Hipólito Etchebéhère y Mika Feldman, de la reforma
universitaria a la guerra civil española
Historia de una pasión revolucionaria
Por Horacio Tarcus
De El Rodaballo n° 11/12, Buenos Aires, primavera 2000. La
vida de esta pareja de militantes izquierdistas condensa de una manera
asombrosa la historia de la primera mitad del siglo XX: desde su
participación en Insurrexit en Buenos Aires a las huelgas de la Patagonia,
del Berlín previo al ascenso de Hitler al París del Frente Popular y de
allí a tomar un lugar en el frente en la guerra civil española, su pasión
los lleva a seguir el curso de la revolución por donde quiera que pase. Su
historia puede leerse, en primer término, como un relato de amor pasional
que rememora aquel entre John Reed y Louise Bryant evocado en el film Reds.
Es, también, una experiencia que hace a la historia cultural argentina, por
su ubicación en el universo intelectual de la reforma universitaria, la
recepción de las ideas socialistas y libertarias, y la emergencia de las
vanguardias literarias en los años ‘20. Además se trata de una historia
política, que atraviesa desde el eco argentino de la revolución rusa, la aparición
del comunismo vernáculo y la Semana Trágica, hasta la Europa que se debate
entre la crisis, la revolución y la contrarrevolución. La historia de los
Etchebéhère es, por último, parte ignorada pero sustancial de una historia
generacional aún por estudiar: la de la camada argentina de 1917 que,
nacida a la vida política en tiempos de esperanza y utopía, pronto se verá
enfrentada a las más duras pruebas: el fascismo, el stalinismo y una nueva
guerra mundial.
“Ahora, hablo con vos del pasado. Me lavo la cara, me peino,
preparo el mate,
y cuando me miro en el espejo, recuerdo palabras,
muertos, sueños,
las promesas, las derrotas, las hambres diversas...
Sean sabios y,
acaso, piadosos.
Caminen sobre nuestros huesos: somos puente”
Andrés Rivera, El verdugo en el umbral
Este trabajo es un tramo de una
investigación mayor sobre una generación político-intelectual argentina.
Reconstruye la historia de algunos de aquellos hombres y mujeres nacidos en
las postrimerías del siglo XIX o los albores del XX, cuya juventud estuvo
marcada por la aversión al belicismo militarista, la esperanza en la
revolución rusa y el entusiasmo de ser partícipes de una reforma
universitaria de dimensión continental. Es la generación influida
inicialmente por las ideas anarquistas, pero que —revolución rusa mediante—
acaba por descubrir el marxismo; aquella que, formado su gusto en la
estética modernista, comienza a interesarse en la experimentación de las
vanguardias artísticas.
Cuando la esperanza revolucionaria se apagó
en Europa y comenzaron a emerger los fascismos, cuando el movimiento de la
reforma universitaria se empantanó y cobraron fuerza el nacionalismo y el
militarismo en Latinoamérica, muchos de ellos sintieron amenguar esos
fervores juveniles. Figuras como Jorge Luis Borges o Conrado Nalé Roxlo,
tomarán distancia de la política, consagrándose para siempre a la
literatura (Borges nunca va a editar Los salmos rojos, salvo un
puñado de poemas avanzados a algunas revistas de España y Argentina; y
Nalé, que también escribió en su momento un canto a la Rusia de los
Soviets, dejará en su Borrador de memorias un recuerdo
nostálgico de aquellos años) (1). Otros, como Ernesto Palacio o Ramón Doll,
renegarán de sus ideales de juventud y engrosarán las huestes del
nacionalismo.
Pero el ala más politizada y radicalizada de la
generación persistió, más allá del reflujo social, participando de diversas
experiencias colectivas, sea en el proceso de constitución del movimiento
estudiantil, o en el de la clase trabajadora argentina, de sus formaciones
sindicales, políticas e intelectuales. Las décadas del ‘20 y del ‘30 son
testigos del apogeo de la actividad de escritores politizados como Roberto
Arlt, Elías Castelnuovo y Raúl González Tuñón, reformistas como Aníbal
Ponce, Deodoro Roca y Julio V. González, socialistas de izquierda como
Ernesto Giudici y comunistas como Rodolfo Ghioldi. Sin embargo, además de
estas figuras relativamente mejor conocidas, forma parte activa de esta
generación otra franja que también persistió en la militancia política más
allá de los ’20, pero sin encontrar un espacio estable en los partidos de
izquierda; su concepción de la política, de la acción sindical o de la
organización partidaria fue siempre mucho más “basista”, “espontaneísta” y
radical que las que sostenían socialistas o comunistas. Influidos por el
anarquismo primero y el marxismo después, su pensamiento tendió a mantener
un aliento heterodoxo y libertario. Sus nombres, hoy olvidados, apenas
resuenan en el recuerdo de algunos viejos militantes: son Hipólito
Etchebéhère (1900-1936), Mica Feldman (1902-1992), Francisco Piñero
(1901-1923), Héctor Raurich (1903-1963), Angélica Mendoza (1889-1960),
Cayetano Oriolo (1890-1930), José Paniale (c.1900-c.1980), Mateo Fossa
(1896-1973), Manuel Fossa, Manuel Guinney (c.1900), Luis Koiffmann
(1900-1978), Liborio Justo (1902), Luis Franco (1898-1988), Samuel Glusberg
(1898-1987), José Gabriel (1898-1963), Carlos Liacho, Horacio Badaraco
(1902-1946), José Boglich (c.1890-c.1944). El mayor de todos será Pedro
Milesi (1886-1981); los menores, Antonio Gallo (c.1913-c.1990) y Francisco
de Cabo (1910-1997).
No se trata de una corriente política o
intelectual con alto grado de cohesión interna, institucionalización y
continuidad. Si bien casi todos ellos se conocieron entre sí e
interactuaron unos con otros en tal o cual momento, fracasaron a la hora de
construir una revista de relativa duración o un partido de cierto arraigo.
Sus ideas radicales, sostenidas con opciones de vida consecuentes con
ellas, se vieron sometidas a duras pruebas en tiempos de crisis, reflujo
social o represión. En esos momentos dramáticos, además de las presiones
externas, se vieron atravesados por enfrentamientos políticos (2), contradicciones internas, querellas personales.
Sin embargo, desde el presente es posible distinguir su relativa comunidad
intelectual, política y generacional, reconstruir a través
de cortes y discontinuidades esa tradición de marxistas libertarios.
Hay entre ellos diferencias de formación e
inserción social: algunos son obreros con una militancia gremial relevante
—como Milesi, Oriolo, Fossa—, uno de ellos un reconocido dirigente agrario
(Boglich), otros estudiantes de acción reformista (el grupo Insurrexit),
periodistas de profesión (Liacho, Koiffman), escritores (Franco, Piñero), y
hasta filósofos o intelectuales marxistas de cierto calibre (Raurich, A.
Mendoza, Gallo). Los primeros son obreros intelectualizados, pero la
mayoría son intelectuales de extracción pequeñoburguesa que buscan
aproximarse al mundo obrero. Hay quienes provienen de familias acomodadas
(Etchebéhère, Badaraco, Justo), aunque la mayor parte proviene de humildes
familias inmigrantes. Obreros o intelectuales, tienen una misma pasión por
conocer y hacer, por entender y subvertir. Sin duda, el mayor o menor
acceso al mundo de los bienes simbólicos fue motivo de tensiones y
conflictos internos: si bien están inmersos en un clima epocal de
socialización del saber (bibliotecas o universidades populares, cursos
gratuitos de divulgación científica, grupos de estudio, ediciones
populares, etc.), los más intelectualizados a menudo hacen jugar su poder
sobre los trabajadores menos intelectualizados (por ejemplo, por el acceso
diferencial a los libros y revistas en idioma extranjero o a los centros
político-intelectuales de la época: Moscú, Nueva York, París o México). Los
obreros, por su parte, suelen defenderse con reacciones
anti-intelectualistas (3).
Sin embargo, es posible distinguir hoy una
franja generacional, cuya actuación pública más significativa se desarrolla
en un período histórico preciso (1917-1943), y que intenta construir una
identidad en torno a una concepción de la política, de la cultura y de la
vida que aquí llamaré “marxista libertaria”. Este sector se movió en un
espacio intermedio entre, por un lado, el marxismo oficial, identificado
con la ideología dominante en la URSS desde mediados de los años ‘20, y por
otro, sus críticos anarquistas. Se diferencian de los anarquistas
doctrinarios por su adhesión a ciertos enunciados del marxismo clásico (rol
del Estado en la transición al comunismo, defensa de la “dictadura
revolucionaria” o de la acción política del proletariado), pero sin embargo
tienen una concepción de la política como movilización y autoorganización
de las masas, desconfían del parlamentarismo y entienden a los
acontecimientos soviéticos o incluso leen a Lenin desde una perspectiva
fuertemente consejista y antiautoritaria (Insurrexit). Muchos provienen del
anarquismo (Etchebéhère, Milesi, Franco) o son anarquistas influidos por
las alas más radicales del marxismo (Badaraco, el más excéntrico de este
espacio, es un entusiasta lector de Rosa Luxemburg y Víctor Serge). Y los
que provienen de tradiciones socialistas marxistas, desarrollan un
pensamiento y una sensibilidad antiautoritarias ante la degeneración
burocrática del comunismo. Llegados los ‘30, casi todos adherirán al
trotskismo, aunque la historia de esta heterodoxia marxista argentina, si
bien se vincula al primer período de emergencia del trotskismo, lo antecede
en el tiempo y además, lo excede en sus definiciones
teórico-políticas (4).
La historia se mostró severa con esta franja
de la generación del ‘17, sometiéndola a duras pruebas en lo político y lo
personal. En el plano mundial, a la esperanza de los años de la primera
posguerra siguió un fuerte reflujo social y político, coronado con la
burocratización del proceso ruso, el triunfo del fascismo italiano, la
derrota de la comuna húngara, el ascenso de Hitler en Alemania. Otra luz de
esperanza se encendió en España en los ‘30, pero la cruenta guerra civil
que le siguió y el triunfo de los nacionalistas significó otra derrota
profunda. La denuncia de la política stalinista durante los procesos de
Moscú o de sus efectos nefastos durante los acontecimientos de la guerra
española dio a esta franja cierto margen de legitimidad e intervención
político-intelectual ante los sectores más críticos y receptivos del
movimiento obrero, los estudiantes o ante la opinión pública en general.
Pero con el estallido de la segunda guerra, y especialmente desde que la
URSS ingresa en ella, el marxismo oficial adquiere una legitimidad casi
absoluta dentro del campo aliado. La extrema tensión mundial que significa
la guerra oscurece los “matices”: hay dos bandos en pugna, y poco, casi
ningún espacio, para terceras posiciones. Los revolucionarios españoles (particularmente
anarquistas y poumistas) quedan desde 1939 reducidos a la impotencia,
dispersos por Europa y América. Trotsky es asesinado en México en 1940 por
un sicario de Stalin. Serge muere olvidado, en la misma ciudad, siete años
después. La legitimidad de la URSS tras la derrota del nazismo, no sólo
entre los izquierdistas, sino incluso entre demócratas y liberales, ha
crecido aún más. La estabilidad del capitalismo de posguerra condena
cualquier discurso catastrofista a la marginalidad.
En el plano local, las presiones en
contrario también fueron devastadoras. Los ecos de la revolución rusa, la
irradiación de la reforma universitaria y las luchas obreras de fines de
los años ‘10 y principios de los ‘20 son, ya lo dijimos, el bautismo de
fuego de esta franja generacional (por citar tres ejemplos: los
insurrexistas son estudiantes reformistas atraídos por la revolución;
Etchebéhère y Badaraco son hijos de familias adineradas que renuncian a su
clase tras la experiencia de la Semana Trágica; Angélica Mendoza es una
maestra de provincia que se politiza con la huelga mendocina de la
enseñanza de 1919). Pero en los ‘20 el movimiento reformista se empantana,
el radicalismo se estabiliza en el gobierno, las luchas obreras refluyen.
