segunda-feira, 25 de fevereiro de 2013

Sandino, el Artigas del siglo XX



Enviado por un amigo desde Buenos Aires:

El 21 de febrero de 1934, el dictador y títere del imperialismo yanqui Anastasio Somoza García, director de la Guardia Nacional de Nicaragua, traicionó y ordenó el asesinato de Augusto Calderón Sandino, General de Hombres Libres, y de sus generales Estrada y Umanzor.  
La muerte de Sandino - El Guerrillero Proletario al decir de Carlos Fonseca, su heredero en los '50 y '60 - no fue tal y el General Sandino, vivo entre los nicaragüenses y los revolucionarios del mundo, retoza hoy en Las Segovias para recordarnos que Nicaragua Libre y su Revolución Popular Sandinista sigue alumbrando nuestros corazones.
¡Sandino Vive, la Lucha Sigue!, ¡Patria Libre o Morir! ¡Tierra y Libertad!, ¡Patria o Muerte! ¡ Venceremos!

  
Autor: Jorge Luis Ubertalli, argentino internacionalista durante la Revolución Popular Sandinista. 
31 de julio de 2011.  
 
 
Sandino Vive
Texto leído el 19 de julio de 2011 en la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, en ocasión del 32º aniversario del triunfo de la Revolución Popular Sandinista.


Augusto César Sandino


Quiero recordar antes que nada a nuestros compañeros caídos en la lucha por la liberación de Nicaragua y Centroamérica: al negro Hugo, al Flaco Francisco, a los dos Santiagos, uno muerto en la colina El Naranjo de Nicaragua y el otro en Paraguay y al pibe Marcelo que cayó en El Salvador, argentinos internacionalistas; también al compañero chileno del MIR, Hernán, que abonó con su sangre el suelo nicaragüense; al Chico, venezolano, que cayó en combate en los Cerros de San Pedro farabundistas; a nuestro gordo Pepe, que perdió un brazo en la patriada centroamericana, a Julio, boliviano, herido de por vida cuando defendía la dignidad de Nicaragua y a todos y todas los que de una u otra forma sirvieron a la revolución centroamericana y dejaron allí sus vidas o jirones de ella. No los nombraré formalmente por sus nombres y apellidos, porque viven clandestinos en nuestros corazones y en los corazones del los pueblos de Centroamérica [2].

En una Declaración del Ejército Defensor de la Soberanía de Nicaragua (EDSN), fechada en Mérida, Yucatán en octubre de 1929, y editada por el Ministerio de Cultura de Nicaragua Libre en 1980 como documento desconocido, Augusto C. Sandino decía: "Nicaragua constituye con Guatemala, Honduras, El Salvador y Costa Rica, la porción de nuestro Continente llamada Centro América.
Cuenta Nicaragua con una población de más o menos 800.000 habitantes, en una extensión territorial de 150.657 kilómetros cuadrados, que puede contener una población de 12.845.000 habitantes y a cuatro días de camino de la Frontera Mexicana.

Existen en el territorio nicaragüense muchos y grandes lagos y bellísimos ríos, así como selvas incultas, ricas en maderas preciosos y minerales de oro y plata en explotación, algunos, y sin explotar, otros. En sus bosques o en las riberas de los ríos se encuentra caña de azúcar, plátanos, cacao y muchas frutas de sabor exquisito, productos silvestres todos. Con ellos se mantienen muchas veces nuestras fuerzas. Hay igualmente extensos y pintorescos llanos y cimas saludables, con millares y millares de cabezas de ganado caballar y vacuno.
Nicaragua goza, entre otras Secciones de Centro América, de gran fama como productora de buenos ganados y cereales.

Los hombres y las mujeres nicaragüenses son muy hospitalarios, honrados, laboriosos y de buenas costumbres, pero desgraciadamente hace 20 años que el imperialismo norteamericano introdujo en nuestra querida Nicaragua la cizaña del dólar, logrando a través de los años la depravación de un grupo de políticos sin escrúpulos, que infecta el ambiente moral de aquel país. A los gobiernos de Norte-América y a esa camarilla de políticos corrompidos, a la cabeza de la cual van Adolfo Díaz, Emiliano Chamorro y José María Moncada, se les hace responsable del asesinato de 50.000 ciudadanos nicaragüenses de uno y otro sexo y de la destrucción, durante esos 20 años, de intereses de la nacionalidad nicaragüense que representan un valor de 100.000.000 de córdobas. (El córdoba equivale a un dólar)".

Sandino es la Nicaragüita que nombra el poema, abonada por la sangre de Diriangén, cacique náhuatl que el 17 de abril de 1523 comenzó la guerra de liberación nacional contra el invasor español. Sus 4 mil hombres persiguieron y echaron de su sagrada tierra a Gil González Dávila y sus
compinches, ladrones de oro y masacradores de indígenas, que luego regresaron con otros nombres y la misma codicia para asesinar en 14 años a 500.000 originarios, y esclavizar en su propia tierra a la mayoría que sobrevivió, o enviándola a las Antillas y el Alto Perú.
Nicaragua es una única tierra pinolera separada por barreras naturales y distintos colonizadores: españoles al centro y occidente del Pacífico, ingleses en el Atlántico.

La virginidad de esta dulce y tierna madre estuvo amenazada desde el denominado "descubrimiento" por contener en su geografía la traza de un futuro canal que ligara a ambos océanos. Españoles, ingleses y norteamericanos, junto a otros europeos, pelearon entre sí y se aliaron para conseguir hacerse de la arteria natural que corría desde el puerto de San Juan del Norte, en el Atlántico, hasta San Juan del Sur, en el Pacífico.

Desde esta perspectiva, Nicaragua fue jamón del sándwich que pretendieron comer unos y otros. Pequeña y humilde, se resistió sin embargo a someterse a los ultrajes de los colonizadores. Sandino fue su hijo más dilecto en esas lides, aunque hubo otros, anteriores y posteriores, que comenzaron y continuaron su tarea liberadora.
En tanto Centroamérica se independizaba de España a principios del siglo XIX, la doctrina Monroe sacudía los cimientos de la nacionalidad indo-latinoamericana. La "América para los norteamericanos" anunció el periplo imperial del país del Norte, que tuvo a Nicaragua como a una de sus víctimas principales. Ansiosos por hacerse del canal interoceánico, los yanquis se cruzaron varias veces con los ingleses, que desde el siglo XV colonizaron la Costa Atlántica a través de la Compañía de la Providencia y bucaneros, erigiendo la "administración indirecta" de la región a través del reino mískito.

