Para ese verano
estábamos toda la família en la
casa de La Falda , en el mismo lugar
en donde hoy se levanta
una plazoleta, al
lado de una capilla que también es nueva.
Se conserva el aljibe
que mi padre, Don Victoriano Unzaga, construyó
para el consumo de la
casa.
Teníamos como
vecina a Doña María, hacia
la derecha, donde anteriormente habitaba
Doña Rufina que
para mejorar su imagen se afeitaba
la frente. Vivía con
su hija Eloisa,
la que después sería Doña Genoveva.
Esta señora con paciencia
de santa me convidaba
con mates de
leche cuando la
visitaba, cosa que me
gustaba mucho, porque nos
sentábamos a la
misma altura en petizas
sillitas de cuero.
Hacia la izquierda, un poco más distante, el almacén
boliche que atendía
mi hermano Saro.
Era el mismo sitio
que muchos años
después, sintió por
varias horas la
marcha de su
rastrojero.
Frente al boliche, a
la sombra del tala
cuyas raíces se
regaban con la orina de los changuitos,
descansaba el mateo,
mientras las moscas
perturbaban el sueño
de los caballos.
La
siesta estaba llegando al
final, cuando la yunta inseparable
en esos primeros
tiempos -Orlando y yo- decidimos
subirnos al mateo.
Minutos después aparecen
el cochero y
el pasajero, Don Santiago, hombre conocido
por todos, festejando no sé
qué, en alegre
estado alcohólico. –Vamos, hijo de Victoriano- me dice Don
Santiago.
Suena el chasquido del látigo
y avanza despacito el
mateo.
Por
el camino de la loma, con muchas
piedras, la marcha se hace lenta; pasamos por lo
de Fabián que
preparaba los chorizos; después
un alto en lo
de Don Tula. Y ya de regreso por el otro
camino, nos dejan
algo lejos, un poco antes de la esquina
de Don Faustino.
Ya
el sol se estaba
poniendo, y para nuestra dimensión de niños,
habíamos andado mucho y por largo tiempo. Conocedores de sendas y
portillos, decidimos regresar a la casa por los fondos de la
finca, suponiendo que nos esperaba una buena guasquiada...
-¡Y ustedes de
donde vienen?- truena la voz de
Don Victoriano.
-¡Andábamos viendo el
algodón, parece que ya está listo
para juntar!- respondo rápido,
adelantándome con la respuesta esperada de un hijo preocupado con las labores
rurales, a pesar de los escasos ocho años.
Autor: Luis Unzaga, Catamarca, enero de 2013.
Nenhum comentário:
Postar um comentário