domingo, 25 de outubro de 2015

Más se perdió en Cuba...y volvieron cantando.

El año de 1898 puede parecerle a la mayoría de mis lectores demasiado remoto y poco importante, pero les aseguro que no es más que un pretexto para ver la España de finales del XX y sus cambios hasta la de hoy, al borde de un derrumbe social de grandes proporciones.

El desastre de España en su conflicto armado con los Estados Unidos no fue apenas una derrota militar que confirmó la tendencia de España a alejarse cada vez más de Europa; perdía sus colonias mientras otros imperios nacientes o remanentes multiplicaban las suyas en nueva expansión imperialista. Esa derrota generó una conmoción que era la muestra no sólo de la decadencia, sino del completo hundimiento de España. La pérdida de las dos últimas colonias españolas en América y además las Filipinas, se explica sin embargo, por el clima que vivía en España y en el contexto de la última gran expansión del capitalismo europeo, junto al despertar de otros países y de los primeros desafíos norteamericanos a la vieja hegemonía europea.

España, un simple eslabón débil en aquella cadena, trató desesperadamente de conservar sus colonias y en particular Cuba, a la que desde la península, unilateralmente, no la veían como a una posesión, sino como parte de la nación española; era un sentimiento unilateral, no compartido por los cubanos, pero difundido no sólo entre las élites políticas y los comerciantes de la península asentados en Cuba, sino por los militares y hasta por las clases populares, que despidieron con emoción a las primeras tropas embarcadas al comienzo de la insurrección cubana de 1895. Y hasta la Iglesia, otra gran entusiasta de la guerra.

Cuando falló la diplomacia con la trataron de contener la invasión norteamericana, y los políticos se vieron frente el dilema que le proponía la intervención de Estados Unidos, prefirieron la derrota segura antes que un golpe militar. Justamente porque no pudo decirse que la derrota se debía a un gobierno contrario a la opinión popular, y eran muchos los que se podían sentir responsables, la derrota fue prácticamente una catarsis; no hubo la rebelión ni el golpe militar que la monarquía y las elites temían, sino un giro en aquello que la literatura del desastre generó, y que al final fue la base del pensamiento de una nueva generación.


España a finales del siglo pasado

¿Cómo era España a finales del siglo XIX? Era una economía atrasada, con una agricultura no competitiva y ultraprotegida, y algunos centros industriales en Barcelona y el país vasco, también muy protegidos. Una sociedad rural y poco urbanizada, con grandes desigualdades sociales, culturales y regionales, un alto grado de analfabetismo y una carencia de clases medias. Pero por entonces la economía española se acercaba a las de los otros países del capitalismo europeo, y los efectos económicos de la pérdida de las colonias no fueron tan negativos, incluso porque la repatriación obligada de capitales significó una importante inyección en la economía española. Merced a las reformas fiscales, el presupuesto estatal consiguió a comienzos de siglo, por primera vez, un superávit, aunque eso no significaba que el estado español dejara de ser pobre en recursos, ni que aquella sobra momentánea de dinero fuera a convertirse en habitual. España estaba muy lejos todavía de los países desarrollados, aunque el panorama no era tan enyesado como algunos sospechaban.

La Monarquía de la Restauración era llamada oligarquica y caciquista, y quedó desde entonces como sinónimo del régimen político. La sociedad y la política españolas eran oligárquicas, porque eran controladas por una minoría; y para eso se apoyaban en el clientelismo de los caciques que permitían que los dos partidos políticos vinculados a las dinástías, los conservadores y los liberales, prepararan las elecciones y acomodasen sus resultados para una rotación pacífica de unos y otros. Aquello era una democracia, altamente imperfecta, como lo eran también la mayoría de los países europeos. La Monarquía restaurada en 1875 había conseguido acabar con la profunda inestabilidad del siglo XIX y levantó un sistema casi similar a otros europeos: una Monarquía constitucional, con soberanía compartida de las Cortes con el rey. Aceptando las reglas de juego, muchos liberales se incorporaron a partir del primer gobierno de 1881, sumando a la Constitución sus conquistas políticas,y culminando en 1890 con la aceptación del sufragio universal. Había terminado el exclusivismo de un partido único, predominante durante Isabel II, en favor de la alternancia y, con ello, borraban uno de los motivos de la intervención permanente del ejército en la política.

