Texto completo. Revisado, actualizado y reeditado en 1999, 2002 y en la navidad de 2015.
Las
tristes -y nefastas- historias de
López
Rega y Bignone
En la
vieja foto se ve al joven José —un muchachito que por entonces tendría, tal
vez, unos veintiséis años— que se luce ante el padre, orgulloso, con su
flamante informe de agente de la Policía Federal Argentina. Según se cuenta en
la ficha de ingreso a la institución, José Ignacio López Rega medía 1,67m de
altura y pesaba sesenta y seis kilos.
La ficha
también informa que es un excelente tirador. Para sus prácticas cotidianas, usa
el arma reglamentaria, una pistola Colt 45, de la misma partida que el
presidente Agustín P. Justo llevara para la policía federal, con las
recaudaciones obtenidas por médio de una insólita colecta popular.
Es en
esos años de su ingreso en la policía federal que se puede confirmar, a través
de varios testimonios, la fuerte inclinación del futuro Ministro de Bienestar
Social de Perón e Isabelita hacia el esoterismo. A tal punto que llegan a sancionarlo
cuando lo encuentran, en pleno horario de trabajo de vigilancia, en una parada
de ómnibus leyendo libros esotéricos que había comprado ese día en la editorial
Kier.
Es
también de esa época, entre los años de 1943 y 1946, que se conservan algunos de
los muchos horóscopos que él producía para sus compañeros de trabajo en la policía.
Se
comentaba que sus poderes ocultos le habían permitido desvanecerse en diversas
ocasiones en el aire y desaparecer incluso de la superficie de la tierra; y decían
también que luego lograba reaparecer en varios lugares, con cuerpos y caras
diferentes. Murmuraban en voz baja sus fieles seguidores que, si él quisiera
esconderse, nunca más se lo podría encontrar.
Sin
embargo no fue así que ocurrió. Pasados diez años de los grandiosos movimentos
populares y de trabajadores industriales que terminaron en el Rodrigazo y
definieron su salida apresurada del gobierno y de Argentina, José López Rega
—quizás el último bufón, actor terrible de opereta del gobierno peronista
anterior al golpe de 1976 que, después de años en la oscuridad, fuera el preludio de la época más trágica del país—
era detenido en Miami y extraditado a Buenos Aires para ser juzgado en
democracia. La misma democracia que él tanto se empeñó en atacar y destruir.
Pasados
los años, el que una vez fuera el omnipotente ministro de Bienestar Social y
secretario privado de la Presidencia, de 1973 a 1975, que fuera buscado y
requerido más tarde, por la justicia argentina y la Interpol durante más de
diez años, por increible que pueda parecer, un buen día se presentó para
entregarse ante las autoridades norteamericanas.
López
Rega pensó, seguramente, que su fervoroso anticomunismo —en medio de una Era
Reagan en la que los EEUU ofrecían apoyo ostensible a los Contras en Nicaragua
y a cualquier fuerza que afianzase la ofensiva contra la URSS en los últimos
años de la Guerra Fría— iría a borrar su pasado negro y podría lograr así, tal
vez, un asilo político, o lo que él imaginaba que podría ser un exilio dorado
para su vejez.
Pero la
justicia norteamericana consideró que los crímenes por los que se lo acusaba,
como fundador y jefe del grupo
paramilitar Alianza Anticomunista Argentina —las Tres A, o Triple A y sus más
de mil asesinatos, no solo de guerrilleros de izquierda, estudiantes,
intelectuales y sindicalistas, sino también de políticos democráticos de
centro—, y de haberse robado los fondos de la presidencia y de la Cruzada de la
Solidaridad, no se podrían clasificar como meros "delitos políticos e
ideológicos".
De ese
modo, la corte de apelaciones de los EEUU rechazó los argumentos de la defensa
de López Rega, que insistía en decir que su cliente sufría una
"persecusión política".
La
justicia estadounidense confirmó su extradición a la Argentina, lo que fue
apoyado enseguida por el Departamento de Estado.
A pesar
de todas las señales negativas que se le acumulaban como nubes negras,
"Lopecito", como le decían sus amigos, se había presentado ante la
justicia estadounidense tan seguro de sí mismo que llegó a contratar unos
abogados de defensa que ni siquiera conocía. Dicen que su compañera, a la que
llamaba "hija espiritual", María Elena Cisneros, con quien vivió sus
últimos años de persecución —y cuyo padre le facilitó su propio pasaporte para
la fuga de España a Suiza— comentaría después que a los abogados defensores
"se los eligió la Virgen María".
Pero la
jueza en Miami no se conmovió con la declaración patética de M.E. Cisneros
sobre los famosos "30 títulos universitarios" de Lopecito, el Brujo.
Aunque sí es seguro que el argumento de uno de sus defensores, el
cubano-norteamericano, Luis Fours, debe haberla convencido que tenía que
extraditar al nefasto personaje lo más rápido posible:
"A Hitler lo acusan de una infinidad de
crímenes, incluso de haber asesinado y torturado, pero nunca se le vio un arma
en la cintura", dijo el poco hábil Fours en la Corte. "Con López Rega ocurre más o menos lo
mismo", agregó, sellando así el destino de su cliente.
Flaco
favor le hizo al "Brujo" tamaña comparación; aunque ya se sabe que
sus origenes son, como los del Fuhrer, bastante oscuros, confusos e insignificantes.
Volviendo
al principio, recordemos que cuando asumió el Ministerio de Bienestar Social
hizo publicar que había sido uno de los "fundadores del
peronismo", pero por lo que se
sabe, lo más cerca que López Rega logró aproximarse a Perón durante los
primeros gobiernos justicialistas de los años de 1946 a 1955, fue como simple guardia
de su residencia de la calle Austria en la que, algunas pocas veces, actuó como
su guarda-espalda personal.
Varios
años después, cuando el futuro Brujo ya tenía 49 años y se había retirado como
cabo de la policía federal, logró ser presentado formalmente a Isabel Perón,
durante su gira a la Argentina como enviada especial del general en su
arremetida contra Vandor y el “peronismo sin Perón”.
Mientras
duró la gira, el excabo le sirvió a una hasta entonces casi desconocida —y
también bastante oscura— Isabelita Martinez de Perón, nada más que como mero
ayudante, hasta que consiguió que ella lo llevara a Puerta de Hierro, en
Madrid, en donde residía el viejo líder exiliado.
López
Rega ya había entrado de cabeza, hacia aquella época, en el mundo del esoterismo
y el espiritismo profundo. Cuentan que, antes de todo eso, había fracasado en
sus fugaces tentativas de ser un cantante en un restaurante de Nueva York
durante los años 30. Más tarde, ya de vuelta a la Argentina, lo contrataron en
una radio porteña, y dicen que gastaba su sueldo alquilando fracs y trajes de
ópera para vestir sus fantasías.
En 1962,
el futuro Brujo abrió una imprenta y empezó más seriamente su carrera en las
ciencias ocultas. Publicó la que sería su obra maestra: "Astrología esotérica: secretos
develados", en la que se proponía revelar todos los misterios del
universo.
Más
tarde, Lopecito inauguró también un instituto de belleza en el que se dedicaba
a dar consejos a las mujeres para que pudieran combinar su ropa con sus signos
del zodíaco.
Fue en
esa misma época en que publicó, según él mismo cuenta, “en coautoría con el arcángel San Gabriel”, su segunda obra: "Alpha y omega: un mensaje para la
humanidad".
López Rega
—o el "hermano Daniel", como lo llamaban los espiritistas de la secta
Anael— también frecuentaba los ritos del
umbanda, el candomblé, la quimbanda, o
lado izquierdo o polo negativo de la umbanda.
El Brujo
López Rega se proponía, con estas armas espirituales en mano, abarcar, y en la
medida de lo posible controlar, todo el conocimento del mundo astral, incluso
de la magia negra, para lo cual estudió a fondo la macumba brasileña, y ya una
vez firmemente estabelecido en el poder en Buenos Aires, viajó varias veces a
Brasil para participar en esos cultos.
En los
años del destierro madrileño de sus jefes, todavía viviendo en la casa de
Perón, "Daniel" puso todo su conocimiento y sabiduría al servicio del
general.
La
influencia de “El Brujo” sobre el matrimonio
Perón era algo innegable para los visitantes de la última época del
exilio del viejo. Aunque a veces se dijo que la influencia de López Rega fue
exagerada o superdimensionada por los sectores del peronismo que querían
quitarle toda la responsabilidade a Perón en sus decisiones más criticadas por
antipopulares, que son justamente las más recordadas del período de 1973 a
1975.
Cuenta mi
amigo Facundo, un antiguo militante de la resistencia peronista que, una vez
establecido en Puerta de Hierro, Madrid, López Rega ascendió de simple mucamo
de la señora Isabelita al alto puesto de secretario privado del general Perón.
El futuro Brujo aumentó a tal punto su poder, que llegaba a filtrar e incluso
impedir que muchos de los colaboradores y viajeros en visita a Madrid se le
acercaran demasiado al líder.
Y
coinciden los relatos de mi amigo Facundo con los de Tomás Eloy Martínez, que
en su "Novela de Perón"
cuenta que, cuando el cuerpo embalsamado de Evita llegó a Puerta de Hierro, el
"Brujo" mandó que lo colocaran en una habitación, y hacía que Isabel
se acostara sobre el ataúd con el objetivo
de "transmudar la esencia espiritual
de Eva de su cuerpo a la psique de quien iba a ser su sucesora".
Recuerda
Facundo, que fue un simpatizante activo de la Guardia de Hierro, que a
comienzos de la década del 70, López Rega volvió con Isabelita Perón a
Argentina y, llegando a Buenos Aires, junto con su yerno Raúl Lastiri, funda el
boletín de comunicación política llamado “Las Bases”, a través del cual empieza
a extender sus influencias sobre el peronismo sindical y político de derecha. Y
sus amigos de la Guardia de Hierro empiezan a dudar si deben o no entrar en la
órbita de los satélites que va creciendo alrededor de El Brujo.
En marzo
de 1973, una vez que fuera electo Héctor Cámpora —el nuevo presidente del
peronismo con la fuerza de la Juventud Peronista— López Rega da el salto más
importante de su incipiente carrera política, una vez que, valiéndose como
siempre de su cercanía a la poderosa pareja Perón, y del creciente apoyo que
iba teniendo en los sindicatos controlados por Lorenzo Miguel y su pandilla, es
nombrado ministro de Bienestar Social.
Después
de 45 días, cuando Cámpora es obligado a renunciar y son llamadas nuevas
elecciones —que Perón e Isabelita ganan por amplísimo margen de votos— el Brujo
se convierte también en el secretario privado del presidente. Cuando el viejo
líder muere, un año más tarde, e Isabel Martínez asume la presidencia
argentina, el astuto arribista conserva todos sus cargos y aumenta aun más su
poder.
Y es,
justamente durante su jefatura en el ministerio, que López Rega consolida un
tenebroso poder que se extiende a casi todas las áreas del gobierno de
Isabelita. Varios testimonios indican que fue exatamente en ese período que
"Lopecito" fundó la Triple A, la financió generosamente con fondos
públicos y le facilitó las armas, vehículos y franquicias para actuar con el
máximo de libertad.
Conformada
por diversos sujetos vinculados a las máfias policiales y del peronismo
sindical de derecha —muchos de los cuales se integraron más tarde a los grupos
de tareas y a los servicios de informaciones del gobierno militar—, la Triple A
secuestró, torturó y asesinó a todos aquellos a los que consideró como
izquierdistas, guerrilleros, comunistas, o que simplemente se opusieran o
dificultaran los designios del ministro.
Fue
durante esta época nefasta también, que López Rega sustrajo ilegalmente —en
términos menos pulidos que los del periodismo, diríamos simplemente que robó—
miles de dólares de los fondos reservados de la presidência y, según fuentes de
la justicia argentina, se enriqueció con más de 35 millones de dólares en un
contrato para la compra de armas largas firmado con Libia. Muchas de esas armas
fueron encontradas más tarde en dependencias del propio ministério que dirigía El
Brujo.
Pero aun
en un período tan perturbado por las luchas políticas y la violencia de las que
él era en gran parte responsable, el brujo y astrólogo no desistió de sus ritos
de hechicería. Se sabe que, ya en los últimos días de Perón, en julio de 1974,
López Rega no se separó de su lado y afirmaba ser la fuente vital del general,
que yacía enfermo y agonizante.
El
creciente poder que acumuló el ministro y su capacidad para manipular a la
viuda de Perón empezaron a preocupar seriamente a muchos de los dirigentes
peronistas, incluso a los que lo apoyaban. Se empezó a murmurar, cada vez más
abiertamente y sin temores, que "había
que romper el cerco creado por el Brujo alrededor de Isabel".
La
desastrosa situación económica y la debilidad de la presidenta, llevaron a que
finalmente, tanto los sindicalistas de
la derecha, como los desplazados dirigentes y militantes de las Juventudes
Peronistas, y sobre todo, las bases obreras y populares, pidieran la cabeza de
López Rega.
El
régimen, pensando que tal vez podría salvarse de la caída definitiva y de las
amenazas de un nuevo golpe militar si sacaba del poder a López Rega, lo forzó a
renunciar y consiguió que Isabelita lo enviara al exterior con un ambiguo y
misterioso título de "representante de la presidenta de la nación".
Pero el precio que el entorno de Isabel pagó tuvo la forma de una última gran
huelga y manifestaciones obreras y populares contra el gobierno, y la
preparación de un clima cada vez más enrarecido que terminaría trayendo
nuevamente a los militares al poder.
Pasadas
las turbulencias de su salida del poder (que veremos en detalles más tarde) y a
la llegada a su exilio dorado madrileño, "Lopecito" se instaló con
toda su pachorra en la mansión de Puerta de Hierro, hasta que estalla el golpe
militar de marzo de 1976. Los nuevos gobernantes militares lo desalojaron de lo
que pensaba que fueran sus aposentos, y despojaron de inmediato al desastrado ministro
de todos sus derechos constitucionales. El Brujo López Rega, ni lerdo ni
perezoso, desaparece de imediato, y durante 10 años no se le conoce con certeza
el paradero.
M. E.
Cisneros, su compañera de infortunios, cuenta que pasaron gran parte de esa
década en Suiza "en un mundo ideal,
en el que nos dedicábamos a la música, a la pintura, a la filosofía y a los
libros".
Hay quién
cree, aun hoy, que el Brujo López Rega trepó tan alto por las escaleras del
poder político gracias a sus conocimientos y dotes esotéricos. Pero a otros nos
suena mucho más razonable pensar que el ascenso vertiginoso de un cantante
mediocre y astrólogo ambicioso se deba nada más que al haber sido “el hombre
correcto en un momento exacto”; o sea, por ser el personaje político clave,
capaz de concentrar las necesidades de un sector lúmpem de la clase dominante
argentina, enquistado entre las hendiduras de una burguesía nacional
desarrollista débil, y en los intersticios de una poderosa máquina burocrática
que dominaba los sindicatos y a una parte de la oficialidad del ejército y las policías.
Fue la
profunda crisis en la cual se hallaba la sociedad argentina en aquella
época —a la salida de una dictadura que
duró de 1966 a 1973, exprimida entre una amplísima democracia y las amenazas
represivas que venían desde muy adentro del mismo peronismo ganador de las
elecciones— la que permitió que el
Rasputín del gobierno de Isabelita concentrara un poder que le alisó el camino
a los tanques del golpe militar y empezó a desplegar las tareas de exterminio
que las fuerzas armadas completarían a la perfección con el golpe de estado de
1976 a 1983.
