cambian más las cosas que 

tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El 
agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va. ¿Y quién recuerda un 
mapa exacto de la arena del desierto... o del rostro de un amigo cualquiera?

JOVEN. Sí, sí. Aún está más vivo lo de adentro aunque también cambie. Mire usted, la última 

vez que la vi no podía mirarla muy de cerca porque tenía dos arruguitas en la frente, que 
como me descuidara, ¿entiende usted?, le llenaban todo el rostro y la ponían ajada, vieja, como 
si hubiera sufrido mucho. Tenía necesidad de separarme para... ¡enfocarla!, ésta es la palabra, en 
mi corazón.

VIEJO. ¿A que en aquel momento que la vio vieja ella estaba completamente entregada a usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. ¿Completamente dominada por usted?

JOVEN. Sí.

VIEJO. (Exaltado.) ¿A que si en aquel preciso instante ella le confiesa que lo ha engañado, que no 

lo quiere, las arruguitas se le hubieran convertido en la rosa más delicada del mundo?

JOVEN. (Exaltado.) Sí.

VIEJO. ¿Y la hubiera amado más precisamente por eso?

JOVEN. Sí, Sí.

VIEJO. ¿Entonces? ¡Ja, ja, ja!

JOVEN. Entonces... Es muy difícil vivir.

VIEJO. Por eso hay que volar de una cosa a otra hasta perderse. Si ella tiene quince años, puede 

tener quince crepúsculos o quince cielos ¡y vamos arriba! ¡a ensanchar! Están las cosas más 
vivas dentro que ahí fuera, expuestas al aire o la muerte. Por eso vamos a... a no ir... o a esperar. 
Porque lo otro es morirse ahora mismo y es más hermoso pensar que todavía mañana veremos 
los cien cuernos de oro con que levanta a las nubes el sol.

JOVEN.  ¡Gracias! ¡Gracias por todo!

VIEJO. ¡Volveré por aquí!

(Aparece la Mecanógrafa.)

JOVEN. ¿Terminó usted de escribir las cartas?

MECANÓGRAFA. (Llorosa.) Sí, señor.

VIEJO. (Al joven.) ¿Qué le ocurre?

MECANÓGRAFA. Deseo marchar de esta casa.

VIEJO. Pues es bien fácil, ¿no?

JOVEN. (Turbado.) ¡Verá usted!...

MECANÓGRAFA. Quiero irme y no puedo.

JOVEN. (Dulce.) No soy yo quien te retiene. Ya sabes que no puedo hacer nada. Te he dicho algunas 

veces que te esperaras, pero tú...

MECANÓGRAFA. Pero yo no espero; ¿qué es eso de esperar?

VIEJO. (Serio.) ¿Y por qué no? ¡Esperar es creer y vivir!

MECANÓGRAFA. No espero porque no me da la gana, porque no quiero y, sin embargo, no me 

puedo mover de aquí.

JOVEN. ¡Siempre acabas no dando razones!

MECANÓGRAFA. ¿Qué razones voy a dar? No hay más que una razón y ésa es... ¡que te 

quiero! Desde siempre. (Al Viejo.)No se asuste usted, señor. Cuando pequeñito yo lo veía jugar 
desde mi balcón. Un día se cayó y sangraba por la rodilla, ¿te acuerdas? (Al Joven.) Todavía tengo 
aquella sangre viva como una sierpe roja, temblando entre mis pechos.

VIEJO. Eso rió está bien. La sangre se seca y lo pasado, pasado.

MECANÓGRAFA. ¡Qué culpa tengo yo, señor! (Al joven.) Yo te ruego me des la cuenta. Quiero 

irme de esta casa.

JOVEN. (Irritado.) Muy bien. Tampoco tengo yo culpa ninguna. Además, sabes perfectamente 

que no me pertenezco. Puedes irte.

MECANÓGRAFA. (Al Viejo.) ¿Lo ha oído usted? Me arroja de su casa. No quiere tenerme aquí. 

(Llora. Se va.)

VIEJO. (Con sigilo, al Joven.) Es peligrosa esta mujer.

JOVEN. Yo quisiera quererla como quisiera tener sed delante de las fuentes. Quisiera...

VIEJO. De ninguna manera. ¿Qué haría usted mañana? ¿Eh? Piense. ¡Mañana!

AMIGO. (Entrando con escándalo.) Cuánto silencio en esta casa, ¿y para qué? Dame agua. ¡Con 

anís y con hielo! (El Viejo se va.) Un cocktail.

JOVEN. Supongo que no me romperás los muebles.

AMIGO. Hombre solo, hombre serio, ¡y con este calor!

JOVEN. ¿No puedes sentarte?

AMIGO. (Lo coge en brazos y le da vueltas.)

Tin, tin, tan,
la llamita de San Juan.

JOVEN. ¡Déjame! No tengo ganas de bromas.

AMIGO. ¡Huuy! ¿Quién era ese viejo? ¿Un amigo tuyo? ¿Y dónde están en esta casa los retratos 

de las muchachas con las que tú te acuestas? Mira (Se acerca.), te voy a coger por las solapas, 
te voy a pintar de colorete esas mejillas de cera... o así, restregadas.

JOVEN. (Irritado.) ¡Déjame!

AMIGO. Y con un bastón te voy a echar a la calle.

JOVEN. ¿Y qué voy a hacer en ella? El gusto tuyo, ¿verdad? Demasiado trabajo tengo con oírla 

llena de coches y gentes desorientadas.

AMIGO. (Sentándose y estirándose en el sofá.) ¡Ay! ¡Mmm! Yo, en cambio... Ayer hice tres 

conquistas y como anteayer hice dos y hoy una, pues resulta... que me quedo sin ninguna porque 
no tengo tiempo. Estuve con una muchacha... Ernestina. ¿La quieres conocer?

JOVEN. No.

AMIGO. (Levantándose.) Nooo y rúbrica. ¡Pero si vieras! ¡¡Tiene un talle!!... No... aunque el 

talle lo tiene mucho me jor Matilde. (Con ímpetu.) ¡Ay, Dios mío! (Da un salto y cae tendido 
en el sofá.) Mira, es un talle para la medida de todos los brazos y tan frágil, que se desea tener 
en la mano un hacha de plata muy pequeña para seccionarlo.

JOVEN. (Distraído y aparte de la conversación.) Entonces yo subiré la escalera.

AMIGO. (Tendiéndose boca abajo en el sofá.) ¡No tengo tiempo, no tengo tiempo de nada! 

Todo se me atropella. Porque ¡figúrate! Me cito con Ernestina. (Se levanta.) Las trenzas aquí, 
apretadas, negrísimas, y luego...

(El joven golpea con impaciencia los dedos sobre la mesa.)

JOVEN. ¡No me dejas pensar!

AMIGO. ¡Pero si no hay que pensar! Y me voy. Por más... que... (Mira el reloj.) Ya se ha 

pasado la hora. Es horrible, siempre ocurre igual. No tengo tiempo y lo siento. Iba con una 
mujer feísima, ¿lo oyes? Ja, ja, ja, ja, feísima pero adorable. Una morena de esas que se 
echan de menos al me diodía de verano. Y me gusta (Tira un cojín por alto.) porque parece 
un domador.

JOVEN. ¡Basta!

AMIGO. Sí, hombre, no te indignes, pero una mujer puede ser feísima y un domador de 

caballos puede ser hermoso y al revés y... ¿qué sabemos? (Llena una copa de cocktail.)

JOVEN. Nada...

AMIGO. ¿Pero me quieres decir qué te pasa?

JOVEN. Nada. ¿No me conoces? Es mi temperamento.

AMIGO. Yo no entiendo. No entiendo, pero tampoco puedo estar serio. (Ríe.) Te saludaré 

como los chinos.

(Frota su nariz con la del joven.)

JOVEN. (Sonriendo.) ¡Quita!

AMIGO. Ríete. (Le hace cosquillas.)

JOVEN. (Riendo.) Bárbaro.

(Luchan.)

AMIGO. Una plancha.

JOVEN. Puedo contigo.

AMIGO. Te cogí. (Lo coge con la cabeza entre las piernas y le da golpes.)

VIEJO. (Entrando gravemente.) Con permiso... (Los jóvenes quedan en pie.) Perdonen... 

(Enérgicamente, y mirando al joven.) Se me olvidará el sombrero.

AMIGO. (Asombrado.) ¿Cómo?

VIEJO. (Furioso.) ¡Sí, señor! Se me olvidará el sombrero... (Entre dientes.), es decir, se 

me ha olvidado el sombrero.

AMIGO. ¡Ahhhhhh!...

(Se oye un estrépito de cristales.)

JOVEN. (En alta voz.) Juan. Cierra las ventanas.

AMIGO. Un poco de tormenta. ¡Ojalá sea fuerte!

JOVEN. ¡Pues no quiero enterarme! (En alta voz.) Todo bien cerrado.

AMIGO. ¡Los truenos tendrás que oírlos!

JOVEN. ¡O no!

AMIGO. ¡O Sí!

JOVEN. No me importa lo que pase fuera. Esta casa es mía y aquí no entra nadie.

VIEJO. (Indignado, al Amigo.) ¡Es una verdad sin refutación posible!

(Se oye un trueno lejano.)

AMIGO. (Apasionado.) Entrará todo el mundo que quiera, no aquí, sino debajo de tu cama.

(Trueno más cercano.)

JOVEN. (Gritando.) Pero ahora, ¡ahora!, no.

VIEJO. ¡Bravo!

AMIGO. ¡Abre la ventana! Tengo calor.

VIEJO. ¡Ya se abrirá!

JOVEN. ¡Luego!

AMIGO. Pero vamos a ver... Me quieren ustedes decir...

(Se oye otro trueno. La luz desciende y una luminosidad azulada de tormenta invade la 

escena. Los tres personajes se ocultarán detrás de un biombo negro bordado con estrellas. 
Por la puerta de la izquierda aparece el Niño muerto con el Gato. El Niño viene vestido 
de blanco primera comunión, con una corona de rosas blancas en la cabeza. Sobre su 
rostro, pintado de cera, resaltan sus ojos y sus labios de lirio seco. Trae un cirio rizado 
en la mano y el gran lazo con flecos de oro.
El Gato, de azul, con dos enormes manchas rojas de sangre en el pechito gris y en la 

cabeza. Avanzan hacia el público. El Niño trae al Gato cogido de una pata.)

GATO. Miau.

NIÑO. Chissssss...

GATO. Miauuu.

NIÑO.

Toma mi pañuelo blanco.
Toma mi corona blanca.
No llores más.

GATO.

Me duelen las heridas
que los niños me hicieron en la espalda.

NIÑO.

También a mí me duele el corazón.

GATO.

¿Por qué te duele, niño, di?

NIÑO.

Porque no anda.
Ayer se me paró muy despacito,
ruiseñor de mi cama.
Mucho ruido, ¡si vieras!... Me pusieron
con estas rosas frente a la ventana.

GATO.

¿Y qué sentías tú?

NIÑO.

Pues yo sentía
surtidores y abejas por la sala.
Me ataron las dos manos, ¡muy mal hecho!
Los niños por los vidrios me miraban
y un hombre con martillo iba clavando
estrellas de papel sobre mi caja.

