domingo, 23 de março de 2014

El Chacho Rubio y la revolución. 38 años después.





 Foto familiar de Cecilia Camilión.

1.

Las arrugas del Tiempo -o los pliegues de la historia, como quieras llamarle- me decía el viejo Milesi, a veces esconden sorpresas, o nos reservan enseñanzas que no entendemos en su momento, sino años después de ocurridas.

Me mudé de Córdoba a Buenos Aires el 5 de febrero de 1975, el mismo día en que Isabelita firmaba el decreto secreto que ordenaba al ejército iniciar la “Operación Independencia” en Tucumán— me cuenta Milesi ocho años después, en el bar Riviera de São PauloLlovía de la mañana a la noche; y hacía un calor húmedo y sofocante, pero yo andaba feliz con el descubrimiento de la “misteriosa Buenos Aires”, a pesar de mi avanzada edad, ya con 87 años.

Entré a la pensión de la calle San Martín a la misma hora en que empezaban las acciones militares que completarían de a poco el comienzo del genocidio cuando, en octubre de ese mismo año, el presidente interino Ítalo Luder las ampliara a todo el país— escribe el viejo en unas hojas sueltas que más tarde va a pegar en un cuaderno de sus apuntes

Los militares usaron el territorio de la menor provincia argentina para poder aplicar los métodos de la guerra contrarrevolucionaria que habían aprendido con los franceses en las batallas de Argelia y de Vietnam, y con los yanquis en Centroamérica— dice el Indio, y paga el café en el Ópera, compra un diario y salimos a tomar el 62 para ir hasta mi casa en Lomas del Mirador, cerca de San Justo, en la Matanza.

El pretexto de los militares era aniquilar la guerrilla rural del ERP, y lograr destruir el combativo movimiento popular tucumano agrega.

Yo andaba en Buenos Aires perdido y fascinado, entre citas desparramadas, tareas y reuniones en decenas de cafés y pizzerías por toda la ciudad, saltando de las librerías a los cines de la calle Corrientes. Disfrutaba de la enorme diferencia entre el cerco represivo de Córdoba y el relativo relajamiento de Buenos Aires, cuando leí en “La Opinión” del 9 de febrero, durante un aburridísimo domingo de carnaval, que Tucumán había sido ocupada por tropas del ejército, gendarmería, policía federal y de la provincia. Llevaban centenas de especialistas de inteligencia, que jugarían un papel esencial en la represión feroz que se iniciaba— escribe el viejo en sus apuntes.

Al frente del Operativo Independencia estaba el jefe de la 5ª Brigada, general Acdel Vilas. Los que irían a comandar el operativo, los generales Salgado y Muñoz, habían muerto en enero en un accidente aéreo. Vilas los reemplazó por sus lazos con el peronismo y su buen trato con el Brujo López Rega, hombre fuerte del gobierno— cuenta el viejo, y sale del Ópera, lugar alegre y lleno de vida hasta aquellos días inciertos de febrero a diciembre de 1975, meses móviles y cambiantes, como una frontera imprecisa entre una libertad y una democracia -que no fueron suficientes para cohibir al fascismo de la derecha peronista- y la larga noche de las botas que anunciaban los militares que todavía hacían de cuenta que apoyaban críticamente a Isabelita y a sus aventureros.

2.

Córdoba y Monte Chingolo, diciembre de 1975

Era antevíspera de Navidad y llegué a lo de mis viejos casi a medianoche, después de un viaje intranquilo de once horas desde Buenos Aires. A la salida de la capital y entrando en Córdoba, las patrullas del ejército que bloqueaban la ruta pararon el ómnibus y nos hicieron bajar a todos, revisándonos con cuidado— me cuenta el Indio.

Esperé que llegara el viejo Milesi y prendimos la televisión: el 23 de diciembre de 1975 el ERP había atacado el Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno”, importante para la logística del ejército, cerca de la ciudad bonaerense de Monte Chingolo—dice el Indio mientras prepara el agua para el mate.

 —Parecía que habían pasado años, pero no, un tiempito antes el ERP había tomado el pueblo de Acheral en Tucumán, y copado el Arsenal de Villa María, en Córdoba,  para euforia de sus militantes. Pero fue una sensación pasajera, y terminó en la desazón que anunciaba días amargos. Porque después de cada éxito parcial de los grupos armados, siempre venía una persecución tenaz del ejército, y enormes bajas entre los cuadros militantes más antiguos, con la recuperación por la policía y el ejército de gran parte de los equipos y armas que habían logrado tomar— comenta  Pedro Milesi.