"Si López Rega habla, serán varios los que
tendrán que esconderse", diría años más tarde Guillermo Patricio
Kelly, siempre en misteriosas cruzadas contra las mafias argentinas de su
época, al volver de Miami, donde se había presentado como testigo y querellante
en la causa abierta contra López Rega. Y fue en ese clima que llegó El Brujo,
deportado de los EEUU para que la justicia argentina lo llevara a tribunales,
en plena democracia; una democracia frágil y en constante peligro de retroceso.
Pero
volvamos un poco más atrás en la historia.
2ª
Parte.
Guardia
de Hierro y López Rega
Entre
1972 y 1974 una organización poco conocida que llevaba por denominación
“Guardia de Hierro”, se afianza como una de las varias partes integrantes de
las Juventudes Peronistas. Según muchos de sus simpatizantes, ya en esa época la
Guardia de Hierro tenía alrededor de unos 15 mil militantes, contaban con una
dirección bastante formada políticamente, y conformaban, junto a otras organizaciones peronistas, lo
que se conoció en su época como la Organización Única del Trasvasamiento
Generacional (OUTG).
Se
cuenta, sin que haya mucha documentación al respecto que, entre mediados y fines
de los años de 1960, la dirección política de Guardia de Hierro obtuvo una
entrevista personal con Perón en Madrid —en la mansión del barrio de Puerta de
Hierro, de la cuál algunos piensan, erróneamente, que la organización tomó su
nombre—. Fue a partir de ese encuentro que se descartó totalmente la lucha
armada como vía para el retorno de Perón de su exilio, ya que los dirigentes
volvieron al país convencidos de que no había condiciones sociales ni políticas
como para que la guerrilla pudiera desarrollarse en un país como la Argentina
de ese momento.
Sabemos
que no era eso lo que Perón le decía, por otro lado, a los futuros dirigentes
de Uturuncos, de las FAP, y más tarde a los de Montoneros y su Juventud
Peronista, mayoritariamente a favor del enfrentamiento armado.
Se
decidió también allí, entre Madrid y Buenos Aires, la incorporación de Guardia de Hierro como una
de las llamadas “formaciones especiales”, cuyo principal objetivo político
debería ser el de lograr el retorno de su líder, Juan Domingo Perón, al país.
Según
cuentan en voz baja algunos de los participantes en el encuentro madrileño con
Perón de 1967, se delineó allí la pretendida y pocas veces lograda
“centralidad” —ni derechas ni izquierdas— de la Guardia, ya que el líder
justicialista los persuadió de no entrenarse en Argelia para la lucha armada
como pensaban hacerlo, y los convenció a formar una "retaguardia
ambiental", a través del trabajo social de base, sobre todo barrial, con
células territoriales que multiplicaran los simpatizantes de la causa
peronista.
Según
dice Alejandro Pandra: "El propio
Perón nos sacó en los 60 de los pelos de la lucha armada y nos dio la misión de
"retaguardia estratégica". Desde entonces intentamos convertirnos en
un estado mayor fiel al conductor, un "cuerpo de centro" del
movimiento, muy ligados a la base y al pueblo. Después de la muerte de Perón,
en que la "orga" se disolvió, intentamos interpretar siempre la
situación según la concepción y doctrina peronista".
Durante
los años de liderazgo de Álvarez, la Guardia de Hierro tuvo una gran afluencia
de cuadros y militantes desde varios sectores, del cristianismo hasta la
izquierda, pasando por la ortodoxia peronista, lo que los llevó a intentar una
síntesis ideológica dentro del pensamiento peronista. En su Informe Histórico
de 1967, aprobado por el propio Perón, la Guardia retoma las líneas
tradicionales del llamado “campo nacional” aunque sin adherir, por ejemplo, al
revisionismo rosista.
Los
dirigentes de la Guardia de Hierro, ni bien llegaron a Buenos Aires desde
Madrid, se abocaron a desarrollar un programa de acción que les permitiera
reorganizar de imediato a la militancia más antigua y avanzar en la formación
de los cuadros políticos que el peronismo había ido perdiendo durante los
largos años de la resistencia y de la proscripción al viejo líder y al
movimiento.
El
principal papel político de la Guardia de Hierro debería ser el de una lealtad
absoluta, perruna, al jefe máximo, Juan Perón. Se propusieron ser, por lo
tanto, una organización auténtica —y simplemente— peronista, sin
cuestionamientos ideológicos, ya que consideraban que el peronismo era "nada más que lo que la doctrina peronista
decía que era, y listo".
De tal
modo que la Guardia de Hierro sería una especie de dique de contención, lo
suficientemente fuerte como para ser capaz de poder “resistirse a la mística”
—“muy de moda”, según algunos de
ellos cuentan hoy— de la lucha armada como la única herramienta válida para la
liberación. Tendrían que ser, por lo tanto, una especie de represa a la
ofensiva de las organizaciones guerrilleras que ya empezaban a surgir y a organizarse
dentro de los ámbitos juveniles. Y, al mismo tempo, tratar de mantenerse
alejadas también de los grupos de la ultraderecha —la JPRA, CNU, GRN, Comando de
Organización, etc.— que se expresarían más tarde en la revista "El Caudillo", y que terminarían
congregándose en la Triple A de López Rega.
Mientras
tanto
Por esa
misma época, —poco tiempo después del nacimiento de la agrupación Guardia de Hierro en el año 1962, vinculada
al Gallego Alejandro Álvarez y a Héctor Tristán—, José López Rega se iniciaba
en el rito umbanda de origen afroamericano durante un viaje a Brasil, a inicios
de 1963. Cuentan las malas lenguas que, después de sacrificar un buey, el
Brujo, vestido con una túnica blanca, fue mojado con la sangre del animal y
quedó aislado en una choza, en la que mantuvo encerrado por 7 días, sin
lavarse, porque esto era un requisito esencial para la iniciación en el rito
umbanda.
Al
séptimo día, al salir del aislamiento, empezaron a llamarlo "Hermano
Daniel", y dicen que ya llevaba puesta una cruz invertida, lo que algunos
consideran un verdadero “símbolo del Anticristo”.
Mientras
tanto, en Buenos Aires, Tristán —un dirigente de origen anarquista que había
militado en ámbitos sindicales y participado activamente en la resistencia
peronista, entre 1955 y 59, junto con John W. Cooke y otros “duros” de la lucha
popular— y el Gallego Álvarez, que tenía una formación ideológica de izquierda como militante de la
Unión de Estudiantes Secundarios y tambén luchador en la resistencia peronista, preparaban las
bases para que, diez años más tarde, Perón los recibiera en Puerta de Hierro.
Y ya en
los años 70, en la misma época en que Álvarez y Tristán ajustaban su Guardia de
Hierro a los designios del jefe en su condición de “formaciones especiales”,
José López Rega completaba su iniciación umbandista con sucesivos viajes al
Brasil, sobre todo a Porto Alegre, una ciudad que se considera como uno de los
centros más importantes del rito umbanda.
Además,
para reforzar la ligazón que él mismo hacía entre el umbandismo y la macumba,
por un lado, con las estructuras más conservadoras del poder mundial por el
otro, el nombre de López Rega se destaca también en aquella época como el
“hermano Daniel” de la logia masónica
P-2 —la famosa Propaganda Due— del
Venerable Maestro Licio Gelli.
Su nombre
fue hallado en las fichas que detallaban a los miembros de la logia, después de
un allanamiento que la policía italiana realizó en marzo de 1981 en su casa de
Arezzo, a la que llamaba "Wanda",
por gran coincidencia, el mismo nombre de la esposa de Licio Gelli.
3ª
Parte
Y en
abril de 1982, —todavía en su exílio dorado entre España y Suiza— ocorre lo
imprevisible: Lopez Rega resucita.
Claro que
para resucitar era necesario haberse muerto antes; pero eso ya lo veremos más
tarde.
El Brujo
recobra la vida durante un rito de umbanda en um “terreiro” en Embu das Artes, São Paulo, después de reencarnarse en
el cuerpo de Ustra —que durante tres años y cuatro meses comandó el “Destacamento de Operações de Informações do
Centro de Operações de Defesa Interna”, el terrorífico centro de represión
Doi-Codi en los años de la ditadura en Brasil—, y luego de reencarnar, en una
convulsionada sesión espiritista en el barrio paulistano de Tatuapé, al tirano
Benito Mussolini.
Años
después, cuando nos fuimos reencontrando a la vuelta de la clandestinidade y el
exilio al que nos forzó el golpe de 1976, se supo que el Pelado Rafa y el Negro
Dardo lo habían visto a El Brujo, caminando por la vereda ancha de la avenida
Paulista, casi en la esquina de Brigadeiro Luiz Antônio. Era agosto de 1979 y
hacía mucho frío en São Paulo. También supimos que Julio, más conocido como
Dieguito, se lo había encontrado en Ipanema, Rio de Janeiro, en noviembre de
ese mismo año.
Cinco
meses más tarde, un avión de la Transbrasil, en su vuelo 303 que por aquellos
años unía Belém a Porto Alegre, con escalas en varias capitales, caía —fue
exactamente el día 12 de abril de 1980— en un accidente en las proximidades de
Florianópolis.
Transportando
50 pasajeros y 8 tripulantes, el Boeing 727 de prefijo PT-TYS, chocó contra las
paredes del Morro da Virgínia, a 32 kilómetros de la capital de Santa Catarina,
durante la aproximación para el aterrizaje en el Aeropuerto de Florianópolis.
De los 58 ocupantes de la aeronave, solamente 3 sobrevivieron al desastre.
Una de
las víctimas fatales, hombre bajo y calvo, de unos 65 años, llevaba pasaporte
argentino y un Green Card a nombre de
José López Rega.
Empezaba así
una larga historia en la que el FBI norteamericano, el Side y la Policía
Federal argentinas, y la sección brasileña de la Interpol se disputarían a
sopapo limpio el privilegio de aclarar una muerte que resultaba más que
sospechosa vistos los antecedentes del occiso.
Peleándose
a codazos para llegar antes que nadie al "Balcão de informações" de la Transbrasil primeiro, y más tarde
en la Delegacia de Polícia de
Corumbá, Dan Silverston y Ricardo Grion, luchaban con fuerzas desiguales para
adelantarse a los repórteres de la Folha de S. Paulo y de Clarín.
Vida
y obra del Rasputín criollo
Conocido
como "El Brujo" por sus adversarios y por “Daniel” o Lopecito por sus
allegados, el muerto en cuestión había nacido en Buenos Aires el 17 de octubre
de 1916 y, aunque los libros de historia digan hoy que murió a los 72 años,
mientras cumplía prisión preventiva en la Argentina, el 9 de junio de 1989,
somos muchos los que sabemos que aquel 12 de abril de 1980 fue, si no la
definitiva, por lo menos la primera muerte conocida de José López Rega. Al
menos así lo detallaron años más tarde, en un poco difundido reportaje a la CNN
en Español, Dan Silverston y Ricardo Grion, el primero ex-agente del FBI y el
segundo, comisario jubilado del Side.
Secretario
privado de Juan Perón y de María Estela Martínez de Perón, el hombre que
muriera en abril de 1980 —y nuevamente en junio de 1989— ejerció una influencia nefasta sobre ambos.
López
Rega fue ministro de Bienestar Social durante los gobiernos de Héctor J.
Cámpora, Raúl Alberto Lastiri —su yerno—, y del propio Perón. Manejó los
dineros de la lotería nacional y de los casinos, lo que le dio una gran
autonomía financiera y le permitió crear una considerable fortuna personal.
Pero su
mayor realización fue la organización y puesta en funcionamento de la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple A),
grupo armado ilegal, clandestino y paraestatal.
Desde el Ministerio de Bienestar Social, frente a la plaza de Mayo, la
siniestra banda de asesinos llevó a cabo innumerables amenazas de muerte y ejecutó
atentados y asesinatos entre 1974 y mediados de 1975.
Obligado
a renunciar a su cargo tras las huelgas y manifestaciones de julio de 1975, el
Brujo huyó a Europa con un diploma oficial de fantasía otorgado por Isabel
Perón. Estuvo prófugo de la Justicia durante diez años. Fue detenido en Estados
Unidos y trasladado preso a la Argentina, donde murió —por segunda vez,
repitámoslo nuevamente— en junio de 1989, mientras era procesado por cargos de
múltiples homicidios, asociación ilícita, corrupción y secuestros.
Pero
volvamos de nuevo a la primera parte de este relato, cuando decíamos que, el 13
de marzo de 1986, López Rega fue detenido en Miami, al sur de los Estados
Unidos.
Antes de
que los EEUU lo extraditasen a la Argentina, Ricardo Herren y Norma Morandini
escribieron “El retorno de López Rega. El
Brujo”, una nota publicada en la revista española Cambio16.
Veamos lo
que decían al describir el entorno social y político en el que se desarrollaba
el drama del lopezreguismo en 1975, casi a las vísperas del golpe genocida de
Videla.
“El deterioro del gobierno de
Isabel Perón aumenta cada día más. Este año hay 860 muertos por causas
políticas y la inflación alcanza al 330 por ciento. El país tiene cuatro
ministros de Economía en un año. Uno de ellos, Celestino Rodrigo, vinculado a
López Rega, decreta una brutal devaluación del 150 por ciento y un aumento de
tarifas del 200 por ciento. La nafta aumenta un 172 por ciento.”
“Es el famoso “Rodrigazo”. Los
sindicatos se resisten a esta política, abandonan la Gran Paritaria Nacional,
que intentaba reeditar el Pacto Social y, en una gran movilización, piden la
expulsión de López Rega. Finalmente, la presidenta debe acceder a que “El
Brujo” renuncie a sus cargos y abandone el país.”
“Antonio Cafiero asume en el
Ministerio de Economía. Pero el alejamiento del siniestro personaje no mejora
las cosas. En Tucumán, cae un avión en el que viajaba el general Enrique
Salgado, que llevaba soldados para enfrentar a la guerrilla rural: mueren 13
personas. El 4 de Febrero, las Fuerzas Armadas reciben la orden —legal,
refrendada por todos los ministros del poder ejecutivo— de reducir a la
guerrilla del E.R.P. en Tucumán que se sospechaba que había llegado al punto de
derribar un avión Hércules C-130. Según el Ejército, se producen 350 bajas.”
“Montoneros
intenta atacar un regimiento de Formosa pero no tiene éxito. Los atacantes
huyen en un avión de línea secuestrado, pero la mayoría es capturada.
El 23 de
Diciembre, hay un ataque del E.R.P. contra el Regimiento 601, ubicado en Monte
Chingolo. La operación también fracasa y hay más de 100 guerrilleros muertos.
Otros hechos
de violencia ocurridos este año son la muerte del general Jorge Cáceres Monié y
su esposa, cerca de Paraná; la bomba, atribuida a la triple A, que destruye los
talleres del diario cordobés La Voz del Interior; la destrucción por parte de
Montoneros de una fragata que se estaba construyendo en Río Santiago y la
explosión del Teatro Estrellas, donde se presentaba Nacha Guevara y que provoca
dos muertes”.
