sábado, 21 de novembro de 2015

Retrocesos y riesgos a la democracia, nunca más.




En la madrugada del viernes 26 de abril de 2013 -unos tres meses antes de la muerte de mi padre- viajaba de Buenos Aires a Córdoba para hacerle una visita al viejito.
No sabía que era prácticamente la última vez que lo vería. Le llevaba un libro que había lanzado en la Feria de Bs.Aires y otras lecturas mías, más antiguas. Las leyó todas y, en los tres días que me quedé con él, me comentó cada uno de los trechos que más le habían interesado. Quiero decir que, a pesar de sus 87 años y el avance de la diabetes, pensaba bien, recordaba lo principal de nuestras historias de vida, y también de lo cotidiano.

Hacia el mediodía del mismo 26, mirábamos la televisión juntos cuando él, con una vista todavía muy activa, deja el diario La Voz y se concentra en las noticias del día, que se veían en la pantalla y se leían abajo, en subtítulos minúsculos:

"Topadoras custodiadas por la metropolitana de Macri demolieron el Taller Protegido Nº 19, en el cual se le enseñaba diferentes oficios a los internos del Borda. Por la mañana, trabajadores del hospital intentaron detener las obras y fueron brutalmente reprimidos". 

Vimos las imágenes y no lo podíamos creer: bombas de efecto moral y gas lacrimógeno, gas pimienta, pelotas de goma, empujones y detenciones de trabajadores de la salud mental, atropello a los enfermos psiquiátricos.

-¡Pero mirá qué hijo de puta! Y todavía va a pretender que lo voten- comentó mi viejo, y se nos llenaron los ojos de lágrimas de ver a los pobres enfermos, pacientes de demencia senil algunos, equizofrénicos y oligofrénicos otros, muchos olvidados por sus familias, pero no por sus enfermeros, psicólogas, asistentes sociales y médicos, atacados con cobardia. 

-Mirá- me decía mi viejo, indignado -la Metropolitana desalojó a los empleados del Borda que querían impedir la demolición del Taller Protegido 19.
-¿Qué es eso, papá?- le pregunte, yo que no vivo en Argentina hace casi 37 años. 
-Es un lugar donde los pacientes psiquiátricos hacen trabajos de rehabilitación y aprenden oficios, Dicen que es un patrimonio histórico de Buenos Aires- me cuenta el viejo, leyéndome lo que va viendo en los subtítulos. 

Nos pasamos unas dos horas viendo las pésimas noticias que llegaban desde la capital federal, ahora llamada "ciudad autónoma de Buenos Aires". Y el viejo, con su tranquilidad de siempre me iba dando sus opiniones políticas, él peronista, yo socialista revolucionario -o comunista- para ponerle un nombre más abarcador. 
Él, decepcionado en 1974 con López Rega e Isabelita, indignado con los insultos de Perón a su ex "juventud maravillosa", enseguida "estúpidos imberbes", yo, convencido que no podría haber sido de otro modo. 
Él a favor de un Pacto Social, yo totalmente en contra. Él y yo, alegres y esperanzados después con el triunfo de Alfonsín y la vuelta de la democracia. 
Él, decepcionado en los años 90 con el turco Menem, liberal feroz travestido de peronista; yo también, desde lejos, viendo los horrores que el neo-liberalismo producía en Brasil, de la mano del ex-socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso. 
Ambos, él y yo, queriendo más pueblo en la política, más democracia en el gobierno. Él y yo, felices en 2003 cuando caían las fotos de los dictadores y los genocidas empezaban a pasar por juicios y a recibir condenas que la dictadura no había permitido a sus enemigos, a los que solo les ofreció simulacros de enfrentamientos armados, secuestros, torturas, muerte y desaparición de cadáveres y robo de sus hijos.

Pasaron los meses y él, mi viejo, murió peronista. "De la primera hora", como siempre decía. Y yo seguí con mis convicciones, a veces paralelas, a veces enfrentadas con las del partido de los amores de papá. Y me preocupé con las denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito, que tanto en la Argentina como en Brasil aparecieron de a montones en la prensa y los medios de difusión en general. Y me sorprendí al ver que, allá -en mi lejana Argentina- como acá, en mi patria de adopción, Brasil, las denuncias, aunque fundamentadas muchas veces, solo se dirigían a un sector de la política. Y fui viendo que los odios políticos acompañaban por igual, acá en los trópicos, como allá en las pampas, los cambios sociales.

No podría votar a Macri, aunque más no fuera por la indignación que compartimos con mi viejito aquel 26 de abril de 2013. No podría, sobre todo, porque tengo más una centena de amigos y compañeros muertos y desaparecidos, un primo entre ellos; y hoy, muchos de sus partidarios atacan antiguos centros de detención y tortura, ahora convertidos en Centros de la Memoria, para exaltar una "nueva política" que considera que los juicios y la condenación a genocidas y colaboradores -una de las acciones de restitución de la memoria más aplaudidas en todo el mundo- se puedan llamar "curros", o sea, corrupción y robo a favor de unos pocos contra los intereses populares.

No podría, porque estudio la historia y recuerdo que, desde el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón, Franco Macri, el padre del candidato y su imperio obtuvieron grandes negocios y perdones de deudas, en una de las peores épocas de la economía nacional. 

Espero que quien haya robado, promovido corrupción pasiva o activa, sea investigado, juzgado y condenado. Quien se haya aprovechado de cualquier organismo o política institucional en beneficio propio, que devuelva lo que se apropió indebidamente, que pague multas y sea condenado.

Pero no vamos a tirar al bebé de la democracia junto con el agua del baño. Scioli no es el candidato de mis sueños, ni se parece demasiado con mi Utopía social y política, es verdad. Pero Macri no es, definitivamente no será, la propuesta que corrija errores y haga pagar delitos que se hayan cometido en el actual gobierno.

No sé lo que va a ser Argentina si gana Scioli, pero sí estoy seguro que un Macri va a significar: corte en las políticas de integración social, represión a los movimientos populares y archivo muerto para las causas de la justicia contra los represores y genocidas de los años de 1976-83, olvido de las búsquedas a los niños secuestrados y robados en su identidad durante la dictadura.

Mi viejo no estaría a favor de eso. Mis hijos, que podrían haber sido secuestrados y desaparecidos en 1976, tampoco.

JV. 21 de noviembre de 2015



sábado, 14 de novembro de 2015

Las tristes -y nefastas- historias de López Rega y Bignone. 3ª parte




 Texto completo. Revisado, actualizado y reeditado en 1999, 2002 y en la navidad de 2015.


Las tristes -y nefastas- historias de
López Rega y Bignone

En la vieja foto se ve al joven José —un muchachito que por entonces tendría, tal vez, unos veintiséis años— que se luce ante el padre, orgulloso, con su flamante informe de agente de la Policía Federal Argentina. Según se cuenta en la ficha de ingreso a la institución, José Ignacio López Rega medía 1,67m de altura y pesaba sesenta y seis kilos.

La ficha también informa que es un excelente tirador. Para sus prácticas cotidianas, usa el arma reglamentaria, una pistola Colt 45, de la misma partida que el presidente Agustín P. Justo llevara para la policía federal, con las recaudaciones obtenidas por médio de una insólita colecta popular.

Es en esos años de su ingreso en la policía federal que se puede confirmar, a través de varios testimonios, la fuerte inclinación del futuro Ministro de Bienestar Social de Perón e Isabelita hacia el esoterismo. A tal punto que llegan a sancionarlo cuando lo encuentran, en pleno horario de trabajo de vigilancia, en una parada de ómnibus leyendo libros esotéricos que había comprado ese día en la editorial Kier.
Es también de esa época, entre los años de 1943 y 1946, que se conservan algunos de los muchos horóscopos que él producía para sus compañeros de trabajo en la policía.

Se comentaba que sus poderes ocultos le habían permitido desvanecerse en diversas ocasiones en el aire y desaparecer incluso de la superficie de la tierra; y decían también que luego lograba reaparecer en varios lugares, con cuerpos y caras diferentes. Murmuraban en voz baja sus fieles seguidores que, si él quisiera esconderse, nunca más se lo podría encontrar.

Sin embargo no fue así que ocurrió. Pasados diez años de los grandiosos movimentos populares y de trabajadores industriales que terminaron en el Rodrigazo y definieron su salida apresurada del gobierno y de Argentina, José López Rega —quizás el último bufón, actor terrible de opereta del gobierno peronista anterior al golpe de 1976 que, después de años en la oscuridad, fuera  el preludio de la época más trágica del país— era detenido en Miami y extraditado a Buenos Aires para ser juzgado en democracia. La misma democracia que él tanto se empeñó en atacar y destruir.

Pasados los años, el que una vez fuera el omnipotente ministro de Bienestar Social y secretario privado de la Presidencia, de 1973 a 1975, que fuera buscado y requerido más tarde, por la justicia argentina y la Interpol durante más de diez años, por increible que pueda parecer, un buen día se presentó para entregarse ante las autoridades norteamericanas.

López Rega pensó, seguramente, que su fervoroso anticomunismo —en medio de una Era Reagan en la que los EEUU ofrecían apoyo ostensible a los Contras en Nicaragua y a cualquier fuerza que afianzase la ofensiva contra la URSS en los últimos años de la Guerra Fría— iría a borrar su pasado negro y podría lograr así, tal vez, un asilo político, o lo que él imaginaba que podría ser un exilio dorado para su vejez.

Pero la justicia norteamericana consideró que los crímenes por los que se lo acusaba, como fundador y jefe  del grupo paramilitar Alianza Anticomunista Argentina —las Tres A, o Triple A y sus más de mil asesinatos, no solo de guerrilleros de izquierda, estudiantes, intelectuales y sindicalistas, sino también de políticos democráticos de centro—, y de haberse robado los fondos de la presidencia y de la Cruzada de la Solidaridad, no se podrían clasificar como meros "delitos políticos e ideológicos".
De ese modo, la corte de apelaciones de los EEUU rechazó los argumentos de la defensa de López Rega, que insistía en decir que su cliente sufría una "persecusión política".
La justicia estadounidense confirmó su extradición a la Argentina, lo que fue apoyado enseguida por el Departamento de Estado.

A pesar de todas las señales negativas que se le acumulaban como nubes negras, "Lopecito", como le decían sus amigos, se había presentado ante la justicia estadounidense tan seguro de sí mismo que llegó a contratar unos abogados de defensa que ni siquiera conocía. Dicen que su compañera, a la que llamaba "hija espiritual", María Elena Cisneros, con quien vivió sus últimos años de persecución —y cuyo padre le facilitó su propio pasaporte para la fuga de España a Suiza— comentaría después que a los abogados defensores "se los eligió la Virgen María".

Pero la jueza en Miami no se conmovió con la declaración patética de M.E. Cisneros sobre los famosos "30 títulos universitarios" de Lopecito, el Brujo. Aunque sí es seguro que el argumento de uno de sus defensores, el cubano-norteamericano, Luis Fours, debe haberla convencido que tenía que extraditar al nefasto personaje lo más rápido posible:

"A Hitler lo acusan de una infinidad de crímenes, incluso de haber asesinado y torturado, pero nunca se le vio un arma en la cintura", dijo el poco hábil Fours en la Corte. "Con López Rega ocurre más o menos lo mismo", agregó, sellando así el destino de su cliente.

Flaco favor le hizo al "Brujo" tamaña comparación; aunque ya se sabe que sus origenes son, como los del Fuhrer, bastante oscuros, confusos  e insignificantes.
Volviendo al principio, recordemos que cuando asumió el Ministerio de Bienestar Social hizo publicar que había sido uno de los "fundadores del peronismo",  pero por lo que se sabe, lo más cerca que López Rega logró aproximarse a Perón durante los primeros gobiernos justicialistas de los años de 1946 a 1955, fue como simple guardia de su residencia de la calle Austria en la que, algunas pocas veces, actuó como su guarda-espalda personal.

Varios años después, cuando el futuro Brujo ya tenía 49 años y se había retirado como cabo de la policía federal, logró ser presentado formalmente a Isabel Perón, durante su gira a la Argentina como enviada especial del general en su arremetida contra Vandor y el “peronismo sin Perón”.

Mientras duró la gira, el excabo le sirvió a una hasta entonces casi desconocida —y también bastante oscura— Isabelita Martinez de Perón, nada más que como mero ayudante, hasta que consiguió que ella lo llevara a Puerta de Hierro, en Madrid, en donde residía el viejo líder exiliado.

López Rega ya había entrado de cabeza, hacia aquella época, en el mundo del esoterismo y el espiritismo profundo. Cuentan que, antes de todo eso, había fracasado en sus fugaces tentativas de ser un cantante en un restaurante de Nueva York durante los años 30. Más tarde, ya de vuelta a la Argentina, lo contrataron en una radio porteña, y dicen que gastaba su sueldo alquilando fracs y trajes de ópera para vestir sus fantasías.

En 1962, el futuro Brujo abrió una imprenta y empezó más seriamente su carrera en las ciencias ocultas. Publicó la que sería su obra maestra: "Astrología esotérica: secretos develados", en la que se proponía revelar todos los misterios del universo.
Más tarde, Lopecito inauguró también un instituto de belleza en el que se dedicaba a dar consejos a las mujeres para que pudieran combinar su ropa con sus signos del zodíaco.

Fue en esa misma época en que publicó, según él mismo cuenta, “en coautoría con el arcángel San Gabriel”, su segunda obra: "Alpha y omega: un mensaje para la humanidad".

López Rega —o el "hermano Daniel", como lo llamaban los espiritistas de la secta Anael—  también frecuentaba los ritos del umbanda, el candomblé,  la quimbanda, o lado izquierdo o polo negativo de la umbanda.
El Brujo López Rega se proponía, con estas armas espirituales en mano, abarcar, y en la medida de lo posible controlar, todo el conocimento del mundo astral, incluso de la magia negra, para lo cual estudió a fondo la macumba brasileña, y ya una vez firmemente estabelecido en el poder en Buenos Aires, viajó varias veces a Brasil para participar en esos cultos.

En los años del destierro madrileño de sus jefes, todavía viviendo en la casa de Perón, "Daniel" puso todo su conocimiento y sabiduría al servicio del general.
La influencia de “El Brujo” sobre el matrimonio  Perón era algo innegable para los visitantes de la última época del exilio del viejo. Aunque a veces se dijo que la influencia de López Rega fue exagerada o superdimensionada por los sectores del peronismo que querían quitarle toda la responsabilidade a Perón en sus decisiones más criticadas por antipopulares, que son justamente las más recordadas del período de 1973 a 1975.

Cuenta mi amigo Facundo, un antiguo militante de la resistencia peronista que, una vez establecido en Puerta de Hierro, Madrid, López Rega ascendió de simple mucamo de la señora Isabelita al alto puesto de secretario privado del general Perón. El futuro Brujo aumentó a tal punto su poder, que llegaba a filtrar e incluso impedir que muchos de los colaboradores y viajeros en visita a Madrid se le acercaran demasiado al líder.

Y coinciden los relatos de mi amigo Facundo con los de Tomás Eloy Martínez, que en su "Novela de Perón" cuenta que, cuando el cuerpo embalsamado de Evita llegó a Puerta de Hierro, el "Brujo" mandó que lo colocaran en una habitación, y hacía que Isabel se acostara sobre el ataúd  con el objetivo de "transmudar la esencia espiritual de Eva de su cuerpo a la psique de quien iba a ser su sucesora".

