segunda-feira, 31 de dezembro de 2012

O primeiro beijo do Pepito **



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O primeiro beijo do Pepito **

Pepito não tinha aprendido a beijar até os 33 ou 34 anos. Foi o que ele me disse, e não sei se era verdade, mas na época ele já tinha estado casado e criava dois filhos.

E nadinha de aprender a beijar.
O meu amigo só soube o que eram beijos - molhados, de língua, suaves e levemente doces-  depois que aprendeu a desejar apenas uma única mulher.

Não foi fácil - me conta Pepito- mas aprendeu direitinho, apenas num par de anos e pronto. E já não parou mais de beijar.

Acontece que até então ele só tinha beijado - rapidamente e sem muita vontade- umas quantas bocas rebeldes, insurretas. Tão revoltosas e insurgentes eram as bocas que o Pepito tinha se acostumado a beijar, que acabaram fugindo todas, uma atrás da outra, e nem a lembrança ficou. 
Ele só soube me dizer que o beijo das mapuches e diaguitas era mais rápido e sem compromisso ainda que o das tehuelches. E nada mais.

O primeiro beijo de verdade do Pepito, então, foi depois dos seus 33 ou 34 anos. E nessa ocasião também começou a aprender, devagarzinho, a desejar todos os dias a mesma mulher. Ficou sabendo, aos poucos, que  é necessário seguir alguns passos simples, como colocar o trabalho em terceiro ou quarto lugar na vida e, bem no meio das preocupações, o cuidado criterioso das galinhas e dos cachorros. 

Segundo me disse, é importante deixar o dinheiro em quinto ou sexto, as pequenas delicias do cotidiano em segundo, e a família em terceiro lugar. E além do mais, é urgente promover diversas ações revolucionarias, como por exemplo encerrar a conta no banco e mandar à merda o gerente, usar sempre os mesmos sapatos, comer mexericas ao pé de uma planta própria, e sobretudo, dar um valor decisivo à preguiça, ao ócio criativo.

Mas é fundamental, em primeiro lugar, e se você quer beijar bem e gostoso, manter sempre uma sadia obsessão pelas curvas vertiginosas da mesma mulher, concentrar-se nas pernas longas e as nádegas arredondadas; pensar alternativamente em triângulos isósceles e seios mornos e pequenos, mas não tanto,  seios justos, justo do tamanho da mão do beijoqueiro.

A receita é simples, insiste em me contar o Pepito: para aprender a beijar de língua, numa boca úmida e rebelde, e manter-se fiel na busca das velhas Utopias, a fórmula é essa; os ingredientes são ao gosto do sonhador. 
E ainda repete: aplique-se com uma certa moderação entre os 30 e os 40 anos, com obstinação entre os 50 e os 60, com fervor, determinação, dedicação e muita precisão daí em diante.

Beijar bem e desejar todos os dias a mesma mulher é fácil. 
E esse pode ser também um bom começo de 2013!

Javier Villanueva. São Paulo, no último dia do ano que não acabou.



segunda-feira, 17 de dezembro de 2012

La venganza de los Mayas. Completo.

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Lea la 1ª parte:
http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2012/12/la-venganza-de-los-mayas.html?spref=fb


La venganza de los Mayas. 
2ª parte

Mientras transcurrían las últimas 48 horas antes del fin del mundo -que la mayoría pensaba haber interpretado de los mayas que ocurriría en la fecha del 21 de diciembre de 2012- los grupos de acción directa comandados por Jorgito, Milesi y el Indio tomaban 14 batallones de la policía militar y seis bancos de los que recogían más de dos millones de reales.

 

— La predicción maya del fin del mundo ha sido un error histórico de interpretación- escucho que dice en la GloboNews el arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, Orlando Casares, que explicó que la medición temporal de esta antigua cultura era basada em la observación de los astros. –Ellos se fijaban en los movimientos cíclicos del sol, la luna o venus, y de la misma forma medían sus eras, que tenían un principio y un final.

— Para los mayas no existía la concepción del fin del mundo, por su visión cíclica- me cuenta Jorge mientras termina de empaquetar las molos con las que tendríamos que detener a los militares en las calles y avenidas cercanas, en caso de querer acercarse a los centros recuperados- y aclara: 

— La era toda cuenta con 5.125 días, y cuando esta se termina, comienza otra nueva, lo que no significa que durante ese momento vayan a ocurrir grandes catástrofes; simplemente los hechos cotidianos, que pueden ser buenos o malos, pueden volver a repetirse-.

 

— El año de los mayas se dividía entre un calendario de 365 días, llamado Haab, que medía las tareas cotidianas -la agricultura, las ceremonias caseras o domésticas-. Pero por otra parte también había otro menor, de 260 días, que regía la vida ritual, llamado el Tzolkin. La mezcla de ambos calendarios permitía que los ciudadanos se organizasen. De este modo, por ejemplo, el agricultor podía salir a sembrar, pero sabía que tenía que preparar también las festividades de sus dioses, o sea: no podía separar lo religioso de lo cotidiano- cuenta Jorgito y me entrega dos bolsas llenas de molos.

 

Ambos calendarios formaban la Rueda Calendárica, con un ciclo de 52 años, que era el tiempo que los dos tardaban en coincidir en un mismo día. Para hacer el cálculo de períodos más largos usaban la Cuenta Larga, que era dividida en varias unidades de tiempo. La más importante era el "baktun", un período de 144.000 días; en la mayoría de las ciudades 13 "baktunes" formaban una era y, según sus cálculos, el 22 de diciembre de 2012 –o sea, mañana, agrega Jorgito- terminará la presente.

 

Mientras tanto, los comandos populares dirigidos por Jorgito, el Viejo Pedro y el Indio seguían acumulando éxitos en cada acción. Y ya estaban cercando el aeropuerto de Congonhas cuando se sintió un enorme temblor.

Las luces del hall se volvieron mortecinas; se prendieron y apagaron unas cuatro o cinco veces, mientras un viento feroz, extemporáneo, violento y helado sacudía desde el sur todos los árboles de la ciudad de São Paulo, en pleno 21 de diciembre, casi a las vísperas de la Navidad de 2012.

 

La tierra se abrió debajo de los pies de Jorgito, y de golpe todo se puso oscuro. Abrió los ojos, todavía aferrado a la Uzi en la mano derecha y con una de las bolsas de molos en la otra, y sin tiempo de sentir miedo. Estaba delante de una especie de hall subterráneo, quizá a muchos metros debajo de la superficie. Un hombrecito muy viejo barría con una escoba de pichana una pila enorme, descomunal, de basura y escombros. Jorge se asomó a una entrada en la que se escondía una cueva oscura, de la que salían ruidos y gritos, llantos y maldiciones.