El PC, nacido en 1918, vive sumido en una crisis interna a lo largo de toda
una década. La militancia de muchos de ellos en este partido será breve:
ingresarán hacia 1923 y romperán en 1925/26 intentando dar vida al efímero
Partido Comunista Obrero. Con el golpe militar de 1930 se abre una etapa de
represión sobre el movimiento obrero y la izquierda, sufriendo muchos de
ellos duros años de prisión (Badaraco el anarquista y Milesi el trotskista
van a hermanarse en el penal de Usuhaia, A. Mendoza va a parar a la Cárcel
del Buen Pastor, Oriolo va a morir joven a causa de prisiones y torturas),
pero también se inicia un ciclo intenso de luchas sociales y de
reorganización sindical y política. Algunos de sus protagonistas animan los
pequeños grupos políticos trotskistas de los ‘30, que tienen corta vida. La
represión policial, así como la intensa campaña stalinista contra los
disidentes (política, pero también físicamente agresiva), hace difícil su
continuidad. Los que buscan una vida política más activa recurren a una
táctica “entrista” en el Partido Socialista. Otros se repliegan a la
actividad intelectual (cenáculos de estudio y debate, edición de libros y
revistas). A principios de la década del ‘40, aún los intentos
político-organizativos más ambiciosos de crear corrientes de izquierda por
fuera del PS y el PC han fracasado, desde la experiencia del Partido
Socialista Obrero (socialista de izquierda) a la del PORS (Partido Obrero
de la Revolución Socialista, de orientación trotskista). El golpe militar
de 1943 y la irrupción del peronismo terminó de sellar la suerte de esta
franja generacional, que no se reconocerá en el movimiento obrero
recompuesto desde entonces bajo la tutela estatal.
La década del ‘40 nos muestra a esta franja generacional en su
declive. Algunos habían muerto en los ’30, en plena juventud (Oriolo,
Etchebéhère); unos pocos emigran a los Estados Unidos (A. Mendoza, A.
Gallo) o a Europa (M. Feldman). Otros sucumben a las enormes presiones de
la época, absorbidos o neutralizados por el sistema dominante (el último
Raurich, atrapado por la ideología de la guerra fría, o José Gabriel,
devenido un fervoroso peronista oficialista); Badaraco, a punto de morir,
acepta que una parte de los militantes de su grupo se incorpore al PC.
Liborio Justo se repliega a su labor de escritor e historiador. Otros se
dispersan, se pieden sin dejar rastros. Sólo unos pocos sobrevivientes
alcanzarán a experimentar la nueva ola de radicalización social de los años
‘60 y ‘70: Mateo Fossa es en los ‘70 activo militante entre los jubilados y
colabora con el Partido Socialista de los Trabajadores; Pedro Milesi,
radicado en Córdoba, llega a ser presidente de honor de la Mesa de Gremios
Clasistas, está vinculado a Poder Obrero, y hasta se atreve a regañar al
mismísimo Agustín Tosco, quien tenía el mayor respeto por el “Viejo Pedro”.
De algún modo serán una suerte de puente entre las dos generaciones de
luchadores clasistas.
Es, en suma, en varios sentidos, la franja
más golpeada de su generación, la que no logra cuajar en ningún proyecto
político duradero, la que se opone radicalmente a los existentes, la de los
que han sido llamados rebeldes, impugnadores, transgresores,
revolucionarios, subversivos, aguafiestas, inconformistas, verbalistas,
aventureros, ultraizquierdistas, excéntricos, marginales... Han sido
perseguidos por las fuerzas represivas, pero también marginados,
calumniados y agredidos por las fuerzas hegemónicas de la izquierda. Una
vez desaparecidos, no tienen cabida en las historias oficiales u oficiosas
de la izquierda o del movimiento obrero; no hay fuerzas políticas o
intelectuales que los continúen o que los rescaten. Fracasados sus
proyectos, dispersas sus fuerzas, el proceso simbólico de legado a la
generación siguiente, propio de las corrientes que mantienen su
continuidad, se ve abortado.
Fueron derrotados, pero en tanto ala
izquierda de un movimiento y de una estrategia revolucionaria que fue
derrotada. Son, pues, los derrotados entre los derrotados, los olvidados
entre los olvidados. Fue fácil desde los movimientos izquierdistas hegemónicos
otrora (socialistas, comunistas, populistas) ironizar sobre su
marginalidad, sus extravagancias, sus interminables querellas internas, sus
flaquezas o su mismo fracaso. Sin embargo, la pérdida de su legado no es
sólo una enorme injusticia histórica en relación a la intensidad de estas
vidas y la riqueza de sus experiencias. La tragedia de esta franja
generacional de revolucionarios se vuelve contra cualquier proyecto de
re/crear un socialismo libertario, si no somos capaces de demostrar que la
historia de la izquierda no es sólo una historia de sumisión a dogmas, de
intereses burocráticos y de ambiciones de poder. Si esta última es parte de
la historia que los izquierdistas debemos asumir y criticar, también es
cierto que no ha sido todo. Al lado de esas, hay historias de enorme
lucidez intelectual, compromiso ético y pasión revolucionaria, como la que
vamos a narrar.
En el ala izquierda de la Reforma Universitaria
El Grupo Insurrexit, hasta hoy apenas una confusa
mención en los libros de historia del movimiento estudiantil, pertenece más
al orden mito que al de la historia. Sin embargo, a juzgar por las
referencias que encontramos en fuentes de la época, así como por las
personalidades que pasaron por las páginas de su revista, puede inferirse
que no pasó inadvertido a sus contemporáneos. Incluso su nombre fue
retomado por otro grupo, más de una década después, homenaje que, por otra
parte, contribuyó a hacer todavía más confusa la historia. No faltan
quienes confunden el primer Insurrexit (1920-1921), un emprendimiento
independiente, de cuño marxista libertario, con el segundo Insurrexit
(1933-1935), que editó un periódico del mismo nombre y que fue vocero de
los universitarios comunistas (y sus compañeros de ruta), inspirado por
Héctor P. Agosti, y por donde hizo su paso el joven Ernesto Sábato (5). Es que no es sencillo disipar las brumas
que se ciernen sobre Insurrexit. Primer y principal obstáculo: todavía no
ha podido reconstruirse una colección completa de su revista. Segundo:
ninguno de sus mentores vive aún y para peor, algunos de los que vivieron
hasta hace unos pocos años, no querían recordar el radicalismo de su
juventud (6).
En junio de 1918 emergía en Córdoba la
Reforma Universitaria. A escasos seis meses, había estallado la revolución
socialista en Rusia y su onda se expandía al resto de Europa. La fracción
internacionalista del Partido Socialista iba a fundar el Partido Socialista
Internacional, que poco después iba a llamarse Partido Comunista de la
Argentina. Entre los intelectuales radicalizados, emerge la figura de José
Ingenieros, respaldando a los jóvenes reformistas y señalándoles el camino
abierto por los “maximalistas rusos”. Entre los sectores izquierdistas del
estudiantado surge un fermento libertario, donde caben y se entrecruzan
Reforma Universitaria y revolución social, clasismo y juvenilismo,
socialismo y antiimperialismo, cientificismo y romanticismo, Lenin y
Kropotkin, Henri Barbusse y Almafuerte, Ingenieros y Lugones. Insurrexit,
vocero del ala más declaradamente izquierdista de la Reforma Universitaria,
está animada por este espíritu, propio de fines de la década del ‘10 y principios
de la del ‘20 (a fines de esta década, dicho universo habrá estallado: el
reformismo universitario, incapaz de darse una expresión política, sufrirá
un importante retroceso; el amplio arco de apoyo a la experiencia
soviética, por su parte, se encorsetará cada vez más dentro del
“marxismo-leninismo”, quedando fuera desde entonces la vocación romántica y
los anhelos libertarios).
El primer número de Insurrexit. Revista
Universitaria apareció el 8 de setiembre de 1920. Según su
editorial, el nombre viene del latín, insurgo, y su sonoridad
sugiere a sus editores “la presencia de una rebeldía reflexiva, seria,
decisiva”, donde “palpita la impaciencia” y estalla la pasión... En la
primera página, el rosarino Francisco Piñero, estudiante de abogacía,
cuestiona “el viejo derecho”. Una encuesta interroga a Leopoldo Lugones y a
Alfredo Palacios. Unas páginas después, Carlos Lamberti, estudiante de
medicina, presenta unas nociones elementales de la teoría marxista,
mientras la siguiente reproduce breves frases de Rafael Barret y de
Kropotkin. Eduardo González Lanuza publicó allí los sonetos de los que no
querría acordarse medio siglo después: “Sé optimista ante el pájaro que
canta/[...]/Y ante el triunfo de las alboradas/porque a despecho de los
Torquemadas/La verdad se abre paso por el mundo”. Breves recuadros buscan
interpelar la conciencia social de los jóvenes: “Estudiante: usted va a
formar el mundo del mañana. Lea las nuevas teorías sociales y medite.
¡Medite!”.
El espíritu de la revista se mueve entre el
comunismo anárquico y el marxismo libertario. Donde cabe, incluso, un
leninismo leído en clave libertaria, antiparlamentarista y consejista.
Recordemos que, especialmente en sus primeros años, la experiencia
soviética atrajo la atención de muchas corrientes anarquistas. El
compromiso crítico de los anarquistas con la Unión Soviética concluye en
1921 (aplastamiento del movimiento machnovista, insurrección de Kronstadt),
pero importantes núcleos libertarios en todo el mundo siguen con
expectación la experiencia del país de los soviets, e incluso otros —los
“anarco-bolcheviques”— la apoyan de modo entusiasta. Los jóvenes del Grupo
Insurrexit se mueven dentro de este espectro, sin adherir por el momento al
recién creado PC, pero con vínculos con los “terceristas” del PS: el ala
izquierda, pro Tercera Internacional, que lideró Enrique del Valle
Iberlucea. Juan Antonio Solari, “tercerista” por breve tiempo, colaborará
estrechamente con Insurrexit.
No tienen vínculos orgánicos con el anarquismo
doctrinario e incluso se publica una autocrítica del anarquista Robert
Minor, “Mi opinión ha variado” (nº 4, 5 y 6), que llama a comprender mejor
y a apoyar a la Rusia de los Soviets. Su referente internacional es un
nucleamiento intelectual, el Grupo Clarté (Claridad), que desde París
inspiran los escritores Henri Barbusse y Romain Rolland, y cuyo lema era:
“Hagamos la revolución previamente en los espíritus”. Del campo intelectual
local,Insurrexit mantiene relaciones fraternales con Cuasimodo,
la revista que dirige el intelectual “anarco-bolchevique” Julio R. Barcos,
y, del otro lado de la cordillera, con Juventud, el órgano de
la Federación de Estudiantes de Chile.
Insurrexit informa
y fija posición ante los conflictos estudiantiles, aunque su “misión”
parece dictada por la necesidad de comprometer a la juventud con la
“cuestión social”, de promover la “unidad obrero-estudiantil”: “¿Qué es
cada uno de ustedes? Vamos a ver. Un traje entallado, un zapato Walk-Over,
una corbata, otras chucherías... Todo a cargo de papá o mamá. [...]
