Lea la 1ª parte
aquí:
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Madrid 1936. Se
empieza a cerrar el cerco
-Casares
Quiroga y su gobierno estaban realmente confusos; viéndose superados por los sucesos, pero sin
voluntad de repartir armas entre las organizaciones obreras, como se lo exigen
los anarquistas y Largo Caballero -el dirigente del PSOE y de la UGT-
le presenta la renuncia al presidente Azaña en la misma noche del 18 de julio-
le cuenta Mika a Pedro Milesi, en un reencuentro de los viejos integrantes del
grupo Insurrexit en Buenos Aires.
-Lo único que
Casares Quiroga hizo a lo largo de ese primer día del golpe fue emitir un par de
decretos que de nada sirvieron en la práctica, como la anulación del estado de
guerra decretado por los sublevados en sus ciudades y la expulsión de las filas
del ejército de los jefes golpistas -algo que fue imposible de ser aplicado- y
el licenciamiento y la liberación de obediencia de todos los soldados de las
unidades sublevadas- le comentaba Hipólito a Mika, al día siguiente,
todavía esperando ansiosamente la llegada de las armas prometidas por el débil
gobierno republicano. Y Mika se lo contaría a Milesi años después de terminada
la guerra de España y en plena 2ª guerra mundial.
-Esto último,
lo de liberar de la obediencia a los soldados de las unidades sublevadas, fue
un desastre insensato, porque se le hizo caso omiso en las zonas sublevadas, y
en las áreas republicanas, donde la situación era dudosa, supuso la deserción
masiva e inmediata de la tropa, desmantelándose las unidades que hubiesen
podido formar el eje de un nuevo ejército fiel a la República,
dejando de existir como tal el ejército gubernamental- me cuenta el Viejo
Pedro, discutiendo con los grupos “insurreccionalistas” cordobeses las experiencias
revolucionarias anteriores a las huelgas y puebladas argentinas de los años
setenta.
La impotencia del
gobierno de Martínez Barrio
Ante la renuncia
de Casares Quiroga, el presidente Azaña designa entonces a Diego Martínez
Barrio como nuevo jefe de gobierno. A la medianoche del 18, o un poco antes de
la madrugada del día 19, habrá una tentativa desesperada para parar el golpe
militar por medio de una negociación.
-El nuevo jefe
del gobierno representaba a los sectores más moderados del Frente Popular. Para
convencer a los golpistas de sus medidas conciliadoras y mostrarles que está
dispuesto a negociar, Martínez Barrio intenta formar un nuevo gobierno con
mayoría republicana de centro, algunos de cuyos miembros nos estaban ni
siquiera integrados en el Frente Popular, como en el caso de dos ministros del
Partido Nacional Republicano, que habían rechazando su presencia en la
coalición frentista porque estaban allí los representantes del
Partido Comunista. Además, contaban con la presencia formal de los socialistas
moderados- comenta Juancito, que quiere demostrarle a los “insurreccionalistas”
que el peso de la política de partidos es fundamental en el proceso de una
revolución social, sobre todo cuando ella se transforma en una guerra civil.
Largo Caballero
no acepta entrar al gobierno porque aspira a alcanzar todo el poder, y entonces
Martínez Barrio decide formar un gabinete solo con los republicanos moderados.
La izquierda amenaza movilizarse si ese gobierno claudicante se forma y se
mantiene en la decisión terca de no querer darle las armas que el
pueblo le exige.
Martínez Barrio
trata de ponerse en contacto con los militares rebeldes e intenta convencerlos
que desistan de su actitud a cambio de contemplar sus exigencias. Como muestra
de su buena voluntad ofrece el gobierno moderado que acabara de constituirse.
Esa misma noche,
tanto Martínez Barrio como el general Miaja, el nuevo ministro de la Guerra,
entran en contacto con Mola, el que por fin les reconoce que está del lado de
la sublevación y que ya depuso al general Batet como jefe de la zona militar.
Durante la madrugada se le ofrece a Mola un ministerio, como prueba del sincero
propósito de llevar la política más hacia la derecha y restaurar el orden público.
Pero el general rebelde lo rechaza todo sin dar muchas vueltas: "Ni pactos
de Zanjón, ni abrazo de Vergara". Estaba decidido a que el Gobierno
renunciara y entregase el poder a los sublevados. A Cabanillas también le
prometen integrar a varios generales sublevados en el nuevo gobierno, pero él también les contesta que ya es muy tarde.
Todas las
gestiones intentando una conciliación fracasan, y ninguna de las plazas en
donde las guarniciones sublevadas tomaron el poder vuelve al lado de la
legalidad de la republica. El único caso excepcional fue la de Málaga, en la que el
dubitativo general Francisco Patxot finalmente se dejó convencer por el gobierno.
