terça-feira, 29 de março de 2011

Literatura comentada

Literatura comentada

Javier Villanueva prepara un nuevo libro. Esta vez es una novela, después de publicar diversos cuentos y lecturas para estudiantes de idiomas. "Crónicas de utopías y amores, de demonios y héroes de la patria" es el nombre de la obra. Veamos a continuación un trecho, adelanto de "Crónicas...", escrito por el editor.

"La verdad es que estaba ansioso. Fui editor de Villanueva hace años, publicándole obras poco importantes para el gran público, algunos cuentos o crónicas para lecturas escolares. Pero ahora Villanueva me había pedido que le leyera su primer libro en formato de novela; lo leí y no quise editárselo; no me insistió, pero me rogó que lo mandara a algunos lectores críticos. Lo hice, y se lo pasé a una conocida profesora de literatura de la Universidad de Córdoba. A Villanueva le gustó: fueron muchos comentarios interesantes, que le mejoraron bastante el original; pero él quería una crítica fuerte, y me pidió que le intermediara una lectura de Estévez, un especialista brasileño en letras latinoamericanas, destacado entre los hispanistas del país y conocedor de los temas por los que Villanueva se aventura en su texto.

Así había empezado mi compromiso con el libro de Villanueva, al que hoy le hago esta presentación, a pesar de mi negativa a editárselo. Pero todavía hubo algunos pasos más, antes de llegar a la antesala en la que espero ahora, nervioso, al que fue en otra época director de mi principal cliente, la editorial paulistana que había fundado Monteiro Lobato.

Los detalles siempre me parecieron importantes, por eso me puse la mejor ropa que tenía en el placard. Tomaba ya el tercer cafezinho en el patio lateral de la oficina mientras esperaba ansioso el “puede entrar” del joven secretario que se concentraba en su i-pod, a leguas de distancia de mis inquietudes literarias. Mientras, mis pensamientos recorrían con obsesión el itinerario que me trajera hasta aquí. Recordé cómo había empezado todo, dos meses atrás, aquel miércoles en que el teléfono me despertó temprano; era mi amigo de la productora de cine: –A uno de los directores le gustó tu idea. Traéme mañana el guión y dentro de una semana volvemos a conversar–. Al día siguiente le dejé el original a otra empleada indiferente y aburrida, que por toda respuesta dijo: –Acá tiene el comprobante de la entrega. Por favor, llámenos la semana que viene, o dentro de 10 días, más o menos–.

Así había llegado hasta este momento y estaba ansioso como un adolescente esperando ser recibido para su primer trabajo. El muchachito tuvo que insistir: –Señor, por favor, puede pasar– En el despacho estaban mi amigo y otros dos hombres más.

Aunque me gustaba la idea de ver la novela de Villanueva en el cine, seguía con un dilema que me partía al medio entre la fidelidad a los seis o siete conocidos y críticos que habían leído los originales antes que me animase a llevárselos a Maldonado en Córdoba y sugerirle que pensara en editar y publicar el libro de mi amigo.

Sí, porque, aunque durante años Villanueva y yo no fuimos más que autor y editor, sin demasiados vínculos, de pronto su nuevo libro nos creó lazos de amistad y camaradería. Y yo me imaginaba por qué, al leer parte de sus memorias, que se camuflaban en la novela que ahora me disponía a promoverle para una versión cinematográfica.

Pero, volviendo a lo de los lectores críticos, ocurrió que a Villanueva le gustó el análisis que le hizo Estévez, que era bastante duro: – Recorte y reorganize todo, saque mitad de los adjetivos, o no lo publique. Relea y recórtelo de nuevo antes de volverlo a armar. Cuelgue cada parte del libro en una soga, como las que se usan para secar la ropa, o como en los cuentos de cordel del nordeste– fue lo que le aconsejó el profesor e hispanista, y a Villanueva le gustó. Recortó la novela de arriba abajo y la reordenó después de otro largo año de investigaciones y lecturas paralelas. Y cuando le pareció que ya “casi” estaba lista, se la pasó a Raúl, el actor cordobés, que la leyó y le criticó duramente todo de nuevo. Y otra vez, con paciencia, Javier Villanueva rehizo cada texto, realineó todos los diálogos, agregó correcciones, recortó más todavía. Pero se le ocurrió tener el prurito de hacer una última búsqueda en internet sobre la vida de uno de los personajes a los que más critica en su novela..., y entonces todo había cambiado de nuevo al encontrarse con Pili Rocha, también hispanista y lingüísta, que le había estremecido los cimientos de la obra diciéndole que esas bases tal vez se asentasen en el terreno pantanoso de la ceguera para criticar el pasado y analizar con el alma desarmada los momentos históricos que la novela quería rescatar. Villanueva se había hundido en un limbo de indecisiones, como si se partiera al medio, porque al final había pasado cuatro años metido en esta obra, investigando más de doscientos textos; había molestado a los cuatro o cinco parientes próximos más dedicados a la literatura y la historia, y buscado a tres de los mejores críticos que tuvieron la paciencia de leer la obra y criticarle sus temores e incertidumbres como autor.

