domingo, 15 de maio de 2022

De amores epistolares, de fax y de Internet

 


De amores epistolares, de fax y de Internet

de: Julian Sanchez@gmail.com>

para: Roberta Rossi <roberta.ros@gmail.com>

data: 15 de marzo de 2002 11:54

assunto: ReReReRe: Nuestra charla de ayer

enviado por: gmail.com

assinado por: gmail.com

Segurança: Criptografia padrão (TLS) Saiba mais

Importante principalmente porque você frequentemente lê mensagens com esse marcador.


Hola, Robertica.

Buenos días. Me desperté a las 7:35, lei tu primer mail, pero tenía tanto sueño que me dormí de nuevo. Me perdonas?

Y otra vez pensé en las coincidencias, y en como la vida a veces imita al arte, o a la imaginación de los que pretendemos ser escritores (en mi caso, los que nos quedamos en meros programadores de computadoras). Es como si la realidad se amoldara, a cada tanto, a lo que soñamos.

Tuyo, tu amigo Julián

 

Hacía tantos años que conversaban que ya no se acordaba ni cuándo se habían conocido, y ni siquiera de alguna circunstancia que le refrescara la memoria.

Habían empezado a hablarse por teléfono, eso sí recordaba bien, en los años ochenta. Eran largas charlas de final de adolescencia, llenas de asuntos sobre música, cantores y algo de literatura, temas en los que Julián se mostraba orgulloso de exhibir lo que había leído en la biblioteca de su padre, un argentino exiliado en Brasil en el último año de los setenta.

Del teléfono, que le rendía largos sermones del viejo cuando llegaban las cuentas, pasaron al fax al final de los ochenta, al mudarse Roberta a Barcelona y recibir la orden terminante de su progenitor de acabarla con las carísimas llamadas internacionales.

Julián recortaba entonces cada una de las páginas de los largos rollos de fax que intercambiaban y los guardaba en una carpeta en la heladera para evitar que se borraran con la luz o el calor.

Este recurso ingeniosísimo solo duró hasta que su madre se hartó de tanto espacio ocupado con papeles hediondos y tuvo que mudarse a un cuartito a dos cuadras de la casa paterna. Los ingresos que le daba el trabajo de especialista en computadores, rápidamente le permitió guardar los faxes en su propia heladera e incluso comprarse más tarde um freezer en el que llegó a guardar seis años de sus largas charlas con Roberta.

Por suerte llegó la Internet a Brasil y Julián, que ya era un especialista en informática, pronto pasó a ser uno de los muchos pacientes oyentes del delicioso biubiubiubiu que producía en esa época la llegada de los mails - mensajes electrónicos, diría la Real Academia- al bajar, lenta y harmoniosamente, uno a uno, en las horas oscuras y frías de la madrugada; horas solitarias que se correspondían metódicamente a las cuatro o cinco del huso adelantado de Barcelona con respecto a São Paulo.

Desde finales de los años noventa, la Internet y sus correos electrónicos ya se habían vuelto más rápidos y prácticos, y de a poco se iba entrando en la era de los celulares inteligentes y de los mensajes rápidos e interactivos.

Y así, siempre en largas charlas con Roberta, otras dos décadas transcurrieron sin que ninguno de los dos lo notara hasta que, exatamente en el carnaval de 2020, Julián sacó de la Caixa Econômica Federal sus transpirados U$D 18 mil de ahorros, compró un pasaje solo de ida para Barcelona y embarcó en el viaje más ansiado y seguramente más frustrante que un ser humano podía experimentar ante lo que sería el mayor acontecimento del siglo: la peste del covid-19.

Julián llegó a España el 4 de marzo para encontrarse con Roberta al día siguiente en Barcelona, pero fue impedido por las autoridades sanitarias de salir de su hotel, en el que tuvo que permanecer en cuarentena durante casi cuatro meses. En la primera semana del verano europeo, Julián fue autorizado a dejar su encierro y tomó el tren rápido hacia Barcelona.

La pensión modesta a la que lo habían obligado ahora los largos meses de gastos forzados en Madrid, era en realidad un pequeño y tranquilo hostal familiar, ubicado en el céntrico Barrio Gótico, en un edificio clásico de la zona del Born y a un paso del Parque de la Ciudadela.

Fue de este punto de la bohemia de la ciudad que Julián salió feliz, un día 6 de junio para encontrarse con Roberta. Y mientras caminaba ansioso por el encuentro por una de las principales zonas verdes, y pasaba en frente al Zoológico de Barcelona, trataba de relajarse y se tentaba con la idea de visitar la famosa iglesia gótica catalana Santa María del Mar. Pero no, había viajado desde Brasil a España con un único objetivo: rever a Roberta y es eso lo que haría de imediato, después de décadas de charlas homéricas y noches mal dormidas escribiendo cartas, faxes y mensajes electrónicos.

Pero fue entonces que empezó a tratar de recordar cuándo y cómo se habían conocido; o cúando había sido la primera o la última vez que se vieron; y en el mismo exacto momento en que avistaba a Roberta a menos de veinte metros, - hermosa y elegante, joven en sus cincuenta años recién cumplidos, y todavía más atrayente que en la foto que le había mandado para que se reconocieran- fue cuando se dio cuenta que nunca se habían visto. Nunca, jamás, habían conversado a no ser por carta, telefono, fax, mail o whatsapp.

Y fue en ese exacto momento que un pánico como nunca había sentido en su vida se apoderó de Julián. Rápido, casi sin pensarlo, se volvió sobre sus pasos y, en menos de diez minutos pasaba apurado por las mismas calles medievales, angostas y sinuosas por las que se había demorado media hora antes, y casi corría asustado por las plazas pintorescas y tranquilas de la zona del Born.

Roberta no pudo ver a su amigo corriendo, desesperado, porque ella también, cuando reconoció a lo lejos al hombre de la foto, un sesentón de pelos grises y ralos, giro sobre sus talones y se perdió entre la multitud que hacía filas ordenadas y se acomodaba detrás de sus mascarillas en la fachada del Museo Picasso, en uno de los palacios góticos de la famosa calle Montcada.

Nunca se vieron. Nunca se habían visto. Jamás. Llegaron a esa conclusión apenas se avistaron a lo lejos, después de décadas de charlas eternas, llenas de amistad, amores insinuados, pasiones encendidas pero ocultas, sexo por telepatia.

Jamás se volverían a ver ni a hablar nuevamente.

 

Lectora, lector: habrá otro final para este relato? Estoy seguro que sí, un final feliz, un final mejor que el olvido y la decepción. Un final rosa y angelical.

JV


Nenhum comentário:

Postar um comentário