terça-feira, 13 de outubro de 2015

Leyenda negra y leyenda blanca



Leyenda negra y leyenda blanca

Dicen los más conservadores -aquellos a quienes medio mundo llama "de derechas"- que la Leyenda Negra de una España inquisitorial, ignorante, fanática, lista para lanzar represiones violentas y enemiga del progreso, empieza a difundirse en el siglo XVI, con la Reforma y la Contra Reforma. No le gusta a los conservadores oír hablar de la tal leyenda.

Pero ocurre que el tema resurge cada 12 de octubre, porque una tradición que habla de "día de la Raza", de "la Hispanidad" y del "descubrimiento de América" solo puede ser considerada hoy, a 15 años de haber empezado el siglo XXI, como una denominación eurocéntrica y despectiva, como si las grandes culturas indígenas americanas no hubieran existido hasta aquel preciso momento de 1492.

Personalmente prefiero hacer como Pablo Neruda en su "...se llevaron el oro, nos dejaron el oro", o como Atahualpa Yupanqui y Nicolás Guillén, uno recordando a sus abuelos indio y criollo, y el otro hablando de la gesta de sus dos ancestrales, el negro y el español. No guardar rencores históricos es más "políticamente correcto". Pero no es de eso que se trata aquí, sino de buscar la justicia y la reparación histórica.

Veamos: ¿por qué la derecha española no se queja de las invasiones griegas, fenicias, celtas o visigodas al territorio ibérico? Y ¿por qué llama a los 7 siglos de cultura árabe y mozárabe con el nombre de "invasión mora"?
¿Por qué los moros -o árabes, musulmanes o no- que representaron los más de 700 años de pico de la cultura mediterránea en el medioevo occidental, fueron "expulsados" de España -y de la península- y enseguida se decretó la expropiación y expulsión inmediata de los judíos?

¿Cómo se justifica que la Leyenda Negra, supuestamente "antiespañola" y con inicios en la Reforma y Contrarreforma haya extendido sus motivos entre 1898 -entre la Guerra Hispano-Americana y la salida de la corona española de Cuba, Puerto Rico y Filipinas-, y los años de fines de la dictadura franquista, entre 1950 y 1970, en las colonias del norte de África?

La explicación es el colonialismo primero y el imperialismo enseguida, como extensión de la política de poder de unas coronas representativas de una minoría feudal primero, y más tarde de una pobre burguesía aliada a fuertes intereses británicos o franceses. La aventura franquista en África tiene el ADN de la Leyenda Negra, con sus conceptos de supremacía de razas y de religión católica sobre los "infieles", sean ellos protestantes, árabes, judíos o animistas americanos.

Hablar de la Leyenda Negra no ofende "a los españoles", y sí a la minoría de derechas; ofende a los nietos y bisnietos del franquismo y sus "requetés" carlistas, falangistas y filo-fascistas, que todavía añoran las cruzadas contra los árabes en Jerusalén, y sobre todo, la Legión Azul, junto a las tropas de Hitler, tratando de invadir Rusia. 

Dicen los que aborrecen la Leyenda Negra que, por ejemplo, en el siglo XV, el papa Borgia, Alejandro VI, era calificado de "marrano y circuncidado" por los italianos debido a su origen español y, en torno a él y a su familia se formó también una "particular leyenda negra". O sea, cuando de defender el pasado mediaval se trata, las derechas españolas, representantes de unas minorías conservadores, no se quedan en el repudio a la Leyenda Negra, sino que hasta llegan a defender a una de las dinastías más nefastas de la historia de la iglesia romana, los Borgia.

En síntesis, y para no hacerla larga: los que reivindicamos el pasado prehispánico en América no repudiamos la hispanidad del siglo XXI, ni mucho menos a los españoles como nación y conjunto. Al contrario, como decía Pablo Neruda en "Confieso que he vivido", reconocemos el oro de la lengua española, sus palabras, literatura e historia, pero no por eso nos olvidamos -como diría Ernesto Sábato en su "Ni leyenda negra ni leyenda blanca", que en una "legítima perspectiva, sería mejor hablar del "encuentro entre dos mundos", y que se reconocieran y lamentaran las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores".

