De pulgares, molares y otros demonios
Torcerse el dedo no es nada, ya lo sé. Más aún si se trata
del pulgar izquierdo de un diestro; al final, nuestros antepasados anteriores a
los simios no tenían esa falange opuesta al resto de los dedos, y aún así se
las arreglaron para completar su evolución hasta el actual estado de hominídeos,
tal como se comprueba en Neandertales y Australopitecineos, como el presidente
brasileño, por ejemplo.
Ya sé, me estoy yendo por las ramas, –vieja costumbre de
nuestros primos, los monos, también muy bien representados por el gabinete
ministerial que comandará hasta diciembre al gran país tropical sudamericano-.
Bueno, me bajo de los gajos más altos de mi árbol de mangos y continúo.
De nada sirve preguntarme si me lastimé los tendones del
pulgar izquierdo en mis clases de kick-boxing, jugando con mi perrazo de 19 kg
o cargando la valija llena de libros en la Feria de Buenos Aires. Lo que sí
importa es saber que al final me hice la tan afamada resonancia magnética del
pulgar izquierdo. Y Uds, amigos que no son del área de la salud, ¿cómo se
imaginan que se procesa un examen de este tipo en una mano?
Bien, para no irme otra vez por las ramas –perdón hominídeos
y monos, disculpáme, che Energúmeno Genocida-, les cuento que la tal resonancia
magnética ocurrió a las 2:00h de la madrugada (sí, leyeron bien, a las 2:00h de
ayer) y, para mi sorpresa de ignorante supino (¿existe eso?) de los temas
óseos, me mandaron sacarme toda (sic! y recontra-sic!) la ropa, como si se
tratara de una resonancia de cráneo o de columna.
Bien, para hacerla corta, digamos que exatamente de las 2:00
a las 3:00 de la mañana de ayer, -viernes 20, y a 5º centígrados de
temperatura-, estaba yo, culo al aire, arriba de uno de aquellos tubos con forma
de cañón, la mano izquierda sobre una curiosa e inquietante cajita, y el resto
de mi desnuda humanidad concentrada en no sentir frío.
En favor de mi picardía criolla, aunque hable muy mal de mi
proverbial elegancia, les cuento que me quedé con las medias y los zapatos de
pico fino, y un chalequito de lana. Logré burlar así las intenciones sádicas de los
radiologistas que querían comprobar si un argentino, mezcla de vasco y tehuelche (o
mapuche, no lo sé exatamente), y encima taurino- conseguía pasar por tamaña
prueba de fuego, o mejor dicho, de hielo.
Pasé, y como desgracia poca es para los débiles y pobres de
espíritu, agreguemos que a las 11:00 del mismo viernes, ya estaba yo
atornillándome con 78 vueltas de llave (las conté, juro) y sin anestesia –que también
es para los débiles y pobres de espíritu-, además de hacer caer el cabello, subir
la tensión y el azúcar.
¿Piensan que me considero por esto un súper-hombre? No, claro,
se trata nada más que de un bajo umbral de dolor y de otras sensaciones
corporales, acompañada desde hace años por una peligrosa falta de miedo. O sea,
soy lo que en buen portugués se llama “um
sem-noção total”.
Ah, sí. Y aprovecho para hacer un poco de auto-bombo de mi último libro junto al cumpa Alberto Hernández.
JV. Aconquija, Catamarca, 21 de mayo de 2039
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