Desde la década del 40 y 50 del siglo XIX y el fin de ese siglo, se produjeron sucesos en Nicaragua, dignos de destacarse. El regreso desde Inglaterra del rey mosco George Frederick, quien enajenó millones de hectáreas de la Costa Atlántica a  los aventureros yanquis Kinney y Fabens a cambio de licor y otras bagatelas, los que a su vez promovieron la colonización de la zona con viajeros de otras latitudes europeas; la ocupación del puerto de San Juan del Norte por la Armada británica que, izando el pabellón miskito, anunció el protectorado de esa región, que formalmente culminó a fines de ese siglo; el tratado Clayton-Bulwer llevado a cabo entre Inglaterra y EE.UU. para repartirse Nicaragua; el bombardeo y destrucción del puerto de San Juan del Norte por una fragata de Estados Unidos, quien por esta acción exigió al país agredido una indemnización de 24.000 dólares, y la llegada a éste de los filibusteros norteamericanos William Walker y Byron Cole, en el marco de la contienda entre conservadores y liberales, que asolaron al país, son algunos de los avatares tragicómicos y sangrientos que la tierra de Nicarahuac, Diriangen y Ariact debió soportar. Con el descubrimiento de oro en California llegó la Compañía Accesoria del Tránsito del comodoro Cornelius Vanderbilt, quien a través de sus vapores comenzó a unir la costa Atlántica y Pacífica de EE.UU, via Nicaragua, cuyas arcas nunca atesoraron un solo dólar de este emprendimiento, aunque las rencillas internas entre Vanderbilt y sus ex socios dieran pie a la llegada de Walker y su cría al país.  Todo esto y más sufrió el pueblo nicaragüense, aunque no sin combatir.

Las pretensiones británicas y norteamericanas tuvieron su respuesta diplomática, a cargo de, entre otros, el representante nicaragüense en EE.UU. José de Marcoleta, y militar, a través del pueblo indígena y mestizo armado de flechas y lanzas, y de generales como José Dolores Estrada quien en la batalla de la Hacienda de San Jacinto y al mando de 300 hombres logró derrotar a las bárbaras hordas yanquis. La figura de Andrés Castro, sargento de aquel Ejército del Septemptrión, que hirió de muerte con una piedra a uno de los filibusteros cuando su fusil de chispa se trabó, es uno de los ejemplos históricos más claros de la dignidad de un pueblo que nunca se sometió al vasallaje.
Sandino fue producto de esa resistencia al invasor, que volvió a sus andadas más temprano que tarde. 

Cuando finalizaba el siglo XIX, ya instalado en el país el cultivo del café y extendida la frontera agrícola a costa de la confiscación de las tierras indígenas y la obligada conversión de los originarios en peones estacionales, se produjo en Matagalpa, departamento norteño de Las Segovias, una sublevación indígena de proporciones. Con el grito de "muera la gobierna", siete mil originarios, ya convertidos en semi-proletarios, se insurreccionaron contra el naciente orden capitalista durante siete meses, tomando la ciudad y llevando a cabo una guerra de guerrillas. Fueron cercados por tropas conservadoras, que bombardearon sus posiciones y aldeas y asesinaron a sus dirigentes, debiendo huir los sobrevivientes a las montañas para seguir resistiendo desde allí a la explotación y la opresión.

De esa "guerra de indios", como se la conoció,  tomaría Sandino las tácticas guerrilleras que le permitirían durante cinco años combatir a los enemigos del pueblo, norteamericanos y locales, y derrotarlos. Poco después de finalizada la "guerra de indios", el siglo XX halló a Nicaragua sumida nuevamente bajo la bota del imperialismo yanqui.

El liberal José Santos Zelaya, quien había recuperado la Costa Atlántica para Nicaragua, separado a la Iglesia del Estado, comenzado a instalar un ferrocarril nacional y conversado con países europeos para que invirtiesen capitales en la construcción de una vía interoceánica en Nicaragua alternativa al canal de Panamá, fue amenazado por una conjura armada rebelde, apoyada por la marinería yanqui. Con la excusa de haber sido ejecutados los terroristas norteamericanos Cannon y Groce al ser hallados tratando de dinamitar un buque nicaragüense, el secretario de Estado,  Philander Xnox, accionista mayoritario de la empresa Rosario Mining Co. ubicada en Nicaragua, intimó a Zelaya, previo desembarco de miles de marines y la movilización de miles de soldados conservadores, a abandonar el gobierno que, luego del corto período de Madriz, fue ocupado por el cipayo Adolfo Díaz, contador de la empresa minera citada más arriba. En ese contexto, los yanquis impusieron los denominados pactos Dawson, firmados por Diaz y Diego Manuel Chamorro, que significaron la total sumisión de Nicaragua al imperialismo yanqui.

Estos "pactos" consistieron en la imposición de un empréstito a Nicaragua por parte de los banqueros neoyorkinos Seligman & Co., Brown Bros Co. y su representante, U.S. Mortgage and Trust, que Nicaragua debía garantizar hipotecando las rentas de su Aduana, el ferrocarril y lo obtenido de los viajes de los vapores que cruzaban el Lago de Nicaragua. El "pacto", además, instituía un tribunal arbitral para litigar en las cuestiones nicaragüenses, cuya mayoría estaba compuesto por norteamericanos nombrados por el gobierno y los banqueros yanquis. Contra esta indignidad se alzaron patriotas en León y Masaya, como el general Benjamín Zeledón quien, atrincherado en Las Barrancas masayenses, aguantó por tres días las embestidas de los marines, convocados por los conservadores para sofocar la rebelión, hasta que cayó combatiendo el 4 de octubre de 1912. Su cuerpo fue profanado por las hordas yanquis, paseado por el pueblo y luego llevado en carretilla hasta el cementerio de Santa Catarina. Sandino sintió con dolor y rabia la muerte deZeledón.

En su momento testimonió: "Era yo un muchacho de 17 años y presencié el destace de nicaragüenses en Masaya y otros lugares de la República, por las fuerzas filibusteras norteamericanas. Personalmente miré el cadáver de Benjamín Zeledón, que fue sepultado en Catarina, pueblo vecino al mío. La muerte de Zeledón me dio la clave de nuestra situación nacional frente al filibusterismo norteamericano; por esa razón, la guerra en que hemos estado empeñados, la consideramos una continuación de aquella". Dos años después de la inmolación de Zeledón, y ya finalizada la construcción del canal de Panamá, Díaz refrendó, a través de Emiliano Chamorro, representante nicaragüense en Washington, el Tratado Chamorro-Jennyng Bryan, que concedía por 99 años a los Estados Unidos, previo pago de 3 millones de dólares que en su mayoría fueron a parar a los bolsillos de Díaz y otros políticos corruptos,  la autorización para construir un canal interoceánico en Nicaragua y una base militar en el Golfo de Fonseca, con el ánimo, según diría Sandino más tarde, de aislar a México de las repúblicas centroamericanas.

De 1914 a 1925, la marinería yanqui ocuparía la sagrada tierra nica, imponiendo sus bayonetas como presidentes del país al ya nombrado Díaz, al cipayo Emiliano Chamorro y a otro miembro del clan, Diego Manuel Chamorro, quien morirá en 1923. Su sucesor, Bartolomé Martínez, llamará a elecciones que en 1925, previo abandono de los yanquis de Nicaragua, serán ganadas por el conservador Carlos Solórzano y el liberal Juan Bautista Sacasa en la denominada fórmula de la Transacción. Emiliano Chamorro, quien aspiraba a convertirse nuevamente en mandamás, se alzó entonces, con el apoyo del Congreso y  la marinería norteamericana, que volverá a ocupar Nicaragua en 1926, contra Solórzano, quien será derrocado.

