Los chicos se
amontonaban dentro de la Siringa, unos manejando con destreza el volante, otros
tocando sistemáticamente la bocina estridente del viejo Ford T.
Yo, siguiendo
la conducta esperada del mayor de los primos varones, no me tomaba el trabajo
de sumarme al jolgorio; al contrario, me paseaba displicente, fingiendo apenas
un sutil aprecio por la joyita automovilística de los Marchetti, observando con
verdadero interés científico la latita roja de extracto de tomate que
reemplazaba a la tapa del radiador, justo en la cumbre del fabuloso capot del
forcito a bigotes.
-Tía Gringa,
los chicos van a gastar toda la “gatería” de la Siringa. ¡Digalés que dejen de
tocar la corneta!- le rogaba cada diez minutos Danielito a nuestra tía
preferida. La segunda madre de los más de veinte changuitos y chinitillas que
llenábamos de bullicio las tardes domingueras de Las Chacras. Tanta bulla que
Don Victoriano, abuelo universal, se escondía al fondo de la quinta, más allá
de los cañizales, haciendo de cuenta que examinaba concienzudamente las pasas
de higo encima de las chapas, de modo de hacer que la algarabía le pesara
menos.
Y el domingo se
iba terminando, esperando pasar el ómnibus de la línea 7, antes de la oración,
para devolver a la ciudad la tremenda cantidad de tíos, tías, cuñados y primos
de todas las edades.
Era tamaña
confusión que a Raúl Sánchez se lo olvidaron un día, y tuvieron que volver en
el colectivo de las 8 de la noche a buscarlo. Y a Carlitos -hermano de
Danielito y nieto de Don Emilio Marchetti, el fabuloso dueño de la fantástica
Siringa- un día le pusieron un espejo en frente a la carita y le preguntaron: ¿quién
es? Y estaba tan sucio de tanto jugar, que Carlitos no se reconoció a sí mismo:
es Adrián, dijo, confundiéndose con el otro hermano, nietito rubio de Don
Emilio. Don Emilio Marchetti, tano de pura ley, amigo de corazón de Victoriano
Unzaga.
¿Por dónde
andarán hoy todos esos changuitos y chinitillas, todos abuelos y abuelas. ¿Y
Doña Liduvina y sus palomitas de sobras de empanada? Las largas mesas
domingueras en que Doña Eufemia comandaba una tropilla de tías, hijas y
cuñadas, consuegras y entenadas, que competían en ver cuál de ellas iría a
agradar más a los sobrinos y sobrinas con sus delicias culinarias. ¿En qué cielos
de montañas azules estarán Victoriano y Marchetti, conversa que te conversa,
riéndose bajito de cuentos que los chicos nunca pudimos oír. ¿Y el tío Carlos? Por
cuáles paraisos de tango y folclore se paseará hoy?
FIN
Javier Villanueva. São Paulo, 23 de enero de 2013.
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