sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

El boxeador y Cortázar

 


El boxeador y Cortázar

 

El gancho de zurda fue tan potente que si no hubiera tenido el guante bien pegado a la oreja y las piernas firmes y en guardia, me hubiera tumbado.

Sentí el impacto pero no retrocedí. Avancé en diagonal hacia la izquierda y lancé un golpe frontal con la pierna derecha. Giré y golpeé fuerte con otro gancho de izquierda, simétrico al que había sufrido menos de un minuto antes. Mi rival se desestabilizó y le solté otro golpe lateral, ahora con la pierna izquierda, al mismo tempo que él hacía exatamente el mismo movimento, como en un espejo.

Me olvidé entonces de las reglas del kick-boxing y mi pasado de aficionado al karate y al kung-fu fue más fuerte por un segundo: bloqueé el golpe con el antebrazo y agarré la pierna de mi rival para derribarlo. 

El juez gritó un break tan áspero que me di cuenta del error. Escuché sonar el gong y cerré los ojos.

La lucha había terminado.

 

                      Perdí, pero me consolé pensando en Muhamed Alí y en la opinión fantástica de Julio Cortázar sobre mi ídolo, cuando decía que llevaba a la práctica su filosofía del boxeo: “Flota como una mariposa y pica como una abeja”.

                Cortázar no veía al boxeo como una muestra de violencia, sino como la imagen de dos destinos que se juegan todo en el ring, el uno contra el otro.

                    Estéticamente, digámoslo así, era algo que lo dejaba hipnotizado, sobre todo cuando veía -y luego describía en el papel- los movimientos del Torito de Mataderos, o los de Sugar Ray Robinson, con el cual aprendió a admirar a los boxeadores con tanto talento.

                 Cortázar era un devoto, mas que un mero aficionado del boxeo. “Una forma elevada de arte”, lo llamaba; algo que le hacía más transparentes sus ideales. Diferente de cualquier deporte colectivo, la responsabilidad individual en el cuadrilátero es muy dura. Eso le generaba al escritor más admiración todavía. “Detesto el futbol así como me gusta el boxeo”. Afirmación muy grave en la boca de un argentino, “capaz de desatar muchas iras, capaz de provocar mi defenestración…Pero me es tan indiferente como el rugby o el beisbol”, decía, sonriendo con su cara de chico malvado que no envejece nunca.

                    En su cuento “La noche de Mantequilla” descubrimos un Julio Cortázar como un escritor de grandes aficiones. Un aficionado pasional, sea del jazz, los gatos, la novela policial, la política, las mujeres misteriosas e inexplicables, o del boxeo. O de todo junto. Cuando llegó de Argentina a París, dicen, aparte de sus conocidos trabajos de traductor, fue comentarista y relator deportivo. Su ídolo de siempre fue un boxeador argentino llamado Juan Yepes, pero también admiró a Mohamed Alí, a Nicolino Locche, al “Mono” Gatica y a “Sugar” Ray Robinson.

                    En las letras de Cortázar, el boxeo y su componente lúdico era una forma más de riqueza de la expresión y lo ayudaba a encontrar un nuevo enfoque para dar formas novedosas a su intuición de la realidad. Una realidad casi siempre fantástica o mágica.

                    Cortázar escribió algunos textos memorables sobre el tema, como la crónica sobre la mítica pelea entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo, “El Toro de las Pampas”, ocurrida en Estados Unidos en 1923. En esa pelea Firpo le metió un feroz gancho al campeón del mundo en el primer round, y lo mandó fuera del ring por diecisiete segundos, tiempo más que necesario para ganar por knockout. Pero el árbitro favoreció a Dempsey y retrasó el inicio de la cuenta para que el norteamericano se recuperara y subiera outra vez al ring. Cortázar lo deja muy claro en su crónica del combate, que finalmente ganó Dempsey, en el segundo round, manteniendo el título mundial de la categoría. Y Cortázar lo estampó, rotundo, en La vuelta al día en ochenta mundos.

                     El cuento “La noche de Mantequilla” contiene dos historias, dice el también escritor argentino Ricardo Piglia. En una, Cortázar describe el combate, ocurrido en París en el que Juan Carlos Monzón aniquila al cubano-mexicano “Mantequilla”. El lugar de la pelea fue una carpa en la zona de Ville-de-Puteaux, en las afueras de París, con espacio para doce mil espectadores. La otra historia del cuento es del género policial, tal vez una referencia indirecta al actor Alain Delon, organizador del combate, a quien se lo vinculaba con la mafia de Marsella.

 

-...Siete, ocho, nueve, diez! Knockout!-. Oigo una campana...el gong? Lo escucho a lo lejos y veo las luces del ring como en una nube. Mi segundo se acerca y me disse lo que no querría oír: perdiste, loco, por KO. Estuviste diez segundos desmayado y delirando. Hablabas de un escritor, qué sé yo. Levantáte, pasáte la toalla en la cara y vámonos ya.

 

Fin

JV. Mar Chiquita, Córdoba, febrero de 2049.