Compañeros universitarios, que hacen caso al vigilante y a la historia,
‘liguistas’, nacionalistas, futuros médicos, abogados, ingenieros,
filósofos, aspirantes a oficiales de reserva, dirigentes futuros, escuchen,
al abrirse de nuevo las facultades, nuestra palabra: ¡Viva la revolución
rusa! ¡Viva la revolución social! ¡Viva el comunismo!” (“La Universidad”,
editorial del nº 7, marzo 1921). Interpelaciones semejantes a los
estudiantes dirigen en sucesivos números Hipólito Etchebéhère, Nicolás
Olivari, Carlos Machiavello, Francisco Piñero y Julio R. Barcos. Otros
temas recurrentes de la revista son las realizaciones sociales de la URSS;
la literatura social (Barbusse y Rolland, Almafuerte y Barret) y,
finalmente, la situación social y política argentina (Leónidas Barletta
propone una central sindical única, una nota anónima informa sobre el
congreso socialista “tercerista”, otra sobre la celebración del lº de
Mayo...).
En el n° 4, la estudiante de odontología Mica
Feldman cuestiona doblemente la política de las sufragistas: en primer
lugar, porque no han comprendido que mientras no haya revolución social no
habrá emancipación de la mujer; y en segundo lugar, porque los derechos
políticos, el voto y el parlamento no conducen a la emancipación anunciada:
“Buena muestra es la política masculina para tratar de formar partidos
políticos femeninos”, argumenta la joven de 18 años. Hipólito Etchebéhère,
estudiante de ingeniería, escribe en casi todos los números: contra la
guerra (n° 1), por la extensión de la revolución rusa (n° 3 y 4), sobre “La
certeza del triunfo”: pasando revista de la crisis social y política en
Europa, concluye: “La situación revolucionaria existe en todas partes. La
Revolución Social llega. Es más, está realizada ya en Rusia. En eso se basa
nuestra fue inquebrantable, racional” (n° 9).
Estos jóvenes universitarios parecen haberse
atraído la simpatía de algunas figuras de la generación anterior. Hemos
dicho que Lugones y Palacios responden a su encuesta. Además, muchos
escritores ceden sus originales o incluso escriben expresamente a pedido de
los jóvenes: Arturo Capdevila publica allí “La tierra”, una crítica de la
propiedad privada; Alfonsina Storni no sólo colabora con sus versos, sino
que reflexiona “En la encrucijada” de la civilización moderna (nº 4);
Herminia Brumana anticipa una serie de relatos (“Chafalonías”, nº 7) y
Horacio Quiroga envía dos colaboraciones, una de ellas un alegato
antibelicista (“La propaganda post-guerra”, nº 9). En el nº 7 se da a
conocer también una carta que les dirige desde Francia el mismísimo
Barbusse: “Mis compañeros de París, de otras partes y yo, estamos,
absolutamente, de corazón y de espíritu con ustedes”.
El Grupo Insurrexit
Si poco se sabe de la revista, más
misterioso aún es el colectivo editor, autodefinido: “Grupo Universitario
Insurrexit, comunista antiparlamentario”. Fiel a su programa, la revista no
tiene director. Un aviso advierte: “Se responsabilizan absolutamente de
ella, cada uno y todos los del grupo”. Hoy es posible conocer la estructura
del grupo siguiendo los avatares de la vida de dos sus líderes, Hipólito
Etchebéhère y su compañera Mika (7).
Mica Feldman había nacido el 14 de marzo de 1902
en la colonia judía Moisés Ville, de la Provincia de Santa Fe. Sus padres,
rusos judíos, llegaron a la Argentina huyendo de los pogroms algunos años
antes de su nacimiento. Por entonces, su padre enseña idish en la colonia
que había contribuido a fundar el Barón Hirsh. Algunos años más tarde, la
familia se traslada a Rosario, donde prueba suerte instalando un pequeño
restaurante. Siendo niña, Mika escucha los relatos de los revolucionarios
fugados de Siberia o de las cárceles rusas. No es casual que a los catorce
años, mientras cursa en el colegio nacional de Rosario, aparezca adherida a
un grupo anarquista de esa ciudad (Maitron) y que luego, junto a Eva Vivé,
Juana Pauna y otras militantes libertarias, integre la Agrupación Femenina
“Luisa Michel” (Doeswijk, 1998, s/p).
Pero en 1920 se instala en Buenos Aires para
cursar la carrera de Odontología y es entonces que se liga al grupo
Insurrexit. Un extraordinario testimonio inédito de Mica Feldman a un
corresponsal argentino, al que recurriremos a menudo, nos permite hoy
vertebrar toda esta historia. “Estamos en setiembre de 1920. Dos rosarinos
como yo, Francisco Rinesi y Francisco Piñero, que conocen mis ideas por
haberlas yo manifestado siendo estudiante en el colegio nacional, vienen a
verme para informarme de la fundación de Insurrexit y pedir mi adhesión.
Por ser ambos hijos de familias burguesas, no di crédito inmediato a la
seriedad de la empresa, reservando mi respuesta hasta saber mejor las
finalidades del grupo. Al cabo de una semana volvieron los dos jóvenes en
compañía de Hipólito Etchebéhère, cuya imagen, ese día, nunca se me borró
de la memoria. Alto, delgado, de tez muy clara, ojos de un raro color gris
azulado que le iluminaban extrañamente el rostro, llevaba un chamberguito
de alas redondeadas vueltas hacia arriba, plantado en mitad de la
cabeza como una aureola. Habló largo rato, sin énfasis, exponiendo sus
ideas con una claridad ejemplar, una fuerza [y una convicción que hacían
difícil] no creer en lo que él creía. Jamás he vuelto a ver en la vida un
ser tan luminoso. Y no me ciega el amor que nos unió durante dieciséis
años, hasta la hora de su muerte. Todos aquellos que lo conocieron dicen
como yo” (M. Etchebéhère, 1973: 4).
Sobre el líder de Insurrexit, la propia Mika trazó
en la misma carta un perfil que merece transcribirse in extenso:
“Hipólito Etchebéhère —su nombre era Luis Hipólito Ernesto— nació el 8 de
marzo de 1900 en Sa Pereira, Provincia de Santa Fe, de padres franceses:
padre vasco, madre oriunda de Burdeos. El padre vino a la Argentina en
calidad de técnico y se ocupó de la instalación del teléfono en la
provincia de Tucumán. Familia de clase media, los dos hermanos mayores de
Hipólito se ocuparon de cine en los albores de este arte en la Argentina...
Hipólito siguió estudios en la Escuela Industrial de la Nación,
recibiéndose de técnico mecánico. Su paso por algunas fábricas lo puso en
contacto con la condición obrera y así nacieron los primeros elementos de
una opción que habría de marcar para siempre su existencia...
“Llega así el año 1919 con su semana trágica
del mes de enero. La huelga de Vasena paraliza la metalurgia. La revolución
rusa exaspera el antisemitismo de los reaccionarios. Por entonces todavía
se llamaba rusos a los judíos. Entre Paso y Junín, de Corrientes a Tucumán,
vive ‘la rusada’. La gentuza responsable de los disturbios obreros,
causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena en una huelga que por
su magnitud y firmeza hace temblar a la burguesía y desata el frenesí
argentinista de la Liga Patriótica de Carlés. Detrás de los niños bien que
forman la tropa de la Liga Patriótica, entra al barrio de los rusos el
escuadrón de seguridad. Para escarmiento de esos bolcheviques subversivos
que venden arenques salados y pepinos, son sastres o carpinteros, los
jinetes del escuadrón arrastran entre sus caballos, atados por la barba a
los viejos, uncidos a las monturas de los jóvenes. Las calles se manchan de
sangre. Teníamos entonces de presidente a Hipólito Irigoyen.
“Hipólito Etchebéhère vive con su familia en un
gran edificio que creo existe aún en la esquina de Corrientes y Pueyrredón.
Desde el balcón ve pasar a los ‘cosacos’ haciendo marchar a sablazos a los
crucificantes... En esa ‘semana trágica’ de enero que quedó en los anales
de la represión argentina como un hito sangriento, Hipólito Etchebéhère
entró en la revolución como otros entran en una orden religiosa: por
siempre, hasta el último latido de su corazón, con un odio lúcido y
razonado, alerta siempre, afilado cada día, tenso como la cuerda de un arco
listo para disparar contra ese orden social absurdo, rapaz y asesino.
“Sus primeros pasos de militante fueron
anarquistas. En los días que siguieron a la ‘semana trágica’ escribió
afiebradamente un folleto dedicado a los vigilantes, que tenía por título
‘Escucha la verdad’ y lo fue repartiendo a los policías que hacían guardia
en las calles. Pocas horas después estaba en la cárcel por delito contra la
seguridad del Estado. Por ser hijo de una familia bien considerada, tuvo el
honor de escuchar los consejos del jefe de policía y la suerte de no ser
mandado al presidio de Usuhaia.
“Cuando salió en libertad abandonó la casa
familiar para no comprometer más a los suyos. Comienza entonces para él una
vida difícil. Dura poco en los talleres donde entra a trabajar, a causa de
la propaganda revolucionaria que difunde entre los obreros. Vive en
altillos prestados, come algunas veces en casa de su madre, otras veces no
come. Consigue dos o tres lecciones particulares que ni siquiera sabe
hacerse pagar, pasa largas horas en la biblioteca del Partido Socialista
leyendo a Kropotkine, Proudhon, la Historia de la Comuna de
París por Lissagaray, con el afán de adquirir los elementos
teóricos que habrán de cimentar su fe de revolucionario, buscando al mismo
tiempo voluntarios para iniciar una acción colectiva” (M. Etchebéhère,
1973: 1-3).
El grupo se reúne en asamblea todos los sábados
por la noche en el local de la Federación de Empleados de Comercio,
Suipacha 74 de la Capital. Suelen participar, además de los redactores de
la revista ya citados, el futuro lingüista Angel Rosenblat, la maestra y
narradora anarquista Herminia Brumana y el joven peruano Víctor Raúl Haya
de la Torre, exiliado entonces en Buenos Aires. La revista es financiada a
través de la actividad del grupo, con la ayuda de la maestra (entonces
directora de escuela) Carolina Gómez Cabrera, tía de Piñero. En las
reuniones se debaten cuestiones políticas, se planifica la revista y se
organizan charlas y cursos para dictar en ateneos y sindicatos. Las
principales demandas provienen de los anarquistas. Sin embargo, recuerda
Mika: “La revolución rusa, catalizadora de rebeldías, nos planteaba la
necesidad de abordar el marxismo” (M. Etchebéhère, 1973: 5). Es así que los
días domingo un grupo de lectura vuelve a reunirse en Suipacha 74, ahora para
leer colectivamente El origen de la familia de F.
Engels.
Vanguardia artística y revolución
Si bien una parte del grupo perseverará en
la experiencia colectiva, algunos tomarán otros caminos. Bulnes y Rinesi
harán carreras exitosas en el Derecho y llegarán a jueces. Juan Antonio
Solari no tardará en volver al PS, del que será dirigente, mientras su
mujer, Herminia Brumana, permanecerá fiel al ideario anarquista; el
dramaturgo y periodista Leónidas Barletta será durante décadas compañero de
ruta del comunismo; Angel Rosenblat, un lingüista de renombre continental.
Eduardo González Lanuza y Pancho Piñero se
orientarán hacia la literatura de vanguardia, en un movimiento de
convergencia con Jorge Luis Borges. El joven Borges, poeta anarquizante,
regresa a Buenos Aires a principios de 1921 y trae con él el ultraísmo.
Meses después publicará sus poemas “Rusia” y “Guardia roja” —avances
de Los salmos Rojos, el libro que no llegará a ser— en Cuasimodo,
la revista hermana de Insurrexit (8). Estas colaboraciones no son casuales: si
bien la vanguardia política sigue nutriendo sus gustos literarios en la
literatura realista decimonónica o en el modernismo latinoamericano,
asistimos a la emergencia de cruces entre las vanguardias artísticas y las
políticas. En ese sentido, González Lazuna lanzará Prisma, la
primera revista mural argentina. Según la evocación de Borges: “Salíamos de
noche (González Lanuza, Piñero, mi primo y yo) cargados con baldes de
engrudo y escaleras proporcionados por mi madre y caminábamos kilómetros,
pegando las hojas a lo largo de Santa Fe, Callao, Entre Ríos y México”
(Borges, 1974: 13-14). Y enseguida vendrá la consolidación del movimiento
ultraísta en los tres números de Proa (1922-1923), que
reunirá otra vez a Borges, González Lanuza y Piñero, sumando ahora a
Macedonio Fernández.