 

El Maligno vive en los diversos lugares de la tentación, en medio del  juego y del placer desmedido, pensó Jorgito. Miró hacia adentro de la caverna y se animó a andar unos metros. Cuando los ojos se le acostumbraron a la semipenumbra pudo ver algunas figuras conocidas.

En medio de las llamas más altas y antiguas ardían los cuerpos envejecidos y enfermos de varios dictadores, todavía con sus uniformes y medallas relucientes: Franco, Pinochet y Videla se destacaban del conjunto, pero sin esforzarse mucho, Jorgito pudo contar otros doce o quince milicos, todos ardiendo y aullando de dolor eterno.

 

El Supay –alto y orgulloso de su papel central- parecía estar dirigiendo la parte más lúdica de la reunión en la salamanca, y conversaba con sus súbditos más cercanos, los sapos, víboras, duendes y otros desdichados que le vendieron su alma a cambio de alguna gracia terrena. En el fondo del primer gran salón, poco antes de las fogatas en que ardían los tiranos, pasaban brujas, almas condenadas, y demonios de otros infiernos. Jorge se agacha y se encoge para no ser visto, ahora sí, un tanto asustado; ve que al entrar a la cueva los condenados le besan las ancas a un carnero y luego se entregan a la farra. 

De lejos ya puede oírse el estruendo de la música y las locas carcajadas de los condenados, que van a estar varios días sin dormir y ni se les va a notar el cansancio.

Además, dice Jorgito que le contaba don Andrés Chazarreta, los de la primera sala son los agraciados por el Supay con alguna virtud en el arte de los instrumentos, o con la capacidad del canto, o la oratoria, y esto se lo había confirmado muchos años atrás Israel Vilhas, que era un virtuoso de la palabra. Y debe ser verdad, porque mi abuelo Samuel decía que conoció un obrero ferroviario que lo había besado al carnero en una zanja de La Quebradita de Tafí del Valle, que después de eso, casi no envejecía.

— Es que los ardides del Supay para lograr sus objetivos son infinitos- nos cuenta Jorge -desde aparecerse como un niñito ingenuo, o incluso en la figura de una mujer linda y  tentadora, así pone al alcance de los incautos y descreídos todas sus artimañas.

 

Pero no tuvo coraje Jorgito para seguir espiando las farras del Mandinga, ni estómago suficiente para presenciar los tormentos de Videla, Franco y Pinochet, ardiendo en el fuego eterno. Le dio las espaldas y salió, no sin antes encontrarse con decenas de comandantes de la policía militar y centenas de narcotraficantes, capitalistas salvajes, ambiciosos y sin escrúpulos. 

Bajó por otra entrada que encontró a unos pocos metros de la primera, ya que no veía nada que lo llevase hacia arriba, a la superficie de la tierra. Y después de un largo andar en las penumbras, se vio adelante de otro círculo de lo que después vino a saber que era nada menos que el infierno de los muertos.

 

La entrada de este segundo círculo estaba tapado, como el primero, por una montaña descomunal de escombros, en la que dos viejitas se esmeraban por separar las partes reciclables de lo que podría llamarse basura; plásticos, cajas, latas, cartones y botellas se acumulaban del otro lado de la cueva, más iluminada y fresca que la anterior, lo que le permitió a Jorgito avanzar casi veinte metros antes que un calor húmedo y sofocante lo parara de golpe. 

En una especie de trono, una silla alta de esas de las antiguas cátedras universitarias, un señor con más de noventa años, pelo blanco ondulado y gruesos bigotes, dictaba largas y ponderadas sentencias:

 

— Balzac, el de La Comedia Humana,  decía que el novelista es un historiador privado que hurga en la vida cotidiana de las naciones. Quiere decir que, mientras los historiadores narran la gran Historia, con H mayúscula, sus batallas, gobiernos, y personajes notables, el novelista remueve la memoria privada, los hechos y costumbres de los innúmeros personajes menores que la pueblan y la construyen. 

Nuestro compañero Villanueva parece ser un historiador de cosas más bien pequeñas, y a veces el personaje narrador de la historia -o los varios que la cuentan, mirando a través de sus “ventanas”- es un tanto autobiográfico. Villanueva y su narrador se asoman en varias partes del relato, contando el pasado como una realidad vivida, o como una ficción literaria, hecha de la misma materia fantástica con la que se fabrica un sueño y su hermana malvada, la pesadilla. Su historia es un entrecruzar de diversos discursos y de miradas variadas, relatada por los abuelos y los tíos, por los compañeros, políticos y guerrilleros, y a veces por sus hijos, hermanos y primos. Ellos transparentan el interior, lo privado y cotidiano con lo exterior, lo público; cruzan lo real y lo imaginario, la conciencia y lo emotivo; el amor y la fatalidad del desamor con la decisión firme y tenaz del héroe que no sabe que lo es; o se cree, incluso, un antihéroe. 

A veces parece que nuestro compañero ve que con la memoria puede iluminar un determinado momento con más fuerza que a través de la reconstrucción histórica, pintando en detalles “la morada vital” –como diría Camilo Cela- de un pueblo en un instante dado, algo que le es exclusivo e especial, distinto de cualquier otro tiempo, sitio o comunidad-escucha Jorge y la voz del viejo le parece conocida.

Se acerca más, y de a poco reconoce la voz; hay un timbre especial en la falsedad y la traición, la pusilanimidad del que tuvo miedo y engañó a sus compañeros para salvarse; Israel Vilhas hace su discurso y se relame los bigotes, feliz de contar con una audiencia de pequeños condenados al purgatorio de los intelectuales.

 

Jorgito, harto de los devaneos literarios de Israel, no logra contenerse y sale de su escondrijo detrás de las paredes de piedra de la caverna y lo increpa al viejo:

 

—Veo que la estás pagando…pero no te voy a juzgar ahora, después de tantos años; no tendría sentido; además te zafarías diciendo que lo que hiciste eran “pecadillos de juventud”, ¿no?

—Tiene Ud. razón, no acepto que nadie me condene— le dice Vilhas, sonriéndose irónico, acordándose tal vez de la sutil satisfacción de saberse buscado, querido, respetado, y de ser el causante de la preocupación de tantos amigos y camaradas, a los que había dejado sin noticias, creyéndolo secuestrado, desaparecido y muerto. Pero su tono quejoso le dice a Jorge que sintió remordimiento, un profundo sentimiento cristiano y judaico de culpa, de vergüenza por haber huido y largarnos a todos.

—Pero igual le agradezco su comprensión, Jorge— casi murmuró, avergonzado, Vilhas, todavía sin reconocer en Jorgito al revolucionario, valiente e íntegro, que nunca le podría perdonar la traición y la fuga.

