sábado, 2 de fevereiro de 2013

Un par de angelitos y el mateo






Para ese  verano  estábamos  toda la família en  la  casa  de  La  Falda, en el mismo lugar  en donde  hoy  se levanta  una  plazoleta,  al  lado  de  una  capilla  que también es  nueva.  Se conserva  el  aljibe  que  mi  padre, Don Victoriano Unzaga,  construyó  para  el consumo  de la  casa.
Teníamos  como   vecina   a  Doña  María,  hacia   la   derecha, donde anteriormente  habitaba  Doña  Rufina   que  para  mejorar su imagen  se afeitaba  la  frente.  Vivía con  su  hija   Eloisa,  la  que después sería Doña   Genoveva.   Esta señora  con  paciencia  de  santa  me convidaba  con  mates  de  leche  cuando  la  visitaba,  cosa  que  me gustaba  mucho, porque  nos  sentábamos  a  la  misma  altura  en petizas  sillitas  de cuero. 

Hacia  la izquierda, un poco más distante, el  almacén  boliche  que  atendía  mi  hermano  Saro.  Era el  mismo  sitio  que  muchos  años  después,  sintió  por   varias  horas  la  marcha  de  su    rastrojero.  
Frente  al  boliche,  a  la  sombra del  tala  cuyas  raíces  se  regaban  con   la orina de los changuitos,  descansaba  el  mateo,  mientras  las  moscas  perturbaban  el  sueño  de  los  caballos.  

La  siesta  estaba llegando  al  final, cuando la  yunta  inseparable   en  esos  primeros  tiempos -Orlando  y  yo- decidimos  subirnos  al  mateo.  Minutos   después  aparecen  el  cochero  y  el  pasajero,  Don Santiago, hombre  conocido  por  todos, festejando  no sé  qué,  en  alegre  estado  alcohólico.   –Vamos, hijo de Victoriano- me dice Don Santiago. 
Suena el chasquido  del  látigo  y  avanza  despacito el  mateo

Por  el  camino  de la loma, con  muchas  piedras,  la  marcha se hace  lenta; pasamos  por  lo de  Fabián  que  preparaba los chorizos; después  un  alto  en  lo de Don  Tula. Y ya de regreso por el  otro  camino,  nos  dejan  algo  lejos,  un poco antes de  la esquina  de  Don  Faustino. 
Ya  el  sol  se estaba  poniendo, y para nuestra  dimensión de niños,  habíamos  andado mucho y por largo tiempo. Conocedores de sendas y  portillos,  decidimos  regresar  a la casa por  los fondos de la finca, suponiendo que nos esperaba una buena  guasquiada... 

-¡Y  ustedes  de  donde  vienen?- truena la voz de Don Victoriano.
-¡Andábamos   viendo el   algodón,  parece que ya está  listo  para   juntar!- respondo rápido, adelantándome con la respuesta esperada de un hijo preocupado con las labores rurales, a pesar de los escasos ocho años.  

Autor: Luis  Unzaga, Catamarca, enero de 2013. 

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