Pero el rosarino Francisco M. Piñero
(1901-1923), estudiante reformista, revolucionario y ultraísta, morirá a
los 22 años en un accidente de tránsito. El mismo año de su muerte los
amigos de la vanguardia política reunirán sus textos en un volumen de
homenaje (Cerca de los hombres), en cuyo prólogo, probablemente
escrito por Etchebéhère, se dice de él: “Apareció entre nosotros, un día,
serio y reconcentrado. Traía dentro su adhesión definitiva. Se traía a sí
mismo, íntegramente. Lo reconocimos. Éramos hermanos. Escuchadlo: ‘Cuando
me arrimo a un alma, tengo siempre cuidado de su abismo’.[...] Cuando le
ocurrió el accidente que le costó la vida en Río Negro, quisieron llevarlo
al único hospital confortable de Viedma. Pero ese hospital pertenecía a una
congregación religiosa. Se negó a que lo condujera allí. Indicó la
Asistencia Pública. Luego, en otro pobre hospital de Patagones, murió”
(Piñero, 1923: 6).
Por su parte, su amigo dentro de la vanguardia
artística, Borges, lo recordará en el último número de Proa:
“De golpe, con la injuriosa precisión de una afrenta, ha desalmado nuestro
fervor el fallecimiento de Francisco Piñero, excelente poeta, mayor amigo y
máximo alentador de aventuras intelectuales... Fenecido a los veintidós
años, Piñero deja una breve y honda obra crítica, ‘La Estética de los
Diferentes’, y recorriendo por siempre nuestra memoria, una marcha de
versos altaneros, definitivos como estatuas” (9).
Comunistas y “chispistas”
Pero volvamos a los Etchebéhère, siguiendo el
relato de Mika sobre Hipólito: “En el año 1923 tuvo que pasar varios meses
en el campo para reponerse de una tuberculosis incipiente recogida en ese
período de vida azarosa de días de hambre y noches sin techo” (M.
Etchebéhère, 1973: 6).
El grupo que persiste en la política
revolucionaria y ha decidido consagrar la vida a la militancia, centra
ahora la atención en el PC argentino. Aquellos jóvenes no podían dejar de
avistarlo como la sección local de la Internacional Comunista, la
organización que promovía la ayuda al pueblo ruso durante la guerra civil y
la agresión imperialista, la que difundía la literatura del marxismo
militante. Es así que en 1924 algunos de los insurrexistas —H. Etchebéhère,
M. Feldman, H. Raurich y J. Paniale— ingresarán al joven PC. Según puede
seguirse en el periódico partidario La Internacional, Hipólito
y Mika trabajan incansablemente en la implantación del partido: él
escribiendo notas, dictando conferencias y charlas en diversos puntos del
país; ella trabajando en la constitución de grupos de mujeres comunistas,
colaborando en la organización de los trabajadores agrícolas, destacándose
además como oradora en la puerta de fábrica o en la calle, durante las
campañas electorales (Maitron).
También van tomando parte en las agrias disputas
internas. En el partido no tardarán en confraternizar con otros militantes
algo mayores de su generación (Angélica Mendoza, Cayetano Oriolo) detrás de
un programa izquierdista común, enfrentado a la línea de la dirección.
Según el recuerdo de Mika: “Es la época de la bolchevización, es decir, la
organización de los partidos comunistas en células —de fábrica y de calle.
El Comité Ejecutivo, a cuyo frente se destacan José Penelón y Rodolfo
Ghioldi, no se equivoca sobre las cualidades y capacidades de Etchebéhère.
A tal punto, que le encarga la redacción de la nueva carta orgánica. Orador
apasionado, conocedor, como ninguno de los jefes del partido comunista, del
marxismo y el leninismo, el Comité Central hizo cuanto pudo por ganarlo a
sus puntos de vista” (M. Etchebéhère, 1973: 6).
Aunque la historia oficial de este proceso (Esbozo,
1947) está hace tiempo desacreditada, la trayectoria de este núcleo, que
terminará rompiendo con el PC entre fines de 1925 e inicios de 1926, sigue
siendo desconocida. Será objeto de un trabajo de próxima aparición. Digamos
aquí, brevemente, que el conflicto interno entre el sector que lideran
Codovilla, Ghioldi y (por ahora) Penelón, y la corriente de izquierda que
gana prestigio y comienza a controlar incluso la dirección del partido,
termina con el triunfo de los primeros, gracias al apoyo de la dirección
del Komintern. El aparato partidario se terminará de conformar con los
dirigentes que establecen las relaciones más privilegiadas con Moscú: éstos
devendrán los hombres incondicionales de las políticas de la IC, y ésta
saldará incondicionalmente todos los conflictos a favor de sus hombres en
Buenos Aires.
Tras el conflictivo VII° Congreso del PCA (26/28-XII-1925), la
fracción izquierdista va a fundar, a principios de 1926, el Partido
Comunista Obrero. Serán del grupo fundador: Héctor Raurich, intelectual;
Angélica Mendoza, dirigente sindical docente e intelectual; Rafael Greco y
Romeo Gentile, obreros metalúrgicos; Mateo Fossa, de la madera; Teófilo
González, del calzado; Alberto Astudillo, arquitecto; Cayetano Oriolo,
chofer; Modesto Fernández y Miguel Contreras, obreros tipográficos...
Hipólito Etchebéhère formará parte de la Comisión de Organización y Mica
Feldman de la Comisión de Propaganda entre las mujeres. Editarán el
periódico La Chispa, de donde el mote de “chispistas”.
El PC Obrero, a pesar de contar con un núcleo de
intelectuales formados y un diagnóstico de la realidad argentina de inusual
profundidad para la época, tendrá vida efímera (1926-29). Les sucede algo
similar que a la fracción que encabezará José Penelón en 1928, al frente de
buena parte de los sindicalistas comunistas, intentando crear el “PC de la
Región Argentina”: se hacía difícil, si no imposible, crear “otro PC”,
disputando la legitimidad del ya existente cuando la dirección de la IC
sólo reconocía al partido que controlaban R. Ghioldi y V. Codovilla. La
historia oficial de los comunistas señala también, en tono de denuncia, que
los chispistas “difundieron, primero encubierta, y después
desembozadamente, el trotskismo... Muchos de los componentes de ese grupo
pasaron a constituir focos trotskistas. Entre ellos, Mateo Fossa, Héctor
Raurich, H. Etchebere [sic], Mica Feldman [sic], Manuel Molina, etc.” (Esbozo,
1947: 58 n.). Si bien esta visión retrospectiva es exagerada (no hay asomo
de “trotskismo” en 1925), el entusiasmo de Etchebéhère por Trotsky lo
confirma Mika en sus recuerdos: “Cuando empezó en la Unión Soviética la
lucha contra Trotzki, Etchebéhère, fervoroso admirador del jefe del
Ejército Rojo, abrazó su causa. Y era tal su dimesión revolucionaria, tan
íntegra su conducta, tan entregada su vida de militante, que al ser
expulsado del partido lo fue únicamente por trotzkista, labor fraccionista
y antibolchevique” (M. Etchebéhère, 1973: 6).
Los “chispistas” H. Raurich, A. Mendoza, Mateo
Fossa y J. Paniale animarán las formaciones político-culturales trotskistas
de los ‘30. A ellos se sumarán antiguos disidentes del comunismo oficial,
como L. Koiffmann y P. Milesi, y otros que llegarán entonces, como A.
Gallo, C. Liacho y L. Justo. En 1939 retornará a la Argentina el poumista
F. de Cabo, tras la derrota en la guerra civil, y se sumará a uno de los
grupos. Pero esta es otra historia, que por ahora dejamos en suspenso, para
seguir el itinerario de Mika e Hipólito quienes, mucho antes de esto,
mientras sus compañeros perseveraban en la experiencia chispista, abandonan
la ciudad enrarecida donde la revolución se revela más compleja de lo que
parecía y se dirigen a la Patagonia. Privilegiamos, otra vez, el relato de
la propia Mika sobre Hipólito.
Nuestros años patagónicos
“Su salud muy quebrantada por los años de
privaciones y actividades desmedidas, exigía una temporada de reposo que él
aprovechó para intensificar sus estudios marxistas... y militares. [...]
Vinieron luego nuestros años patagónicos. Para conquistar una independencia
económica, Etchebéhère aprendió prótesis dental. Yo tenía mi diploma de
dentista y cuando también a mí me expulsaron del PC resolvimos salir a
tentar suerte en la Patagonia para recoger el dinero que nos permitiera
pagarnos un viaje a Europa. Con la suma que nos prestó Carolina Torres
Cabrera [...], montamos un consultorio ambulante y aterrizamos en San
Antonio Oeste, Río Negro. Al cabo de un año y medio de trabajo tuvimos lo
necesario para llegar a Esquel. La Patagonia fue la mayor tentación de
nuestra vida. El esplendor del Lago Futalauquen, la magia de los bosques
con árboles increíbles, la perspectiva de vivir literalmente de la caza y
de la pesca, estuvieron a punto de retenernos. Eran esas por entonces
tierras bravías, solitarias, barridas por los vientos en la costa,
remansadas en los paisajes de la precordillera y la Cordillera de los
Andes, tierras todavía de aventura, con la fortuna fácil al cabo de tres o
cuatro años de trabajo y una existencia ancha, sin trabas ciudadanas, junto
a seres que parecían salidos de los libros de Jack London.
“Tentación, digo, y muy grande, pero los
votos pronunciados en la extrema juventud nos la vedaban. Terminada la
campaña de Esquel, al año siguiente, y otro más, fuimos al extremo sur:
Santa Cruz, Paso Ibáñez, Río Gallegos, que fueron las tierras de la gran
huelga de los obreros ovejeros. En Paso Ibáñez, de labios de testigos
presenciales (habían pasado solamente ocho años desde las trágicas
matanzas), recogimos testimonios de primera mano. No, los obreros no habían
matado, ni violado ni robado. Se calcula que mil quinientos obreros fueron
asesinados por la gendarmería y los guardias blancos.
“En Río Gallegos establecimos la genealogía
de la familia Braun Menéndez y Menéndez Behety. Atendimos en el consultorio
a un escocés muy viejo, matador de indios profesional a sueldo de Menéndez.
Juntamos toda clase de datos con intención de escribir algún día un libro.
No hace mucho pasé a máquina esas cuartillas que los años empalidecieron.
“Con lo que ganamos en una temporada de
intenso trabajo, marchamos a Europa en busca de la lucha que parecía más
próxima en esos países de sólidas organizaciones obreras” (M. Etchebéhère,
1973: 7-8).
Desesperanzas argentinas, esperanzas europeas
En Europa el movimiento obrero tenía una
larga tradición de organización y de lucha, incomparable con el carácter
incipiente de la clase obrera latinoamericana. La lucha, recordaba Mika,
“parecía más próxima en esos países de sólidas organizaciones obreras”. Por
eso el objetivo es Alemania, donde se está jugando el destino de la clase
obrera mundial. Y el de la propia URSS, pues o bien la revolución se
extiende a Alemania, o bien reducida a las fronteras rusas, culmina su
burocratización.
Mika e Hipólito llegan a Madrid en junio de 1931. “Desembarcamos en
España dos meses después de declarada la República. Nos calentamos el
corazón al fuego de aquellas manifestaciones tumultuosas que reclamaban la
separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos que la guardia de asalto
republicana ya sabía dar palos como cualquier policía veterana, aprendimos
a querer el pueblo español y emprendimos viaje a Francia.
