La independencia americana
y la lucha de Cádiz.
2ª parte.
Cuando Pedro, el bisabuelo de don Victoriano
Unzaga tomó el barco a vapor que lo llevaría desde Bilbao hacia
Alejandría, en Egipto, con una larga escala de tres días en Cádiz –allá por el
fin de año de 1809- no se imaginaba que pronto estaría implicado en uno de los
procesos políticos más ricos de la España moderna y de la patria futura de su bisnieto,
Victoriano, en la joven América.
Las primeras noticias que Pedro Unzaga tuvo,
siendo muy jovencito, sobre la existencia del movimiento revolucionario en las
entonces colonias españolas en América, lo dejaron pensando durante meses. Pedro
viajaba a Egipto con la intención de comprar ganado a un precio mucho más bajo
que el lograría en el país vasco, y en una de las visitas a los posibles
vendedores, conoció al revolucionario Francisco Miranda.
Los dos hombres se encontraron en la isla de León,
un poco antes que el patriota lo conociera al joven Bolívar, en esa época con
veintiséis años, casi la misma edad de Pedro Unzaga, lo que era una diferencia muy
marcada de edad y de experiencias, puesto que Miranda ya contaba por entonces
unos sesenta, e incluso había liderado un desembarco republicano fallido en
Coro, en 1806. La expedición se proponía empezar, a partir de Venezuela, una
serie de acciones armadas para promover la independencia de toda la América
hispana. Para esta empresa Miranda había llegado a Nueva York en noviembre de 1805, procedente de Londres, entrevistándose
con notables personajes norteamericanos como Thomas Jefferson.
Unzaga y los dos americanos empezaron una estrecha amistad que duró casi dos años, hasta que el futuro libertador Bolívar lo llevó a Miranda a Venezuela y Pedro Unzaga volvió a su pueblito cerca de Bilbao, a sus vacas y caballos.
Juntos, los dos americanos fundaron en
Caracas la Sociedad Patriótica, y al ser nombrado General en Jefe de los
Ejércitos revolucionarios, Miranda le confió a Simón Bolívar el mando de Puerto
Cabello, que era un poderoso bastión de las fuerzas republicanas.
Pedro Unzaga nunca se olvidó de esta amistad,
corta pero intensa, que le permitió imaginarse cómo eran enormes las
posibilidades que se abrían para los vascos en la capitanía de Caracas, en Cuba
y en el lejano virreinato del Río de la Plata, el que luego sería las
Provincias Unidas del Sud.
-Los hermanos Bartolomé y Antonio Wesler, banqueros alemanes de Carlos V,
tuvieron en sus manos la colonización de la capitanía que luego se llamaría
Venezuela. Eran los más importantes banqueros de Europa en tiempos de la conquista
española de América, y disfrutaban el poder que les daba el ser los prestamistas de un rey que alcanzó el
trono de Alemania con su dinero.
-La capitanía volvió al poder de
España que le repasó la administración a la Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas- recuerda Pedro que le había
contado Miranda a Bolívar en su presencia, mientras hablaban de política en el
retiro conspirativo entre Londres y la isla de León, en Cádiz.
Pero don Pedro Unzaga era agricultor y,
aunque leía de todo, nada del tema de las conspiraciones revolucionarias de los
americanos le interesaba demasiado.
En 1809, a los dos días de llegar a Cádiz, a
camino de Alejandría, Pedro Unzaga, bisabuelo de Victoriano conoció en un café,
a la puerta del pequeño hotel donde se había alojado, a un mercader. Era un
anciano de largas barbas blancas; el viejito se apoyaba en un bastón y,
haciendo un esfuerzo, le alargó un sobre grueso con matasellos del correo de
Caracas.
Pedro entró al hotel y, ya en su habitación,
vio que la carta tenía por remitente a Gaspar de Jovellanos, y estaba dirigida a Miranda o a Simón Bolívar.
Por qué se la había entregado a él, Pedro Unzaga el viejito, era un misterio
que nunca supo resolver.
Gaspar de Jovellanos era conocido en España por ser un hombre ilustrado
y un gran patriota, que se había refugiado en la isla de León, en la Bahía de Cádiz,
sobre la costa atlántica andaluza, para refugiarse de la persecución desatada
contra los españoles que combatían por la independencia durante la última
campaña del ejército napoleónico.
Jovellanos se había comunicado con su amigo Francisco Saavedra, el
antiguo intendente de Venezuela, para darle instrucciones precisas sobre cómo
actuar en el caso de que ocurriera lo que parecía más que previsible en ese
momento: la caída de la ciudad de Cádiz en manos de las tropas
francesas que la mantenían sitiada.
Y fue por causa de este intercambio epistolar que, sin tener nada que
ver con el tema, Pedro se vio implicado en los sucesos de la época. Lógicamente
entregó a Miranda, un par de horas después, la carta que debería haber llegado
a sus manos por una mera equivocación del viejito barbudo del café.
Y Miranda, al que se agregó Bolívar media hora después, lo invitó a
tomar un café y le leyó el contenido de la misteriosa esquela; contenido que
Pedro Unzaga nunca reveló a Ignacio, su hijo, ni al segundo Pedro, el padre de
Victoriano Unzaga.
Poco se sabía por aquél entonces – entre 1809 y 1812- sobre aquellos personajes, que eran representantes
de los diversos estamentos de la sociedad española y “de ultramar”, ante las Cortes que forjaron Constitución de Cádiz.
Sabemos que eran venidos de distintos puntos de
España y de las Américas, y pertenecientes a los varios sectores que se
expresaban a través del clero, el comercio, la política y la cultura, pero
tenían algo en común. Todos ellos habían sido elegidos por la sociedad española
de aquellos días o designados por las autoridades locales de las colonias para
tratar de marcar el rumbo de un pueblo sumergido en un contexto histórico extremamente
complicado, inmerso en una guerra contra un invasor extranjero en la península,
dentro de un llamado “Antiguo Régimen” ya caduco, y ante colonias que empezaban
a despertar para el ansia de independencia frente a modelos como los que le
llegaban desde la América del Norte y la propia Francia, invasora de la
metrópoli que los había sometido durante tres siglos.
Pero antes, veamos el clima de guerra en el que la nueva España que nace,
y que concentra sus atenciones en la lejana Cádiz, la ciudad más excéntrica de
la península, pero la más cercana a las colonias americanas.
El asedio napoleónico a Cádiz
“Fueron largos treinta meses lo que duró
el asedio más extenso de todas las campañas de Napoleón, proceso en el cual
España se jugó al todo o nada su independencia” escribía Miranda en una de
las más de doce cartas que le mandó a Pedro Unzaga durante el año de 1810.
-Rescatar del olvido la larga batalla
que se desarrolló en la isla de León -la localidad que, desde el punto militar era
la más importante de toda la península- es una tarea que ayuda a entender mejor
el proceso paralelo de la independencia de los peninsulares contra Napoleón y la
nuestra, la de los americanos contra España- le decía años más tarde Simón
Bolívar a Pedro, tratando de convencerlo a que se sumase a los grupos que se
preparaban para enfrentar a los realistas en suelo americano.
Continuará.
Javier Villanueva, São Paulo, 20 de enero de 2013.
Nenhum comentário:
Postar um comentário