Con el nuevo siglo aumentaron las críticas al régimen y las denuncias de la traición de sus ideales liberales y de su pobreza democrática. Las críticas cayeron sobre los dos partidos gobernantes, en toda la clase política, y crecieron como consecuencia del fracaso militar y el inicio del ocaso del colonialismo en el 98.

¿Cómo compatibilizar las leyes que habían implantado el sufragio universal con la práctica política que lo desvirtuaba? Unos pensaban que le habían puesto una superestructura política demasiado avanzada sobre un estado atrasado, de una cultura liberal poco arraigada; el resultado había sido la distorsión del voto. Otros, sin embargo, pensaban que la distorsión era la lógica consecuencia de la voluntad de dominio de aquella oligarquía dispuesta a usar todas sus armas, incluyendo la violencia, para seguir en el poder. No fue fácil en ningún país de Europa el paso del liberalismo a la democracia, y en donde salió bien, fue gracias a minuciosas obras de ingeniería política, llenas de conflictos y dificultades, que no se resolvían con un grado más avanzado de desarrollo capitalista y de modernización social.

España vivía esos cambios en una situación peculiar. En 1897 moría en un atentado anarquista el artífice de la Restauración, Antonio Cánovas del Castillo; mientras Sagasta, el viejo caudillo liberal, llegaba al fin de siglo agotado políticamente. Los partidos de ambos caciques habían sido los pilares de la estabilización restauracionista. El fracaso de la guerra con los EEUU, en 1898 y el cambio de siglo traían perspectivas oscuras para las elites dominantes: un nuevo rey, Alfonso XIII, a punto de llegar a la mayoría de edad; un cambio difícil del liderazgo político; las inercias del clientelismo, la falta de una masa electoral y de una opinión pública organizada, además del rechazo a la política de grandes sectores del pueblo, catolicos intransigentes y antiliberales, que se oponían a la Constitución de 1876, de un lado, y anarquistas y socialistas del otro. La transición que ocurría en Europa, pasando de una política de minorías a otra de masas empezaba a producirse en España, pero era aún muy incipiente. Había una desmovilización política crónica, llena de conflictos, por motivos sobre los que los historiadores dan versiones encontradas. Los políticos dinásticos que debían suceder a los viejos caudillos, sabían que ya no era suficiente la estabilidad política lograda, y que tenían que hacer de aquella monarquía constitucional otra, una que fuera parlamentaria y democrática. No lo lograron.

Los partidos monárquicos debían convertirse en otros modernos, con más capacidad de movilizar a la opinión publica que de pastorear "clientes", sacándoles el protagonismo a la corona y el ejército, y dejando vía libre a otras fuerzas emergentes. Pero éstos - los republicanos, la izquierda obrera, los regionalistass y sus nacionalismos - también tenían que asumir ese desafío y la responsabilidad  de integrarse dentro de las reglas y el orden constitucional obtenido.

