Sentado
a la
orilla del vecino estanque, bajo la coposa tipa que filtraba
los rayos del sol, pensativo y triste, miraba las aguas
sin saber por qué.
Se agitan
de pronto, y veo surgir de su seno la rubia cabellera larga; parpadean sus
ojos de brillante
azul .
Es grande
mi asombro: -No huyas- me dice. -Solo quiero hacerte compañía, ¡te veo tan
triste!-.
-Yo vengo
de lejos y
a veces también
estoy triste; conocí a mucha gente en ríos y en mares; y también a la orilla
de estanques, como ese en que estás tú-.
¿Te quedas allí?, ¿por qué no te sientas
a mi lado? -No puedo- responde, moviendo su
cola de pez.
-¿Sabes porque
estás triste? Yo sí lo sé,
recuerdas a alguien, quizás
esperas que un día regrese-.
Lo que dices es cierto, pero hay otros motivos también. Cuando el hombre
ama a su patria, las flores, la música, el viento, y siente
que no todo está bien, se pone muy triste, como tú me ves.
-Hay muchos
proverbios nacidos de sabia experiencia-
mueve con sus manos la sirenita el agua, y extrae una rosa. -Tómala
ésta es la esperanza,
el mal no
progresa, recuérdalo bien, se hunde y muere después-.
Sentí aquella
brisa y en las olas flotaban más rosas cuando la sirenita se fue.
Autor:
Luis Unzaga, Córdoba y
Catamarca, 7 de febrero de 2013.
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