 

Y de pronto apareció otra vez el Supay, y se acordó el Viejo que no se había presentado todavía: —Israel Vilhas, encantado— hizo un gesto elegante y mundano el Viejo Vilhas.

—Y yo soy el Demonio, mucho gusto— cuenta Jorge que con un rugido le arrebató el Malo la presentación al Viejo. 

—Ya nos conocemos, lo vi a Ud. escondido, espiándome atrás del galpón de un kibutz, cuando me fui de Buenos Aires, en el  76, ¿se acuerda?— le dijo Israel al diablo.

—Pero, señor Mandinga, ¿podría decirme por qué estoy acá? ¿no le interesa mi alma? Si se trata de hacer un trueque, le cuento que lo único que quiero es el amor de la mujer que me enloquece hace años. Se llama Vivi— baja la mirada el Viejo, púdico, y el hedor a azufre se filtra por debajo de las piedras de la caverna.

—Sí, sí, Vilhas, ya lo sé, Vivi...Vivi, linda mina, ché, medio parecida a Sofía Loren, ¿no? Dientes blancos, fuertes... dientes y músculos, como diría Caetano. Me acuerdo, pero a esa chica se la entregué hace un buen tiempo a otro intelectual, que también se dedicó a la política en la misma época que Ud. El Pelado Rafa, ¿lo recuerda? sólo que él era un hombre de acción, decidido y viril, un verdadero revolucionario; el Rafa murió hace poco en el mar, en una lancha, ¿sabía?— el diablo lo entristece y lo sorprende a Israel con la noticia. 

—Pero, aunque su rival se murió, Vivi sigue enamorada de él, ¿sabe?, y por eso no lo quiere a Ud. Lo lamento mucho— terminó el Mandinga, dejándolo mudo, triste y en el declive definitivo rumbo a la muerte al viejo escritor, al político tránsfuga de su propia clase social, que se arrepintió, tal vez por humano temor, por un terror exagerado, por decepción o por simple cansancio, y huyó de nuevo; pero esta vez sus pasos iban hacia la jubilación, el destierro de la vejez, el piyama y las pantuflas, el exilio de la decrepitud y la muerte solitaria.

 

—Claro, sí, entiendo— repetía, cabizbajo y abatido, ya girando lentamente sobre sus talones para perderse en la oscuridad del segundo círculo del infierno, el viejo Vilhas- cuenta Jorge y se entristece al recordar que el peligroso intelectual de los años sesenta y principio de los setenta se asustaría tanto que huiría un buen día sin ofrecer combate, cambiaría de país y de vida, decepcionando a muchos, dejando en el estupor absoluto a varios de sus camaradas más próximos, al Yuyo, al Caballo Augusto, a Agustín y Javier, y al mismo Rafa.

 

Pero pronto se olvida Jorgito del Viejo Vilhas y su pusilanimidad, y avanza a tientas hacia el tercer círculo de los infiernos. Y otra vez se topa con la montaña de escombros y basuras. Una entrada más estrecha esta vez, menos iluminada, pero sin tanto calor. Avanza y empieza a sentir frío, por primera vez desde el temblor que anunció el tan esperado Fin del Mundo de los mayas, y que lo había arrojado en las profundidades de los círculos dantescos. 

Era el tercer círculo, el de los mentirosos y los falsarios más peligrosos. El de los traidores de grueso calibre. Y allí los vio a Palmiro Togliatti y a dos o tres de sus jefes partisanos, congelados para toda la eternidad por haber entregado los sueños de casi 300 mil guerrilleros que vencieron a los nazis que habían invadido su patria, Italia. Congelados hasta la cintura y picoteados por pájaros del pecho para arriba, los viejos comunistas italianos pagaban sus traiciones al pueblo que tanto había confiado en ellos.

Cien o doscientos metros más al fondo, pero todavía en el tercer círculo, vio Jorgito la cabeza grande, los hombros fuertes de campesino de José Stalin. Solo la cabeza y los hombros, porque el resto del cuerpo había desaparecido, comido por las aves negras que no paraban de revolotear a su alrededor, desde 1953. Y también vio Jorge a varios jefes del PCE, los estalinistas españoles que desarmaron a los combatientes del POUM y asesinaron a Andrés Nin.

 

Nuevo temblor y más oscuridad: Jorgito se arrastra por los túneles del tercer círculo de los infiernos y sale, casi reptando, a un claro, a pocos metros de la montaña y debajo de enormes árboles.

Se fija mejor y nota que está en Córdoba, en el Paseo Sobremonte, a menos de tres cuadras de las oficinas de Vialidad. Ve una especie de escenario como de cartones o placas superpuestas; se le nubla la vista, pero distingue en el primer plano, un paisaje tropical: árboles frondosos y montes. 

Un poco hacia atrás, en un segundo plano, un claro en la selva: troncos secos, restos de fuego y gente muy pobre, tirada sobre la tierra polvorienta y pisada; reconoce el escenario triste de la derrota paraguaya de Cerro Corá.

Solano López y Felipe Varela descansan y conversan a la sombra de un árbol quemado; Liborio Justo y Severino Di Giovani discuten a unos pasos de allí. Luis Carlos Prestes y Lamarca lo escuchan atentamente a Garibaldi. Los paraguayos se pasean hablando en guaraní, con sus enormes termos con tereré. A los uruguayos de Artigas se los ve reunidos, con muchos niños a su alrededor, sin largar el mate y la yerba. 

Más cerca de la entrada principal de la caverna, el Chacho Rubio y el Pelado Rafa lo miran raro a Jorgito, con benevolencia o simpatía, no logra distinguirlo, pero le hacen unas señas que él no entiende y trata de acercarse un poco más.

 

Se levanta de pronto un viento glacial, pero Jorgito ya puede escucharlos: 

 

—No tengás miedo Jorge, es la ley de la vida— dice el Rafa. Carlitos Fressie está un poco más atrás, se acerca y le habla: 

—Es así que son las cosas, nomás; preparáte para el viaje, hermano—. En el centro de la escena se aparece el Diablo, semidesnudo a pesar de la nieve rala que empieza a caer en el Paseo Sobremonte, que de pronto ya no está más en Córdoba, sino al lado de la bahía, en la costa de San Julián.

 

Y el frío patagónico no lo conmueve al Malo, que se ríe y lo provoca al Jorge:  

¿Y? ¿Ya preparaste la valija? ¿Vamos a empezar el largo viaje?—.

 

Pero los camaradas, héroes de la juventud del Jorgito -que se han mantenido fuertes y saludables porque murieron cuando eran todavía muy jóvenes, y tal vez lo entienden y respetan aún más ahora, que ya es un viejo- junto con Prestes, Lamarca y Severino de Giovani, lo despiden, y le dan coraje; lo saludan con cariño y le dicen que se cuide para no confundirse. Que no vaya a perderse por los caminos enmarañados del Demonio.  