Nada de éso ocurrió. Terminó la alternancia pacífica entre conservadores y liberales y ambos partidos se dividieron; las fuerzas de oposición tuvieron cada vez más presencia y algunas entraron al gobierno. El bipartidismo original del régimen se volvió pluripartidismo en la práctica. Los caciques no desaparecieron, la lucha política aumentó y la aceptación pasiva por parte de la opinión pública del fraude electoral disminuyó. Aumentaron problemas como la cuestión catalana, la lucha social y el orden público, y la manutención de la intervención peninsular en Marruecos- que exigían el consenso de todos los partidos en cuestión, un imposible pacto social. Todo esto, en vez de ser visto como síntomas de un cambio político, fue visto como la confirmación de la decrepitud e inviabilidad del régimen. A ello contribuyó el discurso político deslegitimador del régimen que no hizo sino crecer desde aquella crisis del 98. Con el 98 habían irrumpido en la escena pública los intelectuales que, en generaciones sucesivas, fueron capaces de combinar el esplendor de la llamada 'edad de plata' de la cultura y de la ciencia en España, con una actitud pesimista y radicalmente crítica, no ya respecto a la vida política y el futuro de la monarquía, sino a la propia capacidad del pueblo español para salir de su atraso. En 1914, José Ortega y Gasset, anuncia la creación de la Liga de Eduación Política y habla en nombre de una generación "que nació a la atención reflexiva en la terrible fecha de 1898, y desde entonces no ha presenciado en torno suyo, no ya un día de gloria ni de plenitud, pero ni siquiera una hora de suficiencia".

No se puede responsabilizar a aquellos intelectuales del fracaso de la monarquía de la Restauración ni de traicionar el pasado liberal y a la idea de España-nación que el liberalismo representaba. Más de uno se levantaría de su tumba escandalizado. Pero tampoco cabe negar la importancia que tuvo un discurso descalificador que llegaron a asumir los propios políticos monárquicos. En 1923 el general Primo de Rivera dio su golpe de Estado y echó la culpa de todos los males a los 'políticos profesionales', halló terreno abonado.

España en este fin de siglo

El problema fundamental de España en el tránsito del siglo XIX al XX - ha escrito Raymond Carr (véase bibliografía) -, fue un problema político: la búsqueda de un sistema que gozase de legitimidad, de ese largo período de aceptación generalizada que proporciona gobiernos estables. Los diferentes regímenes políticos que se sucedieron - la Monarquía de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República - fracasaron en su intento de conseguir suficiente lealtad y España "se hundió en cuarenta años de 'cirugía de hierro', los de la dictadura de Franco. El nuevo Estado democrático - escribe Carr refiriéndose al actual - posee una legitimidad que les fue negada a todos los regímenes anteriores. Parece, efectivamente, que hemos consolidado una democracia estable y, no sólo eso, sino que vamos a ganar la carrera europea. Bien es verdad que la Europa a la que llegamos no es aquella de comienzos de siglo, y que los desafíos a los que debe responder en este mundo globalizado son radicalmente distintos, pero no deja de ser significativo que se cumpla en este final de siglo aquella aspiración de 'europeización' que estuvo en la mente de tantos en sus primeras décadas. Y más significativo aún que, una vez modernizada e integrada a una más moderna aún Europa, todo el edificio empiece a mostrar grietas profundas...por qué?

Termino mi perorata repitiendo lo que dije en la primera parte del anterior "Más se Perdió en Cuba":

La historia no es tan linear como la cuentan hoy algunos peridistas "políticamente incorrectos" que se han metido a querer ser historiadores, repitiendo simplismos reaccionarios que no llevan en cuenta los procesos contradictorios y nunca lineales de la política, las ideologías y, sobre todo, de los movimientos sociales profundos, que siempre mueven los cursos de la historia.

JV

sexta-feira, 23 de outubro de 2015

Banqueros salvajes, sociedad arrasada.



No sé por qué, pero Antonio Dormal​ me hizo recordar hoy aquello de "la humanidad solo será feliz cuando el último padre sea ahorcado con las tripas del último rey".

Quién lo dijo primero no sabía, claro, que un día habría padres del Tercer Mundo y Sacerdotes para la Liberación.

Pero, volviendo a la frase, digamos que ella se atribuye a Diderot, aunque tiene un origen diferente. “Me gustaría, y este será el último y el más ardiente de meus desejos, me gustaria que el último rey fuera estrangulado con las tripas del último padre”. Esta última frase quién la escribió fue el padre francés Jean Meslier, en su libro “Memoria de los pensamientos y sentimientos del abad Jean Meslier”. 

