Foto familiar de Cecilia Camilión.
1.
Las arrugas
del Tiempo -o los pliegues de la historia, como quieras llamarle- me decía el viejo Milesi, a veces esconden
sorpresas, o nos reservan enseñanzas que no entendemos en su momento, sino años
después de ocurridas.
—Me mudé
de Córdoba a Buenos Aires el 5 de febrero de 1975, el mismo
día en que Isabelita firmaba el decreto secreto que
ordenaba al ejército iniciar la “Operación Independencia” en Tucumán— me
cuenta Milesi ocho años después, en el bar Riviera de São Paulo. —Llovía
de la mañana a la noche; y hacía un calor húmedo y sofocante, pero yo andaba
feliz con el descubrimiento de la “misteriosa Buenos Aires”, a pesar de mi
avanzada edad, ya con 87 años.
—Entré a la
pensión de la calle San Martín a la misma hora en que empezaban las acciones
militares que completarían de a poco el comienzo del genocidio cuando, en
octubre de ese mismo año, el presidente interino Ítalo Luder las ampliara a
todo el país— escribe el viejo en unas hojas sueltas que más tarde va
a pegar en un cuaderno de sus apuntes.
—Los
militares usaron el territorio de la menor provincia argentina para poder
aplicar los métodos de la guerra contrarrevolucionaria que habían aprendido con
los franceses en las batallas de Argelia y de Vietnam, y con los yanquis en
Centroamérica— dice el Indio, y paga el café en el Ópera, compra un
diario y salimos a tomar el 62 para ir hasta mi casa en Lomas del Mirador,
cerca de San Justo, en la Matanza.
—Yo
andaba en Buenos Aires perdido y fascinado, entre citas
desparramadas, tareas y reuniones en decenas de cafés y pizzerías por toda la
ciudad, saltando de las librerías a los cines de la calle
Corrientes. Disfrutaba de la enorme diferencia entre el cerco represivo de
Córdoba y el relativo relajamiento de Buenos Aires, cuando leí en “La Opinión”
del 9 de febrero, durante un aburridísimo domingo de carnaval, que
Tucumán había sido ocupada por tropas del ejército, gendarmería, policía
federal y de la provincia. Llevaban centenas de especialistas de inteligencia,
que jugarían un papel esencial en la represión feroz que se iniciaba—
escribe el viejo en sus apuntes.
—Al
frente del Operativo Independencia estaba el jefe de la 5ª Brigada, general
Acdel Vilas. Los que irían a comandar el operativo, los generales Salgado y
Muñoz, habían muerto en enero en un accidente aéreo. Vilas los reemplazó por
sus lazos con el peronismo y su buen trato con el Brujo López Rega, hombre
fuerte del gobierno— cuenta el viejo, y sale del Ópera, lugar alegre y
lleno de vida hasta aquellos días inciertos de febrero a diciembre de 1975,
meses móviles y cambiantes, como una frontera imprecisa entre una libertad y
una democracia -que no fueron suficientes para cohibir al fascismo de la
derecha peronista- y la larga noche de las botas que anunciaban los militares
que todavía hacían de cuenta que apoyaban críticamente a Isabelita y a sus
aventureros.
2.
Córdoba y
Monte Chingolo, diciembre de 1975
—Era
antevíspera de Navidad y llegué a lo de mis viejos casi a medianoche, después
de un viaje intranquilo de once horas desde Buenos Aires. A la salida de la
capital y entrando en Córdoba, las patrullas del ejército que bloqueaban la
ruta pararon el ómnibus y nos hicieron bajar a todos, revisándonos con cuidado—
me cuenta el Indio.
—Esperé
que llegara el viejo Milesi y prendimos la televisión: el 23 de diciembre de
1975 el ERP había atacado el Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo
Viejobueno”, importante para la logística del ejército, cerca de la ciudad
bonaerense de Monte Chingolo—dice el Indio mientras prepara el agua para el
mate.
—Parecía
que habían pasado años, pero no, un tiempito antes el ERP había tomado el
pueblo de Acheral en Tucumán, y copado el Arsenal de Villa María, en
Córdoba, para euforia de sus militantes. Pero fue una sensación pasajera,
y terminó en la desazón que anunciaba días amargos. Porque después de cada
éxito parcial de los grupos armados, siempre venía una persecución tenaz del
ejército, y enormes bajas entre los cuadros militantes más antiguos, con la
recuperación por la policía y el ejército de gran parte de los equipos y armas
que habían logrado tomar— comenta Pedro Milesi.
