El Maqui, los partigiani y el ADN
Juancito Arias, natural de un pueblito entre Figueres y Girona, estaba entre los miles de combatientes republicanos que lograron pasar por los Pirineos sin ser heridos por los bombardeos de la aviación franquista al final de la Guerra Civil, en 1939. Tampoco consiguieron detenerlo los guardias de frontera franceses que querían llevarlos a un campo de concentración, y se escabulló, junto con un pequeno grupo de hombres y mujeres armados que algunos pocos meses más tarde estaría en las filas del Maqui francés, haciendo guerra de guerrillas contra el invasor nazi.
Pero así como la suerte acompañaba a Juan cada vez que con sus compañeros golpeaban al enemigo nazi y huían hacia el monte, del mismo modo, pero al contrario, ocurría con los desencuentros. En menos de dos años de combates hostigando a las fuerzas del Régimen de Vichy y a la Wehrmacht del Tercer Reich, Juan se perdió entre las montañas y, después de protegerse en el monte de un intenso tiroteo, no se encontró nunca más con su pelotón.
Algunos grupos que operaban en el sur y al este francés se formaban casi en su totalidad de republicanos catalanes y asturianos que habían luchado en la Guerra Civil Española y que irían a jugar un papel muy importante en la liberación de París más tarde. Pero Juancito no pudo tomar parte en estas gloriosas jornadas, y pasó otros dos años y medio clandestino en la frontera con Italia, después de esconder sus armas y municiones en una caverna, y dedicarse al trabajo en tareas del campo, sin lograr contacto con nadie de la Resistencia.
Por fin, un día, cansado de su inactividad y pensando en la posibilidad de encontrarse con los partigiani italianos que operaban cerca de la frontera, tomó su bolsa con las poquísimas pertenencias que le restaban y salió de Briançon con rumbo a Pinerolo, al oeste italiano, atravesando grandes alturas y huyendo siempre de las fuerzas alemanas que habían lanzado una ofensiva en marzo de 1944 y una campaña de terror por toda Francia con represalias contra civiles de las zonas en las que la resistencia francesa estaba más activa.
Llegó a Itália tres meses después que Benito Mussolini y sus escuadras fascistas se desplazaran al centro y norte del país por la presión de los países aliados y acorralados por los guerrilleros partigiani. Allí construyó el dictador, con el apoyo de Hitler, un régimen autoritario, la República Social Italiana de Saló o República Social Fascista.
El único contacto que llevaba Juancito era Eustaquio Arce, un español de su pueblo y de su misma edad, que tenía una pequena fábrica de ladrillos y tejas en la periferia de Rívoli, cerca de Turín. Apenas supo que había llegado, Arce lo informó sobre la necesidad de organizarse para luchar contra los invasores alemanes. Entre las tareas inmediatas que le ennumeró estaban, en primer lugar, liberar a los prisioneiros eslavos, ingleses y africanos de las colonias que estaban internados en dos campos de concentración cercanos; y la segunda, adquirir armas de las diversas maneras posibles, legales e ilegales, y también municiones, alimentos y alojamiento para estos combatientes recuperados para la lucha.
Eustaquio ponía particular énfasis en las buenas relaciones que debían tener con la gente de la región. Necesitaban crear fuertes vínculos con la población, ya que sin la solidaridad y la cooperación de ellos, el éxito de la lucha era muy difícil, casi imposible.
Las primeras armas las tomaron de los cuarteles de la policía. Para abastecerse de alimentos abrieron varias tiendas en las que almacenaban granos traídos por los agricultores, y donde guardaban cientos de bolsas de trigo; una parte la pusieron a disposición de los partigiani, y el resto lo distribuyeron gratuitamente a la población del lugar y a personas desplazadas de otras localidades. Esto creó una gran simpatía de la población hacia los guerrilleros de la resistencia, pues el pan y los artículos de primera necesidad eran racionados y muchos morían de hambre. El trigo, según los planes alemanes, era destinado a las tropas germanas estacionadas en Italia y para llevárselo a Alemania. Otro de los objetivos permanentes de la guerrilla, por lo tanto, era atacar los camiones que se llevaban el precioso alimento.