Recuerda Facundo, que fue un simpatizante activo de la Guardia de Hierro, que a comienzos de la década del 70, López Rega volvió con Isabelita Perón a Argentina y, llegando a Buenos Aires, junto con su yerno Raúl Lastiri, funda el boletín de comunicación política llamado “Las Bases”, a través del cual empieza a extender sus influencias sobre el peronismo sindical y político de derecha. Y sus amigos de la Guardia de Hierro empiezan a dudar si deben o no entrar en la órbita de los satélites que va creciendo alrededor de El Brujo.

En marzo de 1973, una vez que fuera electo Héctor Cámpora —el nuevo presidente del peronismo con la fuerza de la Juventud Peronista— López Rega da el salto más importante de su incipiente carrera política, una vez que, valiéndose como siempre de su cercanía a la poderosa pareja Perón, y del creciente apoyo que iba teniendo en los sindicatos controlados por Lorenzo Miguel y su pandilla, es nombrado ministro de Bienestar Social.

Después de 45 días, cuando Cámpora es obligado a renunciar y son llamadas nuevas elecciones —que Perón e Isabelita ganan por amplísimo margen de votos— el Brujo se convierte también en el secretario privado del presidente. Cuando el viejo líder muere, un año más tarde, e Isabel Martínez asume la presidencia argentina, el astuto arribista conserva todos sus cargos y aumenta aun más su poder.

Y es, justamente durante su jefatura en el ministerio, que López Rega consolida un tenebroso poder que se extiende a casi todas las áreas del gobierno de Isabelita. Varios testimonios indican que fue exatamente en ese período que "Lopecito" fundó la Triple A, la financió generosamente con fondos públicos y le facilitó las armas, vehículos y franquicias para actuar con el máximo de libertad.

Conformada por diversos sujetos vinculados a las máfias policiales y del peronismo sindical de derecha —muchos de los cuales se integraron más tarde a los grupos de tareas y a los servicios de informaciones del gobierno militar—, la Triple A secuestró, torturó y asesinó a todos aquellos a los que consideró como izquierdistas, guerrilleros, comunistas, o que simplemente se opusieran o dificultaran los designios del ministro.

Fue durante esta época nefasta también, que López Rega sustrajo ilegalmente —en términos menos pulidos que los del periodismo, diríamos simplemente que robó— miles de dólares de los fondos reservados de la presidência y, según fuentes de la justicia argentina, se enriqueció con más de 35 millones de dólares en un contrato para la compra de armas largas firmado con Libia. Muchas de esas armas fueron encontradas más tarde en dependencias del propio ministério que dirigía El Brujo.

Pero aun en un período tan perturbado por las luchas políticas y la violencia de las que él era en gran parte responsable, el brujo y astrólogo no desistió de sus ritos de hechicería. Se sabe que, ya en los últimos días de Perón, en julio de 1974, López Rega no se separó de su lado y afirmaba ser la fuente vital del general, que yacía enfermo y agonizante.

El creciente poder que acumuló el ministro y su capacidad para manipular a la viuda de Perón empezaron a preocupar seriamente a muchos de los dirigentes peronistas, incluso a los que lo apoyaban. Se empezó a murmurar, cada vez más abiertamente y sin temores, que "había que romper el cerco creado por el Brujo alrededor de Isabel".
La desastrosa situación económica y la debilidad de la presidenta, llevaron a que finalmente, tanto los  sindicalistas de la derecha, como los desplazados dirigentes y militantes de las Juventudes Peronistas, y sobre todo, las bases obreras y populares, pidieran la cabeza de López Rega.

El régimen, pensando que tal vez podría salvarse de la caída definitiva y de las amenazas de un nuevo golpe militar si sacaba del poder a López Rega, lo forzó a renunciar y consiguió que Isabelita lo enviara al exterior con un ambiguo y misterioso título de "representante de la presidenta de la nación". Pero el precio que el entorno de Isabel pagó tuvo la forma de una última gran huelga y manifestaciones obreras y populares contra el gobierno, y la preparación de un clima cada vez más enrarecido que terminaría trayendo nuevamente a los militares al poder.

Pasadas las turbulencias de su salida del poder (que veremos en detalles más tarde) y a la llegada a su exilio dorado madrileño, "Lopecito" se instaló con toda su pachorra en la mansión de Puerta de Hierro, hasta que estalla el golpe militar de marzo de 1976. Los nuevos gobernantes militares lo desalojaron de lo que pensaba que fueran sus aposentos, y despojaron de inmediato al desastrado ministro de todos sus derechos constitucionales. El Brujo López Rega, ni lerdo ni perezoso, desaparece de imediato, y durante 10 años no se le conoce con certeza el paradero.
M. E. Cisneros, su compañera de infortunios, cuenta que pasaron gran parte de esa década en Suiza "en un mundo ideal, en el que nos dedicábamos a la música, a la pintura, a la filosofía y a los libros".

Hay quién cree, aun hoy, que el Brujo López Rega trepó tan alto por las escaleras del poder político gracias a sus conocimientos y dotes esotéricos. Pero a otros nos suena mucho más razonable pensar que el ascenso vertiginoso de un cantante mediocre y astrólogo ambicioso se deba nada más que al haber sido “el hombre correcto en un momento exacto”; o sea, por ser el personaje político clave, capaz de concentrar las necesidades de un sector lúmpem de la clase dominante argentina, enquistado entre las hendiduras de una burguesía nacional desarrollista débil, y en los intersticios de una poderosa máquina burocrática que dominaba los sindicatos y a una parte de la oficialidad  del ejército y las policías. 

Fue la profunda crisis en la cual se hallaba la sociedad argentina en aquella época  —a la salida de una dictadura que duró de 1966 a 1973, exprimida entre una amplísima democracia y las amenazas represivas que venían desde muy adentro del mismo peronismo ganador de las elecciones—  la que permitió que el Rasputín del gobierno de Isabelita concentrara un poder que le alisó el camino a los tanques del golpe militar y empezó a desplegar las tareas de exterminio que las fuerzas armadas completarían a la perfección con el golpe de estado de 1976 a 1983.

"Si López Rega habla, serán varios los que tendrán que esconderse", diría años más tarde Guillermo Patricio Kelly, siempre en misteriosas cruzadas contra las mafias argentinas de su época, al volver de Miami, donde se había presentado como testigo y querellante en la causa abierta contra López Rega. Y fue en ese clima que llegó El Brujo, deportado de los EEUU para que la justicia argentina lo llevara a tribunales, en plena democracia; una democracia frágil y en constante peligro de retroceso.


Pero volvamos un poco más atrás en la historia.


2ª Parte.
Guardia de Hierro y López Rega

Entre 1972 y 1974 una organización poco conocida que llevaba por denominación “Guardia de Hierro”, se afianza como una de las varias partes integrantes de las Juventudes Peronistas. Según muchos de sus simpatizantes, ya en esa época la Guardia de Hierro tenía alrededor de unos 15 mil militantes, contaban con una dirección bastante formada políticamente, y conformaban,  junto a otras organizaciones peronistas, lo que se conoció en su época como la Organización Única del Trasvasamiento Generacional (OUTG).

Se cuenta, sin que haya mucha documentación al respecto que, entre mediados y fines de los años de 1960, la dirección política de Guardia de Hierro obtuvo una entrevista personal con Perón en Madrid —en la mansión del barrio de Puerta de Hierro, de la cuál algunos piensan, erróneamente, que la organización tomó su nombre—. Fue a partir de ese encuentro que se descartó totalmente la lucha armada como vía para el retorno de Perón de su exilio, ya que los dirigentes volvieron al país convencidos de que no había condiciones sociales ni políticas como para que la guerrilla pudiera desarrollarse en un país como la Argentina de ese momento.
Sabemos que no era eso lo que Perón le decía, por otro lado, a los futuros dirigentes de Uturuncos, de las FAP, y más tarde a los de Montoneros y su Juventud Peronista, mayoritariamente a favor del enfrentamiento armado.

Se decidió también allí, entre Madrid y Buenos Aires, la  incorporación de Guardia de Hierro como una de las llamadas “formaciones especiales”, cuyo principal objetivo político debería ser el de lograr el retorno de su líder, Juan Domingo Perón, al país.

Según cuentan en voz baja algunos de los participantes en el encuentro madrileño con Perón de 1967, se delineó allí la pretendida y pocas veces lograda “centralidad” —ni derechas ni izquierdas— de la Guardia, ya que el líder justicialista los persuadió de no entrenarse en Argelia para la lucha armada como pensaban hacerlo, y los convenció a formar una "retaguardia ambiental", a través del trabajo social de base, sobre todo barrial, con células territoriales que multiplicaran los simpatizantes de la causa peronista.

Según dice Alejandro Pandra: "El propio Perón nos sacó en los 60 de los pelos de la lucha armada y nos dio la misión de "retaguardia estratégica". Desde entonces intentamos convertirnos en un estado mayor fiel al conductor, un "cuerpo de centro" del movimiento, muy ligados a la base y al pueblo. Después de la muerte de Perón, en que la "orga" se disolvió, intentamos interpretar siempre la situación según la concepción y doctrina peronista".

Durante los años de liderazgo de Álvarez, la Guardia de Hierro tuvo una gran afluencia de cuadros y militantes desde varios sectores, del cristianismo hasta la izquierda, pasando por la ortodoxia peronista, lo que los llevó a intentar una síntesis ideológica dentro del pensamiento peronista. En su Informe Histórico de 1967, aprobado por el propio Perón, la Guardia retoma las líneas tradicionales del llamado “campo nacional” aunque sin adherir, por ejemplo, al revisionismo rosista.

Los dirigentes de la Guardia de Hierro, ni bien llegaron a Buenos Aires desde Madrid, se abocaron a desarrollar un programa de acción que les permitiera reorganizar de imediato a la militancia más antigua y avanzar en la formación de los cuadros políticos que el peronismo había ido perdiendo durante los largos años de la resistencia y de la proscripción al viejo líder y al movimiento.

El principal papel político de la Guardia de Hierro debería ser el de una lealtad absoluta, perruna, al jefe máximo, Juan Perón. Se propusieron ser, por lo tanto, una organización auténtica —y simplemente— peronista, sin cuestionamientos ideológicos, ya que consideraban que el peronismo era "nada más que lo que la doctrina peronista decía que era, y listo".

De tal modo que la Guardia de Hierro sería una especie de dique de contención, lo suficientemente fuerte como para ser capaz de poder “resistirse a la mística” —“muy de moda”, según algunos de ellos cuentan hoy— de la lucha armada como la única herramienta válida para la liberación. Tendrían que ser, por lo tanto, una especie de represa a la ofensiva de las organizaciones guerrilleras que ya empezaban a surgir y a organizarse dentro de los ámbitos juveniles. Y, al mismo tempo, tratar de mantenerse alejadas también de los grupos de la ultraderecha —la JPRA, CNU, GRN, Comando de Organización, etc.— que se expresarían más tarde en la revista "El Caudillo", y que terminarían congregándose en la Triple A de López Rega.

Mientras tanto

Por esa misma época, —poco tiempo después del nacimiento de la agrupación  Guardia de Hierro en el año 1962, vinculada al Gallego Alejandro Álvarez y a Héctor Tristán—, José López Rega se iniciaba en el rito umbanda de origen afroamericano durante un viaje a Brasil, a inicios de 1963. Cuentan las malas lenguas que, después de sacrificar un buey, el Brujo, vestido con una túnica blanca, fue mojado con la sangre del animal y quedó aislado en una choza, en la que mantuvo encerrado por 7 días, sin lavarse, porque esto era un requisito esencial para la iniciación en el rito umbanda.

Al séptimo día, al salir del aislamiento, empezaron a llamarlo "Hermano Daniel", y dicen que ya llevaba puesta una cruz invertida, lo que algunos consideran un verdadero “símbolo del Anticristo”.

Mientras tanto, en Buenos Aires, Tristán —un dirigente de origen anarquista que había militado en ámbitos sindicales y participado activamente en la resistencia peronista, entre 1955 y 59, junto con John W. Cooke y otros “duros” de la lucha popular— y el Gallego Álvarez, que tenía una formación  ideológica de izquierda como militante de la Unión de Estudiantes Secundarios y tambén luchador  en la resistencia peronista, preparaban las bases para que, diez años más tarde, Perón los recibiera en Puerta de Hierro.

Y ya en los años 70, en la misma época en que Álvarez y Tristán ajustaban su Guardia de Hierro a los designios del jefe en su condición de “formaciones especiales”, José López Rega completaba su iniciación umbandista con sucesivos viajes al Brasil, sobre todo a Porto Alegre, una ciudad que se considera como uno de los centros más importantes del rito umbanda.

Además, para reforzar la ligazón que él mismo hacía entre el umbandismo y la macumba, por un lado, con las estructuras más conservadoras del poder mundial por el otro, el nombre de López Rega se destaca también en aquella época como el “hermano Daniel”  de la logia masónica P-2 —la famosa Propaganda Due— del Venerable Maestro Licio Gelli.
Su nombre fue hallado en las fichas que detallaban a los miembros de la logia, después de un allanamiento que la policía italiana realizó en marzo de 1981 en su casa de Arezzo, a la que llamaba "Wanda", por gran coincidencia, el mismo nombre de la esposa de Licio Gelli.


3ª Parte

Y en abril de 1982, —todavía en su exílio dorado entre España y Suiza— ocorre lo imprevisible: Lopez Rega resucita.
Claro que para resucitar era necesario haberse muerto antes; pero eso ya lo veremos más tarde.

El Brujo recobra la vida durante un rito de umbanda en um “terreiro” en Embu das Artes, São Paulo, después de reencarnarse en el cuerpo de Ustra —que durante tres años y cuatro meses comandó el “Destacamento de Operações de Informações do Centro de Operações de Defesa Interna”, el terrorífico centro de represión Doi-Codi en los años de la ditadura en Brasil—, y luego de reencarnar, en una convulsionada sesión espiritista en el barrio paulistano de Tatuapé, al tirano Benito Mussolini.

Años después, cuando nos fuimos reencontrando a la vuelta de la clandestinidade y el exilio al que nos forzó el golpe de 1976, se supo que el Pelado Rafa y el Negro Dardo lo habían visto a El Brujo, caminando por la vereda ancha de la avenida Paulista, casi en la esquina de Brigadeiro Luiz Antônio. Era agosto de 1979 y hacía mucho frío en São Paulo. También supimos que Julio, más conocido como Dieguito, se lo había encontrado en Ipanema, Rio de Janeiro, en noviembre de ese mismo año.

Cinco meses más tarde, un avión de la Transbrasil, en su vuelo 303 que por aquellos años unía Belém a Porto Alegre, con escalas en varias capitales, caía —fue exactamente el día 12 de abril de 1980— en un accidente en las proximidades de Florianópolis.

Transportando 50 pasajeros y 8 tripulantes, el Boeing 727 de prefijo PT-TYS, chocó contra las paredes del Morro da Virgínia, a 32 kilómetros de la capital de Santa Catarina, durante la aproximación para el aterrizaje en el Aeropuerto de Florianópolis. De los 58 ocupantes de la aeronave, solamente 3 sobrevivieron al desastre.
Una de las víctimas fatales, hombre bajo y calvo, de unos 65 años, llevaba pasaporte argentino y un Green Card a nombre de José López Rega.
Empezaba así una larga historia en la que el FBI norteamericano, el Side y la Policía Federal argentinas, y la sección brasileña de la Interpol se disputarían a sopapo limpio el privilegio de aclarar una muerte que resultaba más que sospechosa vistos los antecedentes del occiso.

Peleándose a codazos para llegar antes que nadie al "Balcão de informações" de la Transbrasil primeiro, y más tarde en la Delegacia de Polícia de Corumbá, Dan Silverston y Ricardo Grion, luchaban con fuerzas desiguales para adelantarse a los repórteres de la Folha de S. Paulo y de Clarín.