Modificada durante los años siguientes, y adaptada a cada nuevo momento histórico, los viejos izquierdistas -aquellos que no aceptarmos lo de "revolucionario a los 20 años, conservador a los 40"- y que todavía sufrimos la “enfermedad infantil” de la Utopía, pensamos que la humanidade solo será feliz cuando el último usurero sea atado con las tripas del último banquero, y llevado a juicio por lesa humanidad.

sábado, 17 de outubro de 2015

El 17 de octubre, relatado por “el viejo Pedro”





Mucho he escrito en este Blog JV sobre el Viejo Pedro Milesi; una parte puede ser fantasía, sobre todo en los enredos, los guiones mágicos; pero el marco histórico es siempre real, objetivo e indiscutiblemente verídico.
Y acá va hoy, 17 de octubre, a 76 años de una de las tantas gestas de lucha de los trabajadores argentinos, unas palabras de Pedro.
Nunca fui peronista y, entre las dictaduras de Onganía y la de Videla, luché contra Lopez Rega e Isabelita Perón, propuestas neo-fascistas que anidaban como serpientes dentro de la democracia que las Juventudes Peronistas y la lucha espontánea de los trabajadores trajeron al país en las elecciones de 1973. Pero, igual que el Viejo Pedro, sé distinguir lo que es un movimiento popular de lo que son las banderas partidarias, me gusten o no las consignas, tengo la obligación de estar junto al pueblo y, sobre todo, en contra de sus enemigos. (JV)

La epopeya fundacional del peronismo atrajo a la plaza a numerosos militantes de diversos sectores que luchaban por un cambio en favor de las clases desprotegidas. Uno de ellos fue Pedro Milesi, conocido como “el viejo Pedro”, un luchador gremial de formación comunista y socialista nacido en Córdoba en 1888. Participó en gestas como “El grito de Alcorta” (1912) y en las barricadas de “La Semana Trágica” (1919), así como acompañó a su amigo Agustín Tosco en tiempos del “Cordobazo” (1969). Al “Viejo Pedro” lo sorprendió la muerte en 1981 cuando vivía escondido de la dictadura en la clandestinidad. Recientemente se ha publicado su emotivo relato sobre lo que vio y sintió aquel 17 de octubre de 1945.


El 17 de octubre, relatado por “el viejo Pedro”

He acompañado caminando kilómetros a esa multitud. Hemos pasado frente a fábricas, talleres y usinas a cuyas puertas se encontraban como de guardia, algunos vigilantes y conscriptos que al vernos nos miraban un tanto sorprendidos - quizá por nuestro pacifismo -. No nos invitaban a entrar. Por supuesto. Pero tampoco se hubieran opuesto si lo hubiéramos intentado. De ello estoy bien seguro. (…)

Asistíamos a una especie de palingenesia social: a excepcionales momentos que rara vez se dan en la historia, pero que no obstante se dan, y en los que partes integrantes del ejército y de la misma policía, llegan a confraternizar con la clase trabajadora. De ahí que estas fuerzas a nuestro paso dieran vuelta la cara y “distraídamente” miraran para otro lado... (…)

¡Yo he vivido esos momentos, chango! No me los han contado, compañeros Peronistas de Base. He acompañado paso a paso a esas largas caravanas integradas por hombres, jóvenes y viejos, mujeres y niños.

Por los caminos polvorientos de Quilmes, Bernal, Villa Dominico, La Mosca, Piñero y Avellaneda. Muchos venían en chatas o camiones de más lejos aún: Berisso o Ensenada. Obreros y obreras de los frigoríficos, alma y nervio de la insurgencia obrera, hizo eclosión aquel 17 de octubre. Venían liderados por Cipriano Reyes –pese a todo, reconozcámoslo-.