La profecía de los mayas por fin se cumplió, 29 horas y media más tarde que lo que había sido prevista. Jorgito tenía razón nomás.


FIN
J.V. São Paulo, 18 de diciembre de 2012.

Lea más en: "Crônicas de Utopias e Amores, de Demônios e Heróis da Pátria" J.V. São Paulo, 2006.

terça-feira, 11 de dezembro de 2012

La venganza de los Mayas






La venganza de los Mayas.
1ª parte.

   
Hacía rato que se había dado cuenta. En realidad, lo había notado unas pocas semanas después de llegar de Foz de Iguazú, cuando salió de Argentina y se exilió en São Paulo.
Al principio había tenido vergüenza de comentarlo con los pocos argentinos del exilio con los que se había vinculado, todos preocupados con la idas y venidas a la Curia metropolitana, o al palacio del Dops en el parque Dom Pedro, donde iban a retirar las visas provisorias cada tres meses, intercaladas con los viajes semestrales al Paraguay para sellar la entrada al país que nos acogía con tanto cariño.

No se lo había contado a nadie, pero Juancito sabía que el cálculo de los españoles e ingleses –los que primero se habían preocupado con las profesías de los mayas- estaba equivocado. El fin del mundo no sería el 21 de diciembre de 2012, sino exactamente un día y 19 horas después de lo que siempre se interpretara entre los entendidos.

Los mayas, antes de su misteriosa desaparición como civilización mesoamericana, habían usado un sistema de numeración vigesimal que incluía el concepto del cero.  El sistema se basaba en puntos y barras: un punto representaba una unidad y una barra representaba cinco unidades. 
A este sistema de puntos y barras, parecido al que usamos hoy en día en las computadoras -1 y 0- se lo llama un sistema binario.  Usando diferentes posiciones del uno y del cero, los mayas hacían cálculos complejos, incluso varias operaciones astronómicas, que computaron con bastante precisión. Los primeros astrónomos españoles e ingleses que lo estudiaron quedaron fascinados.

La culpa del error que Juancito  había descubierto, si es que así puede llamárselo -un error-, fue en realidad de los europeos: en los años de 1600, el calendario gregoriano había rehecho las cuentas de la historia de la humanidad a partir del nacimiento de Cristo.
Pero este calendario también muestra otras polémicas y discrepancias. En 527,  Dionisio el Exiguo calculó que el nacimiento de Cristo había ocurrido el 25 de diciembre de 754, después de la fundación de Roma pero, como se sabe hoy, se equivocó por cuatro años. Sus cálculos, sin embargo, fueron aceptados a pesar de que se suponía que estaban equivocados, por lo menos en cuatro años en relación a la fecha exacta del nacimiento de Cristo.

Más tarde –según me contaba Juancito- en el siglo VII, el papa Bonifacio IV definió lo que ahora se llama la Era Cristiana, que es un concepto adoptado en todo el mundo occidental. Carlomagno usó este calendario oficialmente, y España empezó a utilizarlo en sus documentos hasta el siglo XIV. De esta forma fue que se dividió la historia en dos periodos: a.C y d.C -antes y después de Cristo- nacido en el llamado “año uno”.

-En el año de 46 a. de C. Julio César terminó con el calendario lunar e implantó el uso del calendario Juliano, un calendario solar que establecía la duración del año en 365,25 días, y contenía meses de 30 y 31 días, excepto febrero que tenía 28 días y 29 en los años bisiestos- me dice Javier que le contaba Juancito en los primeros años de su exilio en São Paulo.
-Pero el astrónomo encargado de calcular la duración del año se pasó 11 minutos y 14 segundos- aclara Juancito con una sonrisa de triunfo. 

-En aquel momento, el error no tuvo ninguna importancia, pero a mediados del siglo XVI el calendario ya llevaba acumulados 10 días de adelanto en relación a las estaciones naturales del año. Por ese motivo, en 1582, el papa Gregorio XIII ordenó que se revisara el calendario, que pasó a ser conocido entonces como gregoriano, y ese año se suprimieron los días comprendidos entre el 5 y el 15 de octubre- agrega.

Uno de los grandes errores con origen en ese embrollo gregoriano, es lo que  hoy sabemos como una verdad a medias: que Cervantes y Shakespeare murieron exactamente el mismo día. Esto no es más que una media mentira. Cervantes murió el 23 de abril de 1616, según el calendario gregoriano, vigente ya en España. Shakespeare también falleció, es cierto, el 23 de abril, pero del calendario juliano (fecha que corresponde al 3 de mayo en el gregoriano), que en aquella época era el que regía todavía en Inglaterra. Es decir, diez días más tarde.

Juancito me decía además, que en realidad no existió un año cero, ya que el año empieza a las 12 de la noche del fin del año anterior, y termina a las 12 de la noche del fin de año del año 1. Pero este año no puede contarse como 1 sino tan sólo al final; es decir, sólo puede registrarse como el año 1 de la Era Cristiana en el momento en que este se cumple. Ocurre lo mismo que con la edad de una persona.
-Por otra parte- insistía, se entusiasmaba y gesticulaba Juancito- cuando se empieza con la cuenta de la Era Cristiana, no había aún el concepto matemático del cero. 

-Los antiguos mayas, como todos saben ahora- agrega Juancito- fueron genios matemáticos, con virtudes que usaron a menudo en algunas aplicaciones formidables, principalmente para fines religiosos y sobre todo, para llevar las cuentas del tiempo, lo que para ellos tuvo un sentido sagrado.  Los mayas diseñaron el uso de calendarios de gran precisión, que tuvieron también otras aplicaciones importantes, en la ingeniería y el diseño en general.

Juancito, por otro lado y según fui percibiendo a lo largo de estos últimos 30 años, sabía que el mundo, tal como se lo conoce hoy, puede tener un fin previsible, ya que alguna vez comenzó.  
-Y eso es algo en lo que coinciden tanto los teóricos del Big Bang como la mayoría de los mitos de todas las religiones- me argumentaba Juan, ya en las largas primeras horas de las madrugadas que pasábamos en el Bar Riviera, de la Rua Consolação, en los años 80. 
Pensaba también que, más probable incluso, es que el fin de la humanidad ocurra mucho antes que el fin del universo, aunque este  mismo mundo pueda reciclarse y vuelva a empezar después de su destrucción.

Y por fin, casi en la víspera del día fatal previsto por los mayas –el 21 de diciembre de 2012- Juancito me busca para contarme las decenas de planes e ideas sueltas que se le habían ido ocurriendo desde nuestro lejano desembarco en São Paulo como exiliados; como el verdadero fin del mundo solo ocurriría al anochecer del 23 de diciembre -y no el 21, como todos suponían-, había pensado en mejorar su situación financiera vendiendo refugios subterráneos para los más valientes, los que decidieran desafiar la maldición maya y sobrevivir. Se imaginaba que mucha gente no sabría qué hacer con la segunda cuota del aguinaldo que recebirían el dia 20 de diciembre; y sobrevivir era una buena inversión.

