sexta-feira, 22 de fevereiro de 2013

Mika, Juancito y Rosa. 2ª parte





Lea la 1ª parte aquí: 

http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2013/02/rosa-luxemburgo-mika-y-juancito-1-parte.html?spref=fb  

Madrid 1936. Se empieza a cerrar el cerco

-Casares Quiroga y su gobierno estaban realmente confusos; viéndose superados por los sucesos, pero sin voluntad de repartir armas entre las organizaciones obreras, como se lo exigen los anarquistas y Largo Caballero -el dirigente del PSOE  y de la UGT- le presenta la renuncia al presidente Azaña en la misma noche del 18 de julio- le cuenta Mika a Pedro Milesi, en un reencuentro de los viejos integrantes del grupo Insurrexit en Buenos Aires.

-Lo único que Casares Quiroga hizo a lo largo de ese primer día del golpe fue emitir un par de decretos que de nada sirvieron en la práctica, como la anulación del estado de guerra decretado por los sublevados en sus ciudades y la expulsión de las filas del ejército de los jefes golpistas -algo que fue imposible de ser aplicado- y el licenciamiento y la liberación de obediencia de todos los soldados de las unidades sublevadas- le comentaba Hipólito a Mika, al día siguiente, todavía esperando ansiosamente la llegada de las armas prometidas por el débil gobierno republicano. Y Mika se lo contaría a Milesi años después de terminada la guerra de España y en plena 2ª guerra mundial.

-Esto último, lo de liberar de la obediencia a los soldados de las unidades sublevadas, fue un desastre insensato, porque se le hizo caso omiso en las zonas sublevadas, y en las áreas republicanas, donde la situación era dudosa, supuso la deserción masiva e inmediata de la tropa, desmantelándose las unidades que hubiesen podido  formar el eje de un nuevo ejército fiel a la República, dejando de existir como tal el ejército gubernamental- me cuenta el Viejo Pedro, discutiendo con los grupos “insurreccionalistas” cordobeses las experiencias revolucionarias anteriores a las huelgas y puebladas argentinas de los años setenta.

La impotencia del gobierno de Martínez Barrio

Ante la renuncia de Casares Quiroga, el presidente Azaña designa entonces a Diego Martínez Barrio como nuevo jefe de gobierno. A la medianoche del 18, o un poco antes de la madrugada del día 19, habrá una tentativa desesperada para parar el golpe militar por medio de una negociación.

-El nuevo jefe del gobierno representaba a los sectores más moderados del Frente Popular. Para convencer a los golpistas de sus medidas conciliadoras y mostrarles que está dispuesto a negociar, Martínez Barrio intenta formar un nuevo gobierno con mayoría republicana de centro, algunos de cuyos miembros nos estaban ni siquiera integrados en el Frente Popular, como en el caso de dos ministros del Partido Nacional Republicano, que habían rechazando su presencia en la coalición  frentista porque estaban allí los representantes del Partido Comunista. Además, contaban con la presencia formal de los socialistas moderados- comenta Juancito, que quiere demostrarle a los “insurreccionalistas” que el peso de la política de partidos es fundamental en el proceso de una revolución social, sobre todo cuando ella se transforma en una guerra civil.

Largo Caballero no acepta entrar al gobierno porque aspira a alcanzar todo el poder, y entonces Martínez Barrio decide formar un gabinete solo con los republicanos moderados. La izquierda amenaza movilizarse si ese gobierno claudicante se forma y se mantiene en la decisión  terca de no querer darle las armas que el pueblo le exige.
Martínez Barrio trata de ponerse en contacto con los militares rebeldes e intenta convencerlos que desistan de su actitud a cambio de contemplar sus exigencias. Como muestra de su buena voluntad ofrece el gobierno moderado que acabara de constituirse.
Esa misma noche, tanto Martínez Barrio como el general Miaja, el nuevo ministro de la Guerra, entran en contacto con Mola, el que por fin les reconoce que está del lado de la sublevación y que ya depuso al general Batet como jefe de la zona militar. Durante la madrugada se le ofrece a Mola un ministerio, como prueba del sincero propósito de llevar la política más hacia la derecha y restaurar el orden público. Pero el general rebelde lo rechaza todo sin dar muchas vueltas: "Ni pactos de Zanjón, ni abrazo de Vergara". Estaba decidido a que el Gobierno renunciara y entregase el poder a los sublevados. A Cabanillas también le prometen integrar a varios generales sublevados en el nuevo gobierno, pero él también les contesta que ya es muy tarde.

