terça-feira, 30 de junho de 2015

Abraham Abulafia y la Kabalah



Lectura de la Torá en una sinagoga sefardita. Miniatura de la Hagadá Barcelona, Cataluña, 1350.


Abraham Abulafia y la Kabalah


Abraham Abulafia es uno de los nombres más ilustres de la Cábala hebrea. Abulafia nació en Zaragoza, España, a mediados del siglo XIII, en el año de 1240 y perteneció a la generación de cabalistas sefardíes que, al igual que Moisés de León –redactor del Zohar–, Gikatilla y Najmánides entre tantos otros, promovieron la época de mayor esplendor de la Cábala, la que se ha dado en llamar su "edad de oro". Abulafia está de moda incluso entre los informáticos, por ser de alguna manera el predecesor de los aspectos matemáticos y combinatorios, de la ciencia de la información.

Probablemente Abraham Abulafia sea más conocido hoy por figurar en el famoso texto de Humberto Eco -"El péndulo de Foucault"-, en el que además su nombre bautiza a la computadora utilizada por los tres investigadores en el relato. Este hecho nos puede dar una idea de la importancia que tiene entre los historiadores de la semiología toda la obra del judío sefardita, el especialista en Cábalas, Abulafia.

Pero, ¿qué es la Cábala o Kabalah? La cábala (del hebreo קַבָּלָה qabbalah, “recibir”) es una disciplina y escuela de pensamiento esotérico con raíces en el judaísmo. Usa varios métodos para analizar los sentidos más recónditos de la Torá, el texto sagrado de los judíos, al que los cristianos llaman “Pentateuco”, y que son los primeros cinco libros de la Biblia.

En la antigua literatura judaica, la cábala era el cuerpo total de la doctrina recibida, con excepción del “Pentateuco”. Así pues, incluía a los poetas de las tradiciones orales, incorporadas más tarde al texto de la Mishná. Sus textos principales son el Árbol de la Vida, el Talmud de las 10 sefirot, el Zohar, el Séfer Ietzirá y el prefacio de la Sabiduría de la cábala.

La cábala nació entre los judíos catalanes del siglo XII, y uno de sus primeros sabios fue nuestro hombre, el judío aragonés Abraham Abulafia, que entre otras proezas, protagonizó un descabellado viaje a Roma con el propósito de convertir al judaísmo nada menos que al mismísimo papa Nicolás III, aquel que el Dante coloca en su infierno por corrupto y cruel. La misión, como era de esperarse, no logró ser cumplida, como veremos más tarde.