El vicepresidente Sacasa, su sucesor constitucional, impedido de ocupar el cargo presidencial, decidirá salir del país y desembarcar en Puerto Cabezas, Costa Atlántica, donde conformará el Ejército Liberal Constitucionalista, presidido por Juan Bautista Moncada, para combatir al usurpador Chamorro, quien luego dejará el cargo, por imposición de los yanquis, al mil veces traidor Adolfo Díaz. En este contexto llegará al país el luego General de Hombres Libres, Augusto Nicolás Calderón Sandino.

Nacido un 18 de mayo de 1895, un día antes de la muerte del mártir y apóstol cubano José Martí, Augusto fue hijo de la proletaria cafetalera Margarita Calderón y del finquero Gregorio Sandino. Vástago ilegítimo, tal como fue nuestra Evita y Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional, debió sufrir las humillaciones de su condición, comiendo con su madre en la cocina cuando la familia Sandino se reunía. Tuvo tres hermanos de padre, y uno de ellos, varón, Sócrates, se le unió luego a su periplo libertador. Según narró Sandino al periodista José Román, cuando era niño debió asistir a su madre en la cárcel, con la cual lo habían encerrado, por no haber pagado ella un adelanto de dinero que patrones cafetaleros le habían dado para que eternamente, siempre debiendo, sirviera en sus fincas.

En la entrevista con Román, Sandino confesaría: "El disgusto y el maltrato brutal produjeron a mi madre un aborto que le ocasionó una copiosa hemorragia, casi mortal. Y a mí solo me tocó asistirla ¡íngrimo!, en aquella fría prisión antihigiénica del pueblo (...) los lamentos y el estado mortal de mi madre rebasaron mi indignación y aunque era un niño de 9 años, ya dormida mi madre, insomne me acosté a su lado en aquel suelo sanguinolento y pensé en mil atrocidades y venganzas feroces...".

Ya adolescente Sandino trabajó como pequeño productor, obrero golondrina, comerciante, obrero mecánico y cooperativista. A los 25 años debió abandonar el país debido a un entuerto suscitado con un caudillo zonal conservador que había ofendido a su madre, y al que hirió a balazos. Se
marchó entonces a Honduras, conchabándose en los almacenes de la United Fruit de La Ceiba, luego a Guatemala, a los EE..UU. y luego a México, donde trabajó en Tampico, primero, y en Cerro Azul, Veracruz, después, como mecánico en la empresa petrolera yanqui Huasteca Petróleum Co.
En México Sandino se nutrió del pensamiento libertario de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, vinculados a la Revolución Mexicana de 1910; respiró los aires de la Revolución Bolchevique de 1917 y el liberalismo de los precursores franceses jacobinistas. Cuando supo del levantamiento de Emiliano Chamorro en su país, regresó a él, al que llegó el 1 de junio de 1926, para ponerse al servicio del Ejército Liberal Constitucionalista. Una vez llegado al país, se dirigió a Bluefield, donde se hallaba el mando del
Ejército Constitucionalista, pero no se quedó allí y remontó viaje hacia las selvas de Nueva Segovia, conchabándose previamente en las minas de San Albino, de propiedad norteamericana, de donde confiscó dinamita y algunos fusiles.

Lo acompañaron en su patriada trabajadores del mineral, que luego formarían parte de la guerra de liberación nacional: Rufo Marín, Pedro Antonio Irías, el salvadoreño José León Díaz, Gregorio Colindres, Ramón Raudales. Sandino instaló luego su cuartel general en Las Segovias y con sus rudimentarias armas combatió a los conservadores en El Jícaro, donde fue derrotado. También en San Fernando. Es noviembre de 1926. Al percatarse de su falta de armamento y parque adecuado, Sandino se asienta en Las Segovias y, luego de dejar allí al grueso de sus hombres, se embarca en piraguas (pipantes) con algunos acompañantes hacia Puerto Cabezas, donde ya han desembarcado 5000 marines,  armas y parque para las fuerzas de Chamorro y Diaz, navegando casi 1000 kilómetros por el rio Coco, territorio sumo y miskito.

Ya en su destino, y con ayuda de las prostitutas del puerto, rescatará 40 fusiles que los yanquis han obligado a los constitucionalistas a abandonar, y regresará hacia Las Segovias, donde llevará a cabo los combates victoriosos de San Juan de Segovias y Yucapuca.  Al año siguiente se entrevistará con Moncada, quien lo intimará a entregar sus armas y rendirse, prometiéndole la jefatura política de Jinotega. Seguro ya de la traición liberal, el ya general de Hombres Libres dirá a Moncada que sí, que se entregará, pero que la entrega de las armas se hará en Jinotega, ciudad de Las Segovias.

Días más tarde, el guerrillero proletario sabrá que el 4 de mayo, bajo el Espino Negro de Tipitapa, el enviado norteamericano, Henry Stimson, quien a nombre del gobierno yanqui había conminado a los títeres del país a pagar una indemnización de 8 millones de dólares por la "revuelta" liberal, y el general José María Moncada, han firmado un pacto en el que se establecía el desarme del Ejército Constitucionalista, pagando los yanquis 10 dólares por cada fusil entregado. Sandino llegó al pueblo segoviano de Yalí dolido, aunque dispuesto a resistir, y desmovilizó a todos los hombres que tuvieran compromisos particulares o de familia, ya que, según les auguró, la guerra sería larga. El 12 de mayo, desde el telégrafo de Yalí, departamento de Jinotega, Augusto Calderón Sandino enviará un mensaje declaratorio de su guerra patriótica: "Yo no estoy dispuesto a entregar mis armas en caso de que todos lo hagan. Yo me haré morir con los pocos que me acompañan porque es preferible hacernos morir como rebeldes que vivir como esclavos".

Seis días más tarde, el 18 de mayo, se casará en San Rafael del Norte con Blanca Arauz, telegrafista del lugar. Al día siguiente, antes de internarse con treinta hombres en las frías soledades de la selva segoviana, declarará: "No me importa que se me venga el mundo encima, pero cumpliremos con un deber sagrado. Por todo lo dicho protestaré por mi propia cuenta, si es que no hay quien me secunde...". Los zenzontles, pocoyos, palomitas guaysirucas, dantos, ocelotes, colibríes y guardatinajas del monte serán la compañía, desde esos momentos, de los guerrilleros sandinistas, entre los cuales combatirán internacionalistas como, entre otros, Carlos Aponte y Gustavo Machado, de Venezuela; Agustín Farabundo Martí, de El Salvador, quien será secretario personal de Sandino; el peruano Pavletich, el general guatemalteco José María Girón Ruano, el mexicano José de Paredes, el dominicano Antonio Gilbert.... y Froylán Turcios, su propagandista hondureño. 