Todas las gestiones intentando una conciliación fracasan, y ninguna de las plazas en donde las guarniciones sublevadas tomaron el poder vuelve al lado de la legalidad de la republica. El único caso excepcional fue la de Málaga, en la que el dubitativo general Francisco Patxot finalmente se dejó convencer por el gobierno.
En muy poco tiempo a lo largo del día se nota que el único motivo de acción del nuevo gobierno, es negociar con los sublevados para impedir el desastre total, lo que al final termina en el fracaso más completo. Por otro lado, el gabinete del presidente Azaña se ve desbordado por la agitación popular que exige las armas y ante la cula se niegan a negociar, notando que la ola revolucionaria se puede desatar a cualquier momento contra el gobierno. Martínez Barrio, impotente y amargado, renuncia durante la mañana del 19 de julio sin que su corto gobierno haya llegado a hacerse efectivo, ni se haya decidido tampoco a entregarle las armas a los obreros.

Es bastante probable que, algunos jefes militares que estaban a la espera de un buen resultado de las gestiones moderadas de Martínez Barrio, como es el caso de Aranda, se pliegan ya abiertamente a la rebelión golpista. La guerra civil ahora es inevitable, y ante el generalizado alzamiento militar y por causa de la disolución de las unidades que seguían fieles debido al decreto del día anterior, ya no hay más solución que armar a los civiles, aún a riesgo de que esto permita que se desate de una vez la tan temida revolución social.
Esta determinación es el punto irreversible en que se renuncia al poder como estado, aunque ya es la única opción que le queda al nuevo gobierno para detener la rebelión militar.
Con José Giral, amigo y correligionario de Azaña a la cabeza, este nuevo gobierno está integrado tan solo por republicanos, y se hace cargo el 19 de julio a la mañana.


Los últimos intentos de negociación con los sublevados

El PSOE, queriendo hacerse con todo el poder, tampoco acepta integrarse al Consejo de Ministros, imaginándose que en muy poco tiempo será inevitable que se quede con el control absoluto del gabinete.
A esta nueva situación le saca provecho el nuevo gobierno para tratar de demostrarles -en una última e inútil tentativa ante los militares sublevados, pero también a la opinión pública internacional, y sobre todo a los gobiernos de las “democracias” occidentales, muy preocupadas por entonces con la amenaza revolucionaria- que se excluye por completo del flamante gabinete a la izquierda considerada más radical.

Mientras tanto, la CNT y la UGT llaman a la huelga general como la respuesta obrera al golpe de estado militar, la que de inmediato es reprimida a sangre y fuego en las áreas del país bajo control de los sublevados.
-Pero es justamente durante la huelga que los partidos y sindicatos obreros toman las armas, sea por su entrega por parte del gobierno, pero sobre todo, por el asalto de las fuerzas obreras a los cuarteles y arsenales, quitándoselas a los militares, sublevados o leales- se entusiasma Juan.

El hecho de que se arme al pueblo, decide finalmente a la izquierda más radical a aceptar al gobierno moderado de Giral, notando que su gabinete no tiene ninguna fuerza, puesto que ahora son los sindicatos y los partidos revolucionarios los que detentan el poder real en las calles.

El ejército republicano prácticamente ya había dejado de existir en las primeras horas de la sublevación golpista. El día 19 el nuevo jefe de gobierno solicita ayuda urgente y pide el envío de armas y aviones al gobierno vecino del Frente Popular de Francia.
Las semanas siguientes serán terribles para Giral y su gobierno: las cárceles son abiertas, y salen a la calle un número enorme de presos comunes, mientras las organizaciones obreras intervienen la industria; recién el día 26 se publica el decreto reincorporando a los militares retirados que eran fieles a la República; el 2 de agosto se arman los primeros batallones de voluntarios; el día 3 se confiscan los trenes y se congelan los precios de la ropa, los alquileres y artículos de alimentación, así como de la jornada laboral; el 8 se determina la ocupación de las fincas; el 13, se cierran todas las escuelas religiosas, y el 24, se crean los tribunales obreros y populares. 

-Pero ya antes de estos decretos, las fincas habían sido ocupadas y muchos conventos quemados y saqueados; las industrias colectivizadas y los comercios incautados quedaron a cargo de los comités de las milicias. Las organizaciones obreras y populares actuaban con casi total independencia unas de las otras, en las diferentes regiones o localidades, sin casi ninguna coordinación entre ellas- les explica Milesi a los "insurreccionalistas" cómo se fue formando en las calles el nuevo poder.

Un poder obrero y popular nuevo, lleno de entusiasmos y energías revolucionarias reemplazaba al gobierno débil e incapaz de imponer el orden. Esta realidad de las calles le imposibilitó a Giral dar la imagen que pretendía, asistiendo desesperado e impotente a los avances de los militares rebeldes por un lado, y a la abierta desconfianza de las potencias democráticas ante la revolución obrera y popular que se desataba en las calles, las fábricas y los campos.
El momento más dramático, -un exacto reflejo de la crisis- es el asesinato de presos en la cárcel Modelo de Madrid, el 22 de agosto. Giral lloró al informárselo a Azaña, y éste, desesperado por la situación de caos, estuvo a un punto de renunciar. 
- El presidente, que se mantenía casi totalmente al margen de los hechos, escribió poco después en La velada en Benicarló, que decidirse a reprimir la revolución en marcha hubiera significado abrir una segunda y simultánea guerra civil. Hablaba de los hechos ocurridos en aquellos meses, desde su punto de vista conservador, como indisciplina, anarquía, caos, “impotencia y barullo’’ - se ríe Pedro Milesi al recordar las palabras que usara Mika al relatarle la visión de los conservadores en el gobierno.