Luego, sin embargo, y arrepentido del cierto individualismo de esa idea, decidió volver a nuestros orígenes combativos y contactar a otros camaradas que estuvieran dispuestos a enfrentar el desafío: formaríamos grupos de acción directa que, valiéndose de la situación de confusión del día 21 de diciembre, atacarían simultáneamente los bancos y grandes supermercados, acumulando stocks de comida y de dinero para enfrentar los desafíos de la catástrofe. 
Las acciones serían también una especie de detonante foquista, a partir de las cuales se convocaría a los grupos más radicales de los ecologistas, luchadores sociales de la igualdad de género y racial, y claro, también a las bases obreras y de trabajadores más desfavorecidas, sobre todo a los que habitan en favelas y a los sin-techo.

Se acercaba el 21 de diciembre, primera fecha que todos los científicos sensatos pensaba ser la del fin del mundo, y Juancito, el Viejo Pedro Milesi y el Indio me llaman para una reunión urgente.

- Mirá Javi, estamos todos ya un poco maduros, tal vez demasiado, para esta tarea, pero hay más de doscientos jóvenes de todas las edades, listos para salir a la calle y empezar la ansiada lucha por un poder popular. Mañana debe empezar el frenesí de la gente atrás de refugios y alimentos. Nos quedan menos de 18 horas para lanzar las primeras acciones, y contamos con tu participación-  me largó Juancito y las miradas severas del Viejo Pedro Milesi y del Indio (al que le descubrí , sin embargo, una cierta sonrisa irónica en la expresión) no me dejaban dudas de la seriedad del caso.

Continuará.

Javier Villanueva. São Paulo, diciembre de 2012, a la víspera de Fin del Mundo.

sexta-feira, 30 de novembro de 2012

Futebol e revolução. Marighella e a democracia.






O jovem amigo Walter Falceta Jr. faz uma valiosa contribuição à memória, aquela que sempre chamamos neste blog de “nexo entre a grande História –com H maiúsculo- e os acontecimentos corriqueiros, o nosso dia-a-dia”.
Para os que gostam de futebol e de política, e sobretudo para os que sabem da sutil relação entre os gostos populares e a Utopia revolucionária. Aqui vai, um punhado de pérolas sobre o lutador Marighela, a Democracia Corinthiana e o Sócrates Brasileiro. (JV)


A MEMÓRIA RESGATADA.
Marighella: A MORTE DE UM CORINTHIANO

Há muitos anos, tive como colega de classe a ex-combatente Flavia Schilling. Delicada e generosa, logo se tornou uma amiga.

Flavia, filha de um ex-assessor de Leonel Brizola, era ainda adolescente quando se indignou com as prisões ilegais, torturas e assassinatos cometidos pelos governos de direita na América do Sul. Morando com a família no Uruguai, juntou-se ao Movimento de Libertação Nacional (MLN), ligado aos legendários Tupamaros.

Tinha 19 anos quando foi baleada no pescoço e presa. Ninguém sabe como, mas sobreviveu. Depois, foi barbaramente torturada e sobreviveu.

E assim se passaram 7 anos e meio, até que fosse finalmente libertada.

No Brasil, apresentou-me a Clara Charf, uma senhora doce e sorridente que era nada menos que a viúva do revolucionário resistente Carlos Marighella.


Ela própria estivera exilada por 10 anos e, naquele momento, procurava reassumir seu lugar na luta contra a Ditadura.
Clara foi candidata a uma vaga no parlamento. Mesmo sem recursos, conseguimos que obtivesse 19.560 votos. Não foi o suficiente para se eleger. Mas bastou para que víssemos uma sociedade ainda estava viva na luta contra a opressão.

Naquela época, fazia sucesso a Democracia Corinthiana, que logo animou Clara. Num encontro para avaliação da campanha, perguntei-lhe se Marighella gostava de futebol ou se o considerava o ópio do povo, como diziam alguns intelectuais.

- Imagina, não é ópio nenhum. Se bem compreendido, o futebol liberta. E o Carlos sabia disso.

Ela contou de um tempo em que Marighella esteve na clandestinidade, organizando uma ação do grupo de resistência, sem ouvir rádios ou ler jornais.

Dias depois, segundo ela, Marighella lamentou-se profundamente por não ter elementos para discutir a rodada do campeonato com um taxista.

Clara explicou que, no Rio, Marighella tinha simpatia pelo Flamengo. Quando veio para São Paulo, no entanto, endoidou pelo Corinthians.

Ele pensava que o Brasil faria sua grande revolução se os combatentes tivessem a garra e o amor dos corinthianos, um pensamento que depois seria repetido pelo nosso Sócrates Brasileiro.

Guardei essa informação na memória. Não tinha qualquer prova desse depoimento, tampouco voltei a me encontrar com a bondosa velhinha.

Até que encontrei, recentemente, um estudo do historiador Edson Teixeira da Silva Júnior, "A Face Oculta de Marighella", em que o caso do táxi e a predileção pelo Corinthians são atestados pela viúva.

Pronto. Em minha mente, botei mais um corinthiano na galeria dos grandes brasileiros.

Você vai ouvir por aí que Marighella era um bandido e assassino. Desconfie dessa informação.

Marighella era um mestiço brasileiro. Metade italiano da Emília, metade negro do Sudão, nascido na Bahia.
Era um poeta, gostava de bichos e tinha um lado romântico e elegante.

Só não gostava era de injustiças e preconceitos. Aí, virava um bicho e não tinha medo de brigar.

Sem suas ações diretas contra o regime, muitos resistentes teriam simplesmente morrido na prisão.
Em 1969, Marighella era considerado o "inimigo público número 1" pelo DOPS paulista. Era implacavelmente perseguido pelo delegado torturador Sérgio Paranhos Fleury.

Numa noite de novembro, finalmente as forças da repressão conseguiram encontrá-lo, diante do número 800 da Alameda Casa Branca, em São Paulo.

Na emboscada, Marighella não teve chance de se defender. Foi morto a tiros, numa ação que gerou grandes celebrações nos quartéis de todo o Brasil.

No momento do crime, Corinthians e Santos jogavam no Pacaembu lotado, com portões abertos.

No segundo tempo, os alto falantes anunciaram a morte do líder esquerdista, sem informar seu apreço pela cultura mosqueteira.

O Corinthians goleou o rival por 4 a 1, com dois gols de Rivellino, um de Ivair e outro de Suíngue.