“El déficit
de la balanza comercial y la salida de capitales acentúan aun más el nivel de
endeudamiento. La estatización de las deudas créditos que contrae el Estado
desde 1976 disparan el endeudamiento en forma exponencial.
Después de
varios cambios, la presidenta designa comandante en jefe del Ejército al
general Jorge Rafael Videla. Luego, pide licencia y se establece en Córdoba
para cuidar su salud. Por un momento se cree que la presidenta renunciará y que
será reemplazada por Italo Luder. Sobre Isabel pesa una grave acusación por
manejos irregulares en la Cruzada de la Solidaridad, similar a la Fundación Eva
Perón. La acusación es por la firma de un cheque por 3.000 millones de pesos.
Después de un mes, Isabel reasume la presidencia y, aún sin la influencia
nefasta de López Rega, se la ve vacilante y errática y crecen los rumores sobre
un golpe militar.”
“Una virtual
sublevación de la Fuerza Aérea, ocurrida hacia fines de año, es como un
anticipo de lo que inevitablemente va a suceder en pocos meses.”
Mi amigo
Facundo me cuenta que después de su huída apresurada de Buenos Aires, López
Rega pasó los años entre 1975 y 1986, viviendo a cuerpo de rey junto a María
Elena Cisneros, la mayor parte del tiempo en Suiza, hasta que un fotógrafo de
la prensa española los descubrió y tuvieron que huír rumbo a un lugar más
seguro. Finalmente, María Elena Cisneros fue quién involuntariamente delató a El
Brujo cuando fue al Consulado argentino de Miami para tramitar un nuevo
pasaporte; hasta ese momento, Lopecito había estado usando el del padre de
María Elena.
4ª
parte
Dicen que
el ocultismo puede variar en sus formas, pero no depende necesariamente de la
formación intelectual que tenga el brujo, ni de los credos políticos que
practique.
Cuando
los norteamericanos descubrieron la tremenda influencia que la astróloga Joan
Quigley ejercía sobre la primera dama —Nancy
Reagan, la mujer del presidente Ronald Reagan— mucho atribuyeron al notable despiste de la señora su capacidad de poder ser influida por una
vidente.
También
recordamos el caso de Hillary Clinton, esposa del también presidente Bill
Clinton, quien invocaba, con la ayuda de su consejera espiritual Jean Houston,
al alma en pena de la vieja primera dama Eleonor Roosevelt, o a la de Mahatma
Gandhi para que ambas, desde “el más allá”, le dieran fuerza y sabiduría para
enfrentar sus deberes junto a la cabeza del imperio.
También
al expresidente argentino Carlos Menen se lo llamó oscurantista por creerse la
reencarnación del caudillo riojano Facundo Quiroga. Y todo lo dicho hasta aqui prueba
que existe una vieja alianza entre la brujería, la magia y el misticismo, con
el poder. Los adivinos, hechiceros y magos son un soporte y una garantía fiel para
los poderosos. Ofrecen la legitimidad de lo extraordinario, o lo sobrenatural,
una vez que traen el contacto de lo terrenal con las fuerzas más profundas y
esenciales.
5ª
parte
El
principio del fin
“Señores, están
rodeados. Pongan sus armas en el piso, dejen las manos en alto. Mis soldados
van a revisarlos. Después, dan media vuelta y se van a sus casas.”
Era el atardecer del sábado 19 de julio de 1975, y
el coronel Jorge Felipe Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos a
Caballo General San Martín, el cuerpo que por tradición se encarga de proteger
a los presidentes argentinos, no podía creer lo que veía.
“Escopetas Itaka, las por entonces modernas
ametralladoras israelíes Uzi y otras aún más nuevas importadas de Bélgica,
pistolas automáticas y hasta algunas granadas de mano habían quedado en el
césped de la residencia presidencial de Olivos. Minutos antes, todo ese arsenal
estaba en manos de la custodia de José López Rega quien, caído en desgracia,
estaba a punto de dejar el país.
Cerca de doscientos civiles, muchos de ellos
integrantes de la Triple A, la organización terrorista de ultraderecha que
asoló la Argentina de los años 70, creada al amparo de López Rega, habían
intentado copar la residencia de María Estela Martínez de Perón en un intento
por salvar a su jefe: no hubieran podido lograrlo, pero casi desatan una
tragedia.
“A la caída del sol invernal, uno de los oficiales
de Granaderos le dijo a Sosa Molina que el grupo armado intentaba forzar los portones
de entrada a la residencia que dan a la calle Villate.
“¿Qué hacemos
-quiso saber el oficial- ¿Les
impedimos la entrada? Sosa Molina dijo que no. Pero dispuso el
desplazamiento de cuatro carriers blindados M-113 y desplegó un escuadrón
reforzado —ciento cincuenta
granaderos— para embolsar a la banda
lopezreguista, que finalmente entró a los jardines de la residencia para caer
en la trampa.
En minutos, sin disparar un solo tiro, uno de los
ejércitos privados más poderosos del país había quedado inerme.
“-Hágase
cargo de eso- le dijo Sosa Molina al jefe de la Casa Militar, capitán de
navío Enrique Ventureira, después de echarle un último vistazo al fierrerío. El
marino no mostró demasiada sorpresa. Esta vez, la cantidad era mayor, pero no
era la primera vez que la guardia militar de Olivos, que revisaba uno por uno
los autos que ingresaban a la residencia, secuestraba del interior de los
vehículos de Bienestar Social armas y explosivos.
“López Rega no estaba en Olivos. Políticamente
cercado, sin el apoyo del sector militar que había tolerado sus andanzas y las
de la Triple A, y que ya intuía y preparaba el golpe del 24 de marzo de 1976,
peleado para siempre con los dirigentes gremiales que en algún momento lo
habían apoyado, López Rega estaba obligado a abandonar el país.
“El día anterior la presidenta había recibido un
ultimátum del ministro de Defensa, Jorge Garrido, que hablaba en nombre de los
jefes del Ejército, Alberto Numa Laplane; de la Armada, Emilio Massera, y de la
Fuerza Aérea, Héctor Fautario.
“Una intimación similar le había hecho el ministro
de Justicia, Ernesto Corvalán Nanclares, que conocía la presión que los gremios
ejercían para el alejamiento de López Rega.
El empuje de la CGT que dirigía Casildo Herreras y
de las 62 Organizaciones, al mando de Lorenzo Miguel, también se había hecho
sentir sobre Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de
López Rega.
El Brujo, como se lo llamaba por su pasión por los
ritos esotéricos, la emisión de energía y las profundidades enigmáticas del más
allá que quedaron expresados en sus escritos tan agromegálicos como
inteligibles, debía abandonar el país.”
(Texto de
Alberto Amato y Guido Brasvavsky)
El relato
de Amato y Brasvavsky se confirma y se completa con lo que me contaba el amigo
Facundo, que era cercano a Guardia de Hierro y un muy buen pibe, pero confuso
ideologicamente, que justo cuando la guardia personal de López Rega largaba sus
armas, el exministro se dirigía desde Olivos a la antigua residencia de Perón
de Gaspar Campos, en Vicente López.
Al
llegar, el jefe de custodia de Perón, Juan Esquer, ya había sido avisado por
Sosa Molina que no debía dejar que López Rega se llevase ningún objeto de valor
que hubiera pertenecido a Perón.
Esquer
cumplió con lo que le fuera ordenado y López Rega salió de Gaspar Campos apenas
con dos valijas con sus objetos personales, algunos de sus muchos libros de
esoterismo y un par de trajes. Nada más. Quizás buscara por toda la casa, sin
encontrarla, la capa azul de teniente general que usaba Perón y con la que,
después de la muerte del viejo, López Rega se paseaba por la quinta
presidencial, soñando tal vez con obtener todavía más poder del que ya había
logrado.
Aquella
misma tarde, después de desarmar a los hombres de la custodia de todos los
organismos que dependían de Bienestar Social —constando que López Rega tenía,
además, una guardia personal propia— y antes de que el exministro volviera a
Olivos para despedirse de la presidenta, el coronel Sosa Molina, jefe de los
Granaderos, tuvo que encarar una escaramuza bastante particular con su
protegida, según cuenta mi amigo de la Guardia de Hierro:
—¿Qué pasa, coronel? ¿estoy presa?— le pregunta Isabel Perón, que había notado com
recelo los movimentos inusuales, asustadísima, las manos aferradas a los brazos
del sillón.
—¿Pero, cómo me pregunta eso,
señora?— le
contesta muy serio Sosa Molina.
—Ocurre que no lo veo a Rovira ni a Almirón.
Sosa...¿Adónde están?— quiso saber Isabelita, refiriéndose al subcomisario
Rodolfo Almirón y a Miguel Angel Rovira, que eran los brazos armados del Brujo
López Rega, y de quienes se sospechaba, ya por aquellos días, que fueran los
jefes de la famosa Triple A.
—Rovira y el subcomisario Almirón no son
parte de su custodia, señora— le dice el coronel Sosa Molina. —Ellos son los custodios del señor López
Rega. Su custodia, señora, es la Policía Federal, que está aqui, protegiéndola.
Pero Isabelita
no se tranquilizó. Al contrario, y pasando del miedo y la depresión a la euforia, y a un grado de
excitación incontrolables, insistió con sus preguntas a Sosa Molina:
—Sí, bueno. Pero, dígame, Molina: ¿estoy
presa? ¿Por qué hay todo este movimento extraño, este dispositivo, y las armas
que les han quitado a la custodia, qué significa todo esto?— dice,
nerviosa, y el militar trata de
calmarla:
—Digame,¿qué es lo que necesita, señora?
—Quiero que venga Almirón, ahora mismo, acá—
le contesta, tratando de recuperar su autoridad la presidenta.
Entonces,
el coronel Sosa Molina manda a llamar de imediato al subcomisario.
—Vaya con la señora— le ordena Sosa
Molina a Almirón cuando este llega. Isabel, entre murmullos y sollozos
ahogados, como si rezara una oración desesperada, vuelve a decir que se sentía
presa. El coronel Sosa Molina, bastante harto ya, la mira fijo y le dice:
—Señora presidente, estamos cuidando su vida.
La estamos defendiendo, señora— le contesta Sosa Molina, y la presidenta
parece empezar a entender la situación y de a poco se tranquiliza.
Cuando Sosa
Molina vuelve a su despacho, López Rega pasa rápidamente por Olivos para
despedirse de Isabelita.
Poco más
tarde, al llegar López Rega al Aeroparque Jorge Newbery lo espera el avión
presidencial T-02 Patagonia, en el que va a dejar el país. No volvería en los
próximos 11 años, hasta ser extraditado, preso por el FBI norteamericano en
Miami, después de ser descubierto en Suiza por un fotógrafo de la agencia
española EFE. El Brujo había vivido su propilo exilio dorado de once años ente
las Bahamas y su casa de Fort Lauderdale, en Florida, Estados Unidos.
Volviendo
a los años 60 y 70
Durante
sus primeiros seis años en la Quinta “17 de Octubre” de Puerta de Hierro, en
Madrid, el futuro Brujo de los años 70 se dedicaba a sus tareas de valet
personal de Isabelita y Perón, a cuidar el jardín y a arreglar las canillas que
goteaban, e incluso a gerenciar al personal de servicio.
Simpático
a su modo, según algunos, servil y obsecuente, López Rega se volvió
indispensable para los Perón y, de a poco, logró convertir al general en un
seguidor de su visión mágica de la vida.
Pero en
unos pocos años El Brujo se transformaría en algo más que un fiel servidor.
Como secretario particular, poco a poco y sin que se notaran sus avances,
consiguió empezar a controlar casi por completo la vida del matrimonio Perón.
Hasta Pilar Franco, la hermana del dictador español e íntima del matrimonio
argentino, les advirtió un día sobre el exagerado poder que tenía El Brujo
sobre ellos. Perón le contestó con un suspiro resignado: “Sí, pero ya es demasiado tarde, señora”.
Decía mi
amigo Facundo, aquel que simpatizaba con la Guardia de Hierro, que el poder de
Lopecito sobre la tercera mujer de Perón parecía ser total. La había convencido
de que podría ser una espécie de segunda Evita gracias a los poderes que él
tenía y a sus prácticas esotéricas.
Cuentan
que manipulaba, sin ninguna inhibición, el cadáver embalsamado de Eva Duarte en
sus ceremonias ocultistas en Puerta de Hierro, y que más tarde lo repetiría en
la Quinta Presidencial de Olivos, en un intento desesperado de pasarle a
Isabel, bastante desprovista de dones especiales, todo el talento y los poderes
de la segunda y más famosa esposa de Perón.
—Dicen los de Guardia de Hierro que el
general nunca aguantó a nadie que pudiera hacerle alguna sombra— me comenta
Facundo, —y López Rega, igual que Isabel,
y todo lo contrario que Evita, era una compañía ideal. Porque era rastrero y
servicial, mediocre pero astuto, no cuestionaba la vanidad ni el narcisimo del
viejo líder, lo que le rendía buenos frutos porque luego los iría a cobrar con
creces.
A tal
punto había crecido su influencia, dice Facundo, mi amigo colaborador de la Guardia
de Hierro, que cuando sus aliados de la derecha sindical consiguieron apartar a
Cámpora y exigirle la renuncia em 1973, ya el poder del Brujo era de tal tamaño
que le permitiría colocar en la presidencia provisional de la república al
marido de su hija Norma, el yerno Raúl Lastiri.
Y ya
cómodamente instalado como ministro, López Rega manejó a gusto los fondos
cuantiosos de la lotería nacional y de los casinos, lo que le dio una gran
autonomía y poder financeiro; al mismo tempo, como se comprobó después, amasó
rápidamente una considerable fortuna ilegal. Com esos recursos, y desde su
puesto en el Ministerio de Bienestar Social, frente a la plaza de Mayo,
organizó la siniestra banda de asesinos llamada Alianza Anticomunista
Argentina, o Triple A, para acabar por métodos terroristas con la izquierda de
adentro y de afuera del movimiento peronista.
Pocos
años más tarde, los militares argentinos repetirían las acciones criminales de
El Brujo afinándolas por medio del poder que les daría el control total del aparato
del estado argentino.
El hombre
que en el balcón de la Casa Rosa mostraba descaradamente a toda la nación como le dictaba, o hacía de
cuenta que le dictaba, a la presidenta los discursos —y llegó al punto de decir
que “Isabel no existe. Ella es un invento
mío”— cometió un número enorme de crímenes, entre ellos el del diputado
peronista Rodolfo Ortega Peña, del abogado defensor de presos políticos Alfredo
Curutchet, del profesor universitario Silvio Frondizi, Hermano del ex-presidente
Arturo Frondizi; y del sacerdote Carlos Mújica, todos ellos ametrallados por la
espalda. También fue responsable directo por el atentado con bombas que
destruyó el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen que más tarde, ya
otra vez en democracia, sería el embajador itinerante de Raúl Alfonsín.
Si no lo
hubiera sorprendido su segunda muerte en su prisón en Buenos Aires, Lopecito
hubiera tenido que enfrentar juicios por sus manejos irregulares de los fondos
de la “Cruzada de la Solidaridad”, que era un delito por el cual Isabel Perón
ya había sido condenada a siete años y medio de detención en Bariloche por
parte de los militares golpistas de 1976. Y además estaba la causa por la
malversación de fondos de recursos reservados de la presidencia.