Vida y obra del Rasputín criollo

Conocido como "El Brujo" por sus adversarios y por “Daniel” o Lopecito por sus allegados, el muerto en cuestión había nacido en Buenos Aires el 17 de octubre de 1916 y, aunque los libros de historia digan hoy que murió a los 72 años, mientras cumplía prisión preventiva en la Argentina, el 9 de junio de 1989, somos muchos los que sabemos que aquel 12 de abril de 1980 fue, si no la definitiva, por lo menos la primera muerte conocida de José López Rega. Al menos así lo detallaron años más tarde, en un poco difundido reportaje a la CNN en Español, Dan Silverston y Ricardo Grion, el primero ex-agente del FBI y el segundo, comisario jubilado del Side.
Secretario privado de Juan Perón y de María Estela Martínez de Perón, el hombre que muriera en abril de 1980 —y nuevamente en junio de 1989—  ejerció una influencia nefasta sobre ambos.

López Rega fue ministro de Bienestar Social durante los gobiernos de Héctor J. Cámpora, Raúl Alberto Lastiri —su yerno—, y del propio Perón. Manejó los dineros de la lotería nacional y de los casinos, lo que le dio una gran autonomía financiera y le permitió crear una considerable fortuna personal.
Pero su mayor realización fue la organización y puesta en funcionamento de la Alianza Anticomunista  Argentina (Triple A), grupo armado ilegal, clandestino y paraestatal.  Desde el Ministerio de Bienestar Social, frente a la plaza de Mayo, la siniestra banda de asesinos llevó a cabo innumerables amenazas de muerte y ejecutó atentados y asesinatos entre 1974 y mediados de 1975.

Obligado a renunciar a su cargo tras las huelgas y manifestaciones de julio de 1975, el Brujo huyó a Europa con un diploma oficial de fantasía otorgado por Isabel Perón. Estuvo prófugo de la Justicia durante diez años. Fue detenido en Estados Unidos y trasladado preso a la Argentina, donde murió —por segunda vez, repitámoslo nuevamente— en junio de 1989, mientras era procesado por cargos de múltiples homicidios, asociación ilícita, corrupción y secuestros.

Pero volvamos de nuevo a la primera parte de este relato, cuando decíamos que, el 13 de marzo de 1986, López Rega fue detenido en Miami, al sur de los Estados Unidos.
Antes de que los EEUU lo extraditasen a la Argentina, Ricardo Herren y Norma Morandini escribieron “El retorno de López Rega. El Brujo”, una nota publicada en la revista española Cambio16.
Veamos lo que decían al describir el entorno social y político en el que se desarrollaba el drama del lopezreguismo en 1975, casi a las vísperas del golpe genocida de Videla.

El deterioro del gobierno de Isabel Perón aumenta cada día más. Este año hay 860 muertos por causas políticas y la inflación alcanza al 330 por ciento. El país tiene cuatro ministros de Economía en un año. Uno de ellos, Celestino Rodrigo, vinculado a López Rega, decreta una brutal devaluación del 150 por ciento y un aumento de tarifas del 200 por ciento. La nafta aumenta un 172 por ciento.”

Es el famoso “Rodrigazo”. Los sindicatos se resisten a esta política, abandonan la Gran Paritaria Nacional, que intentaba reeditar el Pacto Social y, en una gran movilización, piden la expulsión de López Rega. Finalmente, la presidenta debe acceder a que “El Brujo” renuncie a sus cargos y abandone el país.”

Antonio Cafiero asume en el Ministerio de Economía. Pero el alejamiento del siniestro personaje no mejora las cosas. En Tucumán, cae un avión en el que viajaba el general Enrique Salgado, que llevaba soldados para enfrentar a la guerrilla rural: mueren 13 personas. El 4 de Febrero, las Fuerzas Armadas reciben la orden —legal, refrendada por todos los ministros del poder ejecutivo— de reducir a la guerrilla del E.R.P. en Tucumán que se sospechaba que había llegado al punto de derribar un avión Hércules C-130. Según el Ejército, se producen 350 bajas.”

“Montoneros intenta atacar un regimiento de Formosa pero no tiene éxito. Los atacantes huyen en un avión de línea secuestrado, pero la mayoría es capturada.
El 23 de Diciembre, hay un ataque del E.R.P. contra el Regimiento 601, ubicado en Monte Chingolo. La operación también fracasa y hay más de 100 guerrilleros muertos.

Otros hechos de violencia ocurridos este año son la muerte del general Jorge Cáceres Monié y su esposa, cerca de Paraná; la bomba, atribuida a la triple A, que destruye los talleres del diario cordobés La Voz del Interior; la destrucción por parte de Montoneros de una fragata que se estaba construyendo en Río Santiago y la explosión del Teatro Estrellas, donde se presentaba Nacha Guevara y que provoca dos muertes”.

“El déficit de la balanza comercial y la salida de capitales acentúan aun más el nivel de endeudamiento. La estatización de las deudas créditos que contrae el Estado desde 1976 disparan el endeudamiento en forma exponencial.
Después de varios cambios, la presidenta designa comandante en jefe del Ejército al general Jorge Rafael Videla. Luego, pide licencia y se establece en Córdoba para cuidar su salud. Por un momento se cree que la presidenta renunciará y que será reemplazada por Italo Luder. Sobre Isabel pesa una grave acusación por manejos irregulares en la Cruzada de la Solidaridad, similar a la Fundación Eva Perón. La acusación es por la firma de un cheque por 3.000 millones de pesos. Después de un mes, Isabel reasume la presidencia y, aún sin la influencia nefasta de López Rega, se la ve vacilante y errática y crecen los rumores sobre un golpe militar.”

“Una virtual sublevación de la Fuerza Aérea, ocurrida hacia fines de año, es como un anticipo de lo que inevitablemente va a suceder en pocos meses.”


Mi amigo Facundo me cuenta que después de su huída apresurada de Buenos Aires, López Rega pasó los años entre 1975 y 1986, viviendo a cuerpo de rey junto a María Elena Cisneros, la mayor parte del tiempo en Suiza, hasta que un fotógrafo de la prensa española los descubrió y tuvieron que huír rumbo a un lugar más seguro. Finalmente, María Elena Cisneros fue quién involuntariamente delató a El Brujo cuando fue al Consulado argentino de Miami para tramitar un nuevo pasaporte; hasta ese momento, Lopecito había estado usando el del padre de María Elena.


4ª parte


Dicen que el ocultismo puede variar en sus formas, pero no depende necesariamente de la formación intelectual que tenga el brujo, ni de los credos políticos que practique.
Cuando los norteamericanos descubrieron la tremenda influencia que la astróloga Joan Quigley ejercía sobre la primera dama Nancy Reagan, la mujer del presidente Ronald Reagan mucho atribuyeron al notable despiste de la señora  su capacidad de poder ser influida por una vidente.
También recordamos el caso de Hillary Clinton, esposa del también presidente Bill Clinton, quien invocaba, con la ayuda de su consejera espiritual Jean Houston, al alma en pena de la vieja primera dama Eleonor Roosevelt, o a la de Mahatma Gandhi para que ambas, desde “el más allá”, le dieran fuerza y sabiduría para enfrentar sus deberes junto a la cabeza del imperio.

También al expresidente argentino Carlos Menen se lo llamó oscurantista por creerse la reencarnación del caudillo riojano Facundo Quiroga. Y todo lo dicho hasta aqui prueba que existe una vieja alianza entre la brujería, la magia y el misticismo, con el poder. Los adivinos, hechiceros y magos son un soporte y una garantía fiel para los poderosos. Ofrecen la legitimidad de lo extraordinario, o lo sobrenatural, una vez que traen el contacto de lo terrenal con las fuerzas más profundas y esenciales.



5ª parte
El principio del fin

Señores, están rodeados. Pongan sus armas en el piso, dejen las manos en alto. Mis soldados van a revisarlos. Después, dan media vuelta y se van a sus casas.” 
Era el atardecer del sábado 19 de julio de 1975, y el coronel Jorge Felipe Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, el cuerpo que por tradición se encarga de proteger a los presidentes argentinos, no podía creer lo que veía.

“Escopetas Itaka, las por entonces modernas ametralladoras israelíes Uzi y otras aún más nuevas importadas de Bélgica, pistolas automáticas y hasta algunas granadas de mano habían quedado en el césped de la residencia presidencial de Olivos. Minutos antes, todo ese arsenal estaba en manos de la custodia de José López Rega quien, caído en desgracia, estaba a punto de dejar el país.
Cerca de doscientos civiles, muchos de ellos integrantes de la Triple A, la organización terrorista de ultraderecha que asoló la Argentina de los años 70, creada al amparo de López Rega, habían intentado copar la residencia de María Estela Martínez de Perón en un intento por salvar a su jefe: no hubieran podido lograrlo, pero casi desatan una tragedia.

“A la caída del sol invernal, uno de los oficiales de Granaderos le dijo a Sosa Molina que el grupo armado intentaba forzar los portones de entrada a la residencia que dan a la calle Villate.

¿Qué hacemos -quiso saber el oficial- ¿Les impedimos la entrada? Sosa Molina dijo que no. Pero dispuso el desplazamiento de cuatro carriers blindados M-113 y desplegó un escuadrón reforzado ciento cincuenta granaderos para embolsar a la banda lopezreguista, que finalmente entró a los jardines de la residencia para caer en la trampa.
En minutos, sin disparar un solo tiro, uno de los ejércitos privados más poderosos del país había quedado inerme.
“-Hágase cargo de eso- le dijo Sosa Molina al jefe de la Casa Militar, capitán de navío Enrique Ventureira, después de echarle un último vistazo al fierrerío. El marino no mostró demasiada sorpresa. Esta vez, la cantidad era mayor, pero no era la primera vez que la guardia militar de Olivos, que revisaba uno por uno los autos que ingresaban a la residencia, secuestraba del interior de los vehículos de Bienestar Social armas y explosivos.

“López Rega no estaba en Olivos. Políticamente cercado, sin el apoyo del sector militar que había tolerado sus andanzas y las de la Triple A, y que ya intuía y preparaba el golpe del 24 de marzo de 1976, peleado para siempre con los dirigentes gremiales que en algún momento lo habían apoyado, López Rega estaba obligado a abandonar el país.

“El día anterior la presidenta había recibido un ultimátum del ministro de Defensa, Jorge Garrido, que hablaba en nombre de los jefes del Ejército, Alberto Numa Laplane; de la Armada, Emilio Massera, y de la Fuerza Aérea, Héctor Fautario.

“Una intimación similar le había hecho el ministro de Justicia, Ernesto Corvalán Nanclares, que conocía la presión que los gremios ejercían para el alejamiento de López Rega.
El empuje de la CGT que dirigía Casildo Herreras y de las 62 Organizaciones, al mando de Lorenzo Miguel, también se había hecho sentir sobre Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega.
El Brujo, como se lo llamaba por su pasión por los ritos esotéricos, la emisión de energía y las profundidades enigmáticas del más allá que quedaron expresados en sus escritos tan agromegálicos como inteligibles, debía abandonar el país.”

(Texto de Alberto Amato y Guido Brasvavsky)


El relato de Amato y Brasvavsky se confirma y se completa con lo que me contaba el amigo Facundo, que era cercano a Guardia de Hierro y un muy buen pibe, pero confuso ideologicamente, que justo cuando la guardia personal de López Rega largaba sus armas, el exministro se dirigía desde Olivos a la antigua residencia de Perón de Gaspar Campos, en Vicente López.
Al llegar, el jefe de custodia de Perón, Juan Esquer, ya había sido avisado por Sosa Molina que no debía dejar que López Rega se llevase ningún objeto de valor que hubiera pertenecido a Perón.
Esquer cumplió con lo que le fuera ordenado y López Rega salió de Gaspar Campos apenas con dos valijas con sus objetos personales, algunos de sus muchos libros de esoterismo y un par de trajes. Nada más. Quizás buscara por toda la casa, sin encontrarla, la capa azul de teniente general que usaba Perón y con la que, después de la muerte del viejo, López Rega se paseaba por la quinta presidencial, soñando tal vez con obtener todavía más poder del que ya había logrado.

Aquella misma tarde, después de desarmar a los hombres de la custodia de todos los organismos que dependían de Bienestar Social —constando que López Rega tenía, además, una guardia personal propia— y antes de que el exministro volviera a Olivos para despedirse de la presidenta, el coronel Sosa Molina, jefe de los Granaderos, tuvo que encarar una escaramuza bastante particular con su protegida, según cuenta mi amigo de la Guardia de Hierro:

¿Qué pasa, coronel? ¿estoy presa?—  le pregunta Isabel Perón, que había notado com recelo los movimentos inusuales, asustadísima, las manos aferradas a los brazos del sillón.

—¿Pero, cómo me pregunta eso, señora?— le contesta muy serio Sosa Molina.

Ocurre que no lo veo a Rovira ni a Almirón. Sosa...¿Adónde están?— quiso saber Isabelita, refiriéndose al subcomisario Rodolfo Almirón y a Miguel Angel Rovira, que eran los brazos armados del Brujo López Rega, y de quienes se sospechaba, ya por aquellos días, que fueran los jefes de la famosa Triple A.

Rovira y el subcomisario Almirón no son parte de su custodia, señora— le dice el coronel Sosa Molina. —Ellos son los custodios del señor López Rega. Su custodia, señora, es la Policía Federal, que está aqui, protegiéndola.

Pero Isabelita no se tranquilizó. Al contrario, y pasando del miedo y la  depresión a la euforia, y a un grado de excitación incontrolables, insistió con sus preguntas a Sosa Molina:

Sí, bueno. Pero, dígame, Molina: ¿estoy presa? ¿Por qué hay todo este movimento extraño, este dispositivo, y las armas que les han quitado a la custodia, qué significa todo esto?— dice, nerviosa, y el militar trata de  calmarla:

Digame,¿qué es lo que necesita, señora?

Quiero que venga Almirón, ahora mismo, acá— le contesta, tratando de recuperar su autoridad la presidenta.

Entonces, el coronel Sosa Molina manda a llamar de imediato al subcomisario.

Vaya con la señora— le ordena Sosa Molina a Almirón cuando este llega. Isabel, entre murmullos y sollozos ahogados, como si rezara una oración desesperada, vuelve a decir que se sentía presa. El coronel Sosa Molina, bastante harto ya, la mira fijo y le dice:

Señora presidente, estamos cuidando su vida. La estamos defendiendo, señora— le contesta Sosa Molina, y la presidenta parece empezar a entender la situación y de a poco se tranquiliza.
Cuando Sosa Molina vuelve a su despacho, López Rega pasa rápidamente por Olivos para despedirse de Isabelita.

Poco más tarde, al llegar López Rega al Aeroparque Jorge Newbery lo espera el avión presidencial T-02 Patagonia, en el que va a dejar el país. No volvería en los próximos 11 años, hasta ser extraditado, preso por el FBI norteamericano en Miami, después de ser descubierto en Suiza por un fotógrafo de la agencia española EFE. El Brujo había vivido su propilo exilio dorado de once años ente las Bahamas y su casa de Fort Lauderdale, en Florida, Estados Unidos.



Volviendo a los años 60 y 70

Durante sus primeiros seis años en la Quinta “17 de Octubre” de Puerta de Hierro, en Madrid, el futuro Brujo de los años 70 se dedicaba a sus tareas de valet personal de Isabelita y Perón, a cuidar el jardín y a arreglar las canillas que goteaban, e incluso a gerenciar al personal de servicio.
Simpático a su modo, según algunos, servil y obsecuente, López Rega se volvió indispensable para los Perón y, de a poco, logró convertir al general en un seguidor de su visión mágica de la vida.