Predicando por los países mediterráneos, Abulafia empezó a presentarse como el esperado Mesías; proclamaba que la esperanza mesiánica de los judíos se había cumplido con él, el propio Abulafia. En 1281, convencido de su misión histórica, trató de convertir al judaísmo al papa Nicolás III. Sin embargo, por una de esas casualidades históricas inexplicables, el pontífice romano falleció la noche anterior a su llegada al Vaticano. Abulafia logró a muy duras penas escaparse de la hoguera y, por fin, terminó liberado después de 28 días en el colegio de los franciscanos.
Sus últimos años los pasó viajando por Italia, pero desde 1291 se pierden sus pasos. Probablemente Abulafia murió en Barcelona en 1292.
Hoy podemos decir que Abulafia ejemplifica de un modo anticipado lo que Gershom Scholem llamaba el "misticismo extraviado", el estado de delirio mesiánico al que puede conducir una conveniente dosis de misticismo -como por ejemplo, el articulado a través de la Kabalah- y más aun en tiempos de crisis. 
Contaba mi bisabuelo Samuel Bairro-Novo que Abulafia nació en Zaragoza, pero siendo muy niño fue trasladado a Tudela, en Navarra, con lo que la ciudad terminó convirtiéndose en la patria chica de dos grandes viajeros: el propio Abulafia, y Benjamín, que un siglo antes de nuestro héroe ya había recorrido más de 190 ciudades del mundo y que dejó como prueba un libro que puede leerse hoy en castellano, en el que se ofrece un retrato vivo del mundo medieval y, muy especialmente, de las judarías, los "barrionuevos" y otras comunidades judías de antaño. 
Los viajes de Abulafia tenían motivos distintos a los del viajero Benjamín. El primero de ellos lo llevó a cabo cuando tenía 18 años. Su padre le había enseñado el Torah y el Talmud, y después de su muerte, el joven Abraham puso rumbo a Tierra Santa en busca del río Sambation que, según la tradición, fue el que separó las diez tribus perdidas y al que Plinio el Viejo y Josefo llamaban el Río Sabático, porque su curso se interrumpe el sábado. 
Sin embargo, Abulafia no llegó más allá de Akko. La Tierra Santa de Israel había quedado destrozada durante las Cruzadas -que fueron tres campañas militares contra Oriente en menos de cincuenta años, siendo que todavía faltaba la octava y última-. El viaje de nuestro héroe coincidió además con el avance de los mongoles, que eran formalmente budistas, pero que mantenían buenas relaciones con los cristianos y en especial con los cruzados de Siria. 
Los mongoles saquearon Bagdag en 1258 y si al año siguiente no hubiera muerto su líder -Möngke Jan, el nieto de Genghis Khan- es probable que El Cairo hubiera corrido la misma mala suerte.
Pero para entonces, Abulafia ya estaba de vuelta en Italia, dedicado al estudio de la "Guía de los Perplejos" de Maimónides,  médico, rabino y teólogo judío de al-Ándalus. 
En los años siguientes además de vivir en Italia volvió de nuevo a España, primero a Barcelona y luego a Castilla, para poner rumbo a Roma en 1280 tras una experiencia mística en la que quedó totalmente convencido de que él era el Mesías y que había llegado la hora de la redención universal. La conversión del Papa supondría, de hecho, la conversión de todos los cristianos de Europa a su particular fe en la que el judaísmo y el cristianismo quedarían definitiva y -¿nuevamente?- unificados. Ese era, al menos, el plan.