 —Si, y además, el fallido ataque de la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”, lanzado desde Tucumán al Regimiento 17º de Catamarca, y la pérdida de armamento en Manchalá; una de las razones para una acción de la envergadura del ataque al Batallón Viejobueno, fue desplegar un hecho espectacular para ayudar a detener o prevenir el golpe militar que era inminente. Y por la necesidad imperiosa de nuevos recursos y más armamentos pesados— piensa y anota en un borrador, en el que junta los estudios para una futura novela, Javier Villanueva.

El principal objetivo logístico era llevarse unas quince toneladas de material bélico, mejorar el equipamiento y afianzar las estructuras armadas del  PRT-ERP— dice Carlitos Fessia y le devuelve el mate a Javier.

Los “perros” planearon los detalles, creando el batallón “José de San Martín” que haría su bautismo de fuego en esta acción, juntando la Compañía “Héroes de Trelew” a otras dos, a las que luego se  incorporarían también varios combatientes veteranos de Córdoba y Tucumán, que ya se habían fogueado como miembros de la Compañía de Monte— agrega Javier.

La planificación de la acción, en sus mínimos detalles, la hizo Juan Ledesma, que era el jefe del estado mayor del ERP, que había participado como dirigente en el ataque a otras unidades del ejército— dice Carlitos —pero Ledesma fue secuestrado por la represión, junto con once militantes, dos semanas antes de la fecha que había sido programada por Robi Santucho para el ataque,  siendo reemplazado por Benito Arteaga—.

Hubo mucha polémica en la cúpula de la organización por todo esto. Lógico, se temió que los detenidos pudieran delatar la operación. Pero Robi, convencido de que Ledesma no lo haría, insistió en que  el plan propuesto se mantuviera tal cual. Lo que no se imaginaba era que,  desde hacía un  tiempo, la inteligencia del ejército ya les había infiltrado la logística del ERP— dice el Chacho. —Sí, y que se había ido enterando de varios pedazos del plan, que eran datos parciales o incompletos, pero que le servirían al alto comando de las fuerzas armadas para detectarlo y tomar medidas preventivas— agrega.

Los Montoneros también le habían pasado a la dirección del ERP una información precisa sobre las actividades  sospechosas de Jesús Ranier, militante que antes actuara en las Fuerzas Armadas Peronistas— detalla el Chacho Rubio. —Pero no se comprobó nada, ni se tomaron medidas adecuadas de contra información, un error que llevó al fracaso del ataque y a la enorme cantidad de bajas y de desaparecidos en Monte Chingolo— dice Carlitos.

La operación había sido pensada por el Robi y la cúpula del ERP como un ataque concentrado en la unidad del ejército, con numerosas acciones secundarias de distracción, con la interceptación de posibles refuerzos, y emboscadas  en cada vía de acceso, para evitar o retardar la llegada de las tropas de refresco que llegarían para defender el cuartel— le detalla el Chacho a Javier. —Y también armaron otras acciones menores en los barrios y pueblos próximos. Los efectivos en esta operación de guerra fueron, según el informe del propio PRT, trescientos hombres y mujeres combatientes, armados con pistolas, revólveres, granadas de mano, fusiles automáticos, ametralladoras pesadas y morteros —agrega el viejo Pedro.

Exactamente a las 18.50 de la tarde del 23 de diciembre, los combatientes invadieron el Batallón de Arsenales chocando un camión contra el portón de entrada, seguido por  nueve autos y camionetas. Atacaron de inmediato la guardia, empezando así el enfrentamiento armado— dice Pedro y le pasa el mate a Carlitos Fessia. —Al mismo tiempo, otros guerrilleros atacaron desde diferentes lugares varios objetivos dentro de las instalaciones que habían previstos— le recibe el amargo, le pone agua caliente y se lo pasa a Javier.
 —Pero en realidad los verdaderos sorprendidos fueron los atacantes que no esperaban una respuesta tan rápida y contundente desde los nidos de armas automáticas que habían sido apostadas en varios puntos de la unidad— agrega el Chacho.

