quinta-feira, 16 de outubro de 2014

La chica del cuadro





La chica del cuadro


Eran las cuatro y veinte de una tarde lluviosa, y la exposición de cuadros de su amigo Jorge solo empezaría a las seis. Agustín pasó por la galería de arte para ver si lo encontraba, pero el portero le dijo que vendría recién a eso de las cinco, o cinco y media. No tenía nada que hacer y le pidió permiso para subir. 

No había nadie todavía en los salones de la planta baja, pero en el segundo piso, mirando distraída un cuadro de dimensiones descomunales, se la encontró a Roberta Giménez, que había trabajado con él en la redacción de la revista hacía unos seis o siete años. 
La saludó y ella se dio vuelta, devolviéndole una sonrisa generosa; pero apenas murmuró un "hola", como si no hubieran dejado de verse durante todo ese tiempo.

Agustín le dio la espalda y se puso a mirar otros cuadros, hasta que la vio de reojo, y descubrió que ella también lo miraba. Dejó pasar otros cinco minutos, fingiendo interés en la obra que estaba justo al lado de la que ella estaba viendo.

Ella lo miró otra vez y esbozó una sonrisa ancha, lo que le dio coraje a Agustín para acercarse por trás y hacerle un cariño en la nuca. Podía ser un gesto amistoso, o fraternal, pero ella soltó un gemidito y retrocedió de espaldas hacia él, unos centímetros apenas. 

Agustín demoró unos segundos, pero al final decidió arriesgarse y le puso las manos en la cintura; ella no se movió y él la acarició con suavidad, y antes que emitiera el segundo gemido, le empezó a levantar la pollera muy despacio. 
La tela suave se fue ajustando a medida que subía y se le ciñó en las nalgas redondas, que en ese momento le parecieron a Agustín más tropicales que nunca. Roberta se dio vuelta despacio y le dijo:

- Mirá, no te ofendas, pero te aviso que no me gustás demasiado. Aunque me excita mucho lo que escribís, ¿sabías? Me gustan tus fantasías en el papel -.

¿Ah, sí? de veras que leés lo que escribo? ¿Y qué te caen mejor, las crónicas o los cuentos? - le respondió Agustín, mientras trataba de disimular la erección, por miedo a que Roberta se asustara con tanta audacia y se le escapase, ya que la pollera no le cedía ni un centímetro más para arriba.

- Tus crónicas sensuales me dejan muy, pero muy excitada - estira las palabras, se da vuelta y le clava dos ojos verdes oscuros a Agustín, buscándolo en su mirada huidiza, casi avergonzada por causa de esa erección inconciente, apresurada, que lo obliga a tomarla con firmeza por la cintura y traerla casi a la fuerza hacia atrás, en dirección al banco y sentarla en sus piernas, así nomás, con la pollera a medio levantar y la bombacha en las rodillas. Mientras se le refriega despacio, de trás para adelante, con las piernas abiertas, Roberta le repite, lento, muy bajito:

-No, no me gustás demasiado, te lo aviso, pero me encanta como escribís. Ay, ¡cómo escribís, Agustín!-.

J.V. São Paulo, 11 de agosto de 2012.

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