O líder mulato da resistência morreu sem saber o resultado do jogo, que acompanharia por um radinho de pilhas.

Caía, assim, Carlos Marighella, caía um anônimo corinthiano. Mas a luta continuava. A luta sempre vai continuar.



A HISTÓRIA SECRETA DA AÇÃO DIRETA CORINTHIANA PELA ANISTIA

Ontem, por ocasião dos debates em torno das declarações do "sabe-tudo" Emir Sader, o colega Thales Migliari nos brindou com a foto em que a torcida corinthiana desafia os tiranos militares e exibe uma faixa em favor da Anistia Ampla Geral e Irrestrita.

Essa imagem costuma frequentar os debates sobre futebol e política, mas pouca gente conhece os segredos dessa intervenção histórica, ocorrida em 1979, ainda na vigência da Ditadura.

O protagonista do caso é o CORINTHIANO Antonio Carlos Fon, jornalista respeitado e ético, que ganhou os principais prêmios brasileiros da categoria, como o Esso e o Vladimir Herzog.

Mestiço do mundo, Fon é 50% chinês, por contribuição do pai. Pela parte da mãe, tem 25% de sangue índio, 25% de sangue africano.

Foi membro da Aliança Libertadora Nacional, participando ativamente da resistência à Ditadura. Era apelidado de "pequeno grande guerreiro", por ser baixinho, magrinho e destemido.

Foi preso, torturado e respondeu a processo instaurado com base na famigerada Lei de Segurança Nacional.

Foi um dos fundadores do Partido dos Trabalhadores (PT) e presidente do Sindicato dos Jornalistas Profissionais de São Paulo, no início da década de 1990.

Abaixo, numa fusão de dois depoimentos, um deles para a Fundação Perseu Abramo, ele conta, com suas próprias palavras, como a resistência democrática e a Fiel marcaram um gol de placa contra a repressão:

“ Em 1979, nós parentes e amigos de perseguidos políticos, tínhamos fundado o Comitê Brasileiro pela Anistia.

Mas, a palavra de ordem anistia estava muito restrita aos intelectuais, setores mais politizados e aos familiares e discutíamos muito como levar isso para o povo.

Um dia eu estava conversando com o Chico Malfitani que trabalhava comigo na Veja, e disse para ele: ‘O que precisamos mesmo é levar a palavra de anistia para a torcida do Corinthians, para o povo’.

O Chico era um dos pioneiros da Gaviões e disse: ‘Vamos fazer’. Combinamos fazer isso num jogo Corinthians e Santos.

No dia, o Chico teve um problema familiar e chegou um pouco mais tarde, mas nós entramos, conversamos com o pessoal com quem ele tinha acertado e avisamos somente uma pessoa na imprensa: Osmar Santos, que era um locutor esportivo mais conhecido e de esquerda, ligado às lutas democráticas.

E o Osmar Santos, anunciou: ‘A Gaviões vai fazer uma surpresa quando o time entrar em campo’. E isso levou todas as outras rádios, emissoras de TV e jornais a ficar esperando.

Na hora em que o time entrou, muitos fogos, aquela fumaça... E abrimos a faixa. Na hora que a fumaça baixou estava lá: Anistia Ampla, Geral e Irrestrita.

Quase todo mundo fotografou e isso foi para o Brasil inteiro. E realmente conseguimos o objetivo; só que a PM tentou subir para nos prender.

Quando a polícia começou a subir os degraus da arquibancada, os torcedores da Gaviões da Fiel deram-se os braços e fecharam o caminho.

Os soldados da Polícia Militar ainda tentaram forçar a passagem mas, nas fileiras de trás, milhares de outros corinthianos, braços dados, formando uma massa compacta, começaram a gritar, ameaçando descer as escadarias do estádio do Morumbi.

O comando do policiamento deve ter avaliado a situação e dado uma contra-ordem, porque os PMs recuaram, desistindo de chegar até nós.

- "Eles estavam falando da nossa faixa"- dizia um torcedor ao meu lado, rádio de pilha colado no ouvido, boné e camiseta do Corinthians e um sorriso nos lábios.

Eu jamais o vira antes e nem o encontrei depois, mas nunca o pronome possessivo na primeira pessoa do plural (nossa) me pareceu tão saboroso.

- "Anistia, ampla, geral e irrestrita" – dizia a faixa, e o fato dele a chamar de "nossa" tinha, para mim, pelo menos, um significado que ultrapassava em muito aquela fugaz solidariedade que se estabelece nos campos de futebol entre torcedores do mesmo time: a bandeira era minha e da torcida do Corinthians.

Só que o outro companheiro que tinha levado a faixa, Carlos MacDowell, era santista e ele disse: ‘Fon, não vou ficar assistindo o jogo aqui na torcida do Corinthians. Vou assistir da torcida do Santos’.

Ele desceu e a PM o prendeu. Ele ficou preso pouco tempo, porque já tínhamos um esquema com o advogado Luís Eduardo Greenhalg, que o liberou no DOPS.

O engraçado, é que tive que fazer uma matéria para a Veja e ir ao DOPS para entrevistar o Edsel Magnotti, delegado titular que era quem prendia e torturava a gente.

E aí ele demorou um pouco para me receber. Quando entrei, atrás da mesa dele estava uma ampliação enorme da faixa e eu lá, segurando ela. Era aquela coisa, como se ele tivesse dizendo: ‘Olha aí seu filho da mãe, eu sei que foi você’."


* Naquele jogo, realizado no Morumbi, com público de 108 mil pessoas, Sócrates abriu o placar, aos 26 do primeiro tempo, mas João Paulo empatou para o Santos, 11 minutos depois.

O segundo tempo foi duramente disputado e já se imaginava um empate. Aos 36 minutos do segundo tempo, no entanto, Palhinha marcou e decretou mais uma vitória corinthiana.

Naquele ano, o Corinthians foi campeão mais uma vez!



TRÊS PENSAMENTOS DO ÚLTIMO ENCONTRO COM SÓCRATES BRASILEIRO

- O negócio aqui é que o Corinthians reúne os diferentes, Walter. É isso aqui, eu paraense, paraense de Ribeirão, meio caboclo, você com essa cara de italiano, Falceta, ela com essa delicadeza de japonesa, e a gente trocando uma ideia sobre uma utopia, um utopia que deu certo, que foi a Democracia Corinthiana. Isso é que é bonito.

- O Corinthians não pode ser visto só como um time. É uma coisa muito maior, instituição que tem uma força inimaginável, especialmente na sua torcida, e nós vimos isso na Democracia Corinthiana. A gente via o que tinha de corinthiano com bandeira nos comícios da Diretas Já. Então, o corinthiano, se entendesse sua força, sua força de mobilização, ia poder fazer muito mais por este país.

