Lea la 1ª parte:
http://javiervillanuevaliteratura.blogspot.com.br/2012/12/la-venganza-de-los-mayas.html?spref=fb
Mientras transcurrían las últimas 48 horas antes
del fin del mundo -que la mayoría pensaba haber interpretado de los mayas que
ocurriría en la fecha del 21 de diciembre de 2012- los grupos de acción directa
comandados por Jorgito, Milesi y el Indio tomaban 14 batallones de la
policía militar y seis bancos de los que recogían más de dos millones de
reales.
— La predicción maya del fin del mundo ha sido un
error histórico de interpretación- escucho que dice en la
GloboNews el arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia
de México, Orlando Casares, que explicó que la medición temporal de esta
antigua cultura era basada em la observación de los astros. –Ellos se fijaban
en los movimientos cíclicos del sol, la luna o venus, y de la misma forma medían
sus eras, que tenían un principio y un final.
— Para los mayas no existía la concepción del fin
del mundo, por su visión cíclica- me cuenta Jorge mientras termina de
empaquetar las molos con las que tendríamos que detener a los militares en las
calles y avenidas cercanas, en caso de querer acercarse a los centros
recuperados- y aclara:
— La era toda cuenta con 5.125 días, y cuando esta
se termina, comienza otra nueva, lo que no significa que durante ese momento
vayan a ocurrir grandes catástrofes; simplemente los hechos cotidianos, que
pueden ser buenos o malos, pueden volver a repetirse-.
— El año de los mayas se dividía entre un
calendario de 365 días, llamado Haab, que medía las tareas cotidianas -la
agricultura, las ceremonias caseras o domésticas-. Pero por otra parte también
había otro menor, de 260 días, que regía la vida ritual, llamado el Tzolkin. La
mezcla de ambos calendarios permitía que los ciudadanos se organizasen. De este
modo, por ejemplo, el agricultor podía salir a sembrar, pero sabía que tenía
que preparar también las festividades de sus dioses, o sea: no podía separar lo
religioso de lo cotidiano- cuenta Jorgito y me entrega dos bolsas llenas de
molos.
Ambos calendarios formaban la Rueda
Calendárica, con un ciclo de 52 años, que era el tiempo que los dos tardaban en
coincidir en un mismo día. Para hacer el cálculo de períodos más largos
usaban la Cuenta Larga, que era dividida en varias unidades de tiempo. La
más importante era el "baktun", un período de 144.000 días; en la
mayoría de las ciudades 13 "baktunes" formaban una era y, según sus
cálculos, el 22 de diciembre de 2012 –o sea, mañana, agrega Jorgito- terminará
la presente.
Mientras tanto, los comandos populares dirigidos
por Jorgito, el Viejo Pedro y el Indio seguían acumulando éxitos en cada
acción. Y ya estaban cercando el aeropuerto de Congonhas cuando se sintió un
enorme temblor.
Las luces del hall
se volvieron mortecinas; se prendieron y apagaron unas cuatro o cinco veces,
mientras un viento feroz, extemporáneo, violento y helado sacudía desde el sur
todos los árboles de la ciudad de São Paulo, en pleno 21 de diciembre, casi a
las vísperas de la Navidad de 2012.
La tierra se abrió
debajo de los pies de Jorgito, y de golpe todo se puso oscuro. Abrió los ojos,
todavía aferrado a la Uzi en la mano derecha y con una de las bolsas
de molos en la otra, y sin tiempo de sentir miedo. Estaba delante de una
especie de hall subterráneo, quizá a muchos metros debajo de la superficie. Un
hombrecito muy viejo barría con una escoba de pichana una pila enorme,
descomunal, de basura y escombros. Jorge se asomó a una entrada en la que se
escondía una cueva oscura, de la que salían ruidos y gritos, llantos y
maldiciones.
El Maligno vive en los diversos lugares de la
tentación, en medio del juego y del placer desmedido, pensó Jorgito. Miró
hacia adentro de la caverna y se animó a andar unos metros. Cuando los ojos se
le acostumbraron a la semipenumbra pudo ver algunas figuras conocidas.
En medio de las llamas más altas y antiguas ardían
los cuerpos envejecidos y enfermos de varios dictadores, todavía con sus
uniformes y medallas relucientes: Franco, Pinochet y Videla se destacaban del
conjunto, pero sin esforzarse mucho, Jorgito pudo contar otros doce o quince
milicos, todos ardiendo y aullando de dolor eterno.
