De amores epistolares, de fax y de Internet
de: Julian Sanchez@gmail.com>
para: Roberta Rossi <roberta.ros@gmail.com>
data: 15 de marzo de 2002 11:54
assunto: ReReReRe: Nuestra charla de ayer
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Hola, Robertica.
Buenos días. Me desperté a las 7:35, lei tu primer mail, pero
tenía tanto sueño que me dormí de nuevo. Me perdonas?
Y otra vez pensé en las coincidencias, y en como la vida a
veces imita al arte, o a la imaginación de los que pretendemos ser escritores
(en mi caso, los que nos quedamos en meros programadores de computadoras). Es como si
la realidad se amoldara, a cada tanto, a lo que soñamos.
Tuyo, tu amigo Julián
Hacía tantos años que conversaban que ya no se acordaba ni
cuándo se habían conocido, y ni siquiera de alguna circunstancia que le
refrescara la memoria.
Habían empezado a hablarse por teléfono, eso sí recordaba
bien, en los años ochenta. Eran largas charlas de final de adolescencia, llenas
de asuntos sobre música, cantores y algo de literatura, temas en los que Julián
se mostraba orgulloso de exhibir lo que había leído en la biblioteca de su
padre, un argentino exiliado en Brasil en el último año de los setenta.
Del teléfono, que le rendía largos sermones del viejo cuando
llegaban las cuentas, pasaron al fax al final de los ochenta, al mudarse
Roberta a Barcelona y recibir la orden terminante de su progenitor de acabarla
con las carísimas llamadas internacionales.
Julián recortaba entonces cada una de las páginas de los
largos rollos de fax que intercambiaban y los guardaba en una carpeta en la
heladera para evitar que se borraran con la luz o el calor.
Este recurso ingeniosísimo solo duró hasta que su madre se
hartó de tanto espacio ocupado con papeles hediondos y tuvo que mudarse a un
cuartito a dos cuadras de la casa paterna. Los ingresos que le daba el trabajo
de especialista en computadores, rápidamente le permitió guardar los faxes en
su propia heladera e incluso comprarse más tarde um freezer en el que llegó a
guardar seis años de sus largas charlas con Roberta.
Por suerte llegó la Internet a Brasil y Julián, que ya era un
especialista en informática, pronto pasó a ser uno de los muchos pacientes
oyentes del delicioso biubiubiubiu que producía en esa época la llegada
de los mails - mensajes electrónicos, diría la Real Academia- al bajar, lenta y
harmoniosamente, uno a uno, en las horas oscuras y frías de la madrugada; horas
solitarias que se correspondían metódicamente a las cuatro o cinco del huso
adelantado de Barcelona con respecto a São Paulo.
Desde finales de los años noventa, la Internet y sus correos
electrónicos ya se habían vuelto más rápidos y prácticos, y de a poco se iba entrando
en la era de los celulares inteligentes y de los mensajes rápidos e
interactivos.
Y así, siempre en largas charlas con Roberta, otras dos
décadas transcurrieron sin que ninguno de los dos lo notara hasta que, exatamente
en el carnaval de 2020, Julián sacó de la Caixa Econômica Federal sus
transpirados U$D 18 mil de ahorros, compró un pasaje solo de ida para Barcelona
y embarcó en el viaje más ansiado y seguramente más frustrante que un ser
humano podía experimentar ante lo que sería el mayor acontecimento del siglo:
la peste del covid-19.
Julián llegó a España el 4 de marzo para encontrarse con Roberta
al día siguiente en Barcelona, pero fue impedido por las autoridades sanitarias
de salir de su hotel, en el que tuvo que permanecer en cuarentena durante casi cuatro
meses. En la primera semana del verano europeo, Julián fue autorizado a dejar
su encierro y tomó el tren rápido hacia Barcelona.
La pensión modesta a la que lo habían obligado ahora los
largos meses de gastos forzados en Madrid, era en realidad un pequeño y
tranquilo hostal familiar, ubicado en el céntrico Barrio Gótico, en un edificio
clásico de la zona del Born y a un paso del Parque de la Ciudadela.
Fue de este punto de la bohemia de la ciudad que Julián salió
feliz, un día 6 de junio para encontrarse con Roberta. Y mientras caminaba
ansioso por el encuentro por una de las principales zonas verdes, y pasaba en frente
al Zoológico de Barcelona, trataba de relajarse y se tentaba con la idea de
visitar la famosa iglesia gótica catalana Santa María del Mar. Pero no, había
viajado desde Brasil a España con un único objetivo: rever a Roberta y es eso
lo que haría de imediato, después de décadas de charlas homéricas y noches mal
dormidas escribiendo cartas, faxes y mensajes electrónicos.
Pero fue entonces que empezó a tratar de recordar cuándo y cómo
se habían conocido; o cúando había sido la primera o la última vez que se
vieron; y en el mismo exacto momento en que avistaba a Roberta a menos de
veinte metros, - hermosa y elegante, joven en sus cincuenta años recién
cumplidos, y todavía más atrayente que en la foto que le había mandado para que
se reconocieran- fue cuando se dio cuenta que nunca se habían visto. Nunca,
jamás, habían conversado a no ser por carta, telefono, fax, mail o whatsapp.
Y fue en ese exacto momento que un pánico como nunca había
sentido en su vida se apoderó de Julián. Rápido, casi sin pensarlo, se volvió
sobre sus pasos y, en menos de diez minutos pasaba apurado por las mismas calles
medievales, angostas y sinuosas por las que se había demorado media hora antes,
y casi corría asustado por las plazas pintorescas y tranquilas de la zona del
Born.
Roberta no pudo ver a su amigo corriendo, desesperado, porque
ella también, cuando reconoció a lo lejos al hombre de la foto, un sesentón de
pelos grises y ralos, giro sobre sus talones y se perdió entre la multitud que
hacía filas ordenadas y se acomodaba detrás de sus mascarillas en la fachada
del Museo Picasso, en uno de los palacios góticos de la famosa calle Montcada.
Nunca se vieron. Nunca se habían visto. Jamás. Llegaron a esa
conclusión apenas se avistaron a lo lejos, después de décadas de charlas
eternas, llenas de amistad, amores insinuados, pasiones encendidas pero
ocultas, sexo por telepatia.
Jamás se volverían a ver ni a hablar nuevamente.
Lectora, lector: habrá otro final para este relato? Estoy
seguro que sí, un final feliz, un final mejor que el olvido y la decepción. Un final
rosa y angelical.
JV
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