(Cruzando las manos.)

No vinieron los ángeles. No, Gato.

GATO.

No me digas más gato.

NIÑO.

¿No?

GATO.

Soy gata.

NIÑO.

¿Eres gata?

GATO. (Mimosa.)

Debiste conocerlo.

NIÑO.

¿Por qué?

GATO.

Por mi voz de plata.

NIÑO. (Galante.)

¿No te quieres sentar?

GATO.

Sí. Tengo hambre.

NIÑO.

Voy a ver si te encuentro alguna rata.

(Se pone a mirar debajo de las sillas. El Gato, sentado en un taburete, tiembla.)

No la comas entera. Una patita
porque estás muy enferma.

GATO.

Diez pedradas
me tiraron los niños.

NIÑO.

Pesan como las rosas
que oprimieron anoche mi garganta.
¿Quieres una?

(Se arranca una rosa de la cabeza.)

GATO. (Alegre.)

Sí, quiero.

NIÑO.

Con tus manchas de cera, rosa blanca,
ojo de luna rota me pareces,
gacela entre los vidrios desmayada.

(Se la pone.)

GATO.

¿Tú qué hacías?

NIÑO.

Jugar. ¿Y tú?

GATO.

¡Jugar!
Iba por el tejado, gata chata,
naricilla de hojadelata.
En la mañana
iba a coger los peces por el agua
y al mediodía
bajo el rosal del muro me dormía.

NIÑO.

¿Y por la noche?

GATA. (Enfática.)

Me iba sola.

NIÑO.

¿Sin nadie?

GATA.

Por el bosque.

NIÑO. (Con alegría.)

Yo también iba, ¡ay, gata chata, barata,
naricillas de hojadelata!,
a comer zarzamoras y manzanas.
Y después a la iglesia con los niños
a jugar a la cabra.

GATA.

¿Qué es la cabra?

NIÑO.

Era mamar los clavos de la puerta.

GATA.

¿Y eran buenos?

NIÑO.

No, gata.
Como chupar monedas.

(Trueno lejano.)

¡Ay! ¡Espera! ¿No vienen? Tengo miedo.
¿Sabes? Me escapé de casa.

(Lloroso.)

Yo no quiero que me entierren.
Agremanes y vidrios adornan mi caja;
pero es mejor que me duerma
entre los juncos del agua.
Yo no quiero que me entierren. ¡Vamos pronto!

(Le tira de la pata.)

GATA.

¿Y nos van a enterrar? ¿Cuándo?

NIÑO.

Mañana,
en unos hoyos oscuros.
Todos lloran, todos callan.
Pero se van. Yo lo vi.
Y luego, ¿sabes?

GATA.

¿Qué pasa?

NIÑO.

Vienen a comernos.

GATA.

¿Quién?

NIÑO.

El lagarto y la lagarta,
con sus hijitos pequeños,
que son muchos.

GATA.

¿Y qué nos comen?

NIÑO.

La cara,
con los dedos

(Bajando la voz.)

y la cuca.

GATA. (Ofendida.)

Yo no tengo cuca.

NIÑO. (Enérgico.)

¡Gata!:
te comerán las patitas y el bigote.

(Trueno lejanisimo.)

Vámonos; de casa en casa
llegaremos donde pacen
los caballitos del agua.
No es el cielo. Es tierra dura
con muchos grillos que cantan,
con hierbas que se menean,
con nubes que se levantan,
con hondas que lanzan piedras
y el viento como una espada.
¡Yo quiero ser niño, un niño!

(Se dirige a la puerta de la derecha.)

GATA.

Está la puerta cerrada.
Vámonos por la escalera.

NIÑO.

Por la escalera nos verán.

GATA.

Aguarda.

NIÑO.

¡Ya vienen para enterrarnos!

GATA.

Vámonos por la ventana.

NIÑO.

Nunca veremos la luz,
ni las nubes que se levantan,
ni los grillos en la hierba,
ni el viento como una espada.

(Cruzando las manos.)

¡Ay girasol!
¡Ay girasol de fuego!
¡Ay girasol!

GATA.

¡Ay clavellina del sol!

NIÑO.

Apagado va por el cielo.
Sólo mares y montes de carbón,
y una paloma muerta por la arena
con las alas tronchadas y en el pico una flor.

(Canta.)

Y en la flor una oliva,
y en la oliva un limón...
¿Cómo sigue?... No lo sé, ¿cómo sigue?

GATA.

¡Ay girasol!
¡Ay girasol de la mañanita!

NIÑO.

¡Ay clavellina del sol!

(La luz es tenue. El Niño y el Gato, separados, andan a tientas.)

GATA.

No hay luz. ¿Dónde estás?

NIÑO.

¡Calla!

GATA.

¿Vendrán ya los lagartos, niño?

NIÑO.

No.

GATA.

¿Encontraste salida?

(La Gata se acerca a la puerta de la derecha y sale una mano que la empuja hacia dentro.)

(Dentro.)

¡Niño! ¡Niño!

(Con angustia.)

¡Niño, niño!

(El Niño avanza con terror, deteniéndose a cada paso.)

NIÑO. (En voz baja.)

Se hundió.
Lo ha cogido una mano.
Debe ser la de Dios.
¡No me entierres! Espera unos minutos...
¡Mientras deshojo esta flor!

(Se arranca una flor de la cabeza y la deshoja.)

Yo iré solo, muy despacio,
después me dejarás mirar al sol...
Muy poco, con un rayo me contento.

(Deshojando.)

Sí, no, sí, no, sí.

VOZ.

No. ¡¡No!!

NIÑO.

¡Siempre dije que no!

(Una mano asoma y entra al Niño, que se desmaya. La luz, al desaparecer el Niño, vuelve 

a su tono primero. Por detrás del biombo vuelven a salir rápidamente los tres personajes. 
Dan muestras de calor y de agitación viva. El joven lleva un abanico azul; el Viejo, 
un abanico negro, y el Amigo, un abanico rojo agresivo. Se abanican.)

VIEJO. Pues todavía será más.

JOVEN. Sí, después.

AMIGO. Ya ha sido bastante. Creo que no te puedes escapar de la tormenta.

VOZ. (Fuera.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

JOVEN. ¡Señor, qué tarde! Juan, ¿quién grita así?

CRIADO. (Entrando, siempre en tono suave y andando sobre las puntas de los pies.) 

El niño de la portera murió y ahora lo llevan a enterrar. Su madre llora.

AMIGO. ¡Como es natural!

VIEJO. Sí, sí; pero lo pasado, pasado.

AMIGO. Pero ¡si está pasando! (Discuten.)

(El Criado cruza la escena y va a salir por la puerta izquierda.)

CRIADO. Señor, ¿tendría la bondad de dejarme la llave de su dormitorio?

JOVEN. ¿Para qué?

CRIADO. Los niños arrojaron un gato que habían matado sobre el tejadillo del jardín, 

y hay necesidad de quitarlo.

JOVEN. (Con fastidio.) Toma. (Al Viejo.) ¡No podrá usted con él!

VIEJO. Ni me interesa.

AMIGO. No es verdad. Sí le interesa. Al que no le interesa es a mí, que sé positivamente 

que la nieve es fría y que el fuego quema.

VIEJO. (Irónico.) Según.

AMIGO. (Al Joven.) Te está engañando.

(El Viejo mira enérgicamente al Amigo, estrujando su sombrero.)

JOVEN. (Con fuerza.) No influye lo más mínimo en mi carácter. Soy yo. Pero tú no puedes 

comprender que se espere a una mujer cinco años, colmado y quemado por el amor que crece 
cada día.

AMIGO. ¡No hay necesidad de esperar!

JOVEN. ¿Crees tú que yo puedo vencer las cosas materiales, los obstáculos que surgen y 

se aumentarán en el camino sin causar dolor a los demás?

AMIGO. ¡Primero eres tú que los demás!

JOVEN. Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura.

AMIGO. Yo prefiero comerla verde, o, mejor todavía, me gus ta cortar su flor para ponerla 

en mi solapa.

VIEJO. ¡No es verdad!

AMIGO. ¡Usted es demasiado viejo para saberlo!

VIEJO. (Severamente.) Yo he luchado toda mi vida por encender una luz en los sitios más 

oscuros. Y cuando la gente ha ido a retorcer el cuello de la paloma, yo he sujetado la mano y 
la he ayudado a volar.

AMIGO. ¡Y naturalmente el cazador se ha muerto de hambre!

JOVEN. ¡Bendita sea el hambre!

(Aparece por la puerta de la izquierda el Amigo 2.° Viene vestido de blanco, con un impecable 

traje de lana, y lleva guantes y zapatos del mismo color. De no ser posible que este papel lo 
haga un actor muy joven, lo hará una muchacha. El traje ha de ser de un corte exageradisimo; 
llevará enormes botones azules y el chaleco y la corbata serán de rizados encajes.)

AMIGO 2.° Bendita sea cuando hay pan tostado, aceite y sueño después. Mucho sueño. 

Que no se acabe nunca. Te he oído.

JOVEN. (Con asombro.) ¿Por dónde has entrado?

AMIGO 2.° Por cualquier sitio. Por la ventana. Me ayudaron dos niños amigos míos. 

Los conocí cuando yo era muy pequeño, y me han empujado por los pies. Va a caer un 
aguacero... pero aguacero bonito el que cayó el año pasado. Había tan poca luz, que se me 
pusieron las manos amarillas. (Al Viejo.) ¿Lo recuerda usted?

VIEJO. (Agrio.) No recuerdo nada.

AMIGO 2.° (Al Amigo.) ¿Y tú?

AMIGO I.° (Serio.) ¡Tampoco!

AMIGO 2.° Yo era muy pequeño, pero lo recuerdo con todo detalle.

AMIGO I.° Mira...

AMIGO 2.° Por eso no quiero ver éste. La lluvia es hermosa. En el colegio entraba por los 

patios y estrellaba por las paredes a unas mujeres desnudas, muy pequeñas, que lleva dentro. 
¿No las habéis visto? Cuando yo tenía cinco años... no, cuando yo tenía dos... ¡miento!, 
uno, un año tan sólo, es hermoso, ¿verdad?, un año, cogí una de estas mujercillas de la 
lluvia y la tuve dos días en una pecera.

AMIGO I.° (Con sorna.) ¿Y creció?

AMIGO 2.° ¡No! Se hizo cada vez más pequeña, más niña, como debe ser, como es lo justo, 

hasta que no quedó de ella más que una gota de agua. Y cantaba una canción...

Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme volver!
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo
ayer.
Yo vuelvo por mis alas,
¡dejadme tornar!
Quiero morirme siendo manantial,
quiero morirme fuera de la mar...
que es exactamente lo que yo canto a todas horas.

VIEJO. (Irritado, al Joven.) Está completamente loco.

AMIGO 2.° (Que lo ha oído.) Loco, porque no quiero estar lleno de arrugas y dolores 

como usted. Porque quiero vivir lo mío y me lo quitan. Yo no lo conozco a usted. Yo no 
quiero ver gente como usted.

AMIGO I.° (Bebiendo.) Todo eso no es más que miedo a la muerte.