Pero es que cuando el Papa Nicolás III supo de la existencia de un individuo extraño que se dirigía a su residencia papal en Suriano, cerca de Roma, con la intención de "convertirlo" -cosa que debía ocurrir antes del inicio del año judío de 5041- dio órdenes de que se levantara una pira y que quemaran en ella a aquel fanático apenas se apareciera por allí. 
Abraham, sin embargo, no se asustó; había escuchado una voz interior que lo impulsaba a su acción, aparentemente tan insensata; y al final, el que murió fue el Papa, justo la noche anterior a la llegada del judío conversor, lo que para Abulafia no era otra cosa sino una señal inequívoca de su designio divino. 
Al final, a Abulafia no lo quemaron, pero sí lo mantuvieron encerrado durante cuatro semanas, y después lo dejaron que se marchara a Sicilia, en busca de sus discípulos. 
Sus delirios mesiánicos preocuparon enormemente a las autoridades rabínicas de Palermo, que en 1285 se dirigieron al Rashba, el Rabbí Salomón Ben Aderet de Barcelona, que en aquellos tiempos era la autoridad encargada de calmar a los movimientos mesiánicos que estaban surgiendo a lo largo y ancho de todas las juderías de  Europa con una insistencia histérica. 
El Rashba condenó enérgicamente las obras de Abulafia, que quedaron excluidas para siempre de todas las escuelas españolas. Desde entonces su extensa producción de textos y libros influyó, de forma individual, a un abanico de pensadores y místicos judíos y cristianos que se extiendió a lo largo de varias generaciones. 
Haim Vital y Moisés Cordovero representarían a sus influenciados más tradicionales. De hecho, gracias a las obras de estos, han sobrevivido fragmentos completos de los libros de Abulafia. 
En el "Pardes Rimonim" de Cordovero y, sobre todo, en "Sha’arei Kedusha", Vital menciona por su nombre a Abulafia y hace referencia a sus obras. Pero tanto uno como otro, incorporaron tan solo algunos fragmentos muy específicos, y con mucho cuidado. 
No sucedió lo mismo con Sabatai Zevi (1626 – 1676) y Jacob Frank (1726-1791), que terminaron materializando siglos después el peligro real que las confusas doctrinas de Abulafia representaban para las autoridades rabínicas en el momento de prohibirlo. En 1664 Zevi llevó a cabo un acto similar al de la descabellada visita de Abulafia al Papa y se dirigió a Constantinopla con la intención de ponerse en la cabeza la corona del Sultán. Quería hacerlo sin violencias, por obra y gracia de un milagro, como un modo de confirmar su carácter de Mesías para toda la humanidad. 
Pero al final, el resultado es que se convirtió al islamismo y después de su muerte sus seguidores formaron una extraña secta de "judíos secretos" en Turquía, llamados los Dönmeh, que sobreviven hasta nuestros días. 
En cuanto a Jacob Frank, un simple rufián sin cultura y sin escrúpulos, se convirtió al catolicismo llevando consigo a una gran cantidad de sus seguidores, para la incomodidad tanto de los judíos que lo perdían como de los católicos que lo ganaban. Pero sobre todo para estos últimos, la gran desilusión fue cuando los cristianos descubrieron que no solo no habían logrado la tan anhelada conversión en masa de los judíos, sino la fingida adhesión de un extraño grupo cuyas verdaderas creencias eran una mezcla rara de ideas que tenían a Frank mismo como centro. 
En realidad Abulafia no llegó a tanto, porque a diferencia de todos los otros "mesías" que le antecedieron y los que lo sucedieron más tarde, fue un hombre extraordinariamente culto, un asceta piadoso y generoso y, sobre todo, un sincero creyente en aquella fe que predicaba.
Los maestros de Zen dicen que toda meditación es inútil para los neuróticos porque, lejos de curarlos, hará más grave su mal. El ejemplo viene al caso de Abulafia porque su escuela quiso diferenciarse desde un primer momento de la Kabalah, por considerarla de un "grado inferior". De alguna manera, sus sistemas de meditación a los ojos contemporáneos parecerían anticipar disciplinas como el yoga, el tantrismo, y muchos de los elementos modernos del psicoanálisis. 
Abulafia lo llamaba "Kabalah Profética", y estaba totalmente convencido de que con su método, cualquier persona honesta y de buena fe podría llegar a un grado de comunicación directa con Dios, de un modo similar al de los profetas. No ya en el sentido de poder realizar milagros, sino de alcanzar un grado de percepción que permite incorporarse, de forma intuitiva, en la esencia de la divinidad. 
El sistema de Abraham Abulafia incluía también ciertas prácticas ascéticas, algo ajeno a las tradiciones judías, donde la comunidad y la familia son el entorno más propicio para la vida espiritual. Esta particular cosmogonía, o narración mítica que pretendía dar respuestas al origen del universo, de la humanidad y de la naturaleza divina, derivó en una visión híbrida de una trinidad mística que formalmente se asemejaba mucho a la trinidad católica. 
Esto despertó gran interés entre algunos círculos cristianos medievales. Al fin y al cabo, como "mesías" e "hijo de Dios", su tarea era la de quitar del medio todas las barreras entre las religiones para alcanzar una forma de espiritualidad que fuera universal. El objetivo de su misión no eran, además, las masas incultas, sino las élites educadas y tenía tanto interés en demostrar sus verdades a sus correligionarios judíos como a los cristianos.
Los intentos para reunir el judaísmo, la cristiandad, y a los seguidores de Mahoma no son nuevos en la historia. Solo para mencionar a dos de ellos, tuvimos el intento desgraciado Shabbathai Zevi, quien se proclamó el Mesías, y trató de juntar judíos, cristianos, y musulmanes para liberar las chispas sagradas, una vez que las tres religiones tienen el mismo origen y tradiciones,  y se refieren al mismo Dios. 
Otro intento moderno, que parece más cercano a la visión de Abraham Abulafia, es el de Rabí Shneur Zalman. A través de una visión, Zalman es informado que el Tercer Templo de Jerusalén tendrá un muro para los judíos, otro para los Cristianos, un tercero para los musulmanes, y uno para cualquier otra religión. Cuando este templo y sus cuatro muros ecuménicos fueren construidos el Mesías vendrá.

 ¿Estaremos hoy ante el mismo caldo de cultivo de mesianismos extraviados en el que surgieron personajes como Abulafia?

JV. São Paulo, 30 de junio de 2015.

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