El amigo
Facundo me recuerda también aquel nefasto día del 29 de enero de 1974, cuando
la Triple A divulga en Buenos Aires su “lista negra” de personalidades de la
vida política, sindical y cultural, “que
serán inmediatamente ejecutadas en donde se las encuentre”.
La lista,
difundida por la organización criminal de Lopecito, incluye a Hugo Bressano –
más conocido como Nahuel Moreno, el dirigente del antiguo PRT-La Verdad, luego
llamado PST; a Silvio Frondizi, Mario Hernández, Gustavo Roca y a Mario Roberto
Santucho, el principal dirigente del PRT-ERP; también están allí los
sindicalistas del peronismo combativo Armando Jaime, Raimundo Ongaro, Rene
Salamanca —el dirigente sindical del PCR— y Agustín Tosco; Rodolfo Puiggros,
que fuera rector de la UBA, Manuel Gaggero, director del diario El Mundo,
controlado por el PRT, Roberto Quieto —primero dirigente máximo de las FAR y
luego de Montoneros—, Julio Troxler, el exsubjefe de policía de la Provincia de
Buenos Aires vinculado al Peronismo de Base; los coroneles Perlinger y Cesio,
el Monseñor Angelelli; el senador nacional Luís Carnevale y varios otros, la
gran mayoría de ellos asesinados en menos de un año de ofensiva de la banda
terrorista Triple A.
Dice
Facundo que la organización peronista de izquierda Montoneros planeó ejecutar a
López Rega, aprovechando los pocos momentos en que el ministro se alejaba de la
presidenta. Como dice Perdía, ex dirigente montonero, “no lo hicimos por respeto a la constitución y a Perón”. Planeaban
sorprenderlo en su auto cuando se movía solo, sin acompañar a Isabel. Lo
estudiaron durante cinco meses. El plan, en el que se calculaba la actuación de
unos veinte guerrilleros, estaba listo y ya en fase de operaciones. Había un
solo escenario posible para ejecutarlo sin riesgos, y no se lo hizo porque el Rodrigazo se anticipó, con su
profundización de la crisis política y social, la huelga y las grandes
manifestaciones de masas de julio de 1975, y enseguida la caída y fuga al
exterior de El Brujo.
—Los de la Guardia lo habíamos pensado
también— me cuenta el amigo Facundo. —Pero
Guardia de Hierro ya estaba formalmente dividida entre un grupo que había propuesto
la autodisolución después de la muerte de Perón en 1975, y otro que se estaba
acercando a Isabel Perón con el mismo fin político de los Montoneros y de toda
la izquierda, que solo en esto coincidian con la derecha peronista: evitar el
golpe al gobierno constitucional— justifica Facundo, que no logra reconocer
las ambigüedades de la agrupación.
—Celestino Rodrigo, un hombre del entorno de
López Rega, asumió como ministro de Economía el 2 de junio de 1975. Al día
siguiente la nafta aumentó entre el 127 y el 181%, el kerosén y el gasoil, el
50%. Dos días después el boleto mínimo subió el 50%, la leche el 23%, el pan el
20%, los taxis el 140%, el subterráneo el 150%— recordamos con Facundo.
La guerra
entre el gobierno y los gremios para equiparar precios y salarios terminó con
Rodrigo y su plan económico, y destrozó el odiado reinado de López Rega, que
decidió irse de vacaciones a Río de Janeiro. Volvió al país dispuesto a ser
todavía más duro y violento con quienes no quisieran colaborar con su política:
—“A los que tengan la cabeza
dura, les vamos a encontrar una maza adecuada a su dureza: el quebracho de la
Argentina es muy bueno”— comentó, inconciente de lo que un conjunto de fuerzas le estaban
preparando en su contra, me relata Facundo.
Los
gremios del peronismo “verticalista”, además de los clasistas de las Coordinadoras
de Gremios en Lucha, exigen la salida sin condiciones de López Rega. Y así, en
medio de diversos tumultos, se viene el desenlace:
El
ministro de Defensa Garrido sale de la casa presidencial en Olivos y se reúne
con los comandantes de las tres fuerzas armadas.
El jefe
de Estado Mayor le pide al regimiento
que den seguridad especial al ministro de Defensa, Garrido, que al día
siguiente va a hablar de unos temas importantes con la presidenta:
—Tome Ud. todas las medidas necesarias para
que no haya ninguna interferencia— le dijo, seguramente refiriéndose a
López Rega y en particular a sus hombres de custodia y a los de la Triple A.
Al día
siguiente, Sosa Molina, que había reforzado su escuadrón, puso a cinco de sus
oficiales de confianza alrededor de la casa donde conferenciaron la presidenta
y el ministro por media hora.
—Después de la reunión— me cuenta Facundo
—todo fue como en una película en la que
se mezcla el vértigo y la comedia—.
El
fin
Cuando
por fin la crisis estalló, rapidamente se decidió que López Rega iría a salir
del país en el avión de la presidencia. Consultada la Fuerza Aérea sobre la
disponibilidad del transporte aéreo, el brigadier Fautario dice que el avión
estaba disponible para el jefe de la Casa Militar, que es un marino, por lo que
lo tienen que consultar con la Marina. El comandante, almirante Massera, se
esquiva diciendo que eso es un asunto de la Aeronáutica. Por fin, cuando es consultado
el Ejército, su comandante contesta con un consejo claro, el de no
entrometerse. Por fin, el capitán de navío Ventureira decide alistar el avión
presidencial, que queda a la espera en el Aeroparque Jorge Newbery.
Y el
avión aguarda en Aeroparque hasta que cae la tarde del sábado 19 de julio y
López Rega decide ir a la residencia presidencial de Gaspar Campos. Los hombres
de su ejército particular se adelantan y van al rescate de El Brujo que todavía
no llegó a Olivos, pero son desarmados de inmediato. El exministro pasa más
tarde, ya sin su escolta de asesinos de la Triple A, para realizar una fugaz
despedida a la presidenta. Una caravana de vehículos militares lo lleva en
pocos minutos al Aeroparque.
Antes de
decolar la aeronave, se paran los motores, sale un oficial y pasa una orden. Un
motociclista de la Policía Federal vuelve apresurado a la residencia de Olivos
para que le entreguen el nombramiento de López Rega como embajador
plenipotenciario de la Argentina. El Brujo, en su prisa por huir, e Isabelita
en estado de terror extremo, se habían olvidado el diploma sobre la mesa de
reuniones.
En el
aeropuerto, el exministro lo levanta y lo muestra con una amplia sonrisa al
subir por la escalera del T-02:
—Ahora soy embajador— se le escuchó decir
a Lopecito. Y eran sus últimas palabras en suelo argentino hasta once años más
tarde, según me dice Facundo, antiguo simpatizante de la Guardia de Hierro y
conocedor de las andanzas de la derecha sindical y católica del peronismo en los
años 70.
A
modo de pre-epílogo
o
de post- prólogo
Como ya
sabemos, aquel 12 de abril de 1980 fue, si no la definitiva, por lo menos la
primera muerte conocida de José López Rega.
Pero muy poco
se sabe sobre lo que esa muerte representó en aquel momento. El Brujo murió, sí,
y fue una forma de escaparse —al menos momentáneamente— a la justicia humana.
Divagando
un poco, digamos que tal vez un modo de tratar de entender este extraño proceso
es salirse por un momento de lo meramente sensible o “real” y encarar de frente
otras creencias o convicciones. Como las del propio personaje —nefasto y
tenebroso personaje— de este relato.
La
creencia en la reencarnación, por ejemplo, siempre estuvo presente desde la
antigüedad en todas las culturas de la humanidad, sea en las religiones egipcia,
griega, hindú, budista o romana.
Una de las
respuestas del humanismo a las incógnitas de las desigualdades y los
sufrimientos de la mujer y del hombre, la encontramos en la doctrina de la reencarnación,
y en la ley análoga de causa efecto o de acción-reacción.
En su
"Libro de los Espíritus",
Allan Kardec, maestro fundador del espiritismo, leemos el siguiente mensaje:
"Dios creó a todos los espíritus
simples e ignorantes, poseedores de tanta aptitud para el bien como para el
mal, pero con idénticas oportunidades para evolucionar".
Kardec en
su obra también nos dice que "Solo
es inquebrantable aquella fe que pueda mirar frente a frente a la razón en
todas las edades de la humanidad." "Nacer, morir, renacer y progresar
siempre. Esta es la Ley”.
Pero
volviendo a nuestro relato, nos cuenta el mismo Facundo, siempre fiel a su
experiencia juvenil en la confusa y ambivalente Guardia de Hierro, que había
leído un texto de Juan Gasparini en el que decía que la justicia fracasó y no
pudo condenar a El Brujo por no haber perseguido las pistas del dinero, de modo
de poder recuperar la fortuna ilegal de López Rega. Ese tesoro malhabido fue
todo heredado por su compañera de andanzas, María Elena Cisneros, la cual
disfrutó del botín en Paraguay, dando clases de música mientras conservaba las
dos cuentas suizas abiertas por Lopecito a su nombre.
-M.E. Cisneros —dice Facundo— también guardó el producto de la venta de
varios inmuebles, entre otros el chalet de un millón de dólares a orillas del
lago Leman, en Suiza, donde vivió con El Brujo desde que dejó Puerta de Hierro.
Facundo
nos contaba que la localización de esa fortuna ilegal, junto con fotografías y
los detalles de los datos financieros, fueron revelados en el libro "La fuga del Brujo. Historia criminal de José
López Rega", publicado por el mismo Gasparini en 2005.
—Pero decime, Facundo— lo encara el Viejo
Pedro mirándolo fijo— ¿podemos contar con
vos, de verdad, a pesar de tu pasado de simpatizante de los fachos de Guardia
de Hierro?
—Viejo, perdóneme y se lo digo con todo el
respeto que me merece, pero en la Guardia de Hierro no había solamente fachos.
Había también mucha gente buena, incluso de izquierda— le contesta, con calma
y educación, pero un poco fastidiado, Facundo.
—No te me ofendas, pibe, pero te lo digo
porque lo que nos proponemos hacer ahora es muy importante; puede significar un
giro fundamental en la historia del país, Facundito— le pasa la mano por la
cabeza, paternalmente, y le da un coscorrón de despedida el Viejo Pedro Milesi.
Ya es
casi de noche y la salida de la casilla de Villa Las Antenas se convierte en un
movimiento bastante peligroso, aun para un viejito de aspecto inofensivo como
era Pedro en esos primeiros tiempos de los años ochenta. Las luchas contra el
saturnismo en la fábrica Insud en 1974 habían llevado a que se juntara gente de
todos los movimientos políticos, desde el PRT hasta los simpatizantes de la
Guardia de Hierro. Fue allí mismo, en Villa Las Antenas, que se habían conocido
Facundo y Pedro Milesi. Junto con ellos, una cincuentena de activistas
sindicales y barriales, y de militantes de izquierda, desconectados de sus
organizaciones, se habían mantenido agrupados durante los años más duros de
1976 a 1979.
Muy pocos
lo supieron en su momento, y quién me lo contó, ya a finales de 2001, en medio del
fragor de las batallas populares del 19 y 20 de diciembre, tampoco lo creía
demasiado. Pero en fin, lo que se cuenta en voz baja es que Facundo era nada
menos que la tercera o cuarta reencarnación de El Brujo. Había vuelto al mundo
de los vivos, dicen, con una única misión: la de deshacer en lo posible el mal
que López Rega había desparramado como un vendaval en su paso por este mundo.
Y es por
eso que a las palabras de Perón —“He
vuelto casi desencarnado”— dictadas por el pensamiento esotérico del
nefasto Brujo, Facundo agregara de su próprio cuño la frase misteriosa que el
Viejo Pedro Milesi le escuchara decir el día del reencuentro: “Volví para encarnar el bien y desencarnar
los crímenes del pasado”. Y el Viejo pensó que se tratara nada más que de una
autocrítica de su centrismo, y que ahora sí se podría confiar en su
participación en las nuevas acciones que se estaban preparando contra la ditadura.
6ª
parte
Años
80
La
(triste) historia de Don Benito
Al viejo
no le importaba no parecerse en nada —físicamente, digo— a lo que realmente
era. No le molestaba en absoluto que su aspecto no impusiera el respeto debido
a un militar de carrera, y mucho menos que nadie lo fuera a recordar en el
futuro como político.
En
realidad, hacía muchos años que seguía en el generalato sin ganas, y encima, se
había convertido en un político a la fuerza, por obra y gracia de las
circunstancias, y nada más.
Para
colmo, el viejo era víctima de lo que en su fuero íntimo él mismo consideraba como
una doble hipocresía: todos creían que por detrás de su coraza —o apenas su
cáscara— de autoridad y de mando, habitaba un viejo que tan solo quería ser un
buen abuelo. Padre mediocre, ausente y distraído él ya había sido, pero muchos —incluso
su mujer, sus hijos y hasta sus propios nietos— pensaban que su vocación
profunda y verdadera era la de ser un buen y apacible abuelo.
Pero
nada; era una doble hipocresía, digo, porque en el fondo de su apariencia
pacata y encubierta por las obligaciones del poder, el ya sesentón general
Benito Bignone, bullía una vitalidad y
una pasión, una turbulencia de deseos juveniles y una capacidad para realizarlos que pocos, muy pocos en su
entorno conocían y poquísimos sospechaban, incluyendo claro, su propia esposa y
sus hijos.
El viejo
general Bignone tenía una amante treintañera de la alta sociedad porteña.
Cuando lo supo su mujer, Ana, le dio al viejo una única opción para no dejarlo,
sumándole la vergüenza de la separación al papelón de ser descubierto
públicamente. Divorciarse era algo inadmisible para aquellos matrimonios ultra
católicos y conservadores al extremo en sus costumbres.
Chantajeándolo,
Ana logró que el viejo llevara toda la familia a pasear a Europa. Don Benito
Bignone se curvó, aunque se las ingenió también para organizar un viaje
paralelo de su amante, de tal modo de encontrarse a escondidas con la linda
treintañera en cada nueva ciudad que iba visitando con la familia, dejando a
los funcionarios de la Cancillería con los nervios de punta.
El viejo
vivía una contradicción por la que ya habían pasado otros presidentes de facto
en la Argentina del siglo XX. Pero la de don Benito era todavía peor que la de
Agustín Justo, el primer sucesor político del debutante en golpes cívico-militares,
el general- dictador Félix Uriburu.
También
pacato y con toda la falsa apariencia de abuelo bonachón como Bignone, don
Agustín Justo se había aburrido tanto como don Benito con los encargos del
poder, y prefería entregar las tareas arduas de gobierno a terceros, para que a
él lo dejaran hacer lo que se le diera la real gana.
Y en el
caso de don Benito Bignone, como en el de Justo, las ganas eran siempre el
libertinaje más solapado y la anarquía sexual más contradictoria con sus
funciones de representante del orden católico y castrense, de la disciplina y
el rigor de los cuarteles y las iglesias.
Cuentan
los más allegados que la fogosidad del viejo Justo era excesiva, incluso para
Jorgelina, otra jovencita que era motivo de las frecuentes escapadas del
general y de los desvelos de su cuerpo de seguridad personal.
Pero, volvendo
al aparentemente bonachón y pacato dictador Bignone, digamos que nació en
Morón, en el conurbano bonaerense, en 1928, y se convirtió en presidente —el 13º
de facto— entre julio de 1982 y diciembre de 1983, en el autodenominado
"Proceso de Reorganización Nacional".
