segunda-feira, 5 de dezembro de 2022

La leyenda de Molly Malone y las tristes historias de la Pulpera de Santa Lucía y el Huinca de ojos azules

 



La leyenda de Molly Malone y las tristes historias de la Pulpera de Santa Lucía y el Huinca de ojos azules

 

Y se le mezclan feo las ideas a don Bryan, el huinca bueno de ojos azules como el cielo que los Tehuelches respetan y quieren como a un abuelo sabio y comprensivo.

Es que a los Pampas de aquellos años de 1874 no les hace gracia ni oír hablar de los “castellanos”. Ellos no saben o no quieren ni saber si hubo independencia o no; si los huincas se mataron en sus guerras civiles o si terminaron arreglándose y negociando entre ellos y repartiéndose el poder.

Lo que ellos saben es que, sean españoles, chilenos o argentinos, los huincas siempre codiciaron sus tierras y robaron sus mujeres y niños para llevarlos a trabajar como esclavos. Justo a ellos, hombres libres, dueños de un enorme territorio. 

Justo a ellos, hermanos del ñandú, el zorro, el cóndor y el guanaco. Pero a este huinca sí, a él lo respetan y lo quieren. Lo ayudan, como ayudaron unos años antes a los otros rubios, huincas de ojos verdes y azules, los galeses, un grupo de 150 mujeres y hombres que viajaron casi 13000 kilómetros para establecerse en un asentamiento galés remoto. Habían llegado en pleno invierno de 1865, sin encontrar ni un metro de la tierra verde y prospera que les prometieron los eternos mercaderes de ilusiones y de vidas.

Y sueña Bryan, tirado en su catrecito de troncos y ramas, cuidado por dos jóvenes Tehuelches: Raiquén, una linda jovencita que heredó el nombre de una abuela Mapuche, y Cangapol, bravo guerrerito, bisnieto de uno de los muchos grandes jefes del glorioso pasado patagónico.

Sueña Bryan Hook, el huinca de ojos celestes, que camina por un país no tan distante de su Escocia, al que los ingleses lo mandaron a invadir un par de veces; sueña que se encuentra con una estatua de una prostituta famosa en el centro de Dublín, Irlanda. Se imagina oyendo canciones que cuentan que era una pescadora hermosa, que repartía comida a los necesitados durante el día y a la noche entretenía, también sin ningún prejuicio y grátis, a los muchos marineros que la querían.

Y se acuerda Bryan, lo recuerda muy bien: Molly Malone no era irlandesa sino escocesa, como él, y cuando la conoció en la fragata Encounter quiso rescatarla de los malditos ingleses brutos que se aprovechaban de su ingenuidad, y ensuciaban su belleza.

Era 1806. Y la alianza entre Francia y España amenazaba los intereses de Inglaterra en sus deseos de dominio del Río de la Prata, en un afán por dominar ambas orillas, tomando Montevideo y Buenos Aires.

Pero le saltan los recuerdos a don Bryan. Como liebres patagónicas, dice Cangapol bajito, y Raiquén se ríe a carcajadas. 

           -Era a principios del siglo XIX en Gales- les cuenta Bryan a los chicos que lo cuidan en su choza- y los hablantes de galés, eran perseguidos por su idioma y su cultura. 

Los chicos se miran, entienden poco y nada del tema de los galeses, otros rubios y paliduchos a los que sus tíos y abuelos tanto ayudan. Pero sí comprenden de lo que es ser despreciado por su lengua, su cultura y su apariencia. Y lo saben porque a cada tanto llegan los gringos a las playas y los tratan peor que se trata a un guanaco.

Recuerda Bryan, pero no se lo dice a los chicos, haber leído en uno de los últimos diarios ingleses que le cayó en manos cerca de 1847, que un informe del parlamento sobre la educación galesa, conocido como The Treachery Of The Blue Books, empeoró todo con sus comentarios despectivos sobre el idioma galés. Mostrando desprecio por los hablantes de la lengua y proponiendo castigos como el Welsh Not -galés no-, escrito en un pedazo de madera que los niños que lo hablaban en la escuela debían colgabar en sus cuellos, provocó oleadas de migración de Gales a los EEUU. Un ministro que se había mudado a Ohio, Michael D. Jones, sabía lo difícil que era para el idioma galés prosperar en su patria. 

La Utopía remota de un asentamiento propio, lejos del idioma inglés y de la opresión de la monarquia británica se volvió su obsesión. Por otro lado, un editor de Caernarfon, Lewis Jones, sintió lo mismo. En 1862, viajó a Chubut en la Patagonia, junto con el liberal galés Sir Love Parry-Jones, cuya propiedad, Madryn, daría nombre al puerto en el que desembarcarían más tardelos colonos. Un ministro argentino les ofreció tierras, aunque la región ya estaba ocupada por los Tehuelche y Mapuche desde siempre. Pocos años después, el General Roca lo resolveria fácil, llevando tropas del flamante ejército argentino para sacar a los incómodos nativos de sus territórios y encima enviarlos al norte como trabajadores esclavos.

Pero aunque Bryan era muy amigo de los Tehuelches que a su vez ayudaban a los recién llegados del País de Gales, prefería no tener mucho contacto con aquellos otros huincas porque, la verdad era que el anciano se consideraba un Pampa, hombre de la tierra en la que había pasado tantísimos años.


Continuará. JV. Chubut, Patagonia argentina. 23 de marzo de 2039


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