A las ocho de la noche, las columnas de refuerzo de centenas de militares y policías empezaron a llegar, combatiendo contra los grupos emboscados del ERP que trataban de retardarlos, mientras las fuerzas combinadas de la Brigada Aérea de Morón y del Comando de Aviación de Ejército, con algunos helicópteros y pequeños aeroplanos artillados, iluminaban con reflectores y sobrevolaban el cuartel y las zonas vecinas al combate— anota Javier en un cuaderno “Laprida” y se va a avivar el fuego en la carusita  para calentar el locro más tarde.

A las ocho y diez aterrizaron helicópteros con tropas cerca de la guardia; seis guerrilleros, instalados en un cruce de rutas, eran atacados por el Regimiento 3º de Infantería y la policía de la provincia rodeaba el cuartel. En ese instante el ERP reconoció el inminente fracaso de la acción y el gran número de bajas, y ordenó el repliegue que ocurrió por distintos puntos del perímetro del cuartel, protegidos por la oscuridad, pero muy en desorden— dice Carlitos.
Cuando faltaban pocos minutos para las once de la noche, aún había guerrilleros replegándose hacia fuera del cuartel. Pocas horas después, el Comando de la Brigada de Infantería empezaba a rastrillar el interior de la unidad y los barrios vecinos buscando a los militantes escondidos— le agrega el Chacho.

Los milicos empezaron a reunir los muertos y a evacuar a sus heridos antes de medianoche. Las bajas de ERP fueron 62 muertos, más de 25 heridos evacuados por sus compañeros, 3 detenidos en los ataques de contención, y un gran número de presos desaparecidos y víctimas civiles, que nunca se pudo contar— dice Javier, y empieza a repartir los platos con el locro recalentado. —Los caídos de las fuerzas armadas, según el informe oficial, fueron 6 entre jefes, suboficiales y soldados del ejército. Además hubo 17 heridos del ejército, 8 de la policía federal y 9 policías de la provincia de Buenos Aires— completa Carlitos Fessia.

3.

Esa Navidad fue la última vez en que los vi al Chacho y a Carlos— le cuenta Javier a Juancito. —Cuando los encontré, un atardecer caluroso, en un bar frente a la estación  de trenes de Alta Córdoba, me contaron que habían visto el comunicado del ERP de aquella tarde, que decía:  “Esta batalla librada por las fuerzas revolucionarias se enmarca en un proceso de guerra prolongada, de varios años de accionar urbano y rural de las fuerzas guerrilleras. La guerra revolucionaria se ha generalizado en la Argentina”.  

 —Mirá Javier, nosotros creemos que el fracaso de este combate, el más importante en una única acción contra las fuerzas armadas, fue un gran error político. También sabemos que falló porque la inteligencia de ejército les había infiltrado a Jesús Ranier, “el Oso”, un tipo peligroso, que antes había militado en las FAP y que era el chofer del jefe de logística del estado mayor del ERP— me contó el Chacho. —Parece que fue logrando una valiosa información que le permitió a la represión emboscar el mayor ataque militar de la izquierda— agrega Carlitos, mientras un estruendo de fuegos de artificio navideños estalla a sus espaldas, enmarcando las vidrieras del viejo café y la torre de la estación en un juego de luces que parece dar el tono a los claroscuros de la guerra que se viene, en la que seremos derrotados, nosotros y el pueblo.

Después del fracaso de la operación, “el Oso” fue detenido, juzgado y condenado a muerte por la dirección del ERP— dice Javier y lo anota en el “Laprida”. —El éxito de la represión en Monte Chingolo, fue un detonante del rápido declinio del PRT-ERP, que ya acumulaba varias derrotas parciales desde la guerrilla rural en Tucumán, y que empezó con todo su rigor siete meses después, el 19 de julio de 1976, ya en plena dictadura, con la muerte en combate de Robi Santucho— le dice Javier al Juan, una tarde triste de otoño, en su casita de Lomas del Mirador, después de haberlo esperado más de diez minutos al Chacho en la avenida Rivadavia, en la segunda parada después de Liniers para el lado de la provincia, y al ver que no venía, irse despacio, comprar el Clarín y leer que el jefe de la segunda guerrilla socialista, Jorge Camilión, el Chacho Rubio, constructor incansable de un pequeño partido en el seno de la clase obrera, había muerto en combate en un allanamiento.

Javier Villanueva.

San Justo, la Matanza, julio de 1979. São Paulo, agosto de 1980.

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