Pero comentemos también, un poco a su favor, que fue el único de todos los
dictadores que no integró una junta militar de las que ejercieron el mando
supremo a partir del golpe de 1976.
7ª
parte
Juancito
entró a la piecita alquilada de doña Manuela y se durmió profundamente. Se
despertó transpirando y preocupado con la pesadilla que había tenido.
Soñó que
al abrir la puerta de su dormitorio en la pensión se había encontrado con él de
golpe, sin aviso previo. Estaba parado al lado del roperito y bien frente a la
luna del espejo, que no lo reflejaba, y flotando a diez centímetros del piso
sobre el cual ni hacía sombra.
El Diablo
no le dio tiempo a nada: antes de que Juancito pudiese pestañear ya lo había
levantado hasta la altura de los ojos, y lo miraba fijo, con la vista roja de
los borrachos, pero sin decirle ni una palabra.
Era el
final de una época y Juancito —aún sabiendo que se trataba de una pesadilla, de
aquellas en las que uno no puede despertarse— tuvo tiempo de reflexionar
durante esos largos segundos, de recordar y repensar en profundidad sobre los
últimos seis años.
Seis años
y medio en realidad; y él sabe que esa noche, el 24 de diciembre de 1975, al
atardecer, es el fin de ese ciclo. Y Juancito se acuerda que todo empezó en
1969, con enormes manifestaciones populares; el Cordobazo, la insurrección
obrera y popular que tomó Córdoba, y después fue extendiéndose a Rosario, y a
casi todas las capitales de provincia en Argentina.
-Menos en Buenos Aires,¿no?- le adivina
el pensamiento y suelta una carcajada el Diabo, y Juan que es valiente y
aguerrido, siente que las piernas se le aflojan, pero no se desmaya.
- Sí, pero ¿y ahora? Y el Rodrigazo, ¿eh?-
lo desafía Juancito al Diablo, porque apenas seis meses antes de esa navidad
tan dolorosa para muchos, millares de obreros de todo el Gran Buenos Aires
habían salido a las calles y tirado al basurero de la historia al ministro de
economía, Rodriguez, y de yapa, al Brujo López Rega, alma del gobierno de
Isabelita y de la Triple A.
Pero Juan
sabía que el ciclo se cerraba. Esa había sido la última de centenas de enormes
mobilizaciones populares, puebladas y alzamientos obreros. Y sabía Juancito
que, por detrás de los fascistas de las Tres A y de su jefe más visible, López
Rega, ya empezaban a sonar, ensordecedores, los ruidos de las metrallas y de las
9 mm de los milicos —¡como pasó el tempo!
piensa Juan, ya hacía rato que no se usaban las 45—. Como todos nosotros, Juancito
no tenía la menor duda de que, después de Isabelita, las botas y uniformes
ocuparían la escena nacional, otra vez, como había ocurrido en Chile y Uruguay,
o como en Brasil, donde la ditadura se arrastraba desde 1964.
Se
despierta Juancito, asustado con la pesadilla, pero no puede dormir más; se
levanta, se lava la cara y se peina, y sale dos horas antes de lo previsto para
la reunión con los representantes de la Coordinadora del Gran Buenos Aires.
8ª
parte
El 10 de
diciembre de 1983, don Benito le entregó el mando de la nación a Raúl Ricardo
Alfonsín, que había ganado las elecciones democráticas realizadas dos meses
antes y marcaban la vuelta de la democracia. A Bignone le tocó la gloria y la
miseria de quedar a cargo de la rápida transición hacia la normalidad
constitucional después de la derrota del dictador-presidente anterior, Leopoldo
Galtieri, en la guerra de Malvinas. Y le sobró la dudosa honra de ser el último
dictador de la historia argentina.
Don
Benito había estudiado en la Escuela Superior de Guerra y más tarde en la
España del tirano Franco, hasta que fue nombrado jefe del 4º Regimiento de
Infantería en 1964. En la promoción de 1975 —la misma que llevó, un año antes
del golpe, a Jorge Rafael Videla a la posición de comandante en jefe de las
fuerzas armadas— don Benito fue nombrado secretario del estado mayor del
ejército, lo que le permitió participar activamente en el golpe que derribó el
gobierno constitucional de Isabel Perón, y en las operaciones del terrorismo de
estado, antes y sobre todo, después del golpe de 1976.
Poco
después, ocupó el hospital Alejandro Posadas —centro de la militancia
revolucionaria del gremio médico porteño, y de la salud en general— y lo
transformaría en un campo de detención ilegal, de tortura y extermínio; Don
Benito tuvo responsabilidad directa en el secuestro de 40 personas y el despido
de todos los empleados del hospital durante el régimen. En seguida fue jefe del
Área 480 del centro ilegal de detención y tortura de presos políticos y
sociales de Campo de Mayo, y en 1980 quedó a cargo de los Institutos Militares.
Al salir
del mando el tirano Videla en 1981, don Benito ya era general de división, y
aprovechó para pedir su pase a retiro. Como se había apartado de las cúpulas
militares posteriores durante los gobiernos de Viola y Galtieri, parecía ser el
candidato ideal para la presidencia cuando el ejército decidió retomar la
conducción política, sin el apoyo de las otras dos fuerzas armadas. Don Benito
recordaba con rencor aquella hora nefasta para él en que los titulares, Jorge
Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo, se habían retirado de la junta militar.
Tremendo conflicto interno en el seno de la cúpula de la dictadura imponía una
renovación, para la cual fue electo el general Benito.
Pasados
los juicios de la época de Alfonsín, y tras el limbo que les garantizara a los
ex dictadores las amnistías de Menem, en 2011 don Benito fue condenado por la
justicia a prisión perpetua por los delitos de lesa humanidad que fueron
cometidos durante el período en que ocupó el poder.
Aunque la
intención del comandante en jefe del ejército, el teniente general Cristino
Nicolaides, en 1982, era la de demorar lo máximo posible la entrega del poder,
don Benito Bignone anunció ya en su primer discurso público que pretendía
convocar las elecciones para los primeros meses de 1984.
El lento
retorno a la democracia, sin embargo, se fue acelerando por una situación
económica y política casi al borde de la catástrofe. Aparte, claro, de la
derrota militar ante los ingleses en la guerra de las Malvinas de 1982.
Dagnino
Pastore, el ministro de economía de don Bignone, terminó declarando el “estado
de emergencia” para enfrentar la ola de cierres de fábricas, la inflación
galopante —que enseguida pasaría los 200% al año— y la creciente devaluación de
la moneda.
Pero las
presiones políticas no disminuían; al contrario, la junta multisectorial que
había sido creada por Ricardo Balbín y era liderada por Raúl Alfonsín, trataba
de lograr una vuelta anticipada e incondicional al poder civil. Las
organizaciones de derechos humanos, encabezadas por Adolfo Pérez Esquivel,
aumentaban los ritmos de la campaña por el esclarecimiento del destino de los
desaparecidos políticos y sociales, mientras los reclamos de otros países por
el gran número de extranjeros
secuestrados congestionaban todas las vías diplomáticas.
El 16 de
diciembre una manifestación masiva, convocada por la junta multisectorial, fue
reprimida brutalmente por la policía, causando la muerte de un manifestante.
A su vez,
los cuestionamientos de la Armada y la Fuerza Aérea, que habían sido las ramas
militares más activas durante la guerra de las Malvinas, obligaron al ejército
a nombrar al teniente general Benjamín Rattenbach com el engargo de investigar
las responsabilidades de la anterior junta militar a lo largo del conflicto
bélico con Gran Bretaña.
En abril
de 1983, después de haber decidido la fecha de las elecciones para octubre, don
Benito Bignone dictó el decreto 2726/83, que ordenaba destruir toda la
documentación existente sobre la detención, tortura y asesinato de los
desaparecidos, y que contenía también el “Documento
Final sobre la Lucha contra la Subversión y el Terrorismo” en el cual el
último presidente de la dictadura se permite decretar la muerte de los
detenidos desaparecidos.
El 23 de
septiembre, don Benito y su equipo avanzarían en el proceso de tratar de eliminar
los antecedentes criminales del gobierno dictando la ley 22.924, a la que
llamaron Amnistía —y que en realidad no pasaba de una autoamnistía— o de
Pacificación Nacional para los miembros de las fuerzas armadas, abarcando todos
los actos irregulares que hubieran sido cometidos en la guerra sucia contra la
militancia política y sindical y contra las guerrillas.
El
congreso luego anularía esta ley, aunque la pérdida de los registros fue irreparable.
Sin embargo, el descubrimiento en la Base Naval Almirante Zar, en 2006, de abundantes
pruebas del espionaje a civiles, revela que algunos archivos que decían haberse
destruido, siguen existiendo.
9ª
parte
La
situación de las organizaciones de clase de los obreros y la de los grupos
revolucionarios era de una extrema dispersión y fragilidad hacia los meses
finales de 1978; era un proceso firme y acelerado, visible para todos, sobre
todo después del 19 de julio de 1976, cuando el dirigente del PRT-ERP, Roberto
Santucho, fuera muerto en un enfrentamiento armado en San Martín, Buenos Aires,
y murieran luego, también en combate, Carlos Fessia, el Gordo Lowe y el Chacho
Camilión de Poder Obrero.
El exilio
forzado de centenas de dirigentes del peronismo combativo y la clandestinización en masa de gran parte de
la militancia de izquierda hacia fines de 1975, respondía a un fuerte reflujo
del movimiento de masas y marcaba el comienzo de los largos debates internos en
cada una de las direcciones políticas.
Las
polémicas fueron dividiendo a los dirigentes y los principales cuadros de casi
todas las organizaciones, entre dos tendencias de pensamiento y de acción
política: la una, más militarista, no se resignaba a perder la iniciativa que
tanto Montoneros y PRT como Poder Obrero, GOR y otros agrupamentos menores habían
mantenido a través de acciones armadas de diversa envergadura; y la otra, de
una apariencia menos atrayente, queriendo disminuir o parar las actividades
militares y sumergirse en el trabajo más modesto y sistemático de prepararse
para los nuevos movimientos espontáneos que deberían surgir en un par de años.
De todos
modos, entre 1976 y 1979, la dictadura aniquiló tanto al PRT y Montoneros como
a Poder Obrero, Orientación Socialista, GOR y al resto de las organizaciones
revolucionarias de izquierda; sea de un modo directo por medio de la represión,
o indirectamente por las fracturas que la situación del golpe, el reflujo de
las luchas populares y las discusiones internas iban causando sistemáticamente
en todas las agrupaciones.
Hubo
incluso, en 1976, un intento de unificar a Montoneros, el PRT y Poder Obrero en
la "Organización de Liberación Argentina" cuando las fuerzas
revolucionarias estaban siendo, o ya habían sido, prácticamente diezmadas.
Pero, ya antes y sobre todo, el movimiento de masas, obrero y popular, se había
quebrado, separándose entre una ancha vanguardia de clase y las grandes camadas
de obreros peronistas que se retiraban de la lucha, desilusionados por el final
patético del gobierno de Isabelita Perón, que los había atacado con las leyes
represivas, los grupos armados de la derecha y con sus severos ajustes
económicos.
La
Argentina atravesaba entre 1969 y el final del año de 1975 una clara situación prerrevolucionaria; esto es lo
que veían gran parte de las lideranzas populares y obreras; es decir que las
fuerzas de las clases trabajadoras iban creciendo sin parar, pero, ni su
organización ni su conciencia estaban lo suficientemente maduras para pensar en
tomar el poder, aunque marchaban en un proceso de desarrollo que se
incrementaría y a su vez alimentaría las futuras condiciones
revolucionarias. Pero gran parte de los
dirigentes obreros, sobre todo los vinculados a las guerrillas más activas -de
Montoneros y PRT- pensaban que esas etapas de conciencia y organización ya
habían avanzado al punto de existir una real situación revolucionaria; creían que la crisis de poder del
gobierno de Isabelita y la amenaza, concretada después, del golpe militar, eran
la antesala de la revolución obrera y popular.
Como
resultado de esse proceso, muy corto pero intenso, muchos de los grupos
dispersos sobrevivientes en los últimos meses de 1978 e inicios de 1979 eran apenas
fragmentos reagrupados. Sabían que el partido de la revolución no puede surgir
de la autodefinición de un grupo de intelectuales, por más que estos hayan
incorporado a numerosos dirigentes populares, sino del interior de un proceso
de masas en el que deberían confluir los distintos agrupamientos de la
vanguardia que se habían ido creando en la Argentina entre 1969 y 1975.
Se
pensaba en las nuevas organizaciones revolucionarias —surgidas entre el
Cordobazo y afianzadas hasta el Rodrigazo de julio de 1975— que las
insurrecciones urbanas de fines de los años 60 e inicios de los 70
cuestionaban de un modo profundo todas
las estrategias revolucionarias obrero-campesinas heredadas de las revoluciones
rusa, china, cubana y vietnamita.
Entre los
grupos de militantes que se reorganizaban de modo extremamente doméstico
después del golpe de marzo de 1976, y sobre todo cuando todo parecía tierra
arrasada, entre 1977 y 1979, todavía se recordaban los textos de los grandes
autores de la literatura revolucionaria del siglo XX . Eran los libros que los
partidos prosoviéticos ignoraban o denigraban, como Rosa Luxemburgo, Antonio
Gramsci, Nicolás Bujarin y toda la vanguardia rusa decapitada por Stalin. En la
clandestinidad de la militancia sobreviviente en la Argentina de los años
finales de 1970, todavía se repensaba a Georg Luckacs, y se polemizaba en torno
a los documentos de la 3ª Internacional, estudiando las lecciones pesimistas de
"La Crisis del Movimiento Comunista Internacional", de Fernando
Claudín, que resumían las experiencias del movimiento obrero socialista mundial.
Y tampoco se habían olvidado los europeos Louis Althusser o Nicos Poulantzas,
en medio de las modestas acciones cotidianas de los grupos minúsculos de
resistencia.
En los
extensos y empobrecidos barrios populares del Gran Buenos Aires y de la
Capital, las unidades básicas, que habían sido las formas legales y de
superficie de la organización política del justicialismo, y que fueron entre
1972 y 73 copadas por la Juventud Peronista alineada a Montoneros, también se
habían dispersado en la clandestinidad forzada desde finales de 1975 y
reforzada después del golpe de marzo del 76. Pero muchos de sus militantes
asumían las tareas de la resistencia, rompiendo los moldes de cualquier estructura partidaria para transformarse en
pequeños órganos de la lucha popular que sobrevivía. Esos grupos, minúsculos y
bastante desconectados entre sí, eran una síntesis de las experiencias de los
mecánicos cordobeses de 1969 al 74, y sobre todo, de los metalúrgicos de Villa
Constitución y una sobra de las Coordinadoras de Gremios en Lucha que en 1975,
tanto en Córdoba, como en Buenos Aires y Santa Fe, habían ido adaptando a las
terribles circunstancias lo que habían aprendido bajo el nombre de
"clasismo".
10ª
parte.