AMIGO 2.° No. Ahora, antes de entrar aquí, vi a un niño que llevaban a enterrar con las 

primeras gotas de la lluvia. Así quiero que me entierren a mí. En una caja así de pequeña, 
y ustedes se van a luchar en la borrasca. Pero mi rostro es mío y me lo están robando. 
Yo era tierno y cantaba, y ahora hay un hombre, un señor (Al Viejo.), como usted, que 
anda por dentro de mí con dos o tres caretas preparadas. (Saca un espejo y se mira.) 
Pero todavía no, todavía me veo subido en los cerezos... con aquel traje gris... 
Un traje gris que tenía unas anclas de plata... ¡Dios mío! (Se cubre la cara con las manos.)

VIEJO. Los trajes se rompen, las anclas se oxidan y vamos adelante.

AMIGO 2.° ¡Oh, por favor, no hable así!

VIEJO. (Entusiasmado.) Se hunden las casas.

AMIGO I.° (Enérgico y en actitud de defensa.) Las casas no se hunden.

VIEJO. (Impertérrito.) Se apagan los ojos y una hoz muy afilada siega los juncos de las orillas.

AMIGO 2.° (Sereno.) ¡Claro! ¡Todo eso pasa más adelante!

VIEJO. Al contrario. Eso ha pasado ya.

AMIGO 2.° Atrás se queda todo quieto. ¿Cómo es posible que no lo sepa usted? No hay más 

que ir despertando suavemente las cosas. En cambio, dentro de cuatro o cinco años existe un 
pozo en el que caeremos todos.

VIEJO. (Furioso.) ¡Silencio!

JOVEN. (Temblando, al Viejo.) ¿Lo ha oído usted?

VIEJO. Demasiado. (Sale rápidamente por la puerta de la derecha.)

JOVEN. (Detrás.) ¿Dónde va usted? ¿Por qué se marcha así? ¡Espere! (Sale detrás.)

AMIGO 2.° (Encogiéndose de hombros.) Bueno. Viejo tenía que ser. Usted, en cambio, no 

ha protestado.

AMIGO I.° (Que ha estado bebiendo sin parar.) No.

AMIGO 2.° Usted, con beber tiene bastante.

AMIGO I.° (Serio y con cara borracha.) Yo hago lo que me gusta, lo que me parece bien. 

No le he pedido su parecer.

AMIGO 2.° (Con miedo.) Sí, sí... Y yo no le digo nada... (Se sienta en un sillón, con las 

piernas encogidas.)

(El Amigo I.° se bebe rápidamente dos copas, apuradas hasta lo último, y dándose un golpe 

en la frente, como si recordara algo, sale rápidamente, en medio de una alegrísima sonrisa, 
por la puerta izquierda. El Amigo 2.° inclina la cabeza en el sillón. Aparece el Criado 
por la derecha, siempre delicado, sobre las puntas de los pies. Empieza a llover.)

AMIGO 2.° El aguacero. (Se mira las manos.) Pero qué luz más fea. (Queda dormido.)

JOVEN. (Entrando.) Mañana volverá. Lo necesito. (Se sienta.)

(Aparece la Mecanógrafa. Lleva una maleta. Cruza la escena y, en medio de ella, vuelve

 rápidamente.)

MECANÓGRAFA. ¿Me habías llamado?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te había llamado.

(La Mecanógrafa sale mirando con ansia y esperando la llamada.)

MECANÓGRAFA. (En la puerta.) ¿Me necesitas?

JOVEN. (Cerrando los ojos.) No. No te necesito.

(Sale la Mecanógrafa.)

AMIGO 2.° (Entre sueños.)

Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo
ayer.
Quiero morirme siendo
amanecer.

(Empieza a llover.)

JOVEN. Es demasiado tarde, Juan, enciende las luces. ¿Qué hora es?

JUAN. (Con intención.) Las seis en punto, señor.

JOVEN. Está bien.

AMIGO 2.° (Entre sueños.)

Yo vuelvo por mis alas,
dejadme tornar.
Quiero morirme siendo manantial.
Quiero morirme fuera
de la mar.

(El joven golpea suavemente la mesa con los dedos.)


Telón lento



2º Acto 

Alcoba estilo 1900. Muebles extraños. Grandes cortinajes llenos de pliegues y borlas. Por 

las paredes, nubes y ángeles pintados. En el centro, una cama llena de colgaduras y 
plumajes. A la izquierda, un tocador sostenido por ángeles con ramos de luces eléctricas 
en las manos. Los balcones están abiertos, y por ellos entra la luna. Se oye un claxon de 
automóvil que toca con furia. La Novia salta de la cama con espléndida bata llena de 
encajes y enormes lazos color de rosa. Lleva una larga cola y todo el cabello hecho bucles.

NOVIA. (Asomándose al balcón.) Sube. (Se oye el claxon.) Es preciso. Llegará mi novio, 

el viejo, el lírico, y necesito apoyarme en ti.

(El jugador de Rugby entra por el balcón. Viene vestido con las rodilleras y el casco. 

Lleva una bolsa llena de cigarros puros, que enciende y aplasta sin cesar.)

NOVIA. Entra. Hace dos días que no te veo. (Se abrazan.)

(El jugador de Rugby no habla, sólo fuma y aplasta con el pie el cigarro. Da muestras de 

una gran vitalidad y abraza con ímpetu a la Novia.)

NOVIA. Hoy me has besado de manera distinta. Siempre cambias, ¡amor mío! Ayer no te vi, 

¿sabes? Pero estuve viendo al caballo. Era hermoso, blanco y los cascos dorados entre el heno 
de los pesebres. (Se sienta en un sofá que hay al pie de la cama.) Pero tú eres más hermoso. 
Porque eres como un dragón. (La abraza.) Creo que me vas a quebrar entre tus brazos, 
porque soy débil, porque soy pequeña, porque soy como la escarcha, porque soy como una 
diminuta guitarra quemada por el sol, y no me quiebras.

(El jugador de Rugby le echa el humo en la cara.)

(Pasándole la mano por el cuerpo.) Detrás de toda esta sombra hay como una trabazón de 

puentes de plata para estrecharme a mí y para defenderme a mí, que soy pequeñita como 
un botón, pequeñita como una abeja que entrara de pronto en el salón del trono, 
¿verdad?, ¿verdad que sí? Me iré contigo. (Apoya la cabeza en el pecho del jugador.) 
Dragón, ¡dragón mío! ¿Cuántos corazones tienes? Hay en tu pecho como un torrente donde 
yo me voy a ahogar. Me voy a ahogar... (Lo mira.) Y luego tú saldrás corriendo (Llora.) 
y me dejarás muerta por las orillas. (El jugador de Rugby se lleva otro puro a la boca y la 
Novia se lo enciende.) ¡Oh! (Lo besa.) ¡Qué ascua blanca, qué fuego de marfil derraman 
tus dientes! Mi otro novio tenía los dientes helados; me besaba, y sus labios se le cubrían 
de pequeñas hojas marchitas. Eran unos labios secos. Yo me corté las trenzas porque le 
gustaban mucho, como ahora voy descalza porque te gusta a ti. ¿Verdad?, ¿verdad que sí? 
(El jugador la besa.) Es preciso que nos vayamos. Mi novio vendrá.

VOZ. (En la puerta.) ¡Señorita!

NOVIA. ¡Vete! (Lo besa.)

VOZ. ¡Señorita!

NOVIA. (Separándose del jugador y adoptando una actitud distraída.) ¡Ya voy! (En voz baja.) 

¡Adiós!

(El jugador vuelve desde el balcón y le da un beso, levantándola en los brazos.)

VOZ. ¡Abra!

NOVIA. (Fingiendo la voz.) ¡Qué poca paciencia!

(El jugador sale silbando por el balcón.)

CRIADA. (Entrando.) ¡Ay señorita!

NOVIA. ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¿Qué? (Enciende la luz del techo. Una luz más azulada que la que entra por los balcones.)

CRIADA. ¡Su novio ha llegado!

NOVIA. Bueno. ¿Por qué te pones así?

CRIADA. (Llorosa.) Por nada.

NOVIA. ¿Dónde está?

CRIADA. Abajo.

NOVIA. ¿Con quién?

CRIADA. Con su padre.

NOVIA. ¿Nadie más?

CRIADA. Y un señor con lentes de oro. Discutían mucho.

NOVIA. Voy a vestirme. (Se sienta delante del tocador y se arregla, ayudada de la Criada.)

CRIADA. (Llorosa.) ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. (Agria.) ¡Qué!

CRIADA. ¡Es muy guapo su novio!

NOVIA. Cásate con él.

CRIADA. Viene muy contento.

NOVIA. (Irónica.) ¿Sí?

CRIADA. Traía este ramo de flores.

NOVIA. Ya sabes que no me gustan las flores. Tira ésas por el balcón.

CRIADA. ¡Son tan hermosas!... Están recién cortadas.

NOVIA. (Autoritaria.) ¡Tíralas!

(La Criada arroja unas flores, que estaban sobre un jarro, por el balcón.)

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Furiosa.) ¿Qué señorita?

CRIADA. ¡Señorita!

NOVIA. ¡Quéeee!

CRIADA. ¡Piense bien en lo que hace! Recapacite. El mundo es grande, pero las personas 

somos pequeñas.

NOVIA. ¿Qué sabes tú?

CRIADA. Sí, sí lo sé. Mi padre estuvo en el Brasil dos veces y era tan chico que cabía en 

una maleta. Las cosas se olvidan y lo malo queda.

NOVIA. ¡Te he dicho que te calles!

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Enérgica.) ¡Mi ropa!

CRIADA. ¡Qué va usted a hacer!

NOVIA. ¡Lo que puedo!

CRIADA. Un hombre tan bueno. ¡Tanto tiempo esperándola! Con tanta ilusión. ¡Cinco años! 

(Le da los trajes.)

NOVIA. ¿Te dio la mano?

CRIADA. (Con alegría.) Sí; me dio la mano.

NOVIA. ¿Y cómo te dio la mano?

CRIADA. Muy delicadamente, casi sin apretar.

NOVIA. ¿Lo ves? No te apretó.

CRIADA. Tuve un novio soldado que me clavaba los anillos y me hacía sangre. ¡Por eso lo 

despedí!

NOVIA. (Con sorna.) ¿Sí?

CRIADA. ¡Ay señorita!

NOVIA. (Irritada.) ¿Qué traje me pongo?

CRIADA. Con el rojo está preciosa.

NOVIA. No quiero estar guapa.

CRIADA. El verde.

NOVIA. (Suave.) No.

CRIADA. ¿El naranja?

NOVIA. (Fuerte.) No.

CRIADA. ¿El de tules?

NOVIA. (Más fuerte.) No.

CRIADA. ¿El traje hojas de otoño?

NOVIA. (Irritada y fuerte.) ¡He dicho que no! Quiero un hábito color tierra para ese hombre; 

un hábito de roca pelada con un cordón de esparto a la cintura. (Se oye el claxon. La Novia 
entorna los ojos y cambiando la expresión sigue hablando.)Pero con una corona de jazmines 
en el cuello y toda mi carne apretada por un velo mojado por el mar. (Se dirige al balcón.)

CRIADA. ¡Que no se entere su novio!