He cargado sobre mis hombros algunos de los pibes lloriqueando, muertos de cansancio se negaban a seguir caminando. Y seguíamos y seguíamos.

A nuestro paso las mansiones y los chalets cerraban sus puertas. Pese al clamor de las madres que imploraban agua para sus hijos. ¡Solo en las puertas de los pobres caseríos de nuestros hermanos proletarios aparecían sonrientes mujeres con trozos de pan.

¡Alguna fruta y jarras y baldes de agua con que calmar nuestro hambre y nuestra sed! ¡Benditas sean, hermanas! Y llegamos. Pese a los puentes sobre el río - ¿dónde estaba entonces la cooperación del ejército y la policía? – que el miedo y el odio burgués hiciera levantar como obstáculo. ¡Llegamos!

Calle Montes de Oca, arriba, luego Piedras, llegamos por fin a las plazas de la capital en cuyas fuentes – que me perdonen las finas y sensibles pituitarias de los Américos-Rodolfos-Ghioldi– sumergimos nuestros cansinos, llagados y sanguinolentos pies; enjugamos nuestro sudor y no faltó quien en el evento, ardiendo de sed (¡qué asco, pero qué asco, chicas del barrio Norte!) llegaron a abrevar en sus aguas.

Si compañeros, todo eso yo lo he vivido. Esa insurgencia fue eminentemente proletaria, instintiva, espontánea, sentimental, sin orientación doctrinaria. LOS ENCARGADOS DE DAR ORIENTACIÓN CLASISTA, DOCTRINARIA Y POLÍTICA, SOCIALISTAS Y COMUNISTAS, SE ENCONTRABAN EN AMOROSO COLOQUIO CON LOS PEORES GORILAS Y LOS MÁS ACÉRRIMOS ENEMIGOS DE LA CLASE TRABAJADORA, enarbolando banderas y voceando consignas extrañas u opuestas a las reales y verdaderas consignas de la clase obrera.


Extracto de “Una vida dedicada a la causa del socialismo”, en Revista La Roca, Nº 1, pág. 154, dic. de 2014, Editor Alejandro Asciutto. 

Vea más en: 
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terça-feira, 13 de outubro de 2015

Leyenda negra y leyenda blanca



Leyenda negra y leyenda blanca

Dicen los más conservadores -aquellos a quienes medio mundo llama "de derechas"- que la Leyenda Negra de una España inquisitorial, ignorante, fanática, lista para lanzar represiones violentas y enemiga del progreso, empieza a difundirse en el siglo XVI, con la Reforma y la Contra Reforma. No le gusta a los conservadores oír hablar de la tal leyenda.

Pero ocurre que el tema resurge cada 12 de octubre, porque una tradición que habla de "día de la Raza", de "la Hispanidad" y del "descubrimiento de América" solo puede ser considerada hoy, a 15 años de haber empezado el siglo XXI, como una denominación eurocéntrica y despectiva, como si las grandes culturas indígenas americanas no hubieran existido hasta aquel preciso momento de 1492.

Personalmente prefiero hacer como Pablo Neruda en su "...se llevaron el oro, nos dejaron el oro", o como Atahualpa Yupanqui y Nicolás Guillén, uno recordando a sus abuelos indio y criollo, y el otro hablando de la gesta de sus dos ancestrales, el negro y el español. No guardar rencores históricos es más "políticamente correcto". Pero no es de eso que se trata aquí, sino de buscar la justicia y la reparación histórica.

Veamos: ¿por qué la derecha española no se queja de las invasiones griegas, fenicias, celtas o visigodas al territorio ibérico? Y ¿por qué llama a los 7 siglos de cultura árabe y mozárabe con el nombre de "invasión mora"?
¿Por qué los moros -o árabes, musulmanes o no- que representaron los más de 700 años de pico de la cultura mediterránea en el medioevo occidental, fueron "expulsados" de España -y de la península- y enseguida se decretó la expropiación y expulsión inmediata de los judíos?