Todo fue bien, con poquísimas bajas y sin ninguna delación en el caso de la prisión de combatientes que pudiera prejudicar la semi legalidad de los almacenes que controlaba Eustaquio. Cabe comentar que el español, aparte de sus atividades en la resistencia, hacía también sus curros en el mercado negro, en el cuál estaban metidos no pocos colaboradores de los fascistas y los alemanes, lo que le daba una muy buena cobertura, aparte de llenarle los cofres, cuyo lugar de escondite compartía en total secreto con Juancito.
Pero la suerte de Juan, como ya dijimos antes, se contrarrestaba con su mala fortuna para los desencuentros, y esta vez ambos fenómenos ocurrieron de una sola vez; mientra subía al monte para encontrarse con los irregulares y entregarles víveres y municiones, empezó un fuerte tiroteo en el pueblo; un grupo de partigiani salió del esconderijo en el bosque y bajó para participar en el combate. El resto de los guerrilleros recibió las bolsas que les llevaba Juan y subieron otra vez.
Juancito tuvo tiempo, antes de entrar a las callejuelas del poblado, de esconderse atrás de unos arbustos y disparar dos tiros de mauser y uno con la Lugger del primer alemán que había enfrentado en Italia. Pero al llegar a los almacenes ya no había más que un grupito de saqueadores y tuvo que disparar al aire para alejarlos.
Todos habían muerto en el enfrentamento: sus camaradas y los más de veinte soldados que habían montado el asalto, algunos todavía dentro de los camiones, alcanzados por las granadas de los rebeldes.
Juan entró al almacén semi destruído, se lavó y se cambió toda la ropa. Al caer la noche salió del pueblo y se fue caminando rumbo al sur. Sus compañeros nunca irían a creerle que fuera el único que lograra salvarse en el ataque, y los fascistas podrían volver a cualquier momento.
Caminó escondiéndose de los grupos de bandidos que asaltaban a todos los que encontraban por el camino, ya que las tropas de Mussolini y los alemanes se habían retirado hacia el norte. A los cinco días se topó con el primer control de las tropas norteamericanas. Le pidieron documentos, pero pasó enseguida, sin demasiados inconvenientes.
Veintiséis años después de terminada la guerra, estabelecido en Palermo como comerciante del ramo de almacenes, Juancito recibe la visita de un jovencito con el mismo apellido de su amigo muerto en su último combate guerrillero: Arce. Le pidió trabajo y, sin que ninguno de los dos comentara nada sobre la casualidad del nombre, Guliano Arce empezó a trabajar en los almacenes, y allí se quedó hasta después de la muerte de Juancito, en noviembre de 1988.
Guliano Arce, que era curioso y amante de la lectura, había leído que el patrón mendeliano de la herencia del sistema ABO, descubierto por Felix Bernstein en 1924, permitía la determinación de paternidad por medio del análisis de los grupos sanguíneos, y que había sido usado por primera vez en Alemania en 1924.
Pero Guliano supo también que con los avances de la ciencia, la técnica del ADN se usó por primera vez en 1987, en los Estados Unidos, por un tribunal de Florida. Y sin dudarlo demasiado, en 1992 pidió en los tibunales de Palermo que su identidad genética fuera comparada con la de Juan, su ex patrón fallecido años antes, y en cuyos Grandes Almacenes Arias continuaba trabajando.
La prueba de ADN resultó negativa y Guliano, además de perder sus ilusiones de ser el heredero legal de los Grandes Almacenes, perdió el trabajo en el que ya estaba a punto de jubilarse.
Lo que Guliano Arce, hijo del almacenero Eustaquio no sabía es que, después del último combate guerrillero en el que Juancito actuó, -y en el que todos los compañeros de ambos fueran muertos en uno de los ataques finales de los alemanes en su retirada-, Juan había vestido las ropas de su padre, llevándose sus documentos y todo el dinero guardado en un escondrijo en los montes cercanos.
Juan había robado a sus camaradas partigiani al tomar la identidad de Eustaquio Arce. Y por eso mismo, Guliano nunca podría ser reconocido como el hijo de un hombre que no lo era.
Fin
JV. Catamarca. Agosto de 1977
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