- Mientras tanto, en el frente de guerra casi todo iba de mal a peor. Las columnas de milicianos, llenos de entusiasmo pero sin nada de disciplina y experiencia militar, no son un enemigo peligroso para los insurgentes, y las poblaciones van cayendo una atrás de la otra- analiza Mika, años después de la derota y el exilio en Francia. 

En lo institucional la situación tampoco mejora. No se logra instalar un poder efectivo que ponga orden ni a la represión que quieren los conservadores, ni a las conquistas sociales que va obteniendo las fuerzas revolucionarias. Y el poder sigue atomizándose.
Ante el fracaso total de su política de moderación, no le queda al gobierno otra alternativa que darle todo el poder al socialista Largo Caballero y sus aliados, y acabar con la situación esquizofrénica de un gobierno hostilizado por sus milicias por no querer la revolución, y al mismo tiempo atacado por la reacción golpista del ejército sublevado. Para el gobierno, era necesario un cambio que llevase  entusiasmo al pueblo y pudiera reorganizar las operaciones militares. El 3 de septiembre caía Talavera; y enseguida, Largo Caballero formaba el nuevo gobierno. Ahora, la guerra y la revolución social marcharían más unidas.

José Giral gana el apoyo de la izquierda más radical al entregar las armas al pueblo; el gesto es la definitiva renuncia al control del estado burgués tal como se lo concebía hasta entonces.
Empiezan los encarcelamientos y las ejecuciones de los sospechosos de derechistas, lo que lleva a que el 20 se prohíba la actuación de las patrullas que operasen sin una autorización oficial. El aparato policial y judicial, la administración, la autoridad gubernativa y el ejército se habían disuelto, y con eso culminaba, en buena parte, el derrumbe del estado. 

- El gobierno es desbordado por las acciones obreras, y se limitará a legislar a remolque de los acontecimientos- dice Pedro Milesi. 

Pocos meses después, la situación ya es otra: - A fines de 1936, Madrid tiene un frente de guerra que no es exactamente una retaguardia de reposo. Los hombres a los que comanda la capitana Mika Etchebéhère tras la muerte de su compañero Hipólito, resisten con dura tenacidad a los bombardeos y los ataques de la infantería y artillería de los militares sublevados.- le cuenta Milesi a Juancito al salir de la reunión del Sitrac-Sitram.

Llega el momento de relevar a los hombres del batallón de Mika, que siguen otra vez para relevar, a su vez y tras un corto descanso, a las fuerzas que ocupan las trincheras de la Pineda de Húmera. 
-Mika es nombrada adjunto del comandante del batallón, y la compañía que hasta entonces había comandado es elegida, junto con otras unidades, para una operación harto difícil: desalojar al enemigo del Cerro del Águila. En este ataque mueren muchos de los combatientes del POUM- me dice Juan que le contaba Pedro Milesi, detallista, en sus últimos años de vida, anciano y en la clandestinidad, resistiéndole a la dictadura de Videla.

-Veo una vez más –le dice a Mika el teniente coronel Perea, uno de los mejores jefes del ejército formado a toda prisa por el gobierno del Frente Popular–, como lo ha dicho el general Kléber, que usted es el mejor oficial del sector y que logra mantener en su compañía una moral ejemplar. Nos ha impresionado, tanto al general KIéber como a mí, ver que, incluso enfermos, sus hombres no quieren abandonar el frente- . Y es que el jefe del sector al cual pertenece la Pineda de Húmera ya vio la entereza moral y la convicción combativa de Mika, lo que no le endurece para nada la ternura maternal que siente por sus subordinados.

Mika y sus milicianos comparten las penas y miserias de las trincheras y cada uno de los riesgos del combate en estrecha camaradería: – Yo los protejo y ellos me protegen –escribe más tarde, y Juancito me dice que no se acuerda si se lo contó el Viejo Pedro o si lo leyó más tarde en el libro de Elsa Osorio. 
– Ellos son mis hijos y al mismo tiempo son como mis padres. Les preocupa lo poco que como o lo poco que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra- cierra los ojos Pedro Milesi y se acuerda de las palabras de Mika cuando se encontraron en Buenos Aires, en plena segunda guerra, con varios otros ex camaradas del grupo Insurrexit.


Continuará. 
JV. São Paulo, febrero de MMXIII

Trecho de  "Crónicas de Utopías y Amores, de Demonios y Héroes de la Patria" JV. S.P. 2006.






Nenhum comentário:

Postar um comentário