Pero en unos pocos años El Brujo se transformaría en algo más que un fiel servidor. Como secretario particular, poco a poco y sin que se notaran sus avances, consiguió empezar a controlar casi por completo la vida del matrimonio Perón. Hasta Pilar Franco, la hermana del dictador español e íntima del matrimonio argentino, les advirtió un día sobre el exagerado poder que tenía El Brujo sobre ellos. Perón le contestó con un suspiro resignado: “Sí, pero ya es demasiado tarde, señora”.

Decía mi amigo Facundo, aquel que simpatizaba con la Guardia de Hierro, que el poder de Lopecito sobre la tercera mujer de Perón parecía ser total. La había convencido de que podría ser una espécie de segunda Evita gracias a los poderes que él tenía y a sus prácticas esotéricas.
Cuentan que manipulaba, sin ninguna inhibición, el cadáver embalsamado de Eva Duarte en sus ceremonias ocultistas en Puerta de Hierro, y que más tarde lo repetiría en la Quinta Presidencial de Olivos, en un intento desesperado de pasarle a Isabel, bastante desprovista de dones especiales, todo el talento y los poderes de la segunda y más famosa esposa de Perón.

Dicen los de Guardia de Hierro que el general nunca aguantó a nadie que pudiera hacerle alguna sombra— me comenta Facundo, —y López Rega, igual que Isabel, y todo lo contrario que Evita, era una compañía ideal. Porque era rastrero y servicial, mediocre pero astuto, no cuestionaba la vanidad ni el narcisimo del viejo líder, lo que le rendía buenos frutos porque luego los iría a cobrar con creces.

A tal punto había crecido su influencia, dice Facundo, mi amigo colaborador de la Guardia de Hierro, que cuando sus aliados de la derecha sindical consiguieron apartar a Cámpora y exigirle la renuncia em 1973, ya el poder del Brujo era de tal tamaño que le permitiría colocar en la presidencia provisional de la república al marido de su hija Norma, el yerno Raúl Lastiri.


Y ya cómodamente instalado como ministro, López Rega manejó a gusto los fondos cuantiosos de la lotería nacional y de los casinos, lo que le dio una gran autonomía y poder financeiro; al mismo tempo, como se comprobó después, amasó rápidamente una considerable fortuna ilegal. Com esos recursos, y desde su puesto en el Ministerio de Bienestar Social, frente a la plaza de Mayo, organizó la siniestra banda de asesinos llamada Alianza Anticomunista Argentina, o Triple A, para acabar por métodos terroristas con la izquierda de adentro y de afuera del movimiento peronista.
Pocos años más tarde, los militares argentinos repetirían las acciones criminales de El Brujo afinándolas por medio del poder que les daría el control total del aparato del estado argentino.

El hombre que en el balcón de la Casa Rosa mostraba descaradamente  a toda la nación como le dictaba, o hacía de cuenta que le dictaba, a la presidenta los discursos —y llegó al punto de decir que “Isabel no existe. Ella es un invento mío”— cometió un número enorme de crímenes, entre ellos el del diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, del abogado defensor de presos políticos Alfredo Curutchet, del profesor universitario Silvio Frondizi, Hermano del ex-presidente Arturo Frondizi; y del sacerdote Carlos Mújica, todos ellos ametrallados por la espalda. También fue responsable directo por el atentado con bombas que destruyó el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen que más tarde, ya otra vez en democracia, sería el embajador itinerante de Raúl Alfonsín.

Si no lo hubiera sorprendido su segunda muerte en su prisón en Buenos Aires, Lopecito hubiera tenido que enfrentar juicios por sus manejos irregulares de los fondos de la “Cruzada de la Solidaridad”, que era un delito por el cual Isabel Perón ya había sido condenada a siete años y medio de detención en Bariloche por parte de los militares golpistas de 1976. Y además estaba la causa por la malversación de fondos de recursos reservados de la presidencia.

El amigo Facundo me recuerda también aquel nefasto día del 29 de enero de 1974, cuando la Triple A divulga en Buenos Aires su “lista negra” de personalidades de la vida política, sindical y cultural, “que serán inmediatamente ejecutadas en donde se las encuentre”.

La lista, difundida por la organización criminal de Lopecito, incluye a Hugo Bressano – más conocido como Nahuel Moreno, el dirigente del antiguo PRT-La Verdad, luego llamado PST; a Silvio Frondizi, Mario Hernández, Gustavo Roca y a Mario Roberto Santucho, el principal dirigente del PRT-ERP; también están allí los sindicalistas del peronismo combativo Armando Jaime, Raimundo Ongaro, Rene Salamanca —el dirigente sindical del PCR— y Agustín Tosco; Rodolfo Puiggros, que fuera rector de la UBA, Manuel Gaggero, director del diario El Mundo, controlado por el PRT, Roberto Quieto —primero dirigente máximo de las FAR y luego de Montoneros—, Julio Troxler, el exsubjefe de policía de la Provincia de Buenos Aires vinculado al Peronismo de Base; los coroneles Perlinger y Cesio, el Monseñor Angelelli; el senador nacional Luís Carnevale y varios otros, la gran mayoría de ellos asesinados en menos de un año de ofensiva de la banda terrorista Triple A.

Dice Facundo que la organización peronista de izquierda Montoneros planeó ejecutar a López Rega, aprovechando los pocos momentos en que el ministro se alejaba de la presidenta. Como dice Perdía, ex dirigente montonero, “no lo hicimos por respeto a la constitución y a Perón”. Planeaban sorprenderlo en su auto cuando se movía solo, sin acompañar a Isabel. Lo estudiaron durante cinco meses. El plan, en el que se calculaba la actuación de unos veinte guerrilleros, estaba listo y ya en fase de operaciones. Había un solo escenario posible para ejecutarlo sin riesgos, y no se lo hizo porque el Rodrigazo se anticipó, con su profundización de la crisis política y social, la huelga y las grandes manifestaciones de masas de julio de 1975, y enseguida la caída y fuga al exterior de El Brujo.


Los de la Guardia lo habíamos pensado también— me cuenta el amigo Facundo. —Pero Guardia de Hierro ya estaba formalmente dividida entre un grupo que había propuesto la autodisolución después de la muerte de Perón en 1975, y otro que se estaba acercando a Isabel Perón con el mismo fin político de los Montoneros y de toda la izquierda, que solo en esto coincidian con la derecha peronista: evitar el golpe al gobierno constitucional— justifica Facundo, que no logra reconocer las ambigüedades de la agrupación.

Celestino Rodrigo, un hombre del entorno de López Rega, asumió como ministro de Economía el 2 de junio de 1975. Al día siguiente la nafta aumentó entre el 127 y el 181%, el kerosén y el gasoil, el 50%. Dos días después el boleto mínimo subió el 50%, la leche el 23%, el pan el 20%, los taxis el 140%, el subterráneo el 150%— recordamos con Facundo.

La guerra entre el gobierno y los gremios para equiparar precios y salarios terminó con Rodrigo y su plan económico, y destrozó el odiado reinado de López Rega, que decidió irse de vacaciones a Río de Janeiro. Volvió al país dispuesto a ser todavía más duro y violento con quienes no quisieran colaborar con su política:

—“A los que tengan la cabeza dura, les vamos a encontrar una maza adecuada a su dureza: el quebracho de la Argentina es muy bueno”— comentó, inconciente de lo que un conjunto de fuerzas le estaban preparando en su contra, me relata Facundo.

Los gremios del peronismo “verticalista”, además de los clasistas de las Coordinadoras de Gremios en Lucha, exigen la salida sin condiciones de López Rega. Y así, en medio de diversos tumultos, se viene el desenlace:

El ministro de Defensa Garrido sale de la casa presidencial en Olivos y se reúne con los comandantes de las tres fuerzas armadas.

El jefe de Estado Mayor le  pide al regimiento que den seguridad especial al ministro de Defensa, Garrido, que al día siguiente va a hablar de unos temas importantes con la presidenta:

Tome Ud. todas las medidas necesarias para que no haya ninguna interferencia— le dijo, seguramente refiriéndose a López Rega y en particular a sus hombres de custodia y a los de la Triple A.

Al día siguiente, Sosa Molina, que había reforzado su escuadrón, puso a cinco de sus oficiales de confianza alrededor de la casa donde conferenciaron la presidenta y el ministro por media hora.

Después de la reunión— me cuenta Facundo —todo fue como en una película en la que se mezcla el vértigo y la comedia—.


                  

El fin

Cuando por fin la crisis estalló, rapidamente se decidió que López Rega iría a salir del país en el avión de la presidencia. Consultada la Fuerza Aérea sobre la disponibilidad del transporte aéreo, el brigadier Fautario dice que el avión estaba disponible para el jefe de la Casa Militar, que es un marino, por lo que lo tienen que consultar con la Marina. El comandante, almirante Massera, se esquiva diciendo que eso es un asunto de la Aeronáutica. Por fin, cuando es consultado el Ejército, su comandante contesta con un consejo claro, el de no entrometerse. Por fin, el capitán de navío Ventureira decide alistar el avión presidencial, que queda a la espera en el Aeroparque Jorge Newbery.

Y el avión aguarda en Aeroparque hasta que cae la tarde del sábado 19 de julio y López Rega decide ir a la residencia presidencial de Gaspar Campos. Los hombres de su ejército particular se adelantan y van al rescate de El Brujo que todavía no llegó a Olivos, pero son desarmados de inmediato. El exministro pasa más tarde, ya sin su escolta de asesinos de la Triple A, para realizar una fugaz despedida a la presidenta. Una caravana de vehículos militares lo lleva en pocos minutos al Aeroparque.

Antes de decolar la aeronave, se paran los motores, sale un oficial y pasa una orden. Un motociclista de la Policía Federal vuelve apresurado a la residencia de Olivos para que le entreguen el nombramiento de López Rega como embajador plenipotenciario de la Argentina. El Brujo, en su prisa por huir, e Isabelita en estado de terror extremo, se habían olvidado el diploma sobre la mesa de reuniones.
En el aeropuerto, el exministro lo levanta y lo muestra con una amplia sonrisa al subir por la escalera del T-02:

Ahora soy embajador— se le escuchó decir a Lopecito. Y eran sus últimas palabras en suelo argentino hasta once años más tarde, según me dice Facundo, antiguo simpatizante de la Guardia de Hierro y conocedor de las andanzas de la derecha sindical y católica del peronismo en los años 70.


A modo de pre-epílogo
o de post- prólogo

Como ya sabemos, aquel 12 de abril de 1980 fue, si no la definitiva, por lo menos la primera muerte conocida de José López Rega. 
Pero muy poco se sabe sobre lo que esa muerte representó en aquel momento. El Brujo murió, sí, y fue una forma de escaparse —al menos momentáneamente— a la justicia humana.

Divagando un poco, digamos que tal vez un modo de tratar de entender este extraño proceso es salirse por un momento de lo meramente sensible o “real” y encarar de frente otras creencias o convicciones. Como las del propio personaje —nefasto y tenebroso personaje— de este relato.
La creencia en la reencarnación, por ejemplo, siempre estuvo presente desde la antigüedad en todas las culturas de la humanidad, sea en las religiones egipcia, griega, hindú, budista o romana.
Una de las respuestas del humanismo a las incógnitas de las desigualdades y los sufrimientos de la mujer y del hombre, la encontramos en la doctrina de la reencarnación, y en la ley análoga de causa efecto o de acción-reacción.

En su "Libro de los Espíritus", Allan Kardec, maestro fundador del espiritismo, leemos el siguiente mensaje: "Dios creó a todos los espíritus simples e ignorantes, poseedores de tanta aptitud para el bien como para el mal, pero con idénticas oportunidades para evolucionar".
Kardec en su obra también nos dice que "Solo es inquebrantable aquella fe que pueda mirar frente a frente a la razón en todas las edades de la humanidad." "Nacer, morir, renacer y progresar siempre. Esta es la Ley”.


Pero volviendo a nuestro relato, nos cuenta el mismo Facundo, siempre fiel a su experiencia juvenil en la confusa y ambivalente Guardia de Hierro, que había leído un texto de Juan Gasparini en el que decía que la justicia fracasó y no pudo condenar a El Brujo por no haber perseguido las pistas del dinero, de modo de poder recuperar la fortuna ilegal de López Rega. Ese tesoro malhabido fue todo heredado por su compañera de andanzas, María Elena Cisneros, la cual disfrutó del botín en Paraguay, dando clases de música mientras conservaba las dos cuentas suizas abiertas por Lopecito a su nombre.

-M.E. Cisneros —dice Facundo— también guardó el producto de la venta de varios inmuebles, entre otros el chalet de un millón de dólares a orillas del lago Leman, en Suiza, donde vivió con El Brujo desde que dejó Puerta de Hierro.

Facundo nos contaba que la localización de esa fortuna ilegal, junto con fotografías y los detalles de los datos financieros, fueron revelados en el libro "La fuga del Brujo. Historia criminal de José López Rega", publicado por el mismo Gasparini en 2005.

Pero decime, Facundo— lo encara el Viejo Pedro mirándolo fijo— ¿podemos contar con vos, de verdad, a pesar de tu pasado de simpatizante de los fachos de Guardia de Hierro?

Viejo, perdóneme y se lo digo con todo el respeto que me merece, pero en la Guardia de Hierro no había solamente fachos. Había también mucha gente buena, incluso de izquierda— le contesta, con calma y educación, pero un poco fastidiado, Facundo.

No te me ofendas, pibe, pero te lo digo porque lo que nos proponemos hacer ahora es muy importante; puede significar un giro fundamental en la historia del país, Facundito— le pasa la mano por la cabeza, paternalmente, y le da un coscorrón de despedida el Viejo Pedro Milesi.

Ya es casi de noche y la salida de la casilla de Villa Las Antenas se convierte en un movimiento bastante peligroso, aun para un viejito de aspecto inofensivo como era Pedro en esos primeiros tiempos de los años ochenta. Las luchas contra el saturnismo en la fábrica Insud en 1974 habían llevado a que se juntara gente de todos los movimientos políticos, desde el PRT hasta los simpatizantes de la Guardia de Hierro. Fue allí mismo, en Villa Las Antenas, que se habían conocido Facundo y Pedro Milesi. Junto con ellos, una cincuentena de activistas sindicales y barriales, y de militantes de izquierda, desconectados de sus organizaciones, se habían mantenido agrupados durante los años más duros de 1976 a 1979.

Muy pocos lo supieron en su momento, y quién me lo contó, ya a finales de 2001, en medio del fragor de las batallas populares del 19 y 20 de diciembre, tampoco lo creía demasiado. Pero en fin, lo que se cuenta en voz baja es que Facundo era nada menos que la tercera o cuarta reencarnación de El Brujo. Había vuelto al mundo de los vivos, dicen, con una única misión: la de deshacer en lo posible el mal que López Rega había desparramado como un vendaval en su paso por este mundo.
Y es por eso que a las palabras de Perón —“He vuelto casi desencarnado”— dictadas por el pensamiento esotérico del nefasto Brujo, Facundo agregara de su próprio cuño la frase misteriosa que el Viejo Pedro Milesi le escuchara decir el día del reencuentro: “Volví para encarnar el bien y desencarnar los crímenes del pasado”. Y el Viejo pensó que se tratara nada más que de una autocrítica de su centrismo, y que ahora sí se podría confiar en su participación en las nuevas acciones que se estaban preparando contra la ditadura.