Según me
contaba el viejo Pedro Milesi —un día en que de pura casualidad nos lo
encontramos al Negro Flores del Sitrac-Sitram y a Facundo en la entrada de la
estación de Morón— en muchos de los grupos ahora descoordinados y dispersos de
1978 y 79, se recordaban y releían las enseñanzas dejadas por el Encuentro
Nacional de Obreros Revolucionarios. Ese congreso había sido convocado por los
gremios clasistas de las fábricas Fiat cordobesas en 1971, y decía Flores que
en los grupos de resistencia posteriores
al 77 todavía se discutía mucho
el por qué y cómo fue que se levantó el debate que culminó, aun en plena
dictadura de Levingston, con una declaración a favor de la revolución
socialista. Era una manifestación que, además, tomaba como suyas todas las
luchas históricas del movimiento obrero argentino, desde los primeros
anarquistas de finales del siglo XIX, hasta el 17 de octubre peronista de 1945,
y antes, con las batallas de la Patagonia Rebelde y la huelga de los talleres
Vassena de inicios del siglo XX.
Se
estudiaba en aquellos grupos pequeños y desconectados entre sí, cómo, después
del triunfo de Cámpora, en 1973, se vivía una situación de equilibrio casi
apocalíptico, con un movimiento obrero y popular pujante, pero sin fuerzas
suficientes como para ganar la hegemonía política y sobreponerse al avance de
la derecha, al mismo tiempo que los grandes grupos económicos y políticos del
poder se recomponían rápidamente.
En la
Mesa de Gremios en Lucha de Córdoba, que había sido el antecedente directo de
las Coordinadoras de 1974 y 75, también se había llegado a visualizar una
concepción cada vez más abierta y abarcadora, menos inflexiblemente clasista y
más política. Y en aquellos grupos de resistencia dispersos de 1978 y 79, se
reconocía que esa nueva conciencia obrera del año de 1975 había sido causada
por una necesidad que era vital —aunque tardía— de huir del aislamiento que se empezaba
a sentir en el movimiento popular y de los trabajadores.
En muchos
de estos nuevos grupos de resistencia de los años 78 y 79, se consideraba que
hubo una continuidad entre el clasismo y el sindicalismo combativo, y las
coordinadoras. Esas coordinadoras de 1975 habían sido la síntesis del ideal
democrático obrero y popular del momento que se vivía. Y ya no proponían tan
solo cuestiones de tipo reivindicativo, sino que las coordinadoras de 1975 se
habían convertido en una conducción obrera y popular, que había sabido
incorporar sabiamente, en sus propuestas, las luchas por las libertades
democráticas.
Después
del golpe, todo había cambiado, y lo más interesante es que las cúpulas sobrevivientes
dispersas o exiliadas de las organizaciones revolucionarias durante el debacle
de 1976 a 78 conocían muy poco, o casi no sabían siquiera sobre la existencia
de este nuevo universo oculto de los años 78 y 79, en el que se habían juntado
varios centenares de militantes y simpatizantes sobrevivientes a la hecatombe
posterior al golpe —todos mezclados y en un creativo desorden organizativo—. Y
la verdad es que entre estos minúsculos grupos remanentes había algunos
militantes ya veteranos y otros, simpatizantes sumamente jóvenes, incorporados
en la última etapa, que por causa de la forzada clandestinidad no habían
llegado a tener ningún contacto personal con los militantes más antiguos, los
cuadros históricos. Pero aún así, se habían fogueado en las últimas luchas
sindicales y estudiantiles del 74 y 75, en las que habían ganado bastante
representatividad y reconocimiento político.
Había una
clara convicción entre estos grupos pequeños y dispersos, de que las
condiciones habían cambiado de modo irreversible; sabían que —así como entre
julio de 1975 y marzo del 76— la posibilidad de parar el golpe había quedado ya
prácticamente fuera del alcance real de las organizaciones revolucionarias, y
como una culminación del reflujo de las masas,
los sectores obreros y populares que habían sido el núcleo dinámico
durante el período anterior empezaban a aislarse; esos militantes de los nuevos
grupos de resistencia de los años 78 y 79 sabían también que ese reflujo en las
luchas había ocurrido proporcionalmente y al mismo tiempo que las
organizaciones revolucionarias se empeñaban más y más en redoblar la apuesta
del enfrentamiento. Un enfrentamiento directo con el hueso duro del estado que
cada vez se volvía más policial y militarizado. Y gran parte de los militantes
y simpatizantes remanentes en 1978 y 79 reconocían que el camino de la
revolución ya era ya un callejón sin salida a finales de 1975, en un momento en
que los dirigentes del PRT y Montoneros todavía se empeñaban en ver una
situación revolucionaria en desarrollo.
Muchos de
los militantes y simpatizantes remanentes entre 1978 y 79 le criticaban
amargamente al PRT el haber retirado cuadros valiosísimos de las Coordinadoras
de Gremios en Lucha para llevarlos al combate de la lucha armada. Hay que
recordar que hacia fines de 1974 la Compañía Ramón Rosa Jiménez del ERP, ya
estaba formada por 100 combatientes, entre hombres y mujeres, organizados en 4
pelotones.
Gran
parte de los militantes veteranos que sobrevivían en los pequeños y
desconectados grupos de resistencia en 1978 y 79, entre ellos varios de los
dirigentes gremiales que habían militado en algún grupo político entre 1969 y
75, vivieron en la propia carne la contradicción entre la espontaneidad del
movimiento obrero y su desorden natural, por un lado, y las propuestas
políticas de su grupo partidario, por el otro, que casi siempre se movía al
borde de lo burocrático y autoritario; era algo que aislaba a esos militantes,
y a veces los enfrentaba con sus compañeros de base o delegados de comisión
interna, con los que tenían una vivencia más íntima.
Algunos
de los miembros de esos reagrupamientos espontáneos y aislados entre sí, venían
de las antiguas FAL, las Fuerzas Argentinas de Liberación. Un par de aquellos
grupitos pequeños y desconectados de 1978 y 79, provenían de los comandos de
"América en Armas", que habían sido un desprendimiento del antiguo
aparato militar del PC y que se habían mantenido en la construcción de una
corriente clasista en Buenos Aires. Una parte de la gente que formó los
primeros grupos de resistencia en la Capital Federal y en la provincia, entre
1978 y 79, traían una concepción casi foquista y ultrasindicalista, pero fueron
la gente que entre enero del 78 y junio de 1979 realizaron algunas acciones
incruentas de financiamiento que permitieron a muchos, sobrevivir en los
momentos más negros de la clandestinidad.
Esos
militantes sueltos, pero muy experimentados, a diferencias de los de las otras
organizaciones, no se habían considerado en guerra abierta contra el gobierno y
sus fuerzas armadas, y por lo tanto, al incorporarse a la resistencia sorda de
1978 y 79, tuvieron una buena dosificación en el uso de la violencia. Así como
al inicio de 1970 habían decidido —y cumplido— que la primera etapa de su
crecimiento revolucionario iría a limitarse a una acumulación, capacitación y
trabajo social muy medidos, del mismo modo, ocho o nueve años después, los
diversos individuos y pequeñas fracciones de las FAL 22 de Agosto, FAL América
en Armas, FAL Inti Peredo, fueron extremamente sigilosos y eficaces entre los
nuevos grupos espontáneamente formados a fines de los 70, aunque ya no hubiera
ninguna conexión entre ellos.
En julio
de 1978, por ejemplo, el GOR —Grupo Obrero Revolucionario, que se había
separado del PRT- El Combatiente en la crisis de 1970— realizó una operación
llamada de “guante blanco” en conjunto con Fuerza Obrera Comunista (FOC), que
era la fracción más militarista de Orientación Socialista. OS, con dirigentes
del mismo origen que GOR, fue la organización que polarizó al sector de la
Izquierda Socialista que no fue hacia Poder Obrero en 1973, y que se fortaleció
incluso con la militancia proveniente de la Fracción de “El Obrero-GRS” de
Córdoba.
Con el
propósito de obtener nuevos recursos financieros que le permitieran enfrentar
la situación de absoluta clandestinidad que se vivía desde 1976, GOR y FOC
desarrollaron un operativo minucioso, realizado con éxito gracias a la labor de
inteligencia del FOC, y que partía de un conocimiento muy profundo de la
estructura de las operaciones bancarias, y se concretizó con el uso de
talonarios de giros sustraídos al Banco de la Nación Argentina y cobrados en
otras entidades bancarias. El operativo, con el que ambas organizaciones
lograron retirar del Banco de la Nación Argentina un total de más de 250
millones de pesos, permitió costear la salida al exterior de la mayoría de los
militantes en situaciónes de riesgo, y mantener una estructura mínima y más
segura en el interior del país.
Cinco
antiguos grupos barriales del PRT en la región de Lomas del Mirador, y dos de
la Villa Las Antenas en la Matanza, Gran Buenos Aires, y otros seis
agrupamientos con decenas de trabajadores metalúrgicos y de la construcción,
así como gráficos, enfermeros, del chacinado, y muchos visitadores médicos y
empleados estatales —en los que se mezclaban gente que venía de las FAL, el
Peronismo de Base-FAP, anarquistas y tupamaros escapados de la dictadura de
Bordaberry en Uruguay— actuaban, descoordinados y desconocidos entre sí, tan
solo entre la zona oeste de la Capital Federal y el enorme triángulo formado
por las localidades de González Catán, Morón y la Tablada en la província de
Buenos Aires. A esse conjunto se vinculó, ya en los primeiros años de 1980, el
ex simpatizante de Guardia de Hierro, Facundo.
11ª
parte
La
vida cotidiana de un dictador
La verdad
es que al pasar los meses y los años, la linda treintañera que el viejo general
mantenía como amante —Roberta— ya se estaba cansando de su relación con don
Benito.
La mujer
del general-presidente, doña Ana, además de sacarle al viejo el largo viaje por
media Europa, se las había ingeniado para sobornar a uno de los tenientes de la
seguridad personal del marido; y este la había llevado un día al departamento
en pleno Palermo que el amante fogoso había comprado para su amiguita. Pasado
el susto del primer momento de Roberta, y conversando con paciencia y mucha astucia,
doña Ana había logrado llenarle la cabeza a la niña con prejuicios contra su
viejo protector. La convenció que, más tarde o más temprano, la tortilla del
poder se iría a dar vuelta y ella —la joven amante— quedaría en Pampa y las
vías, sola y desamparada.
La niña —porque
en el fondo Roberta seguia siéndolo, a pesar de las circunstancias que le
tocaban vivir— fue llenándose de rencor cada vez que veía los dos Ford Falcon
de la custodia del viejo Benito parando en cada esquina de la José León Pagano,
su calle, y espiaba por entre las cortinas las caras amedrentadas de los
vecinos que sabían quién estaba llegando y para qué era que se armaba el tremendo
circo de armas y de jóvenes de trajes oscuros, anteojos y walky-talkies.
Pero
mucho más se resintió Roberta, y le subió como bilis la indignación cuando
Manuelita —la chica correntina que don Benito le había puesto para ayudarla en
las tareas domésticas— le contó que en su barrio de Lomas del Mirador, cerca de
las callejuelas de Las Antenas, la villa miseria en que vivía, no pasaba semana
sin que se llevaran a la fuerza a algún vecino, que nunca más volvía a
aparecer.
El odio
creciente de Roberta, sin embargo, llegó a su culminación cuando supo —por
medio del hermano de Manuelita, que había venido a traerle un dinero para su
madre— los detalles sobre el secuestro de una trabajadora de Insul, la misma fábrica
que se había movilizado años antes por causa de la enfermedad del saturnismo
causada por el uso de plomo en la producción.
Se
trataba de una joven tucumana, linda y rubia, embarazada de ocho meses; los
soldados cercaron la villa y dos grupos de civiles en Ford Falcon la
arrastraron a uno de los camiones militares; y los vecinos solo volvieron a
verla cuando regresó, dos meses después, a pie, demacrada y flaca. Sin barriga
y sin el bebé, que había nacido mientras estaba presa e incomunicada, en el
sector de la aviación de Campo de Mayo. Le habían robado el bebé. Un coronel
había llegado y se lo había arrancado de los brazos, unas tres semanas después
del parto. Iba a ser bien cuidado por una familia rica y cristiana, de buenas
costumbres, que no podía tener hijos, le dijo el militar. Pasados los años,
supo la joven que, excepto ella, no hubo ningún otro caso de bebé robado en que
no hayan matado a la madre.
*(Esta historia parecia hasta hace pocos meses una pura licencia
literaria: no había, hasta reconocerse la identidade del bebé robado número
119, un solo caso de bebé robado en que no hubieran matado a la madre).
La rubita
tucumana, que había sido detenida y torturada por puro error burocrático de los
militares, tenía el mismo apellido de otra obrera de Insud, esta sí militante y
activista del gremio. Pura casualidad: ambas eran tucumanas, de apellido alemán
—descendientes de los muchos huídos de Baviera y la Floresta Negra que fueron a
La Cocha después de la guerra— y los milicos se habían confundido. Cuando
finalmente capturaron a la otra, a la verdadera Shiffer que buscaban,
simplemente la soltaron y ella volvió a su villa miseria. A pie y sin su bebé.
Pero
aunque la rubita tucumana ya estaba conformada con la “adopción” de su hijo por
la familia amiga del coronel de Campo de Mayo —al final, ella era pobre, madre
soltera, trabajadora sin escuela y con bajísimo sueldo, y no sabía si podría
mantenerlo y educarlo, decía—, a la que no le disminuía la indignación era a
Roberta, amante cada vez más arrepentida del viejo Benito.
Por eso,
el día en que el Negro Tony, hermano de Manuelita, su empleada doméstica, le
propuso visitar la Villa Las Antenas, Roberta concentró toda su inteligencia e
imaginación al servicio de un plan que no le salía de la cabeza: escaparse del
control de los custodios que el viejo le mandaba un par de veces por semanas,
en fechas aleatorias, para que la vigilaran con la excusa de protegerla
"de los terroristas". Quería verse libre de nuevo, sacarse de su vida
ese monstruo que cada día que pasaba le molestaba más, y ahora sabía por qué, y
sobre todo, sabía cómo librarse de él.
Aprovecharon
un día en que Manuelita salió a hacer las compras y vio que no había coches
Ford Falcon ni peatones sospechosos. Salieron, tomaron el colectivo 60 hasta la
avenida General Paz y siguieron hasta el cruce de La Tablada. Se bajaron en
Jabón Federal y caminaron en zig-zag por las calles laterales de Lomas del
Mirador hasta llegar a Villa Las Antenas. Nadie los había seguido.
El Negro
Tony las recibió a la entrada de la casilla pobre de madera de la familia. Una
vecina que hablaba un castellano mezclado con palabras en guaraní les trajo un
atadito redondo en un repasador. Era una sopa paraguaya que comieron en
pedacitos mientras tomaban mate y lo esperaban a Juancito.
Roberta
no sabía, ni se imaginaba, en lo que se estaba metiendo, aunque presentía que
era algo prohibido y peligroso, pero que probablemente la iba a librar del
acoso del viejo Benito y sus custodios, uno de los cuales no dejaba de mirarla
de arriba abajo cada vez que se volvía de espaldas; Manuelita, a su vez y desde
su ingenuidad de chica provinciana, se había ido enterando de todo lo que
pasaba en el país y odiaba a la dictadura y al viejo Benito, amante de su
patrona, pero sabía que Roberta tenía un corazón enorme y estaba harta de la
situación en que vivía, y por lo que se dispuso a ayudarla.