- O Wlad era um cara fundamental para a Democracia Corinthiana, porque ele organizava, porque ele entendeu logo o que era ser Corinthians, que ser Corinthians era ir muito além. Ele sabia organizar e tinha essa ligação muito viva com o povo, lidava com a linguagem, fazia essa ponte da gestão nossa com o externo. E isso era muito importante para o movimento, que não estava só no clube, ele ia também para a sociedade.


quinta-feira, 22 de novembro de 2012

Paisajes de Catamarca. Recuerdos de padre e hijo.




El baile en San Antonio.

Allá, en un rincón  del   tiempo, está de fiesta el pueblo.  Las Fiestas Patronales de San Antonio.

Las bombas de estruendo despiertan el vecindario, se escucha  el primer repique  llamando a misa; con el tercero dará  comienzo  la ceremonia  santa.
El repique de las campanas tiene el acento propio del campanero: Pedro  le pone música, ritmo; suenan como un malambo  místico.
Así, hombres, mujeres, niños, ancianos con su mejor atuendo, van y vienen  de  la primera  o de la misa de once; en algunos  rostros se ve  la paz: han   limpiado su alma con la confesión.

Las honras al patrono duran nueve dias con sus noches. Cuando el sol se pone  sobre los  cerros, todos  vuelven a la iglesia, especialmente los jóvenes a rezar la novena, también con la esperanza de encontrarse con los ojos de sus sueños.  
Luego de rezar  el Santo Rosario  y de tocar algunos pasajes bíblicos, el sermón será lo inquietante;  con la promesa  del fuego eterno  o en la paz del Señor,  fluctúan  las almas.

Los que viven en pecado, los concubinos, bajan la cabeza allá lejos, escondiendo la mirada cuando son llamados a ordenar sus vidas; siempre queda algún  rebelde para la próxima función.
Así llega  el último día el domingo. Por  la mañana gran actividad  con misas  cantadas, comuniones; la plaza  llena  de gente  de otros pueblos, vendedores de todo, feria de platos, voces nuevas,  las bombas de estruendo que obligan  a los  perros a protegerse debajo de sus amas distrayendo el rezo.
Muchos niños hacen  la primera  comunión, entre ellos, yo. Confieso que pequé; pequé con mis zapatos nuevos, mis medias, mi traje azul, blanca la camisa y el moño al cuello; los guantes blancos y el otro moño en  el  brazo izquierdo, con arabescos dorados. Sí,  pequé  al verme  otro, metido en un envase  que no era el mío, yo  que amaba  la vida, jugando con el  perro y la pelota de trapo. 

Luego de recibir el sacramento, almitas  blancas, pedimos la bendición primero a los padres; luego a todo conocido  que  está  cerca,  con  cara  de  santito  y tendiendo  con  timidez  la mano para recibir  la moneda de regalo, mi  padrino me dio una  libreta de ahorro con un peso.

Después de un corto tiempo, a las cinco de la tarde, empieza el  movimiento para la procesión con el santo, los canticos y rezos  acompañando  el vuelo generoso  de  las campanas: más  bombas, al final la despedida con pañuelos y vivas. ¡Viva San Antonio!, ¡Viva!

Empezando la noche, el baile popular con la banda de la Escuela Quintana que había acompañado las ceremonias. La Zamba de Vargas, bailada con la elegancia, las cadencias y el donaire de mi hermana Berta.

Autor: Luis Unzaga, Córdoba, noviembre de 2012.



Despertando en Las Chacras.