En muy poco
tiempo a lo largo del día se nota que el único motivo de acción del nuevo
gobierno, es negociar con los sublevados para impedir el desastre total, lo que
al final termina en el fracaso más completo. Por otro lado, el gabinete del presidente Azaña
se ve desbordado por la agitación popular que exige las armas y ante la cula se niegan a
negociar, notando que la ola revolucionaria se puede desatar a cualquier
momento contra el gobierno. Martínez Barrio, impotente y amargado, renuncia durante la mañana del 19 de julio sin que su corto gobierno haya llegado a hacerse
efectivo, ni se haya decidido tampoco a entregarle las armas a los obreros.
Es bastante probable que,
algunos jefes militares que estaban a la espera de un buen resultado de las
gestiones moderadas de Martínez Barrio, como es el caso de Aranda, se pliegan
ya abiertamente a la rebelión golpista. La guerra civil ahora es inevitable, y
ante el generalizado alzamiento militar y por causa de la disolución de las
unidades que seguían fieles debido al decreto del día anterior, ya no hay más
solución que armar a los civiles, aún a riesgo de que esto permita que se
desate de una vez la tan temida revolución social.
Esta
determinación es el punto irreversible en que se renuncia al poder como estado,
aunque ya es la única opción que le queda al nuevo gobierno para detener la
rebelión militar.
Con José Giral,
amigo y correligionario de Azaña a la cabeza, este nuevo gobierno está
integrado tan solo por republicanos, y se hace cargo el 19 de julio a la mañana.
Los últimos
intentos de negociación con los sublevados
El PSOE,
queriendo hacerse con todo el poder, tampoco acepta integrarse al Consejo de
Ministros, imaginándose que en muy poco tiempo será inevitable que se quede con
el control absoluto del gabinete.
A esta nueva
situación le saca provecho el nuevo gobierno para tratar de demostrarles -en una
última e inútil tentativa ante los militares sublevados, pero también a la
opinión pública internacional, y sobre todo a los gobiernos de las
“democracias” occidentales, muy preocupadas por entonces con la amenaza
revolucionaria- que se excluye por completo del flamante gabinete a la
izquierda considerada más radical.
Mientras tanto,
la CNT y la UGT llaman a la huelga general como la respuesta obrera al golpe de estado
militar, la que de inmediato es reprimida a sangre y fuego en las áreas del
país bajo control de los sublevados.
-Pero es
justamente durante la huelga que los partidos y sindicatos obreros toman las
armas, sea por su entrega por parte del gobierno, pero sobre todo, por el
asalto de las fuerzas obreras a los cuarteles y arsenales, quitándoselas a los
militares, sublevados o leales- se entusiasma Juan.
El hecho de que
se arme al pueblo, decide finalmente a la izquierda más radical a aceptar al
gobierno moderado de Giral, notando que su gabinete no tiene ninguna fuerza,
puesto que ahora son los sindicatos y los partidos revolucionarios los que
detentan el poder real en las calles.
El ejército
republicano prácticamente ya había dejado de existir en las primeras horas de la
sublevación golpista. El día 19 el nuevo jefe de gobierno solicita ayuda
urgente y pide el envío de armas y aviones al gobierno vecino del Frente
Popular de Francia.
Las semanas
siguientes serán terribles para Giral y su gobierno: las cárceles son abiertas,
y salen a la calle un número enorme de presos comunes, mientras las
organizaciones obreras intervienen la industria; recién el día 26 se publica el
decreto reincorporando a los militares retirados que eran fieles a la
República; el 2 de agosto se arman los primeros batallones de voluntarios; el
día 3 se confiscan los trenes y se congelan los precios de la ropa, los
alquileres y artículos de alimentación, así como de la jornada laboral; el 8 se
determina la ocupación de las fincas; el 13, se cierran todas las escuelas
religiosas, y el 24, se crean los tribunales obreros y populares.
-Pero ya antes
de estos decretos, las fincas habían sido ocupadas y muchos conventos quemados
y saqueados; las industrias colectivizadas y los comercios incautados quedaron a
cargo de los comités de las milicias. Las organizaciones obreras y populares
actuaban con casi total independencia unas de las otras, en las diferentes
regiones o localidades, sin casi ninguna coordinación entre ellas- les explica Milesi a los "insurreccionalistas" cómo se fue formando en las calles el nuevo poder.
Un poder obrero y popular
nuevo, lleno de entusiasmos y energías revolucionarias reemplazaba al gobierno
débil e incapaz de imponer el orden. Esta realidad de las calles le
imposibilitó a Giral dar la imagen que pretendía, asistiendo desesperado e
impotente a los avances de los militares rebeldes por un lado, y a la abierta
desconfianza de las potencias democráticas ante la revolución obrera y popular
que se desataba en las calles, las fábricas y los campos.
El momento más
dramático, -un exacto reflejo de la crisis- es el asesinato de presos en la
cárcel Modelo de Madrid, el 22 de agosto. Giral lloró al informárselo a Azaña,
y éste, desesperado por la situación de caos, estuvo a un punto de renunciar.