En otro testimonio de esos años, Mika
recordaba la llegada a París: “Instalados en un minúsculo alojamiento en la
calle Claude Bernard, ... pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en la
biblioteca Sainte Geneviève para leer las obras que juzgábamos
indispensables a nuestra formación de militantes revolucionarios. Los
primeros camaradas franceses los encontramos en el grupo de los ‘Amigos de
Monde’” (M. Etchebéhère, 1981: 10-11). Amis du Monde tenía como función
sostener el semanario Monde que editaba Barbusse, pero
bajo el impulso de su secretario, René Lefeuvre, se han creado grupos de
estudio de marxismo. Mika e Hipólito siguen los cursos del italiano Angelo
Tasca y del economista francés Lucien Laurat. Hipólito va a colaborar con
Laurat en la corrección de la edición francesa de El Capital que
editará Costes. Pero Lefeuvre y sus amigos están muy a la izquierda de
Barbusse, comprometiéndose cada vez más con un marxismo crítico,
consejista, libertario. Es así que Mika e Hipólito, prolongando su
experiencia política argentina, continúan ligados a los grupos de la
oposición de izquierda que aún forma parte de los partidos comunistas.
Llegados a Berlín, se van a dirigir al PC alemán, porque es el que organiza
la clase obrera más consciente y combativa, pero van a conectarse al grupo
de oposición llamado de “Wedding” (nombre de un barrio obrero de Berlín),
que dirige el revolucionario Kurt Landau.
“En octubre de 1932, seguros de hallar en Alemania
una tierra abonada para la lucha decisiva, llegamos a Berlín. Para
perfeccionar el idioma y acercarnos a los obreros, nos inscribimos en la
Escuela Marxista del Partido Comunista, que era también una escuela a
secas, con clases para adultos y que fue para nosotros la escuela donde
aprendimos a juzgar la política paralizadora, nefasta de la Internacional
Comunista, fielmente ejecutada por los jefes del PC alemán. Los militantes
repetían como autómatas la burda interpretación del nacional socialismo que
difundía la Internacional Comunista; trataban a los obreros
socialdemócratas de socialfascistas, pero eso sí, desfilaban en
manifestaciones tan densas, tan disciplinadas, tan evocadoras de un
verdadero ejército revolucionario por las escuadras de combate que
marchaban a su frente, que estremecían a la burguesía. Sabíamos que el PC
tenía armas, que los barrios rojos estaban organizados por bloques de casas
para la lucha: asistimos en las elecciones de noviembre de 1932 a la
pérdida de un millón de votos sufrida por los nazis, pero asistimos también
cuando Hitler fue llamado al poder por Hindemburg de la manera más
pacífica, al tremendo desconcierto, a la pasividad que había engendrado la
política criminal de la Internacional Comunista” (M. Etchebéhère, 1973:
8-9).
En efecto, en 1930 ha caído Müller, el
último canciller socialdemócrata, y desde 1931 el Partido
Nacionalsocialista viene aumentando sus escaños en el Reichstag, con la excepción
del retroceso de las elecciones generales de noviembre de 1932. Sólo el
frente único entre los partidos socialista y comunista hubiese podido
frenar el ascenso nacionalsocialista a través de la unidad de toda la clase
trabajadora alemana: pero los dos grandes partidos obreros se mantendrán
severamente enfrentados. Y en un contexto de crisis aguda del Estado, y
cuando las organizaciones paramilitares nazis llevan a cabo actos de
terrorismo y controlan crecientemente la calle, el 30 de enero de 1933 el
Presidente Hindembug nombra a Adolfo Hitler canciller.
El 31 de enero Hipólito le escribe una carta a un
camarada argentino: “Querido Viejo: Te escribo en caliente.[...] Ayer por
la tarde Hitler ha tomado el poder”. Y traza a continuación un cuadro de la
desmoralización de la clase obrera alemana: “esta misma noche hemos podido
conocer, con la ansiedad que puedes imaginarte, el estado de ánimo de la
clase obrera, de los afiliados al Partido, y su capacidad de acción. No
olvidaremos nunca, Viejo, el desaliento, la desorientación, la desconfianza
total en sí mismos y en el Partido con que acogieron nuestras preguntas,
nuestra ansiedad de compañeros extranjeros que querían saber qué se iba a
hacer... Les dijimos la esperanza enorme, la atención angustiada con que el
proletariado de afuera esperaba en ellos. Eso los hundió más todavía.
“Viejo, estábamos muy, muy prevenidos.
Sabíamos los estragos que la política y el régimen de la I.C. causa en el
proletariado. Pero hay que sentir a los mejores elementos de ese
proletariado, en la hora decisiva, y en el primer partido de la I.C., un
partido que tiene 6.000.000 de votos, hay que sentir el desamparo, la
impotencia, la amargura expresados cruda y rabiosamente, como lo hemos
oído, para comprender el crimen entero de los miserables que detentan la
I.C.”.
Etchebéhère ha comprendido el día mismo de
los hechos que la derrota del proletariado alemán no es transitoria, como
quieren creer los comunistas: es una derrota histórica. Y la concepción
comunista del “cuanto peor, mejor”, de que una dictadura abierta iba a
tener un efecto más concientizador para los obreros que el régimen
semidictatorial previo, la considera directamente suicida: “Y los que se
mostraban optimistas, tenían una idea tan fantástica, pero tan fantástica...
(por ej.: Hitler en el poder no dura ni un mes, o: y además nos va a ser
más fácil convencer a los obreros engañados por él, o: nos favorece porque
con él la situación internacional se pondrá más aguda y acelerará la
revolución, o: Hitler no se va a atrever a prohibir el Partido, o: el
Partido no puede llamar a la huelga porque lo van a lanzar a la
ilegalidad). Todas estas opiniones escuchadas la misma noche en boca de
afiliados obreros del Partido, que tan pronto sostenían una cosa como
otra”.
Y concluye: “Viejo: estamos vencidos. Y vencidos
ignominiosamente. Se acabó nuestra antigua esperanza en Alemania. Habrá,
sí, terribles batallas aisladas, un sangriento terror, una larga guerra
civil (sabrás que el proletariado antifascista está organizado por calles;
a veces por casas, en los grandes inquilinatos) en los meses venideros...
Caerán los mejores... Junto a una abnegación y un valor individuales
admirables, una enorme paralización y desorientación como clase”
(Etchebéhère, 31-1-1933).
Su decepción ante la clase trabajadora alemana no
le impide extraer las más lúcidas lecciones de la derrota, sin dar lugar a
ninguna de las “racionalizaciones” del PC alemán. El ascenso de Hitler, hay
que decirlo, ha cerrado un ciclo histórico en la larga marcha que la clase
trabajadora alemana había comenzado 60 años atrás. Derrotada ésta, el mapa
de la política europea se ha transformado: seguramente seguirán otras
batallas, acaso nuevas derrotas. “Caerán los mejores”, aventura Hipólito,
como si intuyera su propio fin.
Si en Alemania la clase obrera está derrotada,
Mika e Hipólito van a buscar otros escenarios de la lucha de clases
revolucionaria. Y en mayo de 1933 están otra vez en París. Apenas llegados,
Hipólito vuelve a escribir a su amigo: “Querido Viejo! Henos aquí de
vuelta, después de haber vivido verdaderos meses de plomo en Alemania. Qué
días, Viejo! De resulta de ellos ando con los nervios hechos polvo. No
puedo discutir con nadie sin excitarme fuera de toda medida. Verse reducido
a acompañar una y otra vez al cementerio a los obreros volteados por los
fascistas, sin tener por delante ninguna perspectiva de lucha, sin hallar
la acción, el combate, la batalla donde desahogar tanta rabia, tanto odio,
tanta amargura cosechada! Junto a antiguos espartakistas que guardan su
arma como un relicario, nos hemos consumido, quemado de impotencia, viendo
caer una a una las posiciones, sin combates; sintiendo el desprecio del
enemigo, a quien tu falta de resistencia envalentona y vuelve cada vez más
insolente: ‘Dónde están los comunistas?... En los sótanos!’ He aquí el
estribillo que te cantan los nazis en todas las calles de Alemania... De
otro lado hacen limpiar los suelos de sus cuarteles a los militantes con
las propias banderas rojas, hoz y martillo!... No sigo, porque reviento”.
Traza luego un análisis pormenorizado de la
dinámica de las fuerzas sociales y políticas alemanas que permite entender
el ascenso de Hitler y la tragedia del proletariado alemán. No es más que
el resumen de dos artículos sucesivos que Hipólito publica con el seudónimo
de Juan Rústico en la revista francesa Masses que dirige
Lefeuvre. Según el relato de Mika: “Por haber vivido los acontecimientos
día tras día, en la calle, seguido la prensa, hablando horas y horas con
militantes socialistas y comunistas, presenciando las primeras razzias
fascistas en los barrios obreros, contemplando las tumbas profanadas de los
caídos de Spartacus, visto el desfile nazi del 1° de Mayo de 1933, asistido
a la ocupación de la opulenta sede de los sindicatos libres alemanes por un
puñado de S.A., nuestro testimonio de la derrota del proletariado alemán,
el primero que se publicó en Francia, tuvo gran repercusión” (M.
Etchebéhère, 1973: 9).
La situación económica de la pareja en París
es seria. Pero ni precariedad económica ni el desastre de Alemania detienen
su voluntad revolucionaria. En la carta de junio de 1936, Hipólito
informaba a su amigo de las perspectivas políticas después de la tormenta:
“La tarea esencial en el momento actual es buscar una unificación de las
fuerzas de oposición en Alemania. Se está en camino de ello. Aquí en
Francia la labor está muy avanzada; los tres grupos de la izquierda que
había, aparte de la Liga Comunista que se muestra reacia aún, están en
vísperas de quedar unidos. Se piensa luego en una especie de nuevo
Zimmerwald, que sobre el desastre alemán, la defección sin combate de la
I.C., busque un acercamiento y un terreno de acción común de las fuerzas de
oposición”. Y si bien las condiciones de clandestinidad bajo la dictadura
fascista serán graves, agregaba Etchebéhère, la clase obrera comunista está
más dispuesta hoy a escuchar a los oposicionistas de izquierda que ayer.
Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad (Gramsci dixit).
La revolución desde una buhardilla parisina
En palabras de Mika: “Y nos pusimos a esperar de
nuevo, no de brazos cruzados. Con el compañero Kurt Landau, el magnífico
militante austriaco asesinado por los stalinianos en Barcelona, empezamos
la lenta tarea de reanudar contactos con el grupo de oposición de Wedding
que había dirigido Landau en Berlín”. Kurt Landau (1900-1937) había sido un
destacado oposicionista de izquierda, primero en Austria y luego en
Alemania. En estos momentos, cuando intenta reagrupar desde París a los
exiliados austríacos, alemanes y polacos, entra en contacto con André
Ferrat (1902-1988), un oposicionista que todavía ocupa un lugar destacado
en el PC francés. Hipólito y Mika, Landau y su compañera Katia, el
revolucionario polaco Grigory Kagan (1906-1944), Víctor Fay, Pierre Rimbert
y otros colaborarán con Ferrat en la fundación de la revista Que
faire?, cuyo primer número aparecerá en diciembre de 1934 y se
interrumpirá con la guerra (1939).
Sobre los tres años de vida militante en París,
disponemos del testimonio que brinda Mika en algunos breves raccontos de su
libro sobre la guerra de España. Recordará, por ejemplo, una tarde gris en
el barrio de La Chapelle, cuando me “pesaba en los hombros la fatiga de
tanto andar por los quioscos distribuyendo Que faire?”
(Etchebéhère, M., 1976: 11), o las reuniones del grupo en el departamento
del sexto piso de la calle Gay Lussac, la presencia de los exiliados
polacos a quienes Hipólito ha confeccionado pasaportes, la humareda que
comprometía sus pulmones enfermos, y a ella misma que, retornando de su
trabajo, debía preparar comida con lo poco que había para toda la célula de
revolucionarios hambrientos (p. 128).