—Si, y
además, el fallido ataque de la Compañía de Monte “Ramón Rosa
Jiménez”, lanzado desde Tucumán al Regimiento 17º de Catamarca, y la
pérdida de armamento en Manchalá; una de las razones para una acción de la
envergadura del ataque al Batallón Viejobueno, fue desplegar
un hecho espectacular para ayudar a detener o prevenir el golpe militar que era
inminente. Y por la necesidad imperiosa de nuevos recursos y más armamentos
pesados— piensa y anota en un borrador, en el que junta los estudios para
una futura novela, Javier Villanueva.
—El
principal objetivo logístico era llevarse unas quince toneladas de
material bélico, mejorar el equipamiento y afianzar las estructuras armadas
del PRT-ERP— dice Carlitos Fessia y le devuelve el mate a Javier.
—Los “perros”
planearon los detalles, creando el batallón “José de San Martín” que
haría su bautismo de fuego en esta acción, juntando la Compañía “Héroes
de Trelew” a otras dos, a las que luego se incorporarían también
varios combatientes veteranos de Córdoba y Tucumán, que ya se habían fogueado
como miembros de la Compañía de Monte— agrega Javier.
—La
planificación de la acción, en sus mínimos detalles, la hizo Juan Ledesma, que
era el jefe del estado mayor del ERP, que había participado como dirigente en
el ataque a otras unidades del ejército— dice Carlitos —pero Ledesma fue
secuestrado por la represión, junto con once militantes, dos semanas antes de
la fecha que había sido programada por Robi Santucho para el ataque,
siendo reemplazado por Benito Arteaga—.
—Hubo
mucha polémica en la cúpula de la organización por todo esto. Lógico, se temió
que los detenidos pudieran delatar la operación. Pero Robi, convencido de que
Ledesma no lo haría, insistió en que el plan propuesto se mantuviera tal
cual. Lo que no se imaginaba era que, desde hacía un tiempo,
la inteligencia del ejército ya les había infiltrado la logística del ERP—
dice el Chacho. —Sí, y que se había ido enterando de varios pedazos del
plan, que eran datos parciales o incompletos, pero que le servirían al alto
comando de las fuerzas armadas para detectarlo y tomar medidas preventivas—
agrega.
—Los
Montoneros también le habían pasado a la dirección del ERP una información
precisa sobre las actividades sospechosas de Jesús Ranier, militante que
antes actuara en las Fuerzas Armadas Peronistas— detalla el Chacho Rubio. —Pero
no se comprobó nada, ni se tomaron medidas adecuadas de contra información, un
error que llevó al fracaso del ataque y a la enorme cantidad de bajas y de
desaparecidos en Monte Chingolo— dice Carlitos.
—La operación había sido pensada por el Robi y la cúpula del ERP como un ataque concentrado en la unidad del ejército, con numerosas acciones secundarias de distracción, con la interceptación de posibles refuerzos, y emboscadas en cada vía de acceso, para evitar o retardar la llegada de las tropas de refresco que llegarían para defender el cuartel— le detalla el Chacho a Javier. —Y también armaron otras acciones menores en los barrios y pueblos próximos. Los efectivos en esta operación de guerra fueron, según el informe del propio PRT, trescientos hombres y mujeres combatientes, armados con pistolas, revólveres, granadas de mano, fusiles automáticos, ametralladoras pesadas y morteros —agrega el viejo Pedro.
—Exactamente
a las 18.50 de la tarde del 23 de diciembre, los combatientes invadieron el
Batallón de Arsenales chocando un camión contra el portón de entrada, seguido
por nueve autos y camionetas. Atacaron de inmediato la guardia, empezando
así el enfrentamiento armado— dice Pedro y le pasa el mate a Carlitos Fessia.
—Al mismo tiempo, otros guerrilleros atacaron desde diferentes lugares
varios objetivos dentro de las instalaciones que habían previstos— le recibe
el amargo, le pone agua caliente y se lo pasa a Javier.
—Pero en
realidad los verdaderos sorprendidos fueron los atacantes que no esperaban una
respuesta tan rápida y contundente desde los nidos de armas automáticas que
habían sido apostadas en varios puntos de la unidad— agrega el Chacho.
