Este articulo de
Samuel Rodríguez Medina es sobre la visita al campamento de migrantes en Juárez Chihuahua.
(Foto de Monica Lozano)
Hace unos días visité un campamento de migrantes
muy cerca de la frontera con Estados Unidos
en Ciudad Juárez, Chihuahua; es un campamento
improvisado que recibe a quien no tiene dónde
pasar la noche mientras esperan a que las
autoridades migratorias del vecino país resuelvan su caso.
Hace mucho que no veía un panorama tan desolador:
las tiendas de campaña se multiplicaban, las fogatas
y las calles improvisadas llenas de barro y descuidadas
daban una sensación de profunda desolación. A pesar
de todo la gente resistía. Conversé con algunos de los
habitantes del campamento, la mayoría venían de estados
asolados por la violencia, venían huyendo, cercados
por el miedo y obligados a esperar la compasión
de un gobierno extranjero que poco o nada podrá hacer por
ellos.
Cierto heroísmo se percibía en el ambiente, no es un
heroísmo clásico, de fuerza y enfrentamiento, es un heroísmo
de nuestra era, un heroísmo pesimista quizá, atrapado
entre capas tectónicas que chocan en el cuerpo de quien
migra.
Los rostros que vi en el campamento me recuerdan decididamente
a los que describe por ejemplo Bruno Traven en su famoso
libro La rebelión de los colgados, que después sería llevada a la
pantalla grande en una magistral dirección de Emilio Fernández.
Los rostros del campamento denotaban incertidumbre y
resentimiento, pero sobre todo miedo, mucho miedo.
En La rebelión de los colgados los campesinos son explotados
en medio de la selva y pagan en su propio cuerpo los horrores
de la opresión. Algo similar pasa en el México de hoy, la opresión
es muy similar a la que presentan los artistas en las obras
mencionadas, el miedo que se siente es el que experimenta una
sociedad traicionada, en donde las instituciones han sido
completamente superadas por fuerzas destructivas muy
poderosas que han provocado migraciones masivas de gente que
lo único que quiere es un lugar habitable.
Hablé con personas de Michoacán, Guerrero, Veracruz, Zacatecas,
y cada nombre suena como una bala y cada sílaba nos abre una
tragedia.
Hablan de horrores, de asesinatos, de fugas, de muerte y
desconsuelo. Parecería que nuestro país es un mal sueño que
lleva ya demasiado tiempo. Es gente que lo ha perdido todo, que
cumple en su viaje con las peores profecías de Occidente: no hay a
dónde regresar y no hay a dónde ir, están en estado de tránsito
perpetuo, atrapados en la nada, presas de gobiernos
ineficientes y perversos como los que hemos venido
padeciendo en México desde su fundación.
Es verdad que la sociedad civil ha respondido de manera
ejemplar, las donaciones llegan, llegan cobertores, alimentos,
abrigos; sin embargo, y aunque las donaciones son
bienvenidas, el problema tiene un fondo oscuro y
tenebroso. Los demonios de Occidente se han volcado en
nuestro país y nada parece tener la fuerza necesaria para
detenerlos.
México es el mundo de la incertidumbre, de la caída de las
garantías, de la sociedad tambaleante que a cada paso que
da tiene que detenerse a explorar sus propias tragedias.
Este miedo que se padece por todo el país se incrementa
en la frontera, la gente no migra por amor a otros países,
migra porque se ve obligada a salvar la vida, y es en estos
campamentos en donde todo se concentra y todo se
vuelve más frágil, más lacerante.
En el campamento no hay salvación posible, ni la que ofrece
la fe, ni la que prometen los candidatos, ni la de la publicidad,
ni la de la academia, ni la de la ley, nada aquí parece
funcionar; en los campamentos de refugiados lo único
que mueve al mundo es la voluntad ancestral de la
sobrevivencia, del amor propio, nada más es necesario,
nada más ha funcionado. El refugiado, el migrante, nos
recuerda que estamos solos ante el desamparo. Aun así,
las retóricas del odio que generalmente se manifiestan
en partidos neofascistas como los que gobiernan en varias
partes del mundo actualmente promueven la idea de que
los que migran son terroristas. El terror es en realidad el
inmenso fracaso del estado.
Esto nos confronta a preguntas que deben calar hondo
en la conciencia, debemos preguntarnos si las reglas del
juego todavía funcionan. Si existen desplazados que temen
por su vida y que deben dormir en una tienda de
campaña a temperaturas infrahumanas, entonces la
respuesta apunta a que estamos al borde del abismo.
Es momento de repensar a una sociedad entera y ya vamos tarde.
La Navidad aquí es sólo una ilusión.
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