sexta-feira, 27 de abril de 2012

A saudade, la morriña, Seoane y la torre de las nostalgias


Luis Seoane, pintor y escritor, nació en el Buenos Aires de la emigración, regresó a su Galicia familiar y, perseguido por el franquismo como tantísimos otros, tuvo que volverse al Buenos Aires del exílio.
Cuenta el historiador Carlos F. Santander que Seoane podría ser quién, con el pseudónimo de Hernán Quijano, escribió “Galicia Mártir, Episodios del terror blanco en las provincias gallegas”, libro lanzado en París y Argentina en 1938, que cuenta la sublevación militar franquista y la feroz represión en las provincias de Pontevedra y La Coruña entre agosto y diciembre de 1936.

Seoane finalmente retornó a A Coruña para pintar sus últimos lienzos a la luz de la Torre de Hércules desde la que veía Irlanda o lo que se le diera la gana.
Es que los senderos de ida y vuelta, entre Galicia y Argentina, nunca se cierran en el Atlántico. Galicia tiene su bandera, que es lo último que veía el emigrante, apoyado en la cubierta del buque y mirando hacia el puerto de A Coruña: una tela blanca con una diagonal azul celeste, colores pátrios que reencontraria después, en Montevideo o Buenos Aires.
Pero vamos a lo que interesa y leamos a Luis Seoane:


Habitan en La Coruña y no saben que los viejos de su infancia decían a los niños que desde la península de La Torre, en la misma ciudad se podía ver en los días claros la costa de Irlanda. Quizás nunca lo supieron. Yo, sé eso. Lo recuerdo. También sé que cerrando los ojos veo cuando quiero una aldea, Arca, y a la misma aldea rodeada de montañas, de minas, de bosques y labradíos, y al pie de ellas un río transparente de truchas que se ven correr amedrentadas por las sombras. Un río transparente sobre el que nadan las libélulas y en el barro de sus orillas se esconden las anguilas. Recuerdo los pobladores y sus trabajos. Era una aldea de músicos y gaiteros. Había dos bandas de música. Algún campesino emigraba y otros se hacían navegantes. Se ejercían oficios elementales. En los bosques abundaba el jabalí y en las orillas del río la marta y por todas partes la comadreja y la ardilla. En el aire, o posados en los árboles una multitud de pájaros.
Cierro los ojos y veo Arca. A ver Arca con los ojos cerrados me conduce la nostalgia. Como puedo ver Irlanda si cierro los ojos, para ello me bastan la historia y el sonido del mar. Puedo evocar todo aquello que viví o vi y lo que conozco a través de otros.
Es curioso lo que ven por no querer ver algunas personas. Yo cierro los ojos y veo lo que quiero. Alguna vez creí percibir incluso el olor de aquel mar o de aquella aldea.
También alguna vez quise ver la costa de Irlanda de que hablaban los viejos coruñeses y no busqué el horizonte despejado de un buen día claro abriendo más los ojos que cualquier otro día, sino que me bastó cerrar los ojos para verla, y sin embargo era una tarde de espesa niebla.
Estos personajes que hoy evoqué, cerrando los ojos, los acabo de dibujar.

Seoane
10-VIII-78″.

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