El Supay –alto y orgulloso de su papel central-
parecía estar dirigiendo la parte más lúdica de la reunión en la salamanca, y
conversaba con sus súbditos más cercanos, los sapos, víboras, duendes y otros
desdichados que le vendieron su alma a cambio de alguna gracia terrena. En el
fondo del primer gran salón, poco antes de las fogatas en que ardían los
tiranos, pasaban brujas, almas condenadas, y demonios de otros infiernos. Jorge
se agacha y se encoge para no ser visto, ahora sí, un tanto asustado; ve que al
entrar a la cueva los condenados le besan las ancas a un carnero y luego se
entregan a la farra.
De lejos ya puede oírse el estruendo de la música y
las locas carcajadas de los condenados, que van a estar varios días sin dormir
y ni se les va a notar el cansancio.
Además, dice Jorgito que le contaba don Andrés
Chazarreta, los de la primera sala son los agraciados por el Supay con alguna
virtud en el arte de los instrumentos, o con la capacidad del canto, o la
oratoria, y esto se lo había confirmado muchos años atrás Israel Vilhas, que
era un virtuoso de la palabra. Y debe ser verdad, porque mi abuelo Samuel decía
que conoció un obrero ferroviario que lo había besado al carnero en una zanja
de La Quebradita de Tafí del Valle, que después de eso, casi no
envejecía.
— Es que los ardides del Supay para lograr sus
objetivos son infinitos- nos cuenta Jorge -desde aparecerse como un niñito
ingenuo, o incluso en la figura de una mujer linda y tentadora, así pone
al alcance de los incautos y descreídos todas sus artimañas.
Pero no tuvo coraje Jorgito para seguir espiando
las farras del Mandinga, ni estómago suficiente para presenciar los tormentos
de Videla, Franco y Pinochet, ardiendo en el fuego eterno. Le dio las espaldas
y salió, no sin antes encontrarse con decenas de comandantes de la policía
militar y centenas de narcotraficantes, capitalistas salvajes, ambiciosos y sin
escrúpulos.
Bajó por otra entrada que encontró a unos pocos
metros de la primera, ya que no veía nada que lo llevase hacia arriba, a la
superficie de la tierra. Y después de un largo andar en las penumbras, se vio
adelante de otro círculo de lo que después vino a saber que era nada menos que
el infierno de los muertos.
La entrada de este segundo círculo estaba tapado,
como el primero, por una montaña descomunal de escombros, en la que dos
viejitas se esmeraban por separar las partes reciclables de lo que podría
llamarse basura; plásticos, cajas, latas, cartones y botellas se acumulaban del
otro lado de la cueva, más iluminada y fresca que la anterior, lo que le
permitió a Jorgito avanzar casi veinte metros antes que un calor húmedo y
sofocante lo parara de golpe.
En una especie de trono, una silla alta de esas de
las antiguas cátedras universitarias, un señor con más de noventa años, pelo
blanco ondulado y gruesos bigotes, dictaba largas y ponderadas sentencias:
— Balzac, el de La Comedia Humana,
decía que el novelista es un historiador privado que hurga en la vida cotidiana
de las naciones. Quiere decir que, mientras los historiadores narran la gran
Historia, con H mayúscula, sus batallas, gobiernos, y personajes notables, el
novelista remueve la memoria privada, los hechos y costumbres de los innúmeros
personajes menores que la pueblan y la construyen.
Nuestro compañero Villanueva parece ser un
historiador de cosas más bien pequeñas, y a veces el personaje narrador de la
historia -o los varios que la cuentan, mirando a través de sus “ventanas”- es
un tanto autobiográfico. Villanueva y su narrador se asoman en varias partes
del relato, contando el pasado como una realidad vivida, o como una ficción
literaria, hecha de la misma materia fantástica con la que se fabrica un sueño
y su hermana malvada, la pesadilla. Su historia es un entrecruzar de diversos
discursos y de miradas variadas, relatada por los abuelos y los tíos, por los
compañeros, políticos y guerrilleros, y a veces por sus hijos, hermanos y
primos. Ellos transparentan el interior, lo privado y cotidiano con lo
exterior, lo público; cruzan lo real y lo imaginario, la conciencia y lo
emotivo; el amor y la fatalidad del desamor con la decisión firme y tenaz del
héroe que no sabe que lo es; o se cree, incluso, un antihéroe.