El 1 de julio de 1927, en el Mineral  de San Albino, dará a conocer su primer manifiesto: "El hombre que de su patria ni siquiera exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no solo ser oído sino también creído. Soy nicaragüense y me siento orgulloso de que en mis venas circule, más que cualquiera otra, la sangre india americana, que por atavismo encierra el misterio de ser patriota leal y sincero; el vínculo de nacionalidad me da derecho a asumir la responsabilidad de mis actos en las cuestiones de Nicaragua y, por ende, de la América Central y de todo el Continente de nuestra habla, sin importarme que los pesimistas y los cobardes me den el título que a su calidad de eunucos más les acomode. Soy trabajador de la ciudad, artesano como se dice en este país, pero mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo, en el derecho de ser libre y exigir justicia, aunque para alcanzar ese estado de perfección sea necesario derramar la propia y la ajena sangre. Que soy plebeyo dirán los oligarcas, o ase las ocas del cenagal. No importa: mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y el nervio de la raza, los que hemos sido postergados y a merced de los desvergonzados sicarios que ayudaron a incubar el delito de alta traición..."(...) "Venid, gleba de morfinómanos; venid a
asesinarnos en nuestra propia tierra, que yo os espero a pie firme al frente de mis patriotas soldados, sin importarme el número de vosotros; pero tened presente que cuando esto suceda, la destrucción de vuestra grandeza trepidará en el Capitolio de Washington, enrojeciendo con vuestra sangre la esfera blanca que corona vuestra famosa White House, antro donde maquináis vuestros crímenes."

El 13 de julio contestará al capitán de marines Hatfield, que lo intima a rendirse: "Recibí su comunicación ayer y estoy entendido de ella. No me rendiré y aquí los espero. Yo quiero Patria Libre o Morir. No les tengo miedo. Cuento con el ardor y el patriotismo de los que me acompañan. Patria y Libertad." 

Tres días más tarde atacará Ocotal, donde sufrirá numerosas bajas, al igual que la población civil, por cuenta de la aviación norteamericana. A partir de allí, dejará de lado la táctica de guerra de posiciones, y asumirá la de guerra de guerrillas. Su ejército obrero y campesino, de 800 hombres, que se llaman unos a otros "hermanos" y que son conocidos por el pueblo como "los muchachos", al que se le irán sumando hasta guardias desertores y ex marines, llegando a casi 5000 soldados en 1931 y 1932, morderá y picará a los invasores atacándolos por sorpresa en su vanguardia y retaguardia, sembrando entre ellos el terror y la desolación, apropiándose de sus armas y pertrechos de guerra.

"Damned country" (maldito país) se quejarán los yanquis, presas del terror, ante la tierra pinolera en armas. Con Sandino combaten mujeres, niños - que conformarán el temido "coro de ángeles"- y ancianos, que cuando no son directamente combatientes conformarán la retaguardia, logística, inteligencia y comunicaciones, ya en el campo, ya en las ciudades, del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSN), fundado el 2 de septiembre de 1927 en cerro El Chipotón, cuartel general sandinista, donde flamea la bandera rojinegra y se inscribe el lema "Patria y Libertad" y "Libertad o Muerte". Allí se levantarán ranchos de adobe y paja, corrales para caballos y ganados, talleres de fabricación y reparación de armamentos, polígonos de tiro y práctica de combate, fábricas de calzado y rústicas escuelas donde los guerrilleros analfabetos aprenderán a leer y escribir.

Sabiendo ya por experiencia que "5 liberales más 5 conservadores suman diez bandidos" dispuestos a entregar la Patria al invasor, Sandino y su "ejército loco", tal como lo denominó la poeta chilena Gabriela Mistral, luego nombrada Benemérita del EDSN, confiarán sólo en sus propias fuerzas y en el pueblo desarrapado del país. "Solo los obreros y campesinos irán hasta el fin", será uno de los lemas de Sandino. "Solo su lucha organizada logrará el triunfo".

Continuará.


sexta-feira, 22 de fevereiro de 2013

Mika, Juancito y Rosa. 2ª parte





Lea la 1ª parte aquí: 

http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2013/02/rosa-luxemburgo-mika-y-juancito-1-parte.html?spref=fb  

Madrid 1936. Se empieza a cerrar el cerco

-Casares Quiroga y su gobierno estaban realmente confusos; viéndose superados por los sucesos, pero sin voluntad de repartir armas entre las organizaciones obreras, como se lo exigen los anarquistas y Largo Caballero -el dirigente del PSOE  y de la UGT- le presenta la renuncia al presidente Azaña en la misma noche del 18 de julio- le cuenta Mika a Pedro Milesi, en un reencuentro de los viejos integrantes del grupo Insurrexit en Buenos Aires.

-Lo único que Casares Quiroga hizo a lo largo de ese primer día del golpe fue emitir un par de decretos que de nada sirvieron en la práctica, como la anulación del estado de guerra decretado por los sublevados en sus ciudades y la expulsión de las filas del ejército de los jefes golpistas -algo que fue imposible de ser aplicado- y el licenciamiento y la liberación de obediencia de todos los soldados de las unidades sublevadas- le comentaba Hipólito a Mika, al día siguiente, todavía esperando ansiosamente la llegada de las armas prometidas por el débil gobierno republicano. Y Mika se lo contaría a Milesi años después de terminada la guerra de España y en plena 2ª guerra mundial.

-Esto último, lo de liberar de la obediencia a los soldados de las unidades sublevadas, fue un desastre insensato, porque se le hizo caso omiso en las zonas sublevadas, y en las áreas republicanas, donde la situación era dudosa, supuso la deserción masiva e inmediata de la tropa, desmantelándose las unidades que hubiesen podido  formar el eje de un nuevo ejército fiel a la República, dejando de existir como tal el ejército gubernamental- me cuenta el Viejo Pedro, discutiendo con los grupos “insurreccionalistas” cordobeses las experiencias revolucionarias anteriores a las huelgas y puebladas argentinas de los años setenta.

La impotencia del gobierno de Martínez Barrio

Ante la renuncia de Casares Quiroga, el presidente Azaña designa entonces a Diego Martínez Barrio como nuevo jefe de gobierno. A la medianoche del 18, o un poco antes de la madrugada del día 19, habrá una tentativa desesperada para parar el golpe militar por medio de una negociación.

-El nuevo jefe del gobierno representaba a los sectores más moderados del Frente Popular. Para convencer a los golpistas de sus medidas conciliadoras y mostrarles que está dispuesto a negociar, Martínez Barrio intenta formar un nuevo gobierno con mayoría republicana de centro, algunos de cuyos miembros nos estaban ni siquiera integrados en el Frente Popular, como en el caso de dos ministros del Partido Nacional Republicano, que habían rechazando su presencia en la coalición  frentista porque estaban allí los representantes del Partido Comunista. Además, contaban con la presencia formal de los socialistas moderados- comenta Juancito, que quiere demostrarle a los “insurreccionalistas” que el peso de la política de partidos es fundamental en el proceso de una revolución social, sobre todo cuando ella se transforma en una guerra civil.

Largo Caballero no acepta entrar al gobierno porque aspira a alcanzar todo el poder, y entonces Martínez Barrio decide formar un gabinete solo con los republicanos moderados. La izquierda amenaza movilizarse si ese gobierno claudicante se forma y se mantiene en la decisión  terca de no querer darle las armas que el pueblo le exige.
Martínez Barrio trata de ponerse en contacto con los militares rebeldes e intenta convencerlos que desistan de su actitud a cambio de contemplar sus exigencias. Como muestra de su buena voluntad ofrece el gobierno moderado que acabara de constituirse.
Esa misma noche, tanto Martínez Barrio como el general Miaja, el nuevo ministro de la Guerra, entran en contacto con Mola, el que por fin les reconoce que está del lado de la sublevación y que ya depuso al general Batet como jefe de la zona militar. Durante la madrugada se le ofrece a Mola un ministerio, como prueba del sincero propósito de llevar la política más hacia la derecha y restaurar el orden público. Pero el general rebelde lo rechaza todo sin dar muchas vueltas: "Ni pactos de Zanjón, ni abrazo de Vergara". Estaba decidido a que el Gobierno renunciara y entregase el poder a los sublevados. A Cabanillas también le prometen integrar a varios generales sublevados en el nuevo gobierno, pero él también les contesta que ya es muy tarde.