- El presidente, que se mantenía casi totalmente al margen de los hechos,
escribió poco después en La velada en Benicarló, que decidirse a
reprimir la revolución en marcha hubiera significado abrir una segunda y
simultánea guerra civil. Hablaba de los hechos ocurridos en aquellos meses,
desde su punto de vista conservador, como indisciplina, anarquía, caos,
“impotencia y barullo’’ - se ríe Pedro Milesi al recordar las palabras que usara Mika al relatarle la visión de los conservadores en el gobierno.
- Mientras tanto,
en el frente de guerra casi todo iba de mal a peor. Las columnas de milicianos,
llenos de entusiasmo pero sin nada de disciplina y experiencia militar, no son
un enemigo peligroso para los insurgentes, y las poblaciones van cayendo una
atrás de la otra- analiza Mika, años después de la derota y el exilio en Francia.
En lo institucional la situación tampoco mejora. No se logra
instalar un poder efectivo que ponga orden ni a la represión que quieren los
conservadores, ni a las conquistas sociales que va obteniendo las fuerzas
revolucionarias. Y el poder sigue atomizándose.
Ante el fracaso
total de su política de moderación, no le queda al gobierno otra alternativa
que darle todo el poder al socialista Largo Caballero y sus aliados, y acabar con la
situación esquizofrénica de un gobierno hostilizado por sus milicias por no
querer la revolución, y al mismo tiempo atacado por la reacción golpista del
ejército sublevado. Para el gobierno, era necesario un cambio que llevase entusiasmo
al pueblo y pudiera reorganizar las operaciones militares. El 3 de septiembre
caía Talavera; y enseguida, Largo Caballero formaba el nuevo gobierno. Ahora,
la guerra y la revolución social marcharían más unidas.
José Giral gana
el apoyo de la izquierda más radical al entregar las armas al pueblo; el gesto
es la definitiva renuncia al control del estado burgués tal como se lo concebía hasta
entonces.
Empiezan los
encarcelamientos y las ejecuciones de los sospechosos de derechistas, lo que
lleva a que el 20 se prohíba la actuación de las patrullas que operasen sin una autorización
oficial. El aparato policial y judicial, la administración, la autoridad
gubernativa y el ejército se habían disuelto, y con eso culminaba, en buena
parte, el derrumbe del estado.
- El gobierno es desbordado por las acciones
obreras, y se limitará a legislar a remolque de los acontecimientos- dice Pedro Milesi.
Pocos meses
después, la situación ya es otra: - A fines de 1936, Madrid tiene un frente de guerra que no es exactamente
una retaguardia de reposo. Los hombres a los que comanda la capitana Mika
Etchebéhère tras la muerte de su compañero Hipólito, resisten con dura
tenacidad a los bombardeos y los ataques de la infantería y artillería de los
militares sublevados.- le cuenta Milesi a
Juancito al salir de la reunión del Sitrac-Sitram.
Llega el momento de relevar a los hombres del batallón de Mika, que siguen
otra vez para relevar, a su vez y tras un corto descanso, a las fuerzas que
ocupan las trincheras de la Pineda de Húmera.
-Mika es nombrada adjunto del
comandante del batallón, y la compañía que hasta entonces había comandado es
elegida, junto con otras unidades, para una operación harto difícil: desalojar
al enemigo del Cerro del Águila. En este ataque mueren muchos de los
combatientes del POUM- me dice Juan que le contaba Pedro Milesi,
detallista, en sus últimos años de vida, anciano y en la clandestinidad,
resistiéndole a la dictadura de Videla.
-Veo una vez más –le dice a Mika el
teniente coronel Perea, uno de los mejores jefes del ejército formado a toda prisa
por el gobierno del Frente Popular–, como lo ha dicho el general
Kléber, que usted es el mejor oficial del sector y que logra mantener en su
compañía una moral ejemplar. Nos ha impresionado, tanto al general KIéber como
a mí, ver que, incluso enfermos, sus hombres no quieren abandonar el frente-
. Y es que el jefe del sector al cual pertenece la Pineda de Húmera ya vio
la entereza moral y la convicción combativa de Mika, lo que no le endurece para nada la
ternura maternal que siente por sus subordinados.
Mika y sus milicianos comparten las penas y miserias de las trincheras y
cada uno de los riesgos del combate en estrecha camaradería: – Yo los
protejo y ellos me protegen –escribe más tarde, y Juancito me dice
que no se acuerda si se lo contó el Viejo Pedro o si lo leyó más tarde en el libro de
Elsa Osorio.
– Ellos son mis hijos y al mismo tiempo son como mis
padres. Les preocupa lo poco que como o lo poco que duermo y, a la vez,
encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra-
cierra los ojos Pedro Milesi y se acuerda de las palabras de Mika cuando se
encontraron en Buenos Aires, en plena segunda guerra, con varios otros ex
camaradas del grupo Insurrexit.
Continuará.
JV. São Paulo, febrero de MMXIII
Trecho
de "Crónicas de Utopías y Amores,
de Demonios y Héroes de la Patria" JV. S.P. 2006.
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