Son también los años en que traban amistad con los
Rosmer, revolucionarios de una generación anterior, pero con una historia
política de gran afinidad. Alfred Rosmer (1877-1964) era obrero gráfico,
inicialmente un anarco-sindicalista que la revolución rusa había atraído a
las filas del comunismo. Con su compañera Marguerite Thévenet (1879-1962)
habían forjado una unidad tan fuerte, que P. Broué los llamó “un militante
de dos cabezas”. Igual que Mika e Hipólito en el PC argentino, los Rosmer
habían sido expulsados del PC francés por resistirse a la “bolchevización”
y constituirán un grupo de oposición comunista, inicialmente vinculado a
Trotsky. Mika les dedicará algunos pasajes nostálgicos de su libro,
evocando las veladas en la “Granja” de los Rosmer en Perigny, o los
octubres, “mes de nuestro paseo ritual por el bosque de Fontainebleau”
(Etchebéhère, M., 1976: 39-40, 84, etc.).
Al año de la estadía parisina, emerge un
movimiento revolucionario en la Cuenca de Mieres, Asturias, el 5 de octubre
de 1934. Mika e Hipólito no lo dudan: “Cuando estalló la lucha de los
mineros asturianos, preparamos nuestros pasaportes, decididos a marchar a
España. La represión sangrienta del movimiento cortó nuestro impulso.
Etchebéhère escribió sobre los sucesos de Asturias un folleto magnífico,
que desgraciadamente se perdió en Barcelona cuando el stalinismo saqueó las
oficinas del POUM...” (M. Etchebéhère, 1973: 9-10).
La crisis política francesa, siendo aguda, no
escapa a los pequeños grupos de oposición, que no logran articularse en un
partido único. La vida en París pasa, pues, “entre las interminables
discusiones sobre el apoyo incondicional a la Unión Soviética y las
revistas de oposición de izquierda” (M. Etchebéhère, 1976: 84). Y la
política, que apasiona a la pareja, corre el riesgo de invadir la vida
cotidiana, de aplacar o desviar la pasión amorosa. Hipólito reflexiona:
“Tenemos que cuidar de nuestro amor. Compraremos menos libros para que
puedas tener un vestido bonito. ¿Recuerdas el que diseñé para ti cuando nos
conocimos? Ahora no tienes más que una falda vieja y ese abrigo de muchacho
que te ha dado Marguerite. La política se nos traga la vida, no debemos
dejar que nos devore...” (M. Etchebéhère, 1976: 129). Tiempo después, en
los momentos más duros de la guerra española, volverá para Mika una y otra
vez el recuerdo de esos años felices, a “nuestros despertares en la
buhardilla de la calle Feuillantines, nuestras tardes en la I’le Saint
Louis, nuestras mañanas en el Louvre, nuestra alegría infantil al regreso
de los paseos, de encontrar encendida la estufa, todo esto lo llevo en un
hatillo amarrado a la espalda” (M. Etchebéhère, 1976: 33).
Es por entonces que los Etchebéhère hospedarán por
algún tiempo a un joven argentino, estudiante de física que ha viajado a
París a un congreso antifascista, pero que acaba de desertar de las filas
del comunismo: Ernesto Sábato. Curioso pero fugaz encuentro entre los
forjadores del primer Insurrexit y un militante del segundo(10).
Morir en Madrid
En 1935 la salud de Hipólito se quebrantó. Una
mañana, de vuelta del mercado al departamento del 57 de la rue Claude
Bernard, Mika lo encuentra vomitando sangre. “No te preocupes, ya pasó,
ahora me siento mejor. Sabes además que estoy bien decidido a no morir de
enfermedad” (M. Etchebehre, 1976: 129). Deberá pasar seis meses en el
sanatorio Labrouyére Liancort, en las afueras de la ciudad (Oise), mientras
Mika gana unos pesos en París enseñando español. Ella lo visita en el
sanatorio, las cartas van y vienen entre Oise y París. “Porque el clima de
Madrid era mejor para él que el clima de París, y porque en España estaba
subiendo la marea de la lucha proletaria, a comienzos de mayo de 1936
Etchebéhère llegó a Madrid. Yo me reuní con él dos meses después, el 12 de
julio. No habíamos terminado de contarnos nuestra ausencia cuando estalló
el movimiento y desapareció el pasado y nació una esperanza” (M.
Etchebéhère, 1973: 11).
Los años de esta nueva esperanza y esta nueva tragedia
fueron narrados por la propia Mika en Mi guerra de España. Allí
encontrará el lector un relato tan vívido y al mismo tiempo tan agudo en
sus reflexiones, tan bellamente escrito y al mismo tiempo tan desgarrador,
que no admite glosa alguna. Transcribo aquí el relato de los primeros días
en España resumido por Mika en la carta inédita, ya tantas veces citada, al
corresponsal desconocido:
“En la tarde del 18 de julio empezó nuestro andar
en busca de armas y de alistamiento, de un sindicato de la U.G.T. a otro de
la C.N.T., entre grupos de jóvenes casi niños y hombres casi ancianos,
entre rumores y discursos, entre canciones y consignas, mezcladas a la
marea que subía de todos los barrios y se echaba sobre la Puerta del Sol. A
todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma. Nadie preguntaba a nadie
a qué partido pertenecía. La voluntad de luchar había roto las barreras que
todavía ayer separaban a los trabajadores. Los que aún marchábamos con las
manos vacías mirábamos con ojos de mendigo a quienes ya llevaban un fusil,
una escopeta, una pistola, un cinturón de cartuchos.
“—Dicen que hay armas en la Calle de la Flor, o en
Cuatro Caminos, o en los locales de la J.S.U., o en la U.G.T...
“Con los pies hinchados de tanto caminar, los ojos ardidos de no dormir, el
corazón apretado de tanto ansiar, vimos disolverse en la noche de ese 18 de
julio y nacer el alba del 19. El 20 ya teníamos destino entre los
compañeros del POUM, la organización política que estaba más cerca de
nuestro grupo de oposición. Ya pertenecíamos a una formación de combate: la
columna motorizada del POUM. Hipólito Etchebéhère era su jefe.
“A su mando salimos por primera vez el 21 de
julio, montados en tres coches de turismo y dos camiones, armados con
treinta fusiles y una ametralladora sin trípode que quedaba muy bonita en
lo alto de un camión... Al día siguiente, incorporados a la columna que
mandaba un capitán de carrera llamado Martínez Vicente, leal a la
República, tomamos un tren que resultó ir solamente a Guadalajara y no a
Zaragoza como creían los milicianos. Durante el largo viaje se nos sumaron
algunos hombres de otras organizaciones, atraídos por la convicción
tranquila y la autoridad que emanaba de Etchebéhère.
“De Guadalajara pasamos a Sigüenza. La columna del
POUM ya había ganado laureles de guerra por haber vencido a las tropas
fascistas que se disponían a atacar Sigüenza. El ascendiente de Etchebéhère
sobre sus hombres y sobre muchos otros de los que componían la guarnición
de la zona crecía rápidamente. Era un jefe vestido con un overhall roto en
los codos y en las rodillas. Sus ojos eran cada vez más luminosos, como si
llevase por dentro una antorcha encendida. Una tarde le escuché al viejo
Quintín, que había combatido en la guerra de Cuba, decir: ‘El jefe tiene
como un sol en la frente’.
“La hora del gran combate había llegado. La
revolución estaba por fin al alcance de sus manos ávidas. Ya no se trataba
más de lecturas, de tesis teóricas, ahora tocaba luchar con las armas por
lo que había elegido a la edad de 19 años. Y luchó 29 días dichosos, alegre
de exponer su vida a cada rato, burlón o serio cuando yo le pedía que no se
hiciese matar antes de lo necesario.
“—Aquí el que manda no debe agacharse cuando
silban las balas, me respondía. Ya sabes que el valor físico es la cualidad
máxima en España. Para que los demás avancen, el jefe debe marchar el
primero, aunque sepa que puede morir.
“Tenía como un poder mágico que aglutinaba a la
gente a su alrededor. Promovió la formación de un tribunal revolucionario
para juzgar a los fascistas que caían en manos de los milicianos o sobre
los cuales pesaban denuncias de la población civil. Resistido al comienzo,
poco a poco su prestigio fue ganando a las otras formaciones, mucho más
importantes que nuestra pequeña columna de unos 150 hombres.
“Le vi por última vez ese amanecer que era casi
noche todavía, del 16 de agosto de 1936, cuando nos acercábamos a Atienza.
Cumpliendo sus órdenes, yo no iba con él sino con el médico, para organizar
en la retaguardia un puesto de primeros auxilios. La larga capa negra de
guardia civil que había ganado en un combate le caía hasta la media pierna.
Llevaba la cabeza ceñida por su inseparable boina vasca. El áspero frío de
la alborada alcarreña le había helado las manos, que apoyó en mis mejillas
mientras me besaba.
“—¿Por qué no están contigo las muchachas? —me
preguntó. No quiero mujeres en la línea de fuego. Ordené que se quedasen
con el médico.
“Le contesté sonriendo que nuestras milicianas,
menos disciplinadas que yo, estaban de seguro en alguno de los caminos que
marchaban al frente de la columna. Nos abrazamos en silencio.
“Las primeras luces del día nos trajeron hasta los
ojos el peñón bravío de ese castillo de Atienza que había que tomar a toda
costa, a golpes de granadas que habrían de lanzar los guerrilleros del
POUM, cuidadosamente adiestrados por Hipólito Etchebéhère. Él los guiaba
entre las ráfagas de ametralladora que volaban de las torres. Una bala lo
quebró como se quiebra un árbol herido por el rayo.
—Sabes, me dijo nuestra bella Abisinia tendiéndome
un pañuelo tinto en su sangre, sonreía, no parecía muerto. Guarda este
pañuelo como una reliquia de santo: es su sangre, yo le limpié los labios.
La bala le partió el corazón, te digo que no sufrió.
“Tenía al fin el corazón en paz, callado para
siempre” (M. Etchebéhère, 1973: 11-13) (11).
Mika capitana
Muerto Hipólito, Mika decide continuar combatiendo
y pasa a ocupar en la columna del POUM un rol cada vez más destacado. Por toda
herencia, ha recibido su capote, su pistola y su fusil, símbolos de su
jefatura. De la compañera del jefe, pasa a ser jefe ella misma. Una vez
desplazadas las fuerzas de la columna a Sigüenza, Mika entiende que “se
terminó mi ocupación de casera de guerra. La organización del cuartel no
plantea problemas... Igual que los demás, monto guardia en los cerros...”
(M. Etchebéhère, 1976: 39).
La experiencia de la guerra ha transformado a
Mika, sorprendida, no ya de la igualdad que ha conquistado frente a los
varones de la columna, sino incluso del ascendiente que tiene sobre ellos.
Una noche, en Sigüenza, un miliciano que debía ocupar su turno de
centinela, duerme profundamente. Nadie puede arrancarlo de su sueño. Mika
lo agarra del pelo con la mano izquierda, lo abofetea con la derecha. “El
hombre se ha despertado. Me mira fijo un instante, muy corto, se levanta,
toma el fusil que le tiende el compañero y se marcha con paso decidido al
parapeto. Cuando vuelvo a acostarme, el pensamiento de lo que acabo de hacer
me impide dormir. ¿Por qué se ha dejado pegar ese hombre? ¿De qué honduras
ignoradas salió mi violencia?” (M. Etchebéhère, 1976: 63).