Todas las gestiones intentando una conciliación fracasan, y ninguna de las plazas en donde las guarniciones sublevadas tomaron el poder vuelve al lado de la legalidad de la republica. El único caso excepcional fue la de Málaga, en la que el dubitativo general Francisco Patxot finalmente se dejó convencer por el gobierno.
En muy poco tiempo a lo largo del día se nota que el único motivo de acción del nuevo gobierno, es negociar con los sublevados para impedir el desastre total, lo que al final termina en el fracaso más completo. Por otro lado, el gabinete del presidente Azaña se ve desbordado por la agitación popular que exige las armas y ante la cula se niegan a negociar, notando que la ola revolucionaria se puede desatar a cualquier momento contra el gobierno. Martínez Barrio, impotente y amargado, renuncia durante la mañana del 19 de julio sin que su corto gobierno haya llegado a hacerse efectivo, ni se haya decidido tampoco a entregarle las armas a los obreros.

Es bastante probable que, algunos jefes militares que estaban a la espera de un buen resultado de las gestiones moderadas de Martínez Barrio, como es el caso de Aranda, se pliegan ya abiertamente a la rebelión golpista. La guerra civil ahora es inevitable, y ante el generalizado alzamiento militar y por causa de la disolución de las unidades que seguían fieles debido al decreto del día anterior, ya no hay más solución que armar a los civiles, aún a riesgo de que esto permita que se desate de una vez la tan temida revolución social.
Esta determinación es el punto irreversible en que se renuncia al poder como estado, aunque ya es la única opción que le queda al nuevo gobierno para detener la rebelión militar.
Con José Giral, amigo y correligionario de Azaña a la cabeza, este nuevo gobierno está integrado tan solo por republicanos, y se hace cargo el 19 de julio a la mañana.


Los últimos intentos de negociación con los sublevados

El PSOE, queriendo hacerse con todo el poder, tampoco acepta integrarse al Consejo de Ministros, imaginándose que en muy poco tiempo será inevitable que se quede con el control absoluto del gabinete.
A esta nueva situación le saca provecho el nuevo gobierno para tratar de demostrarles -en una última e inútil tentativa ante los militares sublevados, pero también a la opinión pública internacional, y sobre todo a los gobiernos de las “democracias” occidentales, muy preocupadas por entonces con la amenaza revolucionaria- que se excluye por completo del flamante gabinete a la izquierda considerada más radical.

Mientras tanto, la CNT y la UGT llaman a la huelga general como la respuesta obrera al golpe de estado militar, la que de inmediato es reprimida a sangre y fuego en las áreas del país bajo control de los sublevados.
-Pero es justamente durante la huelga que los partidos y sindicatos obreros toman las armas, sea por su entrega por parte del gobierno, pero sobre todo, por el asalto de las fuerzas obreras a los cuarteles y arsenales, quitándoselas a los militares, sublevados o leales- se entusiasma Juan.

El hecho de que se arme al pueblo, decide finalmente a la izquierda más radical a aceptar al gobierno moderado de Giral, notando que su gabinete no tiene ninguna fuerza, puesto que ahora son los sindicatos y los partidos revolucionarios los que detentan el poder real en las calles.

El ejército republicano prácticamente ya había dejado de existir en las primeras horas de la sublevación golpista. El día 19 el nuevo jefe de gobierno solicita ayuda urgente y pide el envío de armas y aviones al gobierno vecino del Frente Popular de Francia.
Las semanas siguientes serán terribles para Giral y su gobierno: las cárceles son abiertas, y salen a la calle un número enorme de presos comunes, mientras las organizaciones obreras intervienen la industria; recién el día 26 se publica el decreto reincorporando a los militares retirados que eran fieles a la República; el 2 de agosto se arman los primeros batallones de voluntarios; el día 3 se confiscan los trenes y se congelan los precios de la ropa, los alquileres y artículos de alimentación, así como de la jornada laboral; el 8 se determina la ocupación de las fincas; el 13, se cierran todas las escuelas religiosas, y el 24, se crean los tribunales obreros y populares. 

-Pero ya antes de estos decretos, las fincas habían sido ocupadas y muchos conventos quemados y saqueados; las industrias colectivizadas y los comercios incautados quedaron a cargo de los comités de las milicias. Las organizaciones obreras y populares actuaban con casi total independencia unas de las otras, en las diferentes regiones o localidades, sin casi ninguna coordinación entre ellas- les explica Milesi a los "insurreccionalistas" cómo se fue formando en las calles el nuevo poder.

Un poder obrero y popular nuevo, lleno de entusiasmos y energías revolucionarias reemplazaba al gobierno débil e incapaz de imponer el orden. Esta realidad de las calles le imposibilitó a Giral dar la imagen que pretendía, asistiendo desesperado e impotente a los avances de los militares rebeldes por un lado, y a la abierta desconfianza de las potencias democráticas ante la revolución obrera y popular que se desataba en las calles, las fábricas y los campos.
El momento más dramático, -un exacto reflejo de la crisis- es el asesinato de presos en la cárcel Modelo de Madrid, el 22 de agosto. Giral lloró al informárselo a Azaña, y éste, desesperado por la situación de caos, estuvo a un punto de renunciar. 
- El presidente, que se mantenía casi totalmente al margen de los hechos, escribió poco después en La velada en Benicarló, que decidirse a reprimir la revolución en marcha hubiera significado abrir una segunda y simultánea guerra civil. Hablaba de los hechos ocurridos en aquellos meses, desde su punto de vista conservador, como indisciplina, anarquía, caos, “impotencia y barullo’’ - se ríe Pedro Milesi al recordar las palabras que usara Mika al relatarle la visión de los conservadores en el gobierno.

- Mientras tanto, en el frente de guerra casi todo iba de mal a peor. Las columnas de milicianos, llenos de entusiasmo pero sin nada de disciplina y experiencia militar, no son un enemigo peligroso para los insurgentes, y las poblaciones van cayendo una atrás de la otra- analiza Mika, años después de la derota y el exilio en Francia. 

En lo institucional la situación tampoco mejora. No se logra instalar un poder efectivo que ponga orden ni a la represión que quieren los conservadores, ni a las conquistas sociales que va obteniendo las fuerzas revolucionarias. Y el poder sigue atomizándose.
Ante el fracaso total de su política de moderación, no le queda al gobierno otra alternativa que darle todo el poder al socialista Largo Caballero y sus aliados, y acabar con la situación esquizofrénica de un gobierno hostilizado por sus milicias por no querer la revolución, y al mismo tiempo atacado por la reacción golpista del ejército sublevado. Para el gobierno, era necesario un cambio que llevase  entusiasmo al pueblo y pudiera reorganizar las operaciones militares. El 3 de septiembre caía Talavera; y enseguida, Largo Caballero formaba el nuevo gobierno. Ahora, la guerra y la revolución social marcharían más unidas.