NOVIA. Se ha de enterar. (Eligiendo un traje de hábito, sencillo.) Éste. (Se lo pone.)

CRIADA. ¡Está equivocada!

NOVIA. ¿Por qué?

CRIADA. Su novio busca otra cosa. En mi pueblo había un muchacho que subía a la 

torre de la iglesia para mirar más de cerca la luna, y su novia lo despidió.

NOVIA. ¡Hizo bien!

CRIADA. Decía que veía en la luna el retrato de su novia.

NOVIA. (Enérgica.) ¿Y a ti te parece bien? (Se termina de arreglar en el tocador y enciende 

las luces de los ángeles.)

CRIADA. Sí. Cuando yo me disgusté con el botones...

NOVIA. ¿Ya te has disgustado con el botones? ¡Tan guapo... tan guapo... tan guapo...!

CRIADA. Naturalmente. Le regalé un pañuelo bordado por mí, que decía: «Amor, Amor, 

Amor», y se le perdió.

NOVIA. Vete.

CRIADA. ¿Cierro los balcones?

NOVIA. No.

CRIADA. El aire le va a quemar el cutis.

NOVIA. Eso me gusta. Quiero ponerme negra. Más negra que un muchacho. Y si me caigo, 

no hacerme sangre, y si agarro una zarzamora, no herirme. Están todos andando por el 
alambre con los ojos cerrados. Yo quiero tener plomo en los pies. Anoche soñaba que todos 
los niños pequeños crecen por casualidad... Que basta la fuerza que tiene un beso para 
poder matarlos a todos. Un puñal, unas tijeras duran siempre, y este pecho mío dura sólo 
un momento.

CRIADA. (Escuchando.) Ahí llega su padre.

NOVIA. (Con sigilo.) Todos mis trajes de color los metes en una maleta.

CRIADA. (Temblando.) Sí.

NOVIA. Y tienes preparada la llave del garaje.

CRIADA. (Con miedo.) ¡Está bien!

(Entra el Padre de la Novia. Es un viejo distraído. Lleva unos prismáticos colgados al cuello. 

Peluca blanca. Cara rosa. Lleva guantes blancos y traje negro. Tiene detalles de una delicada 
miopía.)

PADRE. ¿Estás ya preparada?

NOVIA. (Irritada.) Pero ¿para qué tengo yo que estar preparada?

PADRE. ¡Que ha llegado!

NOVIA. ¿Y qué?

PADRE. Pues que como estás comprometida y se trata de tu vida, de tu felicidad, es natural 

que estés contenta y decidida.

NOVIA. Pues no estoy.

PADRE. ¿Cómo?

NOVIA. Que no estoy contenta. ¿Y tú?

PADRE. Pero hija... ¿Qué va a decir ese hombre?

NOVIA. ¡Que diga lo que quiera!

PADRE. Viene a casarse contigo. Tú le has escrito durante los cinco años que ha durado 

nuestro viaje. Tú no has bailado con nadie en los transatlánticos... No te has interesado 
por nadie. ¿Qué cambio es éste?

NOVIA. No quiero verlo. Es preciso que yo viva. Habla demasiado.

PADRE. ¡Ay! ¿Por qué no lo dijiste antes?

NOVIA. ¡Antes no existía yo tampoco! Existía la tierra y el mar. Pero yo dormía dulcemente 

en los almohadones del tren.

PADRE. Ese hombre me insultará con toda la razón. ¡Ay, Dios mío! Ya estaba todo arreglado.

Te había regalado el hermoso traje de novia. Ahí dentro está, en el maniquí.

NOVIA. No me hables de esto. No quiero.

PADRE. ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Es que no tengo derecho a descansar? Esta noche hay un eclipse 

de luna. Ya no podré mirarlo desde la terraza. En cuanto paso una irritación se me sube 
la sangre a los ojos y no veo. ¿Qué hacemos con este hombre?

NOVIA. Lo que tú quieras. Yo no quiero verlo.

PADRE. (Enérgico y sacando fuerzas de voluntad.) ¡Tienes que cumplir tu compromiso!

NOVIA. ¡No lo cumplo!

PADRE. ¡Es preciso!

NOVIA. No.

PADRE. ¡Sí! (Hace intención de pegarle.)

NOVIA. (Fuerte.) No.

PADRE. Todos contra mí. (Mira al cielo por el balcón abierto.) Ahora empezará el eclipse. 

(Se dirige al balcón.) Ya han apagado las lámparas. (Con angustia.) ¡Será hermoso! 
Lo he estado esperando mucho tiempo. Y ahora ya no lo veo. ¿Por qué lo has engañado?

NOVIA. Yo no lo he engañado.

PADRE. Cinco años, día por día. ¡Ay, Dios mío!

(La Criada entra precipitadamente y corre hacia el balcón; fuera se oyen voces.)

CRIADA. ¡Están discutiendo!

PADRE. ¿Quién?

CRIADA. Ya ha entrado. (Sale rápidamente.)

PADRE. ¿Qué pasa?

NOVIA. ¿Dónde vas? ¡Cierra la puerta! (Con angustia.)

PADRE. Pero ¿por qué?

NOVIA. ¡Ah!

(Aparece el joven. Viene vestido de calle. Se arregla el cabello. En el momento de entrar 

se encienden todas las luces de la escena y los ramos de bombillas que llevan los 
ángeles en la mano. Quedan los tres personajes mirándose, quietos y en silencio.)

JOVEN. Perdonen...

(Pausa.)

PADRE. (Con embarazo.) Siéntese.

(Entra la Criada muy nerviosa, con las manos sobre el pecho.)

JOVEN. (Dando la mano a la Novia.) ¡Ha sido un viaje tan largo!

NOVIA. (Mirándolo muy fija y sin soltarle la mano.) Sí. Un viaje frío. Ha nevado mucho 

estos últimos años. (Le suelta la mano.)

JOVEN. Ustedes me perdonarán, pero de correr, de subir la escalera, estoy agitado. Y luego... 

en la calle he golpeado a unos niños que estaban matando un gato a pedradas.

(El Padre le ofrece una silla.)

NOVIA. (A la Criada.) Una mano fría. Una mano de cera cortada.

CRIADA. ¡La va a oír!

NOVIA. Y una mirada antigua. Una mirada que s e parte como el ala de una mariposa seca.

JOVEN. No, no puedo estar sentado. Prefiero charlar... De pronto, mientras subía la escalera, 

vinieron a mi memoria todas las canciones que había olvidado y las quería cantar todas a 
la vez. (Se acerca a la Novia.) ... Las trenzas...

NOVIA. Nunca tuve trenzas.

JOVEN. Sería la luz de la luna. Sería el aire cuajado en bocas para besar tu cabeza.

(La Criada se retira a un rincón. El Padre se asoma a los balcones y mira con los prismáticos.)

NOVIA. ¿Y tú no eras más alto?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿No tenías una sonrisa violenta que era como una garra sobre tu rostro?

JOVEN. No.

NOVIA. ¿Y no jugabas tú al rugby?

JOVEN. Nunca.

NOVIA. (Con pasión.) ¿Y no llevabas un caballo de las crines y matabas en un día tres mil 

faisanes?

JOVEN. Jamás.

NOVIA. ¡Entonces! ¿A qué vienes a buscarme? Tenías las manos llenas de anillos. ¿Dónde 

hay una gota  de sangre?

JOVEN. Yo la derramaré si te gusta.

NOVIA. (Enérgica.) No es tu sangre. ¡Es la mía!

JOVEN. ¡Ahora nadie podrá separar mis brazos de tu cuello!

NOVIA. No son tus brazos, son los míos. Soy yo la que se quiere quemar en otro fuego.

JOVEN. No hay más fuego que el mío. (La abraza.) Porque te he esperado y ahora 

gano mi sueño. Y no son sueño tus trenzas porque las haré yo mismo de tu cabello, 
ni es sueño tu cintura donde canta la sangre mía, porque es mía esta sangre, ganada 
lentamente a través de una lluvia, y mío este sueño.

NOVIA. (Desasiéndose.) Déjame. Todo lo podías haber dicho menos la palabra sueño. 

Aquí no se sueña. Yo no quiero soñar... Yo estoy defendida por el tejado.

JOVEN. ¡Pero se ama!

NOVIA. Tampoco se ama. ¡Vete!

JOVEN. ¿Qué dices? (Aterrado.)

NOVIA. Que busques otra mujer a quien puedas hacerle trenzas.

JOVEN. (Como despertando.) ¡¡No!!

NOVIA. ¿Cómo voy a dejar que entres en mi alcoba cuando ya ha entrado otro?

JOVEN. ¡Ay! (Se cubre la cara con las manos.)

NOVIA. Dos días tan sólo han bastado para sentirme cargada de cadenas. En los espejos 

y entre los encajes de la cama oigo ya el gemido de un niño que me persigue.

JOVEN. Pero mi casa está ya levantada. Con muros que yo mismo he tocado. ¿Voy a dejar 

que la viva el aire?

NOVIA. ¿Y qué culpa tengo yo? ¿Quieres que me vaya contigo?

JOVEN. (Sentándose en una silla, abatido.) Sí, sí, vente.

NOVIA. Un espejo, una mesa estarían más cerca de ti que yo.

JOVEN. ¿Qué voy a hacer ahora?

NOVIA. Amar.

JOVEN. ¿A quién?

NOVIA. Busca. Por las calles, por el campo.

JOVEN. (Enérgico.) No busco. Te tengo a ti. Estás aquí, entre mis manos, en este mismo 

instante, y no me puedes cerrar la puerta porque vengo mojado por una lluvia de cinco años. 
Y porque después no hay nada, porque después no puedo amar, porque después se ha acabado 
todo.

NOVIA. ¡Suelta!

JOVEN. No es tu engaño lo que me duele. Tú no eres nada. Tú no significas nada. Es mi 

tesoro perdido. Es mi amor sin objeto. ¡Pero vendrás!

NOVIA. ¡No iré!

JOVEN. Para que no tenga que volver a empezar. Siento que se me olvidan hasta las letras.

NOVIA. ¡¡No iré!!

JOVEN. Para que no muera. ¿Lo oyes? ¡Para que no muera!

NOVIA. ¡Déjame!

CRIADA. (Saliendo.) ¡Señorita! (El Joven suelta a la Novia.) ¡Señor!

PADRE. (Entrando.) ¿Quién grita?

NOVIA. Nadie.

PADRE. (Mirando al joven.) Caballero...

JOVEN. (Abatido.) Hablábamos.

NOVIA. (Al Padre.) Es preciso que le devuelva los regalos... (El joven hace un movimiento.) 

Todos. Sería injusto. Todos... menos los abanicos... porque se han roto.

JOVEN. (Recordando.) Dos abanicos.

NOVIA. Uno azul...

JOVEN. Con tres góndolas hundidas...

NOVIA. Y otro blanco...

JOVEN. ¡Que tenía en el centro la cabeza de un tigre! Y... ¿están rotos?

CRIADA. Las últimas varillas se las llevó el niño del carbonero.

PADRE. Eran unos abanicos buenos, pero vamos...

JOVEN. (Sonriendo.) No importa que se hayan perdido. Me hacen ahora mismo un aire 

que me quema la piel.