A veces parece que nuestro compañero ve que con la
memoria puede iluminar un determinado momento con más fuerza que a través de la
reconstrucción histórica, pintando en detalles “la morada vital” –como diría
Camilo Cela- de un pueblo en un instante dado, algo que le es exclusivo e
especial, distinto de cualquier otro tiempo, sitio o comunidad-escucha Jorge y
la voz del viejo le parece conocida.
Se acerca más, y de a poco reconoce la voz; hay un
timbre especial en la falsedad y la traición, la pusilanimidad del que tuvo
miedo y engañó a sus compañeros para salvarse; Israel Vilhas hace su discurso y
se relame los bigotes, feliz de contar con una audiencia de pequeños condenados
al purgatorio de los intelectuales.
Jorgito, harto de
los devaneos literarios de Israel, no logra contenerse y sale de su escondrijo
detrás de las paredes de piedra de la caverna y lo increpa al viejo:
—Veo que la estás
pagando…pero no te voy a juzgar ahora, después de tantos años; no tendría
sentido; además te zafarías diciendo que lo que hiciste eran “pecadillos de
juventud”, ¿no?
—Tiene Ud. razón,
no acepto que nadie me condene— le dice Vilhas, sonriéndose irónico, acordándose
tal vez de la sutil satisfacción de saberse buscado, querido, respetado, y de
ser el causante de la preocupación de tantos amigos y camaradas, a los que
había dejado sin noticias, creyéndolo secuestrado, desaparecido y muerto. Pero
su tono quejoso le dice a Jorge que sintió remordimiento, un profundo
sentimiento cristiano y judaico de culpa, de vergüenza por haber huido y
largarnos a todos.
—Pero igual le
agradezco su comprensión, Jorge— casi murmuró, avergonzado, Vilhas, todavía sin
reconocer en Jorgito al revolucionario, valiente e íntegro, que nunca le podría
perdonar la traición y la fuga.
Y de pronto
apareció otra vez el Supay, y se acordó el Viejo que no se había presentado
todavía: —Israel Vilhas, encantado— hizo un gesto elegante y mundano el Viejo
Vilhas.
—Y yo soy el
Demonio, mucho gusto— cuenta Jorge que con un rugido le arrebató el Malo la
presentación al Viejo.
—Ya nos conocemos,
lo vi a Ud. escondido, espiándome atrás del galpón de un kibutz, cuando me fui
de Buenos Aires, en el 76, ¿se acuerda?— le dijo Israel al diablo.
—Pero, señor
Mandinga, ¿podría decirme por qué estoy
acá? ¿no le interesa mi alma? Si se
trata de hacer un trueque, le cuento que lo único que quiero es el amor de la
mujer que me enloquece hace años. Se llama Vivi— baja la mirada el Viejo,
púdico, y el hedor a azufre se filtra por debajo de las piedras de la caverna.
—Sí, sí, Vilhas,
ya lo sé, Vivi...Vivi, linda mina, ché, medio parecida a Sofía Loren, ¿no? Dientes blancos,
fuertes... dientes y músculos, como diría Caetano. Me acuerdo, pero a esa chica
se la entregué hace un buen tiempo a otro intelectual, que también se dedicó a
la política en la misma época que Ud. El Pelado Rafa, ¿lo recuerda? sólo que él era
un hombre de acción, decidido y viril, un verdadero revolucionario; el Rafa
murió hace poco en el mar, en una lancha, ¿sabía?— el diablo lo
entristece y lo sorprende a Israel con la noticia.
—Pero, aunque su
rival se murió, Vivi sigue enamorada de él, ¿sabe?, y por eso no lo quiere
a Ud. Lo lamento mucho— terminó el Mandinga, dejándolo mudo, triste y en el
declive definitivo rumbo a la muerte al viejo escritor, al político tránsfuga
de su propia clase social, que se arrepintió, tal vez por humano temor, por un
terror exagerado, por decepción o por simple cansancio, y huyó de nuevo; pero
esta vez sus pasos iban hacia la jubilación, el destierro de la vejez, el piyama
y las pantuflas, el exilio de la decrepitud y la muerte solitaria.
—Claro, sí,
entiendo— repetía, cabizbajo y abatido, ya girando lentamente sobre sus talones
para perderse en la oscuridad del segundo círculo del infierno, el viejo
Vilhas- cuenta Jorge y se entristece al recordar que el peligroso intelectual
de los años sesenta y principio de los setenta se asustaría tanto que huiría un
buen día sin ofrecer combate, cambiaría de país y de vida, decepcionando a
muchos, dejando en el estupor absoluto a varios de sus camaradas más próximos,
al Yuyo, al Caballo Augusto, a Agustín y Javier, y al mismo Rafa.