Tampoco nos olvidaremos los que reivindicamos la miscigenación de hispanos -celtas, íberos, visigodos, moros y judíos- con mexicas, quíchuas, aymarás, mapuches, guaraníes, charrúas y tehuelches, que al recordar los sufrimientos de indios subyugados también recordamos el dolor de los mozárabes que desde Andalucía y su Puerto de palos aportaban a América como un modo de huir de las miserias y sinsabores que la represión de los Reyes Católicos le imponían a judíos, moros y marranos.

Por eso que, independiente del lamento de viudas de los que añoran el pasado plus-quam-imperfecto de Isabel la Católica, Hernán Cortes, Pizarro o Franco, de mi parte elijo a Atahualpa Yupanqui y a Nicolás Guillén, y sus respectivos Mis dos abuelos.

Y tampoco me olvido que el mismo Ernesto Sábato que de joven fue comunista y físico, y lo largó todo por la literatura fantástica, el mismo que en 1991 escribió en "El País", diario de los Polanco, es el mismo que después de almorzar con Videla y sus generales genocidas, lo repensó y se sumó a los que denunciaron los crímenes de la dictadura.

Pero volvamos a Nicolás Guillén y su Balada de los dos Abuelos, o a Atahualpa Yupanqui cuando dice: "me galopan en la sangre dos abuelos, sí señor"*:

"Sombras que sólo yo veo, 
me escoltan mis dos abuelos. 

Lanza con punta de hueso, 
tambor de cuero y madera: 
mi abuelo negro. 

Gorguera en el cuello ancho, 
gris armadura guerrera: 
mi abuelo blanco. 

Pie desnudo, torso pétreo 
los de mi negro; 
pupilas de vidrio antártico 
las de mi blanco! 

Africa de selvas húmedas 
y de gordos gongos sordos... 
--¡Me muero! 
(Dice mi abuelo negro.) 
Aguaprieta de caimanes, 
verdes mañanas de cocos... 
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.) 
Oh velas de amargo viento, 
galeón ardiendo en oro... 
--¡Me muero! 
(Dice mi abuelo negro.) 
¡Oh costas de cuello virgen 
engañadas de abalorios...! 
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.) 
¡Oh puro sol repujado, 
preso en el aro del trópico; 
oh luna redonda y limpia 
sobre el sueño de los monos! 

¡Qué de barcos, qué de barcos! 
¡Qué de negros, qué de negros! 
¡Qué largo fulgor de cañas! 
¡Qué látigo el del negrero! 
Piedra de llanto y de sangre, 
venas y ojos entreabiertos, 
y madrugadas vacías, 
y atardeceres de ingenio, 
y una gran voz, fuerte voz, 
despedazando el silencio. 
¡Qué de barcos, qué de barcos, 
qué de negros! 

Sombras que sólo yo veo, 
me escoltan mis dos abuelos. 

Don Federico me grita 
y Taita Facundo calla; 
los dos en la noche sueñan 
y andan, andan. 
Yo los junto.

--¡Federico! 
¡Facundo! Los dos se abrazan. 
Los dos suspiran. Los dos 
las fuertes cabezas alzan; 
los dos del mismo tamaño, 
bajo las estrellas altas; 
los dos del mismo tamaño, 
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño, 
gritan, sueñan, lloran, cantan. 
Sueñan, lloran, cantan. 
Lloran, cantan. 
¡Cantan! "


* Atahualpa Yupanqui Los dos abuelos:
https://www.youtube.com/watch?v=1MI0Wo-sOOQ&list=RD1MI0Wo-sOOQ#t=30

JV. Catamarca, junio de 2003











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