6ª parte
Años 80
La (triste) historia de Don Benito

Al viejo no le importaba no parecerse en nada —físicamente, digo— a lo que realmente era. No le molestaba en absoluto que su aspecto no impusiera el respeto debido a un militar de carrera, y mucho menos que nadie lo fuera a recordar en el futuro como político.

En realidad, hacía muchos años que seguía en el generalato sin ganas, y encima, se había convertido en un político a la fuerza, por obra y gracia de las circunstancias, y nada más.

Para colmo, el viejo era víctima de lo que en su fuero íntimo él mismo consideraba como una doble hipocresía: todos creían que por detrás de su coraza —o apenas su cáscara— de autoridad y de mando, habitaba un viejo que tan solo quería ser un buen abuelo. Padre mediocre, ausente y distraído él ya había sido, pero muchos —incluso su mujer, sus hijos y hasta sus propios nietos— pensaban que su vocación profunda y verdadera era la de ser un buen y apacible abuelo.

Pero nada; era una doble hipocresía, digo, porque en el fondo de su apariencia pacata y encubierta por las obligaciones del poder, el ya sesentón general Benito Bignone, bullía  una vitalidad y una pasión, una turbulencia de deseos juveniles y una capacidad  para realizarlos que pocos, muy pocos en su entorno conocían y poquísimos sospechaban, incluyendo claro, su propia esposa y sus hijos.

El viejo general Bignone tenía una amante treintañera de la alta sociedad porteña. Cuando lo supo su mujer, Ana, le dio al viejo una única opción para no dejarlo, sumándole la vergüenza de la separación al papelón de ser descubierto públicamente. Divorciarse era algo inadmisible para aquellos matrimonios ultra católicos y conservadores al extremo en sus costumbres.

Chantajeándolo, Ana logró que el viejo llevara toda la familia a pasear a Europa. Don Benito Bignone se curvó, aunque se las ingenió también para organizar un viaje paralelo de su amante, de tal modo de encontrarse a escondidas con la linda treintañera en cada nueva ciudad que iba visitando con la familia, dejando a los funcionarios de la Cancillería con los nervios de punta.

El viejo vivía una contradicción por la que ya habían pasado otros presidentes de facto en la Argentina del siglo XX. Pero la de don Benito era todavía peor que la de Agustín Justo, el primer sucesor político del debutante en golpes cívico-militares, el general- dictador Félix Uriburu.

También pacato y con toda la falsa apariencia de abuelo bonachón como Bignone, don Agustín Justo se había aburrido tanto como don Benito con los encargos del poder, y prefería entregar las tareas arduas de gobierno a terceros, para que a él lo dejaran hacer lo que se le diera la real gana.
Y en el caso de don Benito Bignone, como en el de Justo, las ganas eran siempre el libertinaje más solapado y la anarquía sexual más contradictoria con sus funciones de representante del orden católico y castrense, de la disciplina y el rigor de los cuarteles y las iglesias.

Cuentan los más allegados que la fogosidad del viejo Justo era excesiva, incluso para Jorgelina, otra jovencita que era motivo de las frecuentes escapadas del general y de los desvelos de su cuerpo de seguridad personal.


Pero, volvendo al aparentemente bonachón y pacato dictador Bignone, digamos que nació en Morón, en el conurbano bonaerense, en 1928, y se convirtió en presidente —el 13º de facto— entre julio de 1982 y diciembre de 1983, en el autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional".  Pero comentemos también, un poco a su favor, que fue el único de todos los dictadores que no integró una junta militar de las que ejercieron el mando supremo a partir del golpe de 1976.


7ª parte


Juancito entró a la piecita alquilada de doña Manuela y se durmió profundamente. Se despertó transpirando y preocupado con la pesadilla que había tenido.
Soñó que al abrir la puerta de su dormitorio en la pensión se había encontrado con él de golpe, sin aviso previo. Estaba parado al lado del roperito y bien frente a la luna del espejo, que no lo reflejaba, y flotando a diez centímetros del piso sobre el cual ni hacía sombra.
El Diablo no le dio tiempo a nada: antes de que Juancito pudiese pestañear ya lo había levantado hasta la altura de los ojos, y lo miraba fijo, con la vista roja de los borrachos, pero sin decirle ni una palabra.
Era el final de una época y Juancito —aún sabiendo que se trataba de una pesadilla, de aquellas en las que uno no puede despertarse— tuvo tiempo de reflexionar durante esos largos segundos, de recordar y repensar en profundidad sobre los últimos seis años.

Seis años y medio en realidad; y él sabe que esa noche, el 24 de diciembre de 1975, al atardecer, es el fin de ese ciclo. Y Juancito se acuerda que todo empezó en 1969, con enormes manifestaciones populares; el Cordobazo, la insurrección obrera y popular que tomó Córdoba, y después fue extendiéndose a Rosario, y a casi todas las capitales de provincia en Argentina.

-Menos en Buenos Aires,¿no?- le adivina el pensamiento y suelta una carcajada el Diabo, y Juan que es valiente y aguerrido, siente que las piernas se le aflojan, pero no se desmaya.

- Sí, pero ¿y ahora? Y el Rodrigazo, ¿eh?- lo desafía Juancito al Diablo, porque apenas seis meses antes de esa navidad tan dolorosa para muchos, millares de obreros de todo el Gran Buenos Aires habían salido a las calles y tirado al basurero de la historia al ministro de economía, Rodriguez, y de yapa, al Brujo López Rega, alma del gobierno de Isabelita y de la Triple A.

Pero Juan sabía que el ciclo se cerraba. Esa había sido la última de centenas de enormes mobilizaciones populares, puebladas y alzamientos obreros. Y sabía Juancito que, por detrás de los fascistas de las Tres A y de su jefe más visible, López Rega, ya empezaban a sonar, ensordecedores, los ruidos de las metrallas y de las 9 mm de los milicos —¡como pasó el tempo! piensa Juan, ya hacía rato que no se usaban las 45—. Como todos nosotros, Juancito no tenía la menor duda de que, después de Isabelita, las botas y uniformes ocuparían la escena nacional, otra vez, como había ocurrido en Chile y Uruguay, o como en Brasil, donde la ditadura se arrastraba desde 1964.

Se despierta Juancito, asustado con la pesadilla, pero no puede dormir más; se levanta, se lava la cara y se peina, y sale dos horas antes de lo previsto para la reunión con los representantes de la Coordinadora del Gran Buenos Aires.


8ª parte

El 10 de diciembre de 1983, don Benito le entregó el mando de la nación a Raúl Ricardo Alfonsín, que había ganado las elecciones democráticas realizadas dos meses antes y marcaban la vuelta de la democracia. A Bignone le tocó la gloria y la miseria de quedar a cargo de la rápida transición hacia la normalidad constitucional después de la derrota del dictador-presidente anterior, Leopoldo Galtieri, en la guerra de Malvinas. Y le sobró la dudosa honra de ser el último dictador de la historia argentina.

Don Benito había estudiado en la Escuela Superior de Guerra y más tarde en la España del tirano Franco, hasta que fue nombrado jefe del 4º Regimiento de Infantería en 1964. En la promoción de 1975 —la misma que llevó, un año antes del golpe, a Jorge Rafael Videla a la posición de comandante en jefe de las fuerzas armadas— don Benito fue nombrado secretario del estado mayor del ejército, lo que le permitió participar activamente en el golpe que derribó el gobierno constitucional de Isabel Perón, y en las operaciones del terrorismo de estado, antes y sobre todo, después del golpe de 1976.
Poco después, ocupó el hospital Alejandro Posadas —centro de la militancia revolucionaria del gremio médico porteño, y de la salud en general— y lo transformaría en un campo de detención ilegal, de tortura y extermínio; Don Benito tuvo responsabilidad directa en el secuestro de 40 personas y el despido de todos los empleados del hospital durante el régimen. En seguida fue jefe del Área 480 del centro ilegal de detención y tortura de presos políticos y sociales de Campo de Mayo, y en 1980 quedó a cargo de los Institutos Militares.

Al salir del mando el tirano Videla en 1981, don Benito ya era general de división, y aprovechó para pedir su pase a retiro. Como se había apartado de las cúpulas militares posteriores durante los gobiernos de Viola y Galtieri, parecía ser el candidato ideal para la presidencia cuando el ejército decidió retomar la conducción política, sin el apoyo de las otras dos fuerzas armadas. Don Benito recordaba con rencor aquella hora nefasta para él en que los titulares, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo, se habían retirado de la junta militar. Tremendo conflicto interno en el seno de la cúpula de la dictadura imponía una renovación, para la cual fue electo el general Benito.

Pasados los juicios de la época de Alfonsín, y tras el limbo que les garantizara a los ex dictadores las amnistías de Menem, en 2011 don Benito fue condenado por la justicia a prisión perpetua por los delitos de lesa humanidad que fueron cometidos durante el período en que ocupó el poder.

Aunque la intención del comandante en jefe del ejército, el teniente general Cristino Nicolaides, en 1982, era la de demorar lo máximo posible la entrega del poder, don Benito Bignone anunció ya en su primer discurso público que pretendía convocar las elecciones para los primeros meses de 1984.

El lento retorno a la democracia, sin embargo, se fue acelerando por una situación económica y política casi al borde de la catástrofe. Aparte, claro, de la derrota militar ante los ingleses en la guerra de las Malvinas de 1982.
Dagnino Pastore, el ministro de economía de don Bignone, terminó declarando el “estado de emergencia” para enfrentar la ola de cierres de fábricas, la inflación galopante —que enseguida pasaría los 200% al año— y la creciente devaluación de la moneda.

Pero las presiones políticas no disminuían; al contrario, la junta multisectorial que había sido creada por Ricardo Balbín y era liderada por Raúl Alfonsín, trataba de lograr una vuelta anticipada e incondicional al poder civil. Las organizaciones de derechos humanos, encabezadas por Adolfo Pérez Esquivel, aumentaban los ritmos de la campaña por el esclarecimiento del destino de los desaparecidos políticos y sociales, mientras los reclamos de otros países por el gran número de  extranjeros secuestrados congestionaban todas las vías diplomáticas.
El 16 de diciembre una manifestación masiva, convocada por la junta multisectorial, fue reprimida brutalmente por la policía, causando la muerte de un manifestante.

A su vez, los cuestionamientos de la Armada y la Fuerza Aérea, que habían sido las ramas militares más activas durante la guerra de las Malvinas, obligaron al ejército a nombrar al teniente general Benjamín Rattenbach com el engargo de investigar las responsabilidades de la anterior junta militar a lo largo del conflicto bélico con Gran Bretaña.

En abril de 1983, después de haber decidido la fecha de las elecciones para octubre, don Benito Bignone dictó el decreto 2726/83, que ordenaba destruir toda la documentación existente sobre la detención, tortura y asesinato de los desaparecidos, y que contenía también el “Documento Final sobre la Lucha contra la Subversión y el Terrorismo” en el cual el último presidente de la dictadura se permite decretar la muerte de los detenidos desaparecidos.

El 23 de septiembre, don Benito y su equipo avanzarían en el proceso de tratar de eliminar los antecedentes criminales del gobierno dictando la ley 22.924, a la que llamaron Amnistía —y que en realidad no pasaba de una autoamnistía— o de Pacificación Nacional para los miembros de las fuerzas armadas, abarcando todos los actos irregulares que hubieran sido cometidos en la guerra sucia contra la militancia política y sindical y contra las guerrillas.
El congreso luego anularía esta ley, aunque la pérdida de los registros fue irreparable. Sin embargo, el descubrimiento en la Base Naval Almirante Zar, en 2006, de abundantes pruebas del espionaje a civiles, revela que algunos archivos que decían haberse destruido, siguen existiendo.


9ª parte

La situación de las organizaciones de clase de los obreros y la de los grupos revolucionarios era de una extrema dispersión y fragilidad hacia los meses finales de 1978; era un proceso firme y acelerado, visible para todos, sobre todo después del 19 de julio de 1976, cuando el dirigente del PRT-ERP, Roberto Santucho, fuera muerto en un enfrentamiento armado en San Martín, Buenos Aires, y murieran luego, también en combate, Carlos Fessia, el Gordo Lowe y el Chacho Camilión de Poder Obrero.

El exilio forzado de centenas de dirigentes del peronismo combativo y  la clandestinización en masa de gran parte de la militancia de izquierda hacia fines de 1975, respondía a un fuerte reflujo del movimiento de masas y marcaba el comienzo de los largos debates internos en cada una de las direcciones políticas.

Las polémicas fueron dividiendo a los dirigentes y los principales cuadros de casi todas las organizaciones, entre dos tendencias de pensamiento y de acción política: la una, más militarista, no se resignaba a perder la iniciativa que tanto Montoneros y PRT como Poder Obrero,  GOR y otros agrupamentos menores habían mantenido a través de acciones armadas de diversa envergadura; y la otra, de una apariencia menos atrayente, queriendo disminuir o parar las actividades militares y sumergirse en el trabajo más modesto y sistemático de prepararse para los nuevos movimientos espontáneos que deberían surgir en un par de años.

De todos modos, entre 1976 y 1979, la dictadura aniquiló tanto al PRT y Montoneros como a Poder Obrero, Orientación Socialista, GOR y al resto de las organizaciones revolucionarias de izquierda; sea de un modo directo por medio de la represión, o indirectamente por las fracturas que la situación del golpe, el reflujo de las luchas populares y las discusiones internas iban causando sistemáticamente en todas las agrupaciones.

Hubo incluso, en 1976, un intento de unificar a Montoneros, el PRT y Poder Obrero en la "Organización de Liberación Argentina" cuando las fuerzas revolucionarias estaban siendo, o ya habían sido, prácticamente diezmadas. Pero, ya antes y sobre todo, el movimiento de masas, obrero y popular, se había quebrado, separándose entre una ancha vanguardia de clase y las grandes camadas de obreros peronistas que se retiraban de la lucha, desilusionados por el final patético del gobierno de Isabelita Perón, que los había atacado con las leyes represivas, los grupos armados de la derecha y con sus severos ajustes económicos.

La Argentina atravesaba entre 1969 y el final del año de 1975 una clara situación prerrevolucionaria; esto es lo que veían gran parte de las lideranzas populares y obreras; es decir que las fuerzas de las clases trabajadoras iban creciendo sin parar, pero, ni su organización ni su conciencia estaban lo suficientemente maduras para pensar en tomar el poder, aunque marchaban en un proceso de desarrollo que se incrementaría y a su vez alimentaría las futuras condiciones revolucionarias.  Pero gran parte de los dirigentes obreros, sobre todo los vinculados a las guerrillas más activas -de Montoneros y PRT- pensaban que esas etapas de conciencia y organización ya habían avanzado al punto de existir una real situación revolucionaria; creían que la crisis de poder del gobierno de Isabelita y la amenaza, concretada después, del golpe militar, eran la antesala de la revolución obrera y popular.

Como resultado de esse proceso, muy corto pero intenso, muchos de los grupos dispersos sobrevivientes en los últimos meses de 1978 e inicios de 1979 eran apenas fragmentos reagrupados. Sabían que el partido de la revolución no puede surgir de la autodefinición de un grupo de intelectuales, por más que estos hayan incorporado a numerosos dirigentes populares, sino del interior de un proceso de masas en el que deberían confluir los distintos agrupamientos de la vanguardia que se habían ido creando en la Argentina entre 1969 y 1975.

Se pensaba en las nuevas organizaciones revolucionarias —surgidas entre el Cordobazo y afianzadas hasta el Rodrigazo de julio de 1975— que las insurrecciones urbanas de fines de los años 60 e inicios de los 70 cuestionaban  de un modo profundo todas las estrategias revolucionarias obrero-campesinas heredadas de las revoluciones rusa, china, cubana y vietnamita. 