Juancito
entró, por la otra punta de la callejuela de la villa y después de andar más de
veinte minutos entre San Justo y Lomas del Mirador, sabía que el riesgo era
medido y estaba bajo control. No lo habían seguido, ni había autos o peatones
que le levantaran ninguna sospecha. Entró a la casilla de la familia del Negro
Tony y Manuelita, lleno de entusiasmo y buenos presentimientos.
12ª
parte
Por todo
eso que vengo contando hasta ahora, cuando nos encontramos con el Negro Flores
del Sitrac-Sitram y Facundo en la entrada de la estación de trenes de Morón, de
pura casualidad, al Viejo Pedro Milesi y al Juancito se le juntaron las ideas
como en aquellos juegos de rompe-cabezas imantados, de esos en los que, de
repente y en el momento menos pensado, las piezas se encajan y todo queda
clarísimo.
Juancito
le contó al Viejo Pedro una historia que había oído de boca de su hijo de 8
años en una de las visitas a Encausados. Decía Martincito que un hombre muy
ocupado, un investigador científico, tenía que resolver un problema y lo estaba
formulando en la forma de una tesis. "Cómo
arreglar el mundo", se llamaba la investigación que el científico
quería terminar de escribir. Pero su hijo no lo dejaba concentrarse porque
quería jugar y le hacía infinitas preguntas a todo momento, propias de un
chico, claro.
El
científico tomó un mapamundi colorido de su cuaderno Laprida, de aquellos que
antes venían en la última página y lo arrancó con cuidado; con una tijera lo
recortó, de tal modo de parecer un rompe-cabezas y se lo dió al hijito,
esperando que se entretuviera por un buen tiempo. Pero, a los diez minutos, el
chico vuelve con el mapa armado, y con el improvisado rompe-cabezas
correctamente resuelto. -¿Cómo hiciste,
nene?- le pregunta el padre, admiradísimo. -Fácil, papi- le dice el nene, -como
estaba muy difícil armar el mapa, di vuelta la hoja y me di cuenta que del otro
lado había un cuerpo humano. Ese sí que fue facil de armar-.
Y el
Viejo Pedro, cuando se lo llevó al Negro Flores a su casa, le contó la historia
del mapa rompe-cabezas como quién saca una moraleja: si no podemos arreglar el mundo, vamos a tratar de arreglar a la
persona, al ser humano. Charlando con Juancito al día siguiente, juntaron
las piezas y llegaron a la conclusión de que el único modo de salir del impasse histórico de la dictadura de don
Benito era ayudar a la propia historia, dándole un empujón para ver si las
cosas se volvían un poco más fáciles.
Las
primeras tres semanas para contactar cada uno de los siete grupos originales
quedó a cargo del Negro Tony, que fue llevándolo a Juancito algunas veces y al
Viejo Pedro otras, hasta armar un grupo de coordinación al que se sumaron, en
la 5ª semana, otros tres representantes de comités de resistencia del Gran
Buenos Aires. Dos semanas después llegaron dos cordobeses y un rosarino,
representando otros seis grupos en total.
Ninguno
de los obreros, estudiantes y villeros reunidos en esos pequeños núcleos sabía nada
sobre la existencia de los otros; ni se habían visto nunca antes del golpe, a
no ser en el caso del tucumano Farías, que venía de Córdoba, y en el micro de
la Chevallier reconoció al Turco Muḥammad, con el que había estado preso en
Catamarca, en la época del copamiento del Regimiento 17º. No se hablaron en el
ómnibus, pero sí se saludaron cuando se volvieron a encontrar encima de la
General Paz, yendo ambos a pie hacia la cita con Pedro Milesi.
Y tampoco
se supo que alguno de los miembros de esos grupos desconectados y dispersos de
la resistencia de aquella época supiera que sus organizaciones habían sido
destruidas por la represión, o que se habían autodisuelto; mucho menos que
todas, o casi todas, estuvieran fraccionadas o divididas en tendencias
irreconciliables, la mayor parte en el exterior, y muy pocas en el interior del
país.
Capítulo
2
Resumen
de los acontecimientos:
Como dije
antes, y según me lo relató Gregorio, que no participó en los hechos, el Negro
Tony se encargó durante las primeras tres semanas de noviembre de 1983, de
contactar a cada uno de los siete núcleos de la resistencia que se habían
organizado entre 1977 y 1979, y fue llevándolos a Juancito y al Viejo Pedro a diversas
reuniones, hasta que logró armar un grupo de coordinación. En la 5ª semana se
agregaron otros tres representantes de la resistencia del Gran Buenos Aires. Y
más tarde llegaron todavía un rosarino y dos cordobeses, representando a otros
seis núcleos de sus ciudades.
Ninguno
de los militantes reunidos en esos pequeños grupos sabía sobre los otros, ni se
habían visto nunca antes del golpe. Y tampoco los miembros de esos
agrupamientos desconectados y dispersos de la resistencia de aquella época
sabían que sus organizaciones políticas habían sido prácticamente aniquiladas
por la represión. También ignoraban que algunas se habían autodisuelto y que
todas, o casi todas ellas estuvieran fraccionadas en tendencias
irreconciliables, muchas en el exterior, y muy pocas dentro del país.
En
realidad, y como ya había ocurrido en otras situaciones históricas semejantes,
esa pequeña multitud silenciosa de militantes y simpatizantes obreros,
estudiantes y villeros, estaban prácticamente igual a aquellos combatientes
japoneses olvidados en las islas del Pacífico, en las que resistían porque no
habían llegado ni siquiera a enterarse de que Japón había sido derrotado y que
se hubiese rendido.
13ª
parte
Esa era
la situación de la militancia revolucionaria entre 1978 y 1982; mientras que,
por otro lado, en de las entrañas de la dictadura que había surgido del más
sangriento golpe de estado, la historia de lo que ocurría es bastante conocida
hoy y no se admiten demasiadas discusiones: tanto el reemplazo del presidente
de facto anterior —Viola, el sucesor de Videla— como el de Galtieri, derrotado
en las Malvinas, fueron justificados por el "vacío de poder" que
amenazaba a los militares. Era la vieja excusa que ya había sido usada antes,
en los golpes cívico-militares contra los gobiernos constitucionales de
Yrigoyen, Castillo, Perón, Illia e Isabelita.
Don
Benito Bignone formaba parte del ala moderada del ejército que desplazó a
Galtieri. Pero como se demoraba a convocar a elecciones nacionales -las que
finalmente serían llamadas para el 30 de octubre de 1983- y toda su política de
búsqueda de diálogo con la "Multipartidaria" se volvía lenta, a los
militares del ala dura no les parecía demasiado seguro el modo con el que
estaba preparando una salida electoral honrosa que preservara la unidad del
ejército, y al mismo tiempo que evitara
enfrentar en la justicia las responsabilidades de la represión ilegal.
Cuando
por fin, presionado por el ejército, don Benito dicta una ley de Amnistía
basándose en aquella orden de Isabel Perón de 1975 de "aniquilar a la
guerrilla", y por medio de un Acta Institucional se declaran muertos a
todos los desaparecidos, considerando
que los represores han cumplido con "actos de servicio", esto
es muy mal recibido por la sociedad. Y es entonces que Juancito, el Viejo Pedro
y el Negro Tony se deciden a darle una manito a la historia.
La idea parecía
bastante simple: sorprenderlo al general-presidente don Benito en el
departamento de Roberta, mantenerlo guardado durante un par de días y
reemplazarlo por el Viejo Pedro, que en una decisión burocrática rápida, iría a
decretar la anulación de la "auto-amnistía" de los militares y
producir el llamado a elecciones inmediatas. Simple. Si no resultara, porque
los mandos más gorilas del ejército se sublevasen, por ejemplo, destituyéndolo al
presidente, una nueva crisis se habría instalado en el seno de la dictadura, lo
que aceleraría su fin, de cualquier modo.
Tomar
esta decisión, según Juan y el Negro Tony, era urgente: después de Malvinas se
habían difundido, como en un efecto dominó, las denuncias de graves violaciones
a los derechos humanos cometidas por la represión estatal, lo que iba poniendo
a todo el pueblo de cara a las evidencias de la gran tragedia ocurrida a la
sombra del poder militar.
Por otro lado,
se había creado una comisión con oficiales de alta jerarquía del ejército para
analizar y evaluar las responsabilidades en el conflicto de Malvinas. Esta
comsión escribió el llamado "Informe Rattenbach", que destaca los
actos de valor de los combatientes y cuestiona la irresponsabilidad, la falta
de planeamiento adecuado y los errores de la conducción militar.
Mientras
tanto, argumentaba el negro Tony, en Italia empezaba el proceso contra la loggia
"Propaganda Due" que involucraba a los altos mandos, de tal modo que
el ciclo militar se iba cerrando en condiciones que eran totalmente negativas
para la dictadura y favorables para la lucha popular por la democracia. Los
ciudadanos empezaban a estar más persuadidos de sus derechos civiles y del
valor de la democracia como modo de gobierno.
En
lo de Roberta, mientras tanto...
Después
que empezaron a hacer relevos cada veinte minutos, los muchachos de Villa las
Antenas descubrieron que en la segunda esquina después de la cuadra del
departamento de Roberta, había un cabo de consigna, pero vieron que no estaba
allí por causa de las visitas esporádicas de don Benito a su amiga. Tal vez se
tratara de la custodia de algún outro militar importante del régimen, pero sin
conexión directa con el esquema de vigilancia a Bignone.
Ya les
había llamado la atención que don Benito no dejara una custodia fija en el
departamento de Roberta, por lo menos por el lado de afuera. En las seis
semanas de chequeo no vieron nunca una guardia permanente, ni una ronda de
patrulleros, a no ser cuando el general, don Benito llegaba. Solamente el
portero tenía cara de policía, pero Roberta decía que no, que lo conocía bien y
jamás iría a delatarlos.
El día de
la acción, de madrugada, los hermanos menores de Tony pusieron un letrero en la
esquina que decía "Hombres
trabajando". Por las dudas, por si acaso necesitaran demorar el tráfico de
vehículos.
La
planificación definitiva la hicieron en la casa de Lomas del Mirador, con
Gregorio y el Viejo Pedro donde vivían Juancito y el Pelado Rafa. Pintaron con un
compresor la camionetita roja que iba a ser usada en el caso de que se
necesitara hacer contención.
Mientras
los compañeros de Villa las Antenas hacían estas tareas, Marcelita, peluquera
de oficio y amiguísima de Manuela, le daba retoques delicados al Viejo Pedro;
le teñía reflejos plateados en un pelo que iba quedando cada vez más grisáseo,
le borraba las arrugas y le acentuaba las ojeras con un maquillaje suave. A
cada tanto se detenía, dejaba la tintura y los pinceles de lado, y miraba
detenidamente la foto de don Benito, el general-presidente, que había colocado
en el borde del espejo de la cómoda. El Viejo Pedro estaba quedando bastante
parecido al dictador, lo que no le hacía demasiada gracia, claro.
A las
seis de la mañana siguiente, día en que Roberta esperaba la visita del viejo
don Benito, finalmente salieron. Pedro Milesi, por causa de sus problemas con
la vista, manejaba la chatita a una velocidad enervante, tal vez a menos de 30
km/h. Su nieta -que era azafata y rubia, siempre tenía una buena coartada con
su uniforme de la Air France- lo acompañaba en el asiento delantero. Atrás iba
un compañero disfrazado de ejecutivo, y el Negro Tony con uniforme de teniente
de la policía federal, con una PAM de aquellas que se trababan al cuarto tiro,
encima de las piernas.
Después
de 35 minutos, la camioneta roja -la Coloradita, le decían- dejó el tránsito
atroz de la avenida General Paz y entró en Núñez en dirección a Palermo. Diez
minutos más tarde, estacionaban a 15 metros de la entrada del edificio de
Roberta. La azafata rubia se quedó al volante y los otros tres se bajaron. Don
Pedro Milesi, con su respetable cara de general-presidente lo saludó secamente
al encargado y entró al ascensor sin mirar para atrás. El "ejecutivo"
con su típica valijita 007 se quedó en la planta baja, a dos metros de la
puerta de entrada, y el Negro Tony, en su papel de teniente de la policía federal,
subió con el Viejo.
Cuando
vio el uniforme de Tony, Roberta se sorprendió, pero los dejó entrar rápido y
nadie pareció haberlos visto. Cuarenta minutos después tocó el portero
eléctrico y subió la guardia del viejo. Mientras el sargento y el subteniente
se distraían mirando alternadamente las curvas de Roberta, y subían y bajaban
hacia el piso de arriba y el de abajo, Tony, Juan y el Viejo Pedro se escondían
en la terraza del edificio, subiendo con mucho cuidado por las escaleras.
Cuando la
custodia se retiró discretamente -a escasos 50 metros, uno de cada lado de la
entrada del edificio, sobre las dos esquina de la cuadra- el viejo fogoso, don
Benito, general-presidente, harto de su misión de último dictador, se sacaba
los pantalones y el saco y quedaba en calzoncillos en la pieza de Roberta,
mientras esta, con todo los cuidados del caso, abría la puerta para que
entraran otra vez el negro Tony, Juancito y el Viejo Pedro.
No vamos
a decir que don Benito no se sorprendió cuando irrumpieron los tres en la
habitación, manteniéndola a Roberta en una posición de supuesta rehén, mientras
le apuntaban con un par de pistolas y una PAM vieja y en desuso. Si se
sorprendió, o si se asustó, el general-presidente lo disimuló muy bien. O tal
vez el cansancio del cargo impuesto, o sus culpas de último genocida en la
ardua tarea de apagar las luces de la dictadura lo ayudaron.
Con cara
apática e impávido, don Benito se puso lentamente los pantalones mientras
pronunciaba un sonoro y marcial -¿Puedo?-
y en su íntimo pensaba que le estaba ocurriendo lo mismo que a Aramburu, pero
con trece años de atraso.
El Viejo
Pedro le dijo que no había ninguna intención de ejecutarlo, aunque crímenes no
le faltaran en el prontuario, pero que se quedaría un par de días detenido,
junto con Roberta, que seguía en su papel de víctima para evitarle cualquier
sospecha sobre su complicidad con la acción que estaba sufriendo. Esto lo animó
al general a tratar de negociar:
-Miren, yo estoy cansado de gobernar. Sé que
Uds. fueron vencidos y están derrotados, pero van a terminar ganándonos la paz.
Yo voy a tener que renunciar y llamar a elecciones, más tarde o más temprano.
Les propongo ahorrarse tanto trabajo y riesgo- nadie le había contado al
dictador-presidente cuál era el plan, pero el viejo no era tonto, y al verlo a
Pedro Milesi vestido y maquillado a su imagen y semejanza, se imaginó que la idea
era reemplazarlo y hacer alguna acción que acelerase la vuelta a la democracia.
Había acertado, y a Juan y al Negro Tony se les ocurrió, sobre la marcha, hacer
una variación en los planes.
14ª
parte
-A las 11:10 de aquel martes 12 de abril,
exactamente, un comando de unos diez improvisados combatientes, algunos de
ellos que nunca habían tenido una mínima práctica militar, ni participado
siquiera en la periferia de las organizaciones armadas, convergieron en el
momento en que el general-presidente, don Benito bajaba a la planta baja del
edificio de Roberta, acompañado por la dueña del departamento y custodiado por
Juan, el Negro Tony y Laura, la azafata, que había subido quince minutos antes-
me cuenta Pedro Milesi.
¿Qué
ocurrió entre el momento en que don Benito fue sorprendido sin pantalones en la
pieza de Roberta, y la salida de todos hacia la calle?