CRIADA. (A la Novia.) ¿También el traje de novia?

NOVIA. Está claro.

CRIADA. (Llorosa.) Ahí dentro está, en el maniquí.

PADRE. (Al Joven.) Yo quisiera que...

JOVEN. No importa.

PADRE. De todos modos, está usted en su casa.

JOVEN. ¡Gracias!

PADRE. (Que mira siempre al balcón.) Debe estar ya en el comienzo. Usted perdone. 

(A la Novia.)
¿Vienes?...

NOVIA. Sí. (Al Joven.) ¡Adiós!

JOVEN. ¡Adiós! (Salen.)

VOZ. (Fuera.) ¡Adiós!

JOVEN. Adiós... ¿y qué? ¿Qué hago con esta hora que viene y que no conozco? ¿Dónde voy?

(La luz de la escena se oscurece. Las bombillas de los ángeles toman una luz azul. Por los 

balcones vuelve a entrar una luz de luna que irá en aumento hasta el final. Se oye un gemido.)

JOVEN. (Mirando a la puerta.) ¿Quién?

(Entra en escena el Maniquí con vestido de novia. Este personaje tiene la cara gris y las cejas 

y los labios dorados como un maniquí de escaparate de lujo. Lleva peluca y guantes de oro. 
Trae puesto con cierto embarazo un espléndido traje de novia blanco, con larga cola y velo.)

MANIQUÍ. (Canta y llora.)

¿Quién usará la plata buena
de la novia chiquita y morena?
Mi cola se pierde por el mar
y la luna lleva puesta mi corona de azahar.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo,
se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?
Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

JOVEN.

¿Qué cantas, dime?

MANIQUÍ.

Yo canto
muerte que no tuve nunca,
dolor de velo sin uso,
con llanto de seda y pluma.
Ropa interior que se queda
helada de nieve oscura,
sin que los encajes puedan
competir con las espumas.
Telas que cubren la carne
serán para el agua turbia.
Y en vez de rumor caliente,
quebrado torso de lluvia.
¿Quién usará la ropa buena
de la novia chiquita y morena?

JOVEN.

Se la pondrá el aire oscuro
jugando al alba en su gruta,
ligas de raso los juncos,
medias de seda la luna.
Dale el velo a las arañas
para que coman y cubran
las palomas, enredadas
en sus hilos de hermosura.
Nadie se pondrá tu traje,
forma blanca y luz confusa,
que seda y escarcha fueron
livianas arquitecturas.

MANIQUÍ.

Mi cola se pierde por el mar.

JOVEN.

Y la luna lleva en vilo tu corona de azahar.

MANIQUÍ. (Irritado.)

No quiero. Mis sedas tienen,
hilo a hilo y una a una,
ansia de calor de boda.
Y mi camisa pregunta
dónde están las manos tibias
que oprimen en la cintura.

JOVEN.

Yo también pregunto. ¡Calla!

MANIQUÍ.

Mientes. Tú tienes la culpa.
Pudiste ser para mí
potro de plomo y espuma,
el aire roto en el freno
y el mar atado en la grupa.
Pudiste ser un relincho
y eres dormida laguna,
con hojas secas y musgo
donde este traje se pudra.
Mi anillo, señor, mi anillo de oro viejo.

JOVEN.

¡Se hundió por las arenas del espejo!

MANIQUÍ.

¿Por qué no viniste antes?
Ella esperaba desnuda
como una sierpe de viento
desmayada por las puntas.

JOVEN. (Levantándose.)

Silencio. Déjame. ¡Vete!,
o te romperé con furia
las iniciales de nardo,
que la blanca seda oculta.
Vete a la calle a buscar
hombros de virgen nocturna
o guitarras que te lloren
seis largos gritos de música.
Nadie se pondrá tu traje.

MANIQUÍ.

Te seguiré siempre.

JOVEN.

¡Nunca!
.
MANIQUÍ.

¡Déjame hablarte!

JOVEN.

¡Es inútil!
No quiero saber!

MANIQUÍ.

Escucha.
Mira.

JOVEN.

¿Que?

MANIQUÍ.

Un trajecito
que robé de la costura.
(Enseña un traje rosa de niño.)
Dos fuentes de leche blanca
mojan mis sedas de angustia
y un dolor blanco de abejas
cubre de rayos mi nuca.
Mi hijo. ¡Quiero a mi hijo!
Por mi falda lo dibujan
estas cintas que me estallan
de alegría en la cintura.
¡Y es tu hijo!

JOVEN. (Coge el trajecito.)

Sí, mi hijo:
donde llegan y se juntan
pájaros de sueño loco
y jazmines de cordura.

(Angustiado.)

¿Y si mi niño no llega...?
Pájaro que el aire cruza
¿no puede cantar?

MANIQUÍ.

No puede.

JOVEN.

¿Y si mi niño no llega...?
Velero que el agua surca
¿no puede nadar?

MANIQUÍ.

No puede.

JOVEN.

Quieta el arpa de la lluvia,
un mar hecho piedra ríe
últimas olas oscuras.

MANIQUÍ.

¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

JOVEN. (Entusiasmado y rotundo.)

Se lo pondrá mujer que espera por las orillas de la mar.

MANIQUÍ.

Te espera siempre, ¿recuerdas?
Estaba en tu casa oculta.
Ella te amaba y se fue.
Tu niño canta en su cuna
y como es niño de nieve
espera la sangre tuya.
Corre, a buscarla, ¡deprisa!,
y entrégamela desnuda
para que mis sedas puedan,
hilo a hilo y una a una,
abrir la rosa que cubre
su vientre de carne rubia.

JOVEN.

He de vivir.

MANIQUÍ.

¡Sin espera!

JOVEN.

Mi niño canta en su cuna,
y como es niño de nieve
aguarda calor y ayuda.

MANIQUÍ. (Por el traje del niño.)

¡Dame el traje!

JOVEN. (Dulce.)

No.

MANIQUÍ. (Arrebatándoselo.)

¡Lo quiero!
Mientras tú vences y buscas,
yo cantaré una canción
sobre sus tiernas arrugas. (Lo besa.)

JOVEN.

¡Pronto! ¿Dónde está?

MANIQUÍ.

En la calle.

JOVEN.

Antes que la roja luna
limpie con sangre de eclipse
la perfección de su curva,
traeré temblando de amor
mi propia mujer desnuda.

(La luz es de un azul intenso. Entra la Criada por la izquierda con un candelabro y la escena 

toma suavemente su luz normal, sin descuidar la luz azul de los balcones abiertos de par en 
par que hay en el fondo. En el momento que aparece la Criada, el Maniquí queda rígido 
con una postura de escaparate. La cabeza inclinada y las manos levantadas en actitud 
delicadísima. La Criada deja el candelabro sobre la mesa del tocador. Siempre en actitud 
ompungida y mirando al joven. En este momento aparece el Viejo por una puerta de la 
derecha. La luz crece.)

JOVEN. (Asombrado.) ¡Usted!

VIEJO. (Da muestras de una gran agitación y se lleva las manos al pecho. Trae un pañuelo 

de seda en la mano.) ¡Sí! ¡Yo!

(La Criada sale rápidamente al balcón.)

JOVEN. (Agrio.) No me hace ninguna falta.

VIEJO. Más que nunca. ¡Ay, me has herido! ¿Por qué subiste? Yo sabía lo que iba a pasar. ¡

Ay!

JOVEN. (Dulce, acercándose.) ¿Qué le pasa?

VIEJO. (Enérgico.) Nada. No me pasa nada. Una herida pero... la sangre se seca y lo 

pasado, pasado. (El joven inicia el mutis.) ¿Dónde vas?

JOVEN. (Con alegría.) A buscar.

VIEJO. ¿A quién?

JOVEN. A la mujer que me quiere. Usted la vio en mi casa, ¿no recuerda?

VIEJO. (Severo.) No recuerdo. Pero espera.

JOVEN. ¡No! Ahora mismo.

(El Viejo lo coge del brazo.)

PADRE. (Entrando.) ¡Hija!, ¿dónde estás? ¡Hija!

(Se oye el claxon del automóvil.)

CRIADA. (En el balcón.) ¡Señorita! ¡Señorita!

PADRE. (Yéndose al balcón.) ¡Hija! ¡Espera, espera! (Sale.)

JOVEN. Yo también me voy. Yo busco, como ella, ¡la nueva flor de mi sangre! 

(Sale corriendo.)

VIEJO. ¡Espera! ¡Espera! ¡No me dejes herido! ¡Espera! (Sale. Sus voces de «¡Espera, 

espera!» se pierden.)

(Se oye lejano el claxon. Queda la escena azul y el Maniquí avanza dolorido. Con 

dos expresiones. Pregunta en el primer verso con ímpetu y respuesta en el segundo 
y como muy lejana.)

MANIQUÍ.

Mi anillo, ¡señor!, mi anillo de oro viejo

(Pausa.)

se hundió por las arenas del espejo.
¿Quién se pondrá mi traje? ¿Quién se lo pondrá?

(Pausa. Llorando.)

Se lo pondrá la ría grande para casarse con el mar.

(Se desmaya y queda tendido en el sofá.)

VOZ (Fuera.) ¡Esperaaa...!


Telón rápido



3er. Acto 

Cuadro primero

Bosque. Grandes troncos. En el centro, un teatro rodeado de cortinas barrocas con el 

telón echado. Una escalerita une el tabladillo con el escenario. Al levantarse el telón 
cruzan entre los troncos dos Figuras vestidas de negro, con las caras blancas de yeso 
y las manos también blancas. Suena una música lejana. Sale el Arlequín. Viste de 
negro y verde. Lleva dos caretas, una en cada mano y ocultas en la espalda. 
Acciona de modo rítmico, como un bailarín.

ARLEQUÍN.

El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del Sueño.

(Se pone una careta de alegrísima expresión.)

¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(Se quita la careta.)

El Tiempo va sobre el Sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

(Se pone una careta de expresión dormida.)

¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

(Se la quita.)

Sobre la misma columna,
abrazados Sueño y Tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

(Con una careta.)

¡Ay cómo canta el alba! ¡Cómo canta!

(Con la otra careta.)

¡Qué espesura de anémonas levanta!
Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(Desde este momento se oirá en el fondo durante todo el acto, y con medidos intervalos, 

unas lejanas trompas graves de caza. Aparece una Muchacha vestida de negro, con túnica 
griega. Viene saltando con una guirnalda.)

MUCHACHA.

¿Quién lo dice,
quién lo dirá?
Mi amante me aguarda
en el fondo del mar.

ARLEQUÍN. (Gracioso.)

Mentira.

MUCHACHA.

Verdad.
Perdí mi deseo,
perdí mi dedal,
y en los troncos grandes
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN. (Irónico.)

Una cuerda muy larga.

MUCHACHA.

Larga; para bajar.
Tiburones y peces
y ramos de coral.

ARLEQUÍN.

Abajo está.

MUCHACHA. (En voz baja.)

Muy bajo.

ARLEQUÍN.

Dormido.

MUCHACHA.

¡Abajo está!
Banderas de agua verde
lo nombran capitán.

ARLEQUÍN. (En alta voz y gracioso.)

¡Mentira!

MUCHACHA. (En altavoz.)