José Giral gana el apoyo de la izquierda más radical al entregar las armas al pueblo; el gesto es la definitiva renuncia al control del estado burgués tal como se lo concebía hasta entonces.
Empiezan los encarcelamientos y las ejecuciones de los sospechosos de derechistas, lo que lleva a que el 20 se prohíba la actuación de las patrullas que operasen sin una autorización oficial. El aparato policial y judicial, la administración, la autoridad gubernativa y el ejército se habían disuelto, y con eso culminaba, en buena parte, el derrumbe del estado. 

- El gobierno es desbordado por las acciones obreras, y se limitará a legislar a remolque de los acontecimientos- dice Pedro Milesi. 

Pocos meses después, la situación ya es otra: - A fines de 1936, Madrid tiene un frente de guerra que no es exactamente una retaguardia de reposo. Los hombres a los que comanda la capitana Mika Etchebéhère tras la muerte de su compañero Hipólito, resisten con dura tenacidad a los bombardeos y los ataques de la infantería y artillería de los militares sublevados.- le cuenta Milesi a Juancito al salir de la reunión del Sitrac-Sitram.

Llega el momento de relevar a los hombres del batallón de Mika, que siguen otra vez para relevar, a su vez y tras un corto descanso, a las fuerzas que ocupan las trincheras de la Pineda de Húmera. 
-Mika es nombrada adjunto del comandante del batallón, y la compañía que hasta entonces había comandado es elegida, junto con otras unidades, para una operación harto difícil: desalojar al enemigo del Cerro del Águila. En este ataque mueren muchos de los combatientes del POUM- me dice Juan que le contaba Pedro Milesi, detallista, en sus últimos años de vida, anciano y en la clandestinidad, resistiéndole a la dictadura de Videla.

-Veo una vez más –le dice a Mika el teniente coronel Perea, uno de los mejores jefes del ejército formado a toda prisa por el gobierno del Frente Popular–, como lo ha dicho el general Kléber, que usted es el mejor oficial del sector y que logra mantener en su compañía una moral ejemplar. Nos ha impresionado, tanto al general KIéber como a mí, ver que, incluso enfermos, sus hombres no quieren abandonar el frente- . Y es que el jefe del sector al cual pertenece la Pineda de Húmera ya vio la entereza moral y la convicción combativa de Mika, lo que no le endurece para nada la ternura maternal que siente por sus subordinados.

Mika y sus milicianos comparten las penas y miserias de las trincheras y cada uno de los riesgos del combate en estrecha camaradería: – Yo los protejo y ellos me protegen –escribe más tarde, y Juancito me dice que no se acuerda si se lo contó el Viejo Pedro o si lo leyó más tarde en el libro de Elsa Osorio. 
– Ellos son mis hijos y al mismo tiempo son como mis padres. Les preocupa lo poco que como o lo poco que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra- cierra los ojos Pedro Milesi y se acuerda de las palabras de Mika cuando se encontraron en Buenos Aires, en plena segunda guerra, con varios otros ex camaradas del grupo Insurrexit.


Continuará. 
JV. São Paulo, febrero de MMXIII

Trecho de  "Crónicas de Utopías y Amores, de Demonios y Héroes de la Patria" JV. S.P. 2006.






quinta-feira, 21 de fevereiro de 2013

Rosa Luxemburgo, Mika y Juancito. 1ª parte


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Entre Berlín y Madrid

Juancito deja el libro que termina de leer sobre la mesita de luz y trata de dormir. La lectura de “Mika” le consumió casi una semana, porque volvía sobre las páginas una y otra vez, hacía anotaciones y consultaba otros textos. Apaga la luz, pero no logra relajarse. Recuerda sus charlas con el viejo Pedro y vuelve sobre la novela de Elsa, repensando las arrugas del alma de Mika, mujer nada común, que salió del capullo de sus principios para meterse en el barro de las trincheras y luchar contra dos enemigos poderosísimos.

Se duerme de a poco. Pero no es un descanso tranquilo. A Juan lo persigue desde siempre un sueño recurrente: se ve andando entre los techos de unas casas de barrio que no conoce, agachado y agarrando con fuerza su escopeta recortada, con la que podrá dar no más que tres o cuatro tiros en el caso de un enfrentamiento. En sus sueños, que no llegan a ser pesadillas, porque están ausentes el sudor, la desesperación y la claustrofobia del perseguido, Juancito pasa noches enteras buscando una casa donde dormir, un refugio en el que pueda pasar dos o tres días seguro y sin sobresaltos.

No es una guerra. Es una persecución implacable de los que se han apropiado del estado para exterminar las ideas libertarias de una gran parte del pueblo, sus organizaciones, sindicatos y grupos políticos. Dicen que somos terroristas; pero los que llevan el terror al pueblo son ellos. Los obreros en sus sindicatos y los trabajadores en sus barrios nunca aterrorizaron a nadie, a no ser a los privilegiados. Luego dirán que ellos, los militares y las grandes empresas, eran un demonio necesario, porque nosotros, los que nos levantamos contra la violencia y la explotación éramos el otro demonio. Pero no, el pueblo no se engaña.

Y sueña Juancito con Mika, y la ve afligida con el estado de salud de su compañero, Hipólito; está llena de dudas y de opiniones contrarias a lo que ve en los primeros días después del golpe franquista contra la 2ª república española. Ve que a Mika le disgustan las ejecuciones sumarias a los fascistas y a la violencia contra la iglesia. Se la imagina en sus funciones de miliciana rasa primero, y su escaso gusto por las armas y los planes militares. Pero nota cómo cambia rápidamente, cómo asume el mando de tropa y, al mismo tiempo, cuánto le cuesta separar sus instintos maternales de la actitud de dirigente en la guerra, responsable por sus hombres en el combate y por acciones en las que solo se puede triunfar o resistir hasta la muerte.

Juancito ve a Mika en su sueño agitado, y se la imagina pensando en otra revolucionaria. Piensa en Rosa, una mujer que tuvo un destino más injusto y cruel, porque murió –fue asesinada- sin haber tomado las armas, sin haber podido acompañar a los trabajadores en su insurrección destinada al fracaso. Como Mika, Rosa Luxemburgo fue a la lucha con dudas y contradicciones, pero tampoco vaciló ni un instante al entrar en la rebelión justa de los obreros alemanes, aunque estuviera todo destinado al fracaso más rotundo.

“El orden reina en Varsovia”, denuncia Rosa, ironizando el anuncio del ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 después de haber lanzado el terrible asalto sobre el barrio de Praga, cuando la soldadesca de Paskievitch entra en la capital polaca y da comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.

“¡El orden reina en Berlín!”, repite Rosa la proclama triunfal de la prensa patronal y de los oficiales de las tropas victoriosas a las que la pequeño burguesía de Berlín aplaude en las calles. La gloria y el honor de las armas alemanas “se salvan” ante la historia mundial. Vencidos de Flandes y en las Ardenas restablecen su renombre con una “brillante victoria” sobre los 300  espartaquistas del Vorwärts, dice Rosa. Los parlamentarios que van a negociar la rendición del Vorwärts ven obreros muertos, asesinados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental, prisioneros colgados de la pared. ¿Quién se acuerda al ver estas “gloriosas hazañas” de las vergonzosas derrotas ante los franceses, ingleses y americanos? “Espartaco”, un pequeño grupo de revolucionarios, es el gran enemigo y Berlín es el lugar donde los oficiales alemanes se ven vencedores, se burla Rosa Luxemburgo del éxito de los reaccionarios contra la insurrección alemana.