Emma Roca, a sus 81 años —entonces una miliciana
poumista de quince que luchará con Mika en Atienza y en Sigüenza— aún hoy
la recuerda con nitidez, “con su capote y su fusil, y esos zapatos planos,
y sus pantalones en plan de hombre...” (testimonio al autor, Madrid,
10-1-2000). Sin embargo, la jefatura militar no le cuadra bien. En primer
lugar, su absoluta ajenidad a cualquier formación militar, que debió
disimular durante tres años. En segundo lugar, y mucho más importante: la
remuerden escrúpulos éticos, de esos que parecen no tener cabida en una
guerra (¿vamos a ajusticiar a los desertores?, ¿hemos de fusilar a estos curas
fachos?; ¿es realmente una infiltrada esta mujer?). Y, por último, y
fundamental: tiene una conciencia política de la realidad española que va
más allá del heroísmo, a menudo ingenuo, de los jóvenes milicianos y las
milicianas. En Sigüenza, ante las legítimas protestas de sus hombres, Mika
debe arengar: “Es aquí donde tenemos que combatir hasta el fin, resistir el
mayor tiempo posible, bloquear aquí a las tropas franquistas para impedir
que vayan a engrosar al ejército que pronto amenazará Madrid. Si nos
fuéramos ahora los otros diríamos que tenemos miedo. Los milicianos del
POUM no son cobardes”. Pero enseguida reflexiona: “Ya está, he soltado la
palabra que siempre hace efecto en España y me reprocho la demagogia fácil”
(M. Etchebéhère, 1976: 44). Es que Mika tiene la convicción que es una
guerra perdida, de que no llegará la ayuda militar de Madrid, de que el
gobierno de la República lleva adelante, con ineptitud política y militar,
una guerra que no quiso y que no quiere.¿Cómo decir la verdad sin desmoralizar,
cómo levantar la moral sin mentir? Otra vez la conciencia trágica, el
pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Y siempre, en
los momentos más difíciles, reaparece la imagen superyoica de Hipólito, la
severidad con ese toque irónico, que la ayuda a seguir adelante.
La columna del POUM no sólo adquiere renombre por
su valentía, sino también por haber subvertido a su interior la división de
géneros común en otras columnas y regimientos. Para Mary Nash “incluso en
los frentes existía un marcado grado de división sexual del trabajo, ya que
normalmente las mujeres realizaban las labores de cocina, de lavandería,
sanitarias, correo, de enlace y administrativas” (Nash, 1999: 164). Es así
que Nati y Manuela, dos jóvenes milicianas, deciden abandonar el famoso
Quinto Regimiento y trasladarse a la columna del POUM que comanda Mika.
“Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme con vosotros.
Aquellos [los comunistas] nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Sólo
servíamos para lavar los platos y la ropa”. Hilario, un viejo miliciano, se
resiste. Nati implora que las acepten, aunque más no sea para guisar y
barrer. “Manuela se indigna: —Eso sí que no. He oído decir que en vuestra
columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no
lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la
revolución con un trapo de cocina en la mano” (M. Etchebehre, 1976: 56-57).
Mary Nash, tras comentar el episodio, observa: “Finalmente, Etchebéhère se
las ingenió para convencer a los hombres de que aceptaran una división
igualitaria de las tareas de la columna, pero indudablemente eso sólo se
consiguió porque la oficial al mando era una mujer con una conciencia
feminista sumamente excepcional en lo tocante a la igualdad de las mujeres”
(Nash, 1999: 165).
Mika participa, pues, activamente en la batalla de
Sigüenza, donde una absurda orden militar superior ordena a los milicianos
refugiarse en la catedral. El Comandante Martínez de Aragón quiere que las
fuerzas republicanas repliquen el ejemplo de resistencia “heorica” que los
franquistas en el Alcázar de Toledo. Pero este edificio tiene una
estructura distinta y la artillería nacionalista abre enormes boquetes en
la catedral. Cientos de hombres y mujeres están sitiados, cada vez menos
esperanzados en la ayuda militar de Madrid que nunca llega. ¿Morir
resistiendo? ¿O intentar llegar vivos a Madrid para reclamar ayuda? Algunos
optan por salir en grupos durante la noche. Mika, con un grupo de seis
personas, logra romper el cerco y llegar a Madrid.
Luego de una corta estancia en París, Mika se ve
impelida a regresar. Los hombres del POUM han formado dos compañías. Se
confía a Mika el mando de la Segunda Compañía, con el grado de capitán. Sus
hombres ocuparán una trinchera en la Moncloa, resistiendo constantes
ataques y bombardeos. Luego relevarán a las fuerzas que ocupan las
trincheras de Pinar de Húmera, y finalmente son escogidos, con otras
unidades, para desalojar a los franquistas del Cerro del Aguila, ataque en
el que van a morir muchos milicianos del POUM. Debilitadas las filas
militares pomistas, Mika se integra como oficial dentro de la 14ª división,
de orientación cenetista, que comandan el anarquista Cipirano Mera. Combate
aquí hasta junio de 1938, cuando la CNT le encomienda instalarse en un
hospital de Madrid para ocuparse de tareas de formación y cultura. Serán
los últimos meses de la guerra.
Una viejecita en las barricadas de París
El 28 de marzo de 1939 los “nacionales” entran en
Madrid. Mika debe esconderse, pero continúa resistiendo. Detenida por una
patrulla franquista, se asila durante seis meses en un liceo francés, pues
poseía pasaporte de ese país por ser viuda de Etchebéhère. A causa de los
reclamos interpuestos desde París por sus camaradas ante el Ministerio de
Asuntos Extranjeros, un auto del Consulado francés en Madrid la deja, una
vez traspuestos los Pirineos, en el puesto fronterizo de Irún y poco tiempo
después logra llegar a París. Pero ya no será el París de la buhardilla de
la rue Feuillantines: el poderoso movimiento huelguístico ha sido derrotado
unos meses antes. Los días del Frente Popular están contados. En setiembre
de 1939 Francia ingresará en la guerra, en marzo de 1940 caerá el gobierno
Daladier. El 14 de junio de 1940 los alemanes ocupan París.
Mika ha vuelto a Buenos Aires en 1940. Es el
reencuentro con los viejos amigos: insurrexistas, chispistas, trotskistas.
Luis Koiffman acaba de fundar un semanario antifascista que alcanzará,
durante siete años, cierta gravitación: Argentina Libre. Allí
Mika escribirá sobre la guerra europea, pero también sobre la situación
argentina. Entre todas, llama la atención su crónica del desfile
nacionalista del 1° de Mayo de 1943, que Mika describe después de haber
participado “desde adentro”: se ha “plantado de escucha en el terreno
enemigo. Cumplo quizás una guardia un poco absurda, un poco inútil a lo
largo de las columnas nazis, los oídos tensos, la mirada fija, las manos
increíblemente desarmadas” (M. Etchebéhère, 6-V-1943).
El frente político-intelectual antifascista, a
medida que avance el primer lustro de la década, irá perdiendo su tonalidad
social, ganará en colaboraciones liberal-conservadoras, y devendrá, en
1945, un frente antiperonista. Su ferviente antiperonismo, no obstante, no
habría llevado a Mika tan lejos como para aceptar la Unión Democrática. En
un informe de 1955, se lamentará de que las izquierdas se hubieran dejado
robar diez años antes sus viejas banderas antiimperialistas por las fuerzas
“llamadas nacionalistas”, y que, bajo el gobierno de Perón la oposición de
izquierda “se comprometiera con los conservadores y los radicales más
corruptos en una acción conspirativa sin base obrera seria, cuyo centro
está, sobre todo, entre los exiliados de Montevideo y la Embajada de
Estados Unidos” (M. Etchebéhère, 1955: 2).
Su fidelidad a las ideas revolucionarias no
impidió que, en el marco del espíritu antifascista de fines de los ’30 y
primeros ’40 colaborase en Sur, en un período en que la revista
de Victoria Ocampo acababa de apoyar la causa republicana española y ahora,
durante la guerra, la causa aliada. Según algunos testimonios, Victoria
Ocampo llegó a apreciar a esta mujer tan distinta a ella, mientras Mika
trababa vínculos con algunos intelectuales franceses exiliados en Argentina
durante la guerra y cobijados por Sur, como el sociólogo Roger
Caillois o la fotógrafa Gisèlle Freund. Con todo, cuesta imaginar a la que
hasta hace poco fue capitana de la segunda compañía del POUM de tertulia
literaria en Villa Ocampo. Pero es cierto que fue Sur la
que abrió sus páginas a un avance de Mi guerra de España, un
relato del niño miliciano de su columna muerto a los quince años (M.
Etchebéhère, 1944).
A los 44 años, esta revolucionaria nómade
busca sus raíces, un lugar donde afincarse. Fue a Alemania buscando la
revolución y tuvo que huir tras el ascenso de Hitler. Fue a España buscando
la revolución y debió escapar cuando los nacionales ganan la guerra. Fue a
Francia buscando la libertad, y se encontró con otra guerra y con la
ocupación. Volvió a la Argentina y se encontró con el golpe militar de 1943
y la irrupción del peronismo. No era lo mismo peronismo que franquismo o
que fascismo, lo sabía bien, pero aun así era ya demasiado para ella. Y en
un sentido era peor, por la virtual ausencia de una izquierda
revolucionaria argentina. Y es así que Mika vuelve a París a mediados de
1946, empecinada en desoír la protesta de sus amigos argentinos e incluso
de las advertencias de los que vienen de la ciudad liberada.
Es el París devastado por la guerra, el del
desabastecimiento, el mercado negro, la especulación, aquel que describirá
a lo largo de una serie de crónicas en Sur (M.
Etchebéhère, 1946-1947). Pero es su París. Vuelta por un tiempo a la calle
Claude Bernard de sus días felices con Hipólito, vuelta a encontrarse con
los viejos amigos: Pierre Rimbert, René Lefeuvre, Katia Landau, que también
había ido a combatir a la guerra española, cuyo marido había sido asesinado
por los stalinistas mientras ella sufría la prisión de una “checa”. Y está
Pavel Thaelman (1901-1980), el oposicionista suizo que había combatido en
la guerra civil española y luego en la resistencia francesa. Y los Rosmer,
que también regresan a París en junio de 1946, después de años de exilio en
los Estados Unidos. “Encontrarán su casita en Perigny saqueada por los
alemanes, sin libros, sin piano, sin las viejas cómodas que tenían, todas,
tapetes de manzanas olorosas. Pero entre los tres volveremos a levantar la
casa. Y veremos otra vez los primeros narcisos en el bosque Senart en primavera,
y la bruma tenue de I’le de France en los atardeceres de otoño y el río
verde y opaco corriendo al pie del prado todos los días del año.
¿Comprenden ustedes ahora por qué quería yo tanto volver a París” (Ibid.:
88).
Así será. Volverán Alfred y Marguerite a Perigny,
a aquella casa de campo que habían prestado a Trotsky —a pesar de las
diferencias políticas— para realizar el congreso de fundación de la Cuarta
Internacional, allá por setiembre de 1938. Y también volverá allá Mika,
cuyos trabajos como traductora le alcanza para realizar ese sueño: comprar
una parcela en Perigny, cerca de los Rosmer. Pero reside en París, en el
número 4 de la rue San Sulpice, en un departamento que le ayuda a decorar
su amigo, el artista vanguardista rioplatense Carmelo Arden Quin. Se gana
la vida traduciendo del francés al español.
Disfruta de los paseos con los amigos, del cine,
las galerías de arte, sin perder su pasión por la política. Con sus viejos
camaradas ha constituido el Cercle Zimmerwald, nombre de la localidad suiza
donde en 1915 se habían reunido los pocos revolucionarios intransigentes
que, derrumbada la Segunda Internacional, se seguían pronunciando contra la
guerra y por la revolución. Ni tampoco decayó su interés por España: todos
los días, además de Le Monde, lee el diario español El
País. A los 66 años, se suma a los estudiantes durante las jornadas de
Mayo del ’68: para sorpresa de los jóvenes, esta señora mayor les ayuda a
levantar barricadas con adoquines. Lastimadas las manos, va en busca de un
par de guantes para proseguir su labor cuando una patrulla policial la
encuentra e insiste en llevarla a su casa: “Madame, déjenos acompañarla,
puede ser peligroso”. Una década después, la encontramos congregándose con
otras personas en la Place du Panteon, avanzando por la rue Rivoli,
atravesando con una columna el Pont Neuf: es una marcha contra la dictadura
militar argentina que se desarrolla en París.