¡Verdad!
Perdí mi corona,
perdí mi dedal,
y a la media vuelta,
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN.

Ahora mismo.

MUCHACHA.

¿Ahora?

ARLEQUÍN.

Tu amante verás
a la media vuelta
del viento y el mar.

MUCHACHA. (Asustada.)

¡Mentira!

ARLEQUÍN.

¡Verdad!
Yo te lo daré.

MUCHACHA. (Inquieta.)

No me lo darás. No se llega nunca al fondo del mar.

ARLEQUÍN. (A voces y como si estuviera en el circo.)

¡Señor hombre, acuda!

(Aparece un espléndido Payaso, lleno de lentejuelas. Su cabeza empolvada dará 

sensación de calavera. Ríe a grandes carcajadas.)

ARLEQUÍN.

Usted le dará
a esta muchachita...

PAYASO.

Su novio del mar.

(Se remanga.)

Venga una escalera.

MUCHACHA. (Asustada.)

¿Sí?

PAYASO. (A la Muchacha.)

Para bajar.

(Al público.)

¡Buenas noches!

ARLEQUÍN.

¡Bravo!

PAYASO. (Al Arlequín.)

¡Tú, mira hacia allá!

(El Arlequín, riendo, se vuelve.)

¡Vamos, toca!

(Palmotea.)

ARLEQUÍN.

¡Toco!

(El Arlequín toca un violín blanco con dos cuerdas de oro. Debe ser grande y plano. Canta.)

PAYASO.

Novio, ¿dónde estás?

ARLEQUÍN. (Fingiendo la voz.)

Por las frescas algas
yo voy a cazar
grandes caracolas
y lirios de sal.

MUCHACHA. (Gritando, asustada de la realidad.)

¡No quiero!

PAYASO.

¡Silencio!

(El Arlequín ríe.)

MUCHACHA. (Al Payaso, con miedo.)

Me voy a saltar
por las hierbas altas.
Luego nos iremos
al agua del mar.

ARLEQUÍN. (Jocoso y volviéndose.)

¡Mentira!

MUCHACHA. (Al Payaso.)

¡Verdad!

(Inicia el mutis llorando.)

¿Quién lo dice?
¿Quién lo dirá?
Perdí mi corona,
perdí mi dedal.

ARLEQUÍN. (Melancólico.)

A la media vuelta
del viento y el mar.

(Sale la Muchacha.)

PAYASO. (Señalando.)

Allí.

ARLEQUÍN.

¿Dónde? ¿A qué?

PAYASO.

A representar.
Un niño pequeño
que quiere cambiar
en flores de acero
su trozo de pan.

ARLEQUÍN. (Levemente incrédulo.)

¡Mentira!

PAYASO. (Severo.)

¡Verdad!
Perdí rosa y curva,
perdí mi collar,
y en marfil reciente
los volví a encontrar.

ARLEQUÍN.

¡Señor hombre! ¡Venga!

(Inicia el mutis.)

PAYASO. (A voces y mirando al bosque y adelantándose al Arlequín.)

¡No tanto gritar!
¡Buenos días!

(En voz baja.)

¡Vamos!
Toca.

ARLEQUÍN.

¿Toco?

PAYASO.

Un vals. (En alta voz.)

(El Arlequín empieza a tocar. En voz baja.)

¡Deprisa!

(En alta voz.)

Señores:
voy a demostrar...

ARLEQUÍN.

Que en marfil reciente
los volvió a encontrar.

PAYASO.

Voy a demostrar...

(Sale.)

ARLEQUÍN. (Saliendo.)

La rueda que gira
del viento y el mar.

(Se oyen las trompas. Sale la Mecanógrafa. Viste un traje de tenis, con boina de color intenso. 

Encima del vestido, una capa larga de una sola gasa. Viene con la Máscara primera. Ésta 
viste un traje de 1900, amarillo rabioso, con larga cola, pelo de seda amarillo, cayendo como 
un manto, y máscara blanca de yeso con guantes hasta el codo, del mismo color. Lleva 
sombrero amarillo, y todo el pecho de tetas altas ha de estar sembrado de lentejuelas de 
oro. El efecto de este personaje debe ser el de una llamarada sobre el fondo de azules 
lunares y troncos nocturnos. Habla con un leve acento italiano.)

MÁSCARA. (Riendo.) ¡Un verdadero encanto!

MECANÓGRAFA. Yo me fui de su casa. Recuerdo que la tarde de mi partida había una 

gran tormenta de verano y había muerto el niño de la portería. Yo crucé la biblioteca y él 
me dijo: «¿Me habías llamado?»; a lo que yo contesté, cerrando los ojos: «¡¡No!!». 
Y luego, ya en la puerta, dijo: «¿Me necesitas?»; y yo le dije: «No. No te necesito».

MÁSCARA. ¡Precioso!

MECANÓGRAFA. Esperaba siempre de pie toda la noche hasta que yo me asomaba a la ventana.

MÁSCARA. ¿Y usted, señorita mecanógrafa?...

MECANÓGRAFA. No me asomaba. Pero... lo veía por las rendijas... ¡quieto! (Saca un pañuelo.)

¡con unos ojos! Entraba el aire como un cuchillo, pero yo no le podía hablar.

MÁSCARA. Por qué, señorita?

MECANÓGRAFA. Porque me amaba demasiado.

MÁSCARA. ¡Oh mio Dio! Era igual que el conde Arturo de Italia. ¡Oh amor!

MECANÓGRAFA. ¿Sí?

MÁSCARA. En el foyer de la ópera de París hay unas enormes balaustradas que dan al 

mar. El conde Arturo, con una camelia entre los labios, venía en una pequeña barca con 
su niño, los dos abandonados por mí. Pero yo corría las cortinas y les arrojaba un diamante. 
¡Oh! ¡Qué dulcísimo tormento, amiga mía! (Llora.) El conde y su niño pasaban hambre 
y dormían entre las ramas con un lebrel que me había regalado un señor de Rusia. 
(Enérgica y suplicante.) ¿No tienes un pedacito de pan para mí? ¿No tienes un pedacito 
de pan para mi hijo? ¿Para el niño que el conde Arturo dejó morir en la escarcha?...(Agitada.) 
Y después fui al hospital y allí supe que el conde se había casado con una gran dama romana... 
Y después he pedido limosna y compartido mi cama con los hombres que descargan el carbón 
en los muelles.

MECANÓGRAFA. ¿Qué dices? ¿Por qué hablas así?...

MÁSCARA. (Serenándose.) Digo que el conde Arturo me amaba tanto que lloraba detrás 

de las cortinas con su niño, mientras que yo era como una media luna de plata entre los 
gemelos y las luces de gas que brillaban bajo la cúpula de la gran ópera de París.

MECANÓGRAFA. Delicioso. ¿Y cuándo llega el conde?

MÁSCARA. ¿Y cuándo llega tu amigo?

MECANÓGRAFA. Tardará. Nunca es en seguida.

MÁSCARA. También Arturo tardará en seguida. Tiene en la mano derecha una cicatriz que 

le hicieron con un puñal... por mí, desde luego. (Mostrando su mano.) ¿No la ves? 
(Señalando el cuello.) Y aquí otra, ¿la ves?

MECANÓGRAFA. Sí, ¿pero por qué?

MÁSCARA. ¿Per qué? ¿Per qué? ¿Qué hago yo sin heridas? ¿De quién son las heridas de 

mi conde?

MECANÓGRAFA. Tuyas. ¡Es verdad! Hace cinco años que me está esperando, pero... 

¡qué hermoso es esperar con seguridad el momento de ser amada!

MÁSCARA. ¡Y es seguro!

MECANÓGRAFA. ¡Seguro! ¡Por eso vamos a reír! De pequeña, yo guardaba los dulces 

para comerlos después.

MÁSCARA. ¡Ja, ja, ja! Sí, ¿verdad? ¡Saben mejor!

(Se oyen las trompas.)

MECANÓGRAFA. (Iniciando el mutis.) Si viniera mi amigo, ¡tan alto!, con todo el cabello 

rizado, pero rizado de un modo especial, tú haces como si no lo conocieras.

MÁSCARA. ¡Claro, amiga mía! (Se recoge la cola.)

(Aparece el joven. Viste un traje niker gris con medias a cuadros azules.)

ARLEQUÍN. (Saliendo.) ¡Eh!

JOVEN. ¿Qué?

ARLEQUÍN. ¿Dónde va?

JOVEN. A mi casa.

ARLEQUÍN. (Irónico.) ¿Sí?

JOVEN. Claro. (Empieza a andar.)

ARLEQUÍN. ¡Eh! Por ahí no puede pasar.

JOVEN. ¿Han cercado el parque?

ARLEQUÍN. Por ahí está el circo.

JOVEN. Bueno. (Se vuelve.)

ARLEQUÍN. Lleno de espectadores definitivamente quietos. (Suave.) ¿No quiere entrar el señor?

JOVEN. (Estremecido.) No. (No queriendo oír.) ¿Está interceptada también la calle de los chopos?

ARLEQUÍN. Allí están los carros y las jaulas con las serpientes.

JOVEN. Entonces volveré atrás. (Inicia el mutis.)

PAYASO. (Saliendo por el lado opuesto.) ¿Pero dónde va? ¡Ja, ja, ja!

ARLEQUÍN. Dice que va a su casa.

PAYASO. (Dando una bofetada de circo al Arlequín.) ¡Toma casa!

ARLEQUÍN. (Cae al suelo, gritando.) ¡Ay, que me duele, que me duele! ¡Ayy!

PAYASO. (Al Joven.) ¡Venga!

JOVEN. (Irritado.) ¿Pero me quiere usted decir qué broma es ésta? Yo iba a mi casa, es decir, 

a mi casa,
no; a otra casa, a...

PAYASO. (Interrumpiendo.) A buscar.

JOVEN. Sí; porque lo necesito. A buscar.

PAYASO. (Alegre.) ¿A buscar?... Da la media vuelta y lo encontrarás.

LA VOZ DE LA MECANÓGRAFA. (Cantando.)

¿Dónde vas, amor mío,
¡amor mío!,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

(El Arlequín ya se ha levantado. El Payaso le hace señas. El joven está vuelto de espaldas, 

y ellos salen también sin dar la espalda, sobre las puntas de los pies, con paso de baile y 
el dedo sobre los labios. Las luces del teatro se encienden.)

JOVEN. (Asombrado.)

¿Dónde vas, amor mío,
vida mía, amor mío,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

MECANÓGRAFA. (Apareciendo llena de júbilo.)

¿Dónde? ¡Donde me llaman!

JOVEN. (Abrazándola.)

¡Vida mía!

MECANÓGRAFA. (Abrazándolo.)

Contigo.

JOVEN.

Te he de llevar desnuda,
flor ajada y cuerpo limpio,
al sitio donde las sedas
están temblando de frío.
Sábanas blancas te aguardan.
Vámonos pronto. Ahora mismo.
Antes que en las ramas giman
ruiseñores amarillos.

MECANÓGRAFA.