¿Cómo podría Rosa no recordar la jauría que impuso el orden en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cuerpos de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que se rinde sin vergüenza ante los prusianos y abandona la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! La misma a la que, frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo le vuelve a florecer el coraje!, ¡cómo se agrandan los hijitos de la burguesía, la “juventud dorada”, de los oficiales! ¡Cómo se desata la bravura de esos cachorros de Marte, humillados ante el enemigo exterior cuando se trata de ser bestialmente crueles con los indefensos prisioneros!

¡El orden reina en Varsovia!, ¡El orden impera en París!, ¡El orden reina en Berlín!, dice Rosa Luxemburgo que proclaman los guardianes del orden, cada medio siglo de una capital a la otra de la lucha histórica mundial. Y esos eufóricos “vencedores” no notan que un “orden”, que necesita ser periódicamente mantenido con carnicerías sangrientas, marcha sin remedio hacia su fin.

Y se pregunta Rosa, como también se debe haber preguntado Mika ante la inminencia de la guerra civil desatada por los sublevados franquistas ¿podría esperarse una victoria definitiva del pueblo revolucionario en este enfrentamiento? Desde luego, se contesta a sí misma Rosa –del mismo modo que se lo explicaba Hipólito a Mika- si se toman en cuenta todos los elementos que deciden en la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria alemana en ese momento, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales y sus objetivos antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque -la insurrección de los obreros alemanes- no era posible esperar una victoria duradera de la revolución.

Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los gobernantes socialistas alemanes, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a tomar las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar de inmediato la más enérgica respuesta al ataque, e impedir que la contrarrevolución se agrandase con un nuevo paso adelante, y que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana sufriesen grandes pérdidas, dice Rosa Luxemburgo.

Una ley interna de la revolución, que es vital, dice que nunca hay que pararse, o sumirse en la inacción, en la pasividad, después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés- que los trabajadores alemanes no podían darse por satisfechos con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general, dice Rosa. Y piensa Juancito en el momento pre revolucionario que se vivía entre 1969 y 1975. ¿Había que parar y volverse atrás? Los obreros, los estudiantes y los grupos revolucionarios, teníamos que “evitar toda provocación”? ¿O era nuestra obligación profundizar las luchas, aún a riesgo de perderlo todo?

¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas? Se pregunta Rosa Luxemburgo, y piensa Juan que también se lo preguntó Mika. La primera llama de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, terminó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota aplastante. La insurrección de París, en junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo con las luchas revolucionarias está sembrado de grandes derrotas, piensa Juancito. Mika e Hipólito lo comprobarían, en la misma Berlín de Rosa Luxemburgo, 14 años después, ya con el triunfo aplastante de las hordas nazis.

Pero ese mismo camino conduce, paso a paso, a la victoria final ¿Dónde estaríamos sin esas “derrotas”, de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo? ¿Las luchas revolucionarias son lo opuesto a las luchas parlamentarias? se pregunta Rosa. En Alemania hubo, a lo largo de cuarenta años, sonoras “victorias” parlamentarias, yendo de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue que, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un voto inaudito, sin precedentes, de los socialistas a favor del imperialismo y la guerra, se queja Rosa Luxemburgo.

Piensa Juan, las revoluciones, al contrario, no nos han dado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando, una atrás de la otra, las garantías necesarias de que podremos alcanzar la victoria final en el futuro. Lo del viejo topo, se acuerda Juancito que le contó el Viejo Pedro, que tanto lo habían conversado con Mika e Hipólito a la salida de las reuniones del grupo Insurrexit.
Es necesario saber en qué condiciones ocurren en cada caso las derrotas. ¿La derrota, ocurre porque la energía combativa de los trabajadores chocó contra condiciones históricas inmaduras?, se preguntan Rosa y también Mika, en la misma Berlín de Rosa Luxemburgo, 14 años después, ¿o fue por culpa de la indecisión, o de la debilidad interna que acabó paralizando la acción revolucionaria?

Dos ejemplo clásico de esas diferentes posibilidades son, la revolución de febrero en Francia para la primera; y la revolución alemana de marzo para la segunda, responde Rosa. La heroica acción obrera en el París en 1848 fue una fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario, las miserias de la revolución de marzo en Alemania entorpecieron la marcha de todo el moderno desarrollo alemán como una bola de hierro atada a los pies. Y ejercieron su influencia a lo largo de toda la historia, tan particular, de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir, piensa Rosa Luxemburgo, y Mika e Hipólito coinciden, 14 años más tarde.

¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en la Semana de Espartaco? ¿Fue una derrota causada por el ímpetu revolucionario chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción? se pregunta Rosa.
¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de los trabajadores berlineses y las vacilaciones, la timidez de la dirección, el dato más peculiar del más reciente episodio, se responde Rosa.

La dirección fracasó, sí. Pero la dirección puede y debe ser recreada por las masas y por ellas mismas, insiste Rosa Luxemburgo. Ellas son lo decisivo, son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Los trabajadores han estado a la altura, e hicieron de la “derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que forman el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta “derrota” florecerá la victoria futura, piensa Juancito, y ve que repite Rosa la teoría del viejo topo de la historia.
¡El orden reina en Berlín!”, ¡esbirros estúpidos! Ese orden de Uds. está armado sobre arena. La revolución, mañana ya se levantará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror de Uds., entre sonidos de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”, escribe Rosa Luxemburgo, poco antes de caer presa y ser asesinada por la soldadesca alemana.

Pero fue el 4 de agosto de 1914, al comienzo de la 1ª guerra mundial, llamada entonces la Gran Guerra, el día en que Rosa sufre su más grande frustración: “el 4 de agosto quise morir, matarme, pero los amigos me lo impidieron”, dice Rosa Luxemburgo. Ese mismo día fatal en que los socialdemócratas alemanes votaron a favor de la guerra, el 4 de agosto de 1914 se reunió un pequeño grupo en la casa de Rosa, el que luego se convirtió, en 1916 en la Spartakusbund, la Liga Espartaco. Igual que Mika e Hipólito y su grupo de oposición comunista al PC alemán, en la misma Berlín de Rosa Luxemburgo, pero 14 años después. Igual que los destacamentos revolucionarios argentinos, armados y no armados, en la crisis que va de 1973 a 1975, piensa Juan.

Discutieron los medios para impedir que los diputados del Partido Socialdemócrata Alemán votaran a favor del presupuesto de guerra. Las únicas armas que tenía Luxemburgo eran su oratoria y su pluma. Corría de un lado al otro, convencida de que “las masas obreras se pondrán de nuestro lado si fuera posible mostrarles nuestra posición y se rebelarán contra la guerra”. El 4 de agosto de 1914 fue para Rosa Luxemburgo, como ella misma decía, el día más negro.