Levantarme temprano en Las Chacras, en verano, era algo seguro.  O me despertaba el zumbido de los mosquitos que eran indemnes a todo tipo de químicos, o bien el gallo de turno que cantaba en el gallinero, el cual estaba a escasos cinco pasos de la ventana del antiguo cuarto del abuelo Victoriano. La vieja habitación era de paredes de adobe, de treinta centímetros de ancho, con una pequeña ventanita rectangular, demasiado alta para mi gusto, o será que entonces yo media escasamente un metro y siete primaveras? Tenía unos “barrotes” de madera, supongo para que no entraran animales de gran porte, ya que entonces, los ladrones no cabrían por allí. Es más, dudo que existiera gente con ladinas intenciones. El piso de ladrillones cuadrados, que se mojaban antes de ser barridos con alguna escoba de ramas de ancocha, luego quedaría fresco para la hora de la siesta. 
Sobre una de las paredes, recuerdo, colgaban un par de cuadros. Uno de ellos tenía unas figuras de quién sabe qué santo, rodeado de ángeles bebes, alados, regordetes y conocedores de música, ya que tenían arpas en las manos. El otro cuadro era de San Roque, y lo recuerdo bien, un hombre con túnica, un garrote largo y un perro fiel caminando a su lado. Siempre me quedó la duda, de si mi finado tío Roque había sido bautizado agradeciendo a este santo alguna gracia, o si  San Roque habría sido nombrado conmemorándolo a él, ya que mi pariente amaba más a sus perros que a ninguna otra persona.
Antes que me despertara el gallo, el tío Roque, o Roque a secas, tampoco le mezquinaba a los ruidos a las cinco de la madrugada, ya que encendía la radio para escuchar LRA 7, Radio Nacional Catamarca; comenzaba con sus tareas de curtiembre, y nunca tenía todas sus herramientas prestas, motivo por el cual, siempre entraba a buscar algo en el cuarto donde yo dormía, y al abrir la puerta, esta se arrastraba seca y temblorosamente sobre el piso hasta darle espacio a que entrara toda su anatomía.  El ruido no me despertaba tanto, pero las lamidas en mi rostro del perro compañero de mi tío, eran infalibles.
Era en vano. Entre el canto del gallo, que parecía escupir su garganta cada quince minutos, los mosquitos posándose en mi espalda y el perro lamedor, ya no volvería a conciliar el sueño.  Para entonces ya eran cerca de las seis de la mañana, y con suerte vería salir el sol por arriba del Portezuelo.
Al levantarme, Roque ya estaba en el centro de la galería, no al frente de la habitación haciendo ruido, sino cosiendo algún cuero mientras miraba a la calle y se repartía entre sus fieles canes, entre mimos y pedazos de pan. Los perros, celosos entre sí, gruñían por alguna caricia o una sonrisa de su amo. Cada tanto un tarascón bajo sus pies, y el viejo dando un grito para calmarlos. Él amaba a sus perros, y me daba gracia ver sus gestos al regalarle sonrisas: me recordaba a un viejo samurái, con sus ojos sonrientes cerrados por sus pómulos colorados, y su bigote  excediendo la línea de su mentón. Tenía unos hermosos ojos azules, no bellos como los de mi tía Gringa, pero merecedores de admiración. Su cabello no abundaba en su cabeza, solo lo necesario para confundirse con un fraile, quizás un Franciscano. Sus dedos con uñas largas, poco aseadas y su andar más bien pesado, como arrastrando el tranco, ya sea en uyutas o botas de goma, según el clima. Si prestaban atención, cualquiera podría oírlo murmurar por lo bajo, rezongando quien sabe por qué o quién.
La mañana transcurría entre el trino de las aves y el canto de los coyuyos. Al salir el sol, de a poco hacia brillar las flores amarillas más altas de la legendaria tipa, hasta llegar a las más bajas, que se mezclaban entre las hojas del no joven gomero.  De a poco, la mañana iba adquiriendo su cotidiano ritmo chacarero. 
Para no aburrirme hasta el momento del desayuno, me ponía a regar el frente de la casa, lo cual aseguraba para horas cercanas al medio día, dos grados menos de agobiante calor, y eso era diferencia! Comenzaba por fuera del portón de madera, la calle en si, ya que no había vereda en aquella época, y retrocedía cuidándome de no mojarme los pies. Odiaba el barro entre mis dedos, a menos que fuese época de carnaval, donde todo vale para ensuciar al otro. Continuaba regando hacia adentro, y cada tanto un poco de barro arruinaba mi labor, distraído por mirar las flores del ceibo o el elegante caminar de los horneros, que flexionan sus patas y no andan a los saltos como los tontos gorriones. “No haga barro, changuito!!”  decía Roque desde la galería, y posterior a la orden, refunfuñaba entre dientes.
Poco antes de las ocho, la tía Gringa me llamaba: “Esteban, Esteban, venga a desayunar m’hijo, rápido que se enfría el café.  Tanto amor de esta tía, que sin darme cuenta siquiera si me había madrugado en el despertar, en tres minutos preparaba el mejor desayuno caliente, con pan casero y  jalea de higo de las plantas del fondo de la casa.  Que se va enfriar ese café! Si estaba hirviendo!! me decía para mis adentros, sentado a la mesa y  leyendo un cuadrito en la pared del frente que decía -y que aún no lo entendia- “El casamiento no es nada, la ollita es la condenada”. Y sí que mi tía lo sabia! Las cosas de la casa, se hacían siempre, con o sin ganas, la animalada estaba siempre bien atendida, el almuerzo siempre a la hora indicada, nunca faltaban porciones, siempre se podía repetir, y si llegaban de esas visitas inesperadas, siempre tenía algo listo para convidarles, con la amabilidad que solo la gente del campo sabe hacerlo. Sus manos podían con todo, la cosecha de las uvas, poner los higos sobre el cañizo al sol, recoger los membrillos y luego pasarlos por el tamiz, todas tareas sencillas pero que cansaban a cualquier forastero de la ciudad, y que solo iban de visitas para sentarse a matear un rato y a hablar de finados y próximos. De todas las tías que tuve como “madres”, ella fue la que mejor se portó con semejante sabandija. Siempre con palabras de cariño, con historias llenas de encanto, y con ese abrazo que ninguno de sus sobrinos olvidaría. Nunca.
Al terminar el desayuno, siempre luego de patear algún perro cargoso que se ganaba debajo de la mesa, para ligar un boyo de pan, -sin que me viera Roque, claro- me preparaba para alguna próxima aventura. Podía ser trepando algún árbol, o animarme a investigar que había en esos terroríficos cuartos llenos de cachivaches al costado del gallinero, abarrotados de telas de arañas y cueros llenos de tierra. Cualquier alimaña podía salir de entre las cajas: arañas pollitos, quirquinchos, víboras lampalaguas, una comadreja o dándome flor de susto alguna gallina empollando! la cual salía despavorida y cacareando a mis espaldas ya que yo sería el  primero en embocarle a la puerta de madera y cartón. Al salir del cuarto, ya bajo la viña, solo se verían plumas y polvo.  Diez minutos después, la tonta gallina seguía cacareando a lo lejos. Al escuchar el alboroto de la blanca, Roque aparecía averiguando qué pasaba, si tal vez alguna iguana asesina o un sobrino travieso, que posiblemente se camuflara entre las champas y los pajonales.
Luego del susto, debía desaparecerme de los alrededores de la casa. Ningún escape mejor que caminar bajo la parra en dirección al fondo de la finca, con un perro de la casa que me seguía a todas partes.  Esos típicos animales fanfarrones abundan por doquier.  Caminando hacia el oeste, a pocos metros del alambrado que separaba la propiedad de los Avalos, una jauría nos salió a torear, pero mi compañero los superaba en tamaño, así que los vecinos, mantenían aun, prudente distancia. Si alguno osara atacarme, bien armado iba yo con mi onda de doble tubo que me había regalado el tío Negro, así que nada debía temer. El tema sería encontrar en un terreno recientemente arado y lleno de terrones, una piedra digna de David, las cuales no había previsto juntar en mi bolsillo antes de salir de campaña. Lo mejor, mantenerse alejado.
Antes de llegar al fondo de la propiedad,  pasamos junto a unos ciruelos llenos de frutos, solo comí un par de ellos, ya que conocía los efectos catárticos de los mismos, y no quería pasarme la noche entera en el baño. Que fuera niño no significaba que fuera tonto. Con una vez se aprende.
Al llegar al destino impuesto, las higueras esperaban. Desconozco si estaban llenas de brevas o higos maduros, diferencia que nunca reconocí. Si la planta era una higuera, el fruto era el higo y eso bastaba para mí. La sombra de unos talas y un cañaveral, mantenían a esa hora de la mañana, fresca deliciosa fruta, no como al ciruelo que estaba en plena finca y sin arboleda cerca. Ahora sí podía saborear estas delicias sin temor a que me provocara algún malestar. Me enjuagué las manos en la acequia, quitando el pegajoso jugo lechoso de la cascara de higo, de mis dedos y mi boca y me alistaba para el regreso. Al recuperar fuerzas debido a la caminata de los cien metros hasta el fondo de la casa de los abuelos, mi fiel guardián y yo regresábamos a la casa, esperando que la gallina clueca estuviese callada y hubiese regresado a sus empolles en aquel agujereado cuentón de loza, lleno de paja y plumas del que la espanté. A mis espaldas quedaba el imponente cerro El Manchao, de los pagos del Ambato, de un celeste magistral y esa vez sin sus picos nevados.
Al llegar a la casa, mi perro fiel buscaba aplacar la sed en el balde debajo del grifo, y luego se echaba debajo del jeep IKA verde de Roque,  el que más de una vez sirvió de nido y gallinero a diversas aves de corral.
Mi tía Gringa, luego de notar mi rato de ausencia, desde la cocina me gritaba, “changuito, venga a comer algo” y desde lejos le respondia  “no tía,... yái comío”

Autor: Esteban Unzaga. General Pico, noviembre de 2012.