¿Cómo se justifica que la Leyenda Negra, supuestamente "antiespañola" y con inicios en la Reforma y Contrarreforma haya extendido sus motivos entre 1898 -entre la Guerra Hispano-Americana y la salida de la corona española de Cuba, Puerto Rico y Filipinas-, y los años de fines de la dictadura franquista, entre 1950 y 1970, en las colonias del norte de África?

La explicación es el colonialismo primero y el imperialismo enseguida, como extensión de la política de poder de unas coronas representativas de una minoría feudal primero, y más tarde de una pobre burguesía aliada a fuertes intereses británicos o franceses. La aventura franquista en África tiene el ADN de la Leyenda Negra, con sus conceptos de supremacía de razas y de religión católica sobre los "infieles", sean ellos protestantes, árabes, judíos o animistas americanos.

Hablar de la Leyenda Negra no ofende "a los españoles", y sí a la minoría de derechas; ofende a los nietos y bisnietos del franquismo y sus "requetés" carlistas, falangistas y filo-fascistas, que todavía añoran las cruzadas contra los árabes en Jerusalén, y sobre todo, la Legión Azul, junto a las tropas de Hitler, tratando de invadir Rusia. 

Dicen los que aborrecen la Leyenda Negra que, por ejemplo, en el siglo XV, el papa Borgia, Alejandro VI, era calificado de "marrano y circuncidado" por los italianos debido a su origen español y, en torno a él y a su familia se formó también una "particular leyenda negra". O sea, cuando de defender el pasado mediaval se trata, las derechas españolas, representantes de unas minorías conservadores, no se quedan en el repudio a la Leyenda Negra, sino que hasta llegan a defender a una de las dinastías más nefastas de la historia de la iglesia romana, los Borgia.

En síntesis, y para no hacerla larga: los que reivindicamos el pasado prehispánico en América no repudiamos la hispanidad del siglo XXI, ni mucho menos a los españoles como nación y conjunto. Al contrario, como decía Pablo Neruda en "Confieso que he vivido", reconocemos el oro de la lengua española, sus palabras, literatura e historia, pero no por eso nos olvidamos -como diría Ernesto Sábato en su "Ni leyenda negra ni leyenda blanca", que en una "legítima perspectiva, sería mejor hablar del "encuentro entre dos mundos", y que se reconocieran y lamentaran las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores".

Tampoco nos olvidaremos los que reivindicamos la miscigenación de hispanos -celtas, íberos, visigodos, moros y judíos- con mexicas, quíchuas, aymarás, mapuches, guaraníes, charrúas y tehuelches, que al recordar los sufrimientos de indios subyugados también recordamos el dolor de los mozárabes que desde Andalucía y su Puerto de palos aportaban a América como un modo de huir de las miserias y sinsabores que la represión de los Reyes Católicos le imponían a judíos, moros y marranos.

Por eso que, independiente del lamento de viudas de los que añoran el pasado plus-quam-imperfecto de Isabel la Católica, Hernán Cortes, Pizarro o Franco, de mi parte elijo a Atahualpa Yupanqui y a Nicolás Guillén, y sus respectivos Mis dos abuelos.

Y tampoco me olvido que el mismo Ernesto Sábato que de joven fue comunista y físico, y lo largó todo por la literatura fantástica, el mismo que en 1991 escribió en "El País", diario de los Polanco, es el mismo que después de almorzar con Videla y sus generales genocidas, lo repensó y se sumó a los que denunciaron los crímenes de la dictadura.

Pero volvamos a Nicolás Guillén y su Balada de los dos Abuelos, o a Atahualpa Yupanqui cuando dice: "me galopan en la sangre dos abuelos, sí señor"*:

"Sombras que sólo yo veo, 
me escoltan mis dos abuelos. 

