sábado, 21 de novembro de 2015

Retrocesos y riesgos a la democracia, nunca más.




En la madrugada del viernes 26 de abril de 2013 -unos tres meses antes de la muerte de mi padre- viajaba de Buenos Aires a Córdoba para hacerle una visita al viejito.
No sabía que era prácticamente la última vez que lo vería. Le llevaba un libro que había lanzado en la Feria de Bs.Aires y otras lecturas mías, más antiguas. Las leyó todas y, en los tres días que me quedé con él, me comentó cada uno de los trechos que más le habían interesado. Quiero decir que, a pesar de sus 87 años y el avance de la diabetes, pensaba bien, recordaba lo principal de nuestras historias de vida, y también de lo cotidiano.

Hacia el mediodía del mismo 26, mirábamos la televisión juntos cuando él, con una vista todavía muy activa, deja el diario La Voz y se concentra en las noticias del día, que se veían en la pantalla y se leían abajo, en subtítulos minúsculos:

"Topadoras custodiadas por la metropolitana de Macri demolieron el Taller Protegido Nº 19, en el cual se le enseñaba diferentes oficios a los internos del Borda. Por la mañana, trabajadores del hospital intentaron detener las obras y fueron brutalmente reprimidos". 

Vimos las imágenes y no lo podíamos creer: bombas de efecto moral y gas lacrimógeno, gas pimienta, pelotas de goma, empujones y detenciones de trabajadores de la salud mental, atropello a los enfermos psiquiátricos.

-¡Pero mirá qué hijo de puta! Y todavía va a pretender que lo voten- comentó mi viejo, y se nos llenaron los ojos de lágrimas de ver a los pobres enfermos, pacientes de demencia senil algunos, equizofrénicos y oligofrénicos otros, muchos olvidados por sus familias, pero no por sus enfermeros, psicólogas, asistentes sociales y médicos, atacados con cobardia. 

-Mirá- me decía mi viejo, indignado -la Metropolitana desalojó a los empleados del Borda que querían impedir la demolición del Taller Protegido 19.
-¿Qué es eso, papá?- le pregunte, yo que no vivo en Argentina hace casi 37 años. 
-Es un lugar donde los pacientes psiquiátricos hacen trabajos de rehabilitación y aprenden oficios, Dicen que es un patrimonio histórico de Buenos Aires- me cuenta el viejo, leyéndome lo que va viendo en los subtítulos. 

Nos pasamos unas dos horas viendo las pésimas noticias que llegaban desde la capital federal, ahora llamada "ciudad autónoma de Buenos Aires". Y el viejo, con su tranquilidad de siempre me iba dando sus opiniones políticas, él peronista, yo socialista revolucionario -o comunista- para ponerle un nombre más abarcador. 
Él, decepcionado en 1974 con López Rega e Isabelita, indignado con los insultos de Perón a su ex "juventud maravillosa", enseguida "estúpidos imberbes", yo, convencido que no podría haber sido de otro modo. 
Él a favor de un Pacto Social, yo totalmente en contra. Él y yo, alegres y esperanzados después con el triunfo de Alfonsín y la vuelta de la democracia. 
Él, decepcionado en los años 90 con el turco Menem, liberal feroz travestido de peronista; yo también, desde lejos, viendo los horrores que el neo-liberalismo producía en Brasil, de la mano del ex-socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso. 
Ambos, él y yo, queriendo más pueblo en la política, más democracia en el gobierno. Él y yo, felices en 2003 cuando caían las fotos de los dictadores y los genocidas empezaban a pasar por juicios y a recibir condenas que la dictadura no había permitido a sus enemigos, a los que solo les ofreció simulacros de enfrentamientos armados, secuestros, torturas, muerte y desaparición de cadáveres y robo de sus hijos.

Pasaron los meses y él, mi viejo, murió peronista. "De la primera hora", como siempre decía. Y yo seguí con mis convicciones, a veces paralelas, a veces enfrentadas con las del partido de los amores de papá. Y me preocupé con las denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito, que tanto en la Argentina como en Brasil aparecieron de a montones en la prensa y los medios de difusión en general. Y me sorprendí al ver que, allá -en mi lejana Argentina- como acá, en mi patria de adopción, Brasil, las denuncias, aunque fundamentadas muchas veces, solo se dirigían a un sector de la política. Y fui viendo que los odios políticos acompañaban por igual, acá en los trópicos, como allá en las pampas, los cambios sociales.

No podría votar a Macri, aunque más no fuera por la indignación que compartimos con mi viejito aquel 26 de abril de 2013. No podría, sobre todo, porque tengo más una centena de amigos y compañeros muertos y desaparecidos, un primo entre ellos; y hoy, muchos de sus partidarios atacan antiguos centros de detención y tortura, ahora convertidos en Centros de la Memoria, para exaltar una "nueva política" que considera que los juicios y la condenación a genocidas y colaboradores -una de las acciones de restitución de la memoria más aplaudidas en todo el mundo- se puedan llamar "curros", o sea, corrupción y robo a favor de unos pocos contra los intereses populares.

No podría, porque estudio la historia y recuerdo que, desde el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón, Franco Macri, el padre del candidato y su imperio obtuvieron grandes negocios y perdones de deudas, en una de las peores épocas de la economía nacional. 

Espero que quien haya robado, promovido corrupción pasiva o activa, sea investigado, juzgado y condenado. Quien se haya aprovechado de cualquier organismo o política institucional en beneficio propio, que devuelva lo que se apropió indebidamente, que pague multas y sea condenado.

Pero no vamos a tirar al bebé de la democracia junto con el agua del baño. Scioli no es el candidato de mis sueños, ni se parece demasiado con mi Utopía social y política, es verdad. Pero Macri no es, definitivamente no será, la propuesta que corrija errores y haga pagar delitos que se hayan cometido en el actual gobierno.

No sé lo que va a ser Argentina si gana Scioli, pero sí estoy seguro que un Macri va a significar: corte en las políticas de integración social, represión a los movimientos populares y archivo muerto para las causas de la justicia contra los represores y genocidas de los años de 1976-83, olvido de las búsquedas a los niños secuestrados y robados en su identidad durante la dictadura.

Mi viejo no estaría a favor de eso. Mis hijos, que podrían haber sido secuestrados y desaparecidos en 1976, tampoco.

JV. 21 de noviembre de 2015



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