Entre los grupos de militantes que se reorganizaban de modo extremamente doméstico después del golpe de marzo de 1976, y sobre todo cuando todo parecía tierra arrasada, entre 1977 y 1979, todavía se recordaban los textos de los grandes autores de la literatura revolucionaria del siglo XX . Eran los libros que los partidos prosoviéticos ignoraban o denigraban, como Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Nicolás Bujarin y toda la vanguardia rusa decapitada por Stalin. En la clandestinidad de la militancia sobreviviente en la Argentina de los años finales de 1970, todavía se repensaba a Georg Luckacs, y se polemizaba en torno a los documentos de la 3ª Internacional, estudiando las lecciones pesimistas de "La Crisis del Movimiento Comunista Internacional", de Fernando Claudín, que resumían las experiencias del movimiento obrero socialista mundial. Y tampoco se habían olvidado los europeos Louis Althusser o Nicos Poulantzas, en medio de las modestas acciones cotidianas de los grupos minúsculos de resistencia.


En los extensos y empobrecidos barrios populares del Gran Buenos Aires y de la Capital, las unidades básicas, que habían sido las formas legales y de superficie de la organización política del justicialismo, y que fueron entre 1972 y 73 copadas por la Juventud Peronista alineada a Montoneros, también se habían dispersado en la clandestinidad forzada desde finales de 1975 y reforzada después del golpe de marzo del 76. Pero muchos de sus militantes asumían las tareas de la resistencia, rompiendo los moldes de cualquier  estructura partidaria para transformarse en pequeños órganos de la lucha popular que sobrevivía. Esos grupos, minúsculos y bastante desconectados entre sí, eran una síntesis de las experiencias de los mecánicos cordobeses de 1969 al 74, y sobre todo, de los metalúrgicos de Villa Constitución y una sobra de las Coordinadoras de Gremios en Lucha que en 1975, tanto en Córdoba, como en Buenos Aires y Santa Fe, habían ido adaptando a las terribles circunstancias lo que habían aprendido bajo el nombre de "clasismo".


10ª parte.

Según me contaba el viejo Pedro Milesi —un día en que de pura casualidad nos lo encontramos al Negro Flores del Sitrac-Sitram y a Facundo en la entrada de la estación de Morón— en muchos de los grupos ahora descoordinados y dispersos de 1978 y 79, se recordaban y releían las enseñanzas dejadas por el Encuentro Nacional de Obreros Revolucionarios. Ese congreso había sido convocado por los gremios clasistas de las fábricas Fiat cordobesas en 1971, y decía Flores que en los grupos de resistencia posteriores  al  77 todavía se discutía mucho el por qué y cómo fue que se levantó el debate que culminó, aun en plena dictadura de Levingston, con una declaración a favor de la revolución socialista. Era una manifestación que, además, tomaba como suyas todas las luchas históricas del movimiento obrero argentino, desde los primeros anarquistas de finales del siglo XIX, hasta el 17 de octubre peronista de 1945, y antes, con las batallas de la Patagonia Rebelde y la huelga de los talleres Vassena de inicios del siglo XX.

Se estudiaba en aquellos grupos pequeños y desconectados entre sí, cómo, después del triunfo de Cámpora, en 1973, se vivía una situación de equilibrio casi apocalíptico, con un movimiento obrero y popular pujante, pero sin fuerzas suficientes como para ganar la hegemonía política y sobreponerse al avance de la derecha, al mismo tiempo que los grandes grupos económicos y políticos del poder se recomponían rápidamente.

En la Mesa de Gremios en Lucha de Córdoba, que había sido el antecedente directo de las Coordinadoras de 1974 y 75, también se había llegado a visualizar una concepción cada vez más abierta y abarcadora, menos inflexiblemente clasista y más política. Y en aquellos grupos de resistencia dispersos de 1978 y 79, se reconocía que esa nueva conciencia obrera del año de 1975 había sido causada por una necesidad que era vital —aunque tardía— de huir del aislamiento que se empezaba a sentir en el movimiento popular y de los trabajadores.

En muchos de estos nuevos grupos de resistencia de los años 78 y 79, se consideraba que hubo una continuidad entre el clasismo y el sindicalismo combativo, y las coordinadoras. Esas coordinadoras de 1975 habían sido la síntesis del ideal democrático obrero y popular del momento que se vivía. Y ya no proponían tan solo cuestiones de tipo reivindicativo, sino que las coordinadoras de 1975 se habían convertido en una conducción obrera y popular, que había sabido incorporar sabiamente, en sus propuestas, las luchas por las libertades democráticas.

Después del golpe, todo había cambiado, y lo más interesante es que las cúpulas sobrevivientes dispersas o exiliadas de las organizaciones revolucionarias durante el debacle de 1976 a 78 conocían muy poco, o casi no sabían siquiera sobre la existencia de este nuevo universo oculto de los años 78 y 79, en el que se habían juntado varios centenares de militantes y simpatizantes sobrevivientes a la hecatombe posterior al golpe —todos mezclados y en un creativo desorden organizativo—. Y la verdad es que entre estos minúsculos grupos remanentes había algunos militantes ya veteranos y otros, simpatizantes sumamente jóvenes, incorporados en la última etapa, que por causa de la forzada clandestinidad no habían llegado a tener ningún contacto personal con los militantes más antiguos, los cuadros históricos. Pero aún así, se habían fogueado en las últimas luchas sindicales y estudiantiles del 74 y 75, en las que habían ganado bastante representatividad y reconocimiento político.

Había una clara convicción entre estos grupos pequeños y dispersos, de que las condiciones habían cambiado de modo irreversible; sabían que —así como entre julio de 1975 y marzo del 76— la posibilidad de parar el golpe había quedado ya prácticamente fuera del alcance real de las organizaciones revolucionarias, y como una culminación del reflujo de las masas,  los sectores obreros y populares que habían sido el núcleo dinámico durante el período anterior empezaban a aislarse; esos militantes de los nuevos grupos de resistencia de los años 78 y 79 sabían también que ese reflujo en las luchas había ocurrido proporcionalmente y al mismo tiempo que las organizaciones revolucionarias se empeñaban más y más en redoblar la apuesta del enfrentamiento. Un enfrentamiento directo con el hueso duro del estado que cada vez se volvía más policial y militarizado. Y gran parte de los militantes y simpatizantes remanentes en 1978 y 79 reconocían que el camino de la revolución ya era ya un callejón sin salida a finales de 1975, en un momento en que los dirigentes del PRT y Montoneros todavía se empeñaban en ver una situación revolucionaria en desarrollo.

Muchos de los militantes y simpatizantes remanentes entre 1978 y 79 le criticaban amargamente al PRT el haber retirado cuadros valiosísimos de las Coordinadoras de Gremios en Lucha para llevarlos al combate de la lucha armada. Hay que recordar que hacia fines de 1974 la Compañía Ramón Rosa Jiménez del ERP, ya estaba formada por 100 combatientes, entre hombres y mujeres, organizados en 4 pelotones.

Gran parte de los militantes veteranos que sobrevivían en los pequeños y desconectados grupos de resistencia en 1978 y 79, entre ellos varios de los dirigentes gremiales que habían militado en algún grupo político entre 1969 y 75, vivieron en la propia carne la contradicción entre la espontaneidad del movimiento obrero y su desorden natural, por un lado, y las propuestas políticas de su grupo partidario, por el otro, que casi siempre se movía al borde de lo burocrático y autoritario; era algo que aislaba a esos militantes, y a veces los enfrentaba con sus compañeros de base o delegados de comisión interna, con los que tenían una vivencia más íntima.

Algunos de los miembros de esos reagrupamientos espontáneos y aislados entre sí, venían de las antiguas FAL, las Fuerzas Argentinas de Liberación. Un par de aquellos grupitos pequeños y desconectados de 1978 y 79, provenían de los comandos de "América en Armas", que habían sido un desprendimiento del antiguo aparato militar del PC y que se habían mantenido en la construcción de una corriente clasista en Buenos Aires. Una parte de la gente que formó los primeros grupos de resistencia en la Capital Federal y en la provincia, entre 1978 y 79, traían una concepción casi foquista y ultrasindicalista, pero fueron la gente que entre enero del 78 y junio de 1979 realizaron algunas acciones incruentas de financiamiento que permitieron a muchos, sobrevivir en los momentos más negros de la clandestinidad.

Esos militantes sueltos, pero muy experimentados, a diferencias de los de las otras organizaciones, no se habían considerado en guerra abierta contra el gobierno y sus fuerzas armadas, y por lo tanto, al incorporarse a la resistencia sorda de 1978 y 79, tuvieron una buena dosificación en el uso de la violencia. Así como al inicio de 1970 habían decidido —y cumplido— que la primera etapa de su crecimiento revolucionario iría a limitarse a una acumulación, capacitación y trabajo social muy medidos, del mismo modo, ocho o nueve años después, los diversos individuos y pequeñas fracciones de las FAL 22 de Agosto, FAL América en Armas, FAL Inti Peredo, fueron extremamente sigilosos y eficaces entre los nuevos grupos espontáneamente formados a fines de los 70, aunque ya no hubiera ninguna conexión entre ellos.

En julio de 1978, por ejemplo, el GOR —Grupo Obrero Revolucionario, que se había separado del PRT- El Combatiente en la crisis de 1970— realizó una operación llamada de “guante blanco” en conjunto con Fuerza Obrera Comunista (FOC), que era la fracción más militarista de Orientación Socialista. OS, con dirigentes del mismo origen que GOR, fue la organización que polarizó al sector de la Izquierda Socialista que no fue hacia Poder Obrero en 1973, y que se fortaleció incluso con la militancia proveniente de la Fracción de “El Obrero-GRS” de Córdoba.

Con el propósito de obtener nuevos recursos financieros que le permitieran enfrentar la situación de absoluta clandestinidad que se vivía desde 1976, GOR y FOC desarrollaron un operativo minucioso, realizado con éxito gracias a la labor de inteligencia del FOC, y que partía de un conocimiento muy profundo de la estructura de las operaciones bancarias, y se concretizó con el uso de talonarios de giros sustraídos al Banco de la Nación Argentina y cobrados en otras entidades bancarias. El operativo, con el que ambas organizaciones lograron retirar del Banco de la Nación Argentina un total de más de 250 millones de pesos, permitió costear la salida al exterior de la mayoría de los militantes en situaciónes de riesgo, y mantener una estructura mínima y más segura en el interior del país.

Cinco antiguos grupos barriales del PRT en la región de Lomas del Mirador, y dos de la Villa Las Antenas en la Matanza, Gran Buenos Aires, y otros seis agrupamientos con decenas de trabajadores metalúrgicos y de la construcción, así como gráficos, enfermeros, del chacinado, y muchos visitadores médicos y empleados estatales —en los que se mezclaban gente que venía de las FAL, el Peronismo de Base-FAP, anarquistas y tupamaros escapados de la dictadura de Bordaberry en Uruguay— actuaban, descoordinados y desconocidos entre sí, tan solo entre la zona oeste de la Capital Federal y el enorme triángulo formado por las localidades de González Catán, Morón y la Tablada en la província de Buenos Aires. A esse conjunto se vinculó, ya en los primeiros años de 1980, el ex simpatizante de Guardia de Hierro, Facundo.


11ª parte
La vida cotidiana de un dictador

La verdad es que al pasar los meses y los años, la linda treintañera que el viejo general mantenía como amante —Roberta— ya se estaba cansando de su relación con don Benito.
La mujer del general-presidente, doña Ana, además de sacarle al viejo el largo viaje por media Europa, se las había ingeniado para sobornar a uno de los tenientes de la seguridad personal del marido; y este la había llevado un día al departamento en pleno Palermo que el amante fogoso había comprado para su amiguita. Pasado el susto del primer momento de Roberta, y conversando con paciencia y mucha astucia, doña Ana había logrado llenarle la cabeza a la niña con prejuicios contra su viejo protector. La convenció que, más tarde o más temprano, la tortilla del poder se iría a dar vuelta y ella —la joven amante— quedaría en Pampa y las vías, sola y desamparada.

La niña —porque en el fondo Roberta seguia siéndolo, a pesar de las circunstancias que le tocaban vivir— fue llenándose de rencor cada vez que veía los dos Ford Falcon de la custodia del viejo Benito parando en cada esquina de la José León Pagano, su calle, y espiaba por entre las cortinas las caras amedrentadas de los vecinos que sabían quién estaba llegando y para qué era que se armaba el tremendo circo de armas y de jóvenes de trajes oscuros, anteojos y walky-talkies.

Pero mucho más se resintió Roberta, y le subió como bilis la indignación cuando Manuelita —la chica correntina que don Benito le había puesto para ayudarla en las tareas domésticas— le contó que en su barrio de Lomas del Mirador, cerca de las callejuelas de Las Antenas, la villa miseria en que vivía, no pasaba semana sin que se llevaran a la fuerza a algún vecino, que nunca más volvía a aparecer.

El odio creciente de Roberta, sin embargo, llegó a su culminación cuando supo —por medio del hermano de Manuelita, que había venido a traerle un dinero para su madre— los detalles sobre el secuestro de una trabajadora de Insul, la misma fábrica que se había movilizado años antes por causa de la enfermedad del saturnismo causada por el uso de plomo en la producción.

Se trataba de una joven tucumana, linda y rubia, embarazada de ocho meses; los soldados cercaron la villa y dos grupos de civiles en Ford Falcon la arrastraron a uno de los camiones militares; y los vecinos solo volvieron a verla cuando regresó, dos meses después, a pie, demacrada y flaca. Sin barriga y sin el bebé, que había nacido mientras estaba presa e incomunicada, en el sector de la aviación de Campo de Mayo. Le habían robado el bebé. Un coronel había llegado y se lo había arrancado de los brazos, unas tres semanas después del parto. Iba a ser bien cuidado por una familia rica y cristiana, de buenas costumbres, que no podía tener hijos, le dijo el militar. Pasados los años, supo la joven que, excepto ella, no hubo ningún otro caso de bebé robado en que no hayan matado a la madre.
*(Esta historia parecia hasta hace pocos meses una pura licencia literaria: no había, hasta reconocerse la identidade del bebé robado número 119, un solo caso de bebé robado en que no hubieran matado a la madre).

La rubita tucumana, que había sido detenida y torturada por puro error burocrático de los militares, tenía el mismo apellido de otra obrera de Insud, esta sí militante y activista del gremio. Pura casualidad: ambas eran tucumanas, de apellido alemán —descendientes de los muchos huídos de Baviera y la Floresta Negra que fueron a La Cocha después de la guerra— y los milicos se habían confundido. Cuando finalmente capturaron a la otra, a la verdadera Shiffer que buscaban, simplemente la soltaron y ella volvió a su villa miseria. A pie y sin su bebé.

Pero aunque la rubita tucumana ya estaba conformada con la “adopción” de su hijo por la familia amiga del coronel de Campo de Mayo —al final, ella era pobre, madre soltera, trabajadora sin escuela y con bajísimo sueldo, y no sabía si podría mantenerlo y educarlo, decía—, a la que no le disminuía la indignación era a Roberta, amante cada vez más arrepentida del viejo Benito.

Por eso, el día en que el Negro Tony, hermano de Manuelita, su empleada doméstica, le propuso visitar la Villa Las Antenas, Roberta concentró toda su inteligencia e imaginación al servicio de un plan que no le salía de la cabeza: escaparse del control de los custodios que el viejo le mandaba un par de veces por semanas, en fechas aleatorias, para que la vigilaran con la excusa de protegerla "de los terroristas". Quería verse libre de nuevo, sacarse de su vida ese monstruo que cada día que pasaba le molestaba más, y ahora sabía por qué, y sobre todo, sabía cómo librarse de él.