En 1976, después de 40 años de contar su historia
a múltiples interlocutores, de recuperar recuerdos visitando viejos amigos,
borronear cuadernos y avanzar algunos relatos parciales, Mika publica en
Francia sus memorias de los años de miliciana: Ma guerre d'Espagne
a moi. El libro es bien recibido por la crítica, y la historia de Mika
e Hipólito se reaviva. En 1987 aparecerá en Madrid la versión española con
el título Mi guerra de España. Les seguirán una edición
catalana y otra alemana.
Muchos de los viejos amigos se van, y llegan
nuevos. Entre éstos, Simone Collinet, dueña de una galería de arte
surrealista. Fue Simone quien le hizo comprar a Mika una obra rara, un
“Picabia impresionista”. En su vejez lo convirtió en buen dinero y le
permitió pagarse su casa de retiro, pasando sus últimos años
confortablemente. Mika Feldman de Etchebéhère murió en París, su ciudad de
adopción, nonagenaria, el 7 de julio de 1992. En Le Monde del
11 de julio, su círculo de amigos más íntimos la despedía así: “Mika fue la
fidelidad, el coraje, la amistad, el rigor. Amaba París, los pájaros, los
gatos y las peonías”. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena.
Referencias bibliográficas
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-Alba, Víctor, carta al autor, fechada en Sitges
(Barcelona), el 14 –XI-1999.
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-INSURREXIT. Revista universitaria (Buenos
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-CUASIMODO. Revista decenal (Primera época: Panamá, nº 1 al 13:
1920; Buenos Aires, nº 14: abril 1921; nº 27: dic. 1921). Dir.: Julio R.
Barcos/Nemesio Canale.
-LA CHISPA (Buenos Aires, nº 1: 30-I-1926; nº 87: 3-IX-1929).
Sin indicación de director.
-ARGENTINA LIBRE (Buenos Aires, nº 1: marzo 7 1940; nº 296:
oct. 2 1947). Dir: Luis Koiffman.
-SUR (Buenos Aires, 1931-1979). Directora: Victoria Ocampo.
C. Fuentes Primarias (textos de época y
testimonios posteriores de participantes directos)
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Agradecimientos
Juan José Sebreli me habló por primera vez de esta
historia, a mediados de los ’90, cuando descubrí entre sus papeles la carta
de Mika de 1973. El paso siguiente fue conseguir Insurrexit, de
la cual Emilio Corbière y Fernando Rodríguez me facilitaron copias
invalorables. La historia comenzaba a armarse, pero me quedaban muchos
puntos oscuros. Y me resistí a una publicación parcial con la intuición de
que en algún lugar de Madrid, Barcelona o París podría haberse preservado
el archivo de Mika. ¿Pero en manos de quiénes: amigos, albaceas, un centro
de documentación? ¿Cómo saberlo? Me orientó en la búsqueda el antiguo
poumista Víctor Alba (carta al autor del 14–XI-1999), que no conoció
personalmente a Mika e Hipólito, pero me dio nombres de algunos viejos
militantes que podrían haberlos conocido. Fui entonces consciente de que la
pesquisa debía seguirse con paso firme en España y Francia. Una vez en Madrid,
a principios de enero de este año, el amigo Daniel Pereyra me contactó con
Lucía y Jaime Pastor, quienes me ayudaron en mis pistas y me dieron otras
buscando en su biblioteca, entre los papeles del archivo de Juan Andrade y
en su libreta de direcciones. De ella emergió una tarde Emma Roca, quien me
dio su vívido testimonio de la guerra, de Hipólito y de Mika, y me facilitó
las cartas de Hipólito sobre Alemania. Jaime también me condujo hacia el
historiador José Gutiérrez Álvarez en Barcelona; éste, por su parte, me dio
los datos de la esposa e hijo de Francisco de Cabo, y ellos, a su vez, el
contacto con el historiador del trotskismo español Pelai Pagés, quien a su
vez me contactó con un viejo poumista, Albert Massó, residente en París.
Albert y Martine, su compañera francesa, me condujeron a la casa de Ded
Dinouard y Guy Prévan, depositarios del archivo de Mika. Sí, existía. El
mismo día que debía partir de París, me encontré de pronto en su casa con
las cartas, los cuadernos de apuntes, las fotografías que había buscado
todos estos años. A Martine debo también la amabilidad de haberme hecho las
primeras fotocopias, a Ded y Guy la disposición para conversar conmigo,
abrirme el archivo de Mika y enviarme copias de algunas de las fotos que
ilustran esta nota. Al amigo Dardo Scavino le debo la gestión para copiar
el resto del archivo de manuscritos inéditos en París. Helios Prieto y su
esposa Lina, en Barcelona, también me ayudaron en la búsqueda; Alma Idiart
me envió copia desde Estados Unidos del libro de Dan Kurzman, y Guillermo
Korn no dejó de acercarme nuevos documentos. Durante enero del 2000
consulté abundante documentación en diversas instituciones, cuya
generosidad quiero destacar: el IISG de Amsterdam., la Fundación Pablo
Iglesias de Madrid y la Fundación Andreu Nin. Last but not least,
le debo a Ana no sólo las lecturas, las correcciones, las sugerencias y las
reflexiones sobre este trabajo, sino este maravilloso enero madrileño que
lo hizo posible.
Notas
(1)
El joven Borges, según su propio testimonio, “todavía era anarquista,
librepensador y pacifista”. El libro que destruyó antes de volver de España
en 1921 se llamaría Los salmos rojos o Los ritmos rojos, “una colección de
poemas —quizás veinte— de alabanza a la Revolución Rusa, de la fraternidad
y del pacifismo” (Borges, 1974: 9). El testimonio de Nalé está en Borrador
de memorias, Buenos Aires, Plus Ultra, 1978, espec. pp. 20-22.
(2)
Algunas de las tensiones que los recorren a menudo los dividen entre:
libertarios vs. autoritarios, comunistas vs. trotskistas, trotskistas
ortodoxos vs. poumistas (partidarios del POUM español), pro-liberación
nacional vs. anti-liberación nacional, entristas vs. antientristas,
defensistas (de la URSS en tanto Estado Obrero ante agresiones
capitalistas) vs.antidefensistas (la URSS, indefendible, devino otra forma
de explotación y opresión social).
(3)
Un ejemplo puede encontrarse en la Izquierda Comunista Argentina, el primer
núcleo de oposición trotskista escindido en 1929 de las filas del PC de la
Región Argentina, dirigido por J. Penelón. Constituída enteramente por
trabajadores manuales, la llegada de un obrero intelectualizado como Pedro
Milesi no tardó en generar el primer conflicto interno. Otro ejemplo de
este antiintelectualismo, casi paradigmático, lo ofrece el tranviario
trotskista de origen yugoeslavo Miguel Medunich Orza, autor de unas
memorias desencantadas cuyo título habla por sí mismo: Los
intelectuales de izquierda vistos por un obrero, Buenos Aires, Astral,
1970.
(4)
Las corrientes trotskistas nacidas en los años ’40 (morenismo, posadismo,
“izquierda nacional”), no sólo ignoraron la experiencia de esta generación,
sino que se instituyeran como un trotskismo “político”, “proletario”,
“efectivo”, en contraposición al supuesto trotskimo “literario” y
“diletante” de los ‘30. La historiografía del trotskismo, que no ha
alcanzado hasta hoy en la Argentina un rango crítico, repite la historia
mítica generada por las respectivas corrientes, que ignoraron, cuando no
despreciaron los esfuerzos de estos hombres y mujeres. Osvaldo Coggiola
(Historia del trotskismo argentino, Buenos Aires, CEAL, 1985) reitera,
apenas corregido, el juicio lapidario con que en los años ’30 y ’40 los
sentenció Liborio Justo, uno de sus exponentes. Ernesto González y colaboradores
(El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Buenos Aires,
Antídoto, 1995, t. 1) se limitan en el capítulo correspondiente a ilustrar
la frase fundacional con que el líder de su corriente, Nahuel Moreno,
marcaba el antes y el después entre el trotskismo previo y el que nacía con
él: “el trotskismo de aquellos años era una fiesta” (p. 78). En mi libro
sobre la generación del ’17 mostraré la enorme ceguera y mezquindad de
estas evaluaciones, destacando los aportes político-teóricos notables de
esta generación, su meritoria contribución a la difusión de la cultura
socialista y marxista críticas, así como sus fracasados pero abnegados
intentos político-organizativos. Insistamos que todo esto fue realizado en
momentos de reflujo social, de crisis política, de grave desorientación, de
represión, esto es, de gravísimo riesgo histórico, en un momento — como
diría Benjamin— de peligro. Los ’30, en la Argentina, no tuvieron nada de
fiesta. Parte de esta reparación histórica la adelanté en un subcapítulo de
El marxismo olvidado en la Argentina (El Cielo por Asalto, 1996). V. tb:
J.J. Sebreli, “El pensamiento perdido: H. Raurich”, en Escritos sobre
escritos, ciudades bajo ciudades, Buenos Aires, Sudamericana, 1997; Jordán
Oriolo, Antiesbozo de historia del Partido Comunista, Buenos Aires, CEAL,
1994, 2 vols.
(5)
El trabajo más documentado de historia del movimiento estudiantil en la
Argentina (A. Ciria/H. Sanguinetti, Los reformistas, Buenos Aires, J.
Alvarez, 1968) menciona brevemente al grupo Insurrexit, reconociendo que la
bibliografía al respecto “es escasa”. Pero atribuye al primer Insurrexit
figuras del segundo (como Angel Hurtado de Mendoza y Paulino González
Alberdi).
(6)
En los años 70, el poeta y crítico Eduardo González Lanuza, por entonces colaborador
habitual de Sur y La Nación, se negó rotundamente a recordar esa
experiencia ante los requerimientos de Emilio Corbière. Poca gracia le
habrá hecho el soneto recordatorio de Enrique Espinoza: “En el año
veintitantos tus donaires/ primeros conocí en la extrema izquierda./ ¿Quién
del grupo Insurrexit hoy se acuerda/ dentro y fuera de nuestro Buenos
Aires?[...] Tú, González Lanuza en Sur ahora,/por Gandhi a lo pacífico
inclinado,/el insurrecto no eres ya de otrora...”. Enrique Espinoza (Samuel
Glusberg), La noria, Buenos Aires, Losada, 1962: 20.
(7)
En Europa, ella misma trocará la grafía de su nombre Mica, por Mika. A ello
se debe que cuando cito de fuentes argentinas transcriba literalmente
“Mica” y cuando cito fuentes europeas transcribo “Mika”. Lo mismo vale para
Etchebéhère, que en Europa recupera sus tildes: Etchebéhère.
(8)
Jorge Luis Borges, “Rusia” y “Guardia roja”, en Cuasimodo. Revista decenal, n° 27,
Buenos Aires, diciembre de 1921.
(9) Jorge Luis Borges, “Francisco Piñero”,
en Proa, n° 3, julio de 1923.
(10)
Cuatro décadas después, el novelista de Sobre héroes y tumbas recreará
aquel clima parisino y hasta incluirá como personaje a un Etchebéhère,
“trotskista argentino”, que encontrará la muerte “un un tanque” (sic)
durante la guerra civil española (Sábato, 1970: 412).
(11) V.
en las páginas siguientes [de El Rodaballo nº 11/12], el
testimonio directo de Eugenio Granell sobre la muerte de Hipólito, en la
entrevista de Ana Longoni.
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