El correo y los paquetes del Sedex.
De pronto se me ocurrió - cosas de
viejo solterón que se me ocurren, de puro aburrido nomás-, escribirle una carta
a Roberta. A mi vieja amiga con la que nunca pasó nada más que sueños y
fantasías, pero que me hizo renunciar a cualquier tipo de relacionamiento con
otra mujer, por más interesantes e inteligentes que hayan sido algunas de las
que pasaron por mi vida desde la adolescencia. Nunca me casé, ni tuve una novia
en firme, jamás. Le escribí largo y tendido, como decíamos antes, y al final se
me ocurrió hacerle llegar la carta junto con un regalo.
Como
vivo en São Paulo, me fui a la calle 25 de Março a buscar ofertas, tal
vez de no tanta calidad, pero es que así andan mis bolsillos también. En fin,
dudé mucho entre un oso enorme, casi del tamaño natural y con un corazón en el
pecho, y un libro de Pablo Neruda que encontré a la vuelta, mientras caminaba
hasta la Praça da Sé para tomar el metrô hasta mi casa en la Vila
Madalena. Le compré Veinte poemas de amor y una canción desesperada,
a R$18,00 en una edición antigua, pero bien conservada. Como me seguía
pareciendo poco, le agregué Cien años de soledad y, además, El amor
en los tiempos del cólera, ambos de G. G. Márquez. Bien, ya sé que el Sebo
do Messias paga apenas R$0,50 por libro usado, y por lo tanto sus
beneficios son enormes, pero tres clasicos por R$42,50 me pareció muy a la
medida de mis miserias actuales.
Al
llegar a casa me encuentro en la contestadora automática - ¡sí! es verdad, todavía uso un grabador para guardar
mensajes que llegan cuando no estoy, ni sé cómo funciona después de más de
treinta años!- con la voz de mi editora que me pide dos notas cortas sobre el
caso del asalto millonario a un banco en Colombia, y me recuerda, perspicaz y
con un tonito sospechoso, que mañana es mi cumpleaños, y no te vayas a olvidar,
¿eh?
Bueno,
en apretada síntesis: revisé debajo del colchón y encontré los últimos tres
billetes de R$ 50,00. Decidí volver a la Praça da Sé y gastarme por lo
menos un tercio en agradarla a mi empleadora. Pero lo del tonito dulce que dejó
en la contestadora me seguía pareciendo intrigante.
Encontré,
otra vez en el Sebo do Messias, un libro gordo de márqueting político y
otro sobre encuestas, temas que le fascinan a mi jefa. Gasté otros R$ 48,50, lo
justo para volverme a casa sin gastar más suelas de zapato.
Le
escribí un recado cuidadoso, midiendo cada palabra porque, además de ser mi empleadora,
lo era en áreas delicadas, las del idioma y la redacción. Pero además, quería apartar
de mis pensamentos la sombra que sobrevolaba todavía; sí, esa del tonito dulzón
de su mensaje.
Aproveché
para ir una sola vez al correo y gastarme encima otros R$ 37,90 entre los dos
Sedex - el de Roberta y el de mi jefa-. Junté cada carta con su respectivo
regalo, pegué com cola las etiquetas que imprimí en mi vieja Epson Ecotank,
y salí, contento con el paquetón y el paquetito debajo de cada brazo.
Pasaron
dos días y Marilena, mi jefa, me llama para agradecerme el regalo y la cartita,
que así la llamó ella, con un tono un par de grados más dulzón que el del
mensaje en la contestadora. Además, agrega, venite esta noche que voy a dar una
fiesta íntima, solo para dos personas. - ¿Ah,
sí? ¿Yo y quién más, alguien del trabajo?- le contesté, cada vez más
preocupado. – No, solo yo- me dijo, usando ya otros dos grados más de preocupante
dulzura.
No
fui a la fiesta íntima ni volví a pedir o a recibir trabajo de Marilena. Y
Roberta tampoco me respondió jamás sobre el regalo y la carta. Eso sí, del
correo de la Rua Augusta me llamaron para decirme que había ocurrido una falla,
responsabilidad de un empleado nuevo y que ya estaban intercambiando los Sedex
que habían sido enviados con las direcciones equivocadas. Y que no me preocupase,
que no habría más problemas.
JV.
Tegucigalpa, Enero de 2038.
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