-Juan y el Negro Tony entraron a la
habitación apuntando sus armas y haciendo de cuenta que mantenían rehén a
Roberta. Don Benito, imaginándose un secuestro, pero notando el asombroso
parecido físico del Viejo Pedro con su propia figura, enseguida se sospechó
todo lo que el grupo planeaba, que era reemplazarlo, ocupar su lugar de algún
modo y con algún objetivo preciso. Solo no entendía para qué, con qué fin-
dice Roberta.
En pocos
minutos, sin embargo, don Benito, el general-presidente que ya estaba harto de
gobernar bajo presión doble -la de los militares, que le pedían milagros, y la
que crecía en la sociedad, exigiendo democracia- resolvió patear el tablero y
correr de una vez por todas el riesgo de lo que él sabía que iba a ser su
destino. Era un dictador, el último de un cuarteto de asesinos -hubo cuatro
juntas, que presidieron Videla, Viola,
Galtieri y Nicolaides- en una de las dictaduras más criminales de la historia;
y la democracia volvería tarde o temprano a exigirles una rendición de cuentas:
¿dónde están los presos políticos y sociales desaparecidos? Y tarde o temprano
él y sus antecesores irían a pagar con la cárcel todos sus crímenes. No servía
de nada querer parar el tiempo, pensó el general-presidente y tomó su decisión.
Pero en
los tres o cuatro minutos que demoró para explicar su propuesta, don Benito y
Roberta se olvidaron de algo simple, pero muy importante: bajar las persianas
hasta la mitad de la ventana para avisar a la custodia personal del general que
estaba todo bien y que podían subir a buscarlo sin problemas.
Lo que
ocurrió entonces, pocos minutos después, fue una escena digna de una película
de ficción: los militantes, activistas sindicales y barriales en su mayoria, sin
experiência militar, junto con algunos ex guerrilleros de un lado, y el duo de
militares del ejército encargados de la custodia del general-presidente, al que
se había sumado un agente de la policía federal, estaban en un círculo doble,
unos apuntando sus armas hacia los otros. En meio de todo, en el centro del doble
círculo, nada menos que el presidente de facto, el último personero de la
dictadura más feroz y letal que conoció el país, y un par de militantes
tratando de negociar y resolver la situación.
-Yo tenía una PAM. El compañero José Parrada
-el Catalán- que había llegado en el primer coche vestido de ejecutivo, estaba
armado con una ametralladora Uzi israrelí de 9 milímetros. Todos los otros habíamos
bajado con el general en un único ascensor, después de haber llegado a un
acuerdo. Al alcanzar la puerta del edificio, vemos que estaciona en frente una
patrulla del ejército de la que se bajan los dos custodios del
general-presidente y el agente de la policía federal- contaba el Negro
Tony, algunos años más tarde.
-Apenas llegaron a la puerta, notaron algo
diferente al ver a su jefe con tres extraños y a Roberta separada del general.
Nosotros estábamos alrededor del general-presidente, y sus custodios y el
agente recién llegados, alrededor nuestro. Era un cerco dentro de otro cerco;
pero todavía había otro, el de nuestros compañeros del segundo auto, el de la
contención, que estaban apuntando directo hacia el cerco del cerco- agrega
el Viejo Pedro.
Pasados
algunos años, Tony me contaba que había tenido tiempo y entereza de decirle en
voz baja al general: -Mire Don Benito,
acá va a morir mucha gente. Sus hombres nos están cercando. Pero nuestros
compañeros ya los cercaron a ellos.
Entonces,
el general levantó la voz, dirigiéndose a sus custodios:
-¡No! bajen las armas! Son colegas del GT de
San Justo, gente del Comando de Organización. Trabajan para nosotros-
cuenta Juan, todavía sin poder creer lo que vivió en aquel momento.
-Empezamos a retroceder despacio, pero
siempre apuntándoles nuestras armas; y ellos, los militares y el policía
federal hicieron exactamente igual- sigue su relato Juan.
-El capitán Ledezma nos va a compañar hasta la
Casa Rosada- dijo don Benito Bignone, señalándolo al Negro Tony, que estaba
impecable en su uniforme de federal, según me cuenta Pedro.
-Yo fui el último que entró en el patrullero
del ejército; los dos custodios en el asiento delantero y yo me senté atrás,
con el general– cuenta Tony, que
dice que el auto salió en disparada, seguido por el Peugeot y por la
camioneta roja de la contención. A menos de diez metros, un segundo Ford Falcon
del ejército que nadie había visto hasta ese momento, se sumó de improviso,
para cerrar la comitiva.
Cuando la
extraña caravana ya estaba transitando por Leandro Além, a escasos trescientos
metros de la Casa Rosada, la camioneta roja y el Peugeot se separaron
bruscamente del grupo a la altura del cruce con Sarmiento y salieron, una hacia
la derecha, mientras el otro coche se volvía en sentido contrario. El Ford
Falcon con los tres militares optó por perseguir a la camioneta, primero
discretamente por las calles del centro,
hasta que por fin la perdieron de vista. Minutos después, volvieron a
encontrarla, pero al llegar al cruce de las vías de Retiro, exactamente medio
minuto antes del paso de una locomotora, los militantes que habían dado apoyo a
toda la operación guerrillera aceleraron y arrojaron dos granadas contra el
vehículo de los militares, dándose el tiempo suficiente para aumentar la
distancia y poder huir en unos pocos minutos.
La
triste historia de don Benito. Final
El
genocidio es considerado un delito internacional que incluye "cualquiera de los actos perpetrados
con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso como tal".
Son actos
que comprenden la "matanza y lesión
grave a la integridad física o mental de los miembros de un grupo, el
sometimiento intencional del mismo a condiciones de existencia que vayan a
acarrear su destrucción física, total o parcial, con medidas destinadas a
impedir los nacimientos en el seno del grupo, con traslado por la fuerza de
niños del grupo a algún otro grupo".
El
concepto de genocidio fue definido por primera vez por el jurista judío polaco Raphael
Lemkin, que en 1939 había huido de la persecución nazi y hallado asilo político
en los Estados Unidos.
“En Argentina hubo un genocidio
que buscó la destrucción de la identidad de una sociedad".
El
sociólogo Daniel Feierstein, que es un especialista en temas sobre genocidio y
director del Centro de Estudios sobre
Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Buenos Aires, dice
en su libro “Memorias y representaciones
sobre la elaboración del genocidio”, resultado de dos décadas de investigación
sobre el asunto:
"¿Por qué los hechos
ocurridos durante la última dictadura militar constituyen un genocidio?
Rafael
Lemkin desarrolla el concepto de genocidio en un libro que escribe en 1943 y se
publica al año siguiente, mientras se desarrolla el nazismo; plantea que el
genocidio se define como la destrucción de la identidad de un pueblo, de una
sociedad. El eje del genocidio es la destrucción de la identidade, y esa
destrucción se vincula a la opresión. Lo que dice Lemkin es que lo que se busca
con el genocidio es eliminar, transformar la identidad del grupo oprimido e
imponer la identidad del grupo opresor. “No
hay ninguna duda que en el caso argentino lo que se buscó fue transformar la
identidad del pueblo".
Última
parte
La
derrota en el conflicto bélico de las Malvinas dejó que saliera a la
superficie, de un modo más intenso, el tema de los desaparecidos políticos. Las
organizaciones defensoras de los derechos humanos intensificaron sus campañas
desde el fin de la guerra y a lo largo de todo el año de 1982.
Don
Benito Bignone, mientras tanto, trataba de negociar con la Multipartidaria, que
había sido formada por Ricardo Balbín, el jefe histórico del radicalismo, un poco
antes de su muerte, a mediados de 1981, para negociar con el dictador-presidente
anterior, el general Viola.
El 5 de
diciembre de 1982, Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz de 1980, lideró una
imponente marcha contra la autoamnistía
que planeaba el gobierno. Ese mismo día, la CGT llamó a una huelga general, y
el 16 de diciembre la Multipartidaria movilizó a unas 100 mil personas en la
Capital Federal, produciéndose una represión brutal en la que termina muerto,
asesinado de un tiro, el joven peronista Dalmiro Flores.
Varios
países europeos reclamaban, mientras tanto, por la vida de muchos ciudadanos
descendientes de familias italianas, españolas, francesas y alemanas que
formaban parte de las largas listas de los presos desaparecidos.
En 1983
las marchas de denuncias y reclamos se repetían por todo el país. En el mes de
agosto, la organización de las "Abuelas
de Plaza de Mayo" se sumaba a las "Madres de Plaza de Mayo". En septiembre el gobierno militar
decretó por fin su elaborada autoamnistía, a la que llamó la "Ley de Pacificación Nacional".
Como le
diría una década después Tristán Bauer al director de la Librería Española e Hispanoamericana -al presentar su película
"Iluminados por el Fuego"
en el Memorial da América Latina de São Paulo-, el año de 1983 fue decisivo
para todos los argentinos porque fue entonces que terminó la última dictadura
militar y empezó el período más largo de democracia moderna que conoce el país.
Don
Benito, más conocido por sus compatriotas como el general-presidente Reynaldo
Bignone, salió del coche de su escolta personal, ladeado por el Negro Tony en
su disfraz de sargento de la policía federal.
Su joven
amante -o ex-amante, a esa altura- la linda treintañera Roberta, fingiendo,
para consumo del general, estar siendo amenazada por la azafata de uniforme
azul, aparentando calma se acerca a don Bignone y le dice:
-Por favor, hacé todo tal como lo arreglamos
en el departamento; tengo mucho miedo, Benito- y el viejo general, cansado
de guerra, decide hacer con total exactitud lo que él mismo ya le había
propuesto al grupo de revolucionarios que lo secuestrara de un modo tan
insólito y original.
-Señores y señoras, seré muy breve. El
gobierno del proceso de Reconstrucción Nacional que presido, ha decidido
llamar, de un modo irrevocable, a comicios nacionales, en acuerdo con los
partidos políticos, para el próximo dia 30 de octubre. Buenas noches-. Y
con estas palabras en la Red Nacional Azul y Blanca de radio y televisión, el
general Benito Bignone pasaba por encima de sus compañeros de armas y largaba
el poder político en nombre del ejército, pensando librarse así del juicio de
la historia.
El 30 de
octubre de 1983 finalmente hubo elecciones, en las que ganó Alfonsín, el candidato de la Unión Cívica Radical,
con 52% de los votos.
Juan, el
Negro Tony, el Viejo Pedro y la azafata del vestido azul, se fueron con Roberta
y Manuelita a festejar a la casa de los amigos de Villa las Antenas.
Benito,
el último general-presidente, se fue a casa. Necesitaba contarle a doña Ana por
qué había decidido hacer lo que hizo. Y doña Ana se quedo feliz, porque el
general-presidente durmió tranquilo esa noche, pensando que había hecho lo
mejor, y que así se salvaría el pellejo a la vuelta de la democracia. Lo que era
completamente inevitable, doña Ana .
Pero, una
vez formado el nuevo Congreso Nacional en noviembre y con la asunción de
Alfonsín a la presidencia el 10 de diciembre, Bignone fue juzgado por el
tribunal convocado para dictaminar la responsabilidad de todas las juntas
militares de 1976 a 1983.
Fue
culpado de secuestros, torturas y asesinatos cometidos durante su comandancia
del campo de concentración de Campo de Mayo, pero antes de dictarse la condena
fue liberado por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en 1986.
Igualmente fue juzgado por la destrucción de documentos de la represión antes
de terminar su último gobierno de facto, y permaneció detenido desde julio de
1989 hasta que fue indultado por Menem en octubre de ese año.
En 1999,
tras reabrirse las causas por secuestro de menores, Bignone fue puesto de nuevo
a disposición de la justicia. Por su avanzada edad, recibió el beneficio del
arresto domiciliario.
Una
década más tarde, en 2009, se anunció el inicio del juicio oral en contra de
Benito Bignone, por el secuestro, tortura y desaparición de médicos,
enfermeros, y empleados del Hospital Posadas, de El Palomar, en la provincia de
Buenos Aires.
En abril
de 2010, a los 82 años, Bignone fue condenado a 25 años de prisión como coautor
responsable de 56 casos de allanamientos ilegales, robo agravado, privación
ilegítima de la libertad e imposición de tormentos en el centro de torturas y
exterminio que funcionó en el complejo militar de Campo de Mayo. Y además, los
iría a cumplir en cárcel común.
En su
defensa, el general Benito R. Bignone usó las mismas expresiones con las que ya
habían tratado de defenderse antes otros oficiales partidarios de la última
dictadura militar argentina:
"35 años más tarde, quienes
se atribuyen ser herederos de los principios y doctrinas se arrogan el derecho
de pretender hacer justicia vulnerando los más claros postulados de la justicia
penal para juzgar y condenar a quienes nos tocó cumplir con aquellos claros
propósitos."
Además,
justificó la represión ilegal contra los partidos y grupos guerrilleros de
izquierda por medio del terrorismo de estado, argumentando que:
"La lucha contra el
terrorismo en los años 60 y en los 70 se trató de una guerra contra integrantes
de grupos subversivos que no eran ni demasiado jóvenes ni idealistas",
..."su ideal era la toma del poder por la fuerza subversiva".
"Se nos tilda de genocidas y
represores. Lo de genocida no resiste el menor análisis, lo ocurrido en nuestro
país no se adapta a lo más mínimo al concepto internacional de
genocidio"..."Acá no hubo más de 8 mil desaparecidos, cifra que no es
superior a las cifras de la inseguridad actual".
"Se machaca con que hay 30
mil desaparecidos. Jamás se mostró la veracidad de esta cifra. No niego que la
desaparición de personas sea delito en paz, en tiempos de guerra tiene otra
clasificación. Nunca se demostró que en 10 años de guerra fueron más de ocho
mil. Se baraja la cifra de bebés desaparecidos; resulta sensible e impactante.
Pero de esas desapariciones ninguna figura el poder militar. En todos los casos
son dichos por terceros".
Pero a
pesar de todas sus largas argumentaciones, en abril de 2011, Bignone fue
condenado a la pena de reclusión perpetua, con cumplimiento en cárcel común,
por delitos de lesa humanidad.
En marzo
de 2013, el tribunal entendió que el último dictador era responsable por
crímenes de lesa humanidad también por
los casos de su responsabilidade en Campo de Mayo.
Finalmente
fue condenado a cadena perpetua por causa de los secuestros, torturas y
desapariciones ocurridas en el centro clandestino que funcionó en aquel que
fuera el mayor cuartel militar y el centro neurálgico de las atividades del
ejército en el país.
Terminaba
así el período más negro de la historia del país, que había empezado con el
Operativo Independencia ordenado por Isabel Perón en febrero de 1975 para ser
lanzado como globo de ensayo en Tucumán, y que las sucesivas juntas militares
perfeccionaron hasta llegar al golpe de 1976 y a la guerra sucia contra las
organizaciones obreras y populares, los partidos de izquierda y los grupos
guerrilleros, con el aval inicial de los EEUU, según ellos, como el único modo
de terminar con la "amenaza del comunismo".
Era el
fin de la triste historia de don Benito, el último dictador, y de toda una
época; pero también era el comienzo de otra, azarosa pero cada vez más firme en
el camino de la democracia y las libertades.
Fin
Javier Villanueva. São Paulo, original de 22 de mayo de 1989.