Pero pronto se olvida Jorgito del Viejo Vilhas y su
pusilanimidad, y avanza a tientas hacia el tercer círculo de los infiernos. Y
otra vez se topa con la montaña de escombros y basuras. Una entrada más
estrecha esta vez, menos iluminada, pero sin tanto calor. Avanza y empieza a
sentir frío, por primera vez desde el temblor que anunció el tan esperado Fin
del Mundo de los mayas, y que lo había arrojado en las profundidades de los
círculos dantescos.
Era el tercer círculo, el de los mentirosos y los
falsarios más peligrosos. El de los traidores de grueso calibre. Y allí los vio
a Palmiro Togliatti y a dos o tres de sus jefes partisanos, congelados para toda
la eternidad por haber entregado los sueños de casi 300 mil guerrilleros que
vencieron a los nazis que habían invadido su patria, Italia. Congelados hasta
la cintura y picoteados por pájaros del pecho para arriba, los viejos
comunistas italianos pagaban sus traiciones al pueblo que tanto había confiado
en ellos.
Cien o doscientos metros más al fondo, pero todavía
en el tercer círculo, vio Jorgito la cabeza grande, los hombros fuertes de
campesino de José Stalin. Solo la cabeza y los hombros, porque el resto del
cuerpo había desaparecido, comido por las aves negras que no paraban de
revolotear a su alrededor, desde 1953. Y también vio Jorge a varios jefes del
PCE, los estalinistas españoles que desarmaron a los combatientes del POUM y
asesinaron a Andrés Nin.
Nuevo temblor y más oscuridad: Jorgito se arrastra
por los túneles del tercer círculo de los infiernos y sale, casi reptando, a un
claro, a pocos metros de la montaña y debajo de enormes árboles.
Se fija mejor y nota que está en Córdoba,
en el Paseo Sobremonte, a menos de tres cuadras de las oficinas de
Vialidad. Ve una especie de escenario como de cartones o placas superpuestas;
se le nubla la vista, pero distingue en el primer plano, un paisaje tropical:
árboles frondosos y montes.
Un poco hacia atrás, en un segundo plano, un claro
en la selva: troncos secos, restos de fuego y gente muy pobre, tirada sobre la
tierra polvorienta y pisada; reconoce el escenario triste de la derrota
paraguaya de Cerro Corá.
Solano López y Felipe Varela descansan y conversan
a la sombra de un árbol quemado; Liborio Justo y Severino Di Giovani discuten a
unos pasos de allí. Luis Carlos Prestes y Lamarca lo escuchan atentamente a
Garibaldi. Los paraguayos se pasean hablando en guaraní, con sus enormes termos
con tereré. A los uruguayos de Artigas se los ve reunidos, con muchos niños a
su alrededor, sin largar el mate y la yerba.
Más cerca de la entrada principal de la caverna, el
Chacho Rubio y el Pelado Rafa lo miran raro a Jorgito, con benevolencia o
simpatía, no logra distinguirlo, pero le hacen unas señas que él no entiende y
trata de acercarse un poco más.
Se levanta de pronto un viento glacial, pero Jorgito
ya puede escucharlos:
—No tengás miedo Jorge,
es la ley de la vida— dice el Rafa. Carlitos Fressie está un poco más atrás, se
acerca y le habla:
—Es así que son las cosas, nomás; preparáte para el
viaje, hermano—. En el centro de la escena se aparece el Diablo, semidesnudo a
pesar de la nieve rala que empieza a caer en el Paseo Sobremonte, que de pronto
ya no está más en Córdoba, sino al lado de la bahía, en la costa de San Julián.
Y el frío
patagónico no lo conmueve al Malo, que se ríe y lo provoca al Jorge:
—¿Y? ¿Ya preparaste la
valija? ¿Vamos a empezar el largo
viaje?—.
Pero los
camaradas, héroes de la juventud del Jorgito -que se han mantenido fuertes y
saludables porque murieron cuando eran todavía muy jóvenes, y tal vez lo
entienden y respetan aún más ahora, que ya es un viejo- junto con Prestes,
Lamarca y Severino de Giovani, lo despiden, y le dan coraje; lo saludan con
cariño y le dicen que se cuide para no confundirse. Que no vaya a perderse por
los caminos enmarañados del Demonio.
La profecía de los mayas por fin se cumplió, 29
horas y media más tarde que lo que había sido prevista. Jorgito tenía razón
nomás.
Nenhum comentário:
Postar um comentário