Aprovecharon un día en que Manuelita salió a hacer las compras y vio que no había coches Ford Falcon ni peatones sospechosos. Salieron, tomaron el colectivo 60 hasta la avenida General Paz y siguieron hasta el cruce de La Tablada. Se bajaron en Jabón Federal y caminaron en zig-zag por las calles laterales de Lomas del Mirador hasta llegar a Villa Las Antenas. Nadie los había seguido.

El Negro Tony las recibió a la entrada de la casilla pobre de madera de la familia. Una vecina que hablaba un castellano mezclado con palabras en guaraní les trajo un atadito redondo en un repasador. Era una sopa paraguaya que comieron en pedacitos mientras tomaban mate y lo esperaban a Juancito.

Roberta no sabía, ni se imaginaba, en lo que se estaba metiendo, aunque presentía que era algo prohibido y peligroso, pero que probablemente la iba a librar del acoso del viejo Benito y sus custodios, uno de los cuales no dejaba de mirarla de arriba abajo cada vez que se volvía de espaldas; Manuelita, a su vez y desde su ingenuidad de chica provinciana, se había ido enterando de todo lo que pasaba en el país y odiaba a la dictadura y al viejo Benito, amante de su patrona, pero sabía que Roberta tenía un corazón enorme y estaba harta de la situación en que vivía, y por lo que se dispuso a ayudarla.

Juancito entró, por la otra punta de la callejuela de la villa y después de andar más de veinte minutos entre San Justo y Lomas del Mirador, sabía que el riesgo era medido y estaba bajo control. No lo habían seguido, ni había autos o peatones que le levantaran ninguna sospecha. Entró a la casilla de la familia del Negro Tony y Manuelita, lleno de entusiasmo y buenos presentimientos.


12ª parte

Por todo eso que vengo contando hasta ahora, cuando nos encontramos con el Negro Flores del Sitrac-Sitram y Facundo en la entrada de la estación de trenes de Morón, de pura casualidad, al Viejo Pedro Milesi y al Juancito se le juntaron las ideas como en aquellos juegos de rompe-cabezas imantados, de esos en los que, de repente y en el momento menos pensado, las piezas se encajan y todo queda clarísimo.

Juancito le contó al Viejo Pedro una historia que había oído de boca de su hijo de 8 años en una de las visitas a Encausados. Decía Martincito que un hombre muy ocupado, un investigador científico, tenía que resolver un problema y lo estaba formulando en la forma de una tesis. "Cómo arreglar el mundo", se llamaba la investigación que el científico quería terminar de escribir. Pero su hijo no lo dejaba concentrarse porque quería jugar y le hacía infinitas preguntas a todo momento, propias de un chico, claro.

El científico tomó un mapamundi colorido de su cuaderno Laprida, de aquellos que antes venían en la última página y lo arrancó con cuidado; con una tijera lo recortó, de tal modo de parecer un rompe-cabezas y se lo dió al hijito, esperando que se entretuviera por un buen tiempo. Pero, a los diez minutos, el chico vuelve con el mapa armado, y con el improvisado rompe-cabezas correctamente resuelto. -¿Cómo hiciste, nene?- le pregunta el padre, admiradísimo. -Fácil, papi- le dice el nene, -como estaba muy difícil armar el mapa, di vuelta la hoja y me di cuenta que del otro lado había un cuerpo humano. Ese sí que fue facil de armar-.

Y el Viejo Pedro, cuando se lo llevó al Negro Flores a su casa, le contó la historia del mapa rompe-cabezas como quién saca una moraleja: si no podemos arreglar el mundo, vamos a tratar de arreglar a la persona, al ser humano. Charlando con Juancito al día siguiente, juntaron las piezas y llegaron a la conclusión de que el único modo de salir del impasse histórico de la dictadura de don Benito era ayudar a la propia historia, dándole un empujón para ver si las cosas se volvían un poco más fáciles.

Las primeras tres semanas para contactar cada uno de los siete grupos originales quedó a cargo del Negro Tony, que fue llevándolo a Juancito algunas veces y al Viejo Pedro otras, hasta armar un grupo de coordinación al que se sumaron, en la 5ª semana, otros tres representantes de comités de resistencia del Gran Buenos Aires. Dos semanas después llegaron dos cordobeses y un rosarino, representando otros seis grupos en total.

Ninguno de los obreros, estudiantes y villeros reunidos en esos pequeños núcleos sabía nada sobre la existencia de los otros; ni se habían visto nunca antes del golpe, a no ser en el caso del tucumano Farías, que venía de Córdoba, y en el micro de la Chevallier reconoció al Turco Muḥammad, con el que había estado preso en Catamarca, en la época del copamiento del Regimiento 17º. No se hablaron en el ómnibus, pero sí se saludaron cuando se volvieron a encontrar encima de la General Paz, yendo ambos a pie hacia la cita con Pedro Milesi.

Y tampoco se supo que alguno de los miembros de esos grupos desconectados y dispersos de la resistencia de aquella época supiera que sus organizaciones habían sido destruidas por la represión, o que se habían autodisuelto; mucho menos que todas, o casi todas, estuvieran fraccionadas o divididas en tendencias irreconciliables, la mayor parte en el exterior, y muy pocas en el interior del país.



Capítulo 2

Resumen de los acontecimientos:

Como dije antes, y según me lo relató Gregorio, que no participó en los hechos, el Negro Tony se encargó durante las primeras tres semanas de noviembre de 1983, de contactar a cada uno de los siete núcleos de la resistencia que se habían organizado entre 1977 y 1979, y fue llevándolos a Juancito y al Viejo Pedro a diversas reuniones, hasta que logró armar un grupo de coordinación. En la 5ª semana se agregaron otros tres representantes de la resistencia del Gran Buenos Aires. Y más tarde llegaron todavía un rosarino y dos cordobeses, representando a otros seis núcleos de sus ciudades.

Ninguno de los militantes reunidos en esos pequeños grupos sabía sobre los otros, ni se habían visto nunca antes del golpe. Y tampoco los miembros de esos agrupamientos desconectados y dispersos de la resistencia de aquella época sabían que sus organizaciones políticas habían sido prácticamente aniquiladas por la represión. También ignoraban que algunas se habían autodisuelto y que todas, o casi todas ellas estuvieran fraccionadas en tendencias irreconciliables, muchas en el exterior, y muy pocas dentro del país.

En realidad, y como ya había ocurrido en otras situaciones históricas semejantes, esa pequeña multitud silenciosa de militantes y simpatizantes obreros, estudiantes y villeros, estaban prácticamente igual a aquellos combatientes japoneses olvidados en las islas del Pacífico, en las que resistían porque no habían llegado ni siquiera a enterarse de que Japón había sido derrotado y que se hubiese rendido.



13ª parte

Esa era la situación de la militancia revolucionaria entre 1978 y 1982; mientras que, por otro lado, en de las entrañas de la dictadura que había surgido del más sangriento golpe de estado, la historia de lo que ocurría es bastante conocida hoy y no se admiten demasiadas discusiones: tanto el reemplazo del presidente de facto anterior —Viola, el sucesor de Videla— como el de Galtieri, derrotado en las Malvinas, fueron justificados por el "vacío de poder" que amenazaba a los militares. Era la vieja excusa que ya había sido usada antes, en los golpes cívico-militares contra los gobiernos constitucionales de Yrigoyen, Castillo, Perón, Illia e Isabelita.

Don Benito Bignone formaba parte del ala moderada del ejército que desplazó a Galtieri. Pero como se demoraba a convocar a elecciones nacionales -las que finalmente serían llamadas para el 30 de octubre de 1983- y toda su política de búsqueda de diálogo con la "Multipartidaria" se volvía lenta, a los militares del ala dura no les parecía demasiado seguro el modo con el que estaba preparando una salida electoral honrosa que preservara la unidad del ejército, y  al mismo tiempo que evitara enfrentar en la justicia las responsabilidades de la represión ilegal.

Cuando por fin, presionado por el ejército, don Benito dicta una ley de Amnistía basándose en aquella orden de Isabel Perón de 1975 de "aniquilar a la guerrilla", y por medio de un Acta Institucional se declaran muertos a todos los desaparecidos, considerando  que los represores han cumplido con "actos de servicio", esto es muy mal recibido por la sociedad. Y es entonces que Juancito, el Viejo Pedro y el Negro Tony se deciden a darle una manito a la historia.

La idea parecía bastante simple: sorprenderlo al general-presidente don Benito en el departamento de Roberta, mantenerlo guardado durante un par de días y reemplazarlo por el Viejo Pedro, que en una decisión burocrática rápida, iría a decretar la anulación de la "auto-amnistía" de los militares y producir el llamado a elecciones inmediatas. Simple. Si no resultara, porque los mandos más gorilas del ejército se sublevasen, por ejemplo, destituyéndolo al presidente, una nueva crisis se habría instalado en el seno de la dictadura, lo que aceleraría su fin, de cualquier modo.

Tomar esta decisión, según Juan y el Negro Tony, era urgente: después de Malvinas se habían difundido, como en un efecto dominó, las denuncias de graves violaciones a los derechos humanos cometidas por la represión estatal, lo que iba poniendo a todo el pueblo de cara a las evidencias de la gran tragedia ocurrida a la sombra del poder militar.
Por otro lado, se había creado una comisión con oficiales de alta jerarquía del ejército para analizar y evaluar las responsabilidades en el conflicto de Malvinas. Esta comsión escribió el llamado "Informe Rattenbach", que destaca los actos de valor de los combatientes y cuestiona la irresponsabilidad, la falta de planeamiento adecuado y los errores de la conducción militar.

Mientras tanto, argumentaba el negro Tony, en Italia empezaba el proceso contra la loggia "Propaganda Due" que involucraba a los altos mandos, de tal modo que el ciclo militar se iba cerrando en condiciones que eran totalmente negativas para la dictadura y favorables para la lucha popular por la democracia. Los ciudadanos empezaban a estar más persuadidos de sus derechos civiles y del valor de la democracia como modo de gobierno.



En lo de Roberta, mientras tanto...

Después que empezaron a hacer relevos cada veinte minutos, los muchachos de Villa las Antenas descubrieron que en la segunda esquina después de la cuadra del departamento de Roberta, había un cabo de consigna, pero vieron que no estaba allí por causa de las visitas esporádicas de don Benito a su amiga. Tal vez se tratara de la custodia de algún outro militar importante del régimen, pero sin conexión directa con el esquema de vigilancia a Bignone.

Ya les había llamado la atención que don Benito no dejara una custodia fija en el departamento de Roberta, por lo menos por el lado de afuera. En las seis semanas de chequeo no vieron nunca una guardia permanente, ni una ronda de patrulleros, a no ser cuando el general, don Benito llegaba. Solamente el portero tenía cara de policía, pero Roberta decía que no, que lo conocía bien y jamás iría a delatarlos.

El día de la acción, de madrugada, los hermanos menores de Tony pusieron un letrero en la esquina que decía  "Hombres trabajando". Por las dudas, por si acaso necesitaran demorar el tráfico de vehículos.
La planificación definitiva la hicieron en la casa de Lomas del Mirador, con Gregorio y el Viejo Pedro donde vivían Juancito y el Pelado Rafa. Pintaron con un compresor la camionetita roja que iba a ser usada en el caso de que se necesitara hacer contención. 

Mientras los compañeros de Villa las Antenas hacían estas tareas, Marcelita, peluquera de oficio y amiguísima de Manuela, le daba retoques delicados al Viejo Pedro; le teñía reflejos plateados en un pelo que iba quedando cada vez más grisáseo, le borraba las arrugas y le acentuaba las ojeras con un maquillaje suave. A cada tanto se detenía, dejaba la tintura y los pinceles de lado, y miraba detenidamente la foto de don Benito, el general-presidente, que había colocado en el borde del espejo de la cómoda. El Viejo Pedro estaba quedando bastante parecido al dictador, lo que no le hacía demasiada gracia, claro.

A las seis de la mañana siguiente, día en que Roberta esperaba la visita del viejo don Benito, finalmente salieron. Pedro Milesi, por causa de sus problemas con la vista, manejaba la chatita a una velocidad enervante, tal vez a menos de 30 km/h. Su nieta -que era azafata y rubia, siempre tenía una buena coartada con su uniforme de la Air France- lo acompañaba en el asiento delantero. Atrás iba un compañero disfrazado de ejecutivo, y el Negro Tony con uniforme de teniente de la policía federal, con una PAM de aquellas que se trababan al cuarto tiro, encima de las piernas.

Después de 35 minutos, la camioneta roja -la Coloradita, le decían- dejó el tránsito atroz de la avenida General Paz y entró en Núñez en dirección a Palermo. Diez minutos más tarde, estacionaban a 15 metros de la entrada del edificio de Roberta. La azafata rubia se quedó al volante y los otros tres se bajaron. Don Pedro Milesi, con su respetable cara de general-presidente lo saludó secamente al encargado y entró al ascensor sin mirar para atrás. El "ejecutivo" con su típica valijita 007 se quedó en la planta baja, a dos metros de la puerta de entrada, y el Negro Tony, en su papel de teniente de la policía federal, subió con el Viejo.

Cuando vio el uniforme de Tony, Roberta se sorprendió, pero los dejó entrar rápido y nadie pareció haberlos visto. Cuarenta minutos después tocó el portero eléctrico y subió la guardia del viejo. Mientras el sargento y el subteniente se distraían mirando alternadamente las curvas de Roberta, y subían y bajaban hacia el piso de arriba y el de abajo, Tony, Juan y el Viejo Pedro se escondían en la terraza del edificio, subiendo con mucho cuidado por las escaleras.

Cuando la custodia se retiró discretamente -a escasos 50 metros, uno de cada lado de la entrada del edificio, sobre las dos esquina de la cuadra- el viejo fogoso, don Benito, general-presidente, harto de su misión de último dictador, se sacaba los pantalones y el saco y quedaba en calzoncillos en la pieza de Roberta, mientras esta, con todo los cuidados del caso, abría la puerta para que entraran otra vez el negro Tony, Juancito y el Viejo Pedro.

No vamos a decir que don Benito no se sorprendió cuando irrumpieron los tres en la habitación, manteniéndola a Roberta en una posición de supuesta rehén, mientras le apuntaban con un par de pistolas y una PAM vieja y en desuso. Si se sorprendió, o si se asustó, el general-presidente lo disimuló muy bien. O tal vez el cansancio del cargo impuesto, o sus culpas de último genocida en la ardua tarea de apagar las luces de la dictadura lo ayudaron.

Con cara apática e impávido, don Benito se puso lentamente los pantalones mientras pronunciaba un sonoro y marcial -¿Puedo?- y en su íntimo pensaba que le estaba ocurriendo lo mismo que a Aramburu, pero con trece años de atraso.

El Viejo Pedro le dijo que no había ninguna intención de ejecutarlo, aunque crímenes no le faltaran en el prontuario, pero que se quedaría un par de días detenido, junto con Roberta, que seguía en su papel de víctima para evitarle cualquier sospecha sobre su complicidad con la acción que estaba sufriendo. Esto lo animó al general a tratar de negociar:

-Miren, yo estoy cansado de gobernar. Sé que Uds. fueron vencidos y están derrotados, pero van a terminar ganándonos la paz. Yo voy a tener que renunciar y llamar a elecciones, más tarde o más temprano. Les propongo ahorrarse tanto trabajo y riesgo- nadie le había contado al dictador-presidente cuál era el plan, pero el viejo no era tonto, y al verlo a Pedro Milesi vestido y maquillado a su imagen y semejanza, se imaginó que la idea era reemplazarlo y hacer alguna acción que acelerase la vuelta a la democracia. Había acertado, y a Juan y al Negro Tony se les ocurrió, sobre la marcha, hacer una variación en los planes.