Sí; que el sol es un milano.
Mejor: un halcón de vidrio.
No: que el sol es un gran tronco,
y tú la sombra de un río.
¿Cómo, si me abrazas, di,
no nacen juncos y lirios
y no destiñen tus ondas
el color de mi vestido?
Amor, déjame en el monte
harta de nube y rocío,
para verte grande y triste
cubrir un cielo dormido.

JOVEN.

¡No hables así, niña! Vamos.
No quiero tiempo perdido.
Sangre pura y calor hondo
me están llevando a otro sitio.
Quiero vivir.

MECANÓGRAFA.

¿Con quién?

JOVEN.

Contigo.

MECANÓGRAFA.

¿Qué es eso que suena muy lejos?

JOVEN.

Amor,
el día que vuelve.
¡Amor mío!

MECANÓGRAFA. (Alegre y como en sueños.)

¡Un ruiseñor! ¡Que cante!
Ruiseñor gris de la tarde,
en la rama del arce.
Ruiseñor, ¡te he sentido!
Quiero vivir.

JOVEN.

¿Con quién?

MECANÓGRAFA.

Con la sombra de un río.

(Angustiada y refugiándose en el pecho del joven.)

¿Qué es eso que suena muy lejos?

JOVEN.

Amor.
¡ La sangre en mi garganta,
amor mío!

MECANÓGRAFA.

Siempre así, siempre, siempre,
despiertos o dormidos.

JOVEN.

Nunca así, ¡nunca!, ¡nunca!
Vámonos de este sitio.

MECANÓGRAFA.

¡Espera!

JOVEN.

¡Amor no espera!

MECANÓGRAFA. (Se desase del joven.)

¿Dónde vas, amor mío,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?

(Se dirige a la escalera. Las cortinas del teatrito se descorren y aparece la biblioteca del 

primer acto, reducida y con los tonos muy pálidos. Aparece en la escenita la Máscara 
amarilla, tiene un pañuelo de encaje en la mano y aspira sin cesar, mientras llora, un 
frasco de sales.)

MÁSCARA. (A la Mecanógrafa.) Ahora mismo acabo de abandonar para siempre al conde. 

Se ha quedado ahí detrás con su niño. (Baja las escaleras.) Estoy segura que se morirá. 
Pero me quiso tanto, tanto. (Llora. A la Mecanógrafa.) ¿Tú no lo sabías? Su niño 
morirá bajo la escarcha. Lo he abandonado. ¿No ves que contenta estoy? ¿No ves cómo 
me río? (Llora.)Ahora me buscará por todos lados. (En el suelo.) Voy a esconderme 
dentro de las zarzamoras (En voz alta.), dentro de las zarzamoras. Hablo así porque no 
quiero que Arturo me sienta. (En voz alta.) ¡No te quiero! ¡Ya te he dicho que no 
te quiero!(Se va llorando.) Tú a mí, sí, ¡pero yo a ti no te quiero!

(Aparecen dos Criados vestidos con libreas azules y caras palidísimas que dejan en la 

izquierda del escenario dos taburetes blancos. Por la escenita cruza el Criado del primer 
acto, siempre andando sobre las puntas de los pies.)

MECANÓGRAFA. (Al Criado y subiendo las escaleras de la escenita.) Si viene el señor, 

que pase. (En la escenita.)Aunque no vendrá hasta que deba.

(El Joven empieza lentamente a subir la escalerita.)

JOVEN. (En la escenita, apasionado.) ¿Estás contenta aquí?

MECANÓGRAFA. ¿Has escrito las cartas?

JOVEN. Arriba se está mejor. ¡Vente!

MECANÓGRAFA. ¡Te he querido tanto!

JOVEN. ¡Te quiero tanto!

MECANÓGRAFA. ¡Te querré tanto!

JOVEN. Me parece que agonizo sin ti. ¿Dónde voy si tú me dejas? No recuerdo nada. 

La otra no existe, pero tú sí, porque me quieres.

MECANÓGRAFA. Te he querido, ¡amor! Te querré siempre.

JOVEN. Ahora...

MECANÓGRAFA. ¿Por qué dices ahora?

(Aparece por el escenario grande el Viejo. Viene vestido de azul y trae un gran pañuelo 

en la mano, manchado de sangre, que lleva a su pecho y a su cara. Da muestras de 
agitación viva y observa atentamente lo que pasa en la escenita.)

JOVEN. Yo esperaba y moría.

MECANÓGRAFA. Yo moría por esperar.

JOVEN. Pero la sangre golpea en mis sienes con sus nudillos de fuego, y ahora te tengo 

ya aquí.

VOZ. (Fuera.) ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!

(Cruza la escenita el Niño muerto. Viene solo y entra por una puerta de la izquierda.)

JOVEN. ¡Sí, mi hijo! Corre por dentro de mí, como una hormiguita sola dentro de una caja 

cerrada. (A la Mecanógrafa.)¡Un poco de luz para mi hijo! ¡Por favor! ¡Es tan pequeño! 
¡Aplasta las naricillas en el cristal de mi corazón, y, sin embargo, no tiene aire!

MÁSCARA AMARILLA. (Apareciendo en el escenario grande.) ¡Mi hijo!

(Salen dos Máscaras más, que presencian la escena.)

MECANÓGRAFA. (Autoritaria y seca.) ¿Has escrito las cartas? No es tu hijo, soy yo. 

Tú esperabas y me dejaste marchar, pero siempre te creías amado. ¿Es mentira lo que digo?

JOVEN. (Impaciente.) No, pero...

MECANÓGRAFA. Yo, en cambio, sabía que tú no me querrías nunca. Y, sin embargo, 

yo he levantado mi amor y te he cambiado y te he visto por los rincones de mi casa. 
(Apasionada.) ¡Te quiero, pero más lejos de ti! He huido tanto, que necesito contemplar 
el mar para poder evocar el temblor de tu boca.

VIEJO. Porque si él tiene veinte años puede tener veinte lunas.

MECANÓGRAFA. (Lírica.) Veinte rocas, veinte nortes de nieve.

JOVEN. (Irritado.) Calla. Tú vendrás conmigo. Porque me quieres y porque es necesario 

que yo viva.

MECANÓGRAFA. Sí; te quiero, pero ¡mucho más! No tienes tú ojos para verme desnuda, 

ni boca para besar mi cuerpo que nunca se acaba. Déjame. ¡Te quiero demasiado para poder 
contemplarte!

JOVEN. ¡Ni un minuto más! ¡Vamos! (La coge de las muñecas.)

MECANÓGRAFA. ¡Me haces daño, amor!

JOVEN. ¡Así me sientes!

MECANÓGRAFA. (Dulce.) Espera... Yo iré... Siempre. (Lo abraza.)

VIEJO. Ella irá. Siéntate, amigo mío. Espera.

JOVEN. (Angustiado.) ¡¡No!!

MECANÓGRAFA. Estoy muy alta. ¿Por qué me dejaste? Iba a morir de frío y tuve que 

buscar tu amor por donde no hay gente. Pero estaré contigo. Déjame bajar poco a poco hasta ti.

(Aparecen el Payaso y el Arlequín. El Payaso trae una concertina y el Arlequín su 

violín blanco. Se sientan en los taburetes.)

PAYASO.

Una música.

ARLEQUÍN.

De años.

PAYASO.

Lunas y mares sin abrir. ¿Queda atrás?

ARLEQUÍN.

La mortaja del aire.

PAYASO.

Y la música de tu violín.

(Tocan.)

JOVEN. (Saliendo de un sueño.) ¡Vamos!

MECANÓGRAFA. Sí... ¿Será posible que seas tú? ¡Así, de pronto...! ¿Sin haber probado 

lentamente esta hermosa idea: mañana será? ¿No te da lástima de mí?

JOVEN. Arriba hay como un nido. Se oye cantar el ruiseñor... y aunque no se oiga, 

¡aunque el murciélago golpee los cristales!

MECANÓGRAFA. Sí, sí, pero...

JOVEN. (Enérgico.) ¡Tu boca! (La besa.)

MECANÓGRAFA. Más tarde...

JOVEN. (Apasionado.) Es mejor de noche.

MECANÓGRAFA. ¡Yo me iré!

JOVEN. ¡Sin tardar!

MECANÓGRAFA. ¡Yo quiero! Escucha.

JOVEN. ¡Vamos!

MECANÓGRAFA. Pero...

JOVEN. Dime.

MECANÓGRAFA. ¡Me iré contigo!...

JOVEN. ¡Amor!

MECANÓGRAFA. Me iré contigo. (Tímida.) ¡Así que pasen cinco años!

JOVEN. ¡Ay! (Se lleva las manos a la frente.)

VIEJO. (En voz baja.) ¡Bravo!

(El joven empieza a bajar lentamente las escaleras. La Mecanógrafa queda en actitud 

extática en el escenario. Sale el Criado de puntillas y la cubre con una gran capa blanca.)

PAYASO.

Una música.

ARLEQUÍN.

De años.

PAYASO.

Lunas y mares sin abrir.
Queda atrás...

ARLEQUÍN.

La mortaja del aire.

PAYASO.

Y la música de tu violín.

(Tocan.)

MÁSCARA AMARILLA.

El conde besa mi retrato de amazona.

VIEJO.

Vamos a no llegar, pero vamos a ir.

JOVEN. (Desesperado, al Payaso.)

La salida, ¿por dónde?

MECANÓGRAFA. (En el escenario chico y como en sueños.)

¡Amor! ¡Amor!

JOVEN. (Estremecido.)

¡Enséñame la puerta!

PAYASO. (Irónico, señalando a la izquierda.)

Por allí.

ARLEQUÍN. (Señalando a la derecha.)

Por allí.

MECANÓGRAFA.

¡Te espero amor, te espero, vuelve pronto!

ARLEQUÍN. (Irónico.)

¡Por allí!

JOVEN. (Al Payaso.)

Te romperé las jaulas y las telas.
Yo sé saltar el muro.

VIEJO. (Con angustia.)

Por aquí.

JOVEN.

¡Quiero volver! Dejadme.

ARLEQUÍN.

¡Queda el viento!

PAYASO.

¡Y la música de tu violín!


Telón



Cuadro último

La misma biblioteca que en el primer acto. A la izquierda, el traje de novia puesto en 

un maniquí sin cabeza y sin manos. Varias maletas abiertas. A la derecha, una mesa.

Salen el Criado y la Criada.

CRIADA. (Asombrada.) ¿Sí?

CRIADO. Ahora está de portera, pero antes fue una gran señora. Vivió mucho tiempo con un 

conde italiano riquísimo, padre del niño que acaban de enterrar.

CRIADA. ¡Pobrecito mío! ¡Qué precioso iba!

CRIADO. De esta época le viene su manía de grandezas. Por eso ha gastado todo lo que tenía 

en la ropa del niño y en la caja.

CRIADA. ¡Y en las flores! Yo le he regalado un ramito de rosas, pero eran tan pequeñas que 

no las han entrado siquiera en la habitación.

JOVEN. (Entrando.) Juan.

CRIADO. Señor.

(La Criada sale.)

JOVEN. Dame un vaso de agua fría. (El joven da muestras de una gran desesperanza y un 

desfallecimiento
físico.)

(El Criado lo sirve.)

JOVEN. (Alegre.) ¿No era ese ventanal mucho más grande?

CRIADO. No.

