quarta-feira, 23 de janeiro de 2013

Las Chacras y la Siringa de los Marchetti

ford t modell



Los chicos se amontonaban dentro de la Siringa, unos manejando con destreza el volante, otros tocando sistemáticamente la bocina estridente del viejo Ford T.
Yo, siguiendo la conducta esperada del mayor de los primos varones, no me tomaba el trabajo de sumarme al jolgorio; al contrario, me paseaba displicente, fingiendo apenas un sutil aprecio por la joyita automovilística de los Marchetti, observando con verdadero interés científico la latita roja de extracto de tomate que reemplazaba a la tapa del radiador, justo en la cumbre del fabuloso capot del forcito a bigotes.
-Tía Gringa, los chicos van a gastar toda la “gatería” de la Siringa. ¡Digalés que dejen de tocar la corneta!- le rogaba cada diez minutos Danielito a nuestra tía preferida. La segunda madre de los más de veinte changuitos y chinitillas que llenábamos de bullicio las tardes domingueras de Las Chacras. Tanta bulla que Don Victoriano, abuelo universal, se escondía al fondo de la quinta, más allá de los cañizales, haciendo de cuenta que examinaba concienzudamente las pasas de higo encima de las chapas, de modo de hacer que la algarabía le pesara menos.
Y el domingo se iba terminando, esperando pasar el ómnibus de la línea 7, antes de la oración, para devolver a la ciudad la tremenda cantidad de tíos, tías, cuñados y primos de todas las edades.
Era tamaña confusión que a Raúl Sánchez se lo olvidaron un día, y tuvieron que volver en el colectivo de las 8 de la noche a buscarlo. Y a Carlitos -hermano de Danielito y nieto de Don Emilio Marchetti, el fabuloso dueño de la fantástica Siringa- un día le pusieron un espejo en frente a la carita y le preguntaron: ¿quién es? Y estaba tan sucio de tanto jugar, que Carlitos no se reconoció a sí mismo: es Adrián, dijo, confundiéndose con el otro hermano, nietito rubio de Don Emilio. Don Emilio Marchetti, tano de pura ley, amigo de corazón de Victoriano Unzaga.
¿Por dónde andarán hoy todos esos changuitos y chinitillas, todos abuelos y abuelas. ¿Y Doña Liduvina y sus palomitas de sobras de empanada? Las largas mesas domingueras en que Doña Eufemia comandaba una tropilla de tías, hijas y cuñadas, consuegras y entenadas, que competían en ver cuál de ellas iría a agradar más a los sobrinos y sobrinas con sus delicias culinarias. ¿En qué cielos de montañas azules estarán Victoriano y Marchetti, conversa que te conversa, riéndose bajito de cuentos que los chicos nunca pudimos oír. ¿Y el tío Carlos? Por cuáles paraisos de tango y folclore se paseará hoy? 

FIN
Javier Villanueva. São Paulo, 23 de enero de 2013. 


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