sábado, 4 de fevereiro de 2012

Gritos aterradores

 
Dormía Juancito el sueño de los justos cuando, a eso de las tres y media de la madrugada, lo despertó un grito de dolor terrible, un grito verdaderamente desgarrador.

- Yo estaba durmiendo tranquilamente cuando me desperté escuchando la voz de una mujer – me cuenta Juancito. 
- Calculo que era una jovencita; me tapé con las sábanas hasta el cuello y estiré la mano para prender la luz, y te juro que me pareció sentir que el grito se desvanecia de a poco, como si de pronto se lo hubiera llevado el viento - agrega. 
Dos dias después, los vecinos de Juancito me comentaron que escucharon lo mismo, y entonces descarté que hubiera sido su mera imaginación, ya que todos sabemos que Juan es emotivo y un tanto exagerado.  

– Era un grito de esos que te llegan hasta el fondo del alma, mostrando el dolor, el temor y la desesperación de la persona en toda su magnitud – insiste Juan. 

 ¿Te acordas del grito de Roger Waters en la canción “Careful”? Bueno, más o menos así. ¿O ese otro, el de John Lennon en el final de "Mother"? que todavía hoy, cada vez que lo escucho siento que el corazón se me paraliza y se me ponen los pelos de la nuca de punta – me dice.


Durante la semana supimos que la policía anduvo pesquisando. Varias denuncias habían atraído a los investigadores que buscaban un cadaver de mujer. Tan claro estaba para la mayoría de los vecinos que había ocurrido un crimen horrendo. Pero no apareció ningún cuerpo.


Eso sí, la mujer del verdulero, rubia, joven y muy atractiva, había desaparecido y el marido, casi un viejo, ya había dado parte a la policía.



A la semana siguiente, otra vez a deshoras de la madrugada, mientras el pueblo entero dormía, de nuevo un grito aterrador, cortante, casi el rugido de una fiera salvaje. El grito era de una voz masculina, y venía desde las oficinas abandonadas del antiguo ferrocarril, desmontado hacía ya más de nueve años.



- Era un rugido desolado y desgarrador. No era el de alguien que se golpeó, no era un aullido de bronca, ni era tan sólo una expresión extrema de dolor ni de odio; se notaba en el aire el miedo, y el silencio después del miedo, tanto que ya estaba asustándome a mí mismo, dejándome desesperado, aterrado – cuenta Juan.



Dice Juancito que la policía volvió a las búsquedas durante toda la semana y otra vez nada. Sin cuerpo no hay crimen, y los investigadores se retiraron de manos vacías. Pero esta vez fue el marido de la farmacéutica el que desapareció.
Pasaron los años y el pueblo se olvidó de los gritos, que nunca más ocurrieron; y Juancito volvió a dormir tranquilo sus madrugadas, sin novedades que lo perturbaran.



Una linda rubia cuarentona, con dos hijos saliendo ya de la adolescencia y un marido entrecano, llegaron un día al pueblo y compraron la vieja farmacia, que estaba sin funcionar y con toda las instalaciones en orden desde que la dueña había fallecido, años atrás, desconsolada por la súbita desaparición del marido. 


El anciano esposo de la verdulera, rubia y bonita, ya la había perdonado e incluso olvidado, cuentan, años antes de su muerte.La vida en el pueblo siguió su curso, pacata y sin demasiados sobresaltos.

FIN. Javier Villanueva, São Paulo, 3 de febrero de 2012.

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