JOVEN. Es asombroso que sea tan estrecho. Mi casa tenía un patio enorme, donde jugaba 

con mis caballitos. Cuando lo vi con veinte años era tan pequeño que me parecía increíble 
que hubiera podido volar tanto por él.

CRIADO. ¿Se encuentra bien el señor?

JOVEN. ¿Se encuentra bien una fuente echando agua? Contesta.

CRIADO. (Sonriente.) No sé...

JOVEN. ¿Se encuentra bien una veleta girando como el viento quiere?

CRIADO. El señor pone unos ejemplos... Pero yo le preguntaría, si el señor lo permite..., 

¿se encuentra bien el viento?

JOVEN. (Seco.) Me encuentro bien.

CRIADO. ¿Descansó lo suficiente después del viaje?

JOVEN. (Bebe.) Sí.

CRIADO. Lo celebro infinito. (Inicia el mutis.)

JOVEN. Juan, ¿está mi ropa preparada?

CRIADO. Sí, señor. Está en su dormitorio.

JOVEN. ¿Qué traje?

CRIADO. El frac. Lo he extendido en la cama.

JOVEN. (Irritado.) ¡Pues quítalo! No quiero subir y encontrármelo tendido en la cama 

¡tan grande, tan vacía! No sé a quién se le ocurrió comprarla. Yo tenía antes otra pequeña, 
¿recuerdas?

CRIADO. Sí, señor: la de nogal tallado.

JOVEN. (Alegre.) ¡Eso! La de nogal tallado. ¡Qué bien se dormía en ella! Recuerdo que, 

siendo niño, vi nacer una luna enorme detrás de la barandilla de sus pies... ¿O fue por los 
hierros del balcón? No sé. ¿Dónde está?

CRIADO. (Serio.) La regaló el señor.

JOVEN. (Pensando.) ¿A quién?

CRIADO. (Serio.) A su antigua mecanógrafa.

(El joven queda pensativo. Pausa.)

JOVEN. (Indicando al Criado que se marche.) Está bien.

(Sale el Criado.)

JOVEN. (Con angustia.) ¡Juan!

CRIADO. (Severo.) Señor.

JOVEN. Me habrás puesto zapatos de charol...

CRIADO. Los que tienen cinta de seda negra.

JOVEN. Seda negra... No... Busca otros. (Levantándose.) ¿Y será posible que en esta casa 

esté siempre el aire enrarecido? Voy a cortar todas las flores del jardín, sobre todo esas 
malditas adelfas que saltan por los muros, y esa hierba que sale sola a medianoche...

CRIADO. Dicen que con las anémonas y adormideras duele la cabeza a ciertas horas del día.

JOVEN. Eso será. También te llevas eso. (Señalando al traje.) Lo pones en la buhardilla.

CRIADO. ¡Muy bien! (Va a salir.)

JOVEN. (Tímido.) Y me dejas los zapatos de charol. Pero les cambias las cintas.

(Suena una campanilla.)

CRIADO. (Entrando.) Son los señoritos, que vienen a jugar.

JOVEN. (Con fastidio.) Abre.

CRIADO. (En la puerta.) El señor tendrá necesidad de vestirse.

JOVEN. (Saliendo.) Sí. (Sale casi como una sombra.)

(Entran los jugadores. Son tres. Vienen de frac. Traen capas largas de raso blanco que les 

llegan a los pies.)

JUGADOR I.° Fue en Venecia. Un mal año de juego. Pero aquel muchacho jugaba de verdad. 

Estaba pálido, tan pálido que en la última jugada ya no tenía más remedio que echar el "as 
de coeur". Un corazón suyo lleno de sangre. Lo echó, y al ir a cogerlo (Bajando la voz.) para... 
(Mira a los lados.), tenía un as de copas rebosando por los bordes y huyó bebiendo en él, con 
dos chicas, por el Gran Canal.

JUGADOR 2.° No hay que fiarse de la gente pálida o de la gente que tiene hastío: juegan, pero 

reservan.

JUGADOR 3.° Yo jugué en la India con un viejo que cuando ya no tenía una gota de sangre 

sobre las cartas, y yo esperaba el momento de lanzarme sobre él, tiñó de rojo con una anilina 
especial todas las copas y pudo escapar entre los árboles.

JUGADOR I.° Jugamos y ganamos, pero ¡qué trabajo nos cuesta! Las cartas beben rica 

sangre en las manos y es difícil cortar el hilo que las une.

JUGADOR 2.° Pero creo que con éste... no nos equivocamos.

JUGADOR 3.° No sé.

JUGADOR I.° (Al 2.°) No aprenderás nunca a conocer a tus clientes. ¿A éste? La vida se 

le escapa en dos chorros por sus pupilas, que mojan la comisura de sus labios y le tiñen de 
coral la pechera del frac.

JUGADOR 2.° Sí. Pero acuérdate del niño que en Suecia jugó con nosotros casi agonizante, 

y por poco si nos deja ciegos a los tres con el chorro de sangre que nos echó.

JUGADOR 3.° ¡La baraja! (Saca una baraja.)

JUGADOR 2.° Hay que estar muy suaves con él para que no reaccione.

JUGADOR I.° Y aunque ni a la otra ni a la señorita mecanógrafa se les ocurrirá venir por 

aquí hasta que pasen cinco años, si es que vienen.

JUGADOR 3.° (Riendo.) ¡Si es que vienen! Ja, ja, ja.

JUGADOR I.° (Riendo.) No estará mal ser rápidos en la jugada.

JUGADOR 2.° Él guarda un as.

JUGADOR 3.° Un corazón joven, donde es probable que resbalen las flechas.

JUGADOR I.° (Alegre y profundo.) ¡Ca! Yo compré unas flechas en un tiro al blanco...

JUGADOR 3.° (Con curiosidad.) ¿Dónde?

JUGADOR I.° (En broma.) En un tiro al blanco. Que no solamente se clavan sobre el acero 

más duro, sino sobre la gasa más fina. ¡Y esto sí que es difícil! (Ríen.)

JUGADOR 2.° (Riendo.) ¡En fin! ¡Ya veremos!

(Aparece el joven vestido de frac.)

JOVEN. ¡Señores! (Les da la mano.) Han venido muy temprano. Hace demasiado calor.

JUGADOR I.° ¡No tanto!

JUGADOR 2.° (Al Joven.) ¡Elegante como siempre!

JUGADOR I.° Tan elegante, que ya no debía desnudarse más nunca.

JUGADOR 3.° Hay veces que la ropa nos cae tan bien, que ya no quisiéramos...

JUGADOR 2.° (Interrumpiendo.) Que ya no podemos arrancarla del cuerpo.

JOVEN. (Con fastidio.) Demasiado amables.

(Aparece el Criado con una bandeja y copas que deja en la mesa.)

JOVEN. ¿Comenzamos?

(Se sientan los tres.)

JUGADOR I.° Dispuestos.

JUGADOR 2.° (En voz baja.) ¡Buen ojo!

JUGADOR 3.° ¿No se sienta?

JOVEN. No... Prefiero jugar de pie.

JUGADOR I.° ¿De pie?

JUGADOR 2.° (Bajo.) Tendrás necesidad de ahondar mucho.

JUGADOR I.° (Repartiendo cartas.) ¿Cuántas?

JOVEN. Cuatro. (Se las da y a los demás.)

JUGADOR 3.° (Bajo.) Jugada nula.

JOVEN. ¡Qué cartas más frías! Nada. (Las deja sobre la mesa.) ¿Y ustedes?...

JUGADOR I.° (Con voz grave.) Nada.

JUGADOR 2.° Nada.

JUGADOR 3.° Nada.

(El jugador 1° les da cartas otra vez.)

JUGADOR 2.° (Mirando sus cartas.) ¡Magnífico!

JUGADOR 3.° (Mirando sus cartas y con inquietud.) ¡Vamos a ver!

JUGADOR I.° (Al joven.) Usted juega.

JOVEN. (Alegre.) ¡Y juego! (Echa una carta sobre la mesa.)

JUGADOR I.° (Enérgico.) ¡Y Yo!

JUGADOR 2.° ¡Y yo!

JUGADOR 3.° ¡Y yo!

JOVEN. (Excitado, con una carta.) ¿Y ahora?...

(Los tres jugadores enseñan tres cartas. El Joven se detiene y se la oculta en la mano.)

JOVEN. Juan, sirve licor a estos señores.

JUGADOR 2.° (Suave.) ¿Tiene usted la bondad de la carta?

JOVEN. (Angustiado.) ¿Qué licor desean?

JUGADOR 2.° (Dulce.) ¿La carta?...

JOVEN. (Al jugador 3.°) A usted seguramente le gustará el anís. Es una bebida...

JUGADOR 3.° Por favor... la carta...

JOVEN. (Al Criado, que entra.) ¿Cómo no hay whisky? (En el momento que el Criado 

entra,  los jugadores quedan silenciosos con las cartas en la mano.) ¿Ni coñac?...

JUGADOR I.° (En voz baja y ocultándose del Criado.) ¡La carta!

JOVEN. (Angustiado.) El coñac es una bebida para hombres que saben resistir.

JUGADOR 2.° (Enérgico, pero en voz baja.) ¡Su carta!

JOVEN. ¿O prefieren chartreuse?

(Sale el Criado.)

JUGADOR I.° (Levantando y enérgico.) Tenga la bondad de jugar.

JOVEN. Ahora mismo. Pero beberemos.

JUGADOR 3.° (Fuerte.) ¡Hay que jugar!

JOVEN. (Agonizante.) Sí, sí. ¡Un poco de chartreuse! Es el chartreuse como una gran 

noche de luna verde dentro de un castillo donde hay un joven con unas calzas de oro.

JUGADOR I.° (Fuerte.) Es necesario que usted nos dé su as.

JOVEN. (Aparte.) ¡Mi corazón!

JUGADOR 2.° (Enérgico.) Porque hay que ganar o perder... Vamos. ¡Su carta!

JUGADOR 3.° ¡Venga!

JUGADOR I.° ¡Haga juego!

JOVEN. (Con dolor.) ¡Mi carta!

JUGADOR I.° ¡La última!

JOVEN. ¡Juego! (Pone la carta sobre la mesa.)

(En este momento, en los anaqueles de la biblioteca aparece un gran as de coeur iluminado. 

El jugador I.° saca una pistola y dispara sin ruido con una flecha. El as desaparece, y 
el joven se lleva las manos al corazón.)

JUGADOR I.° ¡Hay que vivir!

JUGADOR 2.° ¡No hay que esperar!

JUGADOR 3.° ¡Corta! ¡Corta bien!

(El Jugador I.°, con unas tijeras, da unos cortes en el aire.)

JUGADOR I.° (En voz baja.) Vamos.

JUGADOR 2.° ¡Deprisa!

JUGADOR 3.° No hay que esperar nunca. Hay que vivir. (Salen.)

JOVEN. ¡Juan! ¡Juan!

ECO. ¡Juan, Juan!

JOVEN. (Agonizante.) Lo he perdido todo.

ECO. Lo he perdido todo.

JOVEN. Mi amor...

ECO. Amor...

El joven muere. Aparece el Criado con un candelabro encendido. El reloj da las doce.

 

Telón

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