14ª parte

-A las 11:10 de aquel martes 12 de abril, exactamente, un comando de unos diez improvisados combatientes, algunos de ellos que nunca habían tenido una mínima práctica militar, ni participado siquiera en la periferia de las organizaciones armadas, convergieron en el momento en que el general-presidente, don Benito bajaba a la planta baja del edificio de Roberta, acompañado por la dueña del departamento y custodiado por Juan, el Negro Tony y Laura, la azafata, que había subido quince minutos antes- me cuenta Pedro Milesi.

¿Qué ocurrió entre el momento en que don Benito fue sorprendido sin pantalones en la pieza de Roberta, y la salida de todos hacia la calle?

-Juan y el Negro Tony entraron a la habitación apuntando sus armas y haciendo de cuenta que mantenían rehén a Roberta. Don Benito, imaginándose un secuestro, pero notando el asombroso parecido físico del Viejo Pedro con su propia figura, enseguida se sospechó todo lo que el grupo planeaba, que era reemplazarlo, ocupar su lugar de algún modo y con algún objetivo preciso. Solo no entendía para qué, con qué fin- dice Roberta.

En pocos minutos, sin embargo, don Benito, el general-presidente que ya estaba harto de gobernar bajo presión doble -la de los militares, que le pedían milagros, y la que crecía en la sociedad, exigiendo democracia- resolvió patear el tablero y correr de una vez por todas el riesgo de lo que él sabía que iba a ser su destino. Era un dictador, el último de un cuarteto de asesinos -hubo cuatro juntas, que presidieron Videla,  Viola, Galtieri y Nicolaides- en una de las dictaduras más criminales de la historia; y la democracia volvería tarde o temprano a exigirles una rendición de cuentas: ¿dónde están los presos políticos y sociales desaparecidos? Y tarde o temprano él y sus antecesores irían a pagar con la cárcel todos sus crímenes. No servía de nada querer parar el tiempo, pensó el general-presidente y tomó su decisión.

Pero en los tres o cuatro minutos que demoró para explicar su propuesta, don Benito y Roberta se olvidaron de algo simple, pero muy importante: bajar las persianas hasta la mitad de la ventana para avisar a la custodia personal del general que estaba todo bien y que podían subir a buscarlo sin problemas.

Lo que ocurrió entonces, pocos minutos después, fue una escena digna de una película de ficción: los militantes, activistas sindicales y barriales en su mayoria, sin experiência militar, junto con algunos ex guerrilleros de un lado, y el duo de militares del ejército encargados de la custodia del general-presidente, al que se había sumado un agente de la policía federal, estaban en un círculo doble, unos apuntando sus armas hacia los otros. En meio de todo, en el centro del doble círculo, nada menos que el presidente de facto, el último personero de la dictadura más feroz y letal que conoció el país, y un par de militantes tratando de negociar y resolver la situación.

-Yo tenía una PAM. El compañero José Parrada -el Catalán- que había llegado en el primer coche vestido de ejecutivo, estaba armado con una ametralladora Uzi israrelí de 9 milímetros. Todos los otros habíamos bajado con el general en un único ascensor, después de haber llegado a un acuerdo. Al alcanzar la puerta del edificio, vemos que estaciona en frente una patrulla del ejército de la que se bajan los dos custodios del general-presidente y el agente de la policía federal- contaba el Negro Tony, algunos años más tarde.

-Apenas llegaron a la puerta, notaron algo diferente al ver a su jefe con tres extraños y a Roberta separada del general. Nosotros estábamos alrededor del general-presidente, y sus custodios y el agente recién llegados, alrededor nuestro. Era un cerco dentro de otro cerco; pero todavía había otro, el de nuestros compañeros del segundo auto, el de la contención, que estaban apuntando directo hacia el cerco del cerco- agrega el Viejo Pedro.

Pasados algunos años, Tony me contaba que había tenido tiempo y entereza de decirle en voz baja al general: -Mire Don Benito, acá va a morir mucha gente. Sus hombres nos están cercando. Pero nuestros compañeros ya los cercaron a ellos.

Entonces, el general levantó la voz, dirigiéndose a sus custodios:

-¡No! bajen las armas! Son colegas del GT de San Justo, gente del Comando de Organización. Trabajan para nosotros- cuenta Juan, todavía sin poder creer lo que vivió en aquel momento.

-Empezamos a retroceder despacio, pero siempre apuntándoles nuestras armas; y ellos, los militares y el policía federal hicieron exactamente igual- sigue su relato Juan.

-El capitán Ledezma nos va a compañar hasta la Casa Rosada- dijo don Benito Bignone, señalándolo al Negro Tony, que estaba impecable en su uniforme de federal, según me cuenta Pedro.

-Yo fui el último que entró en el patrullero del ejército; los dos custodios en el asiento delantero y yo me senté atrás, con el general– cuenta Tony, que  dice que el auto salió en disparada, seguido por el Peugeot y por la camioneta roja de la contención. A menos de diez metros, un segundo Ford Falcon del ejército que nadie había visto hasta ese momento, se sumó de improviso, para cerrar la comitiva.

Cuando la extraña caravana ya estaba transitando por Leandro Além, a escasos trescientos metros de la Casa Rosada, la camioneta roja y el Peugeot se separaron bruscamente del grupo a la altura del cruce con Sarmiento y salieron, una hacia la derecha, mientras el otro coche se volvía en sentido contrario. El Ford Falcon con los tres militares optó por perseguir a la camioneta, primero discretamente  por las calles del centro, hasta que por fin la perdieron de vista. Minutos después, volvieron a encontrarla, pero al llegar al cruce de las vías de Retiro, exactamente medio minuto antes del paso de una locomotora, los militantes que habían dado apoyo a toda la operación guerrillera aceleraron y arrojaron dos granadas contra el vehículo de los militares, dándose el tiempo suficiente para aumentar la distancia y poder huir en unos pocos minutos.


La triste historia de don Benito. Final

El genocidio es considerado un delito internacional que incluye "cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal".

Son actos que comprenden la "matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros de un grupo, el sometimiento intencional del mismo a condiciones de existencia que vayan a acarrear su destrucción física, total o parcial, con medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo, con traslado por la fuerza de niños del grupo a algún otro grupo".

El concepto de genocidio fue definido por primera vez por el jurista judío polaco Raphael Lemkin, que en 1939 había huido de la persecución nazi y hallado asilo político en los Estados Unidos.


“En Argentina hubo un genocidio que buscó la destrucción de la identidad de una sociedad".

El sociólogo Daniel Feierstein, que es un especialista en temas sobre genocidio y director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Buenos Aires, dice en su libro “Memorias y representaciones sobre la elaboración del genocidio”, resultado de dos décadas de investigación sobre el asunto:

"¿Por qué los hechos ocurridos durante la última dictadura militar constituyen un genocidio?

Rafael Lemkin desarrolla el concepto de genocidio en un libro que escribe en 1943 y se publica al año siguiente, mientras se desarrolla el nazismo; plantea que el genocidio se define como la destrucción de la identidad de un pueblo, de una sociedad. El eje del genocidio es la destrucción de la identidade, y esa destrucción se vincula a la opresión. Lo que dice Lemkin es que lo que se busca con el genocidio es eliminar, transformar la identidad del grupo oprimido e imponer la identidad del grupo opresor. “No hay ninguna duda que en el caso argentino lo que se buscó fue transformar la identidad del pueblo".
Última parte

La derrota en el conflicto bélico de las Malvinas dejó que saliera a la superficie, de un modo más intenso, el tema de los desaparecidos políticos. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos intensificaron sus campañas desde el fin de la guerra y a lo largo de todo el año de 1982.

Don Benito Bignone, mientras tanto, trataba de negociar con la Multipartidaria, que había sido formada por Ricardo Balbín, el jefe histórico del radicalismo, un poco antes de su muerte, a mediados de 1981, para negociar con el dictador-presidente anterior, el general Viola.

El 5 de diciembre de 1982, Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz de 1980, lideró una imponente  marcha contra la autoamnistía que planeaba el gobierno. Ese mismo día, la CGT llamó a una huelga general, y el 16 de diciembre la Multipartidaria movilizó a unas 100 mil personas en la Capital Federal, produciéndose una represión brutal en la que termina muerto, asesinado de un tiro, el joven peronista Dalmiro Flores.

Varios países europeos reclamaban, mientras tanto, por la vida de muchos ciudadanos descendientes de familias italianas, españolas, francesas y alemanas que formaban parte de las largas listas de los presos desaparecidos.

En 1983 las marchas de denuncias y reclamos se repetían por todo el país. En el mes de agosto, la organización de las "Abuelas de Plaza de Mayo" se sumaba a las "Madres de Plaza de Mayo". En septiembre el gobierno militar decretó por fin su elaborada autoamnistía, a la que llamó la "Ley de Pacificación Nacional".

Como le diría una década después Tristán Bauer al director de la Librería Española e Hispanoamericana -al presentar su película "Iluminados por el Fuego" en el Memorial da América Latina de São Paulo-, el año de 1983 fue decisivo para todos los argentinos porque fue entonces que terminó la última dictadura militar y empezó el período más largo de democracia moderna que conoce el país.

Don Benito, más conocido por sus compatriotas como el general-presidente Reynaldo Bignone, salió del coche de su escolta personal, ladeado por el Negro Tony en su disfraz de sargento de la policía federal.

Su joven amante -o ex-amante, a esa altura- la linda treintañera Roberta, fingiendo, para consumo del general, estar siendo amenazada por la azafata de uniforme azul, aparentando calma se acerca a don Bignone y le dice:

-Por favor, hacé todo tal como lo arreglamos en el departamento; tengo mucho miedo, Benito- y el viejo general, cansado de guerra, decide hacer con total exactitud lo que él mismo ya le había propuesto al grupo de revolucionarios que lo secuestrara de un modo tan insólito y original.

-Señores y señoras, seré muy breve. El gobierno del proceso de Reconstrucción Nacional que presido, ha decidido llamar, de un modo irrevocable, a comicios nacionales, en acuerdo con los partidos políticos, para el próximo dia 30 de octubre. Buenas noches-. Y con estas palabras en la Red Nacional Azul y Blanca de radio y televisión, el general Benito Bignone pasaba por encima de sus compañeros de armas y largaba el poder político en nombre del ejército, pensando librarse así del juicio de la historia.

El 30 de octubre de 1983 finalmente hubo elecciones, en las que ganó Alfonsín,  el candidato de la Unión Cívica Radical, con  52% de los votos.


Juan, el Negro Tony, el Viejo Pedro y la azafata del vestido azul, se fueron con Roberta y Manuelita a festejar a la casa de los amigos de Villa las Antenas.

Benito, el último general-presidente, se fue a casa. Necesitaba contarle a doña Ana por qué había decidido hacer lo que hizo. Y doña Ana se quedo feliz, porque el general-presidente durmió tranquilo esa noche, pensando que había hecho lo mejor, y que así se salvaría el pellejo a la vuelta de la democracia. Lo que era completamente inevitable, doña Ana .

Pero, una vez formado el nuevo Congreso Nacional en noviembre y con la asunción de Alfonsín a la presidencia el 10 de diciembre, Bignone fue juzgado por el tribunal convocado para dictaminar la responsabilidad de todas las juntas militares de 1976 a 1983.

Fue culpado de secuestros, torturas y asesinatos cometidos durante su comandancia del campo de concentración de Campo de Mayo, pero antes de dictarse la condena fue liberado por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en 1986. Igualmente fue juzgado por la destrucción de documentos de la represión antes de terminar su último gobierno de facto, y permaneció detenido desde julio de 1989 hasta que fue indultado por Menem en octubre de ese año.

En 1999, tras reabrirse las causas por secuestro de menores, Bignone fue puesto de nuevo a disposición de la justicia. Por su avanzada edad, recibió el beneficio del arresto domiciliario.

Una década más tarde, en 2009, se anunció el inicio del juicio oral en contra de Benito Bignone, por el secuestro, tortura y desaparición de médicos, enfermeros, y empleados del Hospital Posadas, de El Palomar, en la provincia de Buenos Aires.

En abril de 2010, a los 82 años, Bignone fue condenado a 25 años de prisión como coautor responsable de 56 casos de allanamientos ilegales, robo agravado, privación ilegítima de la libertad e imposición de tormentos en el centro de torturas y exterminio que funcionó en el complejo militar de Campo de Mayo. Y además, los iría a cumplir en cárcel común.

En su defensa, el general Benito R. Bignone usó las mismas expresiones con las que ya habían tratado de defenderse antes otros oficiales partidarios de la última dictadura militar argentina:

"35 años más tarde, quienes se atribuyen ser herederos de los principios y doctrinas se arrogan el derecho de pretender hacer justicia vulnerando los más claros postulados de la justicia penal para juzgar y condenar a quienes nos tocó cumplir con aquellos claros propósitos."

Además, justificó la represión ilegal contra los partidos y grupos guerrilleros de izquierda por medio del terrorismo de estado, argumentando que:

"La lucha contra el terrorismo en los años 60 y en los 70 se trató de una guerra contra integrantes de grupos subversivos que no eran ni demasiado jóvenes ni idealistas", ..."su ideal era la toma del poder por la fuerza subversiva".

"Se nos tilda de genocidas y represores. Lo de genocida no resiste el menor análisis, lo ocurrido en nuestro país no se adapta a lo más mínimo al concepto internacional de genocidio"..."Acá no hubo más de 8 mil desaparecidos, cifra que no es superior a las cifras de la inseguridad actual".

"Se machaca con que hay 30 mil desaparecidos. Jamás se mostró la veracidad de esta cifra. No niego que la desaparición de personas sea delito en paz, en tiempos de guerra tiene otra clasificación. Nunca se demostró que en 10 años de guerra fueron más de ocho mil. Se baraja la cifra de bebés desaparecidos; resulta sensible e impactante. Pero de esas desapariciones ninguna figura el poder militar. En todos los casos son dichos por terceros".

Pero a pesar de todas sus largas argumentaciones, en abril de 2011, Bignone fue condenado a la pena de reclusión perpetua, con cumplimiento en cárcel común, por delitos de lesa humanidad.

En marzo de 2013, el tribunal entendió que el último dictador era responsable por crímenes de lesa humanidad  también por los casos de su responsabilidade en Campo de Mayo.
Finalmente fue condenado a cadena perpetua por causa de los secuestros, torturas y desapariciones ocurridas en el centro clandestino que funcionó en aquel que fuera el mayor cuartel militar y el centro neurálgico de las atividades del ejército en el país.

Terminaba así el período más negro de la historia del país, que había empezado con el Operativo Independencia ordenado por Isabel Perón en febrero de 1975 para ser lanzado como globo de ensayo en Tucumán, y que las sucesivas juntas militares perfeccionaron hasta llegar al golpe de 1976 y a la guerra sucia contra las organizaciones obreras y populares, los partidos de izquierda y los grupos guerrilleros, con el aval inicial de los EEUU, según ellos, como el único modo de terminar con la "amenaza del comunismo".

Era el fin de la triste historia de don Benito, el último dictador, y de toda una época; pero también era el comienzo de otra, azarosa pero cada vez más firme en el camino de la democracia y las libertades.

Fin


Javier Villanueva. São Paulo, original de 22 de mayo de 1989.