El hecho de que la clase trabajadora se dejara arrastrar a la matanza sin ofrecer la menor resistencia, la capitulación inmediata de la socialdemocracia alemana, así como  el hundimiento de la Internacional Socialista, todo aquello era para ella inconcebible.
Esperaba Rosa que los trabajadores vieran su error lo antes posible, pero se equivocaba. El ejército alemán se anotó sus primeras victorias y el orgullo nacional se enardeció. Y ella comenzaría un largo recorrido por cárceles cada vez más alejadas hasta el final de la guerra.

Sin embargo, hacia finales de 1918, la revolución también parecía ser imparable en Alemania. Empezó con el levantamiento de los marineros de Kiel el 3 de noviembre, y alcanzó su punto alto el día 9. En todo el Reich se organizaron los consejos de trabajadores y soldados. La noche del 10 de noviembre, Rosa Luxemburgo llegó a Berlín desde la prisión de Breslau. Aún enferma y cansada, no dejó de asumir con gran entusiasmo el trabajo en la redacción de  “Rote Fahne”, el periódico partidario Bandera Roja.

El 4 de enero de 1919, el gobierno socialdemócrata despidió al jefe de policía de Berlín, Emil Eichhorn, del ala izquierda del USPD. Eso fue una provocación para los obreros y soldados revolucionarios de Berlín, que se lanzaron a la lucha armada cuando no estaban bien pertrechados, lo que concluyó con la derrota el 12 de enero.

Pero aún sabiendo que iba hacia la derrota, Rosa permaneció al lado de aquellos que no encontraron el camino correcto en el presente, pero a los que no obstante los acompañaba la razón, según dijo Peter Weiss. O como escribiría enseguida Rosa: “sólo me consuela el  pensamiento fiero de que quizá yo también pronto viaje al más allá, puede que por una bala de la contrarrevolución, que acecha por doquier. Pero mientras esté viva me sentiré unida a ustedes en el amor más cálido, fiel e íntimo”.
El 15 de enero, la “División de escolta  de caballería y tiradores” ocupó el oeste berlinés. En el aristocrático hotel Eden estableció su cuartel general el capitán Pabst, su comandante. El mismo dia 15 de enero fueron localizados Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck en el barrio de  Wilmersdorf. Allí los apresaron, para llevarlos de inmediato al hotel Eden.

Tras un breve interrogatorio y una conversación telefónica con el ministro del Ejército del Reich,  Gustav Noske, Pabst ordenó el traslado de los prisioneros a la prisión de Moabit. El traslado formaba parte del plan de asesinato.  Karl Liebknecht fue duramente maltratado y lo ejecutaron de camino a la prisión.

A Rosa Luxemburgo la sacaron del hotel a rastras, la maltrataron con suma crueldad y, en el trayecto, la ejecutó de un tiro el subteniente Souchon. Después la arrojaron al Landwehrkanal. El comando de la muerte lo dirigió el teniente Vogel. En la primavera y el verano de 1919 una cruel guerra civil asoló toda Alemania y miles de trabajadores fueron brutalmente asesinados.


La 2ª república española anda a la deriva y la sorprende el golpe militar pro fascista

El Viejo Pedro le contaba a Juancito que el golpe militar del 18 de julio no tomó por sorpresa al pueblo ni a las organizaciones políticas y sindicales de los trabajadores. Pero sí al gobierno de la 2ª República Española, que se esperaba en todo caso una insurrección de las izquierdas más radicales antes que la levantamiento militar, le cuenta Mika al Viejo Pedro algunos años después, en un momento de reencuentro con los viejos camaradas del grupo Insurrexis en el café La Paz, en Buenos Aires.

El gobierno de la 2º República, que era presidido por Casares Quiroga, dice Juan, no esperaba el golpe de estado o, por lo menos, no como una sublevación de los mandos militares. No creía y no quería creer en tal posibilidad, y  estaba mucho más alarmado por los posibles movimientos de los revolucionarios anarquistas y del ala izquierdista del PSOE. Más aún, pensaba que las continuas llamadas de alerta que, desde varias semanas antes, se venían lanzando sobre la inminencia de un golpe militar eran advertencias falsas de la misma izquierda para inducir al gobierno a actuar con mano más firme contra los sectores derechistas y buena parte del ejército, y así facilitar el camino de la insurrección revolucionaria de las izquierdas más radicales, especulaba Hipólito y se lo contaba con detalles a Mika, mientras esperaban en vano que llegaran las armas que habían prometido repartir esa noche.

El gobierno, por lo tanto, buscó eludir cualquier acción que pudiera ser entendida como una amenaza o provocación a las derechas y mucho menos como un respaldo a las izquierdas radicales, lo que le llevó en la práctica a la más absoluta pasividad cuando el sordo ruido de las armas del ejército ya un estruendo abierto, le cuenta el Viejo Pedro Milesi a Susana Fiorito muchos años después, a la salida de una reunión del Sitrac-Sitram.

La incredulidad de las primeras horas y la absoluta incapacidad de reacción de parte del gobierno desde el primer momento de la sublevación militar tiene este origen. Las noticias del levantamiento en Marruecos el 17 de julio son oídas con desconfianza y no se envían aviones ni refuerzos militares, a consecuencia de lo cual, en muy pocas horas se pierde todo el control de los republicanos sobre el protectorado africano.

Cuando al día siguiente se conoce la certeza y lo inevitable de la rebelión, un simple comunicado a las 8 de la mañana informa sobre la misma, pero desprecia su alcance y asegura que en la España peninsular nadie lo habría apoyado. Nada de esto era verídico, relata Mika y el Viejo Pedro la escucha en silencio.
Sin embargo, aún con sus limitaciones y todas sus vacilaciones, la noticia lanzada por el gobierno moviliza a las organizaciones obreras, que se concentran en sus locales sindicales y partidarios, así como a varios de los gobiernos civiles locales, que exigen armas y órdenes claras para la resistencia.

En contraste, el gobierno sigue negándose a querer ver y aceptar que lo que enfrenta es una sublevación de la derecha con todas las letras, y prefiere seguir imaginándose que solo le hace frente a un levantamiento parcial, y así se va paralizando cualquier respuesta posible. El gobierno de la 2º República confía en definitiva en que, por las buenas, utilizando la negociación y el diálogo con el ejército, conseguirá parar la intentona. Telefonean y envía emisarios a los distintos militares con mando de tropa. Pero el engaño o las evasivas que recibe de la mayor parte de los interlocutores a los que busca en relación a su obediencia al orden institucional, ayuda aún más a que Casares Quiroga siga totalmente pasivo respecto al golpe militar contra el estado, legalmente dirigido por el gobierno del frente republicano.

El único que se ubica en su papel es el director general de Aeronáutica, el general Núñez del Prado, que al comprobar la extensión de la sublevación se dispone a avanzar sobre Marruecos y parar la rebelión. Pero al ver que allí ya había triunfado el golpe, y que era completamente inútil el viaje, se encamina en la madrugada del día 18 hacia Zaragoza para detener al capitán general Cabinillas, un viejo amigo suyo. Preso, algunos días después, lo  fusilarán por orden del mismísimo general Mola, sueña Juan que le cuenta el Viejo Pedro Milesi.

Continuará.
JV. São Paulo, Febrero de MMXIII.