Lanza con punta de hueso, 
tambor de cuero y madera: 
mi abuelo negro. 

Gorguera en el cuello ancho, 
gris armadura guerrera: 
mi abuelo blanco. 

Pie desnudo, torso pétreo 
los de mi negro; 
pupilas de vidrio antártico 
las de mi blanco! 

Africa de selvas húmedas 
y de gordos gongos sordos... 
--¡Me muero! 
(Dice mi abuelo negro.) 
Aguaprieta de caimanes, 
verdes mañanas de cocos... 
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.) 
Oh velas de amargo viento, 
galeón ardiendo en oro... 
--¡Me muero! 
(Dice mi abuelo negro.) 
¡Oh costas de cuello virgen 
engañadas de abalorios...! 
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.) 
¡Oh puro sol repujado, 
preso en el aro del trópico; 
oh luna redonda y limpia 
sobre el sueño de los monos! 

¡Qué de barcos, qué de barcos! 
¡Qué de negros, qué de negros! 
¡Qué largo fulgor de cañas! 
¡Qué látigo el del negrero! 
Piedra de llanto y de sangre, 
venas y ojos entreabiertos, 
y madrugadas vacías, 
y atardeceres de ingenio, 
y una gran voz, fuerte voz, 
despedazando el silencio. 
¡Qué de barcos, qué de barcos, 
qué de negros! 

Sombras que sólo yo veo, 
me escoltan mis dos abuelos. 

Don Federico me grita 
y Taita Facundo calla; 
los dos en la noche sueñan 
y andan, andan. 
Yo los junto.

--¡Federico! 
¡Facundo! Los dos se abrazan. 
Los dos suspiran. Los dos 
las fuertes cabezas alzan; 
los dos del mismo tamaño, 
bajo las estrellas altas; 
los dos del mismo tamaño, 
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño, 
gritan, sueñan, lloran, cantan. 
Sueñan, lloran, cantan. 
Lloran, cantan. 
¡Cantan! "


* Atahualpa Yupanqui Los dos abuelos:
https://www.youtube.com/watch?v=1MI0Wo-sOOQ&list=RD1MI0Wo-sOOQ#t=30

JV. Catamarca, junio de 2003











domingo, 11 de outubro de 2015

O que festejar o 12 de outubro?


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O que festejar o 12 de outubro?


Vamos lembrar do Cristóvão Colombo, do dia "da Raça (!?)" como ensinavam os franquistas na velha Espanha, ou então dos  523 anos da chegada das três caravelas às praias da que hoje chamamos de América?


América, assim chamada graças ao gênio do MKT da época, o Américo Vespúcio, quem sem nunca ter vindo pros tristes trópicos e subtrópicos, embasbacou meia cartografia europeia e convenceu reis e plebeus que os seus feitos eram maiores do que o obscuro e mal assessorado - sempre do ponto de vista do MKT-, Cristóvão Colombo.

Sim, 523 anos em que os "índios" (outra confusão da época, já que achavam que tinham chegado nas Índias) deixaram de ser nações, negros vieram acorrentados da África para completar o serviço que os povos nativos não conseguiam cobrir a contente, e sórdidos aventureiros viraram latifundiários somente com a astúcia e a coragem de ser violentos e trapaceiros. 

Pouco a festejar. A não ser, como disse Pablo Neruda, que "nos llevaron el oro, nos dejaron el oro", referindo-se ao idioma espanhol, que é hoje a língua comum do continente, junto com os idiomas nativos -nahualt, maia, quechua, aymará, guarani e mapuche, só pra mencionar os mais numerosos. 

E pra não dizer que esqueci do dia das crianças no Brasil, vai aqui um Colombo mirim.

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E tambérm não vou esquecer do Neruda prometido:


"Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando…Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras."

Pablo Neruda - Confieso que he vivido

Javier Villanueva

São Paulo, 11 de outubro de 2015