Ocurrió que, cuando ya parecía que Villanueva había logrado equilibrar textos, arquitectura de la novela, veracidad histórica y un sinfín de detalles, hete aquí que un pudor desmedido lo lleva a pedir una opinión más, no de toda la obra, sino de una pieza clave de la misma. Es que uno de los personajes, siniestro para muchos, enigmático para otros, seductor y valiosísimo para unos cuantos más, se pasea a lo largo del texto como un convidado de piedra, un crítico de los errores que una generación de jóvenes cometió, en medio de la soberbia juvenil de querer un mundo mejor. Personaje controvertido y conquistador si los hay, en la novela que ahora presento es el único al que se critica desde varios ángulos; y por eso el tal personaje se diferencia del grupo de los otros, los que salen airosos de la prueba de los treinta y cinco años de memoria del autor, porque murieron jóvenes, heroicos y generosos, mientras que el seductor pertinaz sobrevive, y por algun motivo imposible de evaluar se escabulle a la crítica y al juicio improbable de una justicia imposible.

La duda que lo carcomía a Villanueva era simple: ¿era justo condenar -35 años después de algunos de los hechos que va a narrar la novela-, a un hombre viejo que empieza a despedirse del mundo sin lograr hacerse su espacio en la historia? Pili, a la que había consultado después de la referida busca en Internet, le diría que no. Diría que mi amigo autor sigue siendo estrecho y sectario. Que mide con la regla de los años de 1970 a un hombre que hizo sus aportes importantes y luego fue engullido por las sombras, y ahora ya está demasiado viejo para defenderse.

Al final, lo que lo dividía a Villanueva, por supuesto que no se resolvió, y Javier logró nada más que Pili le dijera que tenía libertad absoluta para convertirla en un personaje literario junto a los otros que pueblan su libro, “todos riquísimos”, según ella. Ya le han dicho a Pili que su vida bien valdría una novela, mientras que ella misma se veía absolutamente prosaica y rutinaria. Pero esto es algo que se verá mejor luego, en el libro que voy a presentar.

En el fondo, no me sorprendió tampoco lo que oí en la oficina de los productores. Yo no resolvía el dilema moral que me transfería Villanueva, el de ser justo con la historia y con sus convicciones y al mismo tiempo ahorrarle amarguras al tal personaje que, no jorobemos, ya está olvidado por la gran mayoría de los protagonistas de su época y no pasa de ser un fantasma triste y a salvo de cualquier juicio porque, al final de cuentas, no hay justicia revolucionaria de los años setenta que lo alcance, como diría nuestro autor, “porque aquel momento histórico y sus protagonistas ya no existen -no existimos- como revolucionarios, transformadores radicales de la realidad. Y ni siquiera la justicia de la democracia que supimos conquistar lo pondría en un banquillo de juicio: cualquier delito se extingue y caduca después de tres décadas como las que sobrevivimos y vivimos desde entonces”.

Al final, la película no va a salir. Sería mucha ingenuidad pensar que los productores irían a aceptar todo, sin imponer condiciones, una vez que a Villanueva se le puso que no va a dejar que saquen ni una coma de su texto original.

Puesto todo esto, vamos a la presentación prometida. Dicen que la memoria es un tesoro falso que se guarda en lo más hondo de la conciencia, para auto engañarnos y ser complacientes con nuestros errores; por eso, cuando Villanueva me pidió una introducción a este libro, le dije que sólo lo haría a condición de ser independiente en mis opiniones, poder criticar sus puntos de vista, y que su editor no me recortara nada. Accedió y aquí van mis comentarios:

La memoria de Villanueva es complaciente, pero con dudas y vacilaciones. Se apoya en una lectura histórica parcial o con simpatías dudosas. La Guerra del Paraguay o las vidas de Felipe Varela, Luis Carlos Prestes, Severino de Giovanni, Carlos Lamarca y otros tantos personajes y episodios reales brasileños y argentinos, que juegan como telón de fondo del texto son casi mitos, o al menos, son referencias cuestionables, emotivas, pero que proponen una línea que a veces es equívoca.

Sobre la Gran Guerra, o Guerra de la Triple Alianza, por ejemplo, Villanueva apunta sus dudas pero no las confirma: el dictador del Paraguay era autoritario y atrasado, y llevó a su pueblo a un sacrificio innecesario. Su orgullo de tirano aislado del mundo lo hizo atacar a los dos países más poderosos de Sudamérica, que se unieron para destruir al vecino presuntuoso, y finalmente lograron imponer la política de sus respectivas oligarquías. Inglaterra sacó grandes ventajas pero no se dedicó a incentivar el conflico bélico.

Villanueva cuenta las tentativas de paz británica y norteamericana, pero no deja claro que éso mismo aparta a Gran Bretaña de la responsabilidad directa de la guerra, más de lo que su relato deja entender. ¿Hubo un genocidio? Sí, porque una enorme parte del pueblo paraguayo fue exterminado por los imperiales brasileños secundadas por los batallones porteños. Pero quien llevó 90% de la población masculina a la guerra fue el dictador paraguayo. Al final, hasta el mismo Marx diría que un sistema político y social casi misionario, heredero de las relaciones jesuíticas coloniales, no podía sino caer bajo el yugo del proto capitalismo liberal que se enseñoró en Rio de Janeiro y Buenos Aires.

¿Y Prestes? ¿Era un héroe de verdad? ¿Un militar “tenientista” que luego se convierte en un fiel representante del estalinismo puede ser levantado a la categoría de Caballero de la Esperanza? ¿Y sus confusiones con relación a Getúlio Vargas?

Villanueva confesó que, durante los seis años que pasó investigando y escribiendo borradores, de 1999 a 2005, estaba muy influido por algunas personalidades a las que admiraba. Todos ellos eran convencidos de que sólo con que ciertos grupos sociales y políticos, o algunos individuos o núcleos dirigentes hubieran actuado de modo diferente en sus momentos históricos clave, el destino de Argentina y de Brasil -los dos países que más le importaban a Villanueva, sin duda- podría haber sido completamente distinto. Varios pensadores -y no sólo Israel Vilhas que poco parece haber influido a Villanueva y a sus compañeros entre 1974 y 1976, sino otros, como Indalecio Prieto, líder de la República Española, o incluso Milcíades Peña, Osvaldo Bayer, David Viñas o Félix Luna, todos lo llevaban a Villanueva a pensar que, aparte de las fuerzas económicas y sociales profundas, o las grandes tendencias de una época, lo que importan son los hombres y mujeres de cada período, sus acciones en favor o contra su pueblo.

La polémica que este libro de Villanueva viene generando por Internet, a través de su blog y el de algunos de sus ex compañeros, ha hecho que se le conteste a veces con mesura por parte de gente como Vilhas, o los editores que publicaron sus obras anteriores en São Paulo. Aunque en otras ocasiones es atacado violentamente por los conservadores que no quieren ver la historia reciente, la de los últimos 35 ó 40 años, y qué dirá analizar la gran historia, con H mayúscula, como dice el autor. Son los revisionistas del revisionismo, los que quieren por ejemplo, que la Guerra del Paraguay tenga como único culpado al dictador Solano López y como víctimas a los ejércitos vencedores del Brasil y Argentina. Esos escritores mediocres y mal informados, son los que más han atacado a Villanueva y a su libro. Las memorias más recientes, de las últimas cuatro décadas, que al decir de diversos historiadores, ya merecen entrar en las páginas de los estudios e investigaciones, son pocas veces atacadas por los críticos de Villanueva. Es que ponerse del lado de las dictaduras de Videla o de los generales brasileños no es fácil para sus opositores. Aún así se insinúan tibiamente los comentarios críticos, y siempre lo que reaparece es lo de los dos demonios: la dictadura era uno de los ellos, el otro era la insurgencia que habría “provocado” a los militares.

Como en La noche de los tiempos, novela que pinta el primer año de la guerra civil española de 1936, por la que transitan personajes de la vida real, como Negrín, o Moreno Villa, y otros de ficción, que van tejiendo una red que pone en contexto la vivencia personal y convierte a la narración en una secuencia de asociaciones y sugerencias, el libro de Villanueva se presenta como una caja de resonancia en la que suenan épocas pasadas, y también las que al autor le tocó vivir.

Villanueva me dice que, por encima de las polémicas que el libro haya generado, él quería sobre todo homenajear a sus muchos fantasmas, los prohombres de la patria, héroes de su niñez y su juventud. Y poner a la misma altura a otras figuras, oscurecidas por las sombras de la historia, poco conocidas, por la época convulsionada que vivieron. Villanueva lo hace, y lleva a varios de sus compañeros a las dimensiones exactas de un momento histórico en que sólo podrían haber hecho lo que hicieron, con la mejor buena voluntad, con el máximo de entrega personal por la causa que en aquél momento era la más justa. Y si entre los héroes más conocidos, los que ya llegaron a las páginas de los textos escolares y a la literatura, no hay ángeles ni demonios, tampoco puede haberlo entre las mujeres y hombres de los años de 1970.

Villanueva no deja de analizar el momento, y ver quiénes eran los grandes demonios. ¿Serían los que rodeaban al hombre que comandó directamente tres décadas de la vida política argentina? ¿Lo serían también los generales y oficiales que, antes y después de Perón, prepararon con lujos de detalles y luego ejecutaron el exterminio de toda una generación de argentinos?

Por otro lado, hay algo que ninguno de los críticos más feroces, ni los aduladores más complacientes de Villanueva han comentado. Es que, aparte del hilo conductor que hilvana los retazos del relato -el de lo social, de la lucha revolucionaria o contestataria en la América del Sur de los siglos XIX y XX-, existe otro eje, que se enrosca como en una trenza, con el de la lucha social o política. Es el de los sentimientos, el del amor de mujeres valerosas, comunes o incomunes, que al lado o por detrás de sus hombres, han dado ejemplos heroicos, que Villanueva rescata a lo largo del libro.

No son sólo las más conocidas, como la Manuelita de Bolívar, doña Josefina Scarfó de Di Giovanni, la Tigra de Felipe Varela, las lanceras de Artigas, o Elisa Lynch, la irlandesa hermosa de Solano López, u Olga Benário de Prestes, o Iara, compañera de luchas y de amores de Carlos Lamarca.

Villanueva recuerda sobre todo a otras mujeres, más de carne y hueso, contemporáneas y muchas de ellas, llevando la vida que siguió a la derrota y a la vuelta a la democracia en Argentina; como la Negrita del Chacho Rubio, o la mujer del Pelado Rafa, la Negra de Juancito, sobrevivientes, con hijos, nietos y recuerdos a cuesta. Piensa en Cristina de Carlitos, o en la Petiza del Gordo Lowe, muertas en combate lado a lado con sus maridos. Piensa en los hijos de todos ellos, jóvenes, y cargando el fardo de un mito, mientras saben que sus padres les dirían que no debe ser así, que ellos no fueron héroes, sino mujeres y hombres que hicieron lo que debían y lo que podían, en una época maravillosa y terrible, difícil por lo menos.

Dicen que hay instantes de la historia en que algunos o muchos hombres y mujeres, en un rapto de lucidez, comprenden y proponen sus acciones sabiendo que lo correcto y lo lícito sólo lo son en determinado contexto. El libro muestra esas buenas intenciones de su generación y las de otras que la precedieron en la tentativa de hacer un mundo mejor. Y aunque a veces parezca pesimista, la novela también rescata el amor como otra fuerza de la voluntad, que mueve montañas.

VB, ex Editor de J. Villanueva. São Paulo, 22 de agosto de 2009."



2 comentários:

  1. Parabéns Villanueva. Ainda não completei a leitura mas prometo terminar em breve...Já li os adiantamentos que estão no blog.
    CP

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  2. El día de los Inocentes en la Argentina, en Brasil se llama: “Dia da Mentira “

    Há muitas explicações para o 1 de abril ter se transformado no dia das mentiras ou dia dos bobos. Uma delas diz que a brincadeira surgiu na França.
    Desde o começo do século XVI, o Ano Novo era festejado no dia 25 de março data que marcava a chegada da primavera. As festas duravam uma semana e terminavam no dia 1 de abril.Em 1564, depois da adoção do calendário gregoraiano, o rei Carlos IX de França , determinou que o ano novo seria comemorado no dia 1 de janeiro.
    Alguns franceses resistiram à mudança e continuaram a seguir o calendário antigo, pelo qual o ano iniciaria em 1 de abril. Gozadores passaram então a ridicularizá-los, a enviar presentes esquisitos e convites para festas que não existiam. Essas brincadeiras ficaram conhecidas como plaisanteries.Em países de lingia inglesa o dia da mentira costuma ser conhecido como April Fool's Day, "Dia dos Tolos [de Abril]"; na Itália e na França ele é chamado respectivamente pesce d'aprile e poisson d'avril, literalmente "peixe de abril".
    No Brasil, o primeiro de abril começou a ser difundido em Minas Gerais, onde circulou A Mentira, um periódico de vida efêmera, lançado em 1º de abril de 1848, com a notícia do falecimento de Dom Pedro, desmentida no dia seguinte. A Mentira saiu pela última vez em 14 de setembro de 1849, convocando todos os credores para um acerto de contas no dia 1º de abril do ano seguinte, dando como referência um local inexistente.

    Saudações, Enrico Pasmanter


    Responder EncaminharCristina não está disponível para bater papo

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