Yo debería saberlo. Tendría
que haberme dado cuenta que mezclar una suculenta feijoada en un día de 31º de
calor con la lectura de Bioy Casares no iba a salir bien. Cada uno de los dos
elementos es algo fantástico, claro, en su categoria cada uno de ellos, pero
los dos juntos, no.
Terminé de comer y me fui a
la cama, siguiendo fielmente la tradición de la siesta que heredé del viejo. Me
puse a leer “Dormir al sol”, y a las dos páginas se me cruzaba la vista
y se me cerraban los ojos. Dejé caer el libro en la cara -también en eso me
parezco mucho a papá-, y empecé a soñar.
Andaba por una loma, cerca
de la casa de mi abuelo Victoriano, y veo una muchacha que se comunicaba por telepatia
con un tigre enorme, y le decía que los viejos del barrio estaban organizando un
plan de fuga para escaparse de los muchachos que querían matarlos nada más que
por ser ancianos e inútiles. Y yo me preguntaba: ¿Cómo puedo saber lo que la
chica le dice al tigre si es por telepatia? No, no, debo haber entendido mal. Y veo
que el tigre gira la cabeza, me descubre y me mira fijo.
No pasan ni dos minutos -lo
que sería mucho en la vida real y es muchísimo en un sueño- y veo que el tigre nota
mi presencia, cruza un riacho, y empieza a acercarse, despacito.
No hay demasiada curiosidad
ni nada de agresivo en el tigre, que camina lento hacia mí, como si fuera a pasar
a mi lado, pero se detiene y da un salto de gato, liviano, lleno de gracia y se
pone en pie y apoya suavemente las patas delanteras en mis hombros y yo no
siento miedo ni nada fuera de lo normal, y el tigre abre una bocaza enorme y
desaparece. De golpe, y sin aviso, se esfuma. Y yo sigo andando, pero más ágil,
con los músculos más tensos.
Siento que mi horizonte bajó,
sí, estoy como a la mitad de mi altura normal, 1,76m. Mi visión se turba, y de
pronto todo parece una neblina, o como si de repente hubiera oscurecido y
desaparecido todos los colores en el medio de una tarde que hasta ese momento
era soleada.
Mi olfato está preciso y certero,
y encuentro a la muchacha de la telepatía con el tigre en pocos segundos. Ella
me mira alegre primero, y enseguida asustada. Se nota que hace un gran esfuerzo
mental, sus ojos no se detienen y la boca se mueve como si hablara.
Me acerco despacito para
ayudarla, pero ella retrocede, asustada. Le quiero decir unas palabras de consuelo
y digo: - Qué le pasa, señorita? Pero me sale un rugido atroz, un sonido
monstruoso que produce un revuelo violento entre los pájaros en los árboles y una
corrida desesperada de los conejos ocultos entre los pastos y de un caballo que
pastaba en las proximidades.
Me despierto transpirando,
justo un par de segundos antes de sentir el dolor agudo en el pecho y que la
oscuridad más profunda me cegara. Total y definitivamente.
JV. Piedras Blancas.
Catamarca. 2013.
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