—A las
ocho de la noche, las columnas de refuerzo de centenas de militares
y policías empezaron a llegar, combatiendo contra los grupos emboscados
del ERP que trataban de retardarlos, mientras las fuerzas combinadas de la
Brigada Aérea de Morón y del Comando de Aviación de Ejército, con algunos
helicópteros y pequeños aeroplanos artillados, iluminaban con reflectores y
sobrevolaban el cuartel y las zonas vecinas al combate— anota Javier en un
cuaderno “Laprida” y se va a avivar el fuego en la carusita para
calentar el locro más tarde.
—A las
ocho y diez aterrizaron helicópteros con tropas cerca de la guardia; seis
guerrilleros, instalados en un cruce de rutas, eran atacados por el Regimiento
3º de Infantería y la policía de la provincia rodeaba el cuartel. En ese
instante el ERP reconoció el inminente fracaso de la acción y el gran número de
bajas, y ordenó el repliegue que ocurrió por distintos puntos del perímetro del
cuartel, protegidos por la oscuridad, pero muy en desorden— dice Carlitos.
—Cuando
faltaban pocos minutos para las once de la noche, aún había guerrilleros
replegándose hacia fuera del cuartel. Pocas horas después, el Comando de la
Brigada de Infantería empezaba a rastrillar el interior de la unidad y los
barrios vecinos buscando a los militantes escondidos— le agrega el Chacho.
—Los
milicos empezaron a reunir los muertos y a evacuar a sus heridos antes de
medianoche. Las bajas de ERP fueron 62 muertos, más de 25 heridos evacuados por
sus compañeros, 3 detenidos en los ataques de contención, y un gran número de
presos desaparecidos y víctimas civiles, que nunca se pudo contar— dice
Javier, y empieza a repartir los platos con el locro recalentado. —Los
caídos de las fuerzas armadas, según el informe oficial, fueron 6 entre jefes,
suboficiales y soldados del ejército. Además hubo 17 heridos del ejército, 8 de
la policía federal y 9 policías de la provincia de Buenos Aires— completa
Carlitos Fessia.
3.
—Esa
Navidad fue la última vez en que los vi al Chacho y a Carlos— le cuenta
Javier a Juancito. —Cuando los encontré, un atardecer caluroso, en un bar
frente a la estación de trenes de Alta Córdoba, me contaron que
habían visto el comunicado del ERP de aquella tarde, que decía: “Esta
batalla librada por las fuerzas revolucionarias se enmarca en un proceso de
guerra prolongada, de varios años de accionar urbano y rural de las fuerzas
guerrilleras. La guerra revolucionaria se ha generalizado en la
Argentina”.
—Mirá
Javier, nosotros creemos que el fracaso de este combate, el más importante en
una única acción contra las fuerzas armadas, fue un gran error político.
También sabemos que falló porque la inteligencia de ejército les había
infiltrado a Jesús Ranier, “el Oso”, un tipo peligroso, que antes había
militado en las FAP y que era el chofer del jefe de logística del estado mayor
del ERP— me contó el Chacho. —Parece que fue logrando una valiosa
información que le permitió a la represión emboscar el mayor ataque militar de
la izquierda— agrega Carlitos, mientras un estruendo de fuegos de artificio
navideños estalla a sus espaldas, enmarcando las vidrieras del viejo café y la
torre de la estación en un juego de luces que parece dar el tono a los
claroscuros de la guerra que se viene, en la que seremos derrotados, nosotros y
el pueblo.
—Después
del fracaso de la operación, “el Oso” fue detenido, juzgado y condenado
a muerte por la dirección del ERP— dice Javier y lo anota en el “Laprida”. —El
éxito de la represión en Monte Chingolo, fue un detonante del rápido declinio
del PRT-ERP, que ya acumulaba varias derrotas parciales desde la guerrilla
rural en Tucumán, y que empezó con todo su rigor siete meses después, el 19 de
julio de 1976, ya en plena dictadura, con la muerte en combate de Robi Santucho—
le dice Javier al Juan, una tarde triste de otoño, en su casita de Lomas del
Mirador, después de haberlo esperado más de diez minutos al Chacho en la
avenida Rivadavia, en la segunda parada después de Liniers para el lado de la
provincia, y al ver que no venía, irse despacio, comprar el Clarín y leer que el
jefe de la segunda guerrilla socialista, Jorge Camilión, el Chacho Rubio, constructor incansable de un pequeño
partido en el seno de la clase obrera, había muerto en
combate en un allanamiento.
Javier Villanueva.
San Justo, la Matanza, julio de 1979. São Paulo, agosto de 1980.
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