sexta-feira, 4 de setembro de 2020

El correo y los paquetes del Sedex.


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El correo y los paquetes del Sedex. 

De pronto se me ocurrió - cosas de viejo solterón que se me ocurren, de puro aburrido nomás-, escribirle una carta a Roberta. A mi vieja amiga con la que nunca pasó nada más que sueños y fantasías, pero que me hizo renunciar a cualquier tipo de relacionamiento con otra mujer, por más interesantes e inteligentes que hayan sido algunas de las que pasaron por mi vida desde la adolescencia. Nunca me casé, ni tuve una novia en firme, jamás. Le escribí largo y tendido, como decíamos antes, y al final se me ocurrió hacerle llegar la carta junto con un regalo.

Como vivo en São Paulo, me fui a la calle 25 de Março a buscar ofertas, tal vez de no tanta calidad, pero es que así andan mis bolsillos también. En fin, dudé mucho entre un oso enorme, casi del tamaño natural y con un corazón en el pecho, y un libro de Pablo Neruda que encontré a la vuelta, mientras caminaba hasta la Praça da Sé para tomar el metrô hasta mi casa en la Vila Madalena. Le compré Veinte poemas de amor y una canción desesperada, a R$18,00 en una edición antigua, pero bien conservada. Como me seguía pareciendo poco, le agregué Cien años de soledad y, además, El amor en los tiempos del cólera, ambos de G. G. Márquez. Bien, ya sé que el Sebo do Messias paga apenas R$0,50 por libro usado, y por lo tanto sus beneficios son enormes, pero tres clasicos por R$42,50 me pareció muy a la medida de mis miserias actuales.

Al llegar a casa me encuentro en la contestadora automática - ¡sí! es verdad, todavía uso un grabador para guardar mensajes que llegan cuando no estoy, ni sé cómo funciona después de más de treinta años!- con la voz de mi editora que me pide dos notas cortas sobre el caso del asalto millonario a un banco en Colombia, y me recuerda, perspicaz y con un tonito sospechoso, que mañana es mi cumpleaños, y no te vayas a olvidar, ¿eh?

Bueno, en apretada síntesis: revisé debajo del colchón y encontré los últimos tres billetes de R$ 50,00. Decidí volver a la Praça da Sé y gastarme por lo menos un tercio en agradarla a mi empleadora. Pero lo del tonito dulce que dejó en la contestadora me seguía pareciendo intrigante.

Encontré, otra vez en el Sebo do Messias, un libro gordo de márqueting político y otro sobre encuestas, temas que le fascinan a mi jefa. Gasté otros R$ 48,50, lo justo para volverme a casa sin gastar más suelas de zapato.

Le escribí un recado cuidadoso, midiendo cada palabra porque, además de ser mi empleadora, lo era en áreas delicadas, las del idioma y la redacción. Pero además, quería apartar de mis pensamentos la sombra que sobrevolaba todavía; sí, esa del tonito dulzón de su mensaje.

Aproveché para ir una sola vez al correo y gastarme encima otros R$ 37,90 entre los dos Sedex - el de Roberta y el de mi jefa-. Junté cada carta con su respectivo regalo, pegué com cola las etiquetas que imprimí en mi vieja Epson Ecotank, y salí, contento con el paquetón y el paquetito debajo de cada brazo.

 

Pasaron dos días y Marilena, mi jefa, me llama para agradecerme el regalo y la cartita, que así la llamó ella, con un tono un par de grados más dulzón que el del mensaje en la contestadora. Además, agrega, venite esta noche que voy a dar una fiesta íntima, solo para dos personas. - ¿Ah, sí? ¿Yo y quién más, alguien del trabajo?- le contesté, cada vez más preocupado. – No, solo yo- me dijo, usando ya otros dos grados más de preocupante dulzura.

 

No fui a la fiesta íntima ni volví a pedir o a recibir trabajo de Marilena. Y Roberta tampoco me respondió jamás sobre el regalo y la carta. Eso sí, del correo de la Rua Augusta me llamaron para decirme que había ocurrido una falla, responsabilidad de un empleado nuevo y que ya estaban intercambiando los Sedex que habían sido enviados con las direcciones equivocadas. Y que no me preocupase, que no habría más problemas